Tenía 20 años en ese momento. Estaba solo, lleno de fracasos, (O al menos así me sentía), aburrido y solitario, una noche de verano. Tenía la pija hinchada, y unas ganas de entrar a esa maldita línea telefónica para pajearme. Aquello era un antro de voces desconocidas, y yo, entraba casi todas las madrugadas. Allí, todos se inventaban historias. Yo, a veces buscaba una novia, o alguna chica para ver qué onda. Otras hablaba boludeces para calentarme, y en la mayoría, terminaba pajeándome con un chabón. Ya sea porque él se creyera que yo era una nena por la forma en la que modulaba mi voz, o porque, nos compartíamos fantasías. Yo me presentaba como Lean, y siempre decía que tenía una hermana de 14 años, que era muy puta, súper petera en la escuela, y que tenía sexo con ella. Con el tiempo inventé que terminó embarazándose en el baño del colegio. Las mujeres y hombres, todos me escuchaban con atención. Digamos que, en el anonimato, todos mentíamos para obtener lo único que necesitábamos con urgencia, en la soledad de las noches vacías de calor. No era nada más ni menos que una paja. Nos sentíamos felices, acaso eyaculando en nuestras ropas, manos, camas, servilletas, o lo que hubiera. Esa noche yo decía en mi presentación personal que estaba re caliente con mi hermana, que necesitaba acabar, y que no me importaba si algún tipo me ensuciaba la cara con su leche. Jamás lo habría dicho en situaciones normales. Pero estaba tan caliente que, sentía que mi pija y mis huevos volaban de fiebre. Los jugos preseminales me humedecían las manos, y no paraba de frotar mi verga en la sábana, para humedecerla, con el tubo inalámbrico pegado a la oreja. Recuerdo que esa noche, hasta solté un par de chorros de pis. ¡No debí tomar tanta birra en la casa de mi amigo! ¿Por qué me sentía tan especial, o diferente? Y, entonces, lo escuché.
¡Vergón hijo de puta! ¡Solo mensajes! ¡Tengo el pito demasiado duro como para esperarte toda la vida bebé! ¡Busco machitos atrevidos, bebotas calientes, o nenes indefinidos!, dijo una voz de hombre, una de las tantas voces que giraba en la infinita calesita de Fono Chat. Había pensado en mandarle un mensaje. ¿Por qué? Algo de la voz de ese tipo, evidentemente de unos 40 años me había excitado. ¡Bebé! ¡Qué lindo había dicho esa palabra! ¡Y yo, ya tenía el calzoncillo meado! ¡Naaah! ¡Estaba comiéndome cualquiera! ¡A vos te gustan las minas Licha! ¿O no? Lo pensé mejor. Me distraje contándole a una vieja que me vuelve loco oler las bombachas de mi hermana, cada vez que me las encontraba en el cesto de la ropa sucia, o sobre su cama. Me imaginé poniéndome una de ellas, y una punzada caliente me atravesó el glande. La vieja me decía que, cuando su hijo tenía 11 años, le chupaba el pito, casi todas las noches que acudía a taparlo, apagarle la luz del cuarto, o a cerrarle las ventanas.
¿Así que estás caliente papito? ¿Y esa hermanita, te presta su ropita? ¡Seguro que vos, soñás con ser ella! ¡Te encantaría que un hombre te muerda las tetillas, y te manosee el culo bebote! ¡Dale, juguemos! ¡Aceptame una comunicación, así te rompo el culito! ¿Nunca sentiste algo durito bien pegado en el culo?, decía el mensaje que, de golpe me sorprendió, justo cuando terminaba de gemirle a un trava que tenía la voz bastante delicada. ¿Qué hago? ¿Qué le contesto? Recuerdo que me toqué el pito, como si necesitara consultárselo. Como respuesta, el glande se me humedeció más. ¿Qué me generaba esa voz? Era cierto que no era tan especial. Tenía cierta calidez, era grave, rasposa, decidida, violenta pero cariñosa, y todo lo que decía, parecía surgir de un guion minuciosamente establecido. Aún así no le respondí. Critiqué a un macrista que decía boludeces, y a un drogadicto que defendía el consumo de pepas en el laburo. Y de repente, otro mensaje cayó en mi casilla.
¿Y bebé? ¿Te hiciste pis encima? ¡Ta bien! ¡No hablemos! ¡Pero, contame cómo tenés esa verga! ¡Yo, te cuento que la tengo grande, gorda y parada! ¡Con la cabeza chorreando juguitos! ¡Me encantan los nenes que ponen vocecita de nena! ¡Dale, mandame un mensajito! ¡Y yo te cuento la mamadera que tengo entre las piernas! ¿Te lo vas a perder?, me gimoteaba la voz de ese tipo desubicado, mientras yo me ponía boca arriba para tocarme el pito con un cariño que, antes no había encontrado. Además, el corazón me latió como el galope de un caballo atormentado.
¡Zafá chabón! ¡A mí me gustan las pibas! ¡Me vuelve loco la concha! ¿Escuchaste bien mi presentación? ¡No me molestes Man!, le respondí al fin, y seguí en la ruleta, discando números, escuchando a otros giles, y esperando que la vieja me cuente más de su hijo.
¡Sí, se nota que te gusta la concha! ¡En tu presentación decís que no te importaría que te acaben en la cara! ¿Por qué ponés vos de nena para hablar? ¿O para mandarme a la mierda? ¡Reconocé que te morís de ganas de sentarte arriba de mi mamadera! ¡Ponete la bombachita sucia de tu hermanita si querés! ¡Me gustan los nenes que usan bombachita! ¡También me gusta que se pongan pollera, se pinten los labios, se calcen tacos altos, y se dejen morder los pezoncitos! ¿Estás solito, en tu cama? ¡Seguro estás en bolas, o con la pija re dura, con el calzoncillo empapado bebote!, me dijo el dueño de la voz intrigante. Ya no podía engañarme. Algo de todo eso empezaba a colmarme de una fiebre inédita en mi cuerpo.
¡No te hablo como nena, idiota! ¡Es que, todavía no cumplo los 18! ¡Es más, tengo 16! ¡Todavía no se me desarrolló la voz del todo! ¡Y, sí, estoy en bóxer, en mi cama! ¡Mi hermana está en la suya! ¡Hace un ratito fui a su pieza, y la vi durmiendo con el culo para arriba, y me puse re loquito!, le respondí, agitado, con la voz más aguda, y con una de mis manos subiendo y bajando el cuero de mi pija con suavidad.
¡No me importa tu hermana bebé! ¡Solo quiero que te arrodilles, así te pego en la carita con mi mamadera! ¡Y más, si todavía te estás desarrollando! ¡Tenés que tomar la leche bebote! ¡tengo 22 centímetros de mamadera, para vos, con unos huevos gordos, peludos, que se me ponen más calientes cuando te escucho hablar como una nena! ¿Nunca te mordió el pito un tipo grande?, fue su respuesta calma, aunque su respiración cambiaba de a poco. Entretanto el macrista me mandó a la mierda, y la vieja me contó que una vez su hijo le chupó una teta mientras ella le tocaba la pijita, y que, a pesar de lo que le decían sus amigas, le dio el pecho hasta sus 6 años. Después, un tipo me juró que me denunciaría por las cosas que exponía de mi falsa hermana. ¡Nadie allí adentro sabía que soy el único hijo de mis padres!
¡Ay, qué atrevido que sos che! ¡No te voy a contestar todo lo que me preguntes! ¡Pero, no, nunca me hizo nada un tipo grande, porque ya te dije que me gustan las chicas! ¡Pero, sí me di besos en la boca con un amigo, cuando teníamos 12 años! ¡Y, una vez nos pajeamos en la cama, cuando se quedó a dormir en casa!, le respondí, sin saber por qué le confiaba mis verdaderos secretos a ese extraño. Porque, era cierto. Nicolás existió, y aquellos besos babosos, con gusto a chocolate que nos pegábamos en el baño de la escuela, o en el auto de su viejo cuando nadie nos veía, eran un paraíso. Pero juramos no volver a regalarnos nada de eso. Incluso, nos peleamos cuando cumplimos los 14, porque él pretendía seguir robándole segundos a nuestra adolescencia para besuquearnos. Y, lo de la cama, también fue cierto. Y no había sido una sola vez.
