La Pupi: Marcada por el sexo

 

Yo siempre me dejaba, y no tenía razones para negarme. No sentía que hubiese algo en mí que valiera la pena, o me distinga de las otras chicas, o me haya tocado con una varita mágica. Hoy tengo 20 años, y todo lo que soy, las marcas que lleva mi cuerpo, las historias que cuentan mis ojos, y los desvelos de mis ojeras, tan solo me corresponden a mí. No voy a culpar a nadie, ni a justificarme, ni a minarme de rencores. Yo también lo disfrutaba. Desde pequeña buscaba el contacto físico con los varones. En especial con los más grandes que yo. En la escuela dejaba que todos me den besos en la boca, que me toquen la cola, que los chicos me enseñen sus pitos en el baño de varones, y que forcejeen conmigo para al fin llegar a mirarme la bombacha. Yo misma me escabullía en esos baños, y jamás reporté ninguno de esos forcejeos a la directora. Cuando tenía 8 años, todo lo que esperaba era salir del colegio para perseguir a cualquier bandita de pibes. Casi siempre operaba igual. Los insultaba para provocarlos, les proponía pelear como si fuese la matona del barrio, y al fin, cuando lo lograba, terminaba a los chupones con alguno de ellos, o con dos o tres al mismo tiempo. Me gustaba sentir el calor que subía por mi abdomen cuando me pasaban sus lenguas por los labios, o cuando me apretujaban contra sus cuerpos agitados, generalmente enterrándome algún dedo en la cola. Para colmo, tengo dos hermanos varones, que me llevan tres y cinco años respectivamente. Ariel y Leonardo. Todavía viven en casa, conmigo y con mi viejo. Mi madre se fue a vivir con su nueva pareja, y desde aquel día mi padre pareció haber envejecido de golpe. Pero todavía tiene fuerzas para salir a pedalear todos los días a repartir facturas y boletas municipales. Ese es su único empleo, además de un plan social, y con eso mantiene el humilde rancho en el que vivimos, y le alcanza para cocinarnos. Claro que siempre se encanuta algo para comprarse vino, Cigarrillos, carne para los asados de los domingos, y el codificado para mirar los partidos que se le antojaban. Además de las películas porno, con las que mis hermanos se hicieron hombrecitos.

Supongo que a los 10 fue cuando mi papi empezó a mirarme con otros ojos. Todavía mi madre vivía en casa, y él no disimulaba sus manoseos sutiles a mis piernas cada vez que me le sentaba a upa para mirar alguna peli, o cualquier dibujito. Generalmente lo hacía después de discutir con mi madre, convirtiéndome en su cómplice. Siempre estaba pasado de vino, y eso lo volvía más violento, aunque también mucho más cariñoso, arrepentido, o humano.

¡Te parecés a tu madre cuando era pendeja! ¡Seguro vas a ser como ella, buena chica, pero caprichosa, y media putita con los hombres!, solía decirme, mientras me acariciaba las piernas, con mi madre lavando platos, cansada de sus celos, recriminaciones y reproches. En ocasiones mi madre intentaba pedirle que se calme, que no me hable de esa manera, o trataba de cambiarle de tema. Pero siempre desde la cocina, por temor a que se ponga tenso de repente, y se le dé por golpearla.

Antes que cumpliera los 11, mi madre decidió irse a vivir con el “Hijo de puta que cagó nuestra familia”, según las palabras de mi padre. Mi vieja no ocultó su infidelidad cuando un vecino la acusó con mi viejo. Yo, creo que lloré algunas noches, y me enojé conmigo por no haber ido con ella. En el fondo no me gustaba su nueva pareja. Por alguna razón preferí quedarme con mi viejo, y mis hermanos. Quizás, porque no quería cambiarme de colegio, o porque no me bancaba a mis abuelos, ni a la amargada de mi tía Amalia. Diego me había sugerido irme con ella, la tercera noche que me había costado dormir por la ausencia de mi vieja. Sin embargo, pronto descubrí que no la extrañaba, ni la necesitaba. A lo mejor, me había enojado demasiado lo que le hizo a mi viejo, a pesar de todas sus falencias. Tal vez no quería admitir que, me sentía a salvo a upa de mi viejo, que me gustaban sus caricias, su forma de masajearme las piernas, y con el tiempo, también las tetas, que se me desarrollaban a pasos agigantados para mi edad.

¡Dale hija, mostrale al tío Antonio! ¡Enseñale cómo tiene las tetitas una verdadera mujer! ¡Y no como la muñeca de tu prima, que tiene 17 años, y está hecha una tabla!, me dijo una noche mi viejo, mientras picaba algo con mi tío, viendo un partido de San Lorenzo y tomando cerveza. En mi cerebro la tele se enmudeció, justo cuando les traía una nueva botella, y un plato con queso y mortadela. Por un lado, sabía que estaba mal hacer lo que pensaba. Pero antes de volver a pensarlo, me subí la remera, apoyé el pubis en la mesa, y dejé que mi tío me mire las tetas a través del corpiño blanco que traía. Me sentía una top model, o una chica importante. Además, detestaba a mi prima Ornella, por ser una sabionda presumida.

¡Mirala vos a la borrega! ¡Tiene tremendas tetas! ¡Vas a ser un hembrón de la puta madre, si hacés las cosas que te diga tu padre!, me dijo el tío, y una de sus pesadas manos me estiró un poco el corpiño.

¡Vení Pupi, vení un ratito a upa de papi, que hace rato que no te mimoseo!, susurró mi viejo, sirviéndose él mismo de mi cintura a pocos centímetros de su rostro encendido por las 4 o 5 cervezas que se había tomado. Ni bien me senté, ellos empezaron a charlar del partido, de la selección, de un tipo que vende unos caballos, y de la cola de la kiosquera del barrio. Mi viejo, entretanto, me acariciaba las piernas, me palpaba los pechos, me olía el cuello, y hacía una especie de galope con sus piernas bajo mi cuerpo. Yo podía sentir cómo latía su pene bien pegadito a mis nalgas, y eso me encantaba.

¡Qué lindo tener una nena en casa, para que se te siente a upa! ¿Usa rico perfumito? ¡Mi hija es una arisca de mierda! ¡Ni siquiera dándole guita se me sienta a upa!, decía mi tío con una pizca de envidia.

¡Qué perfumito ni perfumito! ¡Esta, de pedo si tiene olor a jabón! ¡Pero, se porta bien! ¡No me hace renegar! ¡Ayer, bueno, le di un par de chirlos porque se sacó un uno en naturales! ¡Pero, después, fui a la cama, y le di unos besos en la cola, y se le fueron las ganas de mariconear! ¿No hija?, decía mi papi, sin detener el ritmo de sus piernas, mientras me revolvía el pelo. Yo asentí con la cabeza, y dejé que mi viejo me saque la remera por completo. Había sido cierto. Cuando vio mi boletín con un 1 en naturales, me bajó el pantalón y la bombacha al frente de mis hermanos, y me dio varios cintazos. Yo, lloré como una condenada. Pero, al rato mi papi entró a mi pieza con su aliento a vino y tabaco mezclado, y me dijo: ¡A ver, mostrame la cola, para ver si te lastimé!

Yo no tuve que hacer nada. Él mismo me quitó la sábana de encima, me corrió la bombacha y empezó a tocarme las nalgas con sus dedos tibios, y luego, a besarlas con sus labios babosos, y calientes, mientras me decía: ¡No tenés que hacerme enojar, porque, a mí, se me sale la cadena, y me pongo loco! ¡Mmm, qué rica esa cola, para morderla todo el día! ¡Y, más vale que te cambies la bombacha para ir a la escuela mañana!

