Nunca me consideré un tipo fetichista, ni me fijaba en cómo se vestían las chicas de la escuela, “como mi mejor amigo”, o se me ocurrió piropear a cualquier mina, por más que sus tetas o culo me llamaran la atención de una forma espectacular. Nunca, hasta el día que entré a la habitación de mi hija Abril. Eran las diez de la mañana. Necesitaba un cargador para mi celular urgente, porque me retrasaba en el Meet con mi jefe. Ella estaba en el colegio. Pero, sobre su cama, en medio del revoltijo que solía tener entre ropa, libros, algún envoltorio de golosina y peluches desordenados, no sé por qué, en medio de mi búsqueda mis ojos se toparon con una bombacha blanca que yacía colgada del respaldo de su cama. La miré largo rato, paralizado en el lugar en el que mis pies me sostenían. Y, casi sin saber el porqué, la tomé entre mis manos, y la estiré con mis dedos. La observé, como si se tratara de un tesoro virginal, o una gema preciosa invaluable. Me imaginé aquella tela con puntillitas acariciando la piel íntima de mi nena de 12 años, y me estremecí. La acerqué de a poco a mi nariz. Olía a jabón, y no tenía ni una sola mancha. Era obvio que estaba limpia, y que no llegó a doblarla para guardarla en su cajón de la ropa interior. mi esposa solía renegar con ella a diario para que ordene su cuarto, guarde su ropa limpia y recuerde llevar la que estaba sucia al lavadero, para que entonces no se le mezcle todo. A Abril le fastidiaba todo eso. Pero jamás le contestó mal, o hizo las cosas con mal genio. Por alguna razón, sentía que la verga se me afiebraba adentro de mis pantalones, y se me endurecía, mientras mi cara comenzaba a deslizarse por la tela de aquella bombacha, firmemente estirada por mis dedos cada vez más temblorosos. Entonces, me senté en la cama, y busqué a tientas algún otro ejemplar. Conociendo a mi hija, seguro había más de una bombacha dando vueltas por su cama. Y no tardé en encontrar una, hecha un bollito entre sus sábanas. Esta era verde, con un agujerito en el costado de la pierna. En esta ocasión, tardé en llevarla hasta mi nariz. Antes de eso, de una forma irracional, patética y poco justificable, decidí liberar mi pija de las tensiones que ya me hacían doler los huevos, y la examiné tan dura, parada y con el glande rebosante de jugos. Me imaginé la bombachita blanca perdida entre los glúteos de mi hija, y un temblor extraño me hizo suspirar. Luego, imaginé que por ahí le picaba la cola, o la vagina en el colegio, y tal vez, ella misma se rascaba por encima de su bombacha, sin que su compañerita de banco se diese cuenta. Y al fin, muerto de curiosidades, llevé la bombachita verde a las fauces de mi olfato ansioso. Esta sí había sido usada recientemente. Tenía olor a jabón, aunque un poco más tenue. Más bien, olía a sudor, y a pis. De hecho, estaba un poquito húmeda en la zona vaginal. Esto detonó en mi ser unas ganas impostergables de apretarme la verga, de subir y bajar el cuero de mi tronco para que mi glande me salpique la mano con sus jugos, al tiempo que presionaba aquella bombachita húmeda contra mi nariz. Sé que mencioné su nombre, y que me la imaginé echada en la cama, con el culo para arriba, intentando bajarse la bombachita blanca, diciéndome: ¡Papi, gracias por contarme un cuento anoche! ¡Por suerte no tuve pesadillas, y dormí con la luz apagada! ¿Te gusta cómo me queda la nueva bombacha que me compró mami?
En efecto, aquello era algo que solo albergaba mi lujuriosa imaginación. La suavidad tibia de la bombacha de mi hija me aceleraba las pulsaciones, y mi pija reclamaba atenciones. Al punto que, tuve que subirme el calzoncillo con todo, y con toda la habilidad que pudiera encontrar en esos apuros, ya que mi semen salió disparado como una flecha, dispuesto a manchar las sábanas de Abril. Creo que en ese momento sonó el timbre de casa, y tuve que acelerar los trámites. Dejé las bombachas tal y como estaban, corrí al baño, me lavé la cara y las manos, sintiendo cómo la leche me humedecía los huevos, mirándome en el espejo como a un ladrón de porquería, y bajé a recibir el paquete que Paloma, mi esposa, había encargado por MercadoLibre.
Pasó una semana, o tal vez más, hasta que regresé otra vez a los suburbios de mi mente. ¿Debía preocuparme? ¿Por qué ahora sentía la necesidad de buscar una prenda íntima de mi hija? Algo en mi vientre palpitaba como una ansiedad incurable, o un presagio desconocido. Preferí ver un video porno en Internet, aprovechando un tiempo libre. Afortunadamente, trabajaba en modo virtual para la oficina, desde que nos mudamos de Rosario a Buenos Aires, hasta que la empresa me asignara una de las sucursales en las que presentarme a desempeñar mi profesión de contador. Pero, el fragor con que una rubia se metía dos pijas en la boca, o la violencia con la que un negro le desfloraba el culito a una colorada, no me motivaban como mis células esperaban, o como lo habían hecho en otras oportunidades. Así que, dejé el café en la mesa, me levanté y caminé como un zombi directo a la pieza de mi hija. Su cama estaba prolijamente tendida, y sus peluches acomodados junto a la almohada. Entonces, abrí su cajón de la ropa interior. ahí estaba plagado de bombachitas, medias, corpiños y shores bien cortitos. Seguro que no hallaría nada sucio. Pero en ese momento me daba igual. Abrí el cajón, hurgué como una rata pordiosera, y saqué uno a uno los calzoncitos de mi nena. Jugué con uno rosado entre mis dedos. Luego con uno verde agua, y más tarde con uno marrón con el dibujito de un delfín en la cola. me llamó la atención una bombachita azul con varios agujeritos. Evidentemente esa era viejita, porque, de acuerdo a como la veía estirada, no debía entrarle. Sentía la presión de mi pija como una contractura muscular inocultable, cuando mis manos acercaba cada una de esas bombachas a mi nariz. Algunas olían a perfumito. Otras a jabón, al sol del patio, y, tal vez fuera mi imaginación, pero percibía el aroma que había descubierto en aquella que reposaba entre sus sábanas. Especialmente en la marrón, la rosada, y en una amarilla con los elásticos vencidos. Como si la esencia de su sexo no tuviese la mínima intención de abandonar aquellos refugios de algodón. Cuando quise acordar, estaba parado contra su ropero, con la pija afuera del pantalón, y con la bombachita rosada enredada en el tronco. No sabía cómo, ni por qué había llegado a semejante cuadro. Pero me apretaba la chota, jugaba con mi glande y balbuceaba el nombre de mi hija, diciendo cosas como: ¡Qué hermosas bombachitas mi bebé, qué rico olorcito a nena limpia, a bebecita virgen, con la pielcita suave, la vagina fresquita, y el culito calentito!
