Flor de hembra

 

Yo tenía claro que cualquier cosa era mejor que seguir viviendo en mi casa. O, mejor dicho, en la de mis abuelos. Por eso, ni bien supe que Ricardo, un mecánico que vivía al frente de la escuela a la que iba, buscaba una empleada o una sirvienta, ni lo dudé. Sabía que, con 16 años, por ahí me pegaba una patada en el culo. No tenía experiencia, ni sabía limpiar muy bien. Pero al menos había aprendido a cocinar bastante, porque mis abuelos tenían una rotisería. Así que una tarde junté valor, me peiné más o menos, y fui por el aviso que publicó en el diario. Además, había pegado un afichito lleno de faltas de ortografías en la puerta de su casa.

¡Hola Ricardo! ¡Soy Romina, y vengo por el puesto de servicio de limpieza! ¡Lo vi en el diario!, le dije cuando salió a recibirme, luego de tocar el timbre unas cuantas veces.

¡Mirá nena, porque, vos sos una nena! ¡Yo busco chicas con experiencia, porque, acá viven tres personas! ¡Yo, a veces no estoy mucho en la casa! ¿Qué sabés hacer vos? ¡Aparte, no quiero problemas! ¡Si sos menor, no hay nada más que hablar! ¡Aaah, y el timbre anda! ¿Sabés? ¡No hace falta que lo aprietes tantas veces!, me dijo, aunque no parecía decidido a cerrarme la puerta en la cara. De hecho, salió del reparo de su casa, y se apoyó en la pared de la fachada para seguir charlando conmigo. Le dije que cocinaba, y que podía aprender a hacer lo que quisiera. Y, cuando creí que mi suerte sería más de lo mismo, que volvería a lo de mis abuelos, y que tendría que seguir lidiando con la puta escuela, Ricardo me hizo pasar.

¡Vivo con mi padre Jorge, y mi hijo Santiago! ¡Bueno, si llegás a quedar, ojito con hacerte la loquita con él, porque tiene 17 años! ¿Vos, qué edad tenés?, me ponía al tanto de todo, mientras me señalaba una silla, y él se sentaba en un sillón. Le dije todo de mí. Que me iba pésimo en la escuela, que según mis abuelos soy una burra incurable, que mis viejos me abandonaron cuando era chiquita, y que tengo otros hermanos con los que no me relaciono. Le dije que no tenía mucha ropa formal, ni de otro tipo, que no sabía leer ni escribir muy bien, y que cualquier cosa que él pudiera pagarme, estaba bien para mí.

¡Che, Romi, disculpame por, bueno, por mirarte tanto las tetas! ¡Pasa que, acá, hace mucho que no entra un lindo par de tetas como las tuyas! ¿No te ofende que te diga que, tenés terribles tetas para tus 19, bebé?, me dijo de repente, sorprendiéndome, porque yo no estaba atenta a sus miradas obscenas.

¡No, está bien, si a usted le gustan, no me ofende!, le dije, riéndome de forma natural, sin ver nada de malo en todo eso.

¡Bueno, la verdad, tenemos un cuartito en el que podrías dormir, si tu intención es quedarte acá, y asistirnos las 24 horas! ¡Y, quedate tranquilita, que te vamos a pagar bien! ¡Siempre y cuando hagas tu mejor esfuerzo por no romper nada, por no robar, no faltarnos el respeto, y todo eso! ¡La verdad, no me importa si tenés piojos, si andás con la bombacha sucia, o lo que sea! A mí me interesa que haya un plato de comida en la mesa cuando llegue del laburo, que Santiago tenga la pieza ordenada, la ropa limpia, y que mi viejo esté atendido con sus mates, ¡y lo que se le antoje! ¿Estamos?, me decía, levantándose del sillón para estrecharme la mano. O eso pensé que iba a hacer en principio. Es que, cuando estiré mi brazo, él llegó a una de mis tetas con sus dedos, y me la pellizcó, diciéndome: ¡Bienvenida tetoncita! ¡Ahora, andá, y poné el agua para los mates! ¡Pero, primero, te voy a llevar a conocer la casa!

La casa no era gran cosa. Tenía una cocinita, un comedor, y un pasillo que comunicaba el baño y las tres habitaciones. La de Santiago era la más pequeña, apenas cabía una cama, un ropero, y el pibe, que, justo cuando entramos con su padre, estaba tirado sobre la cama, en calzoncillos.

¡Boludo, escuchame un poquito! ¡Después seguís atorrando todo lo que quieras! ¡Esta chica, Romina, es nuestra nueva empleada! ¡Podés pedirle lo que quieras! ¡Y no te entretengas mucho con sus tetas!, le decía Ricardo, mientras yo me esforzaba por respirar entre el olor a cigarrillo, a pata y a desodorante barato de ese cuarto.

¡Viejito, Dale che, prestame un poquito de atención, y no te calentés, ¡que es una buena noticia la que te traigo! ¡Mejor dicho, dos buenas noticias!, le decía luego Ricardo a su padre, un hombre de no más de 70 años que veía la tele con una estufita eléctrica al lado de la cama. El hombre me miró recién cuando Ricardo apagó el televisor.

¿Y esta chirusita? ¿No será uno de esos gatos que traés a la casa, hijo?, pronunció el hombre con una pequeña ronquera, y acto seguido tosió como un minuto sin parar.

¡No papi, no seas desubicado! ¡Romina es nuestra nueva empleada! ¡Es buena chica, y no cobra caro! ¡Vamos a poder costearla! ¡Sabe cocinar, lavar platos, barrer, y ponerte la tele, cuando yo no esté! ¿Qué me decís? ¡Aparte, sabe cebar mates!, me vendió Ricardo, tal vez exagerando mis dotes como sirvienta. Jorge me miró, como si por primera vez estuviese frente a una mujer, y se frotó el bulto sin disimular cuando me comió las tetas con sus ojos llenos de cataratas. A diferencia de la pieza de Santiago, esta olía a perfume, loción para afeitar, y a chocolate.

¡La verdad, te pasaste macho! ¡Trajiste a un hembrón a la casa! ¡Con lo que nos hace falta un poco de mimos por acá! ¡Bueno che, vamos, entonces, preparate unos mates nena, que quiero probarlos!, dijo el señor mientras se sentaba en la cama para ponerse los anteojos.

Los días fueron pasando, y lo que consideré que podía tratarse de un quilombo, se convirtió en un hogar confortable. Yo cocinaba, y los tres disfrutaban mis platos. Al pendejo le encantaron mis papas fritas con cebolla de verdeo. La única sopa que aprendí, se transformó en la preferida de don Jorge, casi tanto como mis mates. Ricardo comía de todo, y muchas veces a las apuradas. Mantenía la casa impecable, la cocina reluciente, y trataba de ensuciar lo menos posible. Mi habitación, era un cuartito como el de Santiago, pero sin ropero. Apenas había una cama. Se disculparon por no tener sábanas para mí. Por lo que, durante mucho tiempo dormí sobre la funda del colchón, tapándome con una manta. En el fondo no era pretenciosa, porque, dentro de todo me pagaban bien, y al día.

¿Sabés qué pasa nena? ¡Las pibas de hoy en día, en lo único que piensan es, en hacer cantar a la cotorra! ¡Se calientan como una pava, entregan el pancito, sin importarles si ya está bien horneado, y después, aparecen con el bombito! ¡Piden que el gobierno las ayude, las asista, les dé guita, planes, descuentos, zapatillas para los guachos huérfanos de padres, porque, ni ellas saben quién es! ¡Mirate vos? ¡Una chica decente, linda, hermosa diría yo, con unas gomas de actriz de televisión! ¡Y, sin embargo, estás acá! ¡Laburás como una negra, sirviéndole a un viejo pelotudo, un guacho que vive fumando y rompiendo las pelotas con el fútbol, y a mi hijo! ¡Creo que vos y él son los más decentes acá!, me sermoneaba don Jorge mientras yo le cebaba unos mates. En realidad, lo habían operado hacía unos días de una hernia, y le costaba recuperarse. Según Ricardo, era un mañoso insufrible.

