Mis papis por un día

 

Nada podía ser más real, extravagante, sublime, especial, de otro mundo, o tal vez de este. Nada hubiera sido posible sin el contacto de mi amiga Natalí, ni de sus conocimientos en el tema de las fantasías. Si nunca nos hubiésemos hablado en esa heladería, si no nos hubiéramos reído de haber elegido los mismos gustos, y si no tuviéramos prisa por acompañarnos un rato, tal vez no hubiese vivido aquella experiencia.

En ese tiempo ambas teníamos 17 años, y nos hicimos amigas casi al instante. Al punto que coincidimos en cursar la carrera de diseño gráfico, ni bien termináramos la secundaria. Nos juntábamos siempre que podíamos, a hablar de chicos, de música, a fumar mariguana, a flashearla con distintos diseños para marcas importantes. La primera vez que me quedé a dormir en su casa, recuerdo, ella estaba más contenta que perro con dos colas. Su madre no dejó de mimarme, atenderme y ser amable conmigo. Al tiempo, ambas cursamos primer año de la facultad, y pronto segundo año. Ella se puso de novio con un chico bastante arrogante y creído para mi gusto. Yo, me trancé a un par de chicos de la carrera de música, a otros de bellas artes, y a una chica de teatro. Pero, en definitiva, nada serio.

¡Flor, necesito pedirte un favor! ¡YO sé que, después de todas las cosas que hablamos, no me vas a decir que no! ¡Aparte, sé que necesitás la plata, más que yo!, me dijo Natalí, una tarde especialmente templada para ser verano. Estaba más misteriosa que siempre, y, a pesar que no lo supiera, más que excitante para mis ojos de amiga calentona. Sin embargo, siempre respeté su amistad, y jamás le dije que desde el primer día que la vi en la heladería, no supe dejar de imaginarla desnuda, chupándome las tetas.

¡Dale Flopy, en serio! ¡Es una posibilidad exce-le-te! ¡te lo prometo! ¡Yo los conocí, y ya lo hice! ¡Son respetuosos, buena onda, y están forrados en guita!, continuaba explicándome algo que yo no terminaba de entender. Para colmo, estábamos medias fumadas.

¡A ver si entiendo! ¿Vos me estás pidiendo que yo, vaya, y me presente a la pareja esa que me contaste la otra vez? ¿Y qué les digo? ¡Hola, soy Florencia, y necesito plata! ¡Por favor, adóptenme por un ratito, que cobro barato! ¡Cójanme todo lo que quieran, que cobro en pesos!, le dije, una vez recuperada del ataque de risa que de pronto me contracturaba los músculos de la panza. Ella también se reía, quitándose el pantalón ante mi mirada perpleja.

¡Amor, es fácil! ¡Yo, ya les conté que tengo una amiga que está re buena, que tiene una cara de nena re linda, que es obediente, limpita, pero con la mente sucia, y que se le moja mucho la bombachita cuando piensa en dos papis atrevidos! ¡Y maduritos! ¡Y, te ponés así porque tengo razón! ¡Noooo, pará locaaaa, que eso no se lo dije!, me decía, mientras yo le tiraba almohadas y peluches, amenazándola con empezar una guerra, sin dejar de reírme, ni de perderme en el bultito que la vulva le hacía en la bombacha al caminar por la pieza.

¡Florchi, dale, posta nena! ¡Necesitás comprarte la compu, y otras cosas! ¡Yo no necesito plata! ¡Además, yo ya estuve dos veces con ellos, y la pasé bien! ¡Por otro lado, ellos siempre aceptan a personas recomendadas por quienes les dieron buenos resultados! ¿Me entendés? ¡Parece que, este cuerpito, ahora es tu garantía, Gatúbela!, me decía, sacudiendo sus tetas y meneando su larga trenza, haciéndome desearla en silencio. Yo, no lo podía creer. Era cierto que necesitaba plata, porque un apagón de luz me había quemado la compu, y el monitor. También era verdad que muchas veces hablamos de mis fantasías.

¡La verdad, me muero por ser adoptada por una pareja madura, y que me sometan a lo que ellos quieran!, le confesé una noche, mientras jugábamos al Preguntados, tomando cerveza, cada una en una cama diferente. Ella me contó de los Iraola. Una pareja sin hijos, de buena posición económica que vivía en un caserón, cerca de la zona de Pilar, en un barrio semi privado. Me confió que dos veces le habían pagado una suma importante para que oficie, en una oportunidad de mucama, y en otra, de una especie de camarera, bailarina y masajista. El baile y los tragos, se los sirvió al hombre en su estudio. Los masajes se los improvisó a la mujer, en su habitación enorme. Según ella, los aceites, velas, esencias y cortinas de seda que había en ese cuarto, valían más que nuestras dos casas juntas. En cuanto al servicio de mucama, esa vez les sirvió durante toda la noche, con distintos atuendos. Hasta que el postre, debió llevarlo totalmente desnuda, a la terraza de la casa, y quedarse allí, hasta que los señores hubieron terminado de comerlo. Entonces, ella fue la segunda ración de postre. Me contó todo lo que le hicieron. El hombre no la penetró. Pero las lenguas de ambos la recorrieron, lubricaron, lamieron, saborearon y penetraron por donde quisieron. Yo me moría de envidia, aunque estuviese mal emplear aquel sentimiento. Pensé que todo aquello no podía ser absolutamente cierto. Por eso, cuando me lo propuso, lo primero que me nació, fue cagarme de risa como una tonta.

¡Es hora de empezar a crecer hermanita! ¡Dale, aprovechá bombona! ¡Seguro que quedan re locos con vos! ¡Aparte, quizás, vos te animás a otras cosas! ¡Posta, tenés más carita de inocente que yo!, intentaba convencerme Natalí, mientras algo en mi interior se moría de ganas por preguntarle: ¿Dónde hay que firmar?

Esa conversación quedó allí, en esa tarde templada, con olor a resina de mi fasito, y al perfume de mi amiga. Hasta que una mañana de viernes, bajo un sol abrazador y una desazón inmensa por haber perdido mi documento, Natalí apareció en la puerta de mi casa.

¡Dale Florchi! ¡Te vengo a buscar para llevarte! ¡Es hoy! ¡Acaban de llamarme para decirme que hoy tienen libre! ¡Metele! ¡Pero, escuchame! ¡No te perfumes, y ponete una bombacha limpia! ¡No importa si no estás recién bañada! ¡Quieren que vayas lo más rápido posible! ¡Nada de perfumes, porque no les gusta! ¡Te van a revisar, a oler, y a palpar, por si entrás alguna cosa peligrosa! ¡Son platudos, pero no giles! ¡Dale, metele, que te espero en el auto!, me recitó de un tirón, y me dejó con la puerta abierta de mi casa en las narices. Sabía que, si de verdad quería desentrañar aquel misterio, debía hacerle caso. Así que, me vestí lo más urgente que pude, agarré mi carterita con mis cosas personales más útiles, más o menos me arreglé el pelo, y le dije a mi vieja que no me espere en todo el día, porque salía con Natu, como ella solía decirle.

¿Y? ¿Nerviosa, amiguita?, me dijo ella, ya en la ruta, abordando por primera vez aquel tema. Ya nos habíamos alejado lo suficiente de mi casa como para que haya testigos de nuestras indescifrables palabras. Pero, una siempre se siente perseguida. Yo me reí, y ella me cacheteó la pierna.

¡Boluda, tranqui, que la vas a pasar bien, y te van a pagar una torta de guita! ¡Y, encima, por ahí te vuelven a llamar! ¿Te pusiste una bombachita limpia? ¡Porque, la primera vez que fui, medio que no les gustó que mi bombacha tuviese olor a concha!, me dijo, y se empezó a reír entre avergonzada y divertida.

¡Sí nena, obvio que está limpia! ¡Pero, no llegué a bañarme! ¡Me bañé ayer igual! ¡Pero vos me conocés! ¡No soy yo si no me perfumo, y no me doy una ducha antes de salir! ¿O, si al menos no me lavo el pelo!, le dije, un poco asustada.

¡No pasa una! ¡A ellos, les gusta que olamos de forma natural! ¡Les va a gustar que no huelas a perfume! ¡Ella es re copada, y él, bueno, si te gustan los tipos altos, va andar todo OK! ¡Además, tiene un lindo pedazo amiga, posta!, me ponía al tanto, mientras movíamos las cabezas al ritmo de una canción de Maroon5. Yo, pensaba que estaba soñando. Pero no me sentía del todo confiada. ¿Por qué ella no podría quedarse conmigo? ¿Y si a ellos no les gustaba yo? ¿O, si no les despertaba nada, y al final no me pagaban? ¿Y si eran peligrosos? ¿Y, si me hacían daño, y yo no podía escaparme de aquel lugar? ¡Para colmo, yo andaba sin celular en ese tiempo!

¡Che Na! ¿Por qué vos no te quedás conmigo? ¡No sé, por ahí sería más fácil! ¿O es una cuestión de guita?, le pregunté, tal vez borrando un poco el entusiasmo de sus ojos.

¡Upaaa, ya sé, no me digas! ¿Te entró el cagazo amiga? ¡En serio, no pasa nada! ¡Es más, yo te doy mi celu, para que te comuniques conmigo, por si algo sale mal! ¡Llamame al fijo, que yo te dejo ahí, y vuelvo a mi casa! ¡Voy a estar todo el día ahí, con Nacho!, me dijo, ofreciéndome su teléfono para que lo guarde en mi cartera. Me tranquilicé un rato. Pero no podía dejar de sentir una ansiedad que me traspasaba los poros de la piel. Sin embargo, el resto del camino fue más sencillo, entre otros temas de charla, agüita fresca y unas manzanas.

¡Bueno bombona, llegamos! ¡Bah, en realidad, estamos a una cuadra! ¡Nos bajamos acá, y te acompaño caminando, hasta la entrada! ¿Dale?, me dijo de golpe, después de un largo trecho en el que nos cagábamos de risa hasta de los motoqueros que nos avanzaban en la ruta. Nos bajamos del auto, y apenas ella le puso la alarma, empezamos a caminar. Cada paso que daba parecía de plomo para mis pies. Ella, me sobó la espalda para calmarme. y cuando quise acordar, estábamos de pie ante una casa magnífica, con un jardín espléndido al frente, unas rejas bajitas con unos dibujos góticos más que novedosos. Natalí tocó el timbre, y enseguida una voz ansiosa de mujer dijo en el portero eléctrico: ¿Sos vos Natalí? ¿Trajiste a nuestra hija?

¡Sí señora, la traje! ¡Esperamos acá! ¡No se portó muy bien que digamos la chica!, respondió Natu, sonriéndome una vez más, como si así pudiera aligerar el temblor de mis manos.

¿Hija? ¿O sea que, voy a hacer de hija de estos ricachones?, le pregunté en voz baja.