¡Leonardo, llevate a tu hermana al baño, y castigala! ¡Es la única manera que aprenda a no comerse lo que no le corresponde!, le gritó una tarde mi viejo a mi hermano mayor, cuando les confesé que yo me había comido las salchichas de la heladera. Mi hermano, con quien ya nos habíamos chuponeado un par de veces, y mi viejo no nos decía ni mu cuando nos veía, me agarró de un brazo y me llevó al baño casi que haciéndome resbalar por el piso, ya que yo estaba descalza. No sé bien cómo fue que se dio. Pero, en un momento estaba en bombacha frente a él, apretujada entre sus brazos fuertes, mientras sus manos me amasaban la cola con nada de cariño. Su pija empaladísima se frotaba contra mi vagina, y de repente, se golpeaba, una y otra vez.

¡Ahora, arrodillate ahí, si tanto te gusta la salchicha! ¿Te gusta mucho? ¡Dale, y calladita! ¡Abrí la boca!, me ordenó Leonardo, mientras me arrodillaba en el piso helado del baño, y sus dedos se enredaban en mi pelo para juntar poco a poco mi rostro a su pija desnuda. Me la metí en la boca sin demasiadas opciones, y empecé a dar arcadas, cada vez más aterrorizada por la forma en que su cabecita tocaba el inicio de mi garganta. Su vello púbico me hizo estornudar algunas veces, y él me pedía que ni se me ocurra morderle nada.

¡Quieta bebé, quedate quietita, y nada de vomitar! ¡Así bebéee, mirá cómo te tragás mi salchichita nena! ¡Te gusta meterte el pito de los nenes en la boca! ¿No cierto, perrita? ¡El Nico dice que te metiste su pija en la boca, en el baño de la escuela, roñosa! ¡Dale, así, abrí más la boca, y no me muerdas porque te cago a cachetazos!, me decía el muy forro, agarrando mis manos en las suyas para que no pueda hacerle daño, si es que lo intentaba. La verdad es que, mientras su pija entraba y salía de mi boca, un cosquilleo intenso parecía quemarme los pechos, llenarme el culito de hormigas saltarinas, y humedecerme la vagina de una forma que nunca había sentido. Y de repente, un líquido salado, espeso y tan blanco como la leche borboteó de la pija de mi hermano, enchastrándome la cara, el pelo y el cuello, ya que precisamente en ese momento la había retirado de mis labios. Él gruñía como desencajado, apretando los dientes y los párpados, y me refregaba su pija en toda la cara. Pero, ni bien se recuperó del sofocón de haberme ensuciado toda, me dejó allí, arrodillada y temblando de algo que no terminaba de entender. No había sido como el pito de Nico. La pija de mi hermano era gruesa, se hinchaba por todos lados. Latía, crecía, se endurecía y amenazaba con quitarme la respiración si se la llegaba a chupar como me hubiese gustado. Y no olía a pichí como la de Nico, o la de Pablo, o la de Lucas. En esos días amaba entrar al baño de los varones para bajarles los pantalones y meterme un rato sus pitos en la boca, antes que hagan pis. Solo uno de ellos había logrado sacar lechita, y fue exactamente adentro de mi boca. Pero no era ni por asomo lo salada, espesa y abundante como la de Leonardo.

¡Pupi, haceme el favor! ¡Traeme un destornillador, y una caja de fósforos!, me pidió mi viejo desde la cocina. Estaba sentado, reparando vaya a saber que aparato. Yo estaba por bañarme. Pero sabía que a mi viejo no había que hacerlo esperar. Además, ya estaba medio pesado por los vinos que se tomó con el vecino. Así que, me envolví con el toallón, porque ya estaba en calzones, busqué los fósforos y la caja de herramientas, y se los llevé. ¡Y casi me muero al ver a mi tío Antonio fumando, sentado al frente de él, con una linterna en la otra mano! Al punto tal que se me resbaló el toallón, y se me re vieron las tetas. Mi viejo apenas notó el accidente.

¡Hooola sobri! ¿Cómo anda la nena más linda de la casa? ¿Siguen creciendo esas tetitas?, me decía, presionando mi mejilla contra su exagerado beso con olor a tabaco negro. Con uno de sus brazos me rozó las tetas, y yo no fui capaz de arreglarme el toallón. O quizás no sabía cómo.

¿Qué hacés así vos? ¿Todavía no te bañaste?, dijo mi padre, abriendo la caja de herramientas, con cara de pocos amigos.

¡No me digas que, debajo de ese toallón, estás en bolas!, dijo mi tío luego de una pitada a su cigarrillo, y largó una carcajada.

¡No tío, tengo bombacha!, le dije yo como una pelotuda. No me quedó otra que recibirle un mate, que en ese tiempo no me gustaba ni ahí. Vi que luego se miraron con mi viejo, y entonces, después de putear porque un tornillo se le zafaba, terminó diciendo: ¡Dale Pupi, sentate a upa del tío! ¡A ver si se alegra un poquito! ¡Viste que los cuervos nunca ganan un carajo! ¡Y menos a nosotros! ¡Por eso anda amargado el boludo!!

Mi tío se le burló, y yo pensé que podría irme, porque habían empezado a hablar de fútbol. Pero mi viejo insistió, y mi tío se sintió con permiso de agarrarme de la cintura para sentarme sobre sus piernas.

¡Qué hermosa sos cachorra! ¡No sabés todo lo que el tío te quiere! ¡Yo tendría que haber sido tu padrino! ¡No te hubieran faltado golosinas, ni ropita, ni juguetes, ni nada!, me decía tío Antonio mientras me olía el cuello, me palpaba las piernas por debajo del toallón, y me comía las tetas con los ojos.

¡Che, acá no te hagas el platudo, que nosotros seremos pobres, pero trabajadores!, dijo mi viejo cagándose de risa, ya que hacía dos meses que no tenía trabajo de casi nada.

¡Bueno che, que, no tenés laburo porque no querés! ¡Esta nena, tiene olor a bebé todavía! ¿No pensaste en, eso? ¡Hay que estrenarla! ¡Mirá cómo tiene las tetitas!, decía el tío, mientras me tiraba el humo en la cara de su nuevo cigarrillo, y yo sentía que el toallón se me deslizaba cada vez más. Y al fin, terminé sentada sobre el desgastado toallón, pero con las piernas al aire.

¡Ni en pedo macho! ¡Es mi hija! ¡De última, hará todas las puterías que quiera, pero acá!, dijo mi viejo con tono grave.

¡Yo digo… antes que ande revoleando la bombachita por ahí, capaz que, podés hacer plata dulce! ¡Igual, te lo digo para más adelante!, prosiguió el tío, sin tanta convicción.

¡A ver, agarrale las tetas con las manos, y pesalas!, le ordenó de repente mi viejo, dejando el destornillador de lado, mirándonos atentamente.

¿Querés que el tío te manosee las tetas bebé?, me preguntó con dulzura, mientras mis nalgas vibraban con el conocido movimiento de un pene endureciéndose bajo la ropa.

¡Hija! ¿Lo dejás al tío que te toque las tetas? ¡Pero, tapate las piernas!, dijo mi padre, con un brillo especial en sus ojos chiquitos, derrotados por el tiempo. Yo asentí, y entonces mi tío tomó mis tetas, una con cada mano, y empezó a mecerme de un lado al otro, haciendo algo parecido a un cantito de cuna con una M en los labios. Hacía revotar mis tetas en la palma de sus manos, y mi culo era testigo de los espasmos de su pito. ¿Cómo tendría el pito mi tío? Mi boca comenzaba a salivar, como cuando entraba al baño de varones de la escuela. ¿Por qué el tío decía que yo tenía olor a bebé? ¡Eso me re excitaba, pero no entendía por qué! Y de pronto, sin saber cómo llegamos a eso, mi tío empezó a pasarse mis tetas por su barbuda cara.

¡Pupi, sacate la bombacha ahí adentro del toallón, y dásela al tío!, me dijo mi padre, con la severidad de siempre, aunque con la respiración extrañamente fuera de control. No sabía por qué me lo había pedido. De hecho, tuvo que volver a repetírmelo. Yo, lo hice. Solo que el tío debió estirar su mano y recogerla del suelo, porque, tal vez por los nervios, se me deslizó de los dedos como si fuese de agua. Entonces, me mostró mi bombacha como si se tratara de algo desconocido para mí, y se la llevó a la nariz.

