Se llama Felipe, o tal vez Fernando, o vaya a saber cómo. Hace tres años mi marido me lo presentó como Feli. Necesitábamos a un pibe con ganas de trabajar, que nos arregle varias cosas de la casa. Desde contrapisos, detalles eléctricos y cuestiones de grifería, hasta retoques de pintura en puertas y ventanas. Cuando lo conocí, tenía 19 años, y su aspecto no me había gustado del todo. Yo no soy prejuiciosa. Pero, siempre desconfié de los pibes que usan aritos, tatuajes y lentes de contacto para tener ojos celestes. Además, es re guarango para hablar, y se vistió siempre de forma desalineada. Mucho pantalón roto en la rodilla, remeras anchas de bandas de rock, zapatillas de marcas truchas, pero de imitaciones originales, y no mucho más. Pero, en el fondo era educado, trabajador, y no nos cobraba caro. Mi marido no tenía tiempo de supervisar sus resultados. Él se ocupaba de comprarle los materiales, y se iba a su oficina. Yo, era la encargada de abrirle, cebarle unos mates, charlar con él un ratito de cualquier cosa, y luego, de llevarlo al lugar designado para que se ponga manos a la obra. Creo que, allí estuvo mi primer error. Una vez en confianza le largué, casi que desinteresadamente: ¡Vos sabés que, me hacés acordar a un noviecito que tuve cuando era joven! ¡Sos alto, morochazo, y medio bruto, como era él! ¡Lo único que puedo destacar, es que teníamos un sexo espectacular! ¡Pero por lo demás, era un bruto en potencia! ¡Al menos, vos sabés leer y escribir!
Le dije eso porque, ese día llegó medio bajón. Supuestamente porque había cortado con su novia. Enseguida, una vez que terminé de decirle semejante confesión, noté que sus ojos se perdían en mis tetas. Es que, esa mañana hacía calor, y yo andaba con un vestido suelto, y sin corpiño. Le pedí disculpas ni bien lo noté, y él se hizo el boludo, diciéndome que las tetas de la mujer del patrón son sagradas, y salió al patio para ponerse a preparar el cemento. Ese día le tocaba poner cerámicos en la nueva pieza que le íbamos a construir a nuestra hija Luciana, que en ese momento tenía 14 años. Eso, también me tenía inquieta. No tenía claro si me había parecido, o tal vez, era un poco de la paranoia que me acomplejaba. Aunque, estaba segura que Feli se había fijado en la cola de Lu, alguna que otra tarde cuando ella iba y venía por la pileta, con su maya y sus jueguitos, mientras él pintaba las paredes del patio. ¿Acaso, esa situación me excitaba? ¿Por qué nunca había sido capaz de encararlo y decirle que eso estaba mal? Una tarde, escuché que él le decía: ¡Te queda pintada esa mayita bebé! ¿Siempre nadás solita en el agua? ¿Tu mami no te deja traer amiguitas? ¿O, algún otro guachito que te haga compañía? ¡Tenés demasiada colita para andar sola! ¡Aunque estés en tu casa, en la pileta!
Ella, habitualmente se le reía, o lo miraba con cara de mala, o lo ignoraba. A él, esto último no le gustaba. Pero, sí que disfrutaba de hacerla enojar.
¡Uuuuy, qué cara de mala pone la nena! ¡Así tenés que enojarte con tu novio! ¡A él le tenés que mostrar esa cara, para que no te meta los cuernos con ninguna turrita! ¿Tu mami no sabe que tenés novio? ¡Daaale, a mí no me la vengas a dibujar nenita! ¡Para mí vos tenés novio, y no lo decís! ¡A tu viejo, tampoco le debe gustar que su nena, se ande chapando con un pibito!, le dijo una tarde, cansado de que ella lo mire como para despedazarlo. Yo observaba toda la situación desde la ventana. Por eso no me fue difícil pararle el carro.
¡Feli, por favor! ¡Mi hija es chiquita para tener novio! ¡Y, te pido por favor que no le hables así! ¡No me gusta que la trates como a un pedazo de carne!, le dejé en claro, apenas Luciana volvió a zambullirse en el agua, tarareando un tema que sonaba en su celular.
¡Perdón doñita! ¡No le hablo más! ¡Pero no se coma cualquiera! ¡Seguro que esta, por lo menos ya se chuponeó con algún vago en el baño de la escuela!, agregó el impertinente, subido a una escalera, en cueros y descalzo, con medio elástico de su calzoncillo afuera de su pantalón. No me gustó lo que dijo. o, tal vez, necesité una excusa para reprenderlo.
¡Feli, bajate de ahí, y venís ya a la cocina! ¡Esto, ya se te está yendo de las manos!, le dije, poniendo la voz que adoptaba para regañar a Luciana cuando se mandaba algún moco. Él se bajó con toda la pachorra de la escalera, con cara de suficiencia. Luciana murmuró algo como: ¡No lo retes mami! ¡Primero que termine todo el trabajo!
Él quiso retrucarle. Pero yo le clavé la mirada para que ni se atreva a abrir la boca, y entonces, me siguió hasta la cocina. Allí todo fue tan de repente que, no puedo reparar, ordenar o precisar bien los detalles. Recuerdo que le pregunté por qué molestaba tanto a mi hija.
¡Escuchame, vos, sos más grande que ella, y ella, bueno, es chiquita! ¡Sé que no tiene novio! ¡No sé si le interesa, o si no quiere contarme! ¡Pero, vos no deberías meterte!, le decía, mientras lo invitaba a sentarse para que charlemos. Él, no se sentó. Incluso, miraba a cualquier punto de la casa, evitando el contacto conmigo.
¡Mirame cuando te hablo! ¡Es serio lo que te digo Feli! ¿Lo podés entender? ¡De lo contrario, voy a tener que hablar con Daniel, y, lo más seguro es que te quedes sin laburo! ¿Querés eso?, le decía, ahora sintiendo que al fin sus ojos me prestaban atención. En realidad, volvían a posarse en mis pechos. Creo que esa vez también andaba de vestido suelto, aunque con un corpiño medio viejo, que no soportaba del todo el peso de mis 110 de tetas.
¡Y, si me lo dice así doña, lo voy a pensar!, me dijo, con una sonrisa socarrona, paseándose la lengua por los labios. Me acuerdo que por un momento sentí que la sangre me hervía de la impotencia. Pero que, acto seguido, una especie de pulsión insolente me abría los labios de la vagina como si, presagiaran lo mejor del mundo. ¡Hacía meses que con Daniel no cogíamos! ¡Seguro era eso lo que me pasaba! ¡La añoranza, el recuerdo, las ganas que tenía de coger! Me repetía en silencio, una y otra vez. Pero entonces, reparé en que el guacho tenía flor de paquete en el pantalón, y se me salió la cadena.
¡Otra vez, relojeándome las gomas! ¡No se puede confiar en vos chiquilín!, le dije, ahora sonriéndole, acaso humedeciéndome los labios con la lengua para no explotar.
¡Y, a usted le gusta que se las mire! ¿O no doñita? ¿No les calienta a las mujeres que un pendejo les mire las gomas, o el culo?, me largó sin pensarlo, como todas las cosas que solía decir. Yo lo asesiné con la mirada. Pero al ratito repliqué: ¿Y a ustedes? ¿O sea, a todos los varones se les para el pitulín como a vos cuando le miran las tetas a una mujer?
