¡Nena, te dije cien veces que no podés pasearte en tetas por la casa! ¡Mirá si viene alguien! ¡Después te quejás que te cosifican, que las chicas te dicen cosas feas, y todo eso! ¡Y lo mismo te digo con respecto a la noche! ¡No podés salir a bailar medio en bolas!, eran los sermones de siempre con mi hermana Rocío, que estaba a punto de cumplir los 16. A ella, mis viejos le dieron muchas más libertades que a mí, y no me jode. En el fondo los entendía. Pero, parecían haber perdido la paciencia con Ro. Y no es que ella sea contestadora, rebelde, caprichosa o una burra en la escuela. Tal vez, era porque estaban encerrados en sus propios problemas. Había escuchado a mi madre hablando por teléfono con una amiga, una noche, y el rumor de una posible separación de mis padres flotó en el aire de la cocina como un colchón de plumas mojadas. Rocío, en cambio, no se preocupaba por nada, ni le afectaba nada. Y ni hablar de la más chiquita, Sofía de 11 años, que todo en lo que pensaba era en jugar a la modelito, en cantar y bailar en su pieza o en el patio de casa, o en copiar las malas palabras de Rocío, y después salir corriendo cuando yo le prometía castigarla. Cosa que, no era tan valiente como para proceder en realidad.
Con Rocío nos llevábamos, a veces fatal, y otras, peor que mal. Pero, en el fondo es un dulce de leche que termina entendiendo que la reto por su bien. Una vez nos re peleamos porque, bueno, la guacha tiene más de 110 de tetas, y andaba dele pasearse por la casa frente a sus amigos. Uno de ellos no paraba de buscar excusas para tocárselas. Esa tarde Ro tenía un vestidito apretado, sin corpiño, y estaba en el furor de sus hormonas, porque no solo se dejaba rozar, o apoyar, en teoría sin querer, por los chicos. Les endulzaba la voz cuando les hablaba, le brillaban los ojitos, y su piel expedía un aroma entre sexual y frutal que se impregnaba en toda la sala, y en los sillones, donde aprovechaban a jugar de manos. En un momento, vi que uno de ellos le subió el vestido y le pellizcó la cola, riéndose de los dibujitos de su bombacha. Yo estaba intentando estudiar para un examen de la facu, en la cocina. No me metía en la pieza porque, mi madre me había dejado a cargo de ella, de sus amigos, y de mi hermanita menor. ¡Era imposible concentrarme en los textos de Stephanie Prince acerca del diseño y la modernidad!
Al rato, uno de los chicos trajo cerveza del kiosco, unas papas, maní, unos doritos y cigarrillos para mí. La tarde se hacía nochecita, y los pibes seguían haciendo reír a mi hermana, que para colmo tiene una risa contagiosa. Ella también tomaba cerveza, y eso la envalentonaba peor todavía. Enseguida hablaba a los gritos como ellos, le pegaba a los tres chicos, sin excepciones, y eructaba para competir con el más gordito. E vez en cuando le pegaba un grito para que se calme. Pero ella ni bola. Incluso, una de esas veces me sacó la lengua. Hasta que el jolgorio llegó a un punto cumbre. De pronto uno de ellos le hacía cosquillas a Rocío, y ella, que solía tener ese tipo de deslices, se hizo pis encima. Los tres la cargaban, ridiculizándola. Pero seguían haciendo lo posible por manosearle las tetas, o para subirle el vestido. Ahí fue cuando decidí dar por finalizada la juntadita. Rocío me rezongó delante de ellos, y estuvo a muy poco de ligarse una cachetada. Pero cuando nos quedamos solas fue peor. Ella no me dirigía la palabra, y se hacía la sorda cuando yo le cuestionaba su manera de comportarse.
¡No podés jugar de manos con esos pibes Rocío! ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? ¡Y encima, te measte otra vez! ¡Sé que te reís, que te hacés la loquita, que no podés controlar tu risa, y todo eso! ¡Pero, no podés dejar que te toqueteen! ¡Uno de ellos te levantó el vestido un montón de veces! ¡Lo escuché cuando se reía de los dibujitos de tu bombacha! ¿Querés terminar embarazada vos? ¿Preferís que sea mami la que te hable de estas cosas? ¡Comportate nena, y andá a cambiarte! ¡Y Mínimo, vas a tener que limpiar el sillón que measte!, le decía, mientras ella miraba la tele, sentada en otro sillón con los brazos cruzados, descalza y tan indiferente como indignada por haberse quedado sin fiestita. Pero en la noche, ni bien entré a la pieza que compartimos con la cabeza quemada de mis apuntes, y la vi sentada en su cama, haciendo pucherito como si estuviese por largarse a llorar, la abracé, y empezó el show de mimos, caricias y besos que solíamos tener, hacía unos meses. Cada vez que se portaba mal por algo, después ella buscaba que la perdone de alguna forma. Era como si su cuerpo necesitara limpiar sus culpas o travesuras en el calor de mi consuelo. Y en esos abrazos de hermana, absolutamente normales, esa vez sucedió. Durante un segundo que nos cortó la respiración, ninguna supo qué hacer. Pero, desde que nuestros labios se encontraron, una sensación como de agua tibia corriéndonos por la piel, más unas cosquillas insolentes, y unas ganas de seguir saboreándonos, se apoderaron de nosotras. La besé en la boca, y ella lo hacía con mayor delicadeza, sin privarse unos gemiditos cálidos.