¿Viste la casa que tienen? ¡Es hermosa! ¡Te dejo Florchi! ¡Pero, me quedo cerquita, hasta que te abran! ¡Rompela bebé, y después me contás!, me dijo, mientras intentaba darle un beso a mis mejillas que tiritaban de terror por lo desconocido. Y entonces, pasaron segundos, o dos minutos. Una brisa hizo ondear el vestido azul que traía. Natalí ya no estaba, aunque la estela de su perfume me acompañaba. De repente, una mujer de unos 50 años apareció tras la reja gótica, con un vestido sencillo, el pelo negro recogido en una cola larga, dientes blancos y una sonrisa aún más pura.

¡Bienvenida corazón! ¡Tu papi y yo te estábamos esperando! ¿Así que, según Natalí, te portaste más o menos?, decía chasqueando la lengua, mientras abría la reja con una tarjeta magnética, y luego me invitaba a entrar en el jardín. La seguí, todavía sin poder creer en lo que empezaba a vivir. ¡Era cierto! ¡Los Iraola existían! ¡Y ahora, yo sería algo así como el juguete de ellos! ¡Al fin comenzaba a relajarme un poco!

¡Arturo, llegó Ximena! ¡Y, es mucho más linda de lo que nos contó la mucamita!, vociferó la mujer hacia adentro de la casa. Luego, una voz masculina agregó desde las sombras: ¡Me alegro mucho! ¡Sabía que esa nena no nos iba a fallar! ¡Revisala, y hacé lo que tenés que hacer, que me arreglo un poco, y ya voy!

La mujer me sonrió ampliamente, y me sobó la espalda, tal vez con unas manos más expertas que las de Natalí. Me preguntó si estaba nerviosa, si tenía hambre, sed, o calor. Negué con la cabeza, más por cortesía que otra cosa. Se me acercó, y sentí que el piso se movía bajo mis pies. Puso una de sus manos en mi hombro, y caminamos juntas hasta el centro del jardín. Podía oler su perfume, claramente impagable para mi imaginación. Oía su respiración ansiosa, y quise preguntarle algo, como para romper el silencio que, a pesar de todo no era incómodo.

¿Te gusta mi jardín? ¡Cuesta mucho mantenerlo radiante, florido y listo para recibir visitas importantes, como la tuya! ¿Te dijeron alguna vez que sos hermosa?, me preguntó, como si no le importara realmente mis gustos por sus flores. Le sonreí, y negué con la cabeza otra vez.

¡Bueno, qué pena, porque es verdad! ¡Sos hermosa! ¡Lo que más me gusta de vos, es tu olor, tus tetas, y tu pelo con esos rulitos! ¿Cuántos añitos tenés bombonaza?, me dijo en voz baja, acercándose a mi oído, acariciándome la espalda con una de sus manos.

¡19 señora! ¡Los cumplí hace poquito!, le respondí, escuchándome como una idiota.

¿Señora me dijiste? ¡Escuchame bebé! ¡A partir de ahora, si te dirigís a mí, es, mamá, o mami, o como quieras! ¡Nada de señora! ¡Y menos a mi marido! ¡él es tu padre! ¡Y, te llamás Ximena, que es como nos hubiese gustado que se llame nuestra hija! ¡Bueno, en realidad, es por la vecinita que tenemos, a quien jamás, a pesar de poder pagarla, podremos poseer de ninguna forma! ¡Y, lo de 19 añitos, mmm, me gusta! ¡Pero, por ahí, a Arturo, le podemos decir que tenés 16! ¿Te parece? ¡La carita de nena, la tenés! ¡Y no creo que te pida el documento!, me decía, mientras me levantaba el vestido, examinaba mis pechos, me acariciaba y olía el pelo, me miraba las piernas y me rozaba los labios con un dedo. Tenía las uñas perfectamente pintadas, y en su cara no había una sola arruga. La hice reír sinceramente cuando le dije que había perdido el DNI.

¡Abrí las piernas hija, vamos! ¡Tengo que verificar que no estuviste haciendo cositas chanchas, antes de venir! ¡Y, que no hayas traído algún cuchillo entre la ropa!, me dijo, y yo le obedecí, sin oponer siquiera un pretexto. Yo, o mejor dicho mi mente se perdía en lo imponente de la casa, en el cabello de mi mami postiza, y en los latidos de mi corazón. Ella, entretanto, luego de palparme con extrema delicadeza, ya se había agachado para rozarme las piernas con unos pétalos que arrancó de una de sus flores. Reconozco que no tengo ni media idea de eso, por lo que no sé ni cómo se llama esa flor. Y, para cuando empezaba a flotar por aquellos roces, una mano se adentró entre mis piernas abiertas, y buscó la parte de mi bombacha que se junta con mi vulva, y tironeó de ella hasta lograr que descienda un poco.

¡La tenés mojada, y calentita!, murmuró mientras olía el aire, y tal vez mi piel, sin dejar de rozarme las piernas con sus pétalos.

¡Pero está limpita, con el olorcito de tu piel! ¡Siempre quise saber a qué huele la vulva de una adolescente! ¡Y, tenés un estilo medio infantil para usar bombachitas! ¿Sabías?, me decía, mientras desabrochaba las cintas que sujetaban mi vestido desde mi espalda. Yo, o no me daba cuenta, o ya empezaba a sentir los efectos de la hipnosis de su voz grave, calma y repleta de calidez. Al punto tal que, no me importó verme de repente en bombacha, corpiño y zapatillas, parada en el medio de ese jardín pomposo, a la vista de cualquiera que pasara por la vereda. De hecho, vi que un par de tipos me miraron, me silbaron, y se detuvieron a mirarme un poco más de cerca. A la mujer parecía importarle menos que a mí. Me sonrojé cuando la vi con mi corpiño en la mano, y lo peor de todo es que ni supe cuándo fue que me lo quitó.

¡Una vez tuvimos un hijo con Arturo! ¡Lo conseguimos así, como a vos! ¡Y, bueno, digamos que los nenes, por más que tengan 17 años, parecen no interesarse en el olor a pichí que tienen en sus penes! ¡Pero vos, tu olor, es afrodisíaco! ¡A tu papi le va a encantar!, me dijo, ahora mientras me hacía dos colitas en el pelo, una a cada lado, y una trencita en el medio con el mechón que me quedaba. ¿Cómo? ¿Le habrían pagado verdaderamente a un chico para que se ponga en el rol de su hijo? ¿Y, el hombre sería bisexual, como evidentemente parecía la mujer? ¡Esto, se me hacía más interesante cada vez!

¿Arreglate bien la bombacha Xime, que ya vamos a entrar!, me dijo, asestándome un chirlo en la cola que se oyó en el eco del hermoso jardín. Me fulminó con la mirada cuando le señalé el corpiño para ponérmelo, y me morí de amor al verla olerlo suavemente. Después me pidió que me agache a desatarme los cordones de las zapatillas, con el culo apuntando hacia la calle, y ella aprovechó a subirme y bajarme la bombacha rápidamente, como si mis caderas fuesen un tobogán. Entonces, caminamos hasta la puerta de entrada. Era una puerta de roble, con picaporte de plata y con el número de la casa tallado sobre la madera. Ahí me pidió que me saque las zapatillas.

¡Arturo, dale que la nena tiene sed! ¡Traele, aunque sea, un vasito de Coca! ¡O va a pensar que no tenemos modales de educación!, dijo la mujer en voz alta, y entonces, me vi de pie, descalza sobre un lustroso piso de parqué, rodeada de muebles relucientes, de una vitrina llena de copas de cristal, y de una pecera en la que varios peces de colores iban de un lado al otro. Había cuadros, libros, discos de vinilo, jarrones preciosos, y cosas que no llegué a ver con toda claridad. Mi mami me acercó a un espejo para examinar mis ojos, mis dientes y mi aspecto.

¡Xime, acá, poquitas palabras! ¡OK? ¡No nos gusta mucho que hablen demasiado, o nos contradigan, o se rebelen! ¡Sé que sos de confianza! ¡Conocemos muy bien a tu amiguita, Natalí, y nos cayó bien desde el principio! ¡Además, después de haber olido esa bombachita, te juro que quiero conocerte un poco más!, me decía, atreviéndose a tocar el lóbulo de mi oreja con la punta de su lengua. Y entonces, apareció Arturo, lentamente, como si se deslizara por el piso.

¡Hola hija! ¡Cómo estás? ¿Te divertiste anoche? ¡Acordate que no nos gusta que llegues tan tarde de lo de tus amiguitas!, decía el hombre, ofreciéndome un vaso de gaseosa. Los hielos tintineaban en el vidrio, y mis labios no pudieron responderle.

¿Qué pasó? ¿Te comieron la lengüita los ratones bebé? ¿O alguna de tus amiguitas?, dijo irónicamente el hombre, y la mujer, como si yo no estuviese allí, le dio un beso en la boca, y le dijo: ¡Ya la revisé amor! ¡No trae nada peligroso! ¡La bombachita que tiene, huele tan rico que, te la vas a querer dejar por mucho tiempo! ¡A la bombacha, y a la nena! ¡Pero, no seas ansioso, que tenemos tiempo! ¿Te la llevás un ratito? ¡Yo preparo el almuerzo!

Tomé unos tragos de gaseosa, solo por hacer algo.

¡Vení hija, no seas tímida! ¡Vamos a saludarnos como si fuésemos una familia unida!, dijo Arturo, y entonces, dejé que Adriana me tome de un brazo para quedar fundida en un abrazo en medio de los dos. Arturo me pellizcó la cola, y Adriana una teta. Ellos se besaron mientras me apretujaban contra su cuerpo, y la mujer me frotó sus tetas abundantes en la espalda. El hombre preguntó si el vestido que traía puesto me lo había dado ella. Adriana le explicó que lo único que ella me hizo fueron las colitas y las trenzas.

¡No se perfumó, y por lo que parece, hoy no se bañó!, dijo la mujer, haciéndome sentir un poco miserable.

¡No importa amor! ¡Supongo que, no te vas a enojar por eso! ¡Ahora me la voy a llevar, para que me ayude un poco en el estudio! ¡Te parece? ¡Aunque, bueno, se ve que se olvidó el corpiño por ahí!, decía Arturo, mientras poco a poco se despegaba de mi cuerpo, y de las manos de su esposa.

¡El corpiñito, se lo saqué yo! ¡No la retes por eso! ¡Sí, llevala con vos, que seguro te extraña la tonta!, susurró Adriana, luego de darme un chirlo en el culo.

¡Dale, me la llevo! ¡Pero antes, lavale la boquita amor, porque, seguro anduvo diciendo malas palabras por ahí!, dijo entonces Arturo, y se apoyó sobre el único trozo de pared desnuda que había en la sala. Adriana me miró a los ojos, me arregló el vestido y me ordenó: ¡Hija, sacá la lengua, y lamete los labios! ¿Tomaste alcohol anoche?

Yo le dije que no, y saqué la lengua. Después de hacer un círculo con ella por mis labios, ella me tomó de la mandíbula y pasó su lengua por los restos de saliva que había dejado en mi boca. También me tocó la nariz, y lamió mi mentón.

¡Vamos bebé, inahlá y exhalá! ¡Me encanta tu aliento fresco!, me pidió, y entonces mis pulmones colaboraron con mi delicioso stress. Por lo que, durante ese momento de tomar aire, y regalárselo a su voluntad, ella seguía recorriendo mis labios con su lengua, con uno de sus dedos, y con su nariz chiquita. Su otra mano reposaba en mi cintura.