De golpe estiré una mano hasta su paquete, y comencé a apretarle el glande sobre la ropa. Luego, se lo masajeaba, le hacía circulitos con las uñas, y llevaba algunos dedos hacia sus huevos. El calor de su entrepierna me quemaba las palmas, cada una de las líneas de mi indecencia, y sus ojos me desnudaban las tetas con mayores urgencias.
¡Bajate eso pendejo, ya! ¡Antes que me arrepienta! ¡Lo que vos necesitás, es una buena mamada! ¡A ver si te calmás un poquito!, le dije, tan alborotada como sus acciones. Él se quedó tieso. De modo que yo misma le bajé el jean y el calzoncillo, le agarré la verga con la mano, y absolutamente egoísta, indomable y decidida se la empecé a pajear como yo sabía. El mocoso empezó a temblequear de calentura, o tal vez del cagazo.
¡Tranquilo, que Daniel todavía no llega! ¡Si te portás bien con mi nena, esto puede ser un secreto entre nosotros! ¿O te vas a negar a una verdadera mujer? ¿Sabés cuántos varoncitos sueñan con que una mujer madura se metan sus pitos en la boca?, le decía pegada a sus labios gruesos, pajeándole la verga, escupiéndome la mano para lubricársela un poquito más de lo que ya la tenía. él intentaba besarme en la boca, y yo se lo impedía. Me manoteó una teta, y yo le devolví ese acto con una cachetada, y un apretón en el glande.
¡Ahora, te sentás en la mesa, y calladito la boca!, le dije, con toda la reacción en el cuerpo de zamarrearlo. Él solito se sentó sobre la mesa, tirando un servilletero sin querer, y yo, me arrodillé para oler desenfrenadamente su pija sudada, dura, caliente, gordita y repleta de líquidos seminales. Ahora, el turrito contestador había perdido la lengua, las palabras y los modos. Y peor todavía desde el momento en que su pija entró de lleno en mi boca. Ahora solo suspiraba, frotaba el culo en la mesa, intentaba agarrarme el pelo, acariciarme vaya a saber qué parte de la cara, y balbuceaba cosas como: ¡Qué rica boquita doña! ¡Uuuf, cómo la chupa! ¡Me vuelvo loco! ¡Así, síii, toda la verga mami!
Yo se la chupaba, mordisqueaba y le metía la lengua adentro del prepucio, y eso lo hacía delirar de placer. Mi saliva le empapaba las bolas, y su pija llegaba con facilidad a mi garganta, ya que no era tan larga, y ocupaba todo el espacio entre mi lengua y el paladar. Le gustaba escuchar mis pequeñas arcadas, un poco fingidas, y algunos eructos. ¡Casi se me cae de la mesa cuando le agarré una mano para meterla adentro de mi corpiño!
¡Dale, pellizcame la teta, pendejo asqueroso! ¡Sos un pajero, que está cerquita de acabarle en a boca a la mujer de su patrón! ¿No te da vergüenza? ¡Dale guachito! ¡Dame leche! ¡Quiero tu lechita! ¡Y, la próxima, lavate el pito nene! ¡Tenés olor a pichí! ¿Sabías? ¡Dale, tocá una teta de verdad! ¡Seguro que esa noviecita que tenías, no te la chupaba, ni tenía un par de tetas como las mías!, lo estimulaba mi lenguaje obsceno, el que ni yo sabía de dónde aparecía. En ese momento me había olvidado que Luciana estaba en la pile, y que, podía entrar en la cocina por algo de comer. Y entonces, mientras el guacho seguía arañándome la teta con su mano llena de cayos por el trabajo rudo a los que se dedicaba, de golpe empezó a desinflarse, a sacudirse y retorcerse como un pez en el agua, al mismo tiempo que todo su semen entraba como un torbellino de amor en mi boca. Me acuerdo que se la mostré, antes de tragármela toda. Después de eso, yo misma lo bajé de la mesa, le subí la ropa y lo mandé al patio, bajo advertencias imposibles de cumplir, por si llegaba a insinuarle lo que sea a Luciana, o a Daniel.
¡Sabés que es obvio que me van a creer a mí! ¡Yo lo niego todo, y listo! ¡Así que no te hagas el vivito nene! ¡A trabajar, vamos!, le dije cuando ya buscaba avanzarme para mirarme las tetas una vez más. Entonces, mientras ya estaba segura que volvía a ponerse con los rodillos y la pintura, corrí a mi pieza para masturbarme como hacía años que no lo lograba, con el sabor de su semen en la boca, el olor de su pija en la cara, y sus arañazos en la teta derecha. Me imaginaba al pendejo mirándole la cola a mi hija, y me calentaba más todavía. Pero, esto tenía que frenarse de algún modo. Esto, no podía pasar a mayores. ¿Por qué le chupé la pija a ese mocoso, en mi propia cocina?
¡Dale nena, en serio! ¡No puede ser que esa colita zarpada, no tenga a nadie que le haga mimos! ¡O, alguien que te la chirlee un ratito!, le decía Feli a Lu, otra tarde, mientras ella seguía en la pileta, y él reparaba los enchufes del patio.
¿Y vos que sabés? ¡No a todas las chicas les gustan los chirlos! ¡Yo, por ahí soy más romántica!, le respondía ella, mordiendo la bombilla de su juguito en caja, colocada de forma horizontal sobre el agua, y abriendo las piernas como una desfachatada. Yo disfrutaba de esas escenas desde la ventana de la cocina, como una espectadora invisible. Estuve a punto de interrumpirlos, cuando él le dijo: ¡Eso, lo decís ahora, que, por ahí, no probaste una pija de verdad! ¡A todas les pinta la pija! ¡Incluso a las lesbianas!
¡Naaah, obviamente que, a las lesbianas, no les gusta! ¡Por algo son lesbianas! ¡Aparte, no te desubiques, porque le digo a mi vieja!, le contestó Luciana, dando unas volteretas en el agua. Yo seguía impertérrita, tratando de no interferir. Y no pude soportar manotearme una teta con fuerza cuando Luciana se dio vuelta, y la faldita de la maya se le subió por completo, exhibiendo su hermoso par de nalgas para que Feli se babosee, y le diga, casi sin medir sus impulsos: ¡Faaaa, guacha, estás para partirte al medio! ¡Pero, claro! ¡La bebé le va a contar a la mami, que el boludo del empleado le mira el culo! ¡O que se desubica con su nena! ¡Pobre, la nena mimada de mamá y papá! ¡Si no fuera que sos la hija de mi patrón, no sabés cómo te mordería esas manzanitas!
Luciana se le cagó de risa, diciéndole algo así como que era un ordinario, y se cacheteó las nalgas con una mano, provocándolo, ¡inocentemente? El tema es que, Feli caminó unos pasos hasta el borde de la pileta, metió las manos en el agua, y tras hacer unos remolinos, le volcó una buena porción en la cola. Ella estaba exactamente en la otra punta de la pileta, y gimió entre extasiada y molesta por el aguacero. Después se sacaron la lengua mutuamente, y ella le tiró un chorro de agua que le acertó en el pecho desnudo.
¡Cómo te gusta calentar la pava guachita!, le dijo Feli, mientras se retiraba de a poco a sus herramientas. Desde mi privilegiado lugar pude observar que el pobre tenía el pito re parado. De hecho, lo vi acomodárselo y todo. Otra vez, no pude contenerme.
¡Feli, vení para acá! ¡Acabo de ver todo lo que pasó! ¡Dejá todo, y vení!, le dije desde la ventana. Él se sorprendió, porque jamás pensó que yo los estuviese observando. Dejó las cosas, apagó la cumbia que emitía su parlantito portátil, y entró a la cocina.