¿Qué estamos haciendo Magui? ¿Nos besamos en la boca? ¡Eso, creo que no está bien, digo, que lo hagamos!, balbuceó Ro, y tal vez por única vez tuve miedo. Pero luego nos reímos, cuando yo le dije. ¿Vos te acordás cuando tenías 9, y le pedías a mami que te bese en la boca, como lo hacía con papi? ¡Y encima, ella lo hacía, y a vos te encantaba! ¡Creo que lo dejó de hacer cuando, te hiciste pipí!
Esa noche, aún así intenté poner un freno. Le dije que la perdonaba, y volví a retarla, porque la chancha se había puesto una bombacha limpia, pero sin limpiarse. Otra vez manipuló mis voluntades con sus pucheritos, y terminamos durmiendo juntas, como a veces sucedía. Solo que, esta vez, cada tanto, nos besábamos en la boca. No lo podíamos evitar, ni queríamos, ni nos proponíamos nada. Solo, nos dejábamos llevar por lo que sentíamos. Supongo que, tenerla en tetas y bombacha, era demasiado para mis hormonas. Por lo que, recuerdo que la segunda noche que dormimos juntas, no pude soportar las ganas de meterme algunos deditos en la vagina, para frotarme el clítoris, mientras nos besábamos. Trataba que Rocío no se percatara de ello. Pero, de repente su voz me sacó de todas las nubes de algodón que me hacían planear sobre un cielo violeta, cuando me dijo: ¡Magui! ¿De verdad, estás haciendo lo que creo? ¿O sea, te, te estás tocando la chucha?
¡Sí bebé, estoy haciendo eso, porque tenés una lengua muy rica! ¡Me gusta tu olor! ¡Bueno, salvo cuando te meás encima! ¡Pero, si vos querés, podés hacerlo! ¡Entre las sábanas, podemos hacer lo que queramos, porque nadie nos ve! ¡Tocate nena, dale, tocate, y besame! ¡O, mañana llamo a mami y le cuento que no estudiaste nada para historia! ¿Sabés cómo tocarte ahí?, le decía, mientras solo le besaba el cuello, las mejillas, y al fin, cuando terminamos de hablar, la boca. Ella no paraba de probar mi lengua, oler mi perfume, gemir suavecito, y tiritar. Hasta que al fin empecé a escuchar que unos dedos le rascaban la conchita. No sé si acabamos juntas, o si ella lo hizo después que yo. Pero, al rato, las sábanas de mi cama se habían convertido en un río de flujos, y mi almohada olía a su saliva.
A los días, volví a retarla porque, atendió al sodero prácticamente en bolas. Tenía un vestidito suelto de verano, y como recién se levantaba, ni bombacha se había puesto. El tema es que, como se agachaba para entrar bidones, jugos y sodas, el tipo tuvo que haberle fotografiado hasta el alma. Sin embargo, ella defendía su inocencia.
¡Boluda, tengo 15 años, y ese viejo no debe tener menos de 60! ¿Qué carajo le importa si ando en culo, o tengo granos? ¡Yo podría ser su nieta!, me gritó mientras yo preparaba el desayuno para las tres. Sofía, que no paraba de cargosearme para que le compre un helado por la tarde, se reía de las ocurrencias de Rocío, y la deliraba con frases como: ¡O, por ahí, le importa que tengas granos en el culo!
¡Mirá nena! ¡No creo que seas tan tarada como parece! ¡Vos, tenés unas tetas que te parten el vestido! ¡Y encima, te agachás y se te ve hasta el color de la sangre! ¡No podés salir así!, le dije, sosteniéndola de un mechón de pelo, porque ya me había hecho perder la paciencia. Pero entonces, unas lagrimitas descendieron de sus ojos azules, y, no pude con mi genio. Me le acerqué para dejarle el café con leche sobre la mesa, y segura de que Sofi no nos miraba, le di un beso en la boca. Después, le metí la lengua entre los labios. Su olor me derretía, y mis manos querían aferrarse a sus tetas.
¡Magui! ¿O me parece a mí, o le diste un beso en la boca a la piojosa esa?, dijo desde algún lugar lejano la voz de Sofía. Rocío se cagó de risa, de ella, y de mi nerviosismo en tratar de disimularlo todo.
Por la tarde, otra vez Matías, Ezequiel y Santino vinieron a visitarla. Yo fui a despertarla, porque ya eran las 7, y la vaga seguía durmiendo. Me dijo que se levantaba, se arreglaba un poco y salía a recibirlos. Yo, confiando en ella, me fui a comprar unas masas para preparar unas tartas de jamón y queso, y una coquita. Cuando volví, los tres estaban en nuestra pieza, fumando, tomando una cerveza de pico, y riéndose con ella de cosas que solo podían causarles gracia a ellos. ¡Plena edad del pavo! Pero Rocío estaba con una remera larga, sin corpiño, y con una tanga que no le permitía respirar a sus rincones más íntimos.
