Chupete, pañal y mamadera

 

 

Una, muchas veces debe hacer caso omiso a las cosas que ve, escucha y observa en su trabajo, si es que desea conservarlo. Y más cuando se espera mucho tiempo por obtenerlo.

Mariano y Amelia me recibieron por recomendaciones de una amiga en común. Yo, a los 35 años todavía tenía varios objetivos por cumplir. Dos hijos, un marido ausente, una casa que alquilar, estudios que mantener, y los gastos obvios de ropa, comida y esparcimiento. Por eso, la primera vez que vi aquello, preferí no decir nada.

Mariano había llegado no hacía mucho de la oficina. Entró, dejó sus zapatos en la entrada del living, se preparó un café, e inmediatamente se acomodó en su sillón, su hija Marisol apareció vaya a saber de dónde. Se le sentó a upa entre saludos calurosos de bienvenida y pedidos de plata para comprarse algo rico en la panadería de en frente. Mariano, le acarició el pelo, le dijo que mejor espere a que llegue su madre, y le dio un beso en la boca. ¡Sí, a su propia hija de 16 años! Acto seguido, la chica dejó que el hombre le nalguee el culo mientras le decía: ¡Dale Mari, sentate bien, que pongo los dibus! ¿Querés?

Me juzgué, y me sentí mal por lo que pensaba. ¿Por qué no podría tratarse de un padre tierno, y de una chica que no quisiera hacerse la mujer superada, como cualquier pendeja de estos tiempos? ¡Pero, es que tenía unas gomas terribles, super escotadas en esa musculosa con brillitos! ¡Bueno, pero él es su padre! ¿Pero, por qué la había besado en la boca? ¡Eso no podía tratarse de algo casual! ¡Yo no besaba a mis hijos en la boca!

Luego, pasé un par de veces por el living, mientras lustraba muebles y ordenaba algunas plantas en las ventanas. Marisol veía dibujitos animados a upa de su padre, y él parecía quedarse dormido. Ella se reía de las monerías de los personajes, y se movía como una nena de 6 años, y junto con ella, sus tetas firmes, bien paradas y con dos pezones que se le erectaban bajo su remerita. Entonces, llegó Amelia, empilchada con su uniforme de abogada, maletín, cartera de mucha guita y echarpe. Afuera la temperatura había bajado bastante. He aquí, otra nueva prueba para mis estructuras.

¡Hola Maru! ¡Llegó mami, y te trajo algo rico!, le dijo la mujer mientras le estiraba uno de los cachetes. Acto seguido, le olió el cuello, alagó su perfume y, también le dio un beso en los labios. Luego besó a su marido, le pellizcó una pierna a Marisol, y sacó un paquete de alfajores de su maletín para dárselo.

¡Escuchame bien Maru! ¡No son para que te los comas todos juntos! ¡Estamos? ¡Aparte, hoy, me parece que no te bañaste antes de ir al colegio! ¿Me equivoco mi amor?, le decía, endulzando la voz y acariciándole el pelo.

¡Tenés el pelo hermoso, y un rico perfumito!, dijo a continuación, mientras Mariano atendía un llamado. Luego, intentando que no se escuche, le susurró sin demasiado éxito: ¡Pero, parece que no te cambiaste la bombachita! ¡Tenés olorcito a pis! ¡Bajate de las piernas de tu papi, y a bañarse!

¡Sí, es verdad Gordi! ¡Te lo iba a decir! ¡Tenés olor a pichí! ¿Qué pasó? ¿te hicieron reír mucho tus amigues?, empezó a decirle Mariano, haciéndole cosquillas, una vez que hubo terminado con su llamado telefónico. Y, la mujer empezó a comerle la boca a su marido, aún con la chica sobre las piernas de éste. Algo no me cerraba del todo. Pero, preferí pensar que era una familia muy cariñosa entre sí, y listo.

A los días, me tocó regar el inmenso jardín que tenían en el patio. Estaba sola. De hecho, había puesto musiquita en mi celu para no aburrirme, o para motivarme. Nunca me gustó eso de las plantas. Me sobresalté cuando escuché la voz de Marisol diciendo algo como: ¡Atrapame papiii, que seguro le errás, y no me mojás!

Entonces, la vi. La piba corría de un lado para el otro, con un shortcito y una musculosa llena de brillitos. Tras ella, venía Mariano con unas bombitas de agua en la mano. Le acertó una en la espalda y otra en la cola a Marisol, y ella no paraba de reírse. Aunque, parecía fingirle un pucherito poco creíble. Él la tomó de la cintura y la abrazó, una vez más acercando sus bocas para besarse.

¡Te gané bebé! ¡Ahora te toca poner la mesa, lavar los platos, y servir el postre! ¡Mami preparó ensalada de frutas, y batió crema de leche!, le dijo el padre, antes de volver a besarla en la boca. Ella se reía, aunque le reprochaba que siempre lavaba los platos últimamente.

¡No seas exagerada, que la Tere los lava seguido! ¿No cierto Tere?, se dirigió a mí el hombre, mientras le quitaba la remera mojada a su hija, recordándole que ya estaba fresco para pasar mucho tiempo mojada. El corpiño se lo quitó ella, mientras él se metía en el lavadero, y lo colgó en el tender de la ropa. Entonces, se me acercó para preguntarme si podía hacerle una leche chocolatada. Tenía las tetas paraditas, crespitas por el frescor de la tarde, y con los pezones duritos.

¡Sí señorita, termino acá, y se la preparo! ¡Pero, le convendría cambiarse el pantalón también!, le dije, mientras regaba unas plantas especialmente altas, colgadas de la pared.

¡Sí, pasa que, no me lo saco acá, porque ando sin bombacha! ¡Bueno, te espero en el living! ¿Voy a mirar la tele!, me dijo, y se alejó al trotecito, tarareando una canción de una publicidad de alfajores.

¿Qué le parece mi hija? ¿La ve más crecidita Tere?, me consultó el hombre, asustándome con su intervención, ya que yo enrollaba la manguera distraída, pensando en terminar de ordenar el patio.

¡Y, sí señor, la verdad, es preciosa! ¡Aparte, es inteligente, y parece una buena chica!, dije, medio que, por cortesía, porque, tampoco es que la conocía demasiado. Hacía un mes que trabajaba en la casa, y, sinceramente, a Marisol no la veía tanto, porque en la tarde iba al colegio. Honestamente, parecía una chica más del montón, salvo por sus tetas terribles. Es morocha, pelo hasta la mitad de la espalda, ojos marrones, carita risueña, y no mucho más para destacarle.