¿Qué te pasa con mi hija? ¡Ya hablamos de esto! ¿Cómo es eso que, ahora le das clases de lesbianas, le hablás de morderle la cola, o le decís que es una nena mimada? ¡Ojo pendejo! ¡Estás al filo de que te rajemos a la mierda!, le dije, mientras le ofrecía un mate. el chiquilín me miró a los ojos, y apenas vio que yo bajaba un poco la guardia me dijo: ¡La verdad, no puedo parar de mirarle la colita! ¡Y a usted, esos melones! ¡Tremendas gomas tiene doña! ¡Espero que su marido las sepa aprovechar!
Yo me levanté, sintiendo que había puesto el dedo en la llaga, con una euforia que me desconocía. Quise darle una cachetada, revolearle una sartén, o cagarlo a puteadas. Pensé en llamar a Daniel, y decirle: ¿Acaso que el nene se había desubicado conmigo? ¿O quería contarle que le había chupado la pija, hacía unas tardes atrás? ¿Tanto se notaba para ese pendejo que mi marido ni se fijaba en mis tetas? ¿Quién se creía para exponer mis miserias matrimoniales, así como así?
¡Sos un mocoso atrevido! ¡Así que, ahora, vení para acá! ¡Dale, agarralas! ¡Tocame las tetas guachito! ¿Ahora no te la aguantás? ¡Pero eso sí! ¡Si te pasás de la raya, vas a tener que bancarte las consecuencias!, le dije, liberando mis tetas del vestido para que sus ojos emerjan como dos tiburones de sus cuencas. En lugar de acercarme a él, me senté en la mesa con las gomas al aire, bamboleándoselas para esperarlo, acechando sus intenciones, sabiendo que corría tremendos riesgos de ser descubierta por mi hija, una vez más. Pero el nene me obedeció como un perrito faldero. En menos de lo que supuse, su boca carnosa atrapaba y soltaba mis pezones, me pinchaba las tetas con su barba mal cortada, y me las empapaba con su saliva que olía a mate y cigarrillo. Yo, prendida fuego como estaba, le metí la mano por adentro del pantalón, y transgrediendo la tela de su bóxer húmedo, le agarré la pija para apretársela, rodeándola con mis dedos y la palma de mi mano, para convencerlo de no detener sus chupones a mis gomas. También le agarré una de sus manos para posarla en mi entrepierna, y el guacho se atrevió a tironearme la bombacha. Eso me llevó a tomar la decisión más absurda que jamás había tomado, pues, nadie lo había hecho hasta ahora.
¡Agachate, bajame la bombacha, y fijate qué podés hacer! ¡Dale guacho, y no me mires así! ¡Tu patrona quiere que le chupes la concha! ¿A ver qué podés hacer!, le ordené, abriéndome las piernas, y subiéndome el vestido. Feli, de inmediato se hincó para olfatear mi intimidad, mi bombacha blanca y mis muslos. Parecía no decidirse, o tal vez arrepentirse de haber llegado tan lejos. Sin embargo, cuando sintió mi mano en su enmarañado cabello negro, hizo a un lado la tela de mi bombacha y me rozó el orificio de la vagina con su lengua. Eso me condujo a frotar su cara con fuerzas por toda mi vulva, bajarme yo misma la bombacha, y abrirme los labios con una de mis manos para animarlo a que me la penetre con la lengua, y los dedos que quisiera. ¡Me calentaba que los tuviera sucios, repletos de cayos y grandotes!
¡Dale pendejo, oleme la concha, y comémela toda! ¡Dale, que por acá salió la colita de Luciana! ¡Cómo te calienta mirarle el culito! ¿No? ¿Qué pasa? ¿Nunca le chupaste la concha a una mina? ¿Ni siquiera a tu noviecita? ¡Activá nenito, que, andá a saber si tenés otra oportunidad de comerte una conchita madura!, le decía para darle coraje, mientras su nariz respiraba casi adentro del calor de mi vulva. Y entonces, empezó a meterme y sacarme los dedos con violencia, a lamerme toda, a buscar mi clítoris, y al fin, cuando lo encontró, a chuparlo como si fuese un sorbete de gaseosa. Evidentemente tenía mucho que aprender ese bebote. Pero, me estaba calentando como una adolescente inexperta. ¡A mis 44 años, nadie me había comido la concha! ¿Cómo podía ser que no me hubiese animado a pedírselo a nadie? Lo cierto era que Feli casi no articulaba palabras. Solo sonidos de succiones, respiros acelerados, chupetones y besos, y algunas toses por la fragancia tal vez excesiva para sus pulmones jóvenes. Pero, cuando supe que estaba por alcanzar el clímax, preferí arrancarle los pelos para separarlo de mí. Por un lado, me había parecido escuchar a Luciana llamarme desde el patio. Por otro, me aterraba la idea de no saber qué hacer, una vez que todos mis líquidos se derramen afiebrados y abundantes sobre la cara de ese pendejo asqueroso. Lo eché de inmediato, pidiéndole que vuelva al trabajo, y antes de ver sus expresiones, corrí a mi pieza, donde me encerré a cogerme toda con uno de mis consoladores predilectos. Desde la ventana escuchaba que Luciana le hablaba, y que él le decía que tenía el culito más lindo del barrio. Acabé como una loca, imaginándome los dedos de Feli entrando y saliendo de la conchita de Luciana, mientras ella dormía en alguna noche cualquiera, en remerita y bombacha, como solía hacerlo. ¡Esperaba por todos los santos que no quisiera descargar la calentura que mis manos, mis tetas y el sabor de mi concha le hubiesen generado en mi hija! ¿Pero, y si lo hacía?
Otra tarde volví a retarlo. De nuevo le decía a Luciana que era una histérica, que no podía creer en esas pavadas del amor, y que tenía que usar bombachitas sexys para que los chicos se fijen más en ella. Que seguro las calcitas apretadas le podían quedar re bien. Esa vez, en vez de llamarlo a la cocina, fuimos al lavadero donde yo cargaba el lavarropas con jabón y enjuagues. Me acuerdo que, a modo de regaño, volví a sentarle los principios con los que debía manejarse con Luciana. Pero, cuando le vi el pito abultándole el pantalón, y aturdida por el olor a sudor de trabajo que brillaba en su pecho desnudo, me agaché para bajarle el pantalón de un solo movimiento, y empecé a petearlo. Él ni se resistió. Dejaba que mi boca le envuelva la pija con mi saliva, con mis atracones, succiones y olidas feroces. ¡Qué puta me ponía el olor de esa pija! ¡Y qué dura se le ponía cuando me cacheteaba el mentón con ella, o cuando le rodeaba el glande con la lengua para después metérmela despacito hasta la garganta! Y así estuvimos, un buen rato. Yo, sintiendo el peso de mis 65 kilos sobre mis piernas dobladas, y él, fundiendo su músculo viril en mi boca, cada vez más tenso, gigante y adusto. Hasta que, la casualidad me hizo mirar hacia el montoncito de ropa que había dejado en el lavatorio. Y, mientras él murmuraba cosas como: ¡Guaaau, doñita! ¡Qué calentita tiene la boca! ¡Y cómo se la come toda! ¡Así, peteame todo mami! ¡Ahora yo te voy a tener que pagar a vos, por sacarme la leche!, di con una bombacha rosa de Luciana. La tomé lentamente, aprovechando la distracción de Feli, y, en un momento absolutamente creado por mí, lo privé por un ratito de mi boca para levantarle la mirada, un poco de los pelos y otro de la frente.