¡Uuupaaa! ¡Al fin el nene empieza a confesar sus pecados! ¿Y qué hacías en la cama con ese amiguito? ¿Chocaban un pito contra el otro? ¿Quién de los dos tenía la colita más parada? ¡Supongo que, a los dos les gustaba tocarse esos culos lampiños, suaves, redonditos! ¿Y, ese nene te dio su lechita en la boca? ¿O vos se la diste a él? ¡Igual, te aseguro que, mi mamadera grandota, no tiene nada que ver con el chupete que te dio tu amigo! ¡Dale, contame como tenés la pija, y si tenés una linda cola, bebota chancha!, me respondió, mientras los pensamientos se me desordenaban, a medida que mi ropa caía de mi cama al suelo producto de las patadas que yo mismo repartía en el afán de pajearme un poco más frenéticamente. Sentía que la leche me saltaría de un momento a otro. Pero quería esperar, seguir hablando con ese tipo, que ya jadeaba arrastrando las palabras, agravándolas con dulzura, y hacía ruiditos con su lengua. Incluso me tiraba besos.
¡Bueno, la verdad es que, él tenía una linda cola! ¡Pero desde que nos peleamos, no volvimos a saber el uno del otro! ¡No llegamos a probar nuestra leche! ¡Pero sí nos frotamos las pijas, con los calzones puestos, y después, desnudas! ¡En ese momento ninguno de los dos tenía vello! ¡Y, él vivía con el pito húmedo! ¡Ahí, mientras nos frotábamos, nos comíamos la boca! ¡Me gustaba cuando nos mordíamos los labios! ¡él, una vez me hizo pichí en la pierna! ¡te voy a mear todo, te voy a mear las piernitas, me decía, mientras nos chuponeábamos! ¡Yo ya acababa, pero, él, no me acuerdo!, le sinceré, entre tartamudeos, suspiros y soniditos de mi pija. Yo no sabía si él los podría escuchar, porque mi teléfono era súper pedorro.
¿Y tu mami nunca supo de eso? ¡Che, por ahí, él te meaba porque, quería que seas su perra! ¡Creo que él fantaseaba con que se la chupes! ¿Nunca llegaron a sugerírselo, ninguno de los dos? ¡Y, síi, chiquitín! ¡Yo te mordería los labios, te haría saltar para que tu culo revote una y otra vez con este tubo de carne dura, y así salpicarte con mis jugos! ¡Te gusta tocarte la pija conmigo? ¿Dale, acercate más el tubo a la pija, así la escucho un poquito mejor! ¡Se nota que la tenés mojadita! ¿Te hubiese gustado morderle el pito a ese chico? ¡Dale nene, contame más!, me respondió con un poco más de apuro, mientras el escape de una moto en la calle me devolvía a la realidad. ¿Por qué estaba hablando con ese tipo? ¿Acaso no buscaba pajearme con una minita? ¡Sí, pero casi ninguna me daba bola! ¡Seguro que por la presentación que te hiciste! Tal vez, por otro lado, nuestra charla era confidencial, y nadie podría saber de ella. Además, mañana, ni en pedo volveríamos a cruzarnos.
¿Ah? ¿Sí? ¿Te gustaría tocarme las piernas con esa mamadera? ¡Sos un poco vanidoso de esa pija me parece! ¡Para mí, la tenés re chiquita! ¡Pero bueno, igual, todo bien con eso! ¡Me da curiosidad saber cómo se ve una pija tan grande! ¡Y, con Nico, Sí, ¡lo sugerimos! ¡Una vez yo le mordí el pito encima de su calzoncillo! ¡Me acuerdo que, no seguí por miedo! ¡Pero, no me faltaron ganas, por más que tuviese olor a pichí! ¡Y, mi vieja nunca sospechó nada! ¡Seguro que el día que Nico se meó en mi cama, me retó! ¡Pero ni me acuerdo! ¿Y, ahora? ¿La escuchás un poquito más? ¡Sí, tengo el pitito todo mojado, porque soy un bebote muy alzado! ¡Me parece que, tenés razón! ¡Necesito una mamadera que, me empape las piernas!, le respondí, mientras me pajeaba ruidosamente, sentándome un poco en la cama para que el micrófono del teléfono tome mi voz cada vez más agitada y caliente, y los ruiditos de mi pija babosa entre mis dedos. ¿Por qué había adoptado esa forma tan femenina de hablarle?
¡Síii bebé, necesitás la lechita en la boca, y talquito en las piernas! ¡Ya te voy a agarrar, y te voy a morder el pitito, con calzoncillito y todo! ¡Y, si te ponés una bombachita, te rompo el culito nene, con la lengua, los dedos, y con esta vergota! ¡Me la ponés re dura, guachito hermoso! ¡Dale, largá esa lechita para mí, acabate encima bebé! ¡Dale, que tu papi te da todo el talquito! ¡Querés talquito en el pito también? ¿O preferís que te sacuda la mamadera en la cara?, decía su último mensaje de la noche, mientras mi imaginación me condenaba a creer solo en sus palabras. ¡Sí, talquito, semen en las piernas, semen de otro tipo en mi pija! ¡Eso quiero! ¿Eso quería realmente? ¿Qué era lo que se desmoronaba en mi interior? Empecé a temblar, mientras repetía el mensaje de ese desconocido, una y otra vez. Mis huevos me punzaban gravemente, y un calor sofocante emergía por mi vientre hasta la punta de mi glande. Mis dedos se entumecían junto a la tensión de mi pija, la lengua se me enredaba en sonidos inútiles, los dedos de los pies se trenzaban en una batalla absurda, y entonces, lo inevitable. Me salpiqué hasta el pecho con un lechazo que sonó como un disparo en mi piel, en los tímpanos de mi vergüenza, y en cada página de mis preconceptos. Me prometí no volver a darle cabida a ese tipo, mientras me subía el calzoncillo húmedo, ponía la alarma de las 8 de la mañana, y cortaba la llamada.
La madrugada siguiente, di tantas vueltas como pude, sin conciliar el sueño. Había llegado del instituto con cierto malhumor por desaprobar un parcial de Economía, y no tenía hambre. Sin embargo, mi pija reclamaba atenciones, y se endurecía como esperando que suceda algo emocionante. Tampoco aquello colaboraba para poder dormir.
¡Busco al dueño de una mamadera grande! ¡Soy yo, el bebote de anoche! ¡Necesito mimitos!, dije en mi presentación, con la voz cargada de mieles más cercanas a las de una pendeja virgen. ¡Cómo podía ser que rompiera mis promesas con tanta facilidad! ¿Y por qué no hice una presentación normal? Era como si, quien tomó mis palabras se tratase de una hormona que comenzaba a despertarse, poco a poco. Di vueltas y vueltas entre canciones, opiniones políticas, boludos que buscan travas para enfiestarse, gente criticando a otros, minas gimiendo, dos lesbianas truchas, varios predicadores de Jesucristo, gente cantando, y algunos presos que buscaban a sus familiares. Pero nada. El vergón no aparecía. Era totalmente posible, ya que, cada uno tiene su vida, su rutina. Me deprimí más de lo que estaba. Y, pensé que lo peor que podía pasarle al día, era que se largara a llover como se largó.
¡Holaaaa, chiquitito mamador! ¡Acá ta tu papito, tu macho, para que le calientes la lechona, así te da la mamadera por la boquita, y el talquito en las piernitas, y el culito! ¡Ayer no pude sacarme tu ronroneo de la cabeza bebé! ¿Cómo será el olor de tu piel? ¿Cómo será tu pito, tus huevos, y tu ortito? ¡Sabés que, hasta te imaginé tirado en la mesa de mi casa, cambiándote los pañales, y con tu boquita prendida de la tetina de mi chota! ¿Qué onda con tu hermanita? ¿Oliste alguna de sus bombachas? ¿Anda con olor a culo esa bebé? ¿Y vos, me extrañaste?, replicó la vos de aquel extraño en un mensaje que recibí en mi casilla. Se me aceleró el corazón, y la saliva se me atoró en la garganta. Me temblaban los dedos, y no podía pulsar el botón para responderle. ¡Y de paso, se me escaparon unas buenas gotas de pis en el bóxer!
¡Hola papu! ¡Acá estoy, yo también! ¡Posta que, te escuché, y se me escapó un chorrito de pis! ¡No, obvio que no te extrañé! ¡A vos no! ¡Pero, sí soñé despierto con tu mamadera! ¿Así que me imaginaste en pañales? ¡Amo eso, usarlos, y pajearme, hasta acabarme en ellos! ¿Vos, te cogerías a mi hermana, con esa mamadera gigante, con lechita caliente? ¡Quiero que te la cojas, y que le hagas sangrar el culo! ¡Seguro, ella se va a mear encima si te la culeás!, le respondí al fin, sin titubeos ni vergüenzas como la noche anterior. La lluvia golpeaba los techos con furia, y mi pija parecía susurrarme cosas desde el interior de la sábana. Me destapé y me quité la remera. Me imaginé a ese tipo mordiéndome las tetillas, y empecé a sudar.
