Tetas calientes

 

 

Esa mañana no podía pensar en otra cosa que en coger. Pero, tenía que hacerme cargo de mi bebé de 7 meses, del pequeño kiosco que había en casa, de preparar la comida para cuando mis viejos lleguen a almorzar, y de ordenar un poco la cocina. Eran las diez cuando ya me había tomado unos mates, y seguía aplastada en el sillón, con mis 19 años abandonados por el guacho que me embarazó, dándole la teta a Bruno que no paraba de sonreír, mirando una peli de Harry Potter que daban en la tele. Pensaba en que hacía mucho que no cogía, y un calor insoportable me rodeó desde los pies a la concha como un sol radiante. Pensaba en que estaba gorda, despeinada, con una remera pegoteada de leche de mis tetas y saliva de mi bendi, y que ni siquiera tenía ganas de pintarme las uñas. ¿Quién querría cogerse a una mina así? Entonces, descubrí que el pañal de mi gordo empezaba a calentarse. Lo que solo podía significar que se había hecho pis. Ni siquiera sé por qué lo hice, ni en qué pensaba, ni en si estaba bien o mal. Pero me las ingenié para sentármelo sobre las tetas, y se las refregué en las piernitas, en la espaldita desnuda, ya que hacía un calor infernal a esa hora, y en la cola a medida que le iba sacando el pañal. Después, lo di vuelta para mirar su sonrisa hermosa, sus gestos felices y escucharlo divertirse aún más, cuando mis besos con ruidos y babas comenzaban a devorarse cada tramo de su pielcita suave y fresca. Ni me importó que estuviese meado. ¡Yo soy su madre, y él es mi angelito! ¡Solo mío! ¿Además, cuántas madres pueden negar que no juegan con sus hijos desnudos? Me metí su pilín en la boca, y sus risitas fueron todavía más agudas. Se lo chupé despacito, agarrándolo de la colita con una mano para que no se me caiga, y me frotaba las tetas con la otra, o me retorcía los pezones. Probaba mis propias gotas de leche de mis dedos, y las piernas se me abrían solas. Me excitaba el olorcito de mi bebé, el sabor de su pito mojado, los roces de su piel en mis tetas desnudas, porque ya me había quitado la remera, y por sobre todo, me hacía suspirar el hecho de escucharlo reírse como nunca. De pronto sonó el timbre. Una, dos, y hasta cinco veces. No me levanté a atender. No quería dejar de saborear el pitito de mi nene, ni parar de frotarme la entrepierna con sus piecitos. Le gustaba que le besuquee la cola, que se la muerda y llene de chupones, mientras le decía que era una loba hambrienta, una come nenes, y que, si no se portaba bien, me lo iba a coger hasta sacarle toda la lechita, hasta que no le quede ni una gota para las guachas del futuro.

¡Así mi chiquitito, dale pito a mami, todo ese pitito meado, cochino! ¡Ya vas a ver que, cuando se te pare, se lo vas a querer meter en la boquita a las nenas, mi gordito hermoso, chancho de la mami! ¡Sí, reíte mi bebé, que mamá es re putita, y se come tu pitito! ¿Viste? ¡Así, como vos me comés las tetas! ¡Es más, si no te portás bien, te voy a chupar hasta el culito, mi pendejito hermoso!, le decía con una voz extremadamente aguda, eufórica y cariñosa al mismo tiempo, babeándole desde la pancita hasta las rodillas, pero lamiéndole el pito con todas las ganas del mundo. Su olor a pichí se intensificaba, y algún que otro chorrito se le caía en mi mentón, o en mis tetas. Y de nuevo el timbre, acompañado del típico, ¡Sodeeeeroooo!, de todos los martes. Yo ya lo conocía a Mario, nuestro repartidor de años. Recuerdo que le grité: ¡Pase don Mario, que está abiertoooo, así le digo lo que necesito! ¡Mis viejos no están!