¿Sabés qué es esto? ¡A que te das una idea! ¡Esta, es de Lu! ¡Mirala bien, y olela! ¡Quiero que sepas a qué huele mi hija! ¿Te gusta? ¿Pendejito muerto de hambre?, le murmuraba entre dientes, refregándole aquella bombacha sucia y manchada en la nariz, haciendo que la toque con sus labios, y pegándole también con ella en cualquier parte de la cara. Todo eso, mientras le atrapaba y soltaba el pito con la boca.
¡Cómo se moja su hija doñita! ¡Pero, huele rico!, dijo de repente, justo mis dientes le apretaban un poquito la piel del glande.
¿Qué dijiste? ¿Así que huele rico? ¿No tiene olorcito a pichí? ¿O a caca? ¿O, será que te calienta el olor de las mujeres maduras también?, le interrogaba, totalmente lejos de mi propia capacidad de razonar, antes de mandarme otros bocados de su pija cada vez más hinchada.
¡Sí, se hace pichí por ahí la nenita! ¡A lo mejor, ella también tiene que tomar la mamadera del Feli! ¡Pero usted no la deja doña! ¡Tiene que ser buena con ella! ¡Yo, no soy celoso! ¡Uuuuuf, qué rico me la mamás putona!, decía entre delirios, afirmaciones absurdas, y mi garganta haciendo eco en el techo del lavadero entre tanta saliva acumulada, arcadas y toses entrecortadas. Pero, entonces, cuando por alguna cuestión del destino miré hacia la mugrienta ventana del lavadero, me encontré con los ojitos verdes de Luciana, tan testigos como iluminados, tal vez avergonzados, o sentenciosos. Yo, no tuve tiempo de nada, ni sabía para dónde correr. Por lo tanto, dejé que ese pendejo se aferre de mis hombros y me haga descender un poco más sobre el suelo húmedo de jabón. Ahí, sin saber cómo lo logró, juntó su pija a mis tetas, y él mismo se sirvió de ellas para frotarlas, humedecerlas con sus jugos y mi baba, y para apretarlas bien fuerte contra su carne, sosteniendo la bombacha de Luciana en los labios. Hasta que, en medio de unos gruñidos imborrables para mi memoria, empezó a dejarme flor de engrudo seminal en las tetas, el cuello, y hasta en los mechones de pelo que me caían por la cara, ya que me había quitado la vincha con la que me lo sostenía un poco hacia atrás. Entonces, esta vez fue él quien desapareció como una exhalación de mi vista, de mi tacto y mis latidos. Me encontré arrodillada, con la concha burbujeante de calentura, las tetas llenas de su semen, y la consciencia perdida. ¿Era Lu la que nos miraba? ¿O había sido mi imaginación? Pensé, y pensé en muchas excusas, por si me llegaba a preguntar. Todas igual de estúpidas, incomprobables y ridículas. Así que, había optado por no decir nada, si ella no sacaba el tema. Pero entonces, unos minutos más tarde los escuché.
¡Te vi nene! ¡Así que no me boludees! ¡Mi vieja te lo hizo! ¡Y no me digas que soy una tarada, porque sé muy bien lo que vi!, le dijo de pronto la voz escandalizada de Luciana. Feli la chistaba para que baje la voz, entre preocupado y temeroso. Era obvio que no quería perder el trabajo. Pero, también prefería que yo no sepa que ella me había visto. ¿O era lo que yo esperaba?
¡Escuchá nena, yo no te digo nada! ¡Pero, fue sin querer! ¡A veces, los grandes, necesitan cosas que, las nenitas como vos, no necesitan! ¿Entendés? ¡Por ahí, tus viejos, no hacen las cositas chanchas que tendrían que hacer, cuando se quedan solos! ¡Y, tu mamá, por ahí está muy sola! ¡Ella me lo dijo, medio en confianza! ¡Y bueno, con las terribles gomas que tiene, eso no le puede pasar! ¿O vos querés que tus viejos se separen, dentro de poco? ¡Porque, eso puede pasar si, no hacen el amor! ¡Imagino que, una nena lista como sos vos, sabés de lo que te hablo!, le decía el atrevido. Recién entonces me acerqué a la ventana para limpiar un poco el vidrio. ¡Necesitaba saber qué más decían, hacían, o murmuraban!
¡Aaah, claaaro! ¡Y vos sos el súper macho, que le mira las tetas a mi vieja, y el culo a mí! ¿No? ¿Y por eso, ella te la chupó? ¿Y, qué onda? ¿Por qué tenías mi bombacha en la boca? ¡Sos un degenerado nene! ¡Te odio! ¡Mejor, me voy a la mierda de acá!, le gritaba Luciana, levantándose de la reposera en la que su cuerpo se desparramaba, iluminado por el sol, mojado por el agua de la pile, y tal vez revolucionado por lo que acababa de descubrir. Feli no la siguió. Al rato, el sonido de un taladro me indicó que él volvía a sus actividades, y un portazo ensordecedor, que Lu estaba en su pieza. ¿Estaría llorando? ¿Tendría que ir y explicarle? ¿Pero qué podía decirle? ¡Ella vio todo! ¡Tenía razones para odiarme, para insultar a Feli, y para contárselo todo a mi marido! ¡Ahora sí que había metido la pata hasta el fondo!
Por suerte, ese día era viernes, y la pesadilla en la que se había convertido mi vida tendría un suspenso hasta el lunes. Feli no trabajaba los fines de semana. Pero, Lu era una bomba de tiempo en casa. Yo no sabía cómo abordarla. Aunque, por fortuna, nuestra relación fue la de siempre, ante mi marido, y cuando estábamos solas. ¡Eso sí! Aprovechó para manguearme plata para helados, gaseosas y papitas, para jurarme que no se levantaría nunca más antes de las 11 durante los fines de semana, y para no ordenar su pieza. Cuando nos mirábamos intensamente, yo podía leer en sus ojos todo lo que sabía, lo que vio, y hasta lo que se imaginaba. Una sombra de Feli cubría ahora sus facciones de nena inocente. En un momento, en medio de la madrugada cuando bajé por algo fresco de tomar, la vi muy revoleada en el sillón, con las manitos adentro de la bombacha. Era todo lo que tenía, y al parecer fingía que miraba una película. ¿En qué estaría pensando? ¿Se había enfadado conmigo, o le había excitado la situación, al punto de tener ganas de masturbarse? Bueno, al menos no se mojaría en la cama, como solía pasarle. Yo sabía que se masturbaba, porque nos teníamos confianza. Además, porque su prima y madrina a la vez le había regalado un consolador que vibra, cuando cumplió los 14.
El lunes, a eso de las 9, mientras yo mateaba con Feli en la cocina, antes que se ponga a preparar la mesa de trabajo para soldar unas sillas, ocurrió. Sin que nadie se lo imagine, apareció Luciana, en topcito, con un vestido híper cortito, descalza y con brillito labial en la boca.
¡Hola Feli! ¿Me das un beso? ¡Ahora no voy a meterme en la pile, porque no hay mucho sol!, le dijo, y ella misma se sirvió del desconcierto de Feli para acercarse y encajarle un beso muuuy próximo a la boca.
¿Qué hacés así Lu? ¡No es forma de vestirse para una nena!, le dije, temiendo por su respuesta.