¿Y amor? ¿Creés que hubo algún pene en esa boquita? ¡Dale, mordele un poquito el labio!, dijo Arturo. Adriana, luego de apenas presionar mi labio inferior con sus dientes perfectos, se dirigió a su marido para decirle: ¿Vos qué creés? ¡Espero por el bien de su moral, que no!

Entonces, me tomó de las colitas y me preguntó: ¿Hijita! ¡Pensá bien en lo que vas a responder! ¿Te metiste un pene en la boca alguna vez?

¡Sé inteligente hija! ¡Acá, si te decimos que sos virgen, lo sos! ¡Si te instamos a decir que sí, decís sí! ¡O lo contrario! ¡Si te preguntamos si te meás encima, decís que sí! ¡Se entiende?, dijo Arturo, y entonces, me estremecí al ver que se frotaba el bulto con el antebrazo.

¡Sí Pa, entendí! ¡Nunca me llevé un pito a la boca!, respondí. Pero, inmediatamente Adriana me dio una cachetada, mientras me rezongaba: ¿Dijiste pito, chancha? ¡Se dice pene! ¡Los nenes tienen pene, y las nenas vagina! ¿Cuántas veces te lo tengo que explicar? ¡Arturo, llevala, a ver si con vos se porta bien!

En ese momento, Adriana desapareció por una de las puertas de la sala, y Arturo me invitó a que lo siga por otra. Atravesamos un living repleto de pufs, sillones súper chetos y cómodos, y una pantalla enorme. Yo caminaba detrás de ese hombre alto, como me lo había descripto Natalí, de cabello entrecano, ojos negros, buena espalda y algunas arrugas en la frente. No sabía cuál era mi destino. Pero estaba cada vez más caliente. Para colmo, tenía miedo de que se me desprenda el vestido, porque Adriana no le había puesto mucho empeño en volver a atármelo, y ya no tenía corpiño.

Al fin llegamos a otra puerta de roble con picaporte de plata. Este tenía la forma de un pez. Arturo abrió, y de inmediato un olor a pintura me sacó del hechizo de inciensos que había en casi toda la casa. Encendió la luz, y me pidió que cierre la puerta, mientras se ponía a acomodar unos atriles. En efecto, el hombre era pintor, o artista, o algo de eso.

¿Pensaste que te iba a traer a una sala de castigos, o algo parecido? ¡Dale, recostate en esa camilla, que ya te digo cómo tenés que posar para mí!, me decía, mientras me señalaba una confortable camilla acolchada, encendía una lámpara y ponía música en su computadora. Ahí adentro, no había ninguna ventana abierta, pero el aire no estaba viciado. El olor a pintura se desvanecía poco a poco, y yo me subía a la camilla con todo el cuidado del mundo, para no quedarme en bolas ante mi PAPI.

¡Escuchame Xime! ¡Necesito que te acomodes el vestido, de modo tal que se vea el inicio de tus pechitos! ¡Acostate de costado, mirando hacia donde yo estoy! ¡Y, flexioná tu pierna izquierda, para que puedas apoyar tu pie en tu pierna derecha! ¿Sí?, me instruyó Arturo, mientras yo trataba de ajustarme a esa postura.

¡No te preocupes si el vestidito se te sube! ¡De hecho, mejor, así veo bien cómo es la bombacha de una nena! ¡Una vez que yo te lo ordene, te quedás calladita! ¿Estamos? ¡Tengo que concentrarme!, me dijo, sin alertarse, ni ponerse colorado.

¡Sí papi!, le dije, y tal vez mis palabras fueron las culpables de traerlo hasta mí. Primero pensé que me iba a retar. Pero el, apoyó una de sus manos en mi abdomen, y acercó su voz susurrante a mi oído para expresarse: ¡Esto es un secreto entre nosotros! ¡La verdad, me muero por despedazarte a chupones! ¡Quiero que tu olor a hembrita se quede siempre en este estudio! ¡Además, me encantan los corazoncitos de tu bombacha! ¡Ahora, ni una palabra más! ¡Salvo que quieras, por ejemplo, hacer pipí! ¿OK?

Entonces, hubo un largo minuto, o un eterno segundo, o un siglo inmediato en el que solo se oía el trazo de sus pinceles, toques de sus dedos, murmullos de sus respiraciones, o el revolver de sus elementos en la pintura. Yo sentía que algunas brisitas me acariciaban la conchita, y me sentía valiente. Quería arrojarme al cuello de ese hombre y refregarle mi sexo en la cara. Pero, debía obedecer. En un momento, en el que casi me quedaba dormida, reaccioné que mi PAPI se había acercado a mis piernas, y lo escuché murmurar: ¡Los aromas de una nenita sucia! ¡Me encantás hijita! ¡Sería genial que fueras virgen!

Pero, entonces, los nudillos de Adriana golpearon la puerta, y su voz decía al otro lado, con una pizca de euforia: ¡Amor, Xime, ya está la comida! ¿Puedo entrar?

No esperó a que Arturo la autorice. En breve la sala se llenó de la luz de la casa, y entonces, el atuendo de Adriana cambió para mis ojos. Ahora lucía una blusa transparente con un corpiño de encajes, y un pantalón estilo de vestir. Se acercó a mí para bajarme la pierna, y para pellizcarme la cola, mientras aseveraba: ¿Qué es eso de mostrarle la bombachita a papá? ¡Eso no se hace, cochina!

¡No te enojes amor! ¡Yo le pedí que me la muestre! ¿Viste los corazoncitos que tiene?, dijo Arturo, y ella se acercó para comerle la boca, y para manotearle el pedazo por encima de la ropa. Sus lenguas se oían con tanta obscenidad que, no pude evitar gemir de calentura.

¿Estás bien hija? ¡Esto, si te portás bien, va a ser tu mamadera! ¡Pero más tarde! ¡Ahora bajate de ahí, andá al baño, lavate las manos, y esperame ahí!, me ordenó Adriana, luego de asegurarme que vea cómo le sobaba la pija a su marido. En ese momento vi el bulto que se le formaba en su jean, y sentí que algunas gotitas de mí resbalaron por mi bombacha.

Una vez que me lavé las manos, mirándome en el alucinante espejo que me hacía más feliz que nunca, observaba todo lo que podía. ¡Al fin un ratito sola!, pensé. Ahora, podía tocarme, o tratar de ordenar todo lo que había vivido hasta entonces. El baño era gigante. Tenía una tina súper lujosa con un montón de grifos. Una música funcional sonaba todo el tiempo, y las luces iluminaban haciendo figuras florales en el aire. Olía rico, había un montón de jabones distintos, un revistero, un secador de pelo re sofisticado, un teléfono de emergencia, un estante repleto de cremas y esencias, velas aromáticas por todos lados, y un montón de cosas que no pude recordar. También había un estante que tenía cajas llenas de juguetes sexuales. No se veían, pero había un cartel que especificaba ese rubro.

Adriana entró justo cuando ya había terminado de secarme las manos.

¿Te secaste bien amor? ¡A ver, dame esas manitos! ¡Tu papi ya nos espera para comer! ¡Está muy contento con vos!, me decía, mientras acercaba mis manos a su cara. Me las besó, lamió mis dedos, y se metió un par de ellos en la boca. Eso me estremeció aún más.

¿Qué pasa? ¿Te gusta que mami te coma los deditos?, me dijo de pronto, mientras succionaba mi pulgar, y me acariciaba la cola. Después me nalgueó, me olió la boca y me quitó el vestido completamente, mientras me decía: ¡Ahora, vas a tu pieza, y te ponés lo que encuentres sobre tu cama! ¡En cuanto a la bombacha, te dejás la misma! ¿OK? ¡Cuando termines, bajás a la cocina, así comemos! ¡Para ir a las piezas, tenés que subir las escaleras! ¿Te acompaño? ¿O vas solita? ¡Tu dormitorio, es el que tiene una mariposa pintada en la puerta!

De modo que, tuve que atravesar un par de macillos y subir una empinada escalera, en bombacha, en una casa desconocida. Eso me llenaba de un morbo que no me cabía en el pecho. Pensaba en que, si me encontraba a mi PAPI, tal vez podría pedirle la mamadera. ¡Ya no daba más de calentura! Cuando entré a lo que sería mi habitación, con las piernas un poco exhaustas por mi poco ejercicio físico, no lo podía creer. No solo tenía un baño propio. Había una tele gigante, una computadora, dos bibliotecas llenas de libros de cuento, un vestidor, una cama de dos plazas con acolchados topísimos, con un osito de peluche hermoso en el centro y dos almohadas de alguna de las princesas de Disney. Debo aclarar que nunca fue mi fuerte ese estilo de películas. Tenía dos ventanales bellísimos, con cortinas que se deslizaban por los barrales sin el mínimo ruido, unos cuadros eróticos del siglo pasado, otros de algunos dibujitos animados, y un Aire Acondicionado que no era del todo necesario, ya que los techos de la casa en general eran altos. Sobre la cama había un vestido rosa bien apretado, y unas ojotas de una marca yanqui que jamás había visto. Entonces, apenas terminé de vestirme, bajé a la cocina, todo lo urgente que mis pasos me permitieron.

¡Sentate ahí Xime, que mami ya te trae una coquita! ¿O vas a tomar vino?, dijo Arturo cuando me vio, señalándome una silla a su lado. Sobre la mesa hexagonal preciosa que tenían, había una bandeja con una guardilla preciosa de color oro, en la que un montón de piezas de sushi pedían ser devoradas. Había tres salseras distintas, dos copas de cristal con vino, un cuenco con frutos secos, una panera con unos pequeños panes saborizados, un vaso de La Sirenita para mí, y una frutera con uvas y pedacitos de queso.

¡No amor, las nenas no toman vino! ¡Después, se les pone caliente las tetitas, y los labios morados!, decía Adriana, acercándose a la mesa con una botella de coca. Entonces, repartió los famosos palitos chinos, y racionó las piezas en distintos recipientes individuales, uno para cada uno de nosotros, y se sentó al frente de mí. Empecé a transpirar, porque siempre fui bastante inútil en el arte de usar esos palitos, por más que adoraba el sushi. Pero claro, no tenía nunca plata para comprarme. A veces lo comíamos en casa de Natalí, y entonces, allí tenía todas las libertades de comer con la mano, si lo quería. Así que, intenté agarrar una pieza que tenía salmón, y más o menos logré introducirlo en mi boca.

¡Xime, probalo con la salsa de Soja, o la de teriyaki, o esta otra, que es una salsa de moras y cilantro!, me sugirió mi MAMI. Yo, intenté mojar mi segunda pieza en el cuenco de la salsa de soja, y, lo inevitable pasó. Algunas gotitas de salsa me ensuciaron el vestido. Ambos se rieron de mí, pero no a modo de burla. Era como si una ternura paternal se apoderara de ellos.

