Tu machito

 

Escrito Junto a Diablito

 

Creo que era la última mudanza que me tocaba hacer en la semana. El sábado estaba radiante. Por suerte no llovía, y lo último que deseaba era tardarme más de la cuenta, porque en mi casa me esperaba mi pequeña pero calurosa familia. Mi madre me había prometido amasar pizzas, y preparar un pionono de dulce de leche y crema como postre. Pero, apenas noté que la dueña de la casa era una mujer bastante charlatana, alta, hermosa, y que parecía aturdida de tanto guardar, etiquetar cajas, doblar cosas, subir y bajar muebles, perdí algunas ilusiones, y gané otras tantas. ¿Habría notado que se me pararon los pezones bajo mi remera?

¿Vos, cómo te llamás chiquito?, me dijo al fin, con la frente perlada en sudor, luego de ofrecerme un vaso de agua y barrer inútilmente el suelo de lo que sería la cocina de su vieja vivienda.

¡Ariana señora! ¡Qué bien me venía ese vaso de agua!, le dije, disfrutando el apuro que se evidenciaba en sus ojos café.

¡Ay, qué tonta! ¡Perdoname! ¡Es que tenés el pelo cortito, y qué músculos! ¿Puedo tocar?, me dijo, al parecer intentando salvar el momento. Su perfume me ponía más boluda de lo que ya me sentía, y ni sé qué le respondí. Me dijo que se llamaba Mariana, y que realmente le fascinaban mis brazos y mi pectoral. De pronto me tocó, y yo me sorprendía contrayendo mis músculos para que los sienta, y tal vez exagere un poco murmurando cosas como: ¡Faaaa! ¡cuánta fuerza che! ¡Se ve que, sos una mina que pega duro! ¡Qué brazos querida! ¡Con razón sos una de las mejores de la empresa! ¡Bah, al menos, esas fueron las recomendaciones que me dieron de vos! ¡Así que, por las dudas, con vos no me peleo!

Luego, noté que me miraba con lujuria, se relamía cuando me agachaba, o marcaba un poco más los músculos de mis brazos, o me guiñaba un ojo, o murmuraba cosas que no llegaba a captar, mientras yo cargaba las últimas sillas, unas cajas con libros, un frigobar y una bolsa con peluches al camión. Me sentía tan radiante como el día. Pero, no podía jugarme mi laburo. ¿O sí? En el fondo, tampoco me pagaban taaan bien. ¡Pero, por ahora es lo que tenés!, me repetía, recordando que estaba más que lista para cualquier situación que se me presentara. Y, entretanto la casa nos envolvía cada vez más con el eco insoportable de saberse vacía, desnuda y quejumbrosa. Parecía entristecerse, enfriarse y oscurecerse de a poco. Mariana me dio otro vaso de agua, y esta vez, cuando llegaba al final de mi trago, dejé que algunos hilitos se me deslicen por el mentón. Incluso, antes ya me había ruborizado cuando me mojé la remera con un poco de agua por el calor.

¡Ahora se notan un poco más tus pezones, chiquito!, me había dicho con una risa tan cantarina como irritable, cuando yo subía sola una caja inmensa, repleta de Casetes.

Y entonces, nos encontramos con que solo quedaba la cama con el colchón, sin almohadas, ni sábanas que lo recubran.

¡Bueno Mari, creo que, para esto, me vas a tener que ayudar! ¿Podrás? ¡Por ahí parezco fuerte, pero voy a necesitar una manito!, le dije, odiando el sonido de mi voz en el eco de aquella habitación despoblada. Me dispuse a levantar una de las pesadas patas de madera de la cama, ya que Mariana no me respondió de inmediato. Creí que ni siquiera me había prestado atención, porque estaba escribiéndole a alguien por WhatsApp. Aunque, sin darme tiempo a nada, de golpe sentí el calor de su cuerpo detrás de mí, y unas palabras que sonaron a: ¿Vos te creés que soy boluda yo? Enseguida me invadieron mil sensaciones. El olor de su perfume, el roce de su pelo apenas rizado rozando mi oreja, el atrevimiento de sus manos revoloteando en mi entrepierna, y su respiración tan sísmica como relajante me excitaron demasiado.

¡Vos, por ahí ni te percataste! ¡Pero estuve relojeando esto que tenés acá! ¡Qué lindo bultito! ¿Me mostrás? ¡Así que, parece que, la nena es muy lista!, me susurró al oído, y su aliento me quemó hasta las uñas de los pies.