¡Tranqui ma, que yo ya crecí! ¿O no Feli? ¡Después, si tenés ganas, podés pelearme como siempre, en el patio! ¡Yo me voy a poner a leer algo, en la reposera!, dijo Luciana, revoleando su melena con astucia, caminando despacito para el patio. Cuando la vi mejor, descubrí que se había puesto una bombacha de encajes. ¡Era una de las mías! ¿Qué le estaba pasando?
¡Bueno doña! ¡La posta es que, la guacha nos vio! ¡Ahora, la que anda celosita es ella! ¡Habrá que darle la mamadera, como a usted!, me dijo el descarado cuando Luciana solo había dejado la estela de su perfume juvenil entre nosotros. Esa vez sí le di una cachetada, y le pedí por favor que no interceda en mi familia, que no le llene la cabeza a Luciana, y que, si fuera posible, que ni se le acerque. Él apenas me dirigió la mirada, y salió apurado, pateando un valde.
¡Che, para mí, vos te hacés el re superado, y te re dolió el bife que te dio mi vieja! ¡No sé qué le dijiste! ¡Pero seguro te desubicaste!, le decía luego Luciana, mientras yo refregaba un jean gastado de mi marido sobre una tabla. Fue casi de la nada, porque Feli estaba soldando, silbando un tema de rock que sonaba en su teléfono.
¡Pasa que, ella sabe que estoy re bueno! ¡Le dije que me quiero casar con ella! ¡Por eso me dio vuelta la geta! ¡Eso hacen ustedes cuando les decimos una verdad que no les pinta escuchar!, bromeó Feli al toque, encendiendo un cigarrillo que atrapaba con sus labios.
¡No te creo! ¡Para mí, vos quisiste que te vuelva a agarrar esa cosa que tenés con la boca! ¡Sos un chancho! ¡Agradecé que todavía no hablé con mi viejo! ¡Así que, no te hagas el copadito!, le replicó mi hija, hojeando un libro sin el menor interés, tratando de apoyar los pies en la pared que tenía en frente. Desde esa perspectiva, se le veía claramente la bombacha, y también los rayos de los ojos de Feli que se dirigían hacia aquel punto específico. Esta vez, el vidrio de la ventana del lavadero relucía de limpio.
¡Me parece que vos, estás celosa nena! ¡La verdad, tu vieja tiene mansas tetas! ¡Pero vos, con ese culito, no te quedás atrás! ¡Ya te lo dije muchas veces! ¡Aunque, vos, creo que sos de las que, si pudiera hacerlo, preferiría comerse los mocos! ¡Tenés pinta de cagona! ¡Y una sonrisa muy linda!, le dijo el caradura, dejando los electrodos en la mesa de trabajo y el cigarrillo encendido en el cenicero para acercarse a su botellita de agua. La tomó sin pedirle permiso, bebió unos tragos, y sonrió cuando “Mi Luciana” paseó su lengua por sus labios. Luego no oí lo que le dijo cuando ella se metió los dedos a la boca, sacó y metió la lengua unas cuantas veces, y se mordió un dedo después de chuparlo. Creo que él le hablaba en voz baja. El tema de Callejeros no me permitía entenderlo. Pero su cuerpo se expresaba por sí mismo.
¡Aaah, y no es una cosa así nomás, así como decís vos! ¡Yo, sin mandarme la parte, creo que no te entra en la boca!, capté de pronto que Feli le murmuró. Ella se sentó en la reposera, golpeando sus pies descalzos en el suelo. el descarado contaba con que yo todavía estuviese en el súper, haciendo las compras para el almuerzo. Por desgracia, le había anunciado mi partida, y hasta le prometí traerle cigarrillos, y a Luciana unas galletitas Óreo.
¡Probame, en vez de hacerte el agrandado! ¡Dale! ¿Por qué no lo probamos? ¡Por ahí, me entra re bien, y te tragás las pavadas que decís! ¡Aparte, yo no soy ninguna cagona, ni me como los mocos! ¡Ya no soy chiquita, ni bebé, ni nada de eso!, le dijo Luciana, subiéndose el vestido para que su bombacha blanca, “O, mejor dicho, la mía”, brille en la mañana como una estrella fuera de contexto.
¡Dale nene! ¡Al final, vos sos el idiota que no se hace cargo de las cosas que dice! ¡Mi vieja está en el súper! ¡Así que, no nos va a ver, ni se va a enterar! ¿Ahora el asustado sos vos?, lo incitó una vez más, sin saber que yo la escuchaba, observando todos los detalles que podía. Feli se bajó el pantalón, sin discreciones. Ella estiró una de sus manos y le paló el pedazo sobre su bóxer con pintitas rojas.
¡Pará Lu, que, la vas a cagar!, le murmuró, con un tono de prudencia fingida. Ella, ni lerda ni estúpida, se sentó mejor en la reposera para juntar su cara a la tela de ese bóxer, ¡Y entonces vi cómo agarró el elástico con sus labios y se lo bajó! De inmediato su pene saltó como una víbora deseosa del calor de mi hija, y ella, primero sacó la lengua para lamerle la cabecita. Después, le dijo: ¡Tampoco es gran cosa! ¿Esto es todo lo que se te para? ¡En la escuela, se la chupé a un pibe más chico que vos, y que la tiene más gorda, y más larga!, y finalmente, por un ratito no pronunció palabras, porque se dedicó a succionársela como jamás me hubiese imaginado que podía hacerlo, ¡O peor aún, que ya lo había hecho! Entonces, no pude con mi genio maltratado, ni con mi temor de madre. Salí como una flecha del lavadero, y en menos de un segundo estuve en el patio, a unos centímetros de ellos. El rostro de Feli palideció de golpe cuando me vio. Pero ni siquiera atinó a subirse el pantalón. Y ella, si bien se había quitado el pito de la boca, no dejaba de manoseárselo, ni de mirarlo con los ojitos llenos de mariposas revoloteando de emoción.
¿Se puede saber qué carajo estás haciendo Luciana? ¿Y vos, pedazo de mierda?, fue todo lo que me nació decirles, mientras sentía que se me contraía cada músculo de impotencia, y que, inevitablemente los labios de la concha se me abrían de calentura. É no supo explicarse, aunque murmuraba cosas indescifrables.
¡Lo mismo que vos hiciste antes mami! ¡A ver! ¡Yo también quería probarla! ¿O querés que le cuente a papi? ¡Yo los vi, el otro día, en el lavadero! ¡O sea que, si no me lo prestás un ratito, yo le digo a papi!, me chantajeó sin escrúpulos mi hija, poniéndome en una situación peligrosa. Me hizo reír su forma de resolver las cosas. Pero enseguida recobré la compostura.
¡Luciana, te levantás ya mismo de ahí, y te vas a bañar! ¡Ya voy para adentro, y vamos a charlar seriamente! ¿Quién te creés que sos para hablarme así? ¡Y vos, te ponés a laburar, antes que llame a mi marido!, les grité como una histérica, advirtiendo que la humedad de mi bombacha golpeaba mi vulva con un reproche incuestionable. ¿Acaso quería seguir viendo a mi hija con la verga de ese mocoso en la boca? En definitiva, Luciana se levantó, y sus pies parecían no alcanzarle para correr hasta el baño, como cuando era pequeña y se robaba cosas de la heladera. Y Feli volvió a su máquina de soldar, sin dirigirme una disculpa siquiera. Yo me quedé como una estatua, tan irresoluta como confundida. ¡No podía dejar las cosas así! ¿Pero, por otro lado, qué carajos debía hacer?