No era la primera vez que le dejaba la puertita del costado del kiosco abierta. A él, o al cigarrero, al de las cervezas, o a Mariana, que es la chica de la agencia que nos traía algunos cartones de Quini6. Especialmente las mañanas que me quedaba sola con el gordo. Además, la sola idea de saber que Mario entraría a la casa, y que me vería con las tetas al aire, me electrizó los pezones y el clítoris, casi que al mismo tiempo. No podía olvidarme que, allá por mis 15 años, mi boca debutó, por decirlo así con su pija, en una mamada bastante ordinaria y pobretona, pero con la que me gané la primera sensación real del semen corriendo por mi garganta. Obvio que mis viejos nunca se enteraron. Ni de esa, ni de los seis o siete petes que le regalé a ese pelado simpaticón, bien verde como me gustan, petiso y barrigón.

Entonces, le puse el pañal meado a las apuradas a mi gordo, y me lo senté a upa, mientras Mario entraba sifones de soda, gaseosas, dos bidones de agua, y una damajuana de vino para mi viejo, (Cortesía de la empresa), silbando una chacarera o algo de eso.

¿Cómo se porta ese mocoso che? ¡Imagino que no te deja dormir!, iba diciendo al tiempo que acomodaba las cosas al lado del sillón en el que estaba sentada.

¡Y, más o menos! ¡Ahora quiere la teta, y bueno, medio que se envicia el cochino! ¡Dicen que a casi todos los varones les pasa!, le dije yo, acomodándome para que me vea bien las tetas. Él me las miraba con esa cara de baba que me emputecía desde guacha.

¡Che, nena, pero no hace falta que antes con las tetas al aire! ¡Bue, es cierto que hace calor! ¡Mirá las piernitas que tiene! ¡Bien gorditas, como las tetas de la mami!, decía, agarrándole las piernas a bruno, acercando de a poco su barba recortada a mis gomas.

¿Vos decís? ¡Debe ser que le gusta mucho la leche, como a su mami!, le susurré, mientras le permitía que me acaricie el pecho del que Bruno no se alimentaba.

¡No bebé, no empieces con tus jueguitos de Gatúbela, que después, me dejás como loco! ¡Y lo sabés Ivana! ¡Aparte, esa debe ser la única leche que no probaste! ¡La leche materna! ¡Me dijo el negro Walter que, el año pasado le tomaste la lechona! ¿Te gustó más que la del tío Mario bebota?, me decía, abriéndome los labios con un dedo para que yo le pase la lengua y se lo succione. Le gustaba que le haga eso, y que se lo roce con los dientes, sin llegar a mordérselo.

¡Sí, probé la leche de las tetas de una amiga, que también tiene un bebé! ¡Y, la verdad, el negro es re bruto! ¡Tu mamadera me calienta más!, le decía yo, estirando una mano para rozarle la cabecita de la pija, ya bastante dura bajo su pantalón de trabajo.

¡Te la estás buscando gordita! ¡Y sabés que me vas a encontrar! ¿Te calienta hacer porquerías cuando no están tus viejos? ¿Y con el guachito en los brazos?, me decía luego, sorbiendo mi pezón libre para saborear mi leche, morderme los costaditos de la teta, subir hasta mis labios y matarnos con unas lamidas que me consumían en una especie de terremoto.

¡Qué rica leche tiene la nena! ¡Dale guachita, dame más leche, y más lengüita, que al tío Mario se le está calentando la lechita para vos! ¡Dejé el camión en marcha, y al boludo de Tiago arriba, supuestamente cuidando todo! ¡Así que, lo tenemos que hacer rapidito! ¿Eee? ¿Me la vas a mamar, mientras el gordo te chupa las tetas?, me decía, buscando abrirme las piernas con una mano para llegar a mi concha. Yo se las abrí, y mientras nos besuqueábamos, y yo le pajeaba la verga totalmente adentro de su calzoncillo, le pedía insolente: ¡Dale baboso, Pajeame toda, meteme los dedos, correme la bombacha, o bajala toda, y colame los dedos, hijo de puta!