¡Si se van a quedar acá, la puerta abierta Rocío! ¿Estamos? ¡Esta también es mi pieza! ¡Y, en lo posible, no fumen acá adentro, por favor!, les dije con cara de pocos amigos. Matías apagó el cigarrillo de inmediato, y Ezequiel sugirió salir todos juntos al patio. Pero Rocío me gruñó: ¡Bueno, pero también es mi pieza! ¡Aparte, no me van a violar boluda! ¡Son mis amigos!
Yo la miré como el orto, y le dije que después íbamos a hablar. Aún así no cerraron la puerta, ni dejaron de tomar cervezas. Santi había traído varias latas en una conservadora. Sin embargo, al rato las risas eran cada vez más molestas, agudas y encarnizadas. Se escuchaban ruidos como cachetadas. Eso me alertó. Así que, cuando me acerqué para espiar por la puerta, vi que Rocío recibía unos chirlos en la cola de Matías, y que los otros la filmaban, o le sacaban fotos, sin parar de reírse. A Rocío ni le importaba que la remera se le enrollara cada vez más en la cintura, y empezaba a tirar el culito para atrás.
¡Rocío, basta de hacer tanto escándalo! ¡Aparte, ya te dije que no me gusta que juegues así! ¡Y ustedes, si son sus amigos, no deberían embobarse mirándole el culo!, les grité, tal vez no tan fuerte como me hubiera gustado. Volví a la cocina para ponerme a estudiar, con el corazón furioso de bronca. Sofía me insistía para que mire una peli con ella. Rocío y sus amigos seguían jaraneando en la pieza, y al vecino se le había ocurrido poner cumbia a todo lo que da. Ese, evidentemente no era el mejor panorama para concentrarme. Y menos cuando, al cabo de unos minutos, los tres imbéciles salieron de la pieza con mi hermana, toda despeinada, casi en tetas y descalza. Uno de ellos la jodía para robarle un beso, y los otros lo arengaban. Finalmente salieron al patio, una vez que yo los miré con ganas de reventarlos. Pero ahí, los juegos de mano, cosquillas, corridas y gritos eran más perturbadores. Hasta que alguno de ellos rompió un vaso, y Matías se cortó un pie por andar descalzo. Ezequiel le dio una mano para lavarse y vendarse, y no en mucho tiempo decidieron irse. Pero Rocío siguió torturando al otro pibe para que baile con ella las cumbias que sonaban en lo del vecino. La cosa es que, al rato los dos entraron a casa. Santino, cagándose de risa, tratando de mantener el equilibrio, diciendo que no debieron tomarse las 6 latas que los otros se olvidaron. Rocío, también se reía. Un poco por el mareo y el pedo que tenía, y otro por haberse meado encima, una vez más. Sofía empezó a decirme que tenía hambre, en ese preciso momento, mientras Santino le decía a Rocío que la próxima vez que se pusieran a tomar birra, sería bueno que use pañales.
¡Tiene razón nena! ¡Ya sos grandecita para mearte! ¿No se te ocurre que podés ir al baño?, le dije yo, totalmente sacada, irreflexiva y cansada. A Santino no le quedó otra que irse a su casa, y Rocío volvió a molestarse conmigo por echar a su amigo con mi actitud.
¡Sos una boluda Magui! ¡Vos no sos mamá! ¿Qué te importa si me meo encima? ¿Acaso nunca te pasó? ¡No, claro, porque a vos ni te hacen cosquillas, porque sos aburrida, y no tenés amigos!, me rezongó cuando estuvimos solas, mientras Sofía terminaba de comerse un panchito.
¿Qué sabés de mi vida? ¡Además, se trata de que todos tus amigos te manosean, te miran las tetas, y te pellizcan el culo! ¡Y a vos, parece que te gusta provocarlos! ¡El otro día con el sodero! ¡Ayer con el bombero que viene a cobrarnos! ¡Y hoy, volvés a hacerte la viva con los que, se supone que son tus amigos!, le dije, apurando mi ensalada para irme a la cama.
¿Y cuál es el problema si me pinta cogérmelos a todos? ¡Es mi cuerpo, y es mi ropa, mis tetas, y mi vida! ¡Ya estoy podrida de que te metas en mis cosas!, me gritó prácticamente en la cara, una vez que se levantó para irse al patio, tal vez a fumar un cigarrillo. Yo, le di una cachetada, agarrándola del pelo, y la amenacé con hablar de todo esto con nuestra madre. Claro que tendría que esperar hasta los primeros días de marzo, porque ella y mi padre estaban de vacaciones afuera del país, y recién transitábamos la mitad de enero. Luego de una hora, mientras Sofi se comía un heladito y miraba una peli de princesas, salí al patio con la idea de hacerla entrar en razón. Rocío estaba con sus auriculares, con la cara triste, sentada en el pastito.