Cuando finalmente me reconocí en la cocina, sin saber cómo había llegado hasta allí, reconocí el sonido de la ducha encendida. Luciana se estaría bañando en paz, mientras afuera el mocoso soldaba las sillas, reparaba otras cosas, y tal vez pensaba en las represalias que le esperaban. Mi mente todavía era incapaz de ponerse en acción. Pero mi cuerpo necesitaba movimientos. de modo que, me puse a pelar papas y zanahorias, pensando en preparar una ensalada rusa para el almuerzo. Cuando terminé me fijé en que ya eran las 12 del mediodía. Y entonces, tuve la lucidez de ir a la pieza de Luciana para devolverle el secador de pelo que, habitualmente compartíamos. Quise ser sigilosa, y eso me ayudó a tener nuevas pruebas para el fuego de la calentura que ya me palpitaba en cada terminación nerviosa del cuerpo. Y de nuevo, voces conocidas cuchicheaban, no tan por lo bajo como tal vez pretendían.
¡No nena! ¡Tu vieja está en la cocina! ¡La vi pelando papas! ¡Así que ya fue! ¡Yo solo vine a traerte el celular! ¡Te sonaba como loco!, le decía Feli, aunque no sonaba con demasiadas ganas de incorporarse al trabajo.
¡Y bueno, ya que viniste, ahora dame la leche! ¡Vos elegís a dónde me la querés dar! ¿O ya no te copa mi culito? ¡Y Dame el celular, antes que lo vendas por ahí, para comprarte alguna droga!, le respondió mi hija, entre algunos chirlos a su cola. La escuchaba moverse en el cuarto, porque aún no me había animado a acercarme del todo a la puerta, que permanecía entreabierta. Un poco porque no quería distraerlos, y otro, porque no tenía fuerzas para mover un dedo. ¿Cómo se había atrevido ese pendejo a meterse en la pieza de mi hija?
¡Dale nena, dejá de joder, que no quiero problemas! ¡Tapate ese culo, si no querés que se pudra!, le disparó Feli, evidentemente tratando de zafarse de sus encantos. Ambos iban y venían por la pieza, y mi curiosidad no supo controlarse más. Así que me aproximé lentamente, y vi cómo ella lo perseguía caminando para atrás, mostrándole el culo al aire. Lu tenía un toallón envolviéndole los pechos, el pelo todavía mojado sobre la espalda, nada en los pies, y una carita de triunfo que mataba. Feli, ya tenía la pija parada como para germinarla en cuestión de segundos. Aun así, yo preferí no molestarlos. De modo que, vi cómo Feli de pronto le acariciaba el pelo y buscaba tironearle el toallón.
¡Acá tocame nene, que mi cola es la que te calienta de mí! ¡No mi pelo! ¡Aparte de las tetas de mi vieja!, le decía ella, nalgueándose la cola sin reprimir el eco de esos chirlos. Y de repente el toallón de Lu cayó al suelo. se acercaron más, y él le manoseó el culo con una de sus manos, mientras que con la otra le acariciaba las tetitas. Lu ya empezaba a gemir con cierto apuro. Las piernitas se le abrían solas cuando Feli se animó a apoyarle el paquete en la cola para frotárselo dulcemente.
¡Posta que, tenías razón! ¡Sos un boludo, pero tenés una linda verga! ¡Me gustó chupártela!, dijo Lu entre jadeos que no sabía dominar, mientras él la giraba con oficio de mujeriego para tenerla frente a frente, y de esa forma poder atrapar sus pequeños pezones con su boca. Ahora la sostenía de las nalgas, le mamaba los pechos, y le frotaba ese tremendo pedazo en la vagina desnuda, aunque él todavía conservaba su bóxer. Era eso lo único que los separaba de un embarazo inminente. En eso pensaba mi cerebro, mientras no podía evitar meterme una mano por adentro del vestido para frotarme la concha. ¡Mi nena se estaba dejando chuponear y manosear por ese villero incurable, y yo no podía hacer nada!
¡te dije que tenía una cosa que, la verdad, ni siquiera es que te entró del todo en esa boquita! ¡Sos una bebé todavía! ¡No sabés tomar la mamadera como se debe! ¡Y, tus tetas, huelen a jaboncito de nena! ¡Me re calientan igual, como este pedazo de orto que tenés!, le decía el muy guarro, chirleándole las nalgas, succionándole las tetas y algunos deditos, pegando todo lo que pudiera su pubis a su erección, y haciéndola gemir más cuando se frotaban con mayor decisión.
¿Vos decís? ¡Entonces, vení, así me das la mamadera, como se debe! ¡Dale, dame la mamadera en la boca, así ves cómo me entra toda!, le decía Luciana, separándose raudamente de su cuerpo para acomodarse sobre la cama en cuatro patas. Feli no se hizo rogar demasiado. Enseguida estuvo con las rodillas pegadas al colchón, con la pija al aire a centímetros de la cara de mi hija, mirándola un rato a los ojos que me pareció eterno. Y sin más, luego que Lu vuelva a susurrarle: ¡Probame nene, así te sacás las ganas con esta bebé, que quiere la mamadera!, la verga de ese delincuente inmoral y poco amable, pero tan ladino como feroz a la hora de sus servicios sexuales, derrapó en el paladar de Luciana, quien esta vez no se limitó en nada. Empezó a chupársela con cierta dificultad, porque se ahogaba, tosía y hasta moqueaba un poco. Pero, enseguida se la escupía con una obscenidad que me aturdía la consciencia, se cacheteaba los pómulos con su glande, le chupaba y besuqueaba los huevos, le mordisqueaba la puntita, y volvía a internarla en el calor de su garganta para subir y bajar, haciendo que cada arcada se convierta en un poema apenas reproducible por el amor más verdadero. Él le acariciaba el pelo, de vez en cuando le arrancaba un gemidito atascado cuando le pellizcaba una teta, y le metía algunos dedos en la boca para que se los chupe. Él decía que sus dedos eran chupetes para la bebé. Mis tobillos ya no podían sostenerme, y la gravedad que nos impulsa hacia el suelo, ahora me hacía columpiarme en una realidad que, no terminaba de comprender si era del todo real.
¿Te gusta bebota? ¡Cómo te babeás cosita! ¡No sabés cómo te la dejaría toda adentro de ese culito! ¡Pero, todavía sos chiquita para que te entre! ¡Dale, abrí más bebé, así te doy la lechita! ¿La querés ahora? ¿Antes de comer la comidita de mami?, le decía menos desinhibido el pendejo, mientras Lu cerraba los ojos, chupaba y chupaba, tragaba líquidos seminales y saliva, transpiraba y se dejaba frotar esa pija venosa en las gomas, luego de que él le pidiera más escupidas.
¡Sí quiero la lechita ahora, antes de la comida! ¡Es re rica tu mamadera!, le dijo ella, mientras sus rodillas parecían resbalarse de la cama. O acaso él intentaba abarcar todo lo que pudiera de su anatomía. Pero de golpe, el timbre de la calle me hizo reaccionar. Sabía que no podía ser mi marido, porque estaba de viaje. Hacía unos largos minutos atrás me había mandado un par de facturas por WhatsApp que debía pagar. Seguro era un vendedor, o alguno que pedía algo para comer, o algún religioso inoportuno. Pero eso me dio valor para abandonar el claustro en el que se había metido mi cuerpo, y entrar a la habitación de Luciana como una tormenta enceguecida.