¡Uuuf, bebota sucia, la tenés empapada a la conchita! ¿Y ese olor a pichí es del guacho? ¿O es tuyo? ¿Te meás por mi verga bebé? ¡Dale, apretame bien, pajeame bien la pija nenita, que te la vas a tragar toda!, me decía, haciendo cada vez más sonoro la expedición de sus dedos por mi concha, cuando yo había logrado bajarle hasta el calzoncillo para pajearlo a mi antojo.

¿Y vos? ¿Cuándo me vas a descargar toda esta mamadera en la concha? ¿Siempre en la boca me la  vas a dar? ¡Y el que se meó fue el gordito! ¿Querrías que yo me mee por tu pija? ¿Viejo baboso? ¡Dale, haceme upa y cogeme toda, así, con el guacho meado en los brazos, mientras me chupa las tetas!, le dije, casi a los gritos, porque sus dedos habían encontrado la sensibilidad de mi clítoris en llamas para rozarlo. Pero el hijo de puta, antes de cualquier cosa, me quitó su pija de la mano y se arrodilló entre mis piernas para sacarme la bombacha, (Cosa que fue fácil porque yo tenía una pollera súper ancha), y me las empezó a babosear con sus besos cargados de fuego. Cuando llegó a mi vagina, apenas fue capaz de soportar su aroma, su fragancia afrodisíaca que, solo me dio tres o cuatro lengüetazos, mientras me pellizcaba el culo y me pedía que me exprima una teta para ensuciarme toda con mi propia leche. Cuando se incorporó del suelo, acaso medio aturdido, se sentó a mi lado y me alzó con una fuerza tan determinante como mi calentura, y, luego de pedirme que sostenga todo lo que pueda al bebé en los brazos, empezó a mamarme una teta, con su pija instaladita entre mis piernas, chocándose con mi vagina, haciéndome morir de un deseo que no lograba contener en las cuerdas vocales. Por eso gemía como una boluda, notaba que se me caían algunas lágrimas, y que mis palabras se me escapaban solas.

¡Dale, por favor te lo pido! ¡Metela toda, cogeme, haceme sentir esa verga en la concha, que no doy más!, le supliqué, mientras él seguía buscando mi clítoris para frotármelo.

¡No sé por qué sos tan roñosa nena! ¡Ni, por qué no te cuidás un poquito! ¡Estás hecha una vaca, con estas tetas llenas de leche, y con un borreguito todo sucio encima! ¡Ni la bombacha te cambiás, negrita sucia!, me decía, mientras su glande comenzaba a deslizarse por las mieles de mi ansiedad, y mi cuerpo de a poco experimentaba un saltito tras otro, cada uno de ellos un poco más violento de a ratos.

¿Esto querías putona? ¿Que te garche bien la conchita por donde salió tu pibe? ¡No sabés las ganas que tenía de cogerte cuando eras una nenita! ¡Si yo hubiese sido el padre de este huerfanito, no te habría faltado nada! ¡Y mucho menos, mi verga!, me decía mientras mi culo revotaba en sus piernas, su pija engordaba entre mis paredes vaginales, y mis tetas expulsaban toda la leche que a sus manos se le antojaban, porque no paraba de ordeñarme. A veces le pedía a Bruno que me las mame.

¡Así viejo verde, garchame más, metémela hasta el fondo, asíii, mientras el bebé me muerde las tetas, Mmmm, Asíii, quiero pija, quiero mearme como mi bebé, arriba tuyo, porque soy una putona, tu putona! ¡Y, si mi bebé hubiese sido tuyo, te habrías lavado las manos como el hijo de puta que me acabó adentro! ¿No me la saques, seguí cogiéndome así de ricoooo!, le gritaba, mientras el timbre volvía a sonar, Brunito lloriqueaba, quizás por la incomodidad, y yo apretaba los dientes, cerraba los ojos y me aferraba a uno de sus hombros, casi clavándole las uñas. En un momento, mientras Mario me seguía penetrando con fuerzas, le saqué el pañal al gordo, y el nene se hizo pichí encima nuestro. Eso, tal vez fue una sensación que no esperaba. De repente empecé a aullar de excitación, a morderle los dedos a Mario, y a oler mi bombacha negra, con la que de paso secaba a mi bebé.