Al tiempo, mi mano se había convertido en una caverna infame, y mi pija en el sube y baja de mis dedos fuertes, sosteniendo el lívido de mis huevos cargados de leche. Bombeaba y jadeaba cosas imprecisas, apretaba más el nudo de la bombachita de Abril un poco más cerca de mi glande, y me imaginaba a mi hija parada en la cama, desprendiéndose el guardapolvo, bajándose de a poco el pantalón, y deslumbrando a mis ojos con la ausencia de una bombachita que le cubra sus partes nobles, riéndose como una loca. Y sin más, un volcán implacable comenzó a socavar cada partícula de mi paciencia, y mi semen me quemaba la uretra al brotar como lava. Ensucié el suelo, mis zapatos, y por supuesto la bombacha rosada de Abril. Recuerdo que la lavé a mano en el baño, y que la colgué en el patio, junto a un puñado de ropa que permanecía allí. Por suerte, ni mi esposa ni Abril se percataron de aquello. Luego, en mi estudio, meditaba acerca de mis acciones. Debía ponerle un freno a esta locura. ¿Pero, qué tenía de malo largar leche con las bombachas de mi hija en la mano? Bueno, o acercármelas a la nariz, o enredarme alguna que otra en el pito. ¡Sí, estaba yendo demasiado lejos!, me repetía una voz muy parecida a la de mi mejor amigo. Pero, Abril no estaba en mis fantasías, a pesar de imaginarla.
En definitiva, conforme pasaban los días, intentaba serenarme cuando me quedaba a solas en casa, y no volver a la pieza de mi hija. Sin embargo, una noche, ni bien mi esposa anunció que ya estaba la comida, fui al baño a lavarme las manos. La luz estaba apagada. Así que entré, y la encendí. Abril estaba sentada en el inodoro, y no se sorprendió de mi intromisión. Le pedí disculpas, y procedí a lavarme las manos. Después de todo, no había problema porque yo no la miraba. Aunque, mi pija reaccionó de inmediato cuando mis ojos se fijaron que, la bombacha rosada que alguna vez le había ensuciado, permanecía estirada entre sus piernas, con algunas manchitas de pis en la tela. Su pantalón estaba prácticamente en sus tobillos.
¡Mami dice que ya está la comida amor! ¡Así que, cuando termines, lavate las manos, y bajá! ¡Además, papi te compró un postre!, le dije, acercándome para darle un beso. Ella se sonrojó, pero me agradeció, tratando de persuadirme para que le diga lo que le había traído.
¡Ya te vas a enterar! ¡Apurate, y subite bien esa bombacha, cochina!, le dije, mientras abría la puerta para dejarla a solas, aunque con la luz prendida. El impacto de mis palabras logró que mi verga elimine un tibio chorro de presemen sobre mi bóxer. ¡Qué linda se veía allí, sentadita, con la bombacha estirada, haciendo pis! Eso estaba claro, ya que no olía a caca. Luego, mientras comíamos, mi mente se perdía en los contornos de su bombacha abrazándole la conchita, y en los elásticos lamiéndole la cintura. Por lo tanto, preferí distraerme con las noticias de la tele, los problemas laborales de mi esposa, y las dos buenas notas que se había sacado Abril en la escuela. Por eso, cuando le di el postre, me la senté en las piernas, para que al fin sonría con todo su esplendor. ¡Sabía que le fascinaba el chocolate con maní! El tema es que, teniéndola encima, su aroma era un poco más polinizador para mis hormonas alborotadas. Yo me ofrecí a llevarla a su habitación, asesorándome que previamente se lave los dientes, ordene las cosas de la escuela, y me ayude a levantar la mesa. De esa forma, Paloma podía irse a la cama, y ya no quejarse del dolor de cabeza insoportable que, por momentos no le dejaba enfocar bien la vista.
¡Abi, sacate las medias, la bombacha, y ponete una limpia! ¡Y después el piyama! ¡Dale que yo no te miro! ¡Y, cuando terminás, me avisás, así llevo la ropa al lavadero! ¿Dale? ¡Metele, que yo no te miro! ¡Es más, me quedo mirando hacia la puerta!, le dije, convenciéndola de cambiarse, sin saber por qué. Pero mi hija hizo exactamente lo que le pedí, y luego de meterse en la cama, me dijo: ¡Ya está papi! ¡Dejé todo ahí, en el piso! ¿Me apagás la luz antes de irte?