¡Qué chanchita gordi! ¡Abrí bien esa boca, porque, si no, te vas a manchar toda!, me dijo PAPI, acariciándome el pelo, mientras otros pedacitos de arroz y palta se me caían de la boca. Mami se reía casi sin sonido, y miraba fijamente a su marido.

¡Querido, sentala a upa, y enseñale a comer, antes que pierda la paciencia!, dijo la mujer, golpeando la mesa con la botella de vino, luego de servirse un poco más en su copa. Mi papi dudó. Primero me hizo probar un trago de vino de su propia copa, ante la desaprobación de Adriana. Yo bebí, y puse cara de asco, adrede.

¿Viste Adri? ¡No le gusta el vino! ¡Es una buena nena nuestra hija! ¡Solo toma juguito, o coquita!, decía luego Arturo, mientras se corría unos centímetros hacia atrás para separarse de la mesa, con silla y todo. La mujer le sonrió, refunfuñó algo como: ¡Y sí, últimamente ella es más importante que yo!, y dejó que su marido me tome de la cintura para sentarme sobre sus piernas. Yo, colaboraba servil y ágil. O él tenía tremenda fuerza para levantarme, o yo pesaba lo que una pluma, debido a la calentura que me incendiaba la piel. Lo cierto fue que pronto, mi papi ponía algunas piezas de sushi en mi boca, inventándose canciones infantiles de un avioncito que tenía que entrar en ella, acariciándome la cara y oliéndome el cuello. Además, la dureza de su pija era más que perceptible contra mis glúteos. Adriana no tardó en revelar sus celos, o en seguirle el juego, cuando murmuraba: ¿Huele bien la chiquita? ¿Eee? ¿Te gusta su olorcito? ¡Hace mucho que no te la sentás a upa! ¡Y tené cuidado con que no se le caiga comida en las gomas, porque se las vas a limpiar vos! ¿Me escuchás Arturo? ¿Ya tenés el pito duro? ¡Se te nota en la cara, y sé que te excita tener a tu hija casi en tetas, a upita!

La vi empinarse la copa de vino que se había servido, y luego levantarse con elegancia. Se abrió la blusa en el camino, y se acercó a su marido para besarlo en la boca, mientras él colocaba una pieza de salmón en mis labios. Sentía sus dedos entrar lentamente entre ellos, y yo me atrevía a lamérselos, sin esperar directivas.

¡Mucho que me decís a mí, que no me ocupo de mi hija! ¿Hace cuánto que no le das la teta vos? ¡Acordate que ella, te necesita Adriana! ¡Dale, dale la tetita, un ratito!, decía Arturo, sin dejar de comerle la boca a su esposa, ni de moverse entre agitaciones y espasmos involuntarios; lo que generaba que su miembro se frote sutilmente, pero con más decisión contra mi cola. Adriana, se subió el corpiño, manoteó unas uvas y las colocó en el centro de sus pechos despampanantes. Ahora que se los veía bien, no podía explicarme por qué jamás hizo feliz a un bebé con semejantes globos. Además de todo, notaba que mi vestidito se subía cada vez más, y que una de las manos de mi PAPI jugueteaba con el elástico de mi bombacha.

¿Te gusta la comidita mi amor? ¿Te molesta que papi tenga, bueno, el pito un poquito duro? ¡Vos no te asustes chiquita, y chupá la teta de mami! ¡Dale, que te quiero escuchar mamando!, decía mi papi, mientras su lengua y la de su esposa seguían batallando con frenesí en sus bocas, y mi culo subía y bajaba con mayor urgencia por su bulto.

¡Ojo amor, que se le sube el vestidito a la nena, y tiene la bombacha sucia!, decía la mujer entre gemidos, ya que mis chupones a sus tetas la estremecían. Además, debía devorarme las uvas, y limpiarle la piel de los jugos que la salpicaban cuando yo las mordía. Ella me tocaba las piernas, me acariciaba la pancita, y cada tanto me hacía comer algún pedacito de queso, o algún camarón que colocaba entre sus pechos. Hasta que mi vestido terminó totalmente enrollado en mi cintura, las tetas de mi mami todas pegoteadas por las uvas y mi saliva, y mi pelo todo alborotado. Alguno de los dos llegó a rozarme la vagina por encima de la bombacha, y eso me hizo jadear como loca, sin poder controlarme.

¡Bueno, basta amor! ¡Me parece que, por ahora, ya está! ¿Llevamos a la nena a la cama?, dijo la mujer, cortando en seco todo el momento, la calentura y las intenciones de su marido de, tal vez, llegar más lejos conmigo.

¡Sí mi cielo, tenés razón! ¡La bebé tiene que dormir la siesta! ¿Vamos chiquita? ¡Aparte, los papis, tienen que hacer cositas de grandes! ¿No mi vida?, decía el hombre, levantándose conmigo en brazos, exponiendo la humedad de mi bombacha a la luz del día, ya que el vestido permanecía sobre mi cintura. Finalmente me sentó sobre una silla, y Adriana me tomó de las manos, mientras el hombre decía que la esperaba en su habitación.

¡Vamos Xime, que te acompaño a tu pieza!, me decía mi mami, guiando mis pasos imprecisos por la casa, y luego por la escalera, rodeando mi pecho con sus brazos, haciéndome sentir el calor de sus tetas desnudas. Justamente allí, entre escalones y pequeños tropiezos, ella comenzó a bajarme la bombacha hasta mis rodillas, mientras me decía que no tenía que temerle, y que todavía tenía mucho por aprender. Así llegamos a mi habitación. Ella cerró la puerta con llave una vez que ambas entramos, y me sentó en la cama. Buscó en el ropero gigante repleto de cosas, y volvió conmigo. Recuerdo que me quitó las ojotas, que olió mis pies, los frotó contra sus tetas, y luego mordisqueó mis pulgares, mientras me decía: ¿Sentiste cosquillitas cuando tu papi te apoyaba el pito en la cola? ¿Te gusta sentir cositas duras ahí, mi bebé? ¡Pero, vos todavía sos chiquita para esas cosas!

Después, me puso un babero en el cuello, una remera con dibujitos, una bombacha con puntillitas en los costados, y un perfumito de bebé, o de nena en el cuello. Arriba de mi almohada reposaba un chupete rosado.

¡Todavía falta mi amor! ¡Dale, acostate, así mami termina de vestirte!, me dijo luego. ¡Juro que tuve todos los impulsos de gritarle que estaba de remate cuando la vi sacar un pañal descartable de un cajón de la mesita de luz! Sin embargo, su boca comenzó a rodar por mis piernas, sus manos a sobarme la panza, su nariz a oler mi vulva sobre la tela de esa bombacha infantil, y su pelo a recorrerme la piel cuando su boca subía hasta mis tetas. No me las chupó como me urgía desesperadamente. Pero me las mordió sobre la remera, y eso me hizo gemir una vez más. Y, cuando quise acordar, ya tenía puesto un pañal, una pollerita encima, y el chupete en la mano.

¡Ahora, a dormir la siestita bebé! ¡Tu mami tiene que jugar con tu papi! ¡Después te venimos a visitar! ¿OK? ¡Dormí, que te voy a preparar una rica merienda cuando te levantes! ¡Y, si te da hambre, chupás eso un ratito, y listo! ¿Dale?, me dijo, antes de lamerme la boca, morderme los labios y pellizcarme una pierna. Me hizo cosquillas en los pies, apagó la luz, y se fue, tomando la precaución de dejarme encerrada con llave. Entonces, empecé a tener miedo. ¿Qué pasaba si me hacían algo? ¿Por qué me encerraban? ¿Y, si eran unos enfermos que sodomizaban a las chicas? ¿O estaban entongados con la venta de órganos, y me mataban para vender los míos? ¿Y, si me usaban como mula para traficar drogas? Pero, la prudencia me aconsejaba no gritar, ni hacer las cosas difíciles. Ellos eran mis papis. ¿Por qué querrían hacerme daño? ¿Por qué mi mami me puso un pañal? ¿Qué tan perversas podían ser sus mentes? ¿Natalí, sabría todo esto? ¿Por qué no me previno al menos?

Entonces, no tardé en volver a la realidad. No se oían los autos en la calle, ni los pájaros, ni los ruidos de la obra que había a pocas casas de allí. El reloj de pared se había detenido a las 10 de la mañana, aunque me había parecido escuchar su tic tac. El silencio me aturdía, y los pezones se me endurecían de las ganas que tenían de ser devorados. Pensaba en pajearme. ¡No aguantaba más! ¡Y encima, me habían dado unas terribles ganas de hacer pis! Bueno, de última, tenía pañales. ¿Ellos esperarían que me haga pis encima? Y, mis pensamientos fueron interrumpidos por los repentinos gemidos de mi mami. ¡Mi viejo se la estaba cogiendo con todo! ¡Hey, pará Xime, que no son tus viejos! ¡Y te llamás Florencia! ¡Y no Ximena! ¡Qué nombre de puta era ese! ¡Sí, y estás re alzada! ¡Dale, meate encima, así tu mami te cambia! Pensaba y me frotaba en la cama, imaginando lo que estarían haciendo. Evidentemente la pieza de ellos colindaba con la mía. no lo podía soportar. Me levanté para verificar si la puerta estaba con llave, o la mujer solo había simulado dar las vueltas en la cerradura. Fue raro caminar en pañales, con el babero y el chupete en la mano. Pero la puerta permanecía infranqueable, y mi vulva tan ardiente como todo el día. Pensé en buscar el celu que me prestó Natalí, y llamarla. ¿Pero qué le diría? Mi cartera estaba en la cocina, junto al resto de mi personalidad. ¡No podía ser tan cagona de necesitarla! ¡Te ban a pagar boluda!, me alentaba una y otra vez.

Me subí al respaldo de la cama a modo de caballito y me froté, nalgueándome y pellizcándome las tetas, escuchando que mi mami decía: ¡Aaay, así hijo de puta, dame pija, asíii, que nos escuche tu hija, que sepa que me estás cogiendo toda!

No sé cuánto tiempo pudo haber pasado entre esos gemidos, movimientos de muebles o corridas en el otro cuarto, y mis ganas de colarme lo primero que encontrara en la concha. Sé que oí algo parecido a un aullido salvaje de hombre, y en medio de eso, unos azotes, algo como unas arcadas y toses mezcladas, y luego una calma tan tensa como peligrosa. Pegué el oído a la pared en busca de nuevas señales. Creí escuchar voces que intentaban prolongar la escena entre ellos. Pero también podía ser mi imaginación. Sentía algo caliente recorriendo mis piernas, y a pesar que estaba segura de no haberme hecho pis, me culpaba por eso. Volví a la cama, justo a tiempo para disfrutar de todo lo que, a continuación, sucedió. ¡Creí que podría morirme en esa casa desconocida, con esa familia sustituta, vestida como una bebota boluda! Los vi entrar de la mano, y casi ni le presté atención a la puerta. ¿Cómo se me pudo haber pasado? ¿Cómo podía perder los instintos tan rápidamente? Ambos estaban cubiertos con unas batas súper finas, con el pelo alborotado y las mejillas sonrojadas.