¡Qué chancha que sos, hija de puta! ¡Te largo la lecheee, ahoraaaaa! ¡Dale, vos metete el pito de ese atorrante en la boca, así aprende que su mami es una rica ordeñadora de pijaaaa, asíiii, putona de mierdaaaa! ¡Seguro que te lo vas a garchar cuando sea un varoncito!, empezó a gritarme Mario, agarrándome el pelo, apretándome una teta, elevándome un poco más con sus piernas para asegurarse que ni una sola partícula de su acabada se escape de mi conchita caliente. De golpe, los ruidos de la calle, la bocina de su camión y el rugido del motor, el timbre, las maldiciones de los magos del ministerio de magia y el llantito incómodo de Bruno nos devolvieron a la vida, casi que sin dejarnos recuperar de nada. Él había acabado muchíiisimo semen adentro de mí, y yo había tenido un orgasmo tremendo, porque, además, me encajé el pito de mi hijo en la boca, mientras ambos acabábamos. Pero entonces, Mario se levantó tan rápido como le dieron sus pobres piernas, se ajustó el cinturón del pantalón, y me pidió que le mande los 7000 pesos del pedido por MercadoPago. Yo, como pude me puse la remera, dejé a Bruno en su cochecito, desnudo y todo pegoteado de mi leche materna, y sin siquiera ponerme la bombacha corrí a atender el kiosco.

A eso de las 11 y media, volvía a estar en el sillón, tomando un licuado de banana, mientras mi gordito dormía plácidamente, cambiadito, perfumado y feliz. Pero yo no podía dejar de sentir que necesitaba más. Mandé un par de mensajes a mis chongos. Obviamente, todos más grandes que yo, porque me vuelven loca los tipos mayores de 30 años. Sin embargo, a todos les daba cosa que estuviese con mi hijo, sola en mi casa. ¡Qué boludos! Eso me puso de malhumor por un instante. Me masturbé inútilmente, tratando de apagar un poco del incendio que me palpitaba en el abdomen. Y comprobé que mi vulva estaba regada de la leche de mi sodero preferido. Volví a quitarme la remera, un poco por el calor, y otro porque me gustaba estar así cuando no había nadie. Y, de repente, entró Martín, que es uno de mis vecinos.

¡Che, perdoname por entrar así Ivana! ¡Pero, vine hace rato, y no salías! ¡No quise joderte! ¡Me mandó tu viejo para, arreglar el cuerito de la canilla de la cocina, y para que vea la mochila del baño! ¡Dice que pierde agua! ¿Uuups, perdón! ¡Espero a que te vistas?, me decía, cada vez más adentro de mi casa, pero sin quitarle una pizca de atención a mis tetas desnudas.

¿Te gustan?, lo beboteé pasándome un dedo por los labios, luego sacándole la lengua, y agarrándome las tetas para juntarlas. En ese momento, un chorro de leche salió como un disparo de una de ellas, y cayó al suelo. los dos nos reímos.

¡Che, que después el nene no va a tener qué tomar!, me dijo incómodo el vecino.

¡él siempre tiene de tomar! ¡La que, a veces no tiene, soy yo! ¿Vos tendrás un poquito de leche, para las bebés adultas?, le dije, pegándome a su cuerpo, ya que él parecía incapaz de dar un paso, o de separarse de los cerámicos que pisaba. Sus ojos se abrieron como sin creer en lo que escuchaban sus oídos. Pero al fin estiró una mano para tocarme una teta. Yo le pegué en la mano, diciéndole: ¡Nooo, eso no se toca, vecino malo, porque, ahí pone la boquita mi bebé después!

¡Aaah! ¿Sí? ¡Y la mami, dónde anda poniendo la boquita? ¡Imagino que, hace mucho que no usa chupete!, me dijo el hombre, ahora acercándose para olerme las tetas, y fregárselas en la cara. Yo, directamente busqué el contacto de su pija con mi mano, y la tenía hecha un garrote.