¿Otra vez ustedes? ¿Y vos, hijo de puta? ¿No te alcanzó con lo de esta mañana? ¡Vos Luciana, haceme el favor al menos de ponerte una bombacha!, les grité, sabiendo que las ventanas estaban cerradas, y que ningún vecino podría oírme.
¡Dale mami, no jodas! ¡Hagamos esto! ¡Dejame chuparle la pija, que me encanta! ¡A vos también te gustó! ¿O no? ¡Si lo compartimos, es más fácil! ¡Yo, tengo que tomarme la mamadera todavía! ¡Porque, Feli dice que soy una bebé! ¡Me vas a tener que comprar pañales mami!, dijo Luciana, como si estuviese por darle un ataque de risa, sin moverse de la cama, con la pija de Feli en la mano. Yo me acerqué y le di un tremendo chirlo en la cola.
¡Eso doñita, péguele, porque se porta mal! ¡Usted, por ahí, le dio leche con las tetas, cuando era bebé! ¡Pero ahora le gusta la leche de las pijas! ¿Sabía que anda peteando en el baño de la escuela?, decía Feli, sin retroceder, aunque ya no parecía interesado en que Lu se la siga chupando. Más por el temor que le infundía mi estado que otra cosa.
¡Escuchame Luciana! ¡Estás re loca pendeja! ¡Haceme el favor de hacerme caso! ¡Tenés 14 años, y no sos una bebé, pero tampoco una adulta para tomar decisiones! ¡Y Feli, es más grande que vos!, le recriminé arrancándole los pelos. Ella ni lagrimeaba. Parecía extasiada con la pija de Feli a nada del brillo de sus pupilas alborotadas.
¿Qué? ¿Quién habló de tomar decisiones? ¡Es sexo ma, solo sexo! ¿O Feli no es un pendejo para vos? ¡Dale, juguemos con él! ¡Yo te convido de mi mamadera! ¡No sabés qué rica la tiene!, dijo, acercándose el pito del mocoso a los labios, y acto seguido se puso a mamársela otra vez, aunque ahora lo hacía con una suavidad exasperante. Como si quisiera hacerlo desear hasta el último aliento de su vida al pobre pibe.
¡Esta, me la vas a pagar pendejo! ¡Te lo juro! ¡Sos un degenerado!, le dije al oído a Feli, arrancándole algunos pelos de la patilla para que sepa perfectamente con quién se estaba metiendo. Él apenas reaccionó. Solo murmuró algo como: ¡Sí doñita, cuando quiera le pago lo que usted me diga!
¡Está bien Luciana! ¡Como vos quieras! ¡Pero, las cosas van a ser como a mí se me antojen!, le dije, observando cómo la pija del nene resbalaba por sus dientitos, que no se la presionaban, pero le hacían un delicioso camino y saliva que le caía por las piernas.
¡Ma, calmate un poco, y disfrutemos juntas! ¡Sentate al lado mío, así te convido lechita! ¡Aaah, mirá, si querés, podés hacerle oler a Feli mi bombacha rosada, la que está tirada debajo de mi cama!, me dijo Luciana, antes de volver a chupar, tragar y olisquearle la verga. Yo vi la bombachita al instante, y la levanté del suelo. pero no le hice caso. Solo me senté a su lado, y liberé mis tetas del vestido. Feli me las empezó a tocar, y Luciana se las ingenió para pasarme aquella pija hinchada con sus labios, directamente a mi boca. Fue gracioso el momento en que Luciana le pegó en las manos a Feli, diciéndole: ¡Hey, no le toques las tetas a mi mami, que después tengo que poner la boca, donde vos pusiste tus cochinas manos!
Pero, enseguida las dos empezamos a disputarnos el sabor de su pija cargada y gorda como no se la había visto antes. Ella sacaba la lengua para lamerle las bolas, y yo atrapaba su pija en mi boca para sentirla en mi garganta, tan palpitante y dura como las paredes de mi corazón. Luego, ella la saboreaba, mordisqueaba y tragaba hasta el fondo, mientras yo le ponía las tetas en el pecho al pibito, y él se servía sin ninguna prohibición para despedazármelas a chupones y lamidas. ¡El guacho estaba tan encendido que, sus jadeos le sacudían la poca capacidad de razonar que le quedaba! Y de golpe, un estallido que sonó en el interior de mis huesos atribulados, pareció convencerme de que todo lo que pasara en esa habitación sería solo mi responsabilidad.
¡Bueno, basta los dos! ¿Vos nene? ¿De verdad te querés coger a mi hija? ¿Y vos, seguís con la concha caliente por este degenerado? ¡OK! ¡Ahora las cosas van a ser como yo quiera! ¡Dale Luciana, salí de la cama un rato! ¡Y vos, vení con esa poronga para acá!, les decía, mientras me quedaba desprejuiciada mente en bombacha y me tendía sobre la cama, con las piernas abiertas. Me apretaba los pezones para calmar la calentura que me recorría las venas, y veía cómo el desconcierto de Luciana la paralizaba, totalmente desnuda, y la conducía a frotarse la vulva.
¡Dale nene, que no tengo todo el día! ¡Bajame la bombacha, subite arriba mío, y dame pija!, le ordené a ese pibito desprovisto de moral, y él estuvo de acuerdo con mis solicitudes. En menos de lo que pude decir su nombre, ya lo tenía sobre mi cuerpo, con su pene entrando pujante en mi concha repleta de vellos y humedades incontenibles, mordisqueándome las tetas sin una pizca de erotismo, pero con la sed animal que necesitaba, y soportando que mi boca le succione las orejas y algunos dedos.
¡Así nene, cogeme, cogete a la mujer del patrón, así bebéee, dame verga! ¡Dale, dame pito nene, que después le vas a dar un poquito a la Luli! ¿O no hija? ¿Querés meterte la mamadera de Feli ahí adentro? ¡Eso mi amor, tocate la conchita vos, que mami ya te lo presta! ¿Sí?, decía sin reprimirme, recibiendo la descarga de tanta adrenalina en mi interior, sintiendo cómo su glande golpeaba el tope de mi canal de hembra bien atendida, mortificándome por todo lo que sentía, pero viviendo como hacía tiempo que no lo notaba en la piel.
¡Dale ma, prestame ese pito, que lo quiero!, fue capaz de articular mi hija, acercándose para darle tremendo chirlo en la nalga derecha a mi amante, mientras nuestros pubis colisionaban histéricos, caóticos y sin leyes a las que respetar. ¡Así pendejo, dale, haceme un pibe, un villerito sucio como vos, así lo cría el cornudo de mi marido! ¿Te gustaría tener un hermanito villero Lu? ¿Un nenito que te mire el culo, como te lo mira este tarado? ¡Así pendejo, movete, dame verga, llename la argolla de leche! ¡Quiero que me dejes preñada, y que le dejes un bebé en la pancita a Lu!, decía mi boca descontrolada, entre gemidos atascados por el cigarrillo cotidiano, respiraciones turbulentas, y el crujido de todos mis huesos sin armonía.
¡Mami! ¿Qué decís? ¿Tas re chapa ma! ¡Yo no quiero hermanitos villeros, ni un bebé en la panza! ¡Y vos, dale guachito, olé mi bombacha! ¡Yo quiero que solo vos me mires el culo! ¡Ayer me hice una paja pensando en tu pija! ¡Dale, cogete a mi mami, mientras olés mi bombachita!, le decía de pronto mi hija, por poco asfixiándolo con su bombacha sucia, la que yacía debajo de su cama. Feli ahora respiraba con dificultades, mientras su pene seguía ensanchándose entre mis paredes vaginales, y mis tetas comenzaban a arderme de tantos mordiscos, frotadas y chupones. Entonces, decidí que era el momento de hacerle una guachada. En un momento le clavé las uñas en las costillas, mientras le gritaba: ¡Dale, levantate pendejo, que me dio un calambre! ¡Movete boludo, dale!