¿Qué hacés ahí Ro? ¡Te van a picar la cola las hormigas, o algún otro bicho! ¿No pensás bañarte al menos?, le dije, acercándome lentamente, para no invadirla. Ella no me contestó. Pero, cuando estuve a nada de rozarle la espalda, largó un llantito poco convincente.
¡Dale, levantate tonta, y vamos adentro! ¡Hay mosquitos, y ni siquiera te pusiste repelente!, le decía, tratando de ayudarla para que se ponga de pie. Ella rechazó mi mano, y despegó del suelo como impulsada por un resorte. No quiso mirarme.
¡Ro, soy tu hermana, y no merezco que me trates así!, le dije zamarreándole un hombro.
¡Y yo no merezco que me trates de puta, solo por mearme encima! ¡Yo también soy tu hermana!, me retrucó, esta vez sí clavándome sus ojos con violencia. Y de repente, todo se quedó estático. Una brisa iba y venía envolviéndonos con el perfume de los jazmines de mi vieja. Os grillos cantaban como locos, y al fin la cumbia había desaparecido. Cuando quisimos acordar, estábamos abrazadas, otra vez saboreando nuestras lenguas.
¡Perdoname Ro, pero, yo nunca quise decirte eso! ¡Aparte, no te lo digo porque te hagas pichí, y solo eso!, le dije, mientras sentía que una de sus manos se aferraba a mi culo para pegarme más a su cuerpo.
¡Shhh, ahora no importa Magui! ¡Solo, quiero que me beses, así se nos pasa todo! ¡Y, no me importa que me digas putita, si después me vas a comer la boca así!, se atrevió a decirme, sin dejar de lamer mis labios, de entrar y salir de mi boca con su lengua, y de pedirme que le pegue en la cola.
¡Estás re loca nena! ¡No sé qué bicho te picó!, le decía entre aturdida y excitada, dándole algunos chirlos en esa cola redondita, levantándole el vestido para que el eco de mis manos resuene por todo el patio.
¡Basta Ro, no me pidas que siga, porque, aparte, nos puede escuchar Sofía!, le dije, mientras ella intentaba frotar sus tetas contra las mías. Pero era yo la que no dejaba de nalguearla, ni de olerle el cuello, tironearle el vestido para que al fin sus terribles tetas queden bañadas por la intensa luz de la luna, ni me permitía despegar mis labios de los suyos.
¡Uuuy, esa sí que tiene una cola hermosa! ¿Nunca viste desnuda a Sofi? ¡Yo sí, y en bombacha! ¡Cuando se pone a cantar y bailar esas canciones de Tini! ¿Te gustaría nalguearla a ella también? ¿Y, si le enseñamos a besar? ¡Podríamos jugar juntitas, las tres!, decía la desacatada, cada vez más subida a un frenesí que la confundía. No entendía del todo si era para hacerme reír, o porque estaba media mamada.
¡Basta Rocío, dejá de hablar pavadas! ¡Vamos a la cama, así jugamos!, le dije, y entramos casi que corriendo a la casa. Sofía todavía miraba la peli, media sonrojada.
¡Uuufa cheee! ¡Ahora se abuenaron ustedes! ¡No vale! ¡Yo quería escucharlas gritarse un rato más! ¡Pero bueno, espero que Rocío aprenda! ¿No Magui? ¡Le diste varios chirlos en el patio!, dijo la pequeña, como sin darle importancia, con una sonrisa cínica en el rostro.
¡Vos, mejor no te metas enana! ¡Y, andá a dormir, apenas termine esa peli! ¿OK?, le dije, sabiendo que jamás me desobedecería. De pronto, Ro y yo estábamos en mi cama, ella tirada sobre mí, besándonos como locas. Me puse nerviosa cuando una de sus manos comenzó a toquetearme las tetas. pero la parte salvaje de mis sentidos me llevó a quitarme la remera y el corpiño para decirle sin preámbulos: ¿Querés teta pendeja? ¡Tomá! ¡Ahí tenés, y más vale que me las chupes bien!, y se las puse en la cara, irreflexivamente. Rocío abría su boca, y el contacto de su lengua chiquita en mis pezones me estremecía de felicidad. Peor fue cuando se los metió en la boca para sorberlos, estirarlos y apretarlos delicadamente con sus dientitos. Una de mis manos buscó escabullirse urgente bajo mi bombacha. Una de sus manos hizo exactamente lo mismo, después de quitarse la tanguita meada. Algo adentro mío me pedía calma, y otro algo me impulsaba a conocer los rincones de su vagina. No podía hacerlo, pero deseaba que esas manitos estuviesen frotándose en mi clítoris. Y de repente, mi pierna comenzó a fregarse contra la mano con la se estimulaba el sexo, y su pierna a darle placer a mi vulva. La diferencia fue que yo había retirado mi mano, por lo que su piel fresquita por las brisas del patio se restregaba sin problemas contra la tela caliente y húmeda de mi bombacha. ¡Ni siquiera supe cuándo fue que me había quitado el short!