¡Es lo que te digo Horacio! ¡Está que arde tu hijita! ¡Hay que estrenarla, o bueno, por ahí, que vaya probando algunas cositas! ¡Huele a pichí de cachorra!, decía mi tío, olfateando mi bombacha, palpando mis tetas, y atreviéndose a pellizcarme los pezones, sin importarle que se me escapen algunos gemidos.

¡Pero ya te dije cómo son las cosas acá gordo! ¡No me hinches las pelotas! ¡Y ponele la bombacha a la Pupi, que tiene que ponerse con las cosas de la escuela!, le dijo mi viejo, aunque él también me miraba las tetas. El tío me puso la bombacha hasta las rodillas para que yo continúe sola, y después, me bajó de sus piernas como si fuese de cristal. Me nalgueó y me revolvió el pelo mientras me decía: ¡Vaya a bañarse, y estudie mucho! ¡Y que no le importe andar con los calzones meados! ¡A los varones les calienta eso! ¿Sabe sobrina? ¡Si vengo mañana, te traigo algún chocolate!

Al otro día, ni bien llegué de la escuela, me encontré a mi viejo discutiendo con Diego. Al parecer, el salame había roto la ventana de un vecino con un pelotazo. Diego le juraba que él no había sido, porque estaba jugando de arquero. Pero mi viejo le quemaba la cabeza con que tendría que salir a chorear para pagar el puto vidrio.

¡No sé qué mierda tenés que andar con esos pelotudos! ¡Deberías andar cogiendo con minitas, o laburando! ¡Aparte, ya va siendo hora que dejes de ser el pajero del barrio! ¿No te da vergüenza que todos se den cuenta que todavía no mojaste?, le decía mi viejo a un desconcertado Diego. Ninguno de nosotros le contradecía, porque, eso podía terminar mal. Cuando mi viejo se violentaba demás, no medía las consecuencias. A mí, solo dos veces me cagó a cintazos en el patio de la casa, y me manguereó otro par de veces, en pleno invierno. Pero a ellos, los trompeó más de una vez. Especialmente a Diego, por ser el más torpe, descuidado, burro en la escuela, boca sucia, chorro de moneditas, y bastante vago para madrugar cuando se lo pedían. Sin embargo, aquel mismo día por la noche, sucedió algo que buscaba y ansiaba con todo mi corazón. Solo que, quizás no se dio como lo soñaba. Yo ya estaba a punto de quedarme dormida, cuando sentí que algo más pesado que una frazada se caía sobre mi cuerpo. Luego una respiración acelerada, unos movimientos repentinos y unas manos que buscaban bajarme el pantalón.

¡Pupi, dale, abrí las piernitas bebé! ¡No te hagas la dormidita, que bien que te gusta lamer pitos de nenes en la escuela! ¡Me lo dijo tu hermano! ¿Te gustó chuparle el pito a él? ¿Y que tu tío te manosee las tetas?, me decía mi viejo, jadeando como un perro rabioso, invadiendo a mis fosas nasales con un agrio olor a vino, tocando mis piernas con las yemas de sus dedos fríos, y apoyándome la dureza de su pija en la cola, ya que estaba boca abajo. Yo no le respondía, pero el corazón me golpeaba el pecho como si necesitara fugarse a otra parte.

¿Tenés frío Pupi? ¡Ahora vas a entrar en calor, con tu papi! ¡El tío no va a ser el primero! ¡A ver, subite la remera, así te toco esas tetas hermosas! ¡Y bajate más el pantalón! ¡Por lo visto, no te bañaste, porque tenés olor a meada, cochina! ¿O me vas a decir que fue el gato del vecino que te meó la cama?, me decía entonces, cada vez más inquieto, impaciente, y deseoso de llegar con su pija a algún sitio de mi cuerpo. Hasta que no hubo palabras. Solo un dolor intenso, acompañado de unas cosquillas y un ardor de otro mundo en mi vientre. Ni me bajó la bombacha. Acaso la apartó con su misma pija en el afán de llegar a mi vagina. La calzó con una facilidad que, casi ni pude sospecharlo, aunque lo deseaba. ¡Sí! Quería una pija en la concha, hacía rato. Y para colmo, sus manos me estrujaban las tetas con vigor, mientras mi conchita no daba a bastos con lo majestuoso de las envestidas de su pija cada vez más dura. Sentía que me mojaba, que mis piernas temblaban, mis labios se babeaban como una estúpida nena con diez chupetines en la boca, y que mi abdomen me impulsaba hacia arriba y abajo. Mi viejo no decía nada. Solo jadeaba, transpiraba, se mecía bruscamente sobre mi cuerpo, y enterraba su pene todo lo que pudiera en las profundidades diminutas de mi vagina. ¿Pero, era tan diminuta? Y, tan de repente como había comenzado, poco a poco su cuerpo se separó de mi espalda, que enseguida notó el frío, el abandono y la indiferencia. Había sentido un chorro caliente de algo que entró en mi conchita, que me mojó las piernas, y la cola, en el momento en que retiró su pija de mi interior, al tiempo que me decía: ¡Ahora, te subís la bombacha y el pantalón, y te dormís! ¿Estamos?

Y aquel fue el principio de mi vida sexual. O, mejor dicho, así fue como perdí la virginidad. Lo había disfrutado tanto, que me costó dormir esa noche, y la siguiente. Tenía que pedirle a mi viejo que me haga lo mismo. ¿Y si me castigaba, o me cagaba a palos? Lo cierto es que, cuando me despertó para que vaya a la escuela, “cosa que jamás hacía”, me destapó y abrió mis piernas. Yo no había sangrado como las otras chicas, y eso me parecía raro. Según una de mis compañeras, cuando hablé con ella unos años más tarde de aquello, me dijo que yo misma pude haberme desvirgado con los dedos, o andando en bici, o jugando a la pelota.

¡Vamos hija, que hoy te llevo yo a la escuela! ¡Y, te compro algún chocolate en el camino! ¿Querés?, me susurraba la voz de mi padre. Ahora estaba lúcido, peinado, con una campera limpita, y no olía a grasa de autos. Me cebó unos mates, y me preparó unas tostadas con mermelada. ¿Por qué lo hacía?

¡Lo de anoche, bueno, tengo que pedirte perdón hija! ¡Hacía mucho que no estoy con una mujer, y, la verdad, el hecho de verte a upa de tu tío… bueno, ni sé qué me pasó!, me decía luego, mientras caminábamos por la calle, y de la mano. Otra rareza de su parte. Yo, no sabía qué decirle. Aunque recuerdo que luego de comprar cigarrillos para él, y un chocolate para mí, cuando todavía estábamos a una cuadra de la escuela, le dije que me había gustado. Él, me abrazó fuerte en su pecho, y me dio un beso en la boca, para entonces dejarme sola, confundida, caminando por costumbre hacia la escuela.

A los días, mi viejo me pegó el grito desde la cocina. Estaba viendo un partido de Boca, tomando vino, y charlando con alguien. Cuando entré a la cocina me pidió que corte queso y mortadela en un plato, y que prenda la estufa a querosén, que era la única que había en toda la casa.

¡Hace un frío terrible para que andes así nena! ¡Cómo se ve que sos joven, y que seguro andás media caliente con algún pibito de la escuela! ¡Ya estás en edad de tener novios!, me decía Ramón, el amigo de mi viejo que peor me caía, luego de apretarme contra su pecho para encajarme un beso pinchudo en la cara, ya que tenía el bigote re poblado. Yo andaba con un vestido, sin corpiño, y con una bombacha que se me caía porque me quedaba medio grande. Por lo tanto, mientras cortaba el queso, tenía que subírmela de vez en cuando. Yo creía que disimuladamente.

¿Te pica la cola Pupi? ¡Te veo a los manotazos limpios! ¡Che negro, está crecidita la nena, desde la última vez que la vi!, decía Ramón, mirándome con ojos perversos, y sonriéndole a mi viejo.