¡Sí mi amor, a los dos me los cogería! ¡A ella, le refregaría los huevos en las tetitas, mientras vos me mordisqueás la punta de la chota! ¡O, también podemos hacer que los dos traten de comérsela a la vez! ¡Es muy grande, y hay para los dos! ¡Y, si se mea, no me importa! ¡No voy a parar hasta hacerla llorar! ¡Y vos, no te hagas el boludito, que también te vas a mear encima cuando veas mi pija! ¡Peor, cuando empiece a pegarte en la cara con ella, o cuando te pida que me la aprietes con las piernas! ¡Ahí te pondría un pañalín, para después metértela por la espaldita, y acabarte en el culo! ¡Eso, solamente, a modo de lubricación! ¡Es como, echarte talquito! ¿Me entendés? ¿Y ahora? ¿Estás meado?, me respondió, ahora con un fondo musical un poco difuso. A donde el estaba, también llovía, y eso parecía acercarnos.
¡No, meado no! ¡Pero sí re alzado! ¡Quiero ponerme pañales para vos, y que me cambies, después que me hagas acabarme encima! ¿Vos, alguna vez te comiste un pito de un nene como yo? ¿Te gusta que los chicos se hagan pis a upita tuyo? ¡Y, sí, mi hermana se re prendería! ¡Seguro que te pediría ella misma que le largues la leche en la conchita! ¡Yo, quiero ver cómo ella se las ingenia para meterse todo eso en la boca! ¡Y, también quiero que su culito revote en esa mamadera! ¡Pienso en ella, y tengo ganas de que me la frotes hasta en el cuello! ¿Te gustan más las nenas? ¿O los nenes?, le decía, sin dejar de apretarme el pito, de amasarme las bolas, de frotarme las tetillas, ni de pellizcarme las nalgas. Jamás había hecho esas cosas mientras me pajeaba, días atrás.
¡Yo quiero que vos seas como ella! ¡Quiero ver cómo te las arreglás para no vomitar con mi pija en la garganta bebé! ¡Y, al que le va a gustar que le muerdan las tetillas, y va a gritar como una maricona, vas a ser vos! ¡Síii, Uuuf, me comí un par de pititos de nenes! ¡Una vez, me metí dos en la boca! ¡Me gusta todo nene! ¡Los nenes, las nenas, las mujeres gordas, los tipos afeminados! ¡De todo! ¡Pero más que nada, los que se hacen los hombrecitos, y después se mean por una pija como la mía! ¿Querés que me la pajee un poquito, para que la escuches? ¡Escuchá perrito, ahí la tenés! ¡Toda tuya bebote chancho, toda para vos, llena de talquito, de leche, de meo, de carne para esa boquita!, me decía, al tiempo que se acogotaba el ganso de impresionantes dimensiones para mi cerebro. Yo, había soltado varias gotas más de pichí, y me pajeaba con una euforia que por momentos reducía a la lluvia y al viento en una simple anécdota.
¿Por qué no venís a mi casa una de estas noches? ¡Soy discreto, limpio, buena persona, cero prejuicios, y vivo solo! ¡Tengo una casa grande, con un patio enorme! ¡Te encantaría gatear por el pastito, mientras mi pija gorda te persigue, te levanta la pollerita, se frota en esas manzanitas, y te corre la tanguita para abrirte el agujero del culo! ¡Yo te invito! ¡Te pago el taxi! ¡Es más, hasta te digo mi DNI, mi nombre completo, y mi dirección! ¡Podés verificarla cualquier día de estos! ¡Yo también vivo en Escobar! ¿Vos, vivís en el centro?, decía en el próximo mensaje, sin dejarme responderle el anterior. ¿Cómo había sido tan pelotudo? ¡Era cierto! ¡Su casilla tenía el código de Escobar! ¡A lo mejor, estábamos más cerca de lo que pensábamos!
¿A tu casa decís? ¡Yo no vivo en el centro! ¿Vos? ¡Pero, medio que no da, que llegue a tu casa! ¡No nos conocemos! ¡Aunque, si llego a tener ganas de andar con la colita entalcada, por ahí, me animo un día! ¿Voy solo, o con mi hermana? ¡Me encanta escuchar cómo te sacudís esa mamadera! ¡Pobrecita, debe estar re caliente, y muy dura! ¡Yo, nunca me metí una mamadera en la boca!, le respondí, desbordado de emoción, con un extraño ardor en los ojos.
¡Animate bebé! ¡Me encantaría verte con una pollerita, tacos altos, un corpiñito y musculosa! ¡Adentro, tanguita, o nada! ¡Total, tenés un pitito al lado de lo que yo tengo! ¿Querés escuchar más? ¡Sí, está re venosa, gorda y con el glande colorado! ¡Quiero que la veas, la huelas, te la pases por todo el pecho, que me la mees con ese pitito, y después, yo te voy a mear el culito! ¿Querés bebé? ¿Querés pichí, y leche de mi mamadera grandota? ¿Querés que te persiga por el patio de mi casa? ¡Te vas a divertir! ¡Y, si te llego a encontrar, te voy a obligar a tragar y tragar, hasta que te mees y te cagues encima de la calentura!, me decía mi perverso amigo, ahora sacudiéndose la verga con magnífica violencia. Yo también me pajeaba con todo, gimiendo inexplicablemente, jadeándole mientras le hablaba. Pero todavía sin animarme a pedirle una comunicación. Me moría de ganas de ir a su casa.
¿Y vos pensás que puedo ir vestida de nena en un taxi? ¡Bueno, eso es lo difícil! ¡Pero, sí quiero gatear para vos, que me persigas con la mamadera en la mano, y que me hagas pis en la espalda, y que me cambies arriba de la mesa! ¡Y, no te creas que tengo el pito tan chiquito! ¡Yo también quiero que te tragues mi lechita! ¡Aaay, estoy re calentitooo, quiero esa memaaa, en la boca, o en cualquier lado del cuerpo!, le dije, sin reservas, ni premeditaciones. Ni siquiera pensaba en que cualquiera de mis viejos podría escucharme si, por casualidad se les ocurría ir a la cocina por un vaso de agua, o fuego para cigarrillos.
¡Yo tengo una empresa de taxis de confianza! ¡No vas a ser el primer nene que venga vestido de mujercita! ¡Dale, sacate el calzoncillo y empezá a pegarte en la cola, nene cochino! ¡Quiero escuchar los chirlos que te das, y cómo te sacudís ese pito! ¡Es más, muero por escucharte mear el suelo de tu habitación! ¿Te animás, bebote cagón? ¡Dale chiquito de papi, que tengo la mamadera cada vez más caliente, y me duelen los huevos!, me respondió, en una especie de lío entre la lluvia incesante, el tema de fondo y las zarandeadas que le daba a su pijota. Además, hacía ruidos como si me estuviese chupando el pito, o dándome besos en los huevos. Yo, ni siquiera supe por qué lo hice. Esperé a que se me calme un poquito la erección de la pija, me puse en cuatro patas sobre el suelo, pulsé el botón para grabarle un mensaje, y me dediqué a mear el suelo, justo cuando la lluvia había bajado un poco el tenor de su concierto. Me sentía ridículo, estúpido y caliente al mismo tiempo. Se lo mandé, esperando que no le parezca tan infantil lo que acababa de hacer, ni tan hilarantes los gemiditos que se me escapaban mientras hacía pichí. En lo que sí tuve que tener cuidado, era en el volumen de las nalgadas que finalmente me otorgaba. Entonces, subí a la cama, pensando en que, ni bien la comunicación se termine, debía levantarme y limpiar todo el desastre. Una vieja me mandó un mensaje, y un par de travas trataron de estimularme para que les dé bola. Rechacé dos pedidos de charla en vivo, y le dije a una lesbiana que me re calentaba su voz, y que me la imaginaba preñada, amamantando a otro niño, mientras yo le rompía el culo. Pero, a quien realmente esperaba apareció al fin.
¡Aaay, nenito, te measte de verdad! ¡Ahora tu mami te va a cagar a pedo! ¿Por qué no te nalgueás más fuerte, cochino? ¡Dale, arreglemos, para que vengas a casa! ¡Te paso el número de la empresa de taxis! ¡Podés preguntar por mí! ¡Me conocen, y está todo bien! ¡Dale, aceptame una charlita! ¡O si no, Sentate en la cama, y empezá a frotar el culo en el colchón, mientras te retorcés los pezoncitos! ¡Pero no te toques el pito! ¿Escuchaste? ¡Dale, poné el borde del colchón entre esas nalguitas, que mi mamadera se va a acercar de a poquito a tu boca, y mis dedos a tu pito! ¡Te lo voy a pellizcar, a retorcer, y a escupir, por meón! ¡Y, ni se te ocurra que mañana vas a usar un calzoncillo limpio! ¡Te vas a poner el que measte hace un rato! ¡Dale, mandame un mensaje gimiendo bebé, llorá como una mariconcita, como una nena que ruega por un chupete!, me decía, agitado, tal vez al borde de explotar en un orgasmo estridente, más que la lluvia y los vientos implacables de la madrugada. Entonces, obediente y alzado como me sentía, le hice caso, y presioné el botón mientras solo gemía, daba saltitos y frotadas con mi culo en el borde del colchón, me pellizcaba y rasguñaba los pezones, y me daba tingazos en el pito duro. Me sentía acaso más absurdo y salame que antes, pero feliz, libre y cubierto de una magia que no podía caber en el pecho de ningún ser humano.