Yo junté su ropa, le di un beso cariñoso en la mejilla, y tras apagarle la luz, corrí al lavadero. Tardé en comprender lo que tenía en las manos. Un pantalón de gimnasia de mi hija, sus medias, su remerita turquesa, un corpiñito, y su bombacha con manchitas de pis. No lo dudé un segundo. Me encerré en el lavadero, y olisqueé cada una de sus prendas. El pantalón estaba calentito en la entrepierna, y un poquito húmedo. La remerita, conservaba el olor de su piel, y de su transpiración juvenil. Ni hablar el corpiño. Sus medias rosadas, tenían la humedad reciente de sus pies. Pero, su bombachita, ahí se anidaba todo el aroma que me pervertía como a un lobo en celo. Apenas mi nariz la tocó, mi pija eliminó un furioso chorro de presemen en mi ropa, y entonces, empecé a pajearme, apoyado en el lavarropas, dispuesto a morirme de deseo, presa de las fragancias del cuerpo de Abril. Me acuerdo que me escupí una mano para lubricarme un poco más la verga, que sostenía su corpiño en mis labios, y que olía con desesperación la parte de la vagina y del culo de la bombacha. Estaba impregnada de ella, de su pis, de su culito perfecto, aunque chiquito y poco desarrollado aún. Me la imaginé en la casa de Magalí, su mejor amiga, y a su madre, que es una tremenda morocha de unos 40 años, persuadiendo a mi hija para que le cuente si tenía algún novio, o si le gustaba algún chico. A continuación, la visualicé sentada en sus piernas, y acaso, a ella manoseándole las tetitas. Oía en mi cerebro la dulce voz de Abril diciendo: ¡Ana! ¿Por qué a mi papi le gusta el olor de mis bombachitas? Suponía que Ana, la mamá de Magalí le respondía con mimitos en sus piernas, y le decía: ¡Porque tu papi te quiere mucho, y le interesa saber todo lo que pasa con tu cuerpito! ¡Por eso, tenés que dejar que él las encuentre, y que no te importe si tienen olor a pichí, o a lo que sea! ¿Ne entendés?
Mi pija aumentaba su grosor, y mis manos no daban a bastos con la energía que reclamaba mi simiente. Hasta que al fin la voz de mi esposa mencionó mi nombre, desde la lejanía de nuestro cuarto, y un estruendoso lechazo embadurnó la remerita, la bombacha y el corpiño de Abril. Creo que los mojé un poco en el lavatorio, y los metí en el cesto de la ropa sucia. No encontraba explicaciones a mi problema, o a mis desquicies revolucionados. Pero cada día amaba más los olores de mi nena.
Una mañana entré al cuarto de Abril para despertarla. Estaba convencido que era sábado, y que le tocaba ir a inglés. Enseguida, al ver su cama revuelta, sus zapatillas deportivas en cualquier lado, y varios libros desordenados en el suelo, recordé que mi esposa se la había llevado con ella al súper. Después irían a comer algo con la tía. ¡Claro! Era domingo, y yo tenía que ir a comer a lo de mis padres. Mi verga reaccionó al instante al descubrir una bombacha blanca con elásticos negros en el centro de la cama. La tomé en las manos, y un acto impulsivo me llevó a oler sus sábanas. Ahí, el olor de su piel era más armonioso, perpetuo y fuerte. En el medio de la cama, percibí que había ciertas humedades, y que el olor a pichí que tenía su bombacha, se reflejaba también en la sábana. ¿Mi hija se estaría masturbando? ¿Frotaría su vagina en la sábana, con la bombachita puesta? ¿O tal vez, se la bajaba un poquito para no mojársela del todo? ¿Se metería los deditos en la vagina? ¡A lo mejor, se nalguea la cola, o se mete los deditos también allí! ¡Por ahí, a la chancha se le ocurrió refregarse contra alguno de sus peluches! ¡Uuuuf, qué lindo sería verla toda repleta de juguitos! ¿Por qué nunca me percaté si usaba toallitas? ¡Ni siquiera sabía si mi hija se había hecho señorita! ¿Por qué mi mujer no me lo contó? Me daba manija como un enfermo, mientras mi olfato iba de la almohada a la bombacha, luego a la sábana, y a un corpiño especialmente pequeño. Cada vez tenía más con que rellenarlos, la muy guacha. ¿Acaso, ya la miraban otros chicos en la escuela? ¿O, algunos hombres en la calle? ¿O, alguna compañerita? El tema es que, poco a poco me desnudé la verga, y empecé a frotarla en su sábana, almohada, y obviamente sobre su bombachita mojada. Recuerdo que mencionaba su nombre, diciendo: ¡Qué rico el olor de tu camita bebé! ¡Te hacés pichí, con la bombacha puesta, cochina! ¡Te voy a tener que retar! ¡Vas a ver, cómo papi te pega con la pija en la cola, y te rompe la bombachita! ¡Así bebé, dale, frotate toda en la cama, así la vagina se te llena de cosquillitas!
Creo que el eco de mis palabras, jadeos, suspiros torpes, y las frotadas cada vez más enérgicas de mi pija contra sus sábanas, en un momento me quemaron la cabeza, y al fin un nuevo borbotón de semen se descontroló de mis tribulaciones. Por suerte, conseguí concentrar la mayor cantidad de semen en la bombacha y el corpiño. Pero, había salpicado su sábana, y un pantalón cortito que solía usar como piyama. Esa vez, llevé toda esa ropita al lavadero, sin siquiera molestarme en ocultar mi fechoría. Sabía que mi esposa, siempre metía todo al lavarropas, casi sin testear las prendas, gracias al apuro en el que vivía inmersa.
Un martes, volví a entrar al baño, casi que, sin darme cuenta, porque venía pensando en cosas de la oficina. Abril se lavaba los dientes, con una remerita azul y una bombachita blanca. Una de las tantas que había visto en sus cajones. Ella nunca tuvo pudores conmigo. Además, yo solo necesitaba una crema de afeitar.
¡Pa, mañana me tenés que llevar a comprar un libro, a un lugar que nos dijo la profe de lengua! ¿Podés?, me decía, enjuagándose los dientes, llenando de espuma el lavatorio. Yo le dije que sí, pero que tendría que ser después de las 6 de la tarde.
¡Sí pa, no hay problema! ¡Y, después, si querés me podés invitar a tomar un helado!, me dijo luego, estirándose para guardar su cepillo y la pasta dental en el botiquín. Mis ojos iban y venían de su sonrisa a los contornos de su bombacha, cada vez más adentro de su culito divino. Me alcanzó la crema de afeitar, me preguntó si le prestaba plata para comprarse una coca, y apenas le dije que sí, se me colgó de los hombros, sin importarle que estuviese en calzones, para decirme que era el mejor papá del mundo. Entonces, perplejo y perdido en pensamientos que no lograba ordenar, la escuché cuando me contó que su mejor amiga estaba triste porque se había peleado con su novio.