¡Pasa que se me cae la bombacha don!, dije impertinente, mientras me metía un quesito a la boca. Mi viejo me fulminó con la mirada, y me pidió que ni bien termine de hacer todo lo que me pidió, me siente a upa suyo, a modo de castigo por contestarle a Ramón. Lo hice súper contenta, y mi viejo no tardó en hacerle notar a mi cola que el pito se le paraba, mientras hablaba de autos y de repuestos con Ramón. El hombre me miraba las thetas, especialmente porque mi viejo me bajaba cada vez más el vestido, tironeándolo desde abajo.

¡Mirá las gomas que tiene! ¿No se parecen a las de tu hijastra? ¡Las veces que la habrás visto en bolas! ¡Yo la vi el otro día! ¡Tiene tremendo culo!, le decía mi viejo, mientras Ramón tomaba un vaso de birra y me comía las tetas con los ojos. Lo escuché murmurar algo como: ¡Bajáselo un poquito más, para verla bien! Y mi viejo, terminó por dejarme en tetas. Me las agarró para juntarlas en sus manos, y luego las soltó como a dos globos rebeldes. Ramón suspiró, y el pito de mi viejo se elevó un poco más. Pero de pronto sonó el timbre. La señora de Ramón lo buscaba para avisarle que alguno de sus mil hijos se cayó de la bici, y como mínimo se había quebrado el brazo. Yo volé de las piernas de mi viejo, antes que Ramón vuelva a besarme las mejillas. No recuerdo si fui al patio, o a mi piecita. Pero, lo cierto es que de repente estaba parada en la cocina, frente a mi viejo, y sin el vestido, porque él mismo me lo había sacado. Yo, instintivamente me sostenía la bombacha para que no se me caiga.

¡A ver, parate bien, y soltate eso! ¡Quiero ver cómo se te cae, despacito!, me dijo mi padre mientras se servía otro vaso de cerveza. Y fue inminente el desliz de mi bombacha por mis piernas, apenas mis manos la soltaron. Mi viejo me observó, hasta que al fin cayó al piso.

¡Agachate, y levantala! ¡Dejala arriba de la mesa!, me ordenó después. Y mientras lo hacía, me dio un par de chirlos en la cola. Pensé que estaba enojado, o molesto por algo. Tenía miedo de lo que pudiera pasarme. Pero, en el fondo, también ardía de cosquillas y ansiedades. Hasta que al fin mi viejo me abrazó y me llevó al rinconcito que había entre la heladera y un lavarropas que no funcionaba hacía años. Me abrió las piernas tan rápido que, casi ni me di cuenta cuándo fue que su pija entró nuevamente en mi conchita húmeda. Recuerdo que mi cola empezó a frotarse contra la pared despintada, que su cuerpo me presionaba las tetas, que su nariz se impregnaba con los olores de mi cuello, y que sus manos me abarcaban toda, como una gruesa manta de tela rústica. Primero solo jadeaba, respiraba como enfermo, y me olisqueaba.

¿Así que te gusta usar bombachitas que se te caen? ¿Putita de papi? ¡Así bebota, abrí las piernas, y chupame los dedos! ¡Tomá bebé, así, te cojo toda, porque sos una tetona hermosa! ¡Te gusta calentar a tu tío, y al viejo Ramón!, me decía pronto, mientras me hacía chuparle los dedos con los que luego me pellizcaba las tetas, o me los deslizaba por entre las nalgas, sin dejar de penetrarme.

¡Gritá nena, así, quiero escucharte cómo gritás, cómo te gusta el pito ahí adentro!, me dijo entonces al oído, y separó mis pies del piso al sostenerme contra la pared, subiéndome un poco por efecto de los movimientos de su pubis, como si fuese una hamaca en una plaza solo para mí. Y, de golpe, otra vez un chorro de semen comenzó a crepitar en el interior de mi vagina. Mi viejo se pegoteaba a mi cuerpo, me mordía una teta y seguía penetrándome, aunque perdiera las fuerzas y las ganas de olerme tan rico como lo hacía. Y entonces, me soltó sin más, como si mi contacto lo hiciera arrepentirse, o le produjera una molestia, o una repulsión absoluta.

¡Andá y acostate, que ya te llevo algo a la cama!, me dijo en cuanto terminó de subirse el pantalón. Era raro que me lleve la comida a la cama. Pero yo, no iba a negarme a recibir semejantes mimos de su parte. Cuando quise agarrar mi bombacha de la mesa, luego de ponerme el vestido, él me pegó en la mano, diciendo con severidad: ¡La dejás ahí, y te vas a la cama! ¡Nada de ir a limpiarte! ¡Te metés en la cama, con la conchita sucia! ¿Estamos?

Al rato, mientras yo comía sola en mi pieza, sintiendo una picazón intensa en la vagina y un calor terrible en los pezones, escuché que mi viejo hablaba con Diego, que había llegado de jugar a la pelota.

¡Eso, es de tu hermana! ¡Parece que anda dejando sus calzones en cualquier lado! ¡Y vos, ya va siendo hora que te hagas hombrecito! ¿Por qué no vas a jugar un ratito con ella? ¡Podrías llevarle la bombacha, como excusa, y la manoseás toda!, le decía mi viejo con toda claridad, renegando con la estufa que se había apagado. Diego chasqueó la lengua, se sirvió un poco de guiso y se sentó a mirar la tele. Yo podía escucharlo todo porque, lo único que separaba mi pieza de la cocina, era una cortina doble de tela oscura. Mi vieja siempre fastidió a mi viejo para que coloque una puerta de verdad.

¡Pupi, hey che, dale, que ya sé que no estás dormida!, me decía la voz de Diego, una vez que hubo terminado de comer. Yo sabía que mi viejo veía la tele, fumando en la cocina. Yo opté por fingir que dormía. Diego, como no le contesté, me destapó y empezó a tocarme las tetas, ya que, yo dormía apenas con una remera larga y una bombacha blanca. Gemí, lo miré a los ojos, y me subí la remera para que las vea en vivo y en directo.

¡Siempre me gustaron! ¡Siempre quise chuparte las tetas, y que me chupes la pija!, dijo Diego, acercando su cara a mis tetas. Pero, antes de llegar a ella con sus labios, me comió la boca, metiéndome su lengua caliente adentro, y entrechocando nuestros dientes. Ninguno de los dos sabía besar bien. Pero estábamos super alzados, y eso no nos importaba demasiado. Cuando al fin mis pezones empezaron a mojarse con su saliva, yo misma le metí una mano adentro del calzoncillo, que era todo lo que tenía puesto, y le apretujé el pito parado. Con la otra mano me tocaba la concha, sin saber cómo apagar el incendio que me acortaba las palabras. Y de repente mi hermano se arrodilló sobre mi cama.

¡Agarralo con la boca, y chupame el pito, nenita asquerosa!, me balbuceó sin dejar de manosearme las tetas. Como no reaccioné de inmediato, él mismo me tomó de la cabeza y la condujo a su pubis, y en cuanto su glande se chocó con mi nariz, yo abrí mi boca y se lo empecé a mamar. El pito de Diego aumentaba y latía como el de mi viejo, aunque era mucho más suave, fragante, casi sin vellos, y mucho más húmedo.

¿Qué estás haciendo Diego?, gritó mi viejo, evidentemente haciéndose el boludo.

¡Toy con la Pupi viejo! ¡No sabés cómo se está comiendo el postrecito!, se expresó Diego, disfrutando de los soniditos de mi garganta al recibir sus juguitos seminales, o al ahogarme un poco con mi exceso de saliva. Pero el muy inexperto, “Como si yo fuese la Venus en llamas”, empezó a acabarme toda su leche adentro de la boca, justo cuando yo gemía repitiendo su nombre, y le decía que me encantaba el sabor de su pito. Aquella fue la primera vez que tosí como una tarada mientras no sabía si tragar, escupir, respirar, o masajearme la mandíbula para calmar algo parecido a un calambre intenso.