Un sábado, recibimos la visita de mi primo Adrián, y de su mejor amigo Daniel. Ambos tienen 25 años, y siempre fueron bastante buenos con nosotras. De hecho, Adrián es el padrino de Rocío. Vinieron a almorzar. Estuvo todo muy divertido. Incluso, por el calor que hacía, terminamos todos mojados en el patio por jugar a tirarnos bombitas, y varios tiros con unas pistolitas de agua. Esa vez yo opté por relajarme un poco, y a pesar que estaba súper apretada con los tiempos para rendir en las mesas de febrero, los acompañé con las birras, el pucho, los chistes, juegos y con toda la joda que armamos. Ahora nosotros fuimos los que pusimos música un poco fuerte, y nos bailamos todo. Cada tanto, Daniel nos mojaba con las pistolitas, y Sofía se atrevía a meterle hielitos por la espalda al primero que encontrara. Hasta que empecé a notar que Ro estaba especialmente cargosa con Adrián. Bailaban cada vez más pegados, y a propósito, ella hacía que él le pise los pies, ya que andaba en ojotas, para después hacerse la ofendida. Él la consolaba con mimos demasiado explícitos para ser primos. En un momento vi que le manoseó las tetas, simulando sacarle un bicho que se le había metido debajo de la remera. ¡Para colmo, la atrevida andaba sin corpiño! Por eso, en un momento me acerqué para sugerirle al oído: ¡Ro, andá a ponerte algo, porque la vas a sacar un ojo a tu primo con las tetas!
Ella me trató de exagerada, y siguió bailando. Al rato, Dani le hacía cosquillas, cuando ella intentaba quitarle la botella de cerveza para poder tomar. En ese tire y afloje, la remera se le subía, y entonces, escuché comentar a Daniel: ¡Mirá la pancita de la ahijada! ¡Parece que, está bastante crecidita! ¿Vos qué decís padrino?
Sofía, que no se quería quedar atrás, casi que sin proponérselo le dijo: ¡Bueno, pero eso es porque no me viste la cola! ¡Yo también crecí! ¿No cierto Magui?
Todos nos reímos, aunque tuve que frenar a Sofía que quería bajarse el pantalón para mostrarle la cola a Daniel. Y, entretanto, Rocío seguía boludeando con Adrián, que le tiraba pedacitos de hielo en las gomas, o en la cola, o le disparaba con una pistolita. Entonces, con Daniel entramos a buscar algo para comer. Nos entretuvimos bastante, porque, en el fondo yo buscaba la forma de poder transármelo. Siempre me calentó, pero nunca tuve las agallas de confesarle nada. Sin embargo, solo hablamos de su novia, de lo desobediente que está Rocío, de las vacaciones de mis viejos, y otras boludeces. La cosa es que, cuando salimos, Sofía se mataba de risa porque a Rocío se le había roto la remera, y andaba saltando con las tetas al aire, esquivando los trozos de hielo que Adrián le arrojaba.
¡Rocío, por favor! ¡Ponete algo desubicada! ¡No podés andar así!, le dije, con las manos temblando de la exasperación. Adrián se reía de mi enojo, y seguía tirándole hielos. Incluso Sofía se había sumado, y fue ella la que más le acertaba a las tetas de Rocío. Daniel intentó calmarme, y por un momento creí que podría comérmelo ahí nomás. Total, los otros ni me daban bola. Pero, ni bien me pellizcó un brazo, murmurando algo como: ¡No te calentés nena, que son primos, y nunca el Adri le va a tocar un pelo!, se alejó de mí para prenderse a tirarle hielitos a mi hermana. La cosa es que Ro, no tardó en mearse encima, entre tanta persecución, agua fría, tragos, corridas y manoseos. De hecho, Daniel en un momento le metió un montón de cubitos adentro del pantalón. Fue él quien vociferó al aire, al borde de estallar de felicidad: ¡Faaaa, y encima de no ponerte corpiño, te colgaste, y no te pusiste bombacha primita!
Otra vez, una vez que Adrián y Daniel se fueron, una nueva guerra estalló entre nosotras. Para colmo, ella estaba usando mi celu para chatear con ellos, porque el suyo se había quedado sin carga. Sofía no quería ir a su pieza, porque le divertían nuestras peleas.
¡Dame mi celular Pendeja, y por lo menos, sacate ese pantalón meado!, le grité, agarrándola de la muñeca.
¡Nena, sos re cochina! ¡No entiendo por qué te hacés pis, si ya tenés 16 casi! ¡Yo creo que, hace muuuucho que no me hago pis! ¡Tenés que ir al doctor Ro! ¡Pero, decile que no podés estar sin besarte con un chico!, le dijo Sofía, muerta de risa. Rocío se levantó del sillón y empezó a corretearla por la casa, jurándole que si la atrapaba la iba a llenar de cosquillas, hasta que ella también se hiciera pis encima. Era tremendo para mis hormonas ver a Rocío corriendo en tetas, y a mi hermanita huyendo de sus garras. Y, encima, cuando la arrinconó entre la mesada y la cocina, se agachó para morderle la cola, mientras le hacía cosquillas en las axilas, y le metía un hielo en la espalda.