¡Tranquilo amor, que, por ahí, la nena duerme!, dijo Adriana en voz baja, mientras se acercaban a mi cama. Mi papi tenía la frente bañada en sudor.

¡No creo que haya podido dormir mucho con tus gritos! ¿Hablamos de eso! ¡Tenés que controlarte! ¡uuuh, mirá, tiene los piecitos afuera de la sábana!, decía mi papi, acariciándome uno de ellos, apenas con sus dedos suaves.

¡Adriana! ¿Vos le pusiste pañales? ¿Cómo pretendés que nuestra hija crezca, si la vestís así? ¡Espero por tu bien, que no se haya hecho pis, o caca! ¡Porque la cambiás vos!, le dijo el hombre con una sonrisa amable, mientras sus manos subían por mis piernas. De repente, sin saber cómo, estaba sentada en la cama, y mi papi me acariciaba las tetas. Mi mami olía mi babero, mi remera y mi pelo. El chupete se había caído al suelo. jamás lo había usado de chiquita.

¡Mamá y papá están buscando un hermanito para vos! ¿Sabés gordita? ¡Por eso mami gritaba tanto! ¿Vos, también gritás así cuando te la meten toda adentro? ¡Imagino que te debe poner re puta sentir una linda pija, endurecerse en esa conchita!, me decía ella, mezclando una voz de niñera inocente con la de una mujer en llamas, mientras me lamía las orejas, buscaba mis labios para sorberlos y me pellizcaba los pezones. Él seguía masajeando mis pies, besuqueando mis piernas, mi abdomen y mi cuello. Por ahí, se besaba en la boca con su mujer, o me pedía que saque la lengua para que ella me la toque con la suya. Yo tenía en claro que no podía contestar con groserías, que no debía importunarlos, ni desautorizarlos o exigirles nada. Pero de pronto, se me salió del pecho, como una ráfaga de aire caliente incapaz de serenarse: ¡Mami, quiero la lechita! ¿Cuándo me la van a dar?

Mi papi le decía que no me hable como a una nena de la calle, mientras sus manos frotaban mi vulva sobre el pañal.

¡Vos, escupite el babero nena, que ya te voy a traer la lechita! ¡O, por ahí tu papi te la prepara! ¡Dale puerca, babeate, chorreate la carita con saliva, y escupite las gomas!, me pidió ella, y entonces, empecé a convertirme en una babosa ordinaria, mientras papi me hacía gemir con los chupones que me daba en la panza, y las mordiditas que marcaba en mis piernas. Para colmo, en un momento, sentí que ubicó mis pies adentro de su ropa interior para hacer contacto con ellos directamente en su pene caliente. No tenía precisiones de cuán grande era. Pero, entonces mi mami me dio sus tetas para que se las mame, y su nariz se bañaba en la saliva con la que yo misma había regado mi babero y remera. Además, ella lamía el chupete que levantó del suelo, tras lavarlo en un vaso de agua que, yo ni sabía que reposaba en la mesa de luz, y me lo ponía en la boca. Cuando lo quitaba de allí, se lo daba de probar a mi papi, y volvía a dejarlo en mi boca. Hasta que mi papi dijo, con unas agitaciones imposibles de ocultar: ¡Adriana, la nena tiene el pañalín re caliente! ¡O se meó entera, o está a punto caramelo!

¿Te measte Ximena? ¡Porque, si no lo hiciste, quiero que te hagas pipí! ¿Estamos? ¡A la una, a las dos, y a las, Tres! ¿Ya ta bebé? ¿Te hiciste pichí?, empezó a endulzarme los oídos la mujer, mientras me estiraba los pezones. Yo, no sé si me meé en ese momento, o ya me había meado antes. De cualquier forma, no me detuve a pensarlo. Es que, en breve estaba en cuatro patas sobre la cama, y ellos al frente de mis ojos exultantes. Ambos se abrieron las batas, y los dos me hicieron oler su ropa interior. mi mami tenía una bombacha de seda negra con unos detalles re chetos, y una humedad que le desbordaba las costuras. Tenía vellos en la concha, y un olor excitante. Al punto que gemí cuando posé mi nariz en el orificio de su vulva. Mi papi, tenía un bóxer negro con un tiburón estampado, y una erección terrible. Su piel olía a semen, a sudor y a macho caliente. Tenía una pija ancha, con un glande prominente, y, aunque no parecía tan larga, empecé a imaginar que no me entraría toda en la concha. ¿Pero, acaso él pensaba penetrármela?

¡Dale mi amor, mostrale bien esa mamadera a la chirusita, y que le pase la lengüita! ¡Pero solo la lengua! ¿Estamos? ¡Ya sabés la lucha que tengo todos los días para que se tome la leche!, le decía la mujer mientras se lo re chapaba, y él acercaba su pubis a mi cara. Cuando se bajó el bóxer y cayó inerte al suelo, tuve todas las ganas del mundo de atragantarme, hasta que me traspase el esófago. Pero, solo pude tocarle el glande con la lengua un pequeño instante, porque de inmediato Adriana me ordenó: ¡Era solo la lengüita, pendeja chancha! ¡Ahora, bajale la bombacha a tu madre, con la boquita! ¡Dale, y pasame la lengua, que, a tu papi, hace un ratito se le volcó un poquito de leche ahí!

Lo hice, con los pensamientos desbordados, y un cosquilleo cada vez más intenso en los pezones. Su vulva estaba brillante de flujos, y casi que no tuve que esforzarme por entrar con mi lengua en esos labios carnosos. Escuché que mi papi le dio un terrible chirlo en el culo, y vi que le mamó las tetas mientras mi lengua rodaba en círculos en esa concha hermosa. Se la metí y saqué un par de veces, y gemí cuando ella me pellizcó las tetas, diciéndome algo como: ¡Aaaay, qué perrita sucia, qué lengüita de puta tenés!

Hasta que le ordenó a su marido: ¡Agarrala del pelo, y dale la mamadera! ¡Dale, que te la chupe!

Mi papi no iba a desperdiciar el tiempo. Así que, ni bien la bata de mi madre me la mostró desnuda completamente, cuando ella se la quitó para empezar a frotarme sus tetas en la espalda, mi boca se llenó con la carne de la pija de mi papi, y mi saliva fue aún más tormentosa que cuando me babeaba la ropa.

¡Dale hijita, tomá la lechita de papi! ¡Tragate todo cerdita, así chiquita de papi, chupala bien, que te encanta la mamadera! ¡Aunque, por lo visto no te gusta el chupete! ¡A mi bebé le gustan las cosas grandes! ¡Así bebota cochina, abrí más esa boca! ¡Dale que después, mami te va a cambiar ese pañal! Decía mi papi, mientras ella, cuando podía me quitaba la pija de su marido para que le chupe una teta, o me las frotaba en la espalda, o me mordisqueaba la cola por arriba del pañal. Yo eructaba, tosía y me llenaba de baba de tanto succionar, lamer y chupar esa pija deliciosa, de venas gruesas, mucho juguito y huevos lampiños, acalorados y redondos como dos pelotas de Tenis. O al menos, así las recuerda el tacto de mis manos. A veces, cuando él me lo permitía, le hacía una pequeña pajita y me pegaba en la cara con ella, luego de escupirla. Pero, generalmente Adriana no me dejaba usar las manos.

Luego le chupé un ratito la concha a ella, mientras mi papi me refregaba su pija en el cuerpo. Me parecía que ella misma se metía un dedo en el culo mientras mi lengua le estimulaba el clítoris, y eso la hacía chillar aún con mayores peligros. Y, de repente, estaba de nuevo sentada en la cama. Solo que esta vez con la pija de mi papi en la boca. Mi mami, entretanto, ya me había aflojado las cintas del pañal, y me manoseaba la concha, hundiendo algún dedo, estrujando mi bombacha y mordisqueándome la remera, mientras nos hablaba: ¡Sí nenita, así, tomate la leche de papá, que él te ama, y quiere que seas una nena linda, que tengas a muchos nenes esperándote para acostarse con vos! ¡Dale, mamala toda bebé, escupile el pito a papi, que le encanta! ¡Sí gordo, se meó la cochina! ¡Escuchá, así le suena la concha meada a tu nena! ¿Ves por qué tengo que ponerle pañales?

En medio de esa locura, de los chasquidos de esos dedos en mi concha súper empapada, del sabor a pija hinchada de mi papi en mi boca y de sus arremetidas en mi garganta, y de mis ganas de gritar que necesitaba que me cojan ya, fue que un inminente chorro de semen espeso, blanco y ferviente comenzó a dejar sin aliento a mi papi, a entrecortarle la respiración, y a regalarme el dulzor más esperado para mis papilas gustativas. No le solté la pija hasta no apropiarme de la última gotita de semen, el que yo misma me había ganado. Y, de repente, no sé si perdí el conocimiento, o si se me desconectó el cerebro, o si alguno de los dos me dio un somnífero de mala calidad. Es que, todo fue silencio por un instante, pero en mi cuerpo revoloteaba un sinfín de sensaciones confusas. Ya no tenía la pollera, ni el pañal, ni el babero. Apenas conservaba la bombacha, y estaba echada en la cama, bajo la mirada escrutadora de mi madre que se ponía la bata, encendía la luz de la pieza y me hacía un gesto para que me incorpore. Mi padre había desaparecido mágicamente. Otra vez se me pasaron algunos minutos, y mis sentidos habían preferido extraviarse por ahí.

¡Dale gordita, levantate, así vamos al baño y te limpiás un poquito! ¡Te re measte bombona!, me decía ella de un modo maternal que no hacía más que enternecerme.

¡Después que terminemos acá, nos vamos con papá, a ver los dibus en la cama! ¿Querés? ¡Y, más tarde, te preparo una rica merienda!, me decía luego, cuando ya estábamos en el baño. Ella inspeccionaba que yo me lavara las manos y la cara. Pero, no me dejó limpiarme nada más. De hecho, ella misma me sentó en el inodoro, y mientras me ponía una nueva bombacha onda vedetina, olía y besuqueaba mis piernas, me acariciaba los pies, y me decía que hace mucho soñaba con un momento como este, y que su marido se sentía muy complacido conmigo.

¡Nunca lo vi tan feliz! ¿Sabés? ¡Y, cuando te atreviste a mamarle la verga, descubrí en sus ojos la felicidad que hacía mucho no le veía! ¡Además, sos re gamba nena! ¡Hasta te measte encima y todo! ¡Nadie se deja poner pañales hoy en día! ¡A mí, puntualmente, me vuelve loca el olor a pis de las chiquitas como vos!, me decía, sin dejar de olerme las piernas, ahora mientras me ponía un vestidito tipo camisón veraniego color celeste. Luego, la seguí en silencio hasta su habitación. Aquella era una estancia acogedora, con candelabros en uno de los escritorios y lámparas de arañas en el techo, un espejo con guardillas de plata, y una biblioteca llena de trofeos. Había dos ventanales inmensos con unas cortinas súper lujosas. Uno de ellos daba a un balcón espléndido, florido y enorme. Unas velas aromáticas terminaban de ponerle el moño a semejante momento inmaculado.