Al rato mi viejo y Diego hablaban de lo que había pasado en la cocina. En realidad, Diego solo lo escuchaba.

¡Bueno, pero, hacerse hombre, es un poco más que una mamada! ¡La próxima, te le tirás encima, y te la cogés! ¿Estamos? ¡Ya está en edad de disfrutar de sus hermanos!, fue lo último que aseveró mi viejo, como asegurándose de un pacto cerrado, antes de irse a dormir. Al otro día, cuando llegué de la escuela, Diego me esperaba en mi pieza.

¡Sacate el pantalón y la bombacha Pupi! ¡Dale, que tengo la pija re parada, esperándote!, murmuró nervioso cuando yo revoleaba mi mochila. Yo, que tenía la concha repleta de ganas de coger, ni lo pensé. Ni bien estuve desnuda de la cintura para abajo, empecé a franelearme con mi hermano, y él se encargó de colocar su pija en mi concha. Estábamos sentados en la cama. Por lo que él me enseñó a moverme, a saltar sobre sus piernas, a friccionar mis tetas en su cara y a columpiarme hacia adelante y atrás, o hacia los costados. Él manipulaba mi cintura, y me hacía brincar con fuerza. Aunque algunas veces la pija se le salía de mi concha, y cuando volvía a metérmela, un dolor agudo hacía más placentero aquel nuevo show de penetradas.

¡Feliz cumpleaños guachita! ¡Papi dice que, hoy, es tu día especial, porque, ya sos, una nena más tetona que antes! ¡él me dijo que puedo cogerte! ¿A vos te gusta coger?, me decía mi hermano, presionándome con todo contra su pecho, mientras me movía agarrándome del culo con su pija toda clavadita adentro de mi concha. De repente me soltaba y me hacía saltar otra vez sobre sus piernas, y me pegaba re fuerte en el culo.

¡Síii, cogeme neneeee, quiero pijaaa, todo el díaaaa!, pude decirle entre gemidos, escalofríos y cosquillas. No sabía si pedirle la leche en la boca, o si la prefería adentro de la concha. Últimamente eso me excitaba muchísimo. Pero no tuve oportunidad de decidir nada, porque, en cuanto escuchamos la llave girando en la cerradura de la puerta de calle, Diego me apretó con todas sus fuerzas, con su pija todo lo profundo que pudo de mi concha, y empezó a estremecerse, al tiempo que largaba todo su semen allí. En cuanto acabó, y sus músculos se relajaron un poco, me revoleó sobre la cama, se arregló la ropa y se fue. Yo me estaba poniendo la bombacha cuando lo escuché hablar con el tío Antonio en la cocina. Hablaron de comprar fiambre, de que mi viejo no llegaría a comer, y que la heladera que se nos había roto no tenía arreglo. Mi hermano salió a comprar, y mi tío entró a mi pieza, quizás pensando que no estaba.

¡Aaah, bueno! ¡Parece que la bebota de la casa se hizo la rata! ¿Qué hacés en bombacha nena? ¡Uuuuf, qué tetitas tenés, chiquita! ¡Y esa bombachita, te queda preciosa!, me decía el tío, acercándose a mi cama.

¡Hace un ratito llegué de la escuela tío! ¡Y, me estaba cambiando, nada más! ¿Qué onda con la heladera?, le dije, sabiendo que no tenía salvación, y que no buscaba tenerla. El tío me manoseó las tetas, y me dio un beso en la mejilla.

¿Vos, no estarías jugando al papá y a la mamá con tu hermano? ¡Imagino que no! ¡Porque, esa no es una manera de festejar tus 12 años! ¡Y, si eso pasó, tu viejo tiene que saberlo, chiquita degenerada!, me susurraba intranquilo.

¿Querés que te chupe las tetitas bebé? ¿Querés que te las muerda despacito? ¿Te las chupo? ¿Te escupo bien esos meloncitos?, empezó a decirme repetidas veces al oído, jadeando, lamiéndome una oreja como un perro sediento. Yo solo podía repetirle: ¡Síii, sí tío, mordelas, mordeme las tetas! Y, de repente, su lengua húmeda, sus labios que me absorbían como sanguijuelas, sus dedos hilarantes y su olfato animal desprejuiciado comenzaron a poseerme las tetas. Me las chupaba con unos sorbetones que me arrancaba suspiros, cosquillas en todo el cuerpo, y ganas de pedirle que me meta lo que quiera adentro de la concha. Sentía una fiebre tremenda hasta en el culo, y no paraba de babearme la cara. En un momento me abrió las piernas a lo bruto y olfateó desde mis rodillas hasta mi vagina, respirando fuerte desde que su nariz rozó mi vulva, y mordisqueó un trozo de mi bombacha, murmurándome cosas como: ¡Estás acaloradita nena! ¡Estás húmeda, con olor a sexo encima! ¡Estás con la concha babosita, brillosa, toda calentita! ¿Estuviste jugando con tu hermano? ¿Sí o no, pendejita sucia? ¡Decime la verdad, o se te pudre todo!

Como yo no le contesté, volvió a la carga por mis tetas, mientras me sobaba la concha y el culo alternativamente. Pero esta vez parecía que iba a tragarse mis pezones, mis glándulas y cada centímetro de mis gomas. Solo le faltaba masticarlas, y eso, me hacía chillar como loca. En un momento me pareció ver la cara de Diego detrás de la cortina, y a sus ojos verdes mirándome. Yo no podía soportar tantos chupones, pellizcos por cualquier parte de mí, jadeos contra mi cuello y olfateadas furiosas en mi sexo, de vez en cuando. Supongo que, por eso, presa de unas cosquillas que me subían la temperatura como nunca antes, me hice pis en la cama, sin siquiera cuestionármelo. A mi tío, eso le hizo gracia, y le calentó tanto que, finalmente sacó su pija de entre sus ropas.

¡Tomá, nenita cochina, manoteame el ganso! ¡Dale, mirá cómo te measte! ¡Esto, te pasa por buscona, por andar con esas tetas al aire, y por jugar con tu hermano a cosas de grandes! ¡Apretame la pija guacha!, me decía el tío, acercándomela cada vez más a las tetas, siempre con mis manos aferradas a su tronco para presionarla, subirle y bajarle la pielcita, y desearla como una loba en celo, toda adentro de la concha. Pero, luego de un par de apretadas más, y de escupírsela dos veces como me lo pidió, el tío empezó a debatirse entre el equilibrio y la lucidez, desparramando un copioso chorro de semen sobre mis tetas. No me decía nada, pero gimoteaba como si los pulmones se le fueran a escapar por la garganta. Después de eso, se fue a la cocina. Cruzó unas palabras con mi hermano, y encendió la tele para ver el noticiero. Quise levantarme de inmediato. Pero, de repente la voz de mi padre trajo noticias de una heladera prestada, y de una changuita en la casa de un vecino.

¡Che, la tuya, está en su cama! ¡Perdoname viejo, pero, la vi en tetas, y en calzones! ¡No me aguanté, y le hice un tirito a sus tetas! ¡Está meada, porque, bue, se meó mientras le comía las gomitas! ¡Qué hermosa hembrita te echaste!, dijo al fin el tío Antonio, mientras Diego entraba a mi piecita para mirarme con ojos de niñito enamorado.

¿Te hiciste pis Pupi? ¿Y, esa leche, es del tío, asquerosa? ¡Ahora, tengo ganas de cogerte otra vez!, me dijo mi hermano al oído, justo cuando mi viejo le gritaba desde la cocina: ¡Aprovechá ahora hijo! ¡Andá, y cogela, que está regalada tu hermana! ¡Hacete macho de una vez!