¡Mirá la cola que tenés enana! ¡Mostrale a Magui! ¡Ella no cree que tenés más culo que nosotras!, le decía, bajándole el shortcito. Yo me paralicé de tal forma que no pude prohibirle nada. Sofía estaba encantada. Se reía, se llenaba de escalofríos con los hielos que Rocío le metía en cualquier parte del cuerpo, y movía la cola para que mis ojos irradien cada vez más libélulas incomprendidas, una vez que Rocío le bajó el pantalón hasta las rodillas.
¿Y Magui? ¿Ahora te parece que tengo una cola como para ser modelo? ¡Aparte, yo no me meo como esta tonta!, decía Sofía, meneando la cola, sin darse cuenta que la bombachita blanca que tenía se le perdía cada vez más entre sus cachetitos rosados. Junté valor para retarlas. Pero Rocío, de repente le preguntó: ¿Che, y vos pendeja? ¿Tenés novio ya? ¡Seguro que, algún nene te escribe cartitas, o te quiere besar, o no sé! ¿Te gusta algún nene del cole?
¡Dejala Ro! ¡Ella es una nena para pensar en esas cosas!, le dije, tratando de serenar los ánimos.
¡Oooooh, sííii, soy re chiquita! ¡Y vos Magui, sos una señora de 60 años, que se la pasa estudiando! ¡Obvio que tengo novio! ¡Pero, bueno, él todavía no lo sabe!, decía Sofía con los besos de Rocío que comenzaban en su espalda y terminaban justo hasta donde el elástico de la bombacha le cubría la cola. además, le mordía los cachetes, y le metía hielos en la boca. Entonces, justo cuando adiviné lo que pasaría a continuación, las reté. A Sofi la mandé a dormir, y le prometí ver muchas películas con ella al día siguiente. A Rocío, que todavía no me devolvía el teléfono, le dije que no tenía que sobrepasarse con Sofi, que era demasiado, que no todo puede estar bajo la consigna del juego inocente, y un montón de cosas más. También le pedí que se dé una ducha, porque apestaba a pichí.
¡Bueno Magui, pero, no me vas a negar que la enana, tiene una cola como para llenársela de crema! ¡Es re suavecita! ¡Y, posta, su bombachita también olía a pis!, me decía la muy perversa, acercándose a mi cuello para encajarme un beso.
¿Sí? ¿Tiene olor a pis, como vos? ¡Pero, en ella se entiende, porque es chiquita!, le decía cediendo ante sus besos por mis hombros, cada vez más próximos a mis tetas. la guacha me había levantado la remera, y parecía no rendirse hasta desabrocharme el corpiño. Cosa que logró hacer al final, para ronronear algo como: ¡Yo también soy chiquita Magui, y tengo que tomar la teta! ¡Por eso todavía me hago pis encima! ¡Porque mami no quiso darme más teta!
Cuando mi corpiño cayó al suelo, y mi pezón derecho se embebía en la saliva de mi hermana, totalmente adentro de su boca, la voz de Sofía nos alertó de inmediato al aparecerse en la cocina.
¿A qué están jugando? ¡Aaah, ya sé! ¡A la mamá y a la bebota! ¿Puedo jugar? ¡Yo, bueno, no sé mucho cómo se juega! ¡Pero, si quieren yo, puedo hacer de la hija más chiquita! ¡O, de una cantante que, hace canciones para chicos!, decía, bailoteando algo indefinido, cantando una canción de alguna de sus películas, en bombacha y descalza. Era obvio que había bajado por agua, o gaseosa. La mandé a dormir, casi que, perdiendo la paciencia, y a Rocío me la llevé de la mano a la pieza. No sé bien cómo es que pasó todo lo que vino después, ni cómo fue el orden de las cosas. El tema fue que, la tiré en la cama, le bajé el short, y tras comprobar que Adrián tenía razón con lo de su ausencia de ropa interior, empecé a nalguearla, diciéndole que era una degenerada, una cochina, provocadora, una putita, y un montón de cosas que no puedo recordar. Ella, lejos de enojarse conmigo, recriminarme, o pedirme que me detenga, se reía de una forma hilarante, con algunos suspiros y estremecimientos que, nada tenían que ver con el hecho de sentirse ofendida. Incluso, en un momento me dijo: ¡Dale Magui, no te hagas la boluda, que vos también me mirás las tetas, y me las querés chupar! ¿O acaso, no te gustó cómo te las chupé? ¡Reconocelo! ¡Salí más tetona que vos hermanita!