De pronto estaba acostada, al lado de mi PAPI, que, tal vez se hacía el dormido bajo una sábana de seda preciosa y fresca. Adriana se acostó al otro lado de su marido, puso un canal de dibujitos a un volumen casi imperceptible, encendió una lámpara de lectura, y le dio unas pitadas a un cigarrillo mentolado. Después se puso a cuchichearle cosas a su marido, para que solo él pueda oírla. Aunque el silencio no atajaba sus balbuceos.

¡Gordo, ya tenemos a la nena con nosotros! ¡Mirala qué tierna se ve con sus dibujitos! ¡Tiene una bombachita hermosa, y olor a pichí en la vulvita! ¡Tocala, acariciale las piernitas, la panza, haciéndote el boludo!, le decía Adriana, mientras el hombre simulaba reaccionar. Lo que era demasiado obvio porque forzaba algunos ronquidos. Y de pronto, tan rápido como un pensamiento prohibido, y sin saber cómo pasó, me descubrí encima del cuerpo de mi papi. Mis nalgas empezaban a revotar contra su bulto, porque él me hacía saltar moviendo sus caderas, oliéndome el pelo, mientras me decía: ¡Eso mi amor, así, como si fuese un caballito que te hace galopar por un campo florido, lleno de mariposas!

Adriana besaba en los labios a su marido, y yo les abría las piernas a sus intenciones de rozarme la vagina por sobre la bombacha. Sé que eran dedos de Adriana y de mi papi los que de a poco jugueteaban con mi ombligo, me hacían cosquillas en las axilas, o me daban dulces pellizcos en los pezones.

¡Gordo! ¿No te parece que ya es la hora de levantarse de la siesta? ¡No tenemos que malcriar tanto a la chiquita! ¡O la vamos a convertir en una dormilona!, le decía Adriana, prácticamente encajándole las tetas en la cara, mientras el sonido de mi cola contra las piernas de mi papi era cada vez más elocuente, agudo y prometedor.

¡Sí mi amor, ya nos levantamos, así le damos la lechita! ¡Pasa que, no sabés cómo se me puso, debajo de esa colita suave, fresquita, bien redondita y delicada! ¡Además, me parece que se le está mojando la bombacha!, dijo Arturo, apenas capaz de hilar sus palabras. y, en un abrir y cerrar de ojos, la mujer me colocó boca abajo sobre su esposo, asegurándose que mis tetas permanezcan a una distancia considerable de su boca perfecta, repleta de suspiros. Ahora era mi vagina la que se frotaba con su bulto caliente, y eran los chirlos de Adriana los que me hacían arder la cola. Ella misma hundió la tela de mi bombacha entre mis nalgas, y sin dejar de nalguearme, o de frotarme sus gomas en la espalda, envalentonaba a su marido con su voz susurrante en el oído, entre lengüetazos y mordiscos a su oreja: ¡Dale papi, cogela, correle un poquito la bombachita, y cogetelá de una vez! ¡Metele ese pito adentro, y que te sienta, que lo sienta bien duro y caliente ahí adentro! ¡Hacela gemir, gritar, penetrala rico, agarrala de las caderas, zarandeala, hacela tu putita, que es tu hija, y a las hijas que andan mostrando las tetas, como esta preciosura, hay que cogérselas bien cogiditas, para que no anden buscando pito en otro lado! ¿Me entendés?

¡Preparate bebé, que ahora tu papi te va a enseñar, lo que es una buena pija! ¿Lista chiquita? ¡Y ojo con gritar! ¿Estamos?, dijo Arturo, y acto seguido sentí un desgarro en mi bombacha, producto de la fuerza que hizo para acomodarme mejor sobre su cuerpo. Luego, noté que la humedad de mi vagina no tuvo resistencias para dejar que su glande sea oprimido por sus labios primero, y luego por todo mi canal. Empecé a subir y bajar, a moverme hacia los costados, a gemir y balbucear cosas que no recuerdo, a pedirle que me la meta bien hasta el fondo, a jurarle que me moría de ganas que me llenen de lechita, y a dejarlo que me babosee las tetas como se le antoje. Mientras tanto, Adriana me besuqueaba las piernas, el culo, la espalda, y me mordía la nuca, diciendo en una especie de gruñido salvaje: ¡Así nena, bien putita te quiero! ¡Cogete a mi marido, dale conchita, dale esa conchita joven, llena de flujitos y calentura! ¡Pedile que te haga un bebito nena! ¡Asíii, así hija, pedile la leche al papi, que siempre está pensando en tener lechita caliente para vos!

De repente, tan rápido como habían comenzado aquellas explosiones en mi interior, se produjo un maremoto en la cama, un incendio furioso en mis pezones, y un cosquilleo intenso que me cubrió por completa. Mi papi me apretaba todo lo que pudiera contra su pecho y pubis, mientras su semen festejaba de contento en cada rincón de mi intimidad. Yo también acabé, porque Adriana me punzaba el ano con un dedo por encima de la bombacha. Enseguida comenzaron a besarme con ternura. En la boca, las tetas, los hombros, las mejillas, la cola y los pies. Se reían y me arreglaban la bombacha. Me sentaban un ratito a upa de cada uno para cantarme unas cancioncitas infantiles, y yo fingía quedarme dormida en sus brazos. En un momento, Adriana me encajó su teta hermosa en la boca, y yo empecé a chupársela bajo sus órdenes. Hasta que, ella misma se puso en el papel de impotente por no tener leche para mí en sus senos. Todo me parecía divertidísimo, sublime, hermoso, grandilocuente y fantástico. Tanto que, ni me di cuenta cómo fue que fuimos a parar a la terraza. Era una estancia divina, con cerámicos repletos de dibujitos, con algunas plantas, una mesa con sillas, dos reposeras lujosas, unos parlantes encastrados en la pared de la que provenía una música relajante, y una pequeña heladerita. En un momento, Adriana buscó algo en ella, mientras mi papi me peinaba el cabello, me hamacaba en sus piernas y me hacía reír con un chiste muy malo de una vaca y un toro rengo. De hecho, ni siquiera lo entendí. Después, Adriana entró a la casa, y el eco de su voz mencionó mi nombre unas tres veces para que la ayude con la merienda. Me bajé de las piernas de mi papi, sabiéndome por primera vez expuesta completamente a todo aquel que mire a la terraza. Era un edificio lleno de vecinos, y no serían más de las 6 de la tarde.

¡Hijita, ahí te dejé ese vestidito! ¡Cambiate ese, y ponete esas chatitas! ¡Termino de calentar la leche, y te ayudo con lo demás!, me dijo Adriana, una vez que entré a la cocina. El vestido, era uno azul marino bastante escotado, cortito hasta un poquito antes de las rodillas, y sin mangas. Una vez que me lo puse, me calcé las chatitas, y la ayudé a juntar las cosas del mate, Adriana me llamó al living, y me pidió que me recueste en el sillón. Me sacó la bombacha, y volví a someterme a sus caprichos cuando me besuqueó las piernas, me olió la vagina con deleite, y me puso un nuevo pañal.

¡Vaya con papá, que debe estar preocupado de que su hija lo abandonó!, me dijo, chirlo en la cola mediante, y me mordió el cuello. Cada uno de esos estímulos me hacía expulsar una oleada de flujos que, seguro aquella vez se oyó en el plástico de mi pañal.

Ya en la terraza, me mostré a mi papi con un dedo en la boca. Él me hizo upa de inmediato, y empezó a darme a beber de una mamadera con chocolatada fría.

¿Por qué tu madre deja que andes con las tetas al aire? ¡Mejor, tomate todo lo que puedas, porque, si se te vuelca leche en las gomas, te las voy a tener que chuponear!, me decía Arturo, mientras su pequeña víbora se apretaba contra mi cola. el pañal no evitaba que sienta su dureza. Natalí tenía razón sobre lo lindo que era aquel pedazo. Así que yo, ni lerda ni perezosa, empecé a chorrearme los labios con leche adrede, para que se me pegotee el vestido, y, por consiguiente, las tetas. Mi Papi trataba de disciplinarme, pero yo, a veces no le abría la boca, y otras, solo sacaba la lengua cuando me acercaba la tetina a los labios. Y, al fin no le quedó otro remedio que saborearme las tetas, chuponeármelas con unos ruiditos que hacían temblar a la prudencia de mis hormonas, y a refregárselas en la cara como un loco, jadeando y balbuceando cosas para sí. Hasta que Adriana irrumpió en la terraza, trayendo la matera, una fuente llena de cosas ricas, y una jarra de jugo.

¡Arturo! ¿Te volviste loco? ¿Cómo le vas a chupar las tetas a tu propia hija? ¿Tanto te cuesta entender que, solo tenías que darle la mamadera?, gritaba Adriana, mirándonos con suspicacia, manoseándome las piernas que, por poco me colgaban de la reposera, ya que Arturo me había acomodado boca abajo, con todo el torso sobre su cara. Incluso, se me re veía el pañal por lo cortito del vestido.

¡Calmate Adriana, por favor! ¡Es ella la que no sabe alimentarse! ¡Mirá cómo se ensució el vestido con leche! ¡Aparte, vos, que le ponés esos vestidos, para que todos le miren las tetas! ¡No es una modelito porno nuestra hija! ¡Entendelo de una vez mujer!, se exasperó falsamente Arturo, interpretando a la perfección su papel de padre disgustado, al tiempo que vertía todo lo que quedaba de la mamadera en mis tetas. Acto seguido, empecé a morderle los labios a mi papi, y estiré una mano para palparle una teta a mi mami, que las mostraba irresistibles en una bata de seda. Era obvio que no llevaba corpiño. ¿Cómo hacía para tenerlas tan paradas a su edad la muy perra?

¿Qué hacés nena? ¿Quién te dio permiso para tocarme? ¿Y mucho menos, para transarte a tu padre?, me gritó Adriana, sin dejar de arrancarme un mechón de pelo con el que me hizo lagrimear un poquito.

¡Adri, en serio! ¿No ves que necesita mimitos? ¡No que la retemos por boludeces! ¡Si se enchastra las tetas con leche, no es un problema! ¡Tampoco que se mee encima, o que quiera besitos en la boca! ¡O un pitito en la vagina! ¿No cierto mi bebé?, dijo Arturo, comprendiendo el idilio en el que nos habíamos enroscados como babosas empedernidas. Adriana, ahora relajó el cuerpo y las tensiones que simulaba su rostro, y se sumó para chuparme las tetas con chocolate y azúcar. Enseguida Arturo me sentó mejor sobre sus piernas, y empezó a convidarme del galope de su pubis, lo que hacía que el culo se me llene de hormiguitas sedientas de pija. Adriana me despedazaba las tetas a chupones, y me lamía toda la cara, hasta que su lengua arribaba en mi boca, donde se libraba una batalla de saliva imposible de no retribuir. Arturo me subía más y más el vestido, y me aferraba de las piernas para pegarme más a él, y para hacer más efectivo el golpeteo de mi culito contra su pija. Hasta que se me ocurrió decirles, sinceramente: ¡Quiero hacerme pis ma! ¿Me dejás? ¡Puedo hacerme pichí?