¡Vos, por ejemplo, imagino que usás la cotorra, de vez en cuando! ¿No?, me preguntó, luego de un silencio prolongado, antes de tomarse el mate.

¡Sí! ¡Bueno, digamos, ahora no, porque estoy sola! ¡Pero, sí la usé!, le respondí, sintiéndome especial, Vaya a saber por qué.

¡Che! ¿Y mi nieto no te mira las tetas? ¡Supongo que, a su edad, debe prender fuego el colchón con tu presencia en la casa!, me dijo, ampliando una sonrisa desdentada, exhibiendo todas sus arrugas sin una pizca de vergüenza.

¡No lo sé don! ¡Creo que me las mira! ¡Pero, a mí no me jode!, le respondí.

¡O sea, que, te gusta que te miren las tetas! ¿Y que te las mamen, por ejemplo?, prosiguió, ahora logrando que me ponga colorada.

¡Bueno, creo que, a todas las chicas, les debe calentar eso!, dije, recibiéndole el mate.

¿Y, vos me las mostrarías? ¿Sabés hace cuánto que no veo unas tetas de verdad?, me tiró, como para ir tanteando el terreno. Lo que don Jorge no esperaba, es que yo comience a desprenderme la blusita, me acerque poco a poco a su cara, bajándome el corpiño para que mis tetas sean fotografiadas como lo deseara en ese momento. El viejo gimió, suspiró y se llevó una mano al bulto, el que hacía rato ya elevaba un poco la sábana.

¡Aaah, bueno! ¡Vos, sí que arrancás bebota! ¿Y no te da vergüenza mostrarle tus tetas a un viejo que, podría ser tu abuelo?, me preguntaba, luchando con sus manos para no tocarlas.

¡No, no me da vergüenza! ¡Y si quiere, me las puede manosear! ¡Tienen perfumito! ¿Quiere olerme las tetas don?, le dije, sabiendo que, tal vez aquello me significaría algún aumento. ¿Pero, y si me echaban por lo que estaba haciendo? La cosa es que Jorge me palpó las gomas con dos manos huesudas y temblorosas, ni bien se fugaron del todo de mi corpiño, y se las acercó a la cara para gemir entre ellas, agitarse, y para olerlas como se lo había pedido.

¡Qué rico olor a hembra tenés guacha! ¡Sos una auténtica hembrita, con unas tetas de nenita que, me ponen como loco! ¡Si pudiera, te las llenaría de leche! ¡Uuuf, qué rica para morderlas, y para pasármelas por la verga!, decía, mientras me las lamía, besaba como un inexperto y me las pellizcaba. ¡Eso me hacía arder por dentro! ¡De hecho, yo se lo pedía!

¡Así, pellízqueme las tetas don, así, que soy una putita, con las tetas suavecitas para usted, con olor a bebecita, los pezones duritos, y con todas las ganas de que me las muerda, me las babosee todas! ¡Y cuando quiera, puede acabarme en ellas! ¡Yo le prometo que, me la voy a pasar todo el día por la casa, con su leche en las tetas! ¿Quiere? ¿Le gustaría? ¡Yo, podría ser su nietita calentona!, lo envalentonaba, sabiendo que con una de sus manos se pajeaba la verga. Hasta que, todo su cuerpo se sacudió en un estremecimiento real, que no les tuvo piedad a sus estímulos. Inmediatamente trató de alejar mis tetas de su cara, balbuceando algo como: ¡Uuuf, no puede ser! ¡Cómo pudo pasarme! ¡Nena, por favor, alcanzame otro calzoncillo, porque, por tu culpa me eyaculé encima! ¡Te juro que hacía mucho no me pasaba!

¡Así que, lo que cuenta mi viejo es cierto! ¡Le mostraste las tetas nomás! ¡Sin tener en cuenta que, a su edad, le puede dar un bobazo!, me reprendía unas horas más tarde Ricardo en la cocina, mientras cortaba tomates para una ensalada. Yo e dije que sí, y que él me lo había pedido.

¡No hay caso con ustedes! ¡Son todas unas putonas con la bombachita floja! ¿Y te gustó enseñarle las ubres a mi viejo? ¿Te sentiste como una reina, poniéndoselas en la cara, criaturita?, me decía luego, manoseándome las tetas, apoyándose en mi espalda, respirando sobre mi nuca, haciendo que me corte un dedo sin querer por los impulsos de su cuerpo. A todo le respondía que sí, sin atreverme a decirle otra palabra.

¿Y pensás que merecés un aumento por lo que hiciste? ¡Mirá que, si el viejo se enamora de vos, vamos a tener problemas! ¡Así que, no te hagas la loquita nena! ¡Aparte, ya le dejé en claro a mi viejo que, estas tetas, este orto, y esta zorra, son de todos en la casa! ¿Qué te parece?, me decía Ricardo, manoseándome tetas, culo y concha mientras mencionaba sus nombres, cada vez más pegado a mi cuerpo. Hasta que me privó de su olor a taller para sentarse sobre la mesada en la que estaba trabajando, tirando la tabla, los tomates y el cuchillo a la bacha. Se desprendió el jean y me agarró de la cintura para mirarme a los ojos, murmurándome un convincente: ¿Hace cuánto que no te dan la lechita nena? ¡El abuelo, no siempre te va a poder dar la merienda! ¡Vamos, abrite la camisa, y pasame las gomas por la chota!

Yo le obedecí, embelesada por el tremendo pedazo de pija que ya le estiraba el bóxer. Él no quiso que se lo baje hasta que mis tetas por poco no se lo prendieron fuego de tanto restregarse contra su bulto. Pero al fin, mientras empezó a meterme algunos dedos en la boca para que se los succione, logré darme flor de pijazo en la cara cuando se la liberé, y luego de darle un par de escupidas abundantes, la atrapé entre mis tetas, y no paré de friccionarlas, entrechocarlas, moverlas y brincarlas, hasta encima de sus huevos extremadamente peludos y grandes. Ricardo gimoteaba, me manoteaba del pelo, me abría y cerraba la boca y me decía que era una negrita calentona. Hasta que, empezó a ponerse tenso, a sudar estrepitosamente, a toser y refunfuñar cosas que no podía entender.

¡Asíiiií, putita de mierda! ¡No me equivoqué al elegirte! ¡Esas tetas hablan más que esa boquita sucia que tenés! ¡Así nenita, te cojo las gomas, así, bien llenas de guasca te las voy a dejar! ¡Y, más te vale, que no te las laves, cochina, perrita inmunda!, me decía pronto, mientras un inevitable chorro de semen comenzaba a mojarme hasta el inicio de la calza que traía. Además, siguió vertiendo semen cuando, una vez que terminó de estremecerse, se le dio por castigarme las tetas con la pija, a modo de látigo de carne. Yo, fiel a los pedidos del patrón, ni se me ocurrió ir al baño para limpiarme. Me arreglé el corpiño, me abroché la blusa, y retomé la ensalada para luego continuar con los bifes y los huevos fritos que me pidió Santiago.

¡Che, Romi, una vez que termines de limpiar el piso, te voy a pedir, si no es molestia, que me pongas la radio! ¡En un rato empieza un programa de tangos que me gusta mucho!, me pidió Jorge, una mañana lluviosa y húmeda.

¡Sí don Jorge, yo le pongo la radio! ¡Aaah, y ya le preparé la sopa de remolacha que me pidió ayer! ¡Usted me dice cuándo quiere comer, así le hago algún churrasquito!, le dije, todavía trapeando el último tramo del cuarto.