¡Uuuy, asíii! ¿te gusta escuchar cómo salto? ¿Así? ¿Bien puto? ¿Bien alzado? ¡Me encanta pellizcarme las tetas, rasguñarme el pito, retorcerlo y pegarme así! ¡Escuchá papu, así se te calienta esa mamadera, que es mía, y va a ser mía! ¿Querés que esta boquita te mame esa vergota? ¿Me vas a dar toda la lechita, mientras me hago pis en el pañal, arriba de tu mesa?, le decía en el último mensaje que logré grabarle, mientras me frotaba, daba saltitos, y largaba un pegajoso chorro de semen que, me salpicó las piernas, la mano, y hasta el piso meado bajo mis pies. Sé que envié el mensaje, cargado de gemidos, balbuceos y suspiros, y tras eliminar la última gota de semen, oliendo mi propio bóxer, corté la comunicación, sintiéndome más ridículo y promiscuo que nunca. Pero con el corazón agradecido, y los huevos mucho más livianos. Encima, mi viejo me golpeó la puerta para preguntarme si todo estaba bien. Le dije que sí, que había algunos mosquitos, y que estaba buscando un libro que tenía que devolverle a una compañera. ¡Cuánto habría escuchado?
¡El otro día me abandonaste, maricona! ¿Qué pasó? ¿Tuviste que cambiar las sábanas? ¡Me parece que vos sos de los que calientan la pava, y después se comen los mocos! ¡Tenés unas ganas tremendas de mamar pitos! ¡Pero, creo que mi pijón, te va a romper la boca bebé! ¿Me extrañaste? ¡Yo no dejo de imaginarte, moviendo el culo, con la pollerita llena de mi semen goteando por la casa, y con una bombachita de goma! ¿Las conocés? ¡Esas, vienen re bien, para disimular tu pitito! ¡Es como que, solamente tendrías un bultito! ¡Y, encima de eso, te encajás una tanguita! ¡Qué ganas de abrirte el culito mi vida!, me dijo aquel perverso en cuanto me encontró en la línea, a unos 5 o 6 días de nuestro último encuentro. Yo no le contesté el mensaje. No comprendía por qué quería hacerlo desearme un poco. Esa vez eran las 4 de la madrugada, y me había quedado en lo de mis abuelos. ¡Por suerte, se habían comprado un inalámbrico! Hablé con una lesbiana que me contó que su madre le comía la boca todas las veces que llegaba de la escuela, que le olía la ropa, y especialmente la bombacha. Según ella, su madre la convirtió en una tortillera. Me aconsejó forzar a mi hermana para que me haga un pete en la noche, y que, si no quería, que se deje chupar la concha. Luego, un chabón que se la daba de rockero empezó a densearme con que quería ser mi cuñado, ya que en mi presentación yo seguía dándome aires con mi hermana, su culo y sus tetas, y con lo caliente que me sentía por ella. Un anciano empezó a contarme que tenía una prima a la que le fascinaba pellizcarle las tetas, cuando ambos tenían 13 años.
¿Y bebé? ¿No querés que tu papi te talquee la colita? ¡Me parece que anduviste metiéndote chupetes meados de otros nenes en la boca! ¡Dale papu, contame cómo está esa pija, y si ese culito quiere refregarse en mi chota dura, cargada de leche!, insistió aquel personaje extraño. Yo no pude resistirme. Primero, le envié un mensaje en el que solo me pajeaba la pija. Luego, otro en el que me escupía una mano para seguir pajeándome. Más tarde, uno más en el que me nalgueaba el culo, y gemía, dando pequeños grititos fingidos. Por suerte mis abuelos tenían el cuarto lejos del mío.
¡Uuups, parece que al bebé le comieron la lengüita! ¿Quién fue? ¿Algún chabón de mi edad? ¿O algún pajerito adolescente? ¿O, por ahí, alguna borreguita con la bombacha cagada? ¡Qué rico que te escupas las manitos! ¡Te vas a volver loquito cuando veas mi verga, y me la empieces a babear toda! ¡Vos, tu hermanita, Nicolás, y todos los que vos quieras traer a mi casa! ¡Me los voy a culear a todos!, me dijo entonces, un poco harto de mi silencio, sin reprimir jadeos, movimientos de su pija en la mano que le quedaba libre, suspiros anhelantes y algunas risitas poco amables.
¡Síii, quiero que me des talquito, y la leche en la boca! ¡No quiero que hagas nada con nadie! ¡Quiero que me culees a mí! ¡Culeame todo el día, y cogeme la boca con esa mamadera! ¿Cómo la tenés? ¡Te juro que, pienso en ella, y me hago pichí como una boluda! ¡Y, no, no estuve haciendo chanchadas con nadie! ¡Solo me trancé con una piba de la escuela!, le sinceré. Aunque, la chica era de la facultad. A esa altura ya estaba desnudo, boca arriba sobre la cama y con la pija a reventar de caliente y de tan tensa. Por lo que aquel mensaje fue un constante gemido tartamudo, sollozo y suplicante. Mi voz se volvía más aguda y femenina cuando le hablaba, y no me lo podía explicar. La lesbiana me mandó un mensaje dedeándose la concha, y eso me estimulaba aún más, mientras me pedía detalles de la ropita de mi hermana, de sus tetas, y de sus olores. Necesitaba que le diga con urgencia que sus tanguitas olían a conchita y a culito.
¡Síii bebé, te voy a puertear el culito, solo para que me pidas llorando que te la meta! ¡Pero eso va a ser después de que me la dejes toda babeadita, y meada por ese pitito! ¡Animate bebé, y venite! ¡Hoy, también estoy solo! ¡Bueno, está mi hija! ¡Pero ella duerme, mientras yo ando por acá de cacería! ¡Sueño con tu culito, con el sabor de tus tetitas, y con el olorcito a bebé que debés tener en las bolas! ¡Dale guacha, ponete lo que quieras, que, de última, te vestís de nena acá! ¡No sé si tenés ropa de hembra! ¡Y pajeate más ese chupetito, para papi!, me murmuraba al teléfono como un cálido bramido, mientras el pecho se me llenaba de estrellas de colores. ¡Nunca lo había hecho con un tipo! ¡Tal vez, estaba llegando demasiado lejos! ¿Y si todo quedaba solo en la fantasía? ¿Acaso, no se trataba de eso aquel fetichismo de la línea? Entonces, le mandé otro mensaje en el que me pajeaba con una brusquedad que, por poco no me lastimaba los genitales, y más tarde, otro mensaje en el que hacía pis en la ducha del baño de mis abuelos. Era algo que me había pedido, porque le urgía escucharme mear en el suelo otra vez. Pero no podía hacerlo en el cuarto de invitados de mis nonos. Y al fin me reveló que se llamaba Roberto, que tenía 42 años, y más o menos intentó describirse. Morocho, ojos marrones, 1-60 de altura, con el pelo entrecano y una boca generosa. Se reía de sus propias ocurrencias mientras lo hacía, y repetía que caminaba por las paredes al escucharme hacer pipí como una nena.
¡Bueno, escuchame bien, antes que me arrepienta! ¡Voy ahora, a tu casa! ¡Quiero ver esa mamadera! ¡No aguanto más! ¡Dame todos tus datos! ¡Si tenés WhatsApp, mejor! ¡Y, por el taxi no te preocupes! ¡Total, voy vestido de yo mismo! ¿Te parece? ¿Querés olerme el pito, viejo chancho? ¿Me lo vas a morder?, le respondí al fin, cargado de ansiedades que ya no podía manejar. Le dicté también mi número de celular, y le aclaré que esta sería la única vez que nos veríamos. Ninguno de los dos tenía la obligación de hacer nada con el otro, si no estábamos cómodos. Al menos, en ese punto estuvimos de acuerdo. Y entonces, una adrenalina inesperada me hizo explotar de un lechazo impertinente que estalló en la cama, mis piernas y abdomen. ¡Había dado el primer paso! ¡Todo se encaminaba hacia lo que sea que fuera, y yo lo había permitido! ¡Ni siquiera me limpié el derrame de semen en mi piel! Me vestí tan rápido como me dio la urgencia de mis hormonas, mientras mi celular vibraba en la mesa de luz.