¡Tenés razón! ¡Y encima de eso, tiene unos pechos preciosos! ¡Creo que, no tiene la cola que ella sueña tener! ¡Pero supongo que, con los pechitos está feliz!, agregó Mariano. Yo no comprendía del todo a qué se refería. Me reí por compromiso, le dije que habían llegado varias boletas municipales, y luego corrí a la cocina. Cuando terminé de hacerle la leche a Marisol, se la llevé al living, donde me la había pedido. Y entonces, la vi muy echada sobre el sillón, muy atenta a un programa de moda de la tele, cubierta con un toallón rosado, aún con las tetas al aire, y, extrañamente, con una mamadera también rosada en la mano.

¡Tere, me re coparía que, me sirvas esa taza, acá adentro! ¿Podrás?, me decía, ofreciéndome la mamadera. Me hizo gracia, y ella se contagió de mi reacción.

¡Sí, claro, no hay problema señorita!, le dije, y me llevé la taza con la mamadera para llenársela en la cocina. Luego se la llevé, y la muy atrevida me abría la boca, como para que yo se la dé allí. Pero, por suerte, antes de lograr que se me desborde el filtro de la irrealidad, me dedicó una sonrisa, y ella misma se puso a sorber la tetina con absoluta normalidad. Aunque, antes de verme volver a la cocina me dijo: ¡Tere, necesito que me traigas una bombacha del cajón, y unas medias! ¡Más tarde me seco el pelo!

Recuerdo que cumplí con su requerimiento, y que, entonces, otro detalle imposible de olvidar apareció en el cajón de su ropa interior. había mínimo diez chupetes de distintos colores, toallitas húmedas para bebés, dos pañales descartables, y una bombacha de goma, además de cajitas de preservativos, un gel íntimo y un aceite para masajes.

Una mañana, Amelia me mandó a llevarle el desayuno a la cama a Marisol, porque estaba un poco enferma. ¡Ella también sabía lo de la mamadera! ¡En la bandeja, junto a unas tostadas, la manteca, la jalea de membrillo y unos bocaditos nutritivos, dejó una mamadera azul con chocolatada caliente!

¡Tere, fijate si tiene fiebre! ¡Ayer pasó una noche fatal! ¡Y, preguntale si quiere bañarse, o si prefiere hacerlo a la tarde! ¡Y, decile que yo ya voy, y le llevo el jarabe!, me dijo Amelia, mientras se alistaba para darse una ducha urgente, antes de partir para el trabajo. Cuando fui al cuarto de la nena, le acomodé el desayuno en su mesita de luz, la desperté, le dije todo lo que su madre me había dicho, y le tomé la fiebre. Tenía 36 grados, aunque estaba transpirada, con una tos seca horrible y muchos mocos. Me agradeció por el desayuno, y mientras se ponía a sorber la mamadera con una carita de felicidad indescriptible, empezó a destaparse, quejándose por el calor que tenía. entonces, contemplé que, solo la vestía una remera que no le cubría del todo el abdomen. Quise preguntarle algo. O sea, ¿Por qué dormía desnuda? Y de golpe miré hacia el suelo, y me encontré con que por debajo de su cama asomaba un pañal arrugado, claramente usado. No tuve mucho tiempo para especulaciones, porque casi sin anunciarse, su madre entró en el cuarto, en ropa interior, y con todo el apuro encima, trayendo el jarabe milagroso. Yo me remití a decirle que no tenía fiebre, y me puse a doblar la ropa que había dispersa por todos lados.

¡Hola mi chiquita! ¡Acá ta la mami, para darte el remedio! ¡Y ojo con ponerme cara fea, que te lo tenés que tomar, te guste o no!, intentaba convencerla Amelia. Era obvio que ese jarabe sabía espantoso. Sin embargo, Marisol tomó la dosis que le correspondía, y luego empezó a reírse cuando su madre empezó a hacerle cosquillas. Enseguida reparó en que su hija estaba desnuda.

¿Te hiciste pis a la noche Maru?, le preguntó la madre en tono conciliador. Ella le respondió que sí con los labios cerrados.

¿Y por qué no nos llamaste? ¿Te sacaste vos solita el pañal, así como estabas? ¿Volando de fiebre? ¡Tu papá, o yo, veníamos y te cambiábamos! ¿A ver, vamos a ver si te limpiaste bien!, le decía la mujer, llenando todos los formularios de mi desesperación con elementos que yo no podía comprender. ¡no estaba mal que la nena hubiese usado pañales por una noche particular! ¡Pero, tenía una habitación con baño propio! ¡Pero, qué insensible que sos Tere! ¡La gente de plata, por más que tenga todas las comodidades del mundo, también se enferma, y se sienten vulnerables! ¿Qué tenía de malo que los padres hayan decidido que use pañales por una noche? Sin embargo, en sus cajones había más de uno. ¡Qué raro empezaba a resultarme todo esto! Y para colmo, la mujer le acariciaba las piernas, dándole besitos suaves en la cara, y en la boca, diciéndole: ¡Tranqui bebé, que no pasa nada! ¡Es solo pipí! ¡Después, le decimos a Tere que te prepare el baño, así te duchás, y te volvés a recostar! ¿OK?

Una tarde, mientras aspiraba las alfombras, oí que Mariano buscaba a su hija por todas partes. Hasta que la vi salir de adentro de un armario que había en el living. Me hizo un guiño para que no le diga a su padre que estaba allí escondida. Me sorprendió verla vestida con el guardapolvo de una escuela primaria, y debajo tan solo una bombachita celeste con puntillas. Se la vi porque el guardapolvo estaba desabrochado. Y, además, llevaba un chupete colgado en el cuello, con una cinta rosada. Entonces, encendí la aspiradora, y no supe nada más, hasta que oí risas, voces y corridas por la cocina. El gato había cazado a su ratoncito.

¡Salí pa, que no era así el juego! ¡Si me encontrabas, tenías que tocarme solo con un pie para inmovilizarme, y recién ahí ver si me reía con las cosquillas! ¡Pará Paaa, porfiii, bastaaa, no seas malooo, que me voy a hacer piiis!, decía Marisol, tratando de no ahogarse entre tanta jarana. El hombre también se moría de risa.