¿Te gusta pensar que tenés una pija? ¿A cuántas te moviste ya?, agregó, mientras me apretaba una nalga y me marcaba sus labios gruesos en el cuello con un besuqueo que, me hacía temblar. Transpiré. No supe qué decirle. Aunque no tuve que hacerlo. Simplemente dejé que Mariana me baje el cierre del jean con la intranquilidad propia de un niño que sabe que tiene ante sus ojos la mejor golosina del mundo, y descubra una pija no muy grande ni ancha, más que nada para marcar paquete, pero lo suficientemente durita como para penetrar. Ella la tomó en sus manos y comenzó a simular que me la pajeaba, mordiéndose los labios, y apretándose una goma con dos dedos, cada vez que se le ocurría decirme algo como: ¡Qué chancha la nena! ¡Qué listas vienen hoy en día ustedes! ¡Qué perrita pijuda!

Yo suspiraba como si estuviese en contacto con mi verdadera piel. Sentía que me mojaba, que los pezones me vibraban, y que mis huevos invisibles palpitaban en mi vientre con unas ganas de poseer a esa hembra, hasta dejarla sin garganta de tanto cogerla y cogerla.

¡Me calienta mucho que seas un varoncito! ¿Sabés? ¡Te imagino arriba de otras guachas, metiendo y sacando esta cosita de sus argollas depiladitas! ¡Dale, decime a cuántas te volteaste ya, guachito! ¿Quiero morderte las tetas, y que me chupes la concha!, me decía, ahora manoseándome las tetas por debajo de la camiseta con un frenesí tan ferviente como ansioso. Yo no me aguanté más. De repente me incorporé como una tromba, le agarré la mano con la que me toqueteaba la pija para mordérsela, y la empujé contra la cama, sin demasiado esfuerzo, mientras le decía: ¡Por ahí, quién te dice que vos, seas la primera a la que me voy a voltear! ¡Y calladita, si no querés que te agarre de los pelos!

Ella se me quedó mirando, un poco extrañada y en silencio, pero con toda la curiosidad en el rostro, mientras se sacaba el pantalón de cuero apretadito para revolearlo, y la bombacha atigrada con las piernas bien abiertas. Seguro sabía de sobras que me enloquecería el espectáculo de su conchita depilada y húmeda, con tantas gotitas de flujo que la luz que entraba por la ventana sin cortinas hacía brillar como a burbujitas ardientes. Era irresistible. Se me hacía agua la boca, y la lengua me bailoteaba sola adentro, multiplicando saliva, mientras mis ojos recorrían cada tramo de la piel de esa concha abierta como un amanecer. Así que, no seguí pensándolo. Me arrodillé hecha una locomotora entre sus piernas, se las abrí un poco más, y dejé que el primero de mis besos babosos estalle contra sus labios vaginales. Ella gimió. Pero no tanto como cuando mi lengua empezó a transgredir la espesura de sus jugos, la sensibilidad de su aroma salvaje, y la humedad de su carne prohibida, aunque no para mí. Escuchaba que le costaba respirar, y sentía que sus dedos me pulsaban la cabeza, que sus piernas me apretaban las mejillas, y que mi boca se inundaba de sus jugos. Nunca se la había comido a una mina, y estaba tan extasiada que, creo que, si una horda de machos calientes hubiese decidido clavarme 20 pijas en el orto, ni lo habría notado. Y no solo desaté mi lengua entre sus labios calientes. También le metí dedos, saliva, y hasta me atreví a enterrarle la nariz durante unos segundos. Tenía el clítoris rebosante de felicidad, y sus latidos hacían que sus glúteos se froten contra el colchón pelado con tanta furia que, podría haber generado un incendio. Aparte, le chupé la pancita, jugueteé con su ombligo redondito y afiebrado, y subí para morderle las tetas por encima del corpiño, y luego por debajo. Cuando volví a saborear un poco más de sus jugos, y mientras me colmaba de sus movimientos, temblores, gemidos y vanos intentos por meterme alguno de sus dedos en la boca, la escuché decirme: ¡Cogeme pendeja, dejá de lamerme la concha, y garchame toda!