¡Te espero guachita! ¡No te bañes, ni te limpies, si es que te acabaste, o te measte! ¡Me encanta eso! ¡Ahí tenés mi dirección, y todos mis datos! ¡Podés buscarme en internet para mayor confianza! ¡Soy dueño de una empresa de taxis! ¡Y, ahí te va también una foto de mi hija!, decía el mensaje que me envió por WhatsApp, junto con un montón de datos que, en ese momento juzgué innecesarios. Lo único que me importaba era la dirección de su casa. Llamé un taxi, procuré hacer el menor ruido posible, escribí una nota ligera a mis abuelos avisándoles que salía con una chica, y esperé en la vereda. Tenía un hormigueo incesante en el cuerpo, la pija parada una vez más, el corazón descarriado y el alma convertida en la de una quinceañera a punto de perder su virginidad. Las luces de la calle parpadeaban casi tanto como mis ganas de conocer ese pedazo de verga, y el taxi se demoraba demasiado. Aún así, no le escribí al celu, aunque lo quisiera con todas mis fuerzas. Apenas le di el OK para que sepa que leí lo que me envió, y listo. Recién en el taxi me puse a mirar mejor el chat. La foto de su hija, me impactó porque, estaba recostada en una reposera, evidentemente al aire libre, apenas con una bombacha negra, boca arriba, y con las tetas bronceadas. Además, estaba la parte delantera y trasera de su DNI, el número de su negocio, y una foto de él mismo, también recostado. Aunque, lo único que se divisaba, era un monstruoso bulto bajo un bóxer blanco. Un gran trozo de su glande se escapaba de la tela. Lo tenía colorado y un poco más ancho que su tronco. ¡Casi me meo encima de la emoción! Al punto que, ni presté atención cuando el tachero me avivó que habíamos llegado a destino. Le pagué, le pedí disculpas, y bajé, cada vez más nervioso y exultante. Ya estaba frente a la fachada de la casa de mi amigo íntimo. Durante un minuto o dos, solo estuve mirando la dirección, el timbre, el dibujo de un lobo trasado en la puerta, y a mi propio rostro en uno de los ventanales, suponía que de su living. Un supe si tocar el timbre, o mandarle un mensaje. Hasta que, una voz grave, conocida, cálida y mucho más amable que antes dijo desde adentro: ¡Está abierto, pasá!
Yo puse la mano en el picaporte con una extraña electricidad en mis dedos, y abrí la puerta. Había olor a incienso, y a café. Había una magnífica alfombra en el piso, una luz tenue iluminando a una fuente de agua que corría suavemente, y unos sillones de cuero preciosos. Casi me olvidaba de cerrar la puerta. Pero cuando lo hice, le di una vuelta de llave, por las dudas. No sabía si llamarlo, o hacer algo para que al fin venga a recibirme. Era extraño que no estuviese esperándome. Entonces, caminé por el living inmenso, y llegué hasta la mesa ratona. Ahí descubrí que, además de un cenicero de plata, un IPhone, unos lentes de lectura y un paquete de forros, había ropa de mujer. Una pollerita tableada onda colegiala, un corpiño con una tanguita de color chocolate, y unos zapatos de taco alto con hebilla. Justo cuando estaba por mencionar su nombre, oí una puerta que se abrió en el interior de la casa. Alguien encendió la luz de una amplia cocina, y de pronto, apareció ante mis ojos una chica de no más de 20 años, en bombacha y tetas, con unas pantuflas de osito en los pies, el pelo atado en una cola, y los ojos tan risueños como las mariposas que me gobernaban.
¡Hola! ¡Soy Nadia! ¡Mi papá ya viene! ¡Me dijo que, te pongas todo esto! ¡Si querés, puedo pintarte los labios! ¡Aaah, también me dijo que, que te sugiera ponerte esto, si querés!, iba diciendo la chica mientras me daba un beso en la mejilla, y sacaba una caja de la parte de debajo de una vitrina llena de chucherías. Ahí dentro había pañales, y un par de bombachitas de goma de las que me había hablado. Yo ni las conocía. También había forros, geles íntimos, aceites, un chupete, y hasta un látigo.
¿Te ayudo a vestirte? ¡Me parece que estás un poco nervioso! ¡Pablo es tu nombre? ¡Bueno, de acuerdo a lo que elijas, supongo que será el juego que tengas con él! ¡O sea, si elegís, pañales, o estas bombachitas!, me decía Nadia, acercándome sus tetas a la cara. Al fin, ella me quitó la remera y me abrochó el corpiño, que ya tenía una especie de relleno en su interior. en cuanto yo me quedé en bóxer, ella me lo bajó y me empujó para que caiga de culo sobre uno de los sillones. Entonces me descalzó y me puso la bombacha de goma, la tanguita y la pollera en las piernas para que yo me ponga de pie, y me las arregle a mi forma. Ella no emitió ningún juicio de valor acerca de mi cuerpo, ni mdemis elecciones, ni de las de su padre. Solo se aventuró a decir: ¡La verdad, no sé cómo vas a disimular que la tenés re dura! ¡Pero, esa bombachita te lo aprieta bien! ¡Así que, cuando lo tengas menos erecto, metelo para adentro, y presioná bien! ¿Dale? ¡Yo, mientras, te voy a colorear un poco los labios! ¡A mi papi, creo que le gusta el labial en su pito!, me decía ella, una vez que ya me había puesto los tacos, y caminaba con toda la torpeza que no supe controlar. Quise preguntarle y decirle muchas cosas. Pero estaba tan atónito, excitado y prisionero de una fantasía que, no pude más que darle las gracias, una vez que terminó de pintarme los labios.
¡Tranquila bebé, que le vas a gustar! ¡Tenés un culo divino! ¡Más culo que yo nena!, me dijo al fin, antes de desaparecer por la cocina, apagar la luz y volver a cerrar la misma puerta que antes. Entretanto yo esperaba, comiéndome las uñas, sintiendo la presión de esa goma en mi pubis, notando que los huevos se me calentaban gravemente.
¡Así que, acá estás perrita! ¡Bienvenida! ¡Uuuuffff, mirate cómo estás! ¡Con los labios pintaditos! ¡Y con esa pollerita! ¡Y esas gomas!, Decía Roberto, acercándose lentamente a mí, con una bata de seda en el cuerpo y unas zapatillas deportivas.
¿No me vas a saludar bebé? ¡Hace mucho que quería tenerte, asíii, vestido de hembrita! ¿Espero que mi hija te haya tratado bien! ¿Viste las tetas que tiene?, me decía entonces, mientras me abrazaba contra su pecho, palpando mi espalda, y luego mi culo. Yo pude balbucearle un tímido: ¡Hola papiii! Pero a él le gustó mi voz en vivo y en directo.
¡Hablame al oído bebé! ¡Pedime la mamadera al oído, cochino! ¡Y que sea la última vez que le mirás las tetas a mi hija!, me dijo, aunque se reía con suspicacia. Yo, tratando de dejarme llevar, le dije: ¡Dame la mamadera papi, que viajé hasta acá, para mamarte la verga!
¡Mmm, qué apurada que vino la cerdita! ¡Primero, sacá la lengua mi amor! ¿A ver, cómo es esa lengüita! ¿te chupó la lengua alguna vez un cuarentón como yo?, me decía, sin dejar de presionar mis nalgas, para que nuestros pubis y pechos permanezcan juntos. En cuanto saqué la lengua, él la tocó con la suya, y pronto empezó a introducirla en su boca, a sorberla y morderla con tenacidad. Después, hizo lo mismo con la suya adentro de mi boca, y mis palpitaciones podían perforarme los tímpanos cuando, en un momento maravilloso empezamos a mordernos los labios. Él podía dominarme como a una marioneta, y yo no era quién para ponerle restricciones. Por eso, creo que empecé a gemir cuando me abrió las piernas y me hizo abrazar una de las suyas. Ahí me pidió que suba y baje, que me frote, y no deje de chuparle la lengua, y que no me haga el difícil a la hora de recibir su lanza de saliva en mi boca. Me olía el cuello con desesperación, me pellizcaba la cola, y me tironeaba del corpiño, diciéndome: ¡Tenés olor a machito alzado bebé! ¡Estás muuuy caliente! ¡No das más! ¡Si fuera por vos, te acabás encima ahora mismo! ¿No cierto?
Y sin más, empezó a chuponearme el cuello. Eso hizo que mis gemidos se intensifiquen, y que al fin decida quitarse el bóxer, como si tuviese prisa por desnudarse. Pero aún no se quitaba la bata. Por lo tanto, cuando volvimos a abrazarnos, algo duro y grueso se inmiscuyó entre mis piernas. Yo apenas podía tocarlo casi con mis rodillas, o un poco más arriba, por la pollera.