¡Qué afortunado va a ser el tipo que, algún día se casoree con vos, pichona! ¡Aaah, te cuento que, ayer me soñé que vos andabas amamantando a tres críos chiquitos! ¡Estabas acá, sentada en la cama, con esos dos melones al aire, y con tres pibitos en pañales, meta sacarte leche! ¡Debe ser que esas tetas me tienen alzado, como cuando era muchacho!, me largó de pronto, cuando ya le había encendido una vieja radio portátil. La que por suerte se enchufaba, porque llevaba como 6 pilas.

¡Naaah, deje don! ¡No quiero saber nada con ser madre, ni con andar cargando bebés! ¡Mejor, por las dudas, no sueñe esas cosas, que, me da cagazo que por ahí se cumplan!, le dije riéndome como una tonta, echándole perfumito a las cortinas de la ventana. Jorge carraspeó, y mientras se reía tiernamente decía: ¡Pero no me vas a negar que es lindo jugar a hacer bebés! ¡A todas esas madres planeras, se les prende fuego la cotorra cuando les acaban adentro, me imagino! ¿A vos no? ¿O preferís que te ensucien las gomas?

¡Bueno, la verdad, muy pocas veces me acabaron adentro don! ¡Siempre fui medio cagona con eso! ¡Pero, en las tetas, no tengo problemas! ¡O en la bombacha! ¡Cuando iba a la escuela, a veces, bueno, vio que una quiere sexo cuando es guacha! ¡Y bueno, me acuerdo que por ahí, pintaba pito en la boca en los baños de los varones, y, yo les pedía que me mojen la bombacha con el semen!, le confesé, fiel a mis historias de adolescente, mientras él comenzaba a suspirar profundamente.

¿En serio? ¿Y te volvías con la bombachita sucia a casa? ¿Y tu mami no te decía nada?, me preguntó, intentando que no se le note la calentura.

¡No don, porque yo sola me lavaba la ropa! ¡Como el culo, pero lo hacía! ¡Igual, creo que no me arrepiento de no haber dejado a los pibes que, me mojen la cotorra, como dice usted!, le decía, acomodándole un poco el lío de pastillas, cremas y diarios que tenía en la mesa de luz.

¡Aaay, guachita, qué atrevida resultaste! ¡Dale, mostrame un poquito esas tetas! ¡Lo necesito! ¡No hace falta que me las pongas en la geta como el otro día!, me pidió, casi como un suplicio. Yo, me desprendí dos botones de la blusa, y mis bubis salieron disparadas hacia el aire del cuarto, ya que andaba sin corpiño. Jorge me las miró largo rato, y me pidió que me las pellizque. Luego, que me las escupa y me unte la saliva con los dedos.

¡Así nenita, hacé de cuenta que esa babita, es la leche de tus amiguitos de la escuela! ¿Te gustaba chupar pitos? ¿Te mearon esas tetas alguna vez? ¿O te dejaste mear la bombacha? ¡Tenés pinta de haber sido re gauchita, hasta con algún profesor! ¿También te hacías la tortillera, para empalar a los guachos?, decía Jorge, mientras yo me escupía las palmas de las manos para amasarme las tetas. Incluso, lo escuché delirar de placer cuando llevé uno de mis pezones a la boca, y me lo chupé. Tuve tiempo y elasticidad hasta para mordérmelo, y gemir como una tarada. Eso, a don Jorge le puso los pocos pelos que tenía de punta.

¡Tocate las tetas, degenerada, nena sucia, cochina, asíii, manoseate toda que sos mi nietita desobediente! ¡Te voy a tener que castigar! ¡O, por ahí, hablo con mi hijo para que te castigue! ¡A ese, sí que le gusta la mano dura con las pendejas!, me decía el hombre, sacudiéndose en la cama, con las manos sobre la sábana, como si tuviera vergüenza de tocarse la pija desnuda.

¡Sí, soy todo eso Abuelo, y puedo ser más chancha si querés! ¿Te gustaría que te toque la pija con las tetas? ¿Así como las tengo ahora? ¿Todas babeadas, pellizcadas y calentitas?, le decía mientras lo iba destapando, decidida a bajarle el pantalón pijama y el calzoncillo. Tenía una pija de no más de 15 centímetros, erecta, húmeda y con dificultades para ponerse más tiesa. Pero yo ni lo dudé. Empecé a tocarle el pito con los pezones, y luego con las tetas en su completitud. Subí y bajé por la extensión de su músculo, se las pasé por las piernas y el abdomen, y volví a concentrarme en su verga.

¡Sos una atorranta hija! ¡Estás buscando que te mee las tetas! ¿Querés eso, culito sucio? ¡Vamos, frotame bien esas gomas, que tu abuelito te las va a encremar, como te lo merecés, putona!, me dijo el viejo, y acto seguido comenzó a convulsionar en medio de unas toses repletas de tabaco, unos manotazos desmedidos a mi rostro, y unas sacudidas de su pubis, tras las que, finalmente terminó de eyacular en mis tetas. Era una especie de agua blanquecina, no muy consistente, pero tibia, abundante y ligera. Jadeaba como un loco, me decía que era una tetona villera, y que la próxima vez que le muestre las tetas, él no iba a parar hasta llenarme el culo con su leche.

¡Nena, andá a lavar los platos, o lo que tengas que hacer! ¡Pero, ni se te ocurra cambiarte esa ropita, ni lavarte las tetas! ¡Que mi hijo sepa lo que hiciste! ¡Sos una cochina, y lo sabés! ¡Aaah, y sí, voy a querer churrasco! ¡Un buen pedazo de esas ubres en el plato quiero!, me decía el hombre, mientras volvía a acomodarse sobre sus almohadas, riéndose con dulzura y picardía al mismo tiempo, una vez que terminó de subirse el pantalón.

¡Che Romi! ¿Posta, me dejás que te saque una foto, así, medio en tetas? ¡Pasa que, mis amigos no me creen que tenemos a una empleadita que es re copada, y tiene unas tetotas como para rajar la tierra!, me decía Santiago una siesta, mientras yo trapeaba el piso, y él miraba un partido en la tele, meta Wasapear.

¡Obvio nene, ya te dije ayer que sí! ¡Siempre y cuando, alguno de ellos se ponga con algunos pesitos! ¡Yo, me las rebusco así! ¿O, si no, me podés pagar vos! ¡Serían, 500 pesitos por cada teta! ¡Aunque, no quiero que te confundas! ¡Son solo fotos! ¡Y, es más, no más de dos! ¿OK?, le dije, mirándolo a los ojos, fregándome el palo del trapeador en las gomas. Y de repente, casi sin saber cómo fue que pasó, yo estaba sentada en la mesa, con las tetas al aire, siendo criminalmente inmortalizadas en el celular de ese pendejo atrevido, gracias a las mil fotos que debió haberme sacado. Pero, lo peor era que, mientras me las sacaba, se tocaba la pija por adentro del short.

¡Che nene, por las dudas, te digo, tratá de ser un poquito más cuidadoso en las noches! ¡Ya no sé cómo lavarte las sábanas! ¡Y no sos tan adolescente, digo, como para no saber que, ensuciás todo si te, bueno, si hacés esas chanchadas!, le decía, mientras la avalancha de fotos a mis tetas no se detenía.

¡Eso es culpa tuya guacha! ¡Vos me tenés todo el día con el pito duro! ¡Vos, y esas gomas!, decía mientras se levantaba sigilosamente, dejando el celular en el sillón. Y de golpe su boca atrapó uno de mis pezones primero. Después el otro, y enseguida, ambos pezones en su boca. Me mordió, chupó y pellizcó las tetas, y me agarró una mano para metérmela sin tapujos adentro de su pantalón y calzoncillo.