Feli se levantó, aunque no tan raudamente como hubiera esperado. Se preocupó por mi bien estar. Entonces, yo misma le puse una mano en el pecho y lo senté de prepo sobre la cama, mientras miraba a los ojos a Luciana, diciéndole: ¿Tomaste la pastillita Lu?
Ella me había dicho que sí con la cabeza.
¡Dale entonces! ¡Vení, y sentate en estas piernas hermosas, así te mete la mamadera ahí adentro! ¡Tenés un culo divino pendeja!, le decía luego, mientras ella se acercaba, dándole unos pellizquitos en la cola, y alentándola a que se suba a upita de Feli. él me miraba con desconfianza.
¡Dale amor! ¡Subite, y empezá a frotarle la colita en el pito! ¡Te morís de ganas de hacerlo! ¡Vamos!, le dije luego, cuando estuvo a punto de arrepentirse de seguirme el juego.
¿Doñita! ¿De verdad quiere que se la clave? ¡Mire que, después, se va a enviciar la guacha!, me dijo Feli, recobrando la voz de repente, mientras Luciana ya empezaba a frotarle el culo en las piernas, agarrándole el pito con una mano, yo le empecé a chuponear el cuello para que se calle, y Luli le pedía que le sobe las gomas. Y no tardé en oír el golpeteo de la cola de mi hija contra el pito de nuestro empleado, sus gemiditos y súplicas para que se la meta de una vez.
¡Dale nene, hacé lo que se te pide! ¡Cogete a mi hija, que yo te lo estoy permitiendo! ¡Es eso, o ella le cuenta todo a mi marido! ¿No hija? ¡Y ahí, yo voy a tener terribles problemas! ¡Y vos, te quedás sin laburo, y sin conchita! ¿Querés eso salame?, le dije para ponerlo en situación. Y de repente, la habitación vibró con el cálido gemido de Luciana en el momento que su pija entró entusiasmada en su vagina.
¡Aaaay, síiii, me entró toda mamiiiii! ¡La tengo toda adentro de la concha! ¡Dale, cogeme boludo, dame pija!, decía Luciana, alterada, manoseándose las tetas y babeándose hasta el mentón de la lujuria que le invadía el cuerpo.
¡Síii? ¿Toda adentro la sentís amor? ¿Te gusta? ¡Te gusta tener una pija en la concha mi bebé? ¡Dale, cogete a ese mocoso! ¡enseñale lo que podés hacer con esa concha!, le decía yo, mientras me sumaba a comerle la boca a Feli, y, casi que, sin querer, también a mi propia hija. ¿Cómo había llegado a eso? ¡Encima, sus labios eran deliciosos! ¡Me encantaba sentir la frescura de su aliento mientras gemía en los labios y la lengua! Feli se la seguía cogiendo, penetrándola con cada mes mayores contracciones, haciéndola saltar y golpear sus piernas con el culo, y tratando de meterle un dedito en la concha. En un momento me pareció que quería dedearle el culo.
¡Dale guacho, embarazame toda; embarazanos a las dos, que estamos re calientes con tu pija! ¿O no mami? ¿A vos te calienta la pija de este tarado? ¡Cogeme más fuerte, así la hacemos abuela! ¡Quiero toda esa pijaaaa!, gritaba Luciana, sin posibilidades de conectarse con el mundo que nos rodeaba, mientras Feli se la apretaba cada vez más contra su cuerpo, agarrándola del culo, y la movía a su antojo para que su pija la penetre sin piedades ni respetos. Y, fue justo cuando yo había empezado a darle unos chirlitos en la cola a Luciana que, ocurrió. Feli la apretó tan fuerte contra él, que Luciana lo insultó. No recuerdo qué le dijo puntualmente, porque los alaridos del pibe cubrieron cada atisbo de sus palabras.
¡Tomá guachita putaaa, ahí tenés mi lecheeee, para que se te llene la panza de leche, por putita, provocadora, igual que la zorra de tu viejaaaa!, le gritaba prácticamente en el oído, mientras le babeaba el cuello y el pelo, estremeciéndose adentro de mi hija, acabando como un conejo, llenándola como para fertilizar a todas las adolescentes del barrio. Luciana, aprovechaba a meterle su bombacha sucia en la boca, para calmarlo un poco, o para llevarlo a un éxtasis que lo mareaba todavía peor. Yo, en un momento sublime, hundí mi cabeza entre las piernas de ambos, ya que poco a poco Feli se me presentaba acostado por completo en la cama con mi hija encima, y me dediqué a olfatear, lamer y saborear sus sexos bañados en sudor, flujos y semen. Cuando le chupé los huevos a Feli, un nuevo espasmo hizo que su verga escupa un renovado chorro de semen en el interior de Luciana, y eso me puso como una locomotora.
¡Cuánta leche que tenés papito! ¡Largala toda, dale toda la leche, que todavía mi bebé está creciendo, y necesita que ese culito se siga desarrollando!, le decía yo, enalteciendo mis sensaciones con los olores de sus genitales juveniles. A Lu, incluso llegué a meterle la lengua en el culo, y a deslizársela unos segundos en la vagina, toda cremosita con el semen de ese infeliz. Las respiraciones de ambos se iban apagando, aunque habían empezado a besarse en la boca. Pensé que eso podía encenderlos de nuevo. Ella seguía gimoteando, ardiendo en los brazos fibrosos de Feli. Pero, él parecía abstraerse, o confundirse, o vaya a saber en qué pensaba. Yo misma le saqué la pija de adentro de la concha de Luciana, y se la limpié con la boca. Todavía la tenía dura, aunque retrocedía poco a poco, y estaba tan pegoteada como las piernas de Luciana. Cuando ella al fin se levantó de su cuerpo, vi cómo varios hilos de semen le caían por las piernas, y el brillo estimulante de su vagina.
¡Mami, me cogió re rico este idiota! ¡Vamos a tener que pensar en cómo hacer para compartirlo más seguido!, me dijo la descarada, sin apuros por vestirse ni limpiarse. Feli no se levantaba de la cama, con la mirada perdida en el techo, como si allí pudiera encontrar respuestas para su silencio.
¡Dale nene, arreglate la ropa que tenés que volver a trabajar! ¡Aparte, tenés que devolvernos todo el tiempo que te la pasaste con nosotras, pero trabajando!, le dije como para que reaccione. Él se levantó inmediatamente, sin mirarnos en detalle. Se acomodó la ropa, se puso la remera, y le dio un chirlo en la cola a Luciana, antes de decirme: ¡Doñita, por ahí, estaría bueno que no mezclemos las cosas! ¡Yo no quiero bardo con nadie!
¿Qué te pensás nene? ¡Yo no me voy a enamorar de vos, y mi vieja menos! ¡A mí, me conformás con darme esa mamadera todas las tardes! ¡Mi vieja, bueno, ella que te la pida cuando la quiera! ¿No cierto ma?, Decía Luciana, mientras se hacía una colita en el pelo, se secaba el sudor de la cara, y se miraba desnuda en el espejo. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊
Comentarios
Publicar un comentario