¡Bueno Abi, espero que vos, estés lejos de esas pavadas de novios, y todo eso! ¡Vos, ahora sos de papá y mamá! ¡Y, es importante que te concentres en tus estudios! ¡No quiero que andes triste, como tu amiga, si las cosas después salen mal!, le decía, sin darme cuenta que ella se había sentado en el inodoro para hacer pis. Cuando volví a mirarla, su bombachita estirada en sus piernas me seducía impaciente, mientras sus aguas menores caían sonoras en el inodoro, y ella sonreía, diciéndome que era un padre celoso y posesivo.
¡Sí, un padre celoso que, mejor ya se va, antes que me retes por estar con vos en el baño!, le dije, como quien no quiere la cosa, paralizado y sudando como nunca.
¡Ay, pa! ¡Soy tu hija, y estoy haciendo pichí! ¡No tiene nada de malo! ¿O acaso vos no me cambiabas los pañales?, me dijo en un arrebato de inspiración, bajándose un poco más la bombacha. Un halo de luz reflejó el color rosado de los labios y su vulva, justo cuando se movió para reírse de mi cara, seguramente fantasmal por lo que mis ojos observaban.
¡Bueno bueno, pero yo no quiero escuchar pedos, ni cosas raras! ¡Yo quiero seguir creyendo que las mujeres no hacen caca, ni se tiran pedos!, le dije, para hacerla reír. A ella siempre le causó gracia el desparpajo de lo escatológico.
¡Aaaah, no hacemos todo eso, pero sí nos meamos! ¡Estás re loco pa! ¡Pero te amo igual! ¡De todas formas, apenas me levante, entro a la ducha para bañarme! ¿No me traés una bombacha, y el vestido violeta que dejé en la cama? ¡La bombacha, no sé, elegí la que quieras de mi cajón!, me solicitó, a punto de levantarse. Como mis pies no me dejaban dar un paso sin recordarme que tenía la pija como de cemento, la vi subirse la bombacha, y caminar despacio hasta la ducha, donde finalmente abrió los grifos, una vez que yo la dejé a solas para cumplir con su encargo. Recuerdo que busqué con las manos temblorosas en sus cajones, y escogí una rosada con unas puntillitas en las piernas. Y no pude resistir la tentación de bajarme la bragueta, pelar la pija, y rozarme el glande con la parte que le coincide a su vagina. Dejé una huella de presemen en ella, y enseguida lamenté no tener a mano cualquier otra cosa en la que verter mi semen. Tuve que meterme la pija apresuradamente, agarrar el vestido y llevarle ambas cosas al baño, mientras adentro el agua arremolinaba vapores perfumados que flotaban en el techo, y empapaban los azulejos. La vi desnuda, en medio de una cortina de agua incesante y el pelo lleno de shampoo, y, preferí huir lo más rápido que me asistieran las piernas, sabiendo que algunas partículas de mi pija reposaban en la tela de la bombachita que en breve se iba a poner.
Al día siguiente, luego de comprar el libro, y mientras ella elegía los gustos del helado que, finalmente le invité, veía que un tipo de unos 40 se fijaba en ella. Es que, ese día tenía puesta una calza que le partía el culito en dos manzanas apetitosas, y ella no se percataba de tales miradas, apoyada en el mostrador de la heladería, respondiendo un mensaje con su celular. Encima, la calza se le bajaba un poquito, y un trozo de su bombachita rosa asomaba por los elásticos. Eso, irremediablemente logró que mi pija vuelva a ratonearse con ella, aunque más que eso, con la idea de ser poseída por ese hombre. ¡Qué lindo sería verla a upa de un tipo mayor, en bombacha, y que éste le estuviese enseñando cómo moverse! ¡La veía en mi mente, saltando, golpeando la pija de ese tipo, o de cualquier otro, con ese culito esponjoso, y con la bombachita repleta de gotitas de pis! De inmediato, me la imaginé en la casa de Magalí, y a su madre peinándole el pelo, mirándole las tetas, y los labios. Me la imaginaba envuelta en sus brazos, chocando su carita inocente con las tetas de aquel hembrón, y tal vez, pidiéndole que se fije si tenía la bombachita mojada.
¡Papi, ya elegí! ¿Pagamos? ¡Yo preferiría que lo comamos afuera! ¡Pedite el café bobo!, me decía Abril, devolviéndome a la realidad, mientras la empleada le ponía un cucurucho gigante en las manos. Una vez que mi frappuccino estuvo listo, fuimos a sentarnos a las mesitas de la vereda, y allí, mientras la veía lamer el helado, jugar con la cucharita, ensuciarse la remera y los dedos, volvía a imaginarla tan guarra como entregada al placer. Mi mente la situaba en cuatro patas, encima de cualquiera de los largos bancos que había en la heladería, lamiendo la pija de aquel cuarentón, oliendo su bóxer y besuqueando sus huevos, mientras me dedicaba sonrisas y miradas cómplices. Me la imaginaba diciéndole: ¡Sacame la bombacha papi, y oleme la vagina! ¡Fijate si la tengo calentita, y si es así, meteme todo ese cucurucho adentro, para que se me enfríe un poco la conchita, que no aguanto más!
Los días iban pasando, y las imágenes que se me recreaban en la mente de mi bebé a upa de otros hombres en el tren, en el micro, o sencillamente en el banco de una placita, o tal vez siendo manoseada por mujeres maduras, no tenía límites. Además, parecía adrede. Encontraba bombachas de Abi colgadas en los grifos de la ducha, en el lavatorio, en el suelo de su pieza, en el patio, encima de alguna reposera o puestas en la ventana que da al jardín. La mayoría usadas. Algunas más, y otras menos. Muchas con ese olor a pipí que me seducía gravemente. Una vez, mientras ella hacía un trabajo en la computadora, en el living, le pegué el grito desde el patio: ¡Abiii, te olvidaste una bombacha, la gorra, y un corpiño en la reposera que usa mamá! ¡Sabés cómo se pone cuando encuentra despelote!