¡Asumí que perdiste nena, dale! ¡Ya te atrapé, y te gané! ¡Así que, mañana te toca juntar la caca de tu perro del patio, alimentar a los peces, limpiar mi estudio, y hacerme una tarta de crema y frutillas!, le decía Mariano, tan risueño como ella, sometiéndola a un mar de cosquillas. Los vi justo cuando él la tenía abrazada por detrás, y a ella se le desorbitaban los ojos de la conmoción. El padre le pellizcaba los pezones, y le apoyaba el pito en la cola. ¡Pero, eso era imposible! ¡Yo me estaba imaginando cosas, o viendo fantasmas! ¡Pero era cierto! Las cosquillas de Mariano la recorrían toda, mientras se hacía realidad la advertencia de Marisol. Pronto el suelo de la cocina se convertía en un charquito amarillo, sobre el que luego cayó su bombacha celeste de puntillas. Ahí, el padre se puso serio, y tras darle un chirlo amistoso en la cola, la mandó a la ducha. Aunque antes, le comió la boca de un beso. ¡Y ella, hasta le sacó la lengua antes de desaparecer por los pasillos!

¡Tere, por favor, necesito que limpies la cocina! ¡Después seguís con el aparato ese! ¡Pasa que, la chancha no se aguantó las cosquillas, y se hizo pis! ¿Podrás?, me decía Mariano desde la cocina, sirviéndose un vaso de gaseosa. Le dije que sí, y le hice un chiste, sabiendo que detestaba el ruido de la aspiradora.

¡Aaah, y la bombachita, llevásela al baño, así la lava! ¡Tiene que estar a punto de ducharse!, me dijo, una vez que ya había terminado con el piso. ¡Y tuve que hacerlo! Se la llevé, y ella me la recibió, todavía sin abrir los grifos de la ducha, desnuda, sentada en el bidet apagado, cantando una canción en inglés. ¡Por momentos me sentía tan estúpida complaciéndolos!

La mañana de un sábado soleado, y especial para la familia, porque era el cumpleaños de Amelia, llegué hecha una tromba. Me había quedado dormida por mirar una peli con mis hijos. Enseguida me puse a encerar pisos, limpiar platos, copas, vasos, fuentes y cubiertos. Tenían una reunión familiar por la noche. y, en medio de mis actividades, Amelia me pidió, con una sonrisa radiante en el rostro, (porque le había impresionado el ramo de calas que yo le regalé): ¡Tere, hagamos esto! ¡Llevale el desayuno a Mariano, y a la muñequita, que están mirando una peli en la cama! ¡Todavía no se dignan a levantarse para ayudarnos! ¡Ya van a ver esos dos! ¡Mirá, en esta bandeja esta todo! ¡El café y las tostadas para Mariano, y la mamadera para Maru, con sus alfajores de maicena! ¡Después, cuando termines, vení, y nos tomamos un cafecito! ¿Dale? ¡Nos merecemos un descanso!

Lo que me encontré en esa habitación, casi me impulsa a largar la bandeja con todo al suelo y salir corriendo. Mariano estaba acostado, con la cabeza de Marisol sobre su pecho. Ella, boca abajo, se dejaba acariciar el pelo, la espalda desnuda y la cola apenas vestida con una bombacha rosa por su padre. Cuando escucharon la puerta, Marisol apenas me dedicó una mirada. Mariano, empezó a festejar mi aparición, con frases como: ¡Woooow, ¡qué bueno Maruuu, llegó la lecheee, y el cafecito para papiii! ¡Sos una genia Tere! ¡Así que, vamos Maru, vamos a sentarnos, así tomamos la leche!

Mientras hablaba, poco a poco se acomodaba a su hija sobre sus piernas, sentándose un poco mejor en la cama, luego de pegar las almohadas a la pared. Le tapó los pies con la sábana, y le palpó la vulva sobre la bombacha, preguntándole: ¿No querés ir a hacer pipí antes de tomarte la leche?

Ella, sin detenerse a pensarlo mucho le respondió: ¡No pa, porque ya me hice todo en el pañal! Y, de golpe mis ojos se encontraron con que, a unos centímetros de la mesa de luz, había un pañal hecho un bollo, evidentemente mojado. No supe qué decirles, si es que cabía manifestarme en ese momento. ¿Cómo podía ser que, esa nena, tan aplicada en el estudio, llena de amigas, con actividades en el club, y tan señorita en muchas cosas, ahora estuviese de esa forma con su padre? ¿Y, usando pañales? Para colmo, Mariano, una vez que la tuvo bien sentada comenzó a ponerle la mamadera en los labios, y ella a sorberla con una carita de felicidad que, hasta me daba ternura. Él también bebía de su taza de café, y veían la tele juntos.

¡Tere, porfi! ¡llevate el pañal de la Maru a la basura! ¡Pasa que, esta mañana vino a ver una peli conmigo, y ya se había meado encima la chancha!, me solicitó Mariano, en medio de unas risas por las pavadas de uno de los personajes de la película. Yo, totalmente conmocionada, decidí abordar el tema con Amelia, una vez que nos sentamos a tomar el café en la cocina.

¡Mirá Tere, no sé cómo explicártelo! ¡Pero, Maru, es nuestra única hija! ¡Tiene todo lo que quiere, y más! ¡Nosotros, y ella, somos felices con, bueno, digamos, ciertas reglas, o juegos que nos propusimos! ¡Un poco sin querer! ¡Fue raro al principio! ¡Pero, es importante que no nos juzgues como padres! ¡Ni a ella tampoco! ¡Creo que, el primero que sembró la semilla de la curiosidad, fue Mariano! ¡Una noche entró a su pieza, y la vio tirada en la cama, en bombacha, y tomando jugo de naranja con una mamadera! ¡Maru tenía 12, y acababa de repetir séptimo grado! ¡Fue un golpe duro para ella! ¡Se sentía culpable, y mal con nosotros! ¡Ni siquiera nos miraba a la cara de la vergüenza!, me explicaba la mujer bajo una lúgubre y falsa sonrisa en el rostro, revolviendo una y otra vez su café. Yo, no sabía si ponerme en su lugar, o en el de Marisol, o si pedirles a mis dientes que sean prudentes a la hora de morder las tostadas crujientes. ¡No quería perderme ni una palabra de su discurso!

¡Cuando me lo contó, no lo podía entender! ¡Pero, a los dos nos brilló la misma intensidad en la mirada! ¡Quisimos verla otra vez como a nuestra bebé chiquita! ¿Entendés? ¡Entonces, sin querer queriendo, empezamos a prepararle mamaderas con chocolatada, o juguitos, o lo que ella quisiera! ¡Después, vinieron todos los juegos, que ella misma proponía! ¡Es más! ¡Ella, una vez llegó de la farmacia con un chupete! ¡No lo podíamos entender! ¡Pero, Mariano se la sentó en las piernas, le puso los dibus, y enseguida hubo una interacción hermosa entre ellos! ¡Esa, creo que fue la primera vez que Maru se hizo pis a upa de Mariano! ¡Entre risas, caras de sorpresa y cosas graciosas, Mariano sugirió que “Había que comprarle pañales a la bebé”! ¡Y ella se mostró totalmente de acuerdo!, continuaba diciendo Amelia, por momentos cubriéndose el rostro con las manos, mientras el café aromaba cada poro de mi piel. Algo en mi interior comenzaba a arder de una forma inusitada.