¡Por supuesto bebé! ¿Para qué creés que te pusimos pañales? ¡Meate culito sucio, dale, meate toda, y no te reprimas! ¡Si te habrás meado en la camita de otros tipos!, me decía Arturo, haciéndome saltar más alto cada vez, oliéndome el cuello y atrapando el lóbulo de mi oreja para hablarme, y babeármelo todo.

¡O en la camita de Natalí! ¿No se comieron las conchitas ustedes? ¿Nunca te pidió que le metas un dedo en el culo? ¿O vos, no te zarpaste con ella, y le metiste deditos en la vagina? ¡Esa nena huele muy rico!, agregaba Adriana, haciéndome cosquillas y lamiendo mi ombligo, como si supiera que esos estímulos aceleraban mis ganas de mearme intensamente, como al final lo hice, tras una oleada de suspiros y gemiditos que no quise prohibirme. En cuanto Adriana notó que varios hilos de pis comenzaban a desbordar mi pañal para lamerme los mulsos y humedecerme el vestidito, le pidió a su marido que se tranquilice, y adoptó una voz entre maternal y de maestra de jardín de infantes.

¿A ver cómo se hizo pipí la gordita más linda de la casa? ¡Uuuupaaaa, se hizo pipí, en el pañalín que le acabamos de poner! ¡No importa mi chiquitina, porque, acá está tu mami, y tu papi, que ama darte la mamadera! ¡Yo, si te quedás quietita, te saco el pañal! ¿Querés?, me decía mientras aflojaba las cintas y se tomaba todo el tiempo del mundo para deslizarlo por mis piernas. La primera brisa que tocó mi vagina desnuda me hizo tiritar. Pensé que también me quitaría el vestido. Pero entonces recordé que estaba en una terraza, y que, aquello podría ser bastante sospechoso. ¡Como si todo lo que ocurría no lo fuera! Vi que Adriana apoyó mi pañal en sus tetas, que se lo hizo tocar a su marido, y que luego me dijo: ¡Mirá todo lo que measte bebé! ¡Dame una manito!, y cuando se la di, me enterró los dedos en el interior del pañal para que los dedos se me inunden de mis propios desatinos.

¡Ahí la tenés gordo! ¡Dale la lechita, para ver si aprende!, dijo Adriana, en el preciso momento en que arrojaba mi pañal por un hueco del barandal de la terraza, y la pija de mi papi volvía a encallar en la entrada de mi vagina. ¡Esa mujer estaba loca! ¡Acababa de tirar mi pañal a la calle! Pero, no tuve tiempo para pensar en las consecuencias, ni en su salud mental, porque, el tremendo pedazo de Arturo empezaba a ensancharse adentro de mi concha, y mi cuerpo a cabalgarlo con un éxtasis que no había sentido otras veces. Estaba toda meada, con un vestido que no me cubría casi nada, con las tetas pegoteadas de chocolatada, y empaladita a una pija que me hacía casi tan feliz como la ira de Adriana, que entretanto me gritaba: ¡Que sea la última vez que te meás a upa de tu padre! ¿Me entendés, guacha de mierda? ¡Si querés la lechita, no hace falta que te le regales, y te mees como una perra callejera!, al tiempo que me daba cachetadas con sus tetas, o me apretaba la nariz, o me mordisqueaba las piernas, oliéndome esperanzada, o me robaba unos besos de lengua que me llegaban hasta el principio de mis días en la tierra. Yo saltaba, zigzagueaba y abría más las piernas, la boca, y el alma a esos pervertidos que me enamoraban. Adriana festejaba el olor a pichí que ya se me acumulaba en el vestido, mientras Arturo me llenaba con sus ensartes, me separaba las nalgas y me susurraba: ¡Ahí adentro te la quiero meter bebota! ¡Tenés un culo estrechito por lo que parece! ¡Y, creo que pide pija! ¿Querés más pija bebé? ¿Querés que te largue la leche, y te llene la pancita de bebitos?

¡Embarazala gordo, dale, largale todo adentro, que le encanta andar toda sucia de leche a esta atorranta! ¡Es igual de puta que su amiguita! ¡Qué tremendas festicholas deben armarse ustedes dos! ¡Qué lindo debe ser verlas chuparse las conchas, los culos y las tetas!, decía Adriana, comiéndole la boca a s marido, olfateándome el culo, y asegurándose que mi pubis no se separe de la dureza implacable de mi papi, que me hacía brincar cada vez más alto, sin importarle que la pija se le resbale de mi conchita, o que se le salga cada dos por tres.

¡Dale amor, empachale la conchita, que hasta se meó por tu pija papi!, empezó a decirle Adriana, agarrándolo de los pelos, y haciendo que nuestras tres bocas se junten en una sola nube de aliento tan estimulante que, al pobre Arturo no le quedó otra que regarme toda por dentro, y por fuera, en el preciso momento en que nuestras lenguas se enroscaban, y un latigazo invisible resonaba en mi clítoris, expandiéndose hasta mis pezones, pasando por mi ano y mis tobillos. Adriana no me permitió moverme, hasta que Arturo no estuvo totalmente seguro de no tener más lechita en sus testículos para mí. Recién ahí me ayudó a levantarme, admirando cómo unos tremendos gotones de semen me resbalaban por las piernas, y otros hilos brillantes de flujo engalanaban la pija a media asta de su marido. Hubo otros besos, chupones a mis tetas, y a las de Adriana, y especialmente Arturo se agachó para oler mi vestido.

¡Basta, vení para acá, cochina! ¡Así te arreglo un poquito ese enchastre!, me decía Adriana, llamándome hacia la otra esquina de la terraza. Tal vez la más iluminada para que cualquiera que tuviese curiosidad, pudiera vernos. Pero ella me cubrió con su cuerpo, me desató el vestido y me puso una nueva bombachita que me re apretaba. Ni siquiera me subía del todo. Después, dejó que yo misma me ponga una pollerita tipo colegiala, y un corpiñito de Mickey. Luego me hizo oler el vestidito, y atrapando mi cabeza con sus tetas, inmovilizándola con la pared que teníamos detrás me pidió que le chupe las tetas. Su voz apenas era un ronroneo, repitiéndome con dulzura: ¡Tomá la tetita bebé, así, chupalas bien, comé, sacame la leche de las tetas, dale putita, así, dale que, si te gusta el pito de papá, también te va a gustar la concha de mami! ¡Chupame las tetas bebé, olelas, escupilas si querés, y tragate mis pezones, perrita sucia!

Mientras tanto, notaba sus manos tironeándome la bombacha, jugueteando con mi cola, y sobándome la conchita resbalosa. De hecho, en un momento me dijo: ¡Tenés lechita de papi todavía zorra!, y las dos nos echamos a reír. Hasta que en un arrebato que no pudo evitarle a sus pasiones más recónditas, me empujó de los hombros hasta dejarme sentada en el suelo. mi cabeza fue a dar directamente al centro de su sexo, y, cubierta por la bata que traía, empezó a sujetarme del pelo, repitiéndome agitada: ¡Ahora chupame la concha, así bebé, pasame la lengua por todos lados! ¡Lameme bien la argolla bebota cochina! ¡Vamos, a ver, qué cositas hace esa lengua con una conchita madura! ¡Es la conchita de tu mami! ¡Comeme nena, dale, comeme, comeme toda, comeme la concha, tragate mi jugo, ahogate con mi juguito, putita suciaaa, dale guacha, sacame la calenturaaaaaa!

Escuché que mi papi aplaudía desde su reposera. Entonces, vi a través de una rendija de la bata de Adriana que mi papi estaba de pie, con una cerveza en la mano, con otra bata encima, repleta de rombos y dibujos extraños. Sentía las manos de Adriana desprendiéndome el corpiño, mientras mi lengua le rozaba el clítoris, mis dedos y labios se empapaban de sus jugos, y sus olores fuertes me enamoraban la sangre. No podía parar de lamer y chupar su conchita peluda, ni de ahogarme de tanto tragar, toser y llenarme de sus aromas. Como no tenía ropa interior, era más sencillo recorrerla toda. Y de repente, oí los pasos de mi papi que se acercaban a nosotras. Le nalgueó el culo a su mujer, haciendo que mi cabeza sienta sus movimientos involuntarios, y logrando que su clítoris se frote aún más encabritado contra mi boca, mentón, nariz, y todo lo que quedaba de mis rasgos faciales. Arturo decía cosas que mis oídos ignoraban, porque era más inmediato emerger de la asfixia que me generaban las piernas de esa mujer desquiciada. Hasta que, en el momento en que una de sus manos empezó a retorcerme un pezón, y otra me sujetaba con firmeza del pelo, mi lengua dio con la lamida perfecta, y un gemido estruendoso surgió del fondo de sus entrañas, al tiempo que su vulva se abría como una naranja a mis labios, y me servía de sus jugos histéricos, fragantes y abundantes. las rodillas le temblaban, y por un instante creí que podía caerse de la emoción. Pero su marido la sostenía de la espalda, nalgueándola, felicitándola por haber alcanzado tamaño orgasmo. Adriana me devolvió la vista, y el aire puro en cuanto se alejó unos pasos de mí, y entonces noté que mi cara era un solo surco de flujos espesos. Los que también me perfumaban el cuello y las tetas. Entonces, vi que Adriana tiraba mi corpiño por el barandal, directo a la calle, y que se reía con su marido, diciendo algo como: ¡Qué divertido, tiramos el corpiñito de la nena a la calle! ¡Seguro que alguien mira para arriba! ¡Espero que no sea la flaquita chismosa del kiosco!

¡Che, vos, levantate nena! ¡Dale, que tengo que hacerte unas preguntas! ¡Quiero saber si estudiaste para la prueba de mañana!, dijo Arturo, en un repentino cambio de humor, como volviendo a su papel de padre. Adriana me fulminó con la mirada, diciendo por lo bajo: ¡Hacele caso a tu padre, y dale, que estás en tetas!

Pero ni bien me incorporé del suelo, totalmente mareada y transpirada de todo lo que se podía sudar junto a ellos, Adriana me pidió que me quede allí, de pie, con las tetas mirando a la calle. Arturo se sentó en la reposera más próxima a mis pasos, y la mujer se sentó sobre sus piernas.

¡Bueno hija, decime, qué paces limitan con Paraguay, y cuáles son sus ríos más importantes!, me cuestionó Arturo, mientras ellos empezaban a besarse.

¡Y, mientras lo pensás, tocate las tetas!, agregó Adriana.

¡Y sacá la lengüita nena!, suscribió Arturo, haciendo que su mujer se arrodille poco a poco para chuparle la pija, casi que sin descubrirle las piernas de la elegante bata que traía. Yo sentía que el viento meneaba mi pollerita, y ardía de fiebre una vez más. Le dije a mi papi que no tenía ni idea de esa pregunta de geografía.

¡Entonces, decime cuál es la capital de Ecuador, y cuántos habitantes tiene!, repreguntó, estirando una mano para subirme la pollera.

¡Date vuelta nena, y apuntá ese culito para la calle! ¡Y, si te animás, abrite las nalguitas!, me pidió Adriana, pegándose en la boca con la pija de su marido. Yo, apenas tuve valentía para subirme la pollera y menear la cola, durante más o menos un minuto. Pero solo eso. Además, les reconocí que no sabía nada de Ecuador.