¡Sí paaa, ya sé! ¿Me llevás todo eso al lavadero, porfi? ¡Si me desconcentro ahora, me pego un tiro!, me dijo, un tanto presionada por sus tareas escolares. Yo sabía que Paloma todavía no llegaba de la oficina. Era el momento ideal. ¡Pero, tu hija está en tu casa, en el living!, me repetía como un disco rayado. Sin embargo, sabiéndome solo, apenas provisto de un atardecer luminoso, saqué la pija de entre mis ropas, y me dispuse a oler como un enamorado aquella bombachita. Tenía un olor a pis fuerte, mucho más dulce y a la vez histérico, revelador, y todavía húmedo. Mi verga parecía a punto del desmayo. Mis huevos, me pesaban más que mil años de historia. La bombacha de Abi se frotaba en mi nariz, y mi lengua se atrevía a saborear los costaditos, los elásticos, y el centro, donde un sabor entre salado y ferviente me regalaba un picor especial en las papilas gustativas. La olía, lamía, besuqueaba y mordía despacito, gimiendo cosas que no tenían sentido, mientras me amacijaba la verga, pellizcaba mi escroto y bajaba el prepucio para que mi glande florezca ardiente de presemen. Algunas brisas intranquilas me alborotaban el pelo, y el sudor que me perlaba la frente me hacían sentir tan absurdo como imbécil. Pero no podía detenerme. Tenía que regalarle la leche a mi bebé. Imaginaba su boquita a pocos centímetros de mi pija, sus piernitas arrodilladas sobre el césped, sus tetitas desnudas, las pequitas de su cuello, su pelo perfumado al viento, y una bombachita cubriéndole el bultito en el que se convertía su vulva. Enseguida la visualicé con una pollerita, como hacía unos años atrás, en los que la madre la retaba por no ponerse bombacha. Mis huevos se volvían más inclementes, y el aroma de Abi ardía en mis fosas nasales como un incienso de jazmines exóticos, mientras mi pija latía como a punto de dar a luz a un centenar de luciérnagas.
¡Papi! ¿Podrás hacerme una leche con chocolate? ¡Posta que, todavía no termino! ¡No paré ni para hacer pis! ¡Y, si hay alguna facturita, me gustaría comer una, calentita, en el micro, aunque sea! ¿Podrás? ¡Daaale, porfiii!, me decía mi hija, a tanta distancia de mis escrúpulos derrotados que, me pareció que me hablaba al oído. Tuve que serenarme para responderle.
¡Sí mi amor! ¡Ya te preparo, y te llevo la lechita! ¡Pero vos, no te hagas la loca! ¡Pará un ratito, andá al baño, hacé pipí, y volvés a trabajar! ¡No es bueno aguantarse bebé!, le dije, entre avergonzado y al borde de explotar de semen, alegría y desconcierto.
¡Gracias paaaa! ¡Sos el mejor! ¡Pero, no me digas bebé, porque, si me lo volvés a decir, me hago pis acá, sentada en la silla de mami!, repiqueteó la voz de Abi como una llovizna seductora, y enseguida el sonido de su risa se mezcló con el canto de una cigarra.
¡Ni se te ocurra amor! ¡No te hagas pichí ahí, porque, mami te va a reventar! ¡Y ahí sí que vas a ser una bebé, cochina! ¡Ahí voy, y te caliento la leche!, le dije, deseando que todo lo que le pedía se vuelva en mi contra, y que, al llevarle su merienda, al fin la encuentre toda meada, a punto de ponerse a llorar de la vergüenza. En ese instante los apretujes de mis manos no le tenían piedad a mi verga, ni a mis huevos. Me pajeaba con un frenesí que no le cabía a la estructura de mis huesos tensos, casi tanto como mi escroto.
¡Sí bebé, meate toda ahí, sentadita, y sacate la bombachita para papi, y frotásela en la cara, que ya te llevo la leche! ¡Te doy la lechita bebé, toda la leche, guachita atrevida! ¡Dale, abrí esa boquita, y mostrame esas tetas, mientras se te cae la babita, nena lecheraaaa!, decía en voz baja, en medio de una sensación de angustia, confort, agobio y desesperación, mientras el primer hilo de semen caía al césped, al que le siguió una catarata seminal tan copiosa y espesa que, el glande me ardía gravemente mientras lo expulsaba.
¡Papiii, daleee, mi leche porfiiiis! ¡Dale, o me hago pis, y vos vas a ser el culpable!, me desafió una vez más mi hija desde el living, y entonces, unos sacudones propios de una enfermedad desconocida me llevaron a gemir, apretarme la pija con todo, y al fin eliminar los últimos chorros de semen, los que golpearon la tela de la bombacha de Abi, una vez que yo la dispuse para dejarle impregnado mi legado sexual. Cuando recobré la compostura, fui a la cocina para prepararle la merienda, luego de apelotonar su bombachita pegoteada entre la ropa sucia del lavadero. Cuando al fin logré llevarle todo, tuve miedo de volver a sucumbir a otro desatino incalculable, ya que mi Abi estaba en corpiño, y tan solo con una bombacha negra, ya que el calor no nos dejaba pensar en paz. Aún así, me le acerqué para molestarla, y la olí, diciéndole que era una nena cochina, que pensaba en mearse en la silla de su madre. Y todo por una factura caliente, y un vaso de leche con chocolate.
¡Por una factura y una leche como las que vos me preparás, me hago pichí todos los días papi!, me dijo sonriendo con inocencia, mientras mi pene experimentaba un nuevo y desenfrenado deseo de tirarla en el sillón para abrirle las piernas, bajarle la bombacha y olfatearle la conchita hasta quedarme sin aliento.