¡Tomá bebé, olelo! ¡Eso, es lo que vas a probar en un ratito! ¡Esa lechita me la sacaste vos, hace un rato, cuando hablábamos! ¿Viste? ¡Y vos que no querías venir! ¡Lamé mi bóxer putita!, me decía entonces, agarrándome del pelo, mientras todavía me chuponeaba el cuello y nuestros pechos seguían acompasándose bajo el ritmo de nuestros impulsos. Me refregó su bóxer por toda la cara, y luego me asfixió un buen rato con él, mientras mi lengua no podía descifrar otras formas de chuparlo y saborearlo. Aquel pegote húmedo, tibio y con olor a café, o a licores dulces, o tal vez tabaco me extasiaba, al punto que sentía que los ojos me lagrimeaban de la emoción.
¡Ahora, subite la pollerita con las manos, y sigamos lengüeteándonos así bebé! ¡Yo, ahora voy a soltar la anaconda, entre tus piernitas, así me calentás bien la mamadera! ¿Sabés? ¡Así, mové las piernitas vos, para los costados! ¿La sentís? ¡Nada de tocarla con las manos, ni de agacharte para mirar! ¡Por ahora, solo la vas a sentir ahí, putita salvaje!, me decía, mientras caminábamos lentamente por el living, yo pegado a su cuerpo, con aquella verga entre mis piernas, cada vez más cerca de mi sexo. Al parecer era larga, porque llegaba a sentirla en el culo también. Pero, su lengua me distraía. Los chupones que me daban sus labios en el cuello, los hombros y las orejas, y las cosas que me decía cuando su lengua recorría los espirales de mis oídos, cosas como: ¡Calentame la lechita bebé, dale, que es para vos, chiquito de papi! ¡Soy un puerquito con los nenes lecheros como vos!, todo eso me hacía delirar de fiebre, alucinar de atrevimientos concebidos y gemir con la voz cada vez más aguda.
¡Ahora subite la pollera, y dejame que te agarre del culo!, me ordenó sagaz y metódico, en el exacto momento en que me mordisqueaba el cuello como un vampiro asesino. En cuanto mis manos agarraron la tela de la pollera, sus brazos me presionaron fuerte contra su pecho, mis pies se separaron del suelo, y durante un rato su pija gorda y caliente me sostenía del pubis, fregándose contra mi pito en llamas. Uno de sus dedos empezó a trazar la línea que hay entre mis nalgas, y a introducirse de a poco, hasta rozarme el agujero del culo. Aquella bombacha de goma lo hacía más insoportable. Hasta que de golpe me dio vuelta, me arrinconó contra una de sus bibliotecas rebosantes de libros, y empezó a fregarme su pija en el culo.
¿La sentís bebé? ¿Te gusta, maricona de mierda? ¿Viste lo dura que tengo la verga? ¡Te dije que era un vergón hijo de puta! ¿Te calienta sentirla toda en el culo? ¿Por qué no te meás encima?, me decía, sin dejar de friccionar su pija sobre mi culo engomado, habiéndome bajado la tanguita, mientras me mordisqueaba la nuca, me apretaba y retorcía los pezones con una mano, y con la otra me agarraba del bulto. Yo gemía, le juraba que me encantaba sentir su pija en el orto, y que la necesitaba en la boca. Entonces, me hizo juntar las piernas, y sin más se dio a la tarea de meter su pija en el pequeño triángulo que quedaba entre ellas y mi culo, diciendo: ¡Apretá bien las piernas nene, así hago de cuenta que es una conchita virgen! ¡Dale beba, bien apretaditas esas gambas! ¡Qué hermoso culito gordo tenés bebote, la puta que te parió!
Y de golpe me dio vueltas para que lo mire a los ojos. Sus dientes blancos brillaban en la pulcritud de nuestro deseo encendido. Su bata elegante aún no me mostraba la piel de su pijota, y era obvio que disfrutaba aquello como un lobo acechando a su presa para asestarle el zarpazo en el momento preciso. Aunque sí advertía el peligro para cualquiera de mis orificios, ya que se le abultaba la parte de debajo de la bata.
¿Y papi? ¿Ya le diste la mamadera a la bebota esa? ¡Yo me voy a dormir ya! ¡Cualquier cosa, avisame!, me sobresaltó de repente la voz de la chica, desde algún lugar lejano de la casa. Él también pareció sorprenderse, porque una sombra extraña lo sacó de su papel de seductor para gritarle: ¡No hija, todavía no! ¡Sabés que soy muy paciente con los nenes! ¡Que duermas bien, y no cierres la puerta del patio con llave! ¡Descansá hija, que mañana te cuento todo!
No recuerdo si la chica le respondió. Pero, al toque ese hombre bravío y desprejuiciado me agarró la pija con sus manos, sin bajarme la bombacha, y empezó a rozarme el cuello con su lengua, mientras me repetía: ¡Hacete pis bebé, dale, quiero que te hagas pichí para mí, acá y ahora! ¡Vamos nene, quiero tu pipí, mientras te muerdo el cuellito, te lamo todo, te chupo todo, y te nalgueo ese culo hermoso! ¡Meate putita, perra sucia, cochina, calentona de mierda! ¡Acá no está tu hermanita para pedirle ayuda, y mi hija, como ya escuchaste, se fue a dormir! ¡Así que, nadie se va a reír si te meás encima!
Me nalgueó dos o tres veces, y no paró de morder, oler, lamer y succionar mi cuello, hasta que casi sin proponérmelo, empecé a mearme como un niño asustado, miedoso, o sabiéndose descubierto en una picardía grave. Yo sentía cómo el pis atravesaba la elasticidad de la bombachita de goma y me recorría las piernas, cayendo al piso con insolencia, y que otras gotas me humedecían el culo, los huevos y el pito. tuve que concentrarme para calmar la erección de mi pija, y entonces mearme en paz, envalentonado por todo el contacto de su saliva caliente, su lengua juguetona y sus pequeños pellizcos en el pito, a través de la tensa goma que aún cubría mi honor. Él jadeaba, murmurando palabras inconexas, mientras me quitaba el corpiño, para morderme al fin los pezones. ¡Cómo deseaba que lo hiciera! Además, no se detuvo allí. También olió y besuqueó mi abdomen, y dijo algo acerca del olor a semen que tenía. me babeó el ombligo, jugó con sus dedos y lengua con él, y luego me escupió abundantemente las tetillas, antes de volver a pedirme que saque mi lengua para succionarla. También quiso que yo succione la suya.
¡Arrodillate perra, abajo, ya, con la pollerita puesta! ¡Vamos, ahí, arrodillate, que después te voy a cambiar!, me ordenó, y esta vez su voz sonó como un ladrido feroz. Lo hice, y de golpe vi cómo se desabrochaba la bata para liberar al monstruo del que tanto me había hablado. ¡Al fin lo veía en vivo, tan majestuoso, hinchado, venoso y erguido como prometía! Seguro medía más de 20 Centímetros de largo, y por lo menos 5 o 6 de ancho, y el glande le brillaba de tantos hilos de líquidos seminales que lo rodeaban. Yo sentí un escalofrío en el culo, y todo el pichí que aún recorría mi intimidad, parecía calentarse como la lava de un volcán. Se acercó a mi cuerpo tembloroso, que intentaba conservar el equilibrio sobre mis rodillas, y me ató las manos en la espalda con una cuerda de cuero.
¡Mirala bebé, mirala bien! ¿Te gusta? ¿Viste qué grandota la mamadera de papi? ¿Es como el chupete que tenía tu amiguito? ¿Pensás que esta salchicha de carne te va a entrar en esa boquita?, se enorgullecía de sus atributos, blandiendo aquella hermosura cada vez más cerca de mi cara, salpicando jugos en el suelo. luego la agarró con sus dos manos y comenzó a estimularse el glande, abriéndose y estirando la piel de la verga para que renazca su capullo enrojecido, del que fluían más y más fluidos viscosos.
¡Apenas la acerque a tu cara, la vas a oler, y después, quiero que la escupas una sola vez! ¿Estamos? ¡Quiero tu babita en mi mamadera, bebota cochina!, me instruyó, ahora calmando las ansiedades de su voz. Hizo exactamente eso. Me la acercó a la cara, y mi nariz se llenó de vanidades al reconocer su olor a macho maduro, manipulador y complaciente al mismo tiempo. Al cabo de unos segundos, se la escupí, y entonces me dio un pijazo en la mejilla derecha, al que le siguieron varios. Eran fuertes, eléctricos y cargados de una morbosa ira que me desconcertaba.
¿Te gusta escupirle el pito a papi? ¿Viste cómo se enojó mi poronga bebé? ¡Le gusta que la escupan, pero, me parece que quiere más! ¡Vamos, babeame la chota bebé! ¿Qué esperás? ¡Quiero más escupidas, y no pares de olerla, guachito de mierda, pendejo lechero!, me decía, azotándome la cara una y otra vez con su garrote viril. Yo, cuando tenía la oportunidad se la volvía a escupir, y él jadeaba complacido. Hasta que me sostuvo un buen rato del pelo para frotarme toda la chota en la cara, y también el calor de sus huevos perfumados. Era evidente que se había bañado esa misma noche.