Fue justo cuando paré de nalguearla, temiendo que Sofía pueda escucharnos, y quiera curiosear. Ella se levantó juntando sus tetas en sus manos, y me las ofrecía. Yo volví a empujarla en la cama, y al ver cómo las tetas le revotaban, al punto tal que una le pegó en el mentón, perdí la cordura. Recuerdo que revoleé mis tacos por ahí, que me incliné en la cama y que junté mi boca a sus pezones. El olor de sus tetas calientes, de su piel llena de un perfume a sexo que embriagaba, y los gemiditos que se le escapaban, me sumieron en la determinación de sorber y chupar sus pezones, de juntarlos en mi boca, rozarlos con mis dedos y escupirle las tetas con devoción. Ella abría las piernas, y se permitía hundirse los dedos en la vagina. Cuando la vi hacerlo, le saqué la mano de ahí y le pegué diciéndole: ¡No seas cochina, que estás meada todavía nena!
¡Sïii, dale, dejame tocarme, que me encanta tocarme la concha cuando me hago pis! ¿A veces, me pajeo en la ducha, después de mearme, parada, contra la pared! ¡Y, una vez, me hice una paja, oliendo una bombacha tuya, que dejaste en el cesto de la ropa!, me confesó, mientras mi lengua se fundía en el calor de sus tetas, el perfume de su cuello, y más tarde en la tersura de su abdomen precioso. Jugué con su ombligo, mientras terminaba de bajarle el short, y me atreví a tocarle la vagina con un dedo. Fue imposible no entrar y salir de allí, primero con uno, y luego con dos dedos curiosos, al tiempo que ella doblaba las piernas, juntando sus talones a sus glúteos.
¡Dale Magui, porfi, tocame la zorrita! ¡Meteme los dedos gorda, dale, que me muero por una pija! ¡Pero, ahora no tenemos ninguna pija para que nos coja!, decía de pronto, tan insolente como cargada de jadeos y saliva, todavía con mi boca devorándole las tetas, y mis dedos recorriendo el orificio de su vagina.
¿Qué? ¿Cómo es eso que te pajeaste con mi bombacha? ¡Eso, es una conducta de los varones! ¿Qué te pasa nena? ¿Tan caliente andás? ¿Todo te calienta? ¿Te calienta la cola de tu hermana? ¿Mi bombacha? ¿Qué más te calienta guacha?, e decía, mientras le agarraba la concha con una mano y se la sobaba, sin penetrársela con los dedos como me lo pedía.
¡Todo me calienta! ¡No sé qué me pasa Magui! ¡Me calienta mostrar la bombacha, andar en tetas por la casa, que me vea el vecino, o el sodero! ¡Mearme también me excita! ¡Y, la pija de mi padrino! ¡También, que los pibes me manoseen las tetas, y me peguen en la cola! ¡Me encanta que me caguen a palos!, me decía Rocío, con la voz cada vez más diáfana, aguda, insoportable y pendiendo de unas brazas que nos consumían por dentro.
¿Ahhh, sí? ¿Y te gusta tocarle la pija a Santino? ¡Porque te vi metiéndole mano por ahí abajo, asquerosa!, le dije al oído, todavía con su conchita hecha un bollo en mi mano.
¡Síii, me encanta! ¡Aunque, a él todavía no se la chupé! ¡A Mati, y al Diego, sí, se las chupé en el auto del padre de Mati! ¡Dale Magui, pajeame, porfi, y haceme acabar!, me decía, al borde de largarse a llorar.
¿Y por qué yo tengo que hacerte caso? ¡Vamos, ponete boca abajo nena, ya!, le ordené, acomodando un almohadón en el centro de la cama. Como ella se quedó inmóvil, como incapaz de tomar como ley lo que le pedía, yo misma la di vuelta. De repente estaba encima de ella, con la concha pegada a su culito, agarrándole las tetas con una mano, y metiéndole los dedos de mi otra mano en la boca. Nos frotábamos con energía, mientras yo la oía gemir, consciente que su vulva se refregaba como un fuego milenario contra el almohadón. Yo notaba la humedad de mi bombacha, y le mordía la nuca a Rocío, que gemía y gemía inalterable. Hasta que volví a colocarla cara al techo, y esta vez nuestras piernas se entrelazaron.
¡Sacate la bombacha nena! ¡Dale, mostrame la concha!, me gritó, en el momento en que mi boca retornaba a sus pechos, y nuestras conchitas se rozaban dulcemente al principio.
¡No nena! ¡A la que le gusta andar con la concha al aire, es a vos! ¡Yo me dejo la bombacha puesta! ¿Te parece? ¡Y pobre de vos si me llego a enterar que le diste un beso en la boca a Sofi! ¿Estamos?, le decía mientras le comía la boca, le mordisqueaba la nariz y el mentón.
¡Eso porque vos te la querés transar! ¿Te imaginás su boquita, chupándote las tetas? ¡Además, te prometo que, si lo hacés, si le comés la boca, le va a encantar!, me decía, endulzando su voz como para envolverme con su ponzoña.
¡Ojo Ro, porque ella te imita en todo! ¡El otro día, la vi sacándose fotos, en bolas, adelante del espejo!, le dije, tratando de sonar lo más convincente posible.