Finalmente, Abi terminó séptimo grado con las mejores notas que pudiera tener. Hubo regalos, comidas ricas, golosinas, y otros peluches nuevos para ella. Siempre le gustaron los peluches. En especial los gatitos o conejitos. Pero, para mi mente atribulada por las conmociones de sus aromas, y su ropita interior dando vueltas por la casa, se le sumaron las vacaciones. Eso significaba que Abril pasaría el tiempo a sus anchas, ordenando lo menos posible, y paseándose por todos lados como le plazca. Su madre seguía laburando como negra, y yo, todavía esperando la resolución para presentarme en una oficina de forma presencial. Por lo tanto, yo me la pasaba con ella. Me tocaba levantar sus medias, remeras, bombachitas, corpiños, y demás estropicios de su cuarto, o del baño. Parecía que me lo hacía a propósito, porque sus bombachitas estaban cada vez más mojadas, olorosas y fragantes para mi deleite. Una vez le pregunté, como quien no quiere la cosa, si últimamente le costaba levantarse en la noche para ir al baño.
¡No papi! ¿Por?, había sido su respuesta, mientras se comía un panchito repleto de mayonesa.
¡Porque, todas tus bombachas, están mojadas, nena! ¡No sé qué te anda pasando!, llegué a balbucear, muerto de intriga, sintiendo que se me ponía colorado hasta el apellido.
¡Uuuy, no sé pa! ¡Por ahí, bueno, como me levanto rápido al baño, y bueno, siempre alguna gota se me escapa! ¡Pero, vos llevá todo al lavarropas, y no te preocupes!, me confesaba, sin inmutarse, ni dejar de llenarse la boca con salchichas.
Pero, al otro día de los reyes magos, sucedió lo que tal vez me temía en el fondo, o lo que presagiaban mis peores fortalezas. Yo tenía clarísimo que jamás le haría nada a mi Abi. Pero, no podía alejarme de sus bombachitas, ni del olor de su corpiño, ni de la suavidad de sus remeritas sudadas. Por eso, gracias a esos descuidos, cada vez me importaba menos la cantidad de semen que vertía sobre sus bombachas, y pronto sobre sus corpiños. Total, entre la ropa sucia, todo estaría igual de sucio, sudado, con manchas y olores corporales. Aquella tarde Abril se había quedado en lo de los abuelos, y Paloma tenía una juntada con sus amigas. Yo, había organizado un partidito de fútbol con mis ex compañeros del secundario. Pero el calor implacable no era el mejor de los consejeros para andar desparramando músculo y la poca salud en una canchita sin sombras, ni pasto prolijo. Entonces, todos, cada uno de ellos y yo, fuimos suspendiendo el partidito, y postergarlo para alguna noche fresca. Así que, tuve luz verde para hacer lo que quisiera. No lo pensé dos veces. Entré a la pieza de Abi, encendí el ventilador de techo, y busqué lo que tanto les hacía falta a mis ansias. Y lo encontré. Había un puñado de medias sucias, y una bombacha negra bajo su cama, y otra bombachita usada entre los peluches que reposaban en el colchón. Me senté, saqué la pija de la prisión de mi bermuda, y me decidí a oler, chupar, mordisquear y frotar la bombachita negra en toda mi cara. Mientras tanto, mis jadeos y suspiros comenzaban a oírse en el eco del cuarto a solas. Mi pija ya sonaba toda babosa entre mis manos, y mi glande salpicaba tanto presemen como las gotas de saliva que se fugaban de mis labios.
¡Seguro que dejaste todo esto para papi, Abi chancha! ¡Te encanta mojarte la bombachita para tu papá, y para el papá de la tetona de Magui! ¡Dale amor, asíii, pedime que te muestre la pija, y vos, tocate las tetitas! ¡Qué locos se pondrían mis amigos si les muestro una bombachita tuya, toda meada, y así de mojadita mi bebé!, me escuché murmurar, cegado en mi propio incendio, abriendo un nuevo capítulo en solitario, y esta vez, dispuesto a inseminarle todas las bombachitas que encontrara por ahí. Sabía que la puerta de calle estaba con llave, y que mi celular permanecía con sonido, por si acaso. Me imaginé de repente los labios de mi Abi rodeándole la pija al papá de su mejor amiga, y mi verga parecía querer salir despedida de mi pubis. Luego, oía en mi mente el restallido de su culito inocente contra la pija de cualquier camionero, saltándole y franeleándose hasta que, al fin, aquella arma de carne y jugos pudiera penetrarle la zanjita, o inundarle la conchita de semen.
¡Sí, así hijita, dejá que el camionero te rompa la bombacha, y te dé pijazos en la carita, así bebé, mientras vos, te hacés pipí, comiendo la verga caliente de papi! ¡Uuuf, cómo se deben chuponear con Magui, a escondidas, cuando se queda a dormir en casita! ¡Seguro duermen abrazadas, y en bombachita, para frotarse las vaginas, pendejitas sucias, las dos!, decía incoherente, lejos de la órbita del mundo, hecho un despojo de fantasías indomables, al tiempo que me estrujaba la pija, la hacía crecer aún más a fuerza de cachetazos, tingazos y anillos apretados entre mis dedos índice y pulgar, y me asfixiaba con el olor a sexo de mi bebé, representado en esa bombacha. No tardé en oler las otras que había recogido, ni en frotarme uno de sus conejitos de peluche en la chota.
¡Aaaah, miralo vos al puerco de mi marido! ¡Así te quería agarrar, degenerado! ¡Todo este tiempo estuviste jugando a esto! ¡Sos un cochino, inmundo, y pervertido!, exclamó de pronto la voz de Paloma en el umbral de la puerta, vestida con un solerito rojo, unas chatitas y una trenza en el pelo.
¡Palo, perdoname, pero no es lo que pensás!, traté de articular, sin saber qué hacer primero. No podía soltar las bombachas, ni guardar la pija, ni moverme de la cama, ni mirarla a los ojos.
¡Te quedás ahí Mariano, quietito, y sin hablar! ¿Vos pensás que soy estúpida? ¡Vi restos de semen en las bombachas de tu hija, cuando las juntaba para ordenar los lavados! ¿Tanto te calientan sus calzones sucios?, me preguntaba Paloma, dando unos pasos lentos hasta donde mi humanidad reposaba incolumne, sin defensas ni respuestas para dar.