¡Dale nena, apretame la chota, que está toda lechosa por estas tetas! ¡Sos una mina re cogible nena! ¡Te quiero coger, acá, ahora! ¡Dale, bajate el lompa, y la tanga! ¡Quiero echarle un polvito a esa zorrita! ¡Quiero saber si la tenés peludita, o con pelos!, me decía, zamarreándome, clavando sus uñas en mis pechos, escupiéndome el cuello y abriendo sus piernas para que mis manos lleguen hasta el sudor infernal de sus huevos. No me reusé, ni tuve el valor de negarme de ninguna forma. En menos de lo que imaginé, ya estaba boca arriba, tumbada sobre la mesa, con el pantalón por debajo de las rodillas, y las exclamaciones de júbilo de Santiago.

¡Así que te pinta andar sin tanguita mami! ¡Qué perra que sos, guacha bandida! ¿Y, después me retás por enlechar las sábanas! ¡Dale guachona, apretame bien el pito, que se me pone así de cariñoso por tu culpa!, decía el degenerado, mientras se bajaba los pantalones con apuro, mientras no paraba de mamarme las gomas, sin importarle que tuviera que doblar su cuello para saciar su apetito.

¡Mirá, qué peluda tenés la zorra pendeja! ¿Hace cuánto que no te echás un polvito? ¡Por lo que pinta, hace mucho! ¿¡Mirá cómo se te moja bebé! ¿Y, tenés un olor a conchita re rico!, decía luego, acercando su boca a mi concha con precipitación, después de besuquearme las piernas, pincharme con sus bigotes desprolijos, y de hundirme un par de dedos entre los labios de la concha. Yo, no podía controlar mis gemidos, ni los ríos de baba que se me desbordaban caprichosos. En un momento le dije: ¡Sí boludo, hace rato que quiero pija! ¡Pero, en esta casa, todavía nadie se animó a dármela!, cuando él me preguntaba si quería verga, si la quería por el orto o por la boca, y otras cosas similares. Y entonces, después de revolverme la argolla con algunos dedos y de hacérmelos probar, se acomodó entre mis piernas para amagar con su glande en la entrada de mi concha, jurándome que me partiría como a un queso. Y sin más, su pija me atravesó la consciencia, la vulva, la cría de vellos que custodiaba la casita de mi clítoris, y cada una de mis fantasías con un empujón violento, al que le siguieron otros peores, algunos más dulces, y un vaivén que me hizo gritar como una loca.

¡Callate negrita sucia, que vas a despertar a mi abuelo! ¡Ya sé que te vuelve loca la verga! ¡Pero, calmadita guacha! ¡Sentila así, re dura, cada vez más dura bebé, toda adentro putita, toda resbalando en esos juguitos de gata que tenés! ¡Encima, ahí adentro estás re calentita perra!, me decía Santiago, moviéndose sobre mí, despedazándome las tetas con sus chupones, apretándome la nariz para que me cueste respirar, y frotándome el pubis con el suyo. Eso hacía que mi clítoris se incendie irremediablemente, ya que lo tengo medio sobresalido, y cada roce me llega hasta el cerebro.

¡No me importa guacho! ¡Que escuche tu abuelo, cómo el nieto se garcha a la empleadita! ¡Y que se entere que es un pajero, que se mea en la cama de tanto largar lechita! ¡Dale, garchame más fuerte nene, comete mis tetas, y llename de semen!, había empezado a decirle, mientras sus jadeos y rugidos de lobo sediento le obstruían la garganta, al mismo tiempo que su pubis se juntaba contra el mío como si se le fuera la vida en ello, y su lechita se derramaba caliente y generosa adentro de mi vagina.

¡Dale, vestite putona, subite el pantalón, y dejá que la leche te lo ensucie todo! ¡Y, poneme el agua para unos mates, que ya van a llegar mis amigotes!, me dijo enseguida, ni bien nuestros cuerpos se separaron confundidos y transpirados. Yo, sin chistar, ni mirarlo siquiera, me subí el pantalón, y puse la pava, le armé el mate, limpié la mesa, guardé los platos limpios y repasé unos muebles. Todo con las gomas al aire, para que al nene se le vuelva a poner la pija dura.

¡Romina, la verdad, las costeletas te salieron exquisitas! ¡Y eso que no las había probado, a la mostaza!, me dijo Ricardo, ese mismo día por la noche, mientras yo levantaba la mesa, pensando en fumar un cigarrillo en el patio, y lavarlo todo en la mañana del día siguiente. Le sonreí agradeciéndole, y le serví un nuevo vaso de vino. Cuando salí al patio, recordé que Ricardo me había pellizcado el culo mientras cocinaba, preguntándome por su hijo.

¡Espero que se esté portando bien, y que vos no lo cubras si se manda una cagada! ¡porque, ya me di cuenta que anda bastante alzadito con vos! ¡Bueno, al igual que yo, y mi viejo! ¿Todavía no te pidió que le muestres la cotorra?, me decía luego, cuando y yo preparaba un arroz con choclo, aceitunas y mayonesa para acompañar a las costeletas. Le dije que no, sorprendida por aquella ocurrencia.

¿Y, Santiago todavía no te tiró los galgos? ¡Me dijo el otro día que no daba más de las ganas de abrirte las piernas!, me dijo luego, mientras se ponía a revisar unos papeles sobre la mesa. Yo no fui capaz de contarle lo que había pasado, precisamente sobre esa misma mesa, unas horas atrás. Pero mis ojos me delataban. Además, seguramente Santiago le había contado.

Yo seguía fumando. De hecho, me fumé dos cigarrillos, mientras escuchaba música con mis auriculares, tocándome las tetas. ¡Me sentía una mujer fatal, alzada todo el tiempo, y capaz de hacer cualquier cosa para satisfacer a esos machos solitarios! Y de pronto, los brazos de Ricardo me sorprendieron sin reservas. Me levantaron de la reposera en la que estaba revoleada, como si pesara 3 kilos, me chistó para que guarde silencio y me llevó hasta su habitación, donde me depositó sobre su cama. De pronto no tenía ni mis auriculares, ni mi camperita de hilo, ni el paquete de cigarrillos.

¡Sentate bebé, así me contás bien lo que pasó! ¡Sé que el Santi te pegó una buena garchada en la cocina! ¡Mí viejo no es sordo! ¿Sabés? ¡Y Santiago, tampoco es mudo! ¡Me dijo que la pasó bien, y que te la largó adentro!, me decía el hombre, mientras se quedaba en calzoncillos, casi a la misma vez que yo terminaba de sentarme. Su bulto no tardó en chocarse con mi cara, ni su voz en pedirme que empiece a morderle la puntita de la verga por arriba del calzoncillo.

¡Nada de usar las manitos! ¡Solo, la boquita, y esas tetas! ¡Qué ganas de cogerte esas gomas nena! ¡Aparte, hasta el carnicero anda al palo con estas tetas!, me decía amasándomelas con cierta brutalidad, mientras mi cara se fregaba contra la tela sudada de su bóxer. Al fin su pija entró en mi boca, y mis esfuerzos hacían lo que podían por mantener mis manos atrás de mi espalda, como me lo pidió Ricardo.