¡Y, no sé! ¡Vos sos el que tiene una nena! ¿Ya no usa chupetes? ¿o le das la mamadera?, le dije, atrapando su labio inferior para mordérselo, mientras el hombre se dejaba empapar las manos con la leche de mis tetas, porque no las quería soltar.

¡De mi hija, mejor no hables, que es chiquita!, me dijo, y su voz intentó enfriarse.

¡Claro, ella es chiquita, y yo tenía unos 14 o 15, como ella cuando, vos me espiabas! ¿Te gustaba mirarme en mayita cuando salía de la pileta?, le decía, fregándome, apretujándole el glande, forcejeando para bajarle el pantalón, al tiempo que él seguía oliéndome las tetas. Incluso, me hizo chillar cuando me mordió un pezón.

¡Qué calentitas tenés las tetas bebota! ¡Y, sí, me encantaba verte en mayita! ¡o en calzones, cuando salías a fumar a escondidas de tus viejos, al patio! ¿Te acordás? ¡Qué lindas te quedaban las tanguitas con dijecitos, o mariposas!, me dijo, y yo, casi sin saber de dónde pude haber sacado tantas fuerzas, lo empujé arriba del sillón, justo encima del pañal meado de Bruno. Pero, tuvimos la mala suerte de que, gracias al estrépito de su caída, el sillón se deslizó en el suelo, y una especie de bocinazo agudo hizo eco por toda la casa. Lo que despertó a mi bebé. Sin embargo, lo chisté durante un ratito para que me espere. Bruno no se caracterizaba por tener paciencia, casi nunca. Aproveché los minutos que pude para frotarle el pubis en el bulto súper erecto que ya mostraba su pantalón, mientras dejaba que sus dedos me moreteen la cola con pellizcos, rasguños y pequeños tingazos. Todo lo que separaba nuestros genitales, era su ropa, y mi pollera meada por mi nene. Incluso, él se topó con mi bombacha que descansaba celosa sobre el respaldo del sillón.

¡Aaah, bueno! ¡Parece que la vecinita se saca la bombachita donde quiere, y la deja por ahí, regalada! ¡Qué lindo te movés guacha! ¡No sabés las ganas que tengo de empomarte esa argollita! ¿No sos vos la que anda necesitando un chupete? ¿O que te cambien los pañales? ¡Olés a pis de bebé, guachita!, me decía mientras mi vientre danzaba sobre su mástil atrapado, y mis tetas estallaban una y otra vez junto a su nariz pervertida. Hasta que Bruno lloró, y lloró más fuerte.

¡Debe tener hambre el hincha pelotas!, murmuré, separándome por un momento del vecino, y coloqué a mi bebé en un corralito que le hizo mi viejo, sobre un colchoncito de peluche elevado para darle la teta. Era ideal cuando andaba atareada con las cosas de la casa, porque la sacaba un toque, él chupaba un ratito, y cuando se dormía podía seguir con lo mío.

¡Sí, debe ser que tiene hambre, como la madre! ¡Y, seguro que se re mea encima cuando le ponés esos pomelos en la carita!, me decía Martín, pegándose a mi cintura, aprovechándome casi en cuatro patas con los brazos sobre el corralito, y con mi bebé prendido de mi teta derecha. Él no se hizo rogar, ni yo se lo impedí. Me subió la pollera, me asestó unos cuantos chirlos mientras me olía el cuello y me encajaba sus dedos como morcillas en la boca, y comenzó a frotarme el bulto en el culo, separándome las nalgas.

¿Qué? ¿Me vas a culear? ¿Al fin te la vas a jugar, y me vas a enterrar esa pija en el orto, mientras le doy la teta a mi bebé?, le dije, y sus manos se aferraron a mi cuello, mientras me decía: ¡Callate ija de puta, porque te ahorco mientras te la meto hasta los huevos! ¿Querés que te rompa esa colita? ¿O la querés en la conchita, para darle un hermanito a ese bastardo?