¡Dale, hablá ahora! ¿O te cagaste encima? ¿O te dio un shock saber que te descubrí? ¡Se suspendió la reunión con las chicas, porque una de ellas, Analía, tuvo un accidente, y la internaron! ¡Nada grave! ¡Y vos, acá, como un perro, revolcándote en las cochinadas de tu hija! ¿Te gustan sus tetitas? ¿O su culito? ¡Contestame Mariano!, me decía, acentuando un cachetazo en mi mejilla izquierda con sus últimas palabras. yo, me había convertido en un niño sin voz, con lágrimas a punto de estallar, y con una sed irreproducible.
¡No sé Palo! ¡Pero, No es como vos creés! ¡Jamás le toqué un pelo a la Abi! ¡Ni lo haré jamás!, tartamudeé lleno de temblores, salivando más que antes, aunque ahora era de un temor asesino que no me dejaba mover una pestaña. No supe qué decirle en cuanto a su amiga. Ni siquiera estaba seguro de recordar de quién se trataba cuando me la mencionó.
¡Ya sé boludo, sé perfectamente que no la tocaste! ¡Además, eso sería lo último que hagas en tu vida, si te atrevés a hacerlo! ¡Yo me refiero, por ejemplo, a esto!, me dijo, furiosa como un tigre defendiendo a su cría, extrayendo de algún lado una bombacha blanca con moñitos rosados a los costados de nuestra hija. Una de las que había embarrado de semen la noche anterior. No le respondí, y eso aumentó gravemente sus ganas de abatirme.
¿Qué me decís de esto? ¿En qué pensabas cuando se la llenaste de semen? ¿En el olor de su conchita?, me decía, fregándome aquel ejemplar manchado en la cara.
¿Y qué pensabas cuando le ensuciaste esto? ¿Te imaginaste que se lo pondría, e iría a la escuela con tu semen en las tetas?, me gritaba luego, mostrándome un corpiñito rosado, uno de mis favoritos. Aquel no tenía semen, pero sí restos de mi saliva. Me dio un par de cachetadas, y me zamarreó de la pija, diciéndome con brío: ¡Mirá lo dura que se te pone la verga! ¡Mirá cómo se te moja la puntita, por las bombachas de tu hija, asqueroso!
En ese momento, pensé en compartirle mis fantasías. Pero creí que abusaría demasiado de mi suerte. ¡No entendía cómo ella todavía no me había clavado un cuchillo en el estómago!
¡Dale hijo de puta! ¡Olé esta bombachita, que está meada! ¡A veces se mea tu bebé! ¿Viste? ¡Le dije mil veces que se limpie la conchita en la escuela, y que no salga apurada, sin terminar siquiera de arreglarse bien la bombacha!, me decía Paloma, ahora restregándome una bombachita negra con un tremendo agujero en la cola, súper fragante y húmeda. Y de pronto me dejó allí sentado, estupefacto, inmóvil y sin ganas de otra cosa que, de respirar, solo para que la sangre siga fluyendo por mis venas. Fue hasta el cajón de la ropa interior de Abi, lo arrancó prácticamente del ropero, y se llenó los brazos con sus medias, bombachas y corpiños.
¿A ver? ¡Vamos a ver, cuál de estas puede ser tu preferida! ¿Te gusta que huelan a jaboncito? ¿O a perfumito? ¿O a pichí? ¡Mirá, esta es re monona! ¡Se la compró la tía!, me decía, acercándome una bombacha negra con mariposas por todos lados. Me la pasó por la nariz, y luego por la chota. De hecho, durante un rato estuvo colgada de mi erección.
¡Bueno, esta también tiene lo suyo! ¡Seguro la conocés! ¡La vi en el cesto de la ropa, pegoteada de tu leche, pajero de mierda! ¡Mirala bien!, me decía entonces, aunque ya no se alteraba. Es más. Su voz parecía endulzarse a medida que transcurría el tiempo. Esa bombacha, era una verde con pintitas en la parte de adelante, con unos detalles en el elástico. Y, tenía toda la razón del mundo porque, se la había enlechado muchas veces.
¡Esta es una de las preferidas de Abi! ¡Ya le dije que la va a gastar de tanto usarla! ¡Por eso la encontrás seguido! ¡Fijate que, el olor a pis no se le va, por más que se la lave mil veces!, anunciaba, obligándome a olerla, y a pasarle la lengua por la parte de la vagina. Yo, aún no podía articular palabras. ya no me tocaba la pija, pero los huevos me dolían con una tenacidad pocas veces deseables para cualquier hombre. El pito se me ponía más y más duro. Para colmo, Paloma, ni sé en qué momento, de repente se reveló ante mis ojos con los pechos al aire.
¡Olela cerdo, dale, olé esa bombachita! ¿O te gusta más esta? ¿Esta, le para bien el culito! ¡Y, esta otra, le hace la vulvita más gorda, carnosa y prominente! ¡Olela toda, y lamela, pasale la lengüita, y mordela si querés! ¡Imaginate cómo se le meten en el culo, y se le mojan con esa conchita inocente que tiene!, me decía luego mi mujer, ahora restregándome todas las bombachas que pasaban de mi nariz a mi boca por el pito. Tanto que, de repente estuve tirado sobre la cama, boca abajo, con el abdomen y el pubis repletos de bombachas y corpiños. ¿Eran presunciones mías? ¿O mi mujer estaba tan excitada como yo, con las bombachas de Abi? ¡Pero, no podía ser! ¡Seguro estaba soñando, o me había pasado de rosca en el laburo, y me había dado un ataque nervioso! ¿Acaso me había ido de mambo con los somníferos? Pero todo era tan real como el aliento que formaba nubes radioactivas frente a mi humanidad desconcertada.