Entonces, mis ojos se volvieron como de un fuego peligroso. Me levanté con la cara bañada de sus emociones vaginales, la agarré del cuello, la tumbé en la cama y empecé a bombearla con de todo, envalentonada por todo lo que ardía en el interior de mi sexo.

¿Qué me dijiste cerda de mierda? ¿Tanto te gusta la poronga de las nenas? ¿Eee? ¡Contestame, hija de puta! ¿Te gustó que te coma la concha?, le decía, sin filtros ni vanidades, pegando nuestros pubis todo lo que me fuera posible para darle y darle, para penetrarla, sacudirla y encenderla. Le escupí la cara unas tres o cuatro veces cuando ya estaba totalmente fuera de mí. Pero nada de eso debía preocuparme, porque le gustaba todo lo que le hacía. Ella misma se esparcía mi saliva por toda la cara y las tetas, y me arañó la espalda para que ni se me ocurra parar de darle un centímetro de pija.

¿Qué fuerte que estás, y qué rico me cogés! ¡Quiero un marido así, por dioooos! ¡Dale, cogeme guacha, dame pija nena, dale, quiero pija, llename de pija, con esa pijita de nena musculosa! ¡Me encanta tu olor, guachita, porque estás desesperada!, me repetía como endemoniada. Yo le pedía que me muerda las gomas, y que me nalguee por portarme tan mal con una señora mayor. Hasta que me aburrió ese clásico misionero. Así que, con una habilidad magistral y una fuerza que me desconocía, la volteé para acomodarla culo para arriba.

¡Asíii, bien en cuatro, y toda abierta! ¡Así te quiero, putita!, le dije al oído, mordisqueándole la oreja, mientras me le subía encima lentamente. Además, no pude prohibirme asestarle varios chirlos, hasta lograr que me pida por favor que la siga cogiendo. Sin más, la agarré del pelo y empecé a mover la cadera un poco más lento, pero con firmeza, viendo cómo su conchita se tragaba todo, y me devolvía la pija bien cubierta de sus jugos viscosos y transparentes. Le cacheteé la cola un ratito más para dejársela bien coloradita, mientras ella me puteaba, se ahogaba con sus propios gemidos, lloriqueaba y me pedía más. Yo, aceleraba el ritmo, lo contenía, le hacía morderme los dedos, la nalgueaba, y seguía dándole pija.

¡La puta madreee, qué ganas de acabarte todoooo en las tetas, guachito de mierdaaa! ¡Cogeme toda nena, asíii, cogete a tu mami, haceme tuya, llename toda la conchita bebéeee!, me gritaba, ya sin importarle que las puertas de la casa estuviesen sin llaves, o el camión con todas sus cosas en la calle. Y de repente, antes de darle opciones para decidir o hacer lo que quisiera de mí, la agarré de los hombros y me la senté encima para seguir dándole pija, y para que ella pueda saltarme libremente. Fue la mejor decisión que tuve, ya que el cansancio me pasaba factura y me oprimía el pecho. Tal vez, la emoción jugara su papel, y me dejaba sin fuerzas. De esta forma, yo descansaba de darle matraca, pero Mariana se servía de mi pija, apoyando sus manos en mi pecho, moviéndose hacia adelante y atrás, cambiando el ritmo a su antojo y frotándose el clítoris. Me convidaba el sabor de sus dedos cada vez que los retiraba de su vulva, me escupía la cara, me mordía el labio inferior y me chuponeaba el cuello, diciéndome: ¡Aaay, cosita, dame pito, asíii, ahora yo te cojo nenita, asíii, te bailo encima de la pija, me la trago toda con la conchita, y te mojo todas las piernitas!

Sus tetas hermosas no paraban de revotar debajo de su escote, y mis ojos no podían dejar de admirarlas. Por lo que no pude más que pedirle: ¡Mostrame esas tetas hermosas que tenés, y seguí comiendo pija, trola regalada! ¡Dale, pelá esas tetas, putita reventada, que tu nena con pito te sigue garchando asíiiii!

Mariana, tan obediente como repleta de sacudones en el cuerpo, se abrió todos los botones de la camisita y se la tiró toda hacia atrás. Luego se levantó el corpiño y me mostró esas dos gomas ricas, con aureolas enormes y dos pezoncitos parados, enrojecidos de fiebre y tan sensibles como el deseo que nos consumía. Durante ese momento dejó de moverse. Pero enseguida emprendió la marcha, en cuanto le escupí una de las tetas.