Diego se me tiró encima, y sin correrme la bombacha siquiera, me encajó su pija hinchada en la concha, y se movió encima de mi cuerpo como un desesperado. Hasta que al fin me acabó adentro, y se fue. No duró ni dos minutos, pero me comía la boca con unas ganas que, me costaba no gemir, o pedirle que se mueva más rápido. Yo escuchaba que mi tío y mi viejo hablaban en la cocina, y me calentaba coger con mi hermano, a una cortina de distancia de ellos, y quedarme con toda su leche adentro.

Al día siguiente, cuando Diego me acompañó al colegio, después de comprarme un alajor, me pidió que lo acompañe a lo de un amigo a pedirle un libro que, ni siquiera era de él. Pero, me engañó como a una tarada, porque, en realidad me condujo hasta un terreno baldío plagado de pastizales altos.

¡Mostrame las tetas Pupi, dale!, me ordenó. Estábamos solos, porque casi que ni había amanecido. Yo me desprendí el guardapolvo, me subí el buzo y la remera, y él se apropió de mis tetas para chupármelas.

¡Bajate eso, así te veo la bombacha!, me pidió luego, mientras me mordía uno de los pezones. Entonces, se agachó para olerme la conchita, y sin consultármelo siquiera me obligó a arrodillarme.

¡Dale nena, chupame el pito, así te doy la lechita en la boca, y te vas bien desayunadita a la escuela, chancha!, me dijo, mientras yo misma le terminaba de sacar el pito del encierro de su calzoncillo, y se lo empezaba a ordeñar con todas mis ganas. Me acuerdo que me picaron unas hormigas, y que me abrí un poco más la costura del pantalón, que de por sí ya estaba para atrás. Se lo chupé, escupí y lamí con felicidad, escupiéndole las bolas, y agarrándome de sus nalgas lampiñas para que su glande llegue hasta el tope de mi garganta. Y, en cuanto me quedé con su lechita en la boca, me pidió que no me la trague

¿tenela ahí, hasta que yo me vista!, me pidió, y en cuanto terminó de arreglarme el guardapolvo, empezamos a besarnos, mientras sus propios hilos de semen se fugaban de mis labios.

Esa noche, mi padre me llamó al patio, para que le lleve la linterna, ya que supuestamente no veía nada y tenía que reparar el motor de una moto para Leonardo. Apenas se la di en la mano, él me agarró de un hombro y me chantó un beso en la boca.

¡Quiero verte la bombacha hija! ¡Dale, bajate eso, y mostrame! ¿Measte en la escuela hoy?, me preguntó desaforado, eliminando varias cortinas de aliento a vino sobre mi cara, mientras él mismo me bajaba el pantalón. Tan rápido como le dio su inventiva, me sentó sobre sus piernas y calzó su verga dura en mi concha, sin correrme la bombacha para darme una cogidita precisa, apurada, cargada de cosquillas y besos que rodaban por mi cuello. Y justo cuando comenzaba a disfrutarlo, su semen se esforzó por inundarme toda como una lluvia inesperada. De hecho, mientras entraba a la casa podía sentir cómo me chorreaba por las piernas, llegando a lamerme los pies.

¡En un rato, cuando tus hermanos se duerman, te voy a llevar la mamadera a la cama!, me había dicho mientras terminaba de polinizarme. Mi viejo siempre cumplía sus promesas. Así que, en medio de una madrugada lluviosa, de repente me sorprendí con su pija posada en mis labios, y una mano buscando debajo de mis sábanas. Ya me había bajado la bombacha cuando me dispuse a chuparle la pija. Él no me hablaba, pero jadeaba sin reprimirse nada. Hasta que se me subió encima, pidiéndome que levante la cola, y que permanezca boca abajo. Diego, esa noche estaba durmiendo en mi pieza sobre un colchón, porque su pieza se goteaba enormemente.

¡Así chiquita, levantá ese culito, así te cuelgan esas tetas! ¡Qué olor a putita tenés! ¿Anduviste garchando ya? ¿Qué pasa bebé? ¿No te alcanza con la pija que te da papi? ¿Quién te cogió esta mañana?, me reguntaba mi viejo, a punto de clavarme su pene en la vagina, que ya me hervía de ganas de volver a vibrar. Yo, sabiendo que era mejor siempre decir la verdad le dije: ¡Dieguito Pa, el diego me hizo petearlo, y me acabó en la boca!

Entonces, mi viejo encendió la luz, y descubrió que mi hermano se pajeaba escuchándonos. Me hizo mirarlo, y luego empezó a penetrarme, sin olvidarse de pedirme el culo levantado, de sobarme las tetas y de morderme los labios. Y, justo cuando pensaba que se me iban a prender fuego las rocillas contra las sábanas por lo rápido que mi papi me bombeaba, su leche estalló adentro de mí, al mismo tiempo que sus palabras caían cálidas en mi oído: ¡Así bebéeee, ¡cómo te llené de lechita, cómo se la comió toda esa conchita nena! ¡Mañana, por ahí te llevo yo a la escuela! ¿Querés? ¡Vamos a ver dónde te doy la lechita! Y, tras separarse de mí con el poco esfuerzo que le quedaba, traté de dormirme. Aunque antes tuve que sacarle la leche a mi hermano con la boca. Lo que me llevó menos de un minuto, porque el guacho ya estaba re caliente, y re pajeado. Supongo que ahí fue cuando me di cuenta que no tenía la bombacha puesta. ¡Seguro mi viejo me la quitó, y se la llevó!

¡Pupi, dale que tenemos que ir a comprar!, me dijo Leonardo cuando yo me disponía a resolver unas cuentas para matemáticas. Mi viejo había cobrado, y nos dejó encargados a Leo y a mí para hacer las compras en el súper. Ramón le había prestado la chata a mi hermano. Yo le grité que me arreglaba un poco y salía. Pero Leonardo entró, justo cuando me estaba poniendo un corpiño.

¡No nena, no te lo pongas! ¡Ponete el vestidito ese, y sacate la bombacha! ¡Calzate con algo, y vamos! ¡Quiero que mi hermanita ande en pelotas, solo con un vestidito!, me dijo al oído, antes de darme tremendo chupones en las tetas. Cuando quise acordar, viajaba a su lado, respirando del humo de su cigarrillo. De vez en cuando metía una mano por debajo de mi vestido, y me pedía que me ponga bien en el borde del asiento para que sus dedos lleguen a tocarme la conchita. Y, cuando cerró la ventanilla porque había empezado a llover como loco, estacionó la chata en un terreno baldío, el mismo en el que había peteado a Diego, y me subió todo el vestido para agacharse como un perro hambriento. Sentí su lengua en mis piernas, luego en mi panza, y en mis labios vaginales.

¡Qué olorcito a puta que tenés guacha! ¡Hace rato quería probarte la conchita!, me dijo con sus labios pegados a mi piel, y entonces, desató un remolino de besos, lamidas, chupones, mordiditas y pequeñas escupidas en mi concha. Su lengua entró y salió varias veces de mi cueva, y algunos dedos frotaron mi clítoris sabiamente. Gemí, le pedí que siga, y hasta estiré una de mis manos para tocarle la pija. Pero él no me dejó. Me zamarreó, me dio una cachetada, y tal vez no se atrevió a más porque alguien le golpeó la ventanilla.

¡Eee, gordo! ¿Se te paró la chata? ¿Necesitás algo?, decía afuera la reconocible voz de Lucas, el mejor amigo de mi hermano que andaba en bici, sosteniendo un paraguas. Leonardo le hizo un gesto a través del vidrio, y el otro insistía con ayudarle en lo que necesitara. No tuvo más remedio que bajar la ventanilla para hablarle, y convidarle un cigarrillo.

¡No sabía que estabas con tu hermana! ¡Che, posta que, para sus 12 años, terribles tetas se echó!, dijo Lucas, a pesar de la mirada fulminante de mi hermano. Pero, para mi sorpresa, me abrió las piernas con todo el descaro posible, y le dijo: ¡Mirale la zorrita! ¡La tiene toda mojada la guacha!

¿Che, y te la garchaste ya? ¿Yo, tengo chances de un polvito, algún día? ¡Posta, te pago man! ¡No sabés lo que me pueden esas tetas!, le dijo Lucas mientras encendía el cigarrillo ofrecido por mi hermano.