¡Dale guacho, pajeate, y fantaseá que tu hija, está haciendo gimnasia, mostrándole la bombachita al profe! ¿Cuál querés que le muestre? ¿Esta rosadita? ¿O la blanquita que tiene los elásticos vencidos? ¡Dale, así, sacudite la verga para ella! ¡Dale, que quiero ver cómo la deseás, sentir cómo te pone la pija el olor de su sexo! ¿Te calientan sus medias también? ¡Tomá, acá tenés unas azules re lindas! ¡Esas, se las compraste vos!, me decía, ahora revoleándome más prendas de Abi, y, ante mi excluyente sorpresa, apretándose los pezones, acercando de a poco sus ojos a las manualidades e mis dedos en mi verga tiesa como un monumento. Agarró la bombacha de las mariposas, se la pasó por las tetas, y la escupió para luego arrojarla al suelo. Después, juntó varias bombachas para frotármelas en la verga, al tiempo que me decía, ¡Dale papi, acabale todo en las bombachas a esa sucia! ¡Dale, así se las dejás todas bien pegoteadas, y mañana la mandás a la escuela así, toda sucia, con leche en el corpiño, y en la bombacha! ¿Eso querés? ¿Te calienta que otros hombres la huelan, y sepan que huele a macho?
Yo estaba tan extasiado, confundido y en llamas que, no supe más que seguir alimentando al monstruo de mis ansiedades, dejando que ella me pajee la pija, que me muerda el escroto de vez en cuando, que me rasguñe las tetillas, especialmente cuando yo le decía que imaginaba a nuestra hija mostrándole el culo a todos en un colectivo lleno de tipos, o que la recreaba haciéndose pis encima en la escuela, delante de la directora.
¿Sí? ¿Y, te imaginás que esa guarra la acuesta arriba de una mesa, le baja el pantaloncito y la bombacha, y se pone a lamerla toda? ¿Como una perra a su cachorrita? ¿Y te imaginás a esos hombres, apoyándole sus pijas en la cola? ¿o, pidiéndole que se suba la pollera para mirarle la bombacha? ¡Dale, largá la lechita gordo, llenale todo de leche a tu bebé! ¿Te gusta decirle bebé? ¡Tomá, acá tenés la almohada de tu bebé! ¡Está llena de babita! ¡La chancha, se babea toda cuando tiene pesadillas! Me dijo entonces, asfixiándome por un momento con la almohada de Abi, mientras su mano y un montón de bombachitas sucias y limpias se ocupaban de mi pija. Algunas estaban prácticamente anudadas a mi tronco, y ella las tironeaba para darme más placer. El olor de la almohada de Abi me calentaba tanto como sus olores íntimos. Y, de pronto, Paloma me hizo oler la última bombacha. Esa, era una roja que no había visto. Más tarde sabría que la había recogido de debajo de su cama. Estaba meada con ganas, y bastante estirada. Según Paloma, Abi se había masturbado a sus anchas, con esa bombacha puesta.
¡Sí gordo, es obvio que se metió deditos, se meó una y otra vez, y se acabó! ¡Andá a saber en qué piensa la mente cochina de tu bebé! ¡Por ahí, sueña con la mamadera de su papi! ¡O, que le hace oler su bombacha cuando se la saca, antes de bañarse! ¡O, quizás, te vio el pito duro, después de oler su corpiño!, me decía Paloma, en ese instante mordiéndome los labios con pasión, pajeándome la verga con una adrenalina insondable, y por poco haciéndome tragar la bombachita roja de Abi. Y, de repente, una sacudida feroz, un gruñido demoledor y unos estremecimientos de otro mundo hicieron temblar el techo del cuarto de nuestra hija. Mi semen no podía esperar más. Se había acumulado demasiado. Tanto que, alcanzó a ensuciar las 20 o 30 bombachas que mi mujer eligió para engalanar con mi simiente, y para algunos corpiños. También se apresuró a refregar la almohada en mi glande cuando algunas gotas brotaban exhaustas y fecundas. Me comía la boca con ganas, y su lengua parecía tan dulce como el alivio de mis testículos al sortear cada uno de los albores de sus exigencias. No quería mirarla a los ojos cuando todo hubiera terminado. Pero ella no parecía horrorizada, ni furiosa, ni a punto de echarse a llorar, ni con ganas de acuchillarme.
¿Te gustó gordo? ¿Te gustó ensuciarle todas las bombachas a esa bebé? ¡Bueno, ahora, vos te vas a ocupar de lavárselas todas! ¿OK? ¡Después vamos a charlar de esto! ¿Pero, no te preocupes! ¡A mí, me gusta complacerte con todo lo que sé que te gusta! ¡Siempre y cuando Abi quede afuera de nuestras locuritas, no veo razones para, bueno, para que dejes de calentarte el pito con su olor a conchita! ¡Aaah, y siempre que no te olvides del mío!, me decía Paloma, una vez que hubo recogido todas las bombachas enlechadas en el centro de la cama. Al final, antes de permitirme ponerme de pie, se levantó la pollera, me agarró del pelo, y me sometió a la fragancia, humedad y calor de su sexo endiablado. No pude irme, hasta que mis dedos y lengua no le arrancó un orgasmo que, creí que podía escucharse a kilómetros de nuestro departamento.
¡No podía creerlo! ¡No debía contárselo a nadie! ¿Qué dirían mi mejor amigo? ¿Tendría que hacer terapia? ¿Y, acaso Paloma también? Bueno, sea lo que sea, durante un tiempo estuve calmado. Hasta la tarde en que mi esposa me llamó desde el lavadero.
¡Gordo, vení, que tengo una sorpresa! ¡Tu Abi, tu bebé, tuvo problemas en la escuela! ¡Parece que la pasó tan bien con sus amigas que, no se dio cuenta, y se hizo pipí! ¡Te va a encantar!, me decía con una dulzura en la voz que advertía peligro. Fin
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Mmmm que rico¡ yo me robé dos bombachitas de mi sobrina y me masturbaba con ellas mmmm, es delicioso.
ResponderEliminarCreo que todos alguna vez incurren en las bombachas de parientes... el que no lo hizo, bueno, estuvo tentado de hacerlo. Es como los que dicen que no hacen pis en una pileta! Jejejeje!
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