¡Vamos Romi, a ver si te esforzás un poquito más, y me sacás la lechita! ¡Pero, no creas que te la vas a tomar esta vez! ¡Por ahí, si me la seguís chupando así, te la doy en otro lado! ¿Qué me decís, zorrita? ¿Querés tragarte mi leche? ¿Cómo te vas a dejar coger por mi hijo? ¿Sos una putita acaso? ¿Qué pasa? ¿No te alcanza con lo que te pagamos?, me decía entonces, con su glande tocando una y otra vez el umbral de mi garganta, llenándome con sus jugos seminales, obligándome a babearme toda como una boluda con la boca anestesiada. La verdad, la verga de Ricardo era mucho más grande que la de su hijo. Pero Santi la tenía más ancha, y eso me daba mucho más placer que cualquier otro atributo. Pensaba en ello, cuando Ricardo me tomaba de la cabeza para que no la haga hacia atrás, o para que no le quite atenciones a su erección monumental, y que de esa forma mi garganta reciba cada trocito de su glande, cuando me la cogía suavemente. Al menos al principio. El cuarto se llenó de sonidos de arcadas, atracones, efectos guturales parecidos a eructos o vómitos, escupidas, toses y más arcadas, porque Ricardo fue cada vez menos amable con mi pobre mandíbula. Además, no me dejaba juntar las piernas. Todo el tiempo me las abría con las suyas, y me toqueteaba la concha por encima del pantalón, diciendo en voz baja, aunque con determinación: ¡Cómo te mojás la cotorrita bebé! ¡Seguro que te meás de la calentura, como todas las villeritas que buscan guita! ¡¿Te pone re puta la verga del patrón? ¿Eeee? ¿Te gusta que te digan cositas sucias? ¿Te imaginaste ser la puta de un viejo, de un pendejo pajero, y del mejor mecánico de la zona norte? ¿Querés la leche puerca?

De repente me distrajo un dolor agudo en el brazo, y un crujido proveniente de mi muñeca. Más tarde Ricardo me pidió perdón por tirarme con todo sobre la cama, sin reparar en que mis brazos yacían detrás de mi cuerpo. Pero, aquellos inconvenientes duraron solo hasta que el hombre me quitó el pantalón, me enterró dos dedos en la concha y los usó como a dos cucharitas de postre, para luego acercármelos a la boca y decirme al oído: ¡Todavía tenés la conchita con leche, pendejita roñosa!

Acto seguido, con una sola mano logró ponerme culito para arriba, y durante unos segundos estuvo acariciándome las nalgas. Hasta que prefirió darme un chirlo tras otro, mientras con su mano libre me apretaba alguno de los pezones, me pellizcaba, o me pedía que le chupe los dedos. Era difícil no encontrar restos de olor a grasa, o aceite quemado en esa piel gastada por el oficio con el que sostenía a su familia.

¡Muchos chirlos te voy a dar, a ver si aprendés a portarte bien! ¡Por lo menos, a ponerte una bombacha, putona! ¡Y un corpiño, para que mi viejo no se me muera de un infarto en la verga! ¡Y para que Santiago no tenga que embarazar a otras minas, por culpa del dolor de bolas que le causan tus tetas!, me decía en medio de los chirlos que me daba con cada vez mayor intensidad. Hasta que, luego de soportar unos buenos pijazos contra mi cara, terminó de acomodarme con las tetas hacia el techo, y todo su cuerpo se derrumbó sobre el mío. Su verga entró con tanta facilidad en mi conchita que, ni siquiera tuve tiempo de pedirle que me la meta de una vez. Empezó a moverse, a golpear mi cabeza contra el respaldo de la cama, a clavarme sus dedos rudos en la espalda o en las costillas, y a sacudirme con todo, mientras mis grititos no sabían controlarse adentro de mi boca. Cada tramo de su pija se humedecía de mis flujos, y aumentaba su tamaño, calentándose cada vez más, penetrándome con fiereza y haciéndome tiritar hasta el agujero del orto. ¡Quería una verga en el culo! ¡Tal vez, una pija más, mientras que la de Ricardo me llegaba hasta las entrañas! Y, mientras gemía, me babeaba, le fregaba las tetas en el pecho, nos rozábamos con ferocidad, y la cama se zarandeaba con cierto peligro, empecé a notar que su semen explotaba como un río rebelde en el interior de mi vagina. Desde entonces, todo se puso tenso. Como si Ricardo hubiese vuelto a su personalidad seria, dominante y fría. Me levantó de la cama, y desnuda como estaba, luego de darme un chirlo en el culo que restalló en todo el cuarto me dijo: ¡Ahora, así como estás te vas a tu pieza! ¡Nada de lavarte, ni bañarte, ni vestirte! ¡Hoy, dormís en bolas! ¡Estamos, putarraca?

¡Yo creo que, el fútbol es una basura! ¡Igual que la política, la religión, y los programas de mierda, como Gran Hermano! ¡Un montón de boludos, rascándose la nutria, haciendo un cuerno! ¡Pero bueno, al menos ganan un poco de guita! ¡Nena, fijate si queda algún paquete de galletitas! ¡Así acompañamos a estos matecitos espectaculares con algo!, me dijo don Jorge la tarde siguiente, mientras veíamos un partido de la selección, y yo le cebaba unos mates con una yerba saborizada que, dentro de todo se la bancaba. Cuando volví con una bolsita de bizcochos, me dijo, justo cuando retomaba el sillón frente a él: ¡Nena! ¿Tuviste frío anoche?

Le dije que no, que no hacía frío, y que, por suerte, mi cama es re calentita. Creo que ni pensé en la respuesta.

¡No, yo te decía porque, debe ser raro dormir con la cotorrita desnuda! ¡Y más con esos melones revotando bajo las sábanas! ¡Cómo te hizo gritar el maldito de mi hijo anoche! ¡Imagino que, debiste haberte portado mal! ¡Sí hijita, te escuché gozar ayer! ¡Y escuché las nalgadas que te dio Ricardo! ¡Por suerte, escucho y veo bastante bien para mi edad!, me dijo al fin, sorprendiéndome de golpe, devolviéndome el mate vacío. Por suerte, ya había abandonado el reposo, y se sentía mejor. Aunque no podía hacer fuerzas, ni tener emociones fuertes. Eso último, más que nada por la hipertensión.

¡Es que, bueno, don Ricardo quiso llevarme a su cama! ¡No sabía bien lo que quería!, le largué medio por compromiso, mientras el viejo se reía socarronamente.

¡Dale bebé! ¿A papá mono querés engañar? ¡Seguro te llevó, porque quería bombearte la zorrita! ¡Si yo pudiera, creo que ni lo dudaría! ¡Escuchame! ¿Tenés la concha desnudita ahora?, me decía con los ojos más lujuriosos que siempre, como si quisieran desprenderme los botones de la blusa. Le dije que no con un dedo contorneando el círculo de mis labios, y luego me tomé un mate.

¡Dale, ahí, como estás, bajate el pantaloncito, así te miro la bombachita! ¿Puedo? ¡Haceme el favor gurisita!, me suplicó, casi con la voz de un niño ansioso. Yo sentí un escalofrío que me enterneció, y me calentó al mismo tiempo. Así que, después de cebarle otros mates, de hacerme rogar un poquito, y de corear con él un gol de Argentina, me desprendí todos los botones del jean, para que vea trocitos de mi bombacha blanca.

¡Uuuf, bebecita, qué linda esa bombachita! ¡dale, bajate un poquito más!, me pidió, y yo conduje mi pantalón hasta las rodillas. De a ratos cruzaba las piernas, o las abría, o daba saltitos arriba del almohadón del sillón. La blusa me quedaba un toque grande, por lo que don Jorge no llegaba a ver las puntillitas que tenía en el elástico de la bombacha.

¡Parece que, esa cotorrita, tiene unas lindas plumas! ¿Y no tendrá hambre che? ¿no tenés ganas de ponerme esas tetas en la cara?, yo le dije que sí, y me levanté, arreglándome el pantalón. De paso le meneaba las tetas para tentarlo aún más.