No hubo ni un segundo de diplomacia, ni de rendiciones, ni excusas. Su pija, primero atravesó el orificio de mi vagina, y su cuerpo se hamacó gentil sobre mis caderas, haciendo que Brunito se ponga nervioso. Aunque no paraba de amamantar, ni de reírse, porque yo le metía la mano por adentro del pañal para comprobar si se había ensuciado. Desde luego, se había vuelto a mear. Y entonces, justo cuando yo le había despegado las cintitas del pañal, la verga de mi vecino comenzó a punzar mi culo con audacia, despacito y sin apuros, mientras sus jadeos me desintegraban los tímpanos.

¿Te hago el culo bebota? ¿Querés yegüita? ¿así tu bebé se toma la lechita que yo te deje en el culo? ¿O querés que te acabe en las tetas, para que ese guachito se coma mi acabadita? ¡Qué putita te ponés cuando te manosean el orto, cosita de papi!, me decía, convirtiéndose en un violador experimentado, al tiempo que algunos pedos resonaban en el living de mi casa, gracias a sus intentos de penetrarme el culo. Y, de golpe, grité tan fuerte que Bruno se asustó. Yo le encajé la teta de prepo en la boca, por si alguien llegaba a escucharnos. Para colmo, el timbre del kiosco sonaba cada vez más a menudo. Pero la pija de mi vecino me obstruía el agujero del culo, me hacía arder toda por dentro, me arrancaba alaridos de placer, y me transformaba en un sube y baja tan rítmico como alocado.

¿te gusta perra? ¡Ya le voy a contar a tu papi, cómo andás culeando, con el guacho colgado de las tetas! ¡Síii, pedime la verga nena, así, así te culeo toda, te rompo bien ese pan dulce mi amor! ¡Porque sos una putita! ¡Por eso te preñaron a vos, guachona! ¡Dale, pedime la leche cochina! ¡Quiero hacerte un bebito mi vida!, me decía al oído entre jadeos, nubes de aliento a cigarrillo, sacudidas cada vez más peligrosas, porque los pies ya no me sostenían, y mi torso se derramaba con furia sobre la cara de Bruno, y mis chorros incontrolables de pis que me diplomaron como la peor de las putitas de mi cuadra. Pero, había alcanzado un orgasmo tan feroz como cuestionable. Sentía que la lluvia caliente de semen de Martín me llenaba los intestinos, y que su pija emergía con dificultad de mi túnel oscuro. Me ardía el culo, me palpitaba el clítoris, se me resbalaban los pies por el charco de meada que había dejado en el piso, y me dolían los pezones. Ni siquiera supe cómo, o cuándo fue que le saqué el pañal a Bruno. Y mucho menos, cuándo fue que Martín se puso a revisar el cuerito de la canilla de la cocina. Cuando recobré la consciencia, estaba solo con la pollera, poniendo una pava de agua para cebarle unos mates a Martín, como si no hubiese pasado nada, con mi bebé en los brazos, tomando la teta. Al menos, recapacité cuando vi que eran las doce y cuarto. ¡Mis viejos no tardarían en llegar a comer! Así que, pedí dos cajas de pizza, una docena de empanadas, y me fui con mi bebé a nuestro cuarto, apenas llegaron mis viejos y se pusieron a charlar con el vecino.

¡Dale Migue, necesito que vengas a casa, en la siesta! ¡Tengo las tetas re calientes, y estoy ahogada de las ganas de coger! ¡Vení, que mientras te convido de la lechita que es para mi hijo, me hacés lo que quieras!, le escribí enseguida a Miguel a su WhatsApp. Él había sido mi profe de gimnasia en el secundario, y siempre me tuvo ganas. Ahora, yo era mayor de edad, y no nos debíamos nada. ¿Por qué no podría invitarlo a mi cama, para que juegue a ser mi papi? ¿Acaso Bruno era el único que necesitaba una mamadera calentita?    Fin

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