¡Pero, no te confundas Tere, por dios! ¡Jamás, ni él ni yo, le hicimos algo! ¡O sea, aparte de los besos en la boca, o que a veces yo la dejo que me toque las tetas, o que me las muerda por encima de la remera, o el corpiño, no sucedió nada! ¡Nos prometimos con Mariano que nunca íbamos a tener sexo con ella, si es en lo que estás pensando!, me advirtió, como si tuviera la capacidad de leer la letra chica de mis neuronas. Yo, puse cara de conformidad, o de comprensión. Aunque, mi bombacha se llenaba de ratones curiosos, anhelantes y libertinos.

¡No me vas a negar que es hermoso besarles las nalguitas a los bebés cuando son chiquitos! ¡La colita de Maru, era una delicia! ¡Y más después de ponerle el talquito! ¿Vos, lo hacías con tus nenes? ¡A veces, con Maru había que tener cuidado, porque, mientras la besuqueabas, por ahí se le antojaba mearse! ¡Y la cabrona se mataba de risa!, proseguía Amelia, levantándose de a poco para continuar con los preparativos de su cumpleaños. Me sentí arder por dentro, y temí que el calor de mis mejillas pudiera evidenciarme.

¡Encima, los varones son re meones, y risueños! ¡Seguro que, hasta jugabas con sus pilines! ¡En eso, envidio a mi hermana que tuvo tres nenes!, decía luego la mujer, trayendo y llevando cosas para lavar, mientras yo limpiaba el suelo, interviniendo como podía en la charla, sintiendo la humedad de mi bombacha golpeando a mis labios vaginales como el sol a las ventanas de la casa. ¡Pero no podía abstraerme! ¡Claro que yo recordaba los besos babosos que les daba a mis hijos, y de la forma en la que jugaba con sus pitos! ¡Sin embargo, jamás se me había ocurrido volver a convertirlos en bebés!

Otra tarde, mientras repasaba muebles en el living, escuché a Maru hablando por WhatsApp con una amiga. ¡Le contaba que no podía ser que todavía Un tal Matías no le diera bola! Parecía triste, enojada y a punto de explotar. Todo al mismo tiempo. Y para colmo, estaba claro que su amiga no le ayudaba mucho a calmar su angustia. Pero entonces apareció Amelia, que se había recostado un ratito.

¡Maru, basta de ponerte mal por ese chico! ¡Ya lo hablamos! ¡Y, en el fondo, Pamela tiene razón! ¡Ese chico no te merece! ¿No querés que te prepare una mamadera? ¡Por ahí, eso te calma!, le decía la mujer mientras ponía agua en una pava y buscaba un paquete de galletitas, caminando lentamente por la cocina. Hasta que le puso una mano en el hombro a su hija, le acarició el pelo y empezó a besuquearle la mejilla. Pero, sus besos arribaron a sus labios, y en breve, la mujer estuvo sentada sobre la silla, con Maru sobre su falda. Amelia no tardó en liberar uno de sus pechos del camisón, ni Maru en comenzar a succionarle el pezón con una felicidad en los ojitos que irritaba a los ángeles más bondadosos.

¿Viste que mami siempre te pone contenta mi amor? ¡Así, dale, tomá la tetita, como cuando eras una bebé llorona, comilona y curiosa!, le decía Amelia en una mezcla de suspiro y alivio. Yo las veía anonadada, y Amelia hasta me guiñó un ojo cuando me descubrió, para que no me atreva a pronunciar palabra. Me costaba poner atención en los adornos de los aparadores y vitrinas, porque, pronto Amelia le había bajado el pantalón cortito a su hija para acariciarle la cola por encima de una bombachita verde, mientras le decía: ¡Hoy no te hagas pipí Maru, porque tu papá se olvidó de comprar pañales! ¿OK? ¡Y dejá de pensar en ese chico, que las tetas de mami te curan la tristeza!

Después de eso, se la bajó de la falda con toda la tranquilidad del mundo, y con las tetas al aire se puso a calentar leche en un hervidor. Cuando terminó de armarle la mamadera, le dijo: ¡Andá con tu papá, que yo, ya le llevo el café! ¡Dejalo que él te dé la mamadera! ¿Sí?

Pero, las cosas no salieron como Amelia lo previó, porque, recibió un llamado a su celular. En cuestión de minutos, me dijo entre alarmada y apurada: ¡Tere, corazón, escuchame! ¡Llevale el café a Mariano, y decile que tengo que salir urgente! ¡Internaron a mi hermana! ¡No debe ser muy seria la cosa! ¡Pero, mi cuñado está laburando en el sur, y mi vieja, bueno, ya no está para esos trotes! ¡Cualquier cosa, decile que yo lo llamo en cuanto tenga novedades!

Así que, luego de verla marcharse como una bala por la puerta, me dispuse a preparar el café, mientras oía risas que provenían de la pieza matrimonial. Era obvio que Maru estaba jugando con su padre. Y entonces, me atreví a oler el camisón que Amelia había dejado sobre la silla. ¿Cómo pudo haberme excitado tanto ver a Maru chupándole las tetas a su madre? ¿Y luego a ella, amasándole las nalguitas como si fuesen trozos de plastilina?

Una vez que tuve el café, las noticias ordenadas, mi cerebro en paz, y el vasito de soda infaltable para el patrón, caminé despacio hacia el cuarto. Esta vez, no entré hasta observar detenidamente lo que pasaba. ¡Y eso sí que me desencajó por completo! Mariano estaba acostado boca arriba, muerto de risa, feliz y jovial, convertido en una especie de sube y baja para su hija. Es que, ella estaba parada sobre sus manos, descalza y en bombacha, sosteniéndose alegre de sus rodillas para que, la fuerza de los brazos del hombre la suban y bajen. A veces lentamente, y otras con más velocidad. Cuando llegaba casi a posar su vagina sobre su cara, o su pecho, Mariano le daba chirlos suaves en la cola, o le hacía cosquillas en los pies, hasta volver a elevarla una vez más. Maru, además tenía puesto un chupete en la boca, y tal vez, por efectos del propio juego, no paraba de babearse toda.

¿Te subo más arriba bebé? ¿Ojo con golpearte, o resbalarte! ¡Guarda, que ahí voy! ¡Eeeesa, qué linda la nena!, le decía Mariano antes de subirla con todo, y hacerla dar unos saltitos sobre sus manos. Creo que fue entonces cuando vi que él tenía apenas un bóxer, y prácticamente la cabeza de la pija asomándole por el elástico. Eso me impresionó tanto como me prendió fuego la concha. ¡Y esa vez no me sentí mal por calentarme!