¡Dale, sacá la lengua, y no te hagas la tímida nena! ¡Así vas reconociendo el sabor de tu merienda!, me decía, sin dejar de fregarme sus partes en la cara. De esa forma, en breve su pija estuvo colorada, babeada y tan dura que podría competir con el martillo más mortífero del mundo. Y justo cuando me había decidido a abrir la boca para comérmela, sin ninguna experiencia, pero con toda la calentura al pie del cañón, mi perverso amigo me ordenó: ¡Levantate, y andá a la cocina! ¡Quiero que cuando vuelva, estés recostado boca arriba en la mesa! ¡Y no te saques nada! ¿Estamos?
No sabía cómo Roberto desapareció tan hábilmente de mi campo visual. Solo sé que de repente me sentí vacío, meado, con frío y sin rumbo. Quise llamarlo. Pero preferí dirigirme a la cocina, donde fui buscando con las manos, y a ciegas, el contorno de la mesa. Se me ocurrió que él no abría querido encender la luz. Entonces, me armé de valentía, y me las arreglé para subirme a la mesa, que al parecer tenía un mantel de tela sobre sí. La goma de mi bombacha hizo ruido una vez que terminé de acomodarme, porque no pude evitar frotar mi culo en ella. Empecé a temblar de incertidumbre. Pensé en que estaba en la casa de un desconocido, y que nadie en mi familia lo sabía. ¿Y, si Roberto era un asesino, un psicótico depravado, o un torturador homofóbico? ¡Y si, aquella chica ni siquiera era su hija? Pero el miedo no era un sentimiento que rondaba por mis preocupaciones más urgentes. Roberto tardaba, y mis pezones comenzaban a extrañarlo. Podía oír cada sonido de la casa. Una gotera, el zumbido de la heladera, los autos amortiguados por las pesadas cortinas que cubrían los ventanales, y hasta el sonido de una vela aromática que se consumía en el living. Afuera, evidentemente se había levantado viento. Y, de repente, los pasos de Roberto lo trajeron con toda su paciencia hasta mi cuerpo insomne. Corrió una silla y se arrodilló en ella. Me recorrió las piernas con sus manos. Me lamió los pies, besuqueó mis tobillos y empeines, mordisqueó mis deditos y me los escupió. También me besó las rodillas, y me hizo cosquillas detrás de ellas. Oía cómo su nariz me olfateaba, y sus respiraciones precipitadas golpeaban mi piel como olas embravecidas. Después, empezó a pasarme la punta de su magnífica chota por los pies, luego las piernas, y el abdomen.
¿Viste qué caliente la tengo bebé? ¿Se te hace agüita la boca? ¿Todavía tenés sed papito? ¿Querés lechita? ¡No sabés las ganas que tengo de mearte todo!, me dijo al oído enseguida, mientras su pijota se frotaba en mi barriga. Y con una de las manos me pellizcaba el pito. hasta que, tras comerme la boca con un beso de lengua desamorado, pero cargado de calentura, me pidió que separe la cola de la mesa. Aprovechó a pellizcármela mientras lentamente comenzaba a quitarme la bombachita de goma meada, y al toque me olió el pilín y las bolas. Me sacó la pollera, y me escupió el pito. y casi sin darme tiempo a nada, corrió la silla para situarla a la altura de mi cabeza. Se arrodilló de modo que su pija pudiera encontrarse con mi rostro, y empezó a castigarme la boca, el mentón, la nariz y la frente con ella. Me pegaba con furia, rabia y despreocupaciones, salpicándome todo con sus jugos, mientras me apretaba el glande con una mano, o me retorcía el pito, o me lo estiraba a lo bestia. Recuerdo que no se me paraba, pero que tenía todas las ganas del mundo de acabar. El cuerpo se me prendía fuego, flotando en una mesa sin norte ni oeste para mí, a medida que su vergota me moreteaba las facciones del rostro. Me dolía la boca y la lengua de tantos latigazos. Él quería que saque la lengua, solo para frotar su pija, y luego pegarme, como si me hubiese portado realmente mal. Me acuerdo que me imploraba para que le escupa los huevos, o le muerda la puntita del prepucio. Luego me puso la bombacha de goma que me había quitado, lo más apretada que se pudiera, y entonces, comenzó a encastrar su glande entre sus tensiones y mi rostro.
¡Abrí la boquita bebé, así, con la bombachita en la cara, te voy a coger toda esa boquita! ¡Quiero escucharte eructar, escupir y atragantarte con mi verga! ¡Guachito meón, lechero, pajerito de mierda!, me dijo, y casi ni me dio tiempo a nada. Mis labios cedieron ante el contacto con su pija caliente, y un buen trozo de su glande invadió mi paladar por completo. No tenía muchas posibilidades de movimiento con la lengua, ya que era demasiado ancho para mi boca. Salivaba como un condenado, tenía arcadas y algunas toses que no lograba reprimir. Pero a Roberto no le importaba. Es más, lo satisfacía en grande el hecho de no poder usar las manos para ayudarme, ya que previamente me las había atado contra el pecho, con los mismos cordones de cuero. Tampoco podía respirar por la presión de aquella maldita bombacha olorosa.
¡Si tee resistís, va a ser peor bebote! ¡Vamos, mordé despacito, que es tuya esa mamadera grandota! ¡Seguro no es la primera vez que mamás una verga! ¡Pero no tan grande como esta! ¡Chupá nene, dale, babeate, y hacé de cuenta que tu hermanita nos mira, en bombacha, metiéndose un pepino en el orto! ¿Ella también se mea como vos, cuando ve una pija?, recuerdo que me decía, mientras mi mandíbula comenzaba a razonar más que mi cerebro, y entonces su pija rozaba el fondo de mi garganta, haciéndome arder la sangre, y salivar todavía más. La bombacha finalmente se rompió por la presión que ejercía su arma de carne, y justo cuando acababa de eructar, porque me había sacado la pija de la boca para darle una tregua a mis pulmones, empezó a borbotear un terrible chorro de semen, el que caía adentro de mi boca, en mi cara y en mi pecho. Él había comenzado a estremecerse, convulsionar, jadear como una fiera indomable, y a darme pijazos por todos lados. Además, me pedía que lo mire a los ojos, que le chupe el glande, que se lo succione para dejárselo bien limito, y que le lama las bolas. Era tanta la cantidad de leche que salía de aquella manguera esculpida por los dioses que, parecía no tener fin, y que iba a empaparme hasta los pies. El sabor era agridulce, como un postre caliente al que le faltaba un golpe de horno. Tan espeso que, los gotones que caían en mi pecho sonaban como trozos de lluvia tropical. Yo no lo podía creer. ¡Le había sacado flor de lechazo de esa pija, y sin ninguna experiencia!
Tardamos en volver a mirarnos a los ojos, una vez que un último remolino seminal estalló en mi cara. Cuando lo hicimos, él me revoleó la pollera en la cara, diciéndome: ¡Limpiate con esto bebé, y después ponetelá! ¡Ya te desato las manos! ¡Qué lindo te ves con el pito parado, y lleno de leche, maricona cochina!
Una vez que liberó mis manos, le obedecí como al verdadero dios de mi consciencia. Luego, él me ayudó a bajar de la mesa, una vez que se acomodó la bata, y me llevó en sus brazos hasta el living. Me recostó boca abajo en uno de los sillones, mordisqueó y besuqueó mis nalgas, me pegó con algo duro y caliente que, no podía tratarse de otra cosa que, de su pija en estado de apareamiento, una vez más, y deslizó un aceite tibio entre mis glúteos. El que esparció pacientemente hasta mis testículos, mientras me manoseaba la verga. Le parecía muy femenino de mi parte que tuviera el pubis depilado. Entonces, volvió a provocarme con su pija a centímetros de la cara.
¿Querés más lechita nene? ¿O querés que te encreme el culito? ¿No me pedías por teléfono que te culee? ¿Te animás a que te reviente el culo con mi mamadera? ¡Después, la voy a sacar de tu culo, y te vas a tomar la lechita! ¡La que no te haya largado ahí adentro! ¿Querés, bebote?, me decía, apoyándome el glande en los labios para que se lo lama, succione y escupa. Esta vez le agarré la pija con las manos, se la pajeé, saboreé hasta con la nariz, y me la refregué por toda la cara. Hasta que volvió a mis piernas para mordisquearme todo, y me puso una bombacha. Recién pude verla cuando me pidió que me levante, y me mire en el espejo que tenía al lado de una biblioteca. Era una bombacha tipo vedetina de color negra, con el dibujito de un gato en la parte de adelante, y con unas perlitas en los costados. Ahí, mientras me observaba con el rostro más feliz que nunca, me pedía que me chupe los dedos, que me escupa el pecho, que me toque el pito, y que trate de mearme un poquito la bombacha, si es que podía.