¡No, no! ¡Vení, así como estás, con el pantalón en las rodillas! ¿Me vas a dejar tocarte la bombacha? ¡Al menos, la bombacha! ¡Prometo ser un caballero, y no nalguearte como te nalgueó mi hijo! ¡Aparte, todavía te deben estar ardiendo las pobrecitas!, me decía el hombre con una sonrisa de insolencia y calentura que le iluminaba los ojos. Así que, caminé hasta él con las piernas abiertas, para que el pantalón no se me deslice hasta los tobillos. Me abrí la blusa, me desabroché el corpiño por adelante, y durante un rato me divertí dándole tetazos en la cara. Hasta que el viejito atrapó uno de mis pezones con la boca, y empezó a mamar de él, a mordisquearlo y chuparlo con unos ruiditos que me estremecían la vagina. Yo empecé a gemir, a pedirle: ¡Así viejo chancho, comeme las tetas, mamalas bien, chupalas y mordelas si querés, y tocame la bombachita! ¡Así, que es la bombacha de tu nietita, que anda con la cotorra caliente!, y a permitirle poco a poco que sus manos se abriguen bajo el calor de mi entrepierna húmeda. Incluso le pedí que me entierre un dedo en la concha. Pero el viejo zorro primero empezó a dedearme por encima de la bombacha, haciéndome desear tantas pijas allí como en el culo. Yo también le manoteaba el paquete, y notaba que se le endurecía con una brutalidad que, parecía inminente el estallido de su esperma madura.

¿Se puede saber qué estás haciendo con mi abuelo? ¡Sos una putita reventada nena! ¿No ves que, le puede dar un infarto? ¡Voy a tener que hablar con mi viejo!, empezó a gritarme la voz de Santiago al oído, mientras alguna de sus manos me tironeaba el pelo, y otra se ocupaba de pellizcarme el culo.

¡Quedate tranquilo hijo, que nadie se va a morir! ¡Y de última, si me muero, va a ser con estas terribles ubres en la boca! ¿o vos no querrías morirte con la verga adentro de la zorrita de esta nena? ¡Si le preguntás a tu viejo, seguro estaría de acuerdo conmigo!, le dijo el abuelo, mientras retiraba su mano de mi entrepierna, pero no dejaba de sobarme una de las tetas. Yo, para ese entonces, estaba arrodillada sobre el tapizado del sillón, al lado de Jorge.

¡te juro que la tiene calentita, mojada, y re peludita!, le dijo luego, mientras el pibe me soltaba el pelo y me bajaba la bombacha. No tardó en sentarse al lado del viejo conmigo a upa, ni en clavarme la chota en la conchita. Ahí, empecé a saltar, moverme, gemir, pedirle más y más pija, y a sufrir cuando ambos, nieto y abuelo, me pellizcaban los pezones. Me excitaba que lo hicieran, aunque me doliera por momentos.

¡Dale hijito, hacete hombre con esta hembra, que para eso le pagamos! ¡Metésela toda, y no pares hasta preñarla de leche!, decía el hombre, mientras intentaba que le chupe los dedos con los que luego me tocaba las tetas. Incluso, él llegó a quitarme el pantalón y la bombacha. Casi me muero de la emoción cuando lo vi olerla, lamerla y rozarla con los labios.

¡Mmm, olorcito a vagina, y a culito transpirado! ¿Qué rica es la bombachita de mi nieta! ¡Te juro que, apenas pueda moverme, te la voy a enterrar en el culito, nena sucia!, decía don Jorge, mientras el pibe me intensificaba sus penetradas, haciendo que mi culo revote contra sus piernas, que mis tetas salten cada vez más alto de mi pecho, y que mis gritos se confundan con el relator del partido de la tele. Y entonces, cuando empezaba a disfrutar como una loca, noté que mi clítoris caliente como una pava se estremecía con el terrible lechazo que ese pendejo vertía en el interior de mi concha. ¡Hacía mucho que no tenía un squirt tan abundante y fuerte! Pero, obviamente, el guacho creyó que me estaba meando encima de sus piernas, mientras él acababa como un toro, gimiendo cosas incoherentes, apretando los dientes, y oliendo mi bombacha, la que el propio abuelo le encajaba en la nariz.

¡Qué putita cochina nena! ¡Te measte toda, porque estás re caliente! ¡Seguro que hasta llorás cuando no tenés una rica mamadera para esa boquita! ¡Así, meame todo, cerdita sucia!, me pedía el nene, todavía disparando hilitos de semen en la oscuridad de mi conchita, al mismo tiempo que el viejo me zarandeaba las tetas, y me palpaba las piernas empapadas por mi squirt.

¡Dejala, pobrecita! ¡No hay que retar a las nenas cuando se mean de calentura! ¡A veces, les puede pasar! ¡El asunto es que, el abuelo le re contra chupeteó las tetas! ¡Te la dejé preparadita nene!, decía el abuelo unos segundos más tarde, levantándome de la cintura para sentarme sobre sus piernas, una vez que Santiago me abandonó como si todo mi cuerpo le avergonzara. ¡O tal vez, le dio cosita que, según él, me hubiese meado encima de sus genitales y su pantalón! Sin embargo, casi que, sin darnos cuenta, la pija de don Jorge pronto comenzó a explorar entre mis piernas. Su glande rozaba la fiebre del orificio de mi vagina, y su boca seguía llenándose con la carne de mis tetas.

¡Ahora no vas a zafar pendejita! ¡Ya estás lubricada, de lechita, y de pichí! ¡Ahora, te vas a comer la pija del abuelo! ¡Y pobre de vos que gimas, o grites! ¡Me gusta que las nenas a las que me cojo, se estén calladitas! ¿Me entendiste?, me decía retorciéndome una de las orejas, mordiéndome un pezón y separándome las nalgas, apretándome todo lo que podía contra su pecho acelerado. Cuando miré hacia la puerta de calle, me encontré con que Santiago estaba parado junto a ella, mirando la escena con el celular en la mano. No nos filmaba, ni fotografiaba. Pero sí se enviaba mensajes con alguien.

¡Dale bebé, movete vos, así tu cotorrita se come mi pajarito! ¡Así, guachita roñosa, dame teta, y dale conchita a mi verga! ¡Uuf, así, te cojo toda! ¡Te voy a ser un nietito, por putona, por andar en tetas, y por calentarnos a todos, bebota chancha!, me decía don Jorge, jadeando con dificultad, pero asiéndome de las caderas para que nuestros pubis se restrieguen con sabiduría. De esa forma mi clítoris volvía a explotar en jugos calientes, y su pija se volvía más interesante adentro del fuego de mi almeja. Santiago murmuraba cosas, pero ninguno de los dos le daba bola. Y, de golpe, unas palpitaciones ensordecedoras, unos jadeos por demás cargados de toses y suspiros, y unos brazos recios, fuertes y apremiantes como dos tenazas de acero, me hicieron notar que el viejo empezaba a eyacularme toda, a llenarme con su semen desprovisto de bondades tal vez, pero tan caliente como el de Santiago. Al mismo tiempo me decía: ¡Ahí lo tenés, putitaaaa, perrita sucia, guachita de porquería! ¡Ni siquiera sabés lavarte los calzones bebé, pero te gusta andar cogiendo, cogiendo y cogiendo! ¡Calladita nena, y toda caliente te quiero, con las tetas todas babeaditas, y la conchita prendida fuegoooo! ¡Y, más te vale que hoy también duermas en bolas! ¿Me escuchaste? ¿Eee? ¿Putita sucia? ¡Sos una hembrita hermosa, y estas tetas son mías! ¿Me entendiste?

Yo había sido fiel a sus pedidos. Jamás le dije una palabra durante la tremenda cogida que me regaló, y me tragué todos los gemidos que hubiese querido gritarle al oído. Y pronto, me bajé lentamente de sus piernas temblorosas, flacuchentas y casi lampiñas para ayudarlo a subirse el pantalón. Entretanto, vi a Santiago meterse en su habitación, mientras me disponía a preparar una nueva tanda de mates, así como estaba. Apenas con la blusita desprendida, el corpiño todo babeado, y el pantalón en los tobillos. El viejo se moría de risa al verme en culo, y con la cotorrita colorada, mojada y goteante de tanta pija.