¡Bueno hija, guarda que ahora te bajo! ¡Ya llegó la Tere a traerme el café! ¡Y a vos, te toca tomar la leche! ¡Así que, a ponernos las pilas!, le decía Mariano con dulzura, luego de lo que a mí me parecieron horas de ver a la nena subiendo y bajando, chocando varias veces su vagina con la cara de su padre, riéndose, sacándose el chupete para decirle algo, y corriendo el riesgo de caerse todo el tiempo. Entonces, cuando al fin Maru aterrizó sobre el pecho de Mariano, vi con toda claridad cómo él le sacó la bombacha, la cubrió con la sábana y fue acomodándola de a poco para sentarla sobre sus piernas. ¿O sobre su pija? Lo cierto es que, yo entré con las noticias y la merienda, y él me escuchaba con atención, mientras colocaba la tetina de la mamadera en la boca de su hija, y Maru se alimentaba.

¡Todo bien Tere! ¡Gracias por contarme todo! ¡Yo, en un ratito me comunico con Amelia, si ella no me llama! ¡Esperemos que no sea nada grave! ¡últimamente, mi cuñada no se cuida mucho que digamos! ¡Aaah, y llevate la bombacha de Maru a lavar, y traeme otra de su pieza! ¡Y, una remera limpia, porque, la que tenía se le ensució con leche! ¡Y el pantalón, bueno, según ella se le cae! ¡Así que, también algún shortcito! ¡El que veas primero! ¡Podrás?, me dijo Mariano con la bombacha de la nena en la mano. Yo la tomé, y no esperé a llegar a la habitación para olerla, frotarla en mis tetas y volver a embriagarme con su aroma. ¡Esa nena estaba en bolas, tomando una mamadera, a upa de su padre, que además estaba en bóxer! ¿Sabría de esto Amelia? ¿O se hacía la boluda? En todo eso pensaba mientras viajaba con el aroma de ese calzón húmedo, repleto de los jueguitos que mantenía con su padre, y con el calor de esa piel inocente, hormonal y sedienta. ¡Porque, estaba claro que ella lo re disfrutaba!

Cuando volví con la ropita de Maru, ella estaba sola en el cuarto, mirando la tele, destapada y desnuda. Tenía la mamadera vacía en la mano.

¡Gracias Tere! ¡Ya me visto, y me pongo a hacer las cosas de la escuela! ¡Mi papi fue a comprar la carne para la noche, y unos pañales!, me dijo mientras se incorporaba en la cama, y yo le estiraba la ropa para que se vista.

¡Maru! ¿A vos, te gusta, tomar la leche en mamadera? ¡Y, usar pañales? ¡Perdoname que te lo pregunte! ¡Si querés, ni hace falta que me respondas! ¡Es, solo, que me da curiosidad!, le pregunté, con el corazón reprochándome por haber sido tan imprudente.

¡Es que, a mí me encanta ser la bebé para mis papis! ¡Es divertido! ¡Siempre me gustó eso de chupar la mamadera, y de hacerme pis encima! ¡No sé, es como, excitante, saber que te estás mojando toda, con eso tan calentito, que te recorre la cola, las piernas! ¡No sé, me encanta!, me respondió sin embargo ella, temblando por las carcajadas que se mandaba su buen humor. Y de repente me dijo: ¡Ayudame a ponerme la remera, mientras, yo me pongo la bombacha! ¿Dale?

Yo esperé a que se la ponga, y admirando la forma de su vulva rosada escapándose un poco a través de los costados de su ropa, le puse primero una manga, y luego la otra. Y después, se recostó en la cama para que le ponga el short, como si estuviese en modo nena chiquita. Nos reímos de eso y todo. Pero, para mis estructuras, aquello se asemejaba a una locura.

A la semana siguiente, Mariano me llamó desde su habitación. Yo estaba preparando unas milanesas para la cena, ya que Amelia se había quedado a cuidar a su hermana en el hospital.

¡Tere, Mirá, me parece que la Maru se hizo pis! ¿te animás a cambiarla? ¡Tomá, te la dejo, porque yo tengo que ir a darme una ducha!, me decía el hombre, que hasta ese momento la tenía en brazos, tan solo con un vestidito de verano y pañales. Él, estaba en calzoncillos, y, para mí no fue tan difícil reconocer que, lo tenía todo empapado con semen. ¿Qué había estado haciendo con Maru? Ni se los pregunté. Apenas Mariano se metió al baño, yo recorrí el cuarto con la nena a upa. Por suerte no pesaba nada.

¿Te hiciste pis Maru? ¿O lo segundo?, le pregunté, posándola suavemente en la cama.

¡Nooo Tere, caca nunca! ¡Solo pipí! ¡Y, sí, mientras papi me daba la mamadera, me hice pichí!, me respondió. ¡Yo no sabía qué hacer! ¿Cómo podía ser posible que tuviera que cambiarle el pañal a una adolescente? Sin embargo, justo cuando estaba aflojándole las cintas, Amelia entró en el cuarto.

¡Hola Tere! ¡Llegué! ¡Llegó mamá mi vida! ¡Y, parece que ya te measte encima! ¿Querés cambiarla vos Tere?, iba diciendo al boleo la mujer, mientras revoleaba su cartera, sus tacos y unos auriculares. Yo le dije que, ya que estaba, la cambie ella, porque yo había perdido práctica en esas cosas. Amelia me sonrió, y me dijo que la ayude a sacudir la cama, mientras ella la cambiaba.

¡Maru! ¿Estuviste jugando con papi? ¡Digo, porque, tenés semen en las piernitas! ¿Qué hicieron?, le preguntó Amelia con una calma que, al menos para mí resultaba sospechosa. Maru le dijo que jugaron a lo de siempre, y dejó que su mami le dé unos besos en las piernas, la panza, las tetas, y luego en la boca. Además, le pasó la frente por la vagina, y se la olió durante un largo rato. Mis sentidos ya estaban desencajados, al borde de colapsarme por dentro y por fuera.

¿Cómo es eso que, juega con su padre? ¿Se acuerda de lo que hablamos Amelia? ¿Dónde quedó eso de que, él no le haría nada?, se me escapó del pecho, como un condicionante extraño.