¡Y sí boluda, ella sabe lo que es bueno! ¡Seguro que se mea en la cama, pensando en mis tetas!, dijo Rocío, empezando a frotarse con mayor intensidad contra mi sexo.
¡Callate tarada, y no digas eso!, le grité, haciendo que su cabeza golpee el respaldo de la cama.
¡Dale nena, si sabemos que tarde o temprano, la Sofi se va a abrir de piernas como nosotras! ¡Yo creo que el vecinito le gusta! ¡Por ahí, ya le hizo un pete, o le mostró la bombacha!, me envalentonaba, mientras nuestras lenguas empezaban a recorrernos como locas.
¿Y cuándo se abra de piernas, vos vas a ir corriendo a comerle la concha? ¿Pendejita de mierda?, le dije, cada vez más irracional, sintiendo que su mano forcejeaba para intentar colarme dedos en la vagina.
¡Y, si tiene el olor a pichí que tenía hoy, te juro que me la llevo a la cama todos los días, y me la siento en las tetas!, jadeaba Rocío, presa de una asfixia que poco tenía que ver con el aire cegado por nuestros olores dispersos.
¿Sí? ¿Y tenía la bombacha húmeda? ¿Cómo una que yo conozco?, le decía yo, mientras mis besos comenzaban a descender, nuestras piernas a desenroscarse, y mi cabeza a dirigirse al centro de su cuerpo.
¡Vamos a ver quién tiene más olor a pichí, pendeja roñosa!, fue lo último que llegué a pronunciarle, antes que mi boca se pegue como una ventosa a sus labios vaginales. No sé si era su olor a pis, o el néctar de sus jugos, o el sudor de sus piernas, o todo lo que mi piel había dejado en la suya. Pero no pude dejar de lamerla, besarla y olerla. Mi lengua se había encaprichado con entrar y salir alocada de su vulva, y su clítoris se endurecía cada vez más. El chapoteo de mis dedos en sus jugos la hacían retorcerse de placer, mientras su clítoris despedía fuegos artificiales cada vez que mi lengua lo rozaba, o mi pulgar se lo frotaba.
¡Meteme un dedo en el culo guacha! ¡Daleeeee, y te acabo todoooo! ¡Dale, o te meo toda la cama!, me decía, valiente y suspicaz, abriendo las piernas todo lo que podía, mientras mi lengua le recorría la intersección entre el culo y la concha. Le hice caso, en el preciso momento en que mi lengua volvía a erosionarle el clítoris, y entonces, un alarmante hechizo multiplicó flores silvestres y amapolas de hembra en toda mi cara. Primero, fue su tremenda forma de agradecerle a mis intenciones, más que a mi experiencia, cuando un orgasmo fatal le cortó la respiración. Fue un squirt tan abundante como impostergable y ruidoso. Después, mientras mi lengua se servía del dulzor de sus pezones, y mis manos se ocupaban del fuego de mi vulva, la vi hacerse pis, con las piernas separadas, y una de sus manos golpeando suavemente su sexo, con una sonrisa entre demoníaca y pícara en el rostro. Sé que, cuando acabé le mordí los labios, diciéndole algo referido a: ¡Tenemos que chuparle la conchita y el culo a la enana, cuando crezca un poquito! ¡Aaay, así bebéee, comeme la boca, que acaboooo, me acabo toda en la bombacha, por tu culpa bebéee!
Al día siguiente, el olor a pis de Rocío en mi cama no fue el causante de una nueva pelea. Pero sí su desobediencia, sus ganas de seguir molestando a Sofía, y sus constantes provocaciones a los hombres que entraban a la casa. Pero, sabíamos, o, mejor dicho, así lo habíamos pactado, que nuestra reconciliación era el premio a tantos retos, y a nuestras ganas de darnos placer. A pesar que tuve que retarla cuando la vi dándole piquitos a Sofía.
¡Magui, la Ro tiene olor a pichí! ¡Y, ayer me enseñó a darle besos a los chicos! ¡Pero, me gustó cómo lo hace! ¿Puedo seguir jugando a los besos con ella?, me dijo una tarde la enana, mientras yo volvía a concentrarme en los apuntes, los archivos complementarios que me había mandado una amiga, y en el programa, al que le habían añadido dos temas más para el final.
¡No mi amor, no podés jugar con Rocío, porque ella, ahora tiene que ponerse a ordenar la pieza! ¡Además, esos no son juegos para vos!, le dije con una voz tan monocorde y lejos de mi forma de hablarle que, me odié por ser la culpable de su carita de pena.
¡Bueno, yo voy a hablar con ella de todos modos! ¡Pero vos? ¿También tenés olor a pichí como ella?, le dije luego, sentándome a upa como para anticiparme a sus lagrimitas.
¡Si querés, me saco la bombacha, y vos te fijás Magui!, me dijo Sofía, mientras nuestras bocas se encontraban, y ella se la bajaba lentamente por debajo de su pollerita. Fin
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Ufffff segunda parte Ambar por favor¡ hay que enseñarle a jugar a Sofi.
ResponderEliminarAmbar sos lo mas urgente segundaa parte
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