¡Aaay, qué chancha la nena! ¡Así, escupime las tetas, zorrita, putona, babeame toda!, me dijo, mientras sus pezones se paraban un poco más al contacto de mi saliva. Y más se le paraban y enrojecían cuando ella misma se los empezó a retorcer y apretar, aún con mis escupidas feroces. Aquello, más la fricción de uno de sus dedos en su botoncito sísmico, y mi pija bien dura clavada en el fondo de su conchita inundada de jugos, hicieron que mi clienta favorita convertida en Venus llameante comience a squirtearse toda, a gemir cada vez más agudo, a pedirme cosas que no se le entendían, y a contraer cada poro de su hermosa piel acalorada.

¡Eesooo, meate toda, mami chancha! ¡Hacete pichí para míiiiií, asíii, acabate todaaaa! ¡Mojá toda la camita, así te acordás cómo te cogió esta pibita! ¡Y cómo gozaste conmigo, perra! ¿Viste que soy bien machito?, le decía mientras ella temblaba, buscaba cualquier trozo de mí para besuquearme o morderme, y sus manos se aferraban a mi espalda. Sus tetas iluminaban con la luz del orgasmo que acababa de robarle al placer más escondido de todos, y mi concha era un mar de flujos en busca de acción. Pero ya se nos hacía tarde, y había un horario que cumplir. De hecho, ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Mariana se levantó como pudo de mis piernas, se secó con un pañuelito todo lo que goteaba de su concha, y me miró a los ojos, como si quisiera decirme algo. ¿Acaso iba a darme las gracias? ¡Qué cursi, pensé! Me gustó verla tan delicada en ese aspecto, después de cabalgarme como una yegua. Encima, el vibrador de su celular, el que sonaba con insistencia mientras nos matábamos a puro sexo, ahora era más ensordecedor. Ella le explicó a alguien que no se ponga nervioso, que ya llegaría con sus cosas y las llaves, y otros detalles que no me incumbían bajo ningún punto de vista. Yo, entonces supe que eran las 8 de la noche, y que ya tendríamos que haber llegado al destino de su nueva casa. Afuera ya estaba el chofer que manejaría el camión que yo había cargado junto con ella. Mi trabajo había terminado. Además, mi vieja tal vez se habría preocupado, porque le dije que a las 7 estaría en casa. Ahora empezaba a sentir hambre, y un poco de vergüenza por el tremendo hembrón que se arreglaba la ropa frente a mí. Yo me limpié la pija con mis pañuelitos y me la guardé adentro del bóxer, y me subí el pantalón. Ella le dedicó una mirada entristecida, y una sonrisa.

¡Me voy a quedar con las ganas de chuparte la pijita, nena cochina! ¡No quiero imaginarme cómo tendrás esa concha!, me dijo, mientras apoyábamos entre las dos el colchón sobre una pared. Había que cargar la cama, una caja más, y luego, aquel colchón testigo de nuestros roces y aromas.

¡No te preocupes! ¡Yo me encargo! ¡A la noche, me doy con de todo para calmarme! ¡O por ahí, me busco a otra potra como vos!, le decía, justo cuando entraba el chofer del camión y otro compañero de la empresa.

¡Ariana, todo bien! ¡Si querés, podés ir nomás! ¡Con el negro nos encargamos! ¡Tremenda cama para una mujer sola! ¿No doñita?, iba diciendo el chofer, mientras entre los dos se llevaban la cama, como burlándose de las fuerzas que entre ella y yo no pudiéramos reunir. Mariana los miró con un gesto indiferente, y no les respondió. Antes de eso, optó por abrazarme bien fuerte, justo cuando yo ordenaba mis cosas para irme.

¿Me vas a volver a coger? ¿De verdad? ¿Me lo prometés hermosa? ¿O voy a tener que buscar a otra nena con un cinturón? ¡Yo, estoy casada! ¡Pero, supongo que, a vos, mucho no te va a importar!, me decía, mientras nos olíamos con un peligroso deseo inquieto en las miradas. Yo le sonreí, le di un beso húmedo en la boca, le acaricié las manos, y salí a la calle. El humo del camión me hizo lagrimear un poco. Bueno, digamos que pudo haber sido eso. ¿O qué otra cosa si no? ¡Obvio! ¡No me la iba a encontrar otra vez! ¿O sí?    Fin

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