¡Shhh, calma Tere, que no le hizo nada! ¡A veces, juegan al sube y baja! ¡Otras, al caballito! ¡En ese juego, a veces Mariano no lo resiste, y de tanto soportar el choque de sus piernitas y el pañal contra su bulto, bueno, termina acabando! ¡Por eso siempre la gordita usa pañales, para jugar al caballito! ¿No cierto amor? ¡Y decí que no consigo bombachitas de goma!, me decía, incluyendo a su hija en el relato, mientras terminaba de vestirla como a una chica normal.

¡A la noche, antes de acostarte, si querés jugar con papi, o conmigo, nos decís, y te ponés un pañal! ¿Estamos? ¡Te dejé varios arriba de la cama!, sentenció Amelia mientras Marisol cruzaba la puerta del cuarto, y yo terminaba al fin de tender la cama. Ella se sentó, y al mismo tiempo que respondía un SMS, me decía: ¡Tere, tranqui, que mi marido jamás va a penetrarla, si ese es tu miedo! ¡A él le fascina terminar en sus piernas, o en la ropa de Maru, o en la mía, o en sus pañales! ¡Imagino que, sigue siendo raro todo esto para vos! ¡Pero, nosotros, preferimos que juegue y se divierta así, con sus padres, y no que vaya en busca de cosas raras por ahí! ¿No te parece? ¡Igual, como te dije alguna vez! ¡Si estás incómoda, o no te sentís a gusto, solo tenés que decirnos! ¡No queremos presionarte! ¡Sé que necesitás el trabajo! ¡Nosotros, precisamos de tu confidencialidad!

Digamos que, de alguna forma, esas palabras rondaban mi mente cada tanto, como si fuese un nuevo pacto por cumplir. Yo creía en Amelia, y Mariano, no me parecía un mal tipo. Y Marisol, era cierto que se divertía. Por un tiempo, intenté ahuyentar todo lo que pudiera de sus actividades. Si era necesario, intervendría solo para lo que se me solicite, y punto. Si llegaba a ver algo, bueno, procuraría mirar hacia otro lado, o fingir cierto apuro. Durante unos días, mi estrategia funcionó. Hasta que, una tarde, cuando salí del lavadero con un montonazo de ropa húmeda para tender, empecé a escuchar que Mariano le hablaba a Maru con ternura. No quería acercarme a ver, por más que tuviera todas las posibilidades.

¡Así bebé, despacito, y no muerdas tan fuerte! ¡Vamos, así chiquita! ¡Y que sea la última vez que venís de la escuela con olor a pichí! ¡Tu mamá se va a enterar de esto! ¡Nooo, no muerdas Maru, despacito, que no es como tu mamadera! ¡Aparte, es más dura que tu mamadera, o que tus chupetes! ¿No cierto? ¡Y ahora, contame! ¿Por qué te hiciste pis en la escuela?, decía el hombre, cada vez más acelerado, nervioso, o cargado de tensiones. Con semejantes declaraciones, no pude evitar acercarme al ventanal para complacer a mis curiosidades. Mariano estaba sentado sobre la mesa de la cocina, con las piernas abiertas, y con su miembro siendo devorado por los labios de su hija. Maru, estaba como en cuclillas sobre una silla, con la pollerita de la escuela, la bombacha colgando de un pie, y con un chupete en la mano. De a ratos, cuando se sacaba la pija de su padre de la boca, mordisqueaba el chupete, mirándolo a los ojos. El hombre le amasaba las tetitas, le tocaba la cara con el chupete babeado, una vez que ella se lo quitaba de la boca, o le sonaba la nariz con un pañuelito rosado.

¡Me hice pis porque me re cagué de risa de un chiste que me contó la Meli! ¡Y porque, ella, me hizo cosquillas!, dijo Marisol, antes de volver a besuquearle el glande a su padre. Yo no daba crédito a mis ojos, ni a mis oídos, ni a mi propia existencia. ¡Al final, Amelia se equivocaba respecto a su marido! ¿Debía contárselo? ¿Y, si me metía en un quilombo?

¡Pobre, mi bebé, que no se aguanta las cosquillitas! ¡Pero, tenés que cuidarte de mearte en el cole Maru! ¡Pueden sancionarte, o llamarnos a nosotros, para, bueno, viste cómo son los docentes! ¡Así mi amor, dale más besitos a la mamadera de papi, que te gusta! ¿Viste que está calentita? ¿Igual que tu mamadera! ¿Querés un poquito de leche? ¡Acá tengo, porque, te la preparé antes de que llegues!, le decía el hombre, mostrándole una mamadera llena de chocolatada caliente, sin dejar de tocarle las tetas, ni de sonreír como un bobo cuando ella le escupía el pito. La verdad, las dimensiones de esa pija eran impresionantes. ¡No le entraba ni la mitad en la boca a la pobre nena! Tal vez, eso era lo que más desesperaba a Mariano, que, finalmente había logrado que Maru beba unos buenos sorbos de la mamadera.

¡Si querés, podés escupirme un poquito de leche, o volcarme un poquito en el pilín, para que sea más rico! ¿Te gustaría?, le sugirió el hombre, mientras poco a poco se me iba resbalando la parva de ropa de los brazos. Ella le obedeció al pie de la letra, y enseguida se puso a chupar, succionar y besuquear aquel magnífico pedazo de pija, bastante más entusiasmada.

¡Así bebé, mordela si querés, pegate en esos cachetitos hermosos, así se te ensucian de lechita! ¡Qué rico, cómo muerde la mamadera la bebé! ¡Así pendejita de papi, seguí chupando, que, esto te lo buscaste, por mearte en la escuela! ¡Sabés que solo acá podés hacerte pis! ¡Y qué, tanto mami como papi no te dicen nada! ¡Creo que a tu madre se vuelve loca con tu olor a pichí, mucho más que yo!, le iba diciendo, mientras de a poco la alzaba en sus brazos para sentarla en sus piernas, haciendo que la pollerita flamee como una inocente mariposa a punto de ser fecundada. En ese momento, creí que los grititos de Maru inundarían la cocina, que la mesa comenzaría a quejarse por el movimiento natural de la cogida que se avecinaba. Pero, el hombre empezó a comerle la boca, a besarle el cuello, y pronto a estirarle los pezoncitos con los labios, mientras ella le apretaba el pito con las piernitas, cerrándolas con fuerza para darle un placer inimaginable. En los ojos de Mariano podía leer que aquel era el instante más feliz de su vida.

¡Papi te va a dejar la lechita en la pollera bebé, o en las piernitas! ¡Dale, pasame tu bombacha! ¡Seguro que todavía está húmeda, pendejita sucia!, escuché que le dijo, presa de una urgencia inexpugnable. Vi que ella estiró su mano y agarró su bombacha para directamente frotársela en la cara a Mariano, y que luego éste la tomó de la cintura para hacer que su tremenda cola golpee varias veces en su pubis, sin que su pija se escape de la prisión de las piernitas de Maru. De hecho, todo el tiempo le decía: ¡Apretá así nena, dale, apretame el pito con esas piernitas hermosas!