A los días, yo amanecí con fiebre en la cama, con tos, ardor en la garganta, y un dolor de cuerpo que, solo podía explicarse a través de una gripe furiosa. Por lo tanto, don Ricardo me dijo que no hacía falta que me levante si no me sentía en condiciones. La casa estaba limpia, y no se caería el mundo por pedir comida al delivery. Incluso, me prometió llevarme el almuerzo a la cama. Santiago se encargó de mi desayuno, y de comprarme unos antigripales para aliviarme un poco el malestar. Y justamente al mediodía, luego de comerme las tres porciones de pizza que Ricardo me ofreció, tuve toda la intención de levantarme para darme una ducha. Sin embargo, Ricardo me puso una mano en el hombro y me miró fijamente.

¿A dónde creés que vas? ¡Nada de bañarse, ni de levantarte Romi! ¡Estás enfermita, mareada, y todavía tenés la frente caliente! ¡Además, crepo que todavía no tenemos arreglado el calefón! ¡Así que, te levantás, solo si querés hacer pis, o caca!, me decía gentil, luego de palparme el cuello, la cara y los brazos.

¡Aparte, tenés que tomarte el medicamento!, agregó luego, alcanzándome el blíster de pastillas, y un vaso de agua. Esperó a que me trague la pastilla, me contó algo de una vecina que le pagó el arreglo de una moto con plata falsa, y antes de irse, me destapó el torso.

¡Vamos, sentate, y sacate esa camiseta, que está toda chivada! ¡Y, abrí la boquita, que te toca el jarabe! ¡Esta noche, no quiero escucharte toser!, me iba diciendo mientras se bajaba el pantalón. Yo, ni llegué a quitarme la remera. Apenas me quedó colgando de un brazo cuando él se apropió de las voluntades de mi cabeza para acercarme su pija a la boca.

¡Dale nena, que los tres queremos verte bien! ¡Tomate el jarabe, sacá la lengüita, y decí AAAA, bien grande!, me decía, posando su pija hinchada en mi mentón, manoseándome las tetas y abriéndome los labios con un dedo.

¡Dale bebé, mostrame esas tetas, y chupame la verga, así te sanás! ¡Toda, bien hasta la garganta!, me decía cuando ya su pija había atravesado el umbral de mi aliento, y mi lengua se llenaba del sabor agrio de su piel pegajosa. Se la mamé con tantas ganas, que no tardé en quedarme con toda su leche en la boca. Él me pidió que me la trague toda. Pero yo, empecé a dejar que me chorree por los labios, hasta que algunas gotitas me mojen las tetas.

¡Cuando yo te pido algo, lo hacés, putita! ¡Esta noche, cuando vuelva del taller, vamos a charlar! ¡Espero que, por tu bien, te sientas mejor! ¡Yo, encima que te doy la lechita para que te cures, y vos, no te la tragás! ¡Desagradecida!, me decía mientras se subía el pantalón, sonriente, aliviado, y a punto de ponerse en marcha para irse al taller.

¡Dale nena, despertate, que el abuelo me pidió que te tome la temperatura!, me dijo, vaya a saber cuántas horas después la voz de Santiago. Cuando abrí los ojos, lo vi en bóxer, y en cuero, al tiempo que un débil rayo de sol se colaba por la única cortina de mi diminuta ventana. Como yo me hacía la dormida, el guacho se me subió encima, me destapó, me corrió la bombacha y empezó a enterrarme dedos en la concha, diciéndome sin sutilezas: ¿Querés pito guacha? ¿Querés que te coja un ratito, así se te pasan todas las mañas? ¡Despertate boluda, que tengo la verga al palo, y quiero una zorrita bien caliente!

Empezó a chuponearme el cuello, las tetas, a mordisquearme el mentón y los labios, mientras evidentemente se acomodaba como para clavármela toda. Pero, antes de eso, me puso su calzoncillo en la cara, y al tiempo que casi me asfixiaba con él, me rezongaba: ¡Olelo putita, dale, que está todo acabadito! ¡Me hice dos pajas pensando en vos recién! ¡Mirá cómo me tenés! ¡Toda esa lechita es tuya! ¡chupala toda, y dejalo limpito!

Y, mientras yo le obedecía entre toses secas, algunos chuchos de frío y ciertos mareos, sentía que su pito se abría paso entre los jugos que se me derramaban de la concha y la costura de mi bombacha. Enseguida sus movimientos hacían que la cama se golpee contra la pared, que nuestros pulmones se desdoblen en esfuerzos por tomar aire sin saliva, y que nuestros pubis colisionen con violencia, arrancando las sábanas del borde del colchón, y haciendo que esa poronga me devuelva las ganas de vivir.

¡Así putita, gemí, tosé, atragantate la concha de pija, estornudame la cara si querés! ¡Así hija de puta, sentila toda dura, ahí adentro, que te voy a largar toda la lechona!, me decía Santiago cada vez más enérgico, viril y entusiasmado. Y, en el momento en que mi vejiga comenzaba a reclamarme un poco de piedad, noté que su ritmo se suspendió por un micro segundo en el espacio, y que tras de eso, un alarido animal lo hizo estallar adentro de mi vagina con un chorro de semen tan vital como caliente y tenso. No sacó su pija de mis adentros, hasta asegurarse que no le quedaba ni una célula de leche. Y, entonces tuve frío cuando su cuerpo empezó a separarse del mío. Me sentí una nena inocente, solitaria, perdida, sucia, con unas terribles ganas de hacer pis, pero incapaz de levantarme. Santiago se fue tan rápido como había llegado, y entonces, pude ponerme un camisón encima, y antes de llegar a un accidente estúpido, me fui al baño.

¿Y bebé? ¿Cómo te sentís? ¡Abrigate un poco más cuando te levantes al baño, que bajó mucho la temperatura!, me decía don Jorge, justo cuando yo iba por el pasillo del baño hasta mi habitación, tosiendo como una condenada, tratando de mantener el equilibrio, porque me sentía re contra mareada.

¡Sí, creo que, me siento un poco mejor!, llegué a balbucearle, mientras lo escuchaba arrastrar los pies hacia donde estaba yo. De pronto, su presencia me acechaba como un perro hambriento. Me llevó contra una de las paredes, dejó caer su cuerpo sobre el mío, me palpó para verificar que tuviera una bombacha puesta, y me olió desde el cuello hasta las tetas.

¡Pobrecita mi chiquita, la atorrantita del abuelo! ¡Anda enfermita, con el camisón transpiradito, con olorcito a pis! ¿Tenés la misma bombacha de ayer bebé? ¡Parece que el jarabe que te dio mi hijo, no te sacó la tosecita! ¡Qué rico olorcito tenés, pendeja!, me decía luego, fregándose mis tetas desnudas en la cara, metiendo su mano por mi entrepierna para luego olerse los dedos tras rozarlos en mi bombacha.

¿Su hijo le dijo que le chupé la pija, al mediodía?, pude preguntarle, en medio de mis toses molestas y los escalofríos que no me abandonaban.

¡Por supuesto nena! ¡Y también sé que mi nieto te movió el guiso, hace un rato! ¿Te gustó? ¡Te pone re loquita que te acaben adentro! ¿No?, me decía mientras se metía una de mis tetas todo lo que le cupiera en la boca. Yo gemía, tosía y tiritaba de calentura.