¡Ese calzón es de mi hija! ¡Te queda precioso! ¿Te ponés las bombachas de tu hermana en casa, cuando nadie te ve?, me decía, masajeándome los hombros, apoyándome su dureza en el culo, y dejando que se deslice por entre mis piernas. Entonces, un chorrito de pis le dio la señal que era el momento de poseerme con toda su audacia.
¡Uuuuf, mirá cómo se mea la perrita! ¿Vamos, mejor, vamos a seguir jugando en el sillón! ¡A vos, hay que enseñarte mucho me parece!, me decía, aferrándome a su pecho, separando mis pies del suelo, caminando hacia atrás, calculando perfectamente los pasos que debía dar hasta el sillón. Una vez que nos sentamos, comenzó a besuquearme entero, a tocarme el pito y a meterme los dedos húmedos por las gotitas que había derramado en la boca. Entretanto me pedía que le apriete la pija con las piernas, que gima, que le pida la leche, que me relaje, y que mire el reflejo de su pijota en el espejo.
¡Qué linda le queda la bombachita al nenito! ¿Y más, con el pitito parado! ¿Así te lo retorcés cuando te pajeás? ¿Te gusta pellizcarte el pito nene? ¿Y meterte un dedo en el culo? ¿Nunca lo probaste? ¡No sabés la cantidad de leche que largás con un dedo metido en el culito! ¡Yo vi cómo se acababa un gordito, mientras se metía dos dedos adentro, y me chupaba la verga!, me decía, haciéndome lagrimear por lo crudo de sus pellizcos, estrujes y golpecitos en mi chota, mis huevos o mis piernas. Hasta que de repente colocó su grandioso sable por adentro de mi bombacha, exactamente entre mis nalgas, y me pidió que me tranquilice.
¡Vos, relajá el culito, y todo va a estar más que bien! ¡No te la voy a enterrar de una, ni toda entera hoy mismo, porque voy a tener que llevarte a un hospital!, me decía en medio de una carcajada vanidosa, mientras me mordía el labio, me pasaba su lengua caliente y ancha por toda la cara, y me agarraba de la bombacha para que no me resbale de sus piernas.
¡Así bebé, apretate bien contra mi pecho, que te vas a morir de calentura cuando sientas la puntita de mi pija en tu culito!, me dijo de pronto al oído, antes de morderme y babearme toda la oreja derecha. Yo podía notar los efectos del aceitito que había vertido en mi zanja, y eso generaba que su miembro se deslice con mayor peligrosidad. Y, entonces, me separó las nalgas, y mientras me pellizcaba una tetilla, y dejaba que la bombachita me estrangule un poco el pito al sacarlo por una de mis piernas, noté que su glande caliente hacía contacto con mi ano. No pude hacer mucho. Sé que gemí, que me tapó la boca, que me zarandeó del pelo para que no grite, que me recordó a su hija durmiendo en una habitación cercana a nosotros, que me cacheteó la cara, y que empujó un poquito más aquel cilindro vital contra mi culo.
¡Tranquilo bebé, así, despacito, ahora, levantate un toque nomás, así te rozo las nalgas con la mamadera! ¿Querés? ¡Todavía no me contaste si ese nene, Nicolás, y vos, se chuparon las pijas! ¡A mí, no te conviene mentirme! ¡te ponés re puta con mi verga bebé!, me calmaba segundos después, tomando la iniciativa al alzarme un poco de la cintura, y así lograr que su glande húmedo se entrechoque con mis nalgas. Me dio unos chirlos, preguntándome: ¿Te vas a portar bien? ¿Vas a llorar como un bebé meado, que quiere la teta? ¿O vas a dejar que te atraviese como a un machito alzado?
Acto seguido, tomó el pote de aceite para lubricarme el culito un poco más, y volvió a acunar su falo entre mis redondeces. Ahora, me parecía que su cabeza hinchada había entrado un centímetro, y no sentía dolor. O al menos, el dolor que esperaba, o el que me referían ciertas películas. Pero hubo un instante en el que, no sé si el corazón se me detuvo, o si la mente se me desconectó del cuerpo, o si la garganta se me quebraba a miles de años luz de distancia. Sentí que un desgarro me dejaba sin aliento, me partía en dos, me vulneraba los sentidos, me hacía doler los huevos y la piel. Sé que me hice pis, que él me arrancó la bombacha, al punto de romperla completamente, y que aprovechó a taparme la boca con sus retazos inservibles.
¡Qué rico bebé, así te cojo, todo meado, como una nenita virgen! ¿La sentís? ¿Te duele guachito? ¿Más adentro la querés? ¡Llorá si no te la bancás! ¡Te la voy a meter hasta el fondo bebéeeee! ¡Asíiii, pedime la leche guacho de mierda! ¡Pedime que te entierre la mamadera en el culo!, empezó a gritarme, cuando mis articulaciones amenazaban con abandonarme para siempre. Todo lo que sentía era un placer imposible de describir. Por supuesto que lagrimeaba, le pedía más, que me cague culeando con todo, y que me acabe adentro. Yo le decía que mi hermana nos veía y se cagaba encima de la calentura. Él me juraba que su hija ama ver los pocos videos en los que se grabó con otros pibes. Me retorció el pito, me mordió una tetilla y el cuello, empujó un poco más, y me hizo cosquillas para que me relaje más. Y, supongo que fue cuando le succioné uno de sus labios, o cuando le chupé la lengua, después de mordisquearle la oreja, diciéndole que era una golfita salvaje, y que desde ahora sería suya para cuando lo quisiera. Allí fue cuando sentí que algo caliente me recorría por dentro, al tiempo que sus piernas me elevaban, que sus manos me abrían el culo, que su pija se introducía unos centímetros más, y que sus alaridos podían despertar a media ciudad. Y, así como terminó de empacharme el culo de leche, apenas su respiración volvía a serenarle la mente, me bajó de sus piernas y me nalgueó con fuerza, logrando que un buen chorro de su semen comience a empaparme las piernas, saliendo burbujeante y ardiente de mi culo. Me costó dar los tres o cuatro pasos que di hasta el otro sillón. Pero él me prohibió sentarme. Me sacó un par de fotos, y luego me pidió que le muestre el culo, que me lo abra y me lo nalguee yo mismo. Después me tomó una foto agarrándome el pito, otra con lo que quedaba de la bombacha de su hija entre mis labios, y una más acercándole mi cara a su pija súper colorada.
¡Estaba bien estrechito ese culo nene! ¡Pero ahora, vas a venir corriendo a buscarme para que te lo rompa otra vez! ¡Acordate lo que te digo! ¡Te vas a mear en la cama soñando conmigo!, me decía luego, poniéndome mi propia remera, y ayudándome a ponerme el calzoncillo. De pasadas, se agachó para morderme el pito. supe que, además de mearme, le largué mi leche en las piernas mientras me culeaba. Pero me moría de ganas de largar más leche. Sentía que los huevos no paraban de ser felices, y que el culo me dolía casi con la misma intensidad con la que mi corazón necesitaba otro lengüetazo de Roberto. Pero el hombre tomó su celular y me pidió un taxi. Me dio 2000 pesos en la mano, los que yo no quise aceptarle.
¡No soy una puta!, recuerdo que le dije, con la voz tan femenina que me di bronca y vergüenza. Él me miró sin una pizca de cariño, pero con toda la lascivia que pudo reconstruir, y mientras me devolvía mi propio celular, me decía que tal vez en la noche nos volvíamos a encontrar en la línea.
¡Cuidate bombona, y no me engañes con otro macho! ¿Estamos?, me dijo, antes de comerme la boca, abrirme la puerta de su casa, y de dejarme aturdido, mareado, caliente, con el culo dolorido, el pito más parado que antes, con olor a sexo, con los sabores y calores de su piel, y más sonriente que un montón de vírgenes desnudas a punto de ser desfloradas, en una vereda desierta, poco iluminada. El taxi llegó, y yo me senté como pude. El trayecto a mi casa fue aburrido. Y toda mi vida desde entonces, vivió colgada en los recuerdos de aquel vergón delicioso. No volví a encontrarlo por la línea, aunque, tampoco lo busqué con tanta insistencia. Algo en mí se había quebrado, y tal vez para siempre. No quería enamorarme de semejante hombre, aunque mi boca necesitaba su mamadera, y mi culito más talquito caliente. Tendré que conformarme al menos con haber reconocido que soy una maricona, que me gusta la verga, y que, puedo decirlo libremente a todos los vientos que quieran remontarme en su vuelo. Fin
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