Y de repente, apareció Amelia, con unas bolsas de super mercado. ¡Ni se inmutó al ver la escena, con mucha más nitidez que yo! Dejó las bolsas colgadas de una silla, se sacó los anteojos y una camperita de hilo que llevaba, y le corrió la cabellera a Maru para besar en la boca a su marido, mientras este, evidentemente comenzaba a eyacular como loco. Amelia no tardó en morderle los labios, en sumar a Maru al besuqueo perverso que ahora resonaba en la cocina iluminada, porque Amelia había encendido la luz, ni en liberar sus tetas del corpiño para dárselas a su hija, mientras repasaba el aroma de aquella bombachita con su nariz colorada de la emoción. Mariano gimoteaba sin palabras, se retorcía de placer, y no paraba de pasarse la lengua por los labios. No abría los ojos mientras humedecía a su hija con todo lo que tenía. la mamadera se cayó al suelo con un ruido sordo, y entonces Amelia recuperó las ganas de hablar.

¡Mirá lo que hiciste chancho! ¡Le llenaste la pollera y las piernitas de semen a tu hija! ¡No me digas que, se hizo pis en la escuela! ¡Bah, digo, por cómo tenía la bombacha! ¿Te gusta que tu papi te moje toda a vos, guachita asquerosa? ¡Me parece que, hoy, nada de pañales!, iba diciendo mientras le quitaba a la nena a Mariano para sentarla sobre la mesa. Ahora la madre le besuqueaba las piernas, limpiándole con la lengua cada resto de semen. También lamió y olió su pollera, y no olvidó el detalle de recorrerle el orificio de la vagina con la puntita de la bombacha, luego con uno de sus pezones brillantes de saliva, y más tarde con su lengua. Mariano, que no se había movido del lugar, volvía a mostrar que su pija tenía una energía impecable, mejor que la de un pendejo de 18 años. Amelia se la empezó a estimular con las manos, y luego se la asfixió un buen rato con las tetas, mientras Marisol se ponía el chupete en la boca, se pellizcaba las tetitas y frotaba la cola en la mesa. Yo, ya no sabía si me había acabado encima, o me había meado toda, o si las pulsaciones del corazón lograron convertirme en un esqueleto de agua, sombras y colores dispersos.

¡Che gordi, mejor, vayamos a la cama, porque, la Tere anda lavando ropa en el patio! ¡Creo que sigue por allá!, dijo de pronto Mariano.

¿En serio? ¿Y no los habrá visto? ¡Bueno, igual, ella sabe que, ustedes juegan, y todo eso! ¡La otra vez, me vio dándole la teta a la gordi! ¡No me digas que no se ve hermosa, así, desnudita y con el chupete!, decía Amelia incorporándose del suelo para comerle la boca a Mariano, y después a Maru.

¿A vos te gustaría que la Tere, te cambie cuando te hacés pis Maru?, le dijo Mariano, sacándole el chupete de la boca para ponérselo a su esposa. Y luego, Amelia le puso la bombacha a Marisol, la calzó con unas pantuflas de peluche, y la mandó al patio a buscarme.

¡Decile a la Tere que venga, y que te prepare una mamadera! ¡Porque, a cierta persona se le volcó toda la celestita en el piso!, le aleccionó Amelia, y en cuestión de segundos, la pibita estuvo conmigo en el lavadero. Yo corrí hacia allí para no delatar mi posición anterior.

¡Tere, mami quiere que me hagas la leche! ¡Y, bueno, que después, me la des vos! ¡Dice si, si te animás!, me dijo Maru, usando una vocecita inocente por demás convincente. Cuando fui a la cocina, Amelia y Mariano estaban comiéndose la boca en el sillón. Así que, preferí no interrumpirlos, y fui directamente a la cocina para preparar otra chocolatada. Cuando terminé de servirla en la mamadera, Maru se me colgó del hombro, como pidiéndome que la alce.

¡No Maru, vos sos grandecita para que te haga upa! ¿No te parece?, le dije, y ella frunció el ceño, como si quisiera largarse a llorar.

¡Dale Tere, vengan para acá! ¡Hacele upa, que la gordi no es tan pesada! ¡Vengan, que nosotros ya nos vamos!, dijo Amelia desde el living. Entonces, yo seguí a Maru con los pasos más pesados que mi inconsciencia, y me senté en uno de los sillones individuales, situado exactamente al frente de ellos. Luego, ella se me sentó con el peso de una pluma, y empezó a succionar de la mamadera que temblaba en mi mano derecha. Aún conservaba el chupete rosado en el cuello, y un aroma a pis preocupante. Los padres, hablaban de unos asuntos de facturas por pagar, y de unas compras para el mes. No parecían muy decididos a irse. Además, cuando un tema se agotaba, Amelia sacaba otro. Por lo que terminaron hablando de cambiar el auto por uno más grande, así podían salir a pasear y recorrer lo que se les antoje. Amelia seguía con las tetas desnudas, sentada sobre las piernas de Mariano.

¡Tere, controlá que se la tome toda! ¡Porque después anda con hambre a la noche!, dijo Amelia de pronto.

¡Sí ma, me la voy a tomar toda! ¡La Tere me la hace más rica que vos ma! ¡Me encanta esta lechita!, dijo Maru, sin darme tiempo a responder.

¡Pero, la leche de papi es más rica que la de la Tere, y que la de mami! ¿No mi amor?, dijo Mariano con cara de baboso, perdido entre las tetas de Amelia y las piernitas casi desnudas de Maru, porque la pollerita se le había enrollado cuando se subió. La nena succionaba y saboreaba, mientras mi vulva estallaba de cosas que no comprendía.

¡Vos lo decís, porque todo el tiempo la andás regando a la pobre! ¡No tenés idea cómo le empapaste la pollera hace un rato! ¡Me parece que, desde hoy, la nena tendrá que ponerse pañalines siempre!, le decía Amelia a su marido, apoyándole las tetas en la cara. El hombre no tardó en empezar a besuqueárselas, manosearlas y pellizcarlas, por lo que daban a entender los gemidos de Amelia.

¡Sí amor, pongámosle pañales todo el día! ¡Si es una cochina esa gordita!, dijo Mariano, mientras Amelia se le refregaba como buscando que sus pantalones desaparezcan del cuerpo del hombre.

¡Tere! ¿Vos decís que tengo olor a pichí, como una bebé?, me preguntó de golpe Maru, todavía con la mamadera en los labios, mientras algunas gotitas de leche le rodeaban el mentón.