¡Vamos, sacate la bombacha, vos solita, y vamos a la cama! ¡Yo te voy a enseñar a no andar jugando con mi nieto! ¡Sos una guachita asquerosa!, me decía retorciéndome uno de los pezones, frotándome el bulto en una de las piernas, y dejando que me apoye en su hombro para sacarme al fin la bombacha. Él viejo me la sacó de la mano para olerla desenfrenado, y luego me llevó a los empujones a mi pequeño cuarto. No tuve tiempo de nada. En menos de lo que canta un gallo, estuve tirada boca arriba de manera vertical a la cama, con los pies en el suelo, y con la cara del viejo olisqueándome la concha, besuqueándome las piernas y la panza. Hasta que, se derrumbó como una bolsa de papas sobre mi piel ardiente, y dejó que su pija hinchada entre y salga a placer de mi vagina prendida fuego. No se movía con tanta gracilidad, pero sus embestidas eran tan certeras que, mis grititos no tardaron en ganarle la pulseada a mis toses espantosas. Yo le decía cosas como: ¡Dale viejo chancho, dame la leche, dale el jarabe a mi conchita, que ella también tose, y tiene fiebre!, y él no separaba su boca de mis tetas, ni sus huevos de mi chacra sexual. Los sentía golpear y resbalarse, sentía cómo se le ensanchaba la verga, y cómo sus dedos buscaban el agujerito de mi culo entre mis nalgas. Y, fue recién cuando le mordí un labio que su semen guerrero, tal vez un poco oxidado, pero tan caliente como el que antes había probado, empezó a inundarme hasta la sangre. Entonces, el viejo se las arregló para ponerme la bombacha, me acomodó en la cama, me tapó, me prometió traerme un té caliente de jengibre, y me besó la frente, mientras me decía: ¡Gracias bebita, por dejarte coger así! ¡Sos una hembra con todas las letras!

A la noche, después de una sopa de verduras, un bifecito y de otro té, más una nueva toma de pastillas, Ricardo apareció en mi pieza. Esta vez, no hubo demasiadas palabras. Solo me preguntó si me sentía bien, y me dijo que él se llevaría mis platos vacíos, cubiertos y todo lo demás. Pero enseguida me destapó, me arrancó la bombacha hasta romperla, me sentó sobre sus piernas desnudas, ya que se había bajado el pantalón en cuanto me distraje mirando la tele, y empezó a frotarse la pija con mi culo. Él dominaba mis movimientos teniéndome de la cintura, porque, yo me sentía débil.

¡Así, enfermita dan más ganas de garcharte bebé! ¿Sabías?, me dijo, antes de clavarme la pija en la concha, y de comenzar a convertirme en una muñequita de piel y huesos, la que le comía toda la pija con un agradecimiento que, por momentos me hacía lagrimear.

¡Cogeme toda, dame pija, que tengo la concha enfermita!, le dije, mientras los temblores y el entrechoque de nuestros cuerpos me hacía tiritar la voz. Él aceleraba sus arremetidas, y me hacía saltar como una pelota de pin pon sobre sus piernas, mientras sus manos me nalgueaban fuerte, y su olfato no paraba de nutrirse con los olores de mi piel.

¡Tenés olor a nena bien garchadita mi amor! ¡Te gusta divertirte con la pija nena!, me decía, mientras yo le juraba que quería seguir comiéndole la pija a su hijo, y al degenerado de su padre. El aliento de Ricardo mezclaba vino y tabaco cuando jadeaba extasiado, y su lengua, una vez que comenzó a rodar caliente por mi cuello, me ponía casi tan puta como la forma que tenía de cogerme bien duro. Y, una vez más, toda su leche empezó a calentarme los músculos interiores de la concha, mientras sentía que mi culo se dilataba, lubricaba y cosquilleaba como loco.

¡La quiero en el culo algún día patroncito!, le empecé a gritar, mientras sentía que su semen me inundaba de presagios, calor y bendición. Me sentía una putita cualquiera, pero tan feliz como pocas mujeres en la tierra. Aunque, cuando Ricardo me dejó sola en la cama, desnuda, húmeda de sexo, temblando y con toda la imposibilidad de sentirle el gusto al semen que mis propios dedos reclutaban de mis labios vaginales, me sentí triste, abandonada, con ganas de llorar. O tal vez, con más ganas de coger que al principio.

Todo hasta que, a los dos meses, mientras amasaba unos fideos en la cocina, empecé a descomponerme, y no podía recuperarme. Pensé que podía ser la presión, o las 3 cervezas que nos habíamos tomado con Santiago la noche anterior, en su cuarto, después de que al fin se animara a romperme el culo. De hecho, por esos lados estaba todo bien. Podía sentarme normalmente y todo. Pero, se me nubló la vista, y tuve unas nauseas horribles. Entonces, decidí ir a la salita que, por suerte está a tres cuadras de la casa de don Ricardo. Enseguida me hicieron análisis de sangre, me tomaron la presión, escucharon mis pulmones, me vieron la boca y la garganta, me pesaron, midieron, y preguntaron mil cosas. Al otro día, la noticia me golpeó el alma con la dureza de una ciudad de cemento a punto de derrumbarse.

¡Mirá mamita, no te preocupes que no te pasa nada grave! ¡Estás embarazada! ¡Es todo!¡Felicitaciones, y un besote grande al papá!, me dijo la enfermera cuando fui a buscar los resultados de todo. Ricardo me ordenó que pague lo que sea necesario para que me tengan todo enseguida.

¡No queremos que la hembra más linda y gauchita que pisó esta casa, se sienta mal por una simple comida, o lo que sea!, me había dicho cuando le conté de mi estado. Y entonces, ¡embarazada! ¿De quién? ¿Sería de Ricardo? ¿Del guacho? ¿O de ese viejo chancho? ¡Tenía que decirles la verdad, sin importarme las consecuencias!

¡Es decir que, alguno de esta mesa, es padre! ¡Porque, si no me equivoco, todos le dimos lechita a esa cotorra cantarina!, dijo don Jorge, luego de un silencio prolongado, una vez que tiré la noticia, cuando ya todos habíamos terminado de comer unos rabioles con crema.

¡Imaginate el hambre que va a tener ahora! ¡Vamos a tener que darte más leche bebé!, dijo Ricardo, proponiendo un brindis, llenando los cuatro vasos con vino.

¡Joya Romi! ¡Digamos que va a ser el guacho más feliz del mundo! ¿Tres papás se echó el loco! ¡Aaah, y te cuento que, tengo un amigo que t e quiere garchar! ¡Lo vas a necesitar! ¡Dicen que las minas cuando andan preñadas, les chifla la concha de calentura!, dijo Santiago, bajo la aprobación de su padre y abuelo.

¡Pero, t e vas a tener que cuidar nena! ¡Ahora, no hay drama que te acaben adentro! ¡Pero, nada de andar sin calzones!, decía luego don Jorge, una vez que los cuatro vasos estallaron juntos en un brindis caluroso, alegre y absurdo. ¿Qué les pasaba a todos? ¿Estaban contentos de haberme embarazado? ¿Todos querían asumir su paternidad? ¿No iban a despedirme?

Desde el día siguiente, nunca me faltaron los mimos de esos hombres, ni sus cuidados, ni dinero para comprarme lo que quisiera, ni sus planificaciones para hacerme una pieza más grande. Pero tampoco me faltaron sus pijas, sus chupones y manoseos. Incluso, ahora me cogían casi todos los días, y eso, me mantenía lejos de todos los miedos que tenía de ser madre por primera vez.     Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊 


Te podes enterar a través de Twitter de todo lo nuevo que va saliendo! 🠞 Twitter

Comentarios

  1. Anónimo29/7/23

    Mmm que rica guachita tan putita, me hace acordar a mi sobrina jeje

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajaja! Bueno, esperemos que tu sobri no quede embarazada de tres hombres al mismo tiempo! Jejejejeje!

      Eliminar

Publicar un comentario