¡Más tarde te caigo, y terminamos de arreglar el cachivache ese que te compraste!, le dijo Leonardo, cerrando de a poco la ventanilla, como evitándose explicaciones. Aunque le sonreía con la complicidad que ellos solían tener. Lucas no se movió del lugar cuando, en un arrebato incontrolable, mi hermano me agarró para sentarme encima de sus piernas, correrse el pantalón y alimentarme la concha con su pija. Sentí su respiración en mi nuca, sus dedos en mis tetas, y su pija deslizarse por la humedad de mi vagina como si lo necesitara para seguir viviendo. Empecé a dar saltitos sobre él, a gemir, agitarme y transpirar, mientras él me decía: ¿Te gustó mostrarle la zorra a Lucas? ¿Querés que él te coja también, putita? ¡Mirá cómo se te calientan las mamas, perrita! ¡Te voy a largar toda la lechita adentro, por sucia, y por andar sin bombachita, bebé! Entretanto, mis ojos veían el rostro de Lucas a poca distancia de la ventanilla, mirando entusiasmado. Pero, ni bien Leonardo comenzó a berrear, retorcerse y balbucear cosas sin sentido, y su semen explotó como el chorro de una manguera caliente en mi interior, me arregló el vestido, me dio una nueva cachetada y me revoleó en la butaca de al lado, mientras le recibía unos billetes a Lucas por la ventana. ¡Era obvio que le pagó para mirar cómo me cogía!

Con Lucas no llegué a tener sexo, porque el muy bandido terminó asesinado en un tiroteo con la policía. Nunca se supo si era culpable o inocente. Pero, a los tres días, mientras tendía la ropa en el patio, mi tío Antonio apareció de repente, buscando a mi padre para que le infle las ruedas de su bici, y otros asuntos que no recuerdo.

¡Estás hermosa Pupi, cada vez más mujercita! ¿Querés un trago de cerveza?, me decía, mientras yo trataba de arreglarme un poco el pelo en una colita. No hizo falta que le diga que sí, o que no. Él me hizo tomar birra de la latita que traía, y no me permitió detenerme hasta que me hube tomado media lata. Enseguida eructé, y eso a mi tío le hizo brillar los ojitos. Recuerdo que de la nada me apretó contra su pecho, y me dijo: ¡Eructame en la cara bebota, así, y mostrame esas tetitas! ¡Ya sé que tu viejo te echa la lechita en la concha, y que andás putoneando con tus hermanos! ¿Te gusta eso, atorranta?

El tío volvió a darme cerveza, y yo bebía mientras él me subía la remera, me olía las tetas, y luego la boca, cuando empecé a eructar otra vez.

¡Qué linda chiquita sos! ¿Me dejás olerte la bombachita? ¡Dale, sé buena con el tío! ¡Dejame olerte el culo, y el papo, bebota hermosa!, me decía pronto, teniéndome prácticamente alzada en sus brazos, sentándose sobre un banco largo sin respaldo que mi viejo solía usar para cortar cosas, martillar, o agujerear. Recuerdo que le decía: ¡Tocame toda tío, así, sacame la ropa, oleme lo que quieras, porque me encanta andar toda pegoteada de lechita!, y a él se le atascaban las palabras, suspiros y preguntas. Me bajó el short y me hizo pararme sobre sus piernas para olerme el culo, y luego para estirar mi bombacha con sus labios, y olerla como un desquiciado. Hasta que, tan rápido como le dieron los impulsos nerviosos, desenfundó su pija, me sentó de una sobre ella, y me la enterró en la concha, mientras me nalgueaba, diciéndome cosas como: ¡Movete nenita, asíii, para arriba y abajo, saltame en la pija bebota, y eructame en la cara, con ese olorcito a birra, y a pis que tiene tu bombachita! ¡Prendeme fuego la verga nena!

Ni bien descargó toda su furia hecha semen en mi conchita, me dejó en bombacha, y me obligó a terminar de tender la ropa así. Cuando terminé, me llevó a la cocina, y me puso en una especie de penitencia, sentada en una silla destartalada, hasta que llegue mi padre. Estuve allí sentada por media hora, por lo menos. Cuando mi viejo llegó con un paquete de biscochos, mi tío le contó que yo andaba caliente, y que no le quedó otra que calmarme un poquito. Mi viejo me pidió que me acueste en mi cama, y que, por mi comportamiento, no habría comida para mi aquella noche. pero, cuando mi tío se fue, él me llevó un plato de fideos a la cama con unas hamburguesas. Claro que, después, se me tiró encima para cogerme. Más tarde, fue el turno de Diego, que se moría de ganas por un pete de mi boca. Ni bien me tragué toda su lechita, apareció Leonardo. Él, se había peleado con su novia, y estaba tan enojado que, me hizo sangrar el labio mientras me daba pija por la conchita, ambos boca abajo. Me zamarreaba, pellizcaba los costados de mis tetas, me escupía la espalda, me rozaba el agujero del culo cada tanto, y me decía que era tan puta como la tarada de su novia. Pero, en definitiva, su leche fue solo mía, y me la desparramó por todo el cuerpo cuando acabó. Creo que tenía intenciones de culearme. Pero su orgasmo no le concedió un segundo más de espera al pobrecito, ni a su verga cada vez más monstruosa.

Luego, cuando los grillos aturdían a la madrugada, mi viejo entró en mi pieza, y me acarició la cara, diciéndome: ¡Pupi, levantate, vamos, que tenés que ir al baño! ¡Hay que hacer pis, y caca!

Fue muy loco el hecho de seguro, así como estaba, en bombacha, y con semen por todos lados al baño. No tenía ganas de hacer caca, pero sí pis. Recuerdo que mi viejo me sentó en el inodoro, me bajó la bombacha, y me empezó a chupar las tetas, mientras yo meaba.

¿Te parece bonito andar con olor a macho, todo el día? ¿Tu tío te acabó adentro bebé? ¿Quién más, aparte de él, y yo? ¡El leo?, me preguntaba, colocando una mano entre mis piernas, mientras yo expulsaba mis últimas gotas de pis, y le aseguraba que sí a sus averiguaciones. También le dije que Diego me acabó en la boca, y él me dio una cachetada por hablar como una guaranga. Esa noche, me sentó en el lavarropas viejo y roto, me olió la concha luego de sacarme la bombacha, me comió la boca, y apoyó sus piernas entre las mías para calzar su pija en mi vagina. No paró de taladrarme, penetrarme y sacudirme hasta no llenarme de leche. Después de eso, me mandó a la cama, desnuda y llena de chupones por todos lados. Me acuerdo que mis amigas me preguntaban por qué tenía tantos besos marcados en el cuello.

A los 13, recuerdo que caí en cama con una gripe tremenda. Estuve dos días haciendo reposo, y recibiendo la lechita de mis hermanos, y la de mi viejo. El primer día, cada uno de ellos me cogió dos veces. El segundo, además de cogerme, Diego me hizo pis en la cola, y a mi viejo se le antojó que lo pajee con mis tetas. Cosa que hasta entonces no sabía hacer muy bien.

Diego ahora me acompañaba siempre a la escuela, y cada tanto, me pedía que me saque el pantalón y la bombacha para cogerme en el baldío. Otras veces, me pedía un pete, y solo una vez invitó a uno de sus amigos para que le saque la leche con la boca. El tío Antonio se servía de mis tetas para comérmelas, o me sentaba a upa para darme cerveza mientras me cogía ante la mirada de mi viejo, o me llevaba al patio para bajarme los calzones y olerme el culo. Generalmente, mientras me olfateaba se masturbaba de lo lindo, hasta pedirme que me tome toda su leche. Otras veces me la largaba toda en la bombacha. Fue una suerte para todos que, finalmente me hiciera señorita recién a los 15 años. Eso quiere decir que, todos pudieron acabarme adentro sin el temor de embarazarme. Yo, no podía vivir sin ellos, sin sus pijas, sin el sabor de sus lechitas, sin sus humillaciones, manoseos, chupones o castigos. Diego entraba siempre al baño cuando yo estaba, y sin importarle qué estuviese haciendo, me encajaba el pito en la boca, y no se iba hasta no empacharme de leche. Una vez, me pidió que me levante del inodoro mientras hacía caca, y me empezó a coger por la conchita, contra el viejo lavarropas.