¡No señorita, nada de eso! ¡Dele, tómese la leche, que la Tere se tiene que ir!, le dije, como para salir del paso. Ella me miró seriamente.

¿En serio no tengo olor a pis? ¡Querés que me saque la bombacha?, prosiguió la nena, luego de eructar por segunda vez.

¡No creo que huela a perfumito esa gorda chancha! ¡Fijate Tere, porfi! ¡Si tiene olor a pichí, terminás de darle la mamadera, y la traés acá con nosotros! ¡Pero, sacale la bombacha!, me ordenaban entre Mariano y Amelia, juntando sus voces como una sentencia irrevocable. A esa altura, Mariano había logrado estacionar su pija adentro de la concha de Amelia. Sus ojos lo revelaban como la mejor fotografía de la felicidad que se haya expuesto en años. Ella había comenzado a moverse lentamente, y su vientre describía con claridad lo que hacían. Mariano le chupaba las tetas, ya sin reprimir sonidos ni babas. De repente, acaso distraía por lo que veía, me sorprendí cuando Maru me dijo: ¡Tomá Tere, olela, y fijate!, poniendo en la mano con la que la sostenía para que no se me resbale, su bombachita.

¡Dale Tere, hacele caso! ¡Es solo un calzón de nena! ¡Olelo, y si tiene olor a pis, traela!, me ordenó Amelia, que estaba pendiente de lo que pasaba, pese a sentir la pija de su marido cada vez más adentro. Yo me quedé tan petrificada que, no supe evitar el momento en que la propia Maru me puso su bombacha en la cara.

¡Dale Corazón, olé la bombacha de mi hija! ¡Dale, que ella te adora! ¿No bebé? ¡Huele a pichí? ¿Sí o no?, decía Mariano, encendido por el calor del sexo de su esposa, mientras mis pulmones se llenaban con el meo de esa nena insolente. Además, mientras me obligaba a oler su bombacha, me pedía que le siga dando la mamadera.

¡Dale amor, tocate la vagina, y fijate si la tenés mojada!, le dijo entonces su madre, convirtiéndose de a poco en un único brinco espectral, mientras su marido le amamantaba las gomas. Maru le hizo caso, y le respondió que sí, mientras volvía a eructar.

¡No hagas eso, asquerosa! ¡Las nenas no eructan, como los varones!, le rezongó Amelia, mientras yo no era capaz de mover un solo músculo.

¡Sí señora, tiene olor a pis, como los varones!, le respondí casi sin pensarlo, como fuera de contexto, una vez que Maru se acabó la mamadera, y que me devolvió el aire puro al quitarme su bombacha de la cara.

¡Qué bien hija! ¡Debería darte vergüenza, que la Tere sepa que te hacés pis, y que olés a pichí! ¡desde mañana, a lo mejor, te vamos a mandar a la escuela en pañales!, decía Amelia, entre gemidos y nubes de baba que le humedecían los labios.

¡Dale Tere, traela, porfi, que necesitamos sus tetas! ¿Viste las tetotas que tiene la guacha?, dijo Mariano. Pero yo seguía sin poder moverme. Así que, Maru abandonó el calor de mis brazos para arrodillarse al lado de sus padres, que habían aflojado un poco la marcha de la cogida que se regalaban. Entonces, Amelia alzó a la nena en sus brazos y le puso las tetas en la cara. Mariano seguía penetrando a su esposa con dulzura, y Amelia le canturreaba algo que sonaba a una canción de cuna.

¡Dice que se meó porque la Meli le contó un chiste, y le hizo cosquillas! ¡Yo no le creo mucho!, dijo de pronto Mariano, mientras Maru le baboseaba las tetas a su madre.

¡Yo tampoco te creo Maru! ¡Para mí, anduviste jugando con algún nene, que te tiene ganitas! ¿Hay alguno que ande alzadito con vos?, le decía Amelia, tratando de encontrar el orificio de su vagina con los dedos. Y, de golpe, fue muy claro que lo encontró, porque Maru gimió, y empezó a decir: ¡Así ma, meteme el dedo en la concha, dale, que me encanta, me pone re puta, re putita, y alzadita!

Mariano le tironeó el pelo para que no diga malas palabras. Pero, de nuevo todo cambió tan abruptamente que, mis huesos no podían soportar el peso de tanta lujuria contenida. Ahora, Mariano estaba de pie, y las tetas de su hija le rodeaban la pija por completo, mientras Amelia lo nalgueaba, o le comía la boca a su hija.

¡Dale gordo, mojale las tetas, dejáselas bien regaditas! ¡Quiero que mañana vaya con tu semen en las tetas, y en pañales, para que ese nene no se haga el vivo! ¿Vos, andás alzada con algún chico, pendejita? ¡Dale, quedate quietita, que ahora papá te va a dar de su mamadera!, le decía Amelia, totalmente desquiciada, haciendo más ruidoso el contacto de las tetas de su hija con la pija de su marido. Finalmente, luego de los gruñidos indescifrables de Mariano, de su casi desvanecimiento en la alfombra, y de las carcajadas de Amelia, pude ver con la mejor perspectiva a Maru, arrodillada en el sillón. Se había hecho pis, y lucía radiante sus tetas bañadas en semen, mientras sus padres se comían la boca.

¡Maru, andá a bañarte, que, tenés que ponerte con los deberes! ¡Y vos Tere, bueno, si tenés un ratito, limpianos el sillón, y llevá la ropita de Maru al lavadero! ¡Mañana se lavará!, dijo Amelia, como si de repente su personalidad hubiese sufrido una mutación inesperada. Mariano tenía cara de preocupación. Pero pronto me sonrió cuando le dije: ¡Tranquilo patrón, que yo no estoy pintada, pero tampoco voy a decir nada! ¡En el fondo, no sé, cómo decirlo!

¡Tere, tranquila! ¡Mirá, pensalo así! ¡Vos tenés dos hijos! ¡Ellos tienen semen, porque son adolescentes! ¿No te gustaría que te llenen con sus lechitas? ¡Aprovechalo! ¡No es necesario que se lo cuentes a nadie! ¡Ni siquiera a nosotros! ¡Yo creo que, te encantó ver a Maru de esa forma!, dijo Amelia, aún con la cara envuelta en sombras, pero un poco más consciente. Maru ya no estaba en el living, y Mariano, apenas tenía fuerzas para ponerse la camisa.     Fin

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Comentarios

  1. Anónimo27/3/25

    Me encantó . Me la pasé con el miembro erecto todo el tiempo . Pensé que la una a penetrar. Me hubiera gustado. Amaría tener un amiga mamá o compinche así .

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