¡Acercate hija, y hacé que tu madre te huela la vagina! ¿Me parece que en la escuela te la pasás putoneando nomás!, me ordenó Arturo, y yo obedecí, cada vez más al borde de romperme en mil mitades.

¡Te dije que esta chiquita no nos iba a defraudar! ¡Tiene un olor a sexo, a pichí, y a tu semen gordo, que no puedo más!, me decía Adriana mientras olía, lamía y succionaba mis labios vaginales, teniéndome bien fuerte el culo, subiéndome la pollera. Arturo hacía que le pajee la pija, y que se la escupa. Hasta que de nuevo Adriana me deslizó un dedo en el culo, y entonces, mis modales se me fueron a la mierda.

¡Cogeme papi, o vos mami, cogeme toda, que no aguanto más!, les grité. Adriana me arrancó el pelo, y Arturo me tapó la boca. Luego, Adriana me ató a la reposera con las manos atrás de la espalda, y con las piernas lo más abiertas que dieran los arcos de la sillita. Los dos me miraron un largo rato, y pronto Arturo me babeó las tetas. Adriana tocaba mis labios vaginales con brío, y me besuqueaba las piernas. Luego, Arturo me rozó los labios con su pija, para más tarde matarme de deseo cuando me la paseó por todo el cuerpo, aunque sin llegar a tocar mi sexo. Y entonces, ambos se sentaron a mi lado. Adriana encima de Arturo. Los odié durante todo lo que duró mi tortura. Es que, Arturo empezaba a preguntarme cosas de geografía, o historia, mientras Adriana se incrustaba su vergota en la concha, y comenzaba a moverse silenciosamente, como una serpiente venenosa. Oía el chapoteo de sus jugos, sus besuqueos, chupones, lengüetazos, y sus gemiditos, mientras Arturo me preguntaba: ¿Cuál es la capital de Hungría? ¿Quién conquistó América? ¿Cuántos años tenía Perón cuando murió? ¿Cuántas pijas te comiste antes de venir a casa? ¡A cuántos chicos del colegio les conocés el pitulín?

¡No sé! ¿A quién le importa el muerto de Perón? ¡Dale Papi, yo quiero la leche! ¡Y, no sé, creo que a 6 o 7 chicos! ¡Pero nadie tiene la pija como vos!, le respondí, forcejeando para vencer las ataduras que me hizo Adriana en las muñecas y tobillos. ¡Necesitaba pajearme! ¡Para colmo, mi mami comenzaba a intensificar sus sentones contra el pubis de mi papi, y los envidiaba con todas mis fuerzas!

¡Ahí la tenés! ¿Viste que mal educada se puso? ¡Dijo pija! ¡Y encima, no te respeta gordo!, decía la mujer, estirando una mano para acariciarme una teta. El cielo se burlaba de mis ganas, y la mujer le dejaba espirales de baba en el cuello a mi papi, que se esforzaba por mantener la calma, por más que su pija estuviese siendo devorada por esa concha deliciosa.

¡Bueno, vamos a probar con algo más fácil! ¿A quién querés más? ¿A tu papi, y su mamadera llena de leche? ¿O a mamá con sus tetas despampanantes?, me preguntó Arturo, justo cuando Adriana hacía más rítmica la danza de su vientre sobre el miembro de mi papi. Yo, empecé a frotar mis nalgas en la reposera, y a babearme la boca, como pidiéndole pija, o que me desaten, o me caguen a palos por insolente, o lo que sea. Y de repente, Adriana empezó a saltar como una loca desaforada sobre su marido, encajándole las tetas en la cara, gritándole con pasión: ¡Dale hijo de puta, mordeme las tetas! ¿O te gustan mas las de esa reventadita? ¿Te calienta el olor a pis y caca de esa roñosa? ¿Te la vas a culear cuando yo no esté? ¡Así, aaaay, dale, haceme acabar amoooor, dame vergaaaa, y mirá cómo se babea esa cerda, la cochina de tu nena! ¿Te gustó verla en pañalines?

Yo no pude evitar hacerme pis encima, una vez más, oyéndolos coger, viendo cómo sus cuerpos se arrancaban chispas hilarantes, y sus bocas se prometían tantos paraísos como infiernos. Y, para mi sorpresa, Adriana se levantó de las piernas de su marido, como urgida por un deseo imposible de postergar, y colgándose de sus hombros, le dijo: ¡Dale gordo, ahí está tu bebota! ¡Echate encima de ella, y bombeala toda! ¡es más, me parece que se volvió a mear! ¿No cierto bebé? ¿Te measte? ¿Te puso la concha como fuego escucharnos y vernos garchar?

Ni bien Arturo y yo nos miramos a los ojos, supimos que nada podía hacernos más feliz que entregarnos el uno al otro. Él se derrumbó sobre mi cuerpo mientras Adriana me desataba las manos y los tobillos. Me olió toda, como a un perfume endemoniado, y especialmente los dedos con los que juntó varias gotas de pis que me humedecían los muslos, la cola y la concha. Luego, amagó varias veces con penetrarme, mientras me preguntaba: ¿Te measte por papá hijita? ¿Te genera ganas de mearte la pija de papi? ¿Tanto te gusta mi poronga, guacha de mierda? ¿Los nenes de la escuela te abrían la conchita así, como mi pija? ¿Y vos te meabas por esos pilines? ¿O por las tetas de tu amiguita, Natalí?

De pronto su pija entró en mi concha, y Arturo no paró de moverse con una adrenalina, ¿Impropia en un hombre de su edad? ¿O es que los guachos de hoy en día no saben hacer ni eso? La cosa es que, Adriana nos miraba, nos escuchaba jadear y succionarnos los alientos, y le frotaba las tetas en la espalda a su marido. La reposera en la que yacía mi cuerpo entregado al placer se desplazaba poco a poco, a causa de las envestidas de mi papi, que además se llenaba los pulmones con la fragancia de mis tetas. Adriana, enseguida se sumó para nalguearlo, frotarle la concha en las piernas, generando cada vez más peso sobre mí, y para decirle guarradas al oído, tan antinaturales como irreproducibles. Todo lo que podía entender era: ¡Preñala gordo, embarazá a tu nena, largale la leche adentro, y que le queme la concha!

Entonces, cuando los latidos del corazón de mi papi se fundían con los míos, cuando sus dedos se enterraban en mis nalgas de tanto aferrarse, cuando nuestra saliva nos procuraba un manto divino que nos abrigaba de miradas indiscretas, el pubis de Arturo colisionó varias veces con fuerza sobre el mío, y su pija empezó a relinchar con un salvajismo que, creí que me partiría en dos, y que mis huesos, al levantarme de la reposera no servirían para nada. Noté el ardor de su semen invadiéndome toda, y la angustia de Adriana por no ser fecundada, como tal vez lo esperaba, después que mi conchita le preparase bien la verga. Lo cierto es que, mi papi temblaba encima de mi piel llena de marcas indelebles de un sexo exquisito, y yo misma descendía con mi columna para quedarme con cada porción de su pija adentro de la concha.

Todo fue muy rápido luego. Al ratito ya estaba vestida con una bombacha rosada y un corpiño haciendo juego, y con un vestidito con mariposas estampadas, escotado, y con un tajo desde el inicio de la cola. estaba de pie, temblando y todavía agitada, a unos centímetros de la mesa de la espectacular y reluciente cocina, con un café en una mano, y un bolsito en la otra. Me ardían los pezones, me cosquilleaba la vagina y me vibraban las nalgas de todo lo que se aventuró en mi cuerpo. Tenía los pensamientos desordenados, y el olor a pichí que emergía de mi piel, me aturdía tal vez más que la quietud de la casa.

¡Sentate Flopy, que la silla no tiene nada peligroso! ¡Ahí, en ese bolsito está el dinero acordado! ¡Ni un peso más, ni un peso menos! ¿ochenta mil, como arreglé con tu amiguita! ¡De hecho, en diez minutos pasa a buscarte! ¡Ya te traigo la cartera! ¡Aaah, y en esta bolsa, está la ropita que traías!, recitó Adriana, caminando por la cocina, con los ojos emocionados, las tetas desnudas, pero con sus piernas vestidas y los pies sobre unos tacos altos. Enseguida apareció Arturo, vestido con una camisa negra y un pantalón formal.

¡Ya reservé amor! ¡Nos esperan a las diez en punto! ¡Dicen que son los mejores en pastas mediterráneas! ¡Bueno Flopy, honestamente, me volaste la cabeza! ¡Estoy como nuevo! ¡Así que, yo que vos, me siento a terminar de tomar el café, antes que el tajo de tu cola, y esa bombachita hermosa vuelvan a tentarme!, decía Arturo, tan sonriente como un niño en un parque de diversiones. Ni siquiera me atreví a contar el dinero, a pesar que Arturo me insistió para que lo hiciera. Tomé unos sorbos de café, todavía intentando volver al eje de mi personalidad. ¿Por qué ya no era la hija de esos hermosos? ¿Y por qué volvían a decirme Flopy? Pensar que, ahora yo podría acompañarlos a comer pastas, y a la vuelta, convertirme en el postre, o en la nenita caprichosa que se mea encima para ellos. Pero casi no hubo más palabras entre nosotros. Al menos, hasta que la bocina del auto de Natalí rompió el silencio.

¡Nos encantó tenerte, amarte, dominarte, cogerte y devorarte toda Flor!, me dijo Adriana, mientras me envolvía en un abrazo gentil, rozando mis labios con su lengua.

¡Ojalá podamos volver a verte! ¡Y, espero que te portes bien! ¡Quiero que, la próxima vez que nos veamos, me cuentes que te hiciste pis en la cama, pensando en mi pija!, me dijo Arturo, una vez que la mujer me soltó para pellizcarme la cola bajo el vestido, y encajarme un beso de lengua que, le arrancó un estremecimiento a mi clítoris.

¡Ay, basta gordo! ¡No seas agrandado! ¿Qué va a pensar la chica?, dijo Adriana, antes de abrir la puerta de la calle, para acompañarme hasta la reja con dibujitos góticos. De pronto, temblando y estúpida como estaba, me quedé inmóvil en la vereda, en ausencia total de mis padres postizos, con ganas de llorar y reír al mismo tiempo. Me sentía feliz, flotando en miles de sensaciones que no pueden narrarse en mil páginas. Natalí se bajó el auto al ver que yo no movía un músculo, con cara de preocupación.

¡Vamos Flor! ¿Estás bien amiga? ¿Te hicieron algo?, me dijo una vez que nuestras manos se encontraron. Entonces se me activó el chip de la realidad, y la abracé en señal de agradecimiento, mostrándole el bolsito con la plata.

¡Vamos loca, que es mucha guita para tenerla en la calle! ¡Aparte, tenés un olor a pichí que mata nena! ¿Qué onda? ¿Te hicieron usar pañales?, me decía, estimulándome con su contacto para lograr que de una vez por todas me suba al auto.     Fin

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