Pero, el que estrenó mi culito al fin, fue Ramón, el amigo desagradable de mi viejo. Fue para mis 15, y según él, porque ya se había enterado que menstruaba.

¡No voy a correr el riesgo de embarazarte pendeja! ¡Pero sí te voy a nalguear, a mamar las tetas, y a culearte toda!, me dijo una noche, medio borracho cuando mi viejo ya se había ido a dormir. Nosotros estábamos en el patio. Yo estaba fumando, y él no paraba de mirarme las tetas, y la boca.

¿Ya tenés noviecito vos? ¿A qué jugás cuando estás con ese pendejo?, me preguntaba, tratando de saber si eran ciertos los rumores de mi romance con un guacho que trabajaba en una bicicletería del barrio. Yo le dije que seguía sola, que así me divierto mejor, y que no necesitaba novios para hacer chanchadas con un tipo.

¡Uuupa, qué rebelde la bebota! ¿Y, ahora no tenés ganas de jugar? ¡Mirá cómo se me paró nena, de tanto mirarte esas tetas! ¿No querés upita? ¡De guacha, siempre quise meterte un dedo en la zorrita!, me incitaba, manoseándose el paquete. La verdad, lo tenía duro, y a mí la vagina me silbaba de calentura. Creo que ni lo dudé. Me le senté encima, y él empezó a sacarme la ropa, hasta dejarme en calzones. Entonces, me agarró de las piernas, y comenzó a colocarme de modo tal que mi cabeza se detuvo entre sus rodillas, y mi pubis en su pecho. Me subió un poco más, y al tiempo que se bajaba el pantalón, ya sentía su aliento humedecerme aún más la bombacha. Sentía sus dedos frotando mis nalgas, sus bigotes haciéndome cosquillas, y una voz jadeante, casi de moribundo que me decía: ¡Uuuuy, qué rico olor a zorra de nena tenés Pupi! ¡Me vuelve loco!

Noté que su bulto comenzaba a colisionar con mi cara, y a pesar de todo, no quería darle el gusto de hacer lo que esperaba de mis voluntades. No porque no quisiera. Es que, necesitaba que se le ponga más dura, y sentirme más deseada. Hasta que el viejo me dijo: ¡Dale nena, agarrame el nabo con la boca, y empezá a mamarlo! ¿No ves que se me puso así de caliente por tu culpa?

Entonces lo hice, y apenas me lo metí en la boca, hubo una explosión en nuestros cuerpos que, nos impulsaba a gemir, chupar, lamer y volar hacia un nuevo planeta. El viejo me metió la lengua en la vagina, y medio que agarrándome de la bombacha lograba que mi pubis se refriegue astutamente contra su rostro curtido por el tiempo. Entretanto, mi boca se llenaba con su carne, mi lengua se extasiaba con sus jugos y sabores, y mi saliva le empapaba los huevos de tanto producirse en mi paladar. De vez en cuando dejaba de chuparle el pito para pajeárselo, o para mordisquearle la puntita, y eso lo enloquecía. Al punto tal que, no tuve problemas en cumplirle otro de los caprichos cuando, luego de reponerse de los últimos suspiros que le arrancó mi besuqueo por sus huevos, me pidió: ¡Meate encima nena, dale, vamos, meame la cara, que lo necesito! ¡Quiero que me mees toda la cara, putita sucia!

Sé que suspiraba embelesado mientras mi cerebro le dio la orden a mi vejiga para mearle hasta el pecho, y lo cubría con toda mi esencia. En efecto, yo también me mojaba de mí misma, por la posición en la que estaba, todavía con su pija en la boca. Pero, de pronto sus brazos poco amables me devolvieron el cielo al ubicarme sobre sus piernas, con mi culo bien pegado a su pija toda babeada por mi arte. Me agarró de las tetas, me corrió la bombacha, colocó su pija entre mis cachetitos colorados por los chirlos que él mismo me dio mientras me chupaba la concha, y me dijo al oído: ¡Y ahora, te la voy a meter en el orto, guachita asquerosa! ¡Mirá, mirá cómo te brillan esos ojitos de puta!

No tuve tiempo de nada. Mi propio grito me aturdió cuando su verga empujó mi culito indefenso, y algunas lágrimas me resbalaron por la cara. Sé que me tapó la boca con mi remera, y que uno de sus dedos estimulaba mi clítoris. Él me chistaba para calmarme, me decía que solo duele un poquito al principio, y que tenía unas tetas hermosas. Y sin darme cuenta, caí rendida al vaivén de su cintura, al entrechoque de su pubis y mis nalgas, al ruidito único de su pija desflorándome el culo, a los chasquidos de sus dedos en mi vagina, y al ardor placentero que me producía esa dureza adentro de mi culo. Agradecí que no la tuviese como Leonardo, o como mi viejo. Aunque, en ese momento, si me culeaba un caballo, no me importaba en absoluto. Ramón decía cosas de mi padre, que, si nos veía, o que le gustaría que nos encontrara, o que le iba a decir a mi padre que me había hecho la cola. Yo, ya recuperada del impacto, le pedía que me la meta más adentro, que no deje de pajearme, que me llene de leche, y que me pegue más fuerte. Cuando empezó a arrancarme el pelo, a ordeñarme las tetas con desesperación, y a jadear como un lobo herido, imaginé que le faltaba muuuy poco para balearme el culo con su semen. Pero, en ese momento me empujó con todas sus fuerzas. Cuando me vio en el suelo, me dijo: ¡Rápido gurisa, subite la bombacha, y mamame la verga, que me parece que escuché ruido! ¡Debe ser tu viejo!

No tuvimos demasiadas opciones. Yo me prendí a su pija, se la chupé y jugué con sus huevos pequeños, descubriendo que el sabor de mi culo invadía cada extensión de su virilidad. Y mientras oíamos la voz de mi viejo y otro hombre en la cocina, Ramón empezó a polinizarme la garganta con un estallido de semen que me hizo temblar, toser y por poco vomitar. Supongo que mi buen trabajo hizo que Ramón me cubriera con cierta elegancia inhabitual en él. Entró a la cocina para encontrarse con mi viejo, y de esa forma darme un minuto para vestirme. A mi viejo no le importaba si yo estaba sucia, con olor a pis, o despeinada. Pero, si se enteraba que Ramón me había culeado en el patio… Bueno, podíamos empezar a despedirnos de nuestras cabezas.

Poco a poco, mi vida se había convertido en eso. Yo era el receptáculo de semen de mi viejo, mis hermanos y el tío Antonio. Aunque, también de otros hombres elegidos por mí. Realmente lo disfrutaba, y para mí no era posible pensar en un amanecer sin la sensación de haber cogido con alguno de ellos. Pero, pronto empezaron los problemas. Mi viejo enfermó gravemente de algo que ni los médicos supieron explicar. Eso le valió una parálisis de la cintura para abajo. Mi hermano Diego terminó preso por atropellar a una mujer embarazada con la chata que le había robado a un granjero. Leonardo, se juntó con una boliviana, y fue papá tan rápido que no le dio tiempo siquiera a pensar l nombre del guacho. El tío Antonio se mudó de la ciudad, sin dar ningún tipo de explicaciones. Por lo tanto, a los 18 años decidí abandonar mi hogar. Ya estaba embarazada, y no me importaba si de mi viejo, del tío, o de mis hermanos. No quise cargar a nadie con mi bebé. Sabía que era lo mejor. Al fin y al cabo, ya era lo bastante grandecita como para salir a buscar mi propio alimento solita.      Fin

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