En esa época, Luli era la almacenera del barrio. Con el tiempo me enteré que antes de eso, a los 11 años, algunos la señalaban como a una de las más putitas de la zona. A los 12 quedó embarazada. A los 13 dio a luz a Virginia (Vicky). La nena heredó todo de su madre. Desde su amplia sonrisa hasta su atractivo. A los 19 Luli medía algo más de un metro setenta, tenía una cintura delgada, una cola no muy grande pero firme, pelo rubio, ojos celestes, labios carnosos. Y, lo más importante para mí, más de cien de pechos. Yo tenía 9 años cuando la descubrí así de hembra, hermosa y provocativa.
Desde mi punto de vista de niño, Luli era la chica simpática, dulce, alegre y empática del barrio. Un barrio de clase obrera, con poca gente de mi edad, y e la de ella. Recuerdo que no tenía muchos chicos a los que visitar. Tampoco me llevaba mucho con mis primos. La mayoría eran más grandes que yo, y vivían lejos.
Recuerdo que uno de esos días soleados, solitarios y repletos de olor a comida por todos lados, hice lo que solía hacer cuando salía de la escuela. Me quedaba largo rato en un baldío, pensando en otro terrible día que había tenido. Claro que, en esos tiempos, los niños podían ir y venir de la casa a la escuela, y viceversa, sin problemas ni miedos. A ni me hacían mucho bulling y sabía bancarla al frente de los demás. Pero llegaba un momento en el que estallaba en llanto. Todo porque era un poco más gordito que el resto de mis compañeros, y porque tenía que usar anteojos para leer el pizarrón. Entonces, había logrado una rutina en la que sostenía la calma, hasta que me tocaba cruzar por ese lugar. Me acomodaba en los matorrales, y allí permitía que la angustia me venciera. En mi casa, mis muy negligentes padres, jamás notaron que había estado llorando. Aquello era un signo de debilidad. Creo que por eso mismo me eligió Luli.
En una de esas ocasiones, ella cruzó la calle y se metió en el baldío. Me vio y se acercó para preguntarme qué me pasaba. Yo no le dije nada. Ella se sentó a mi lado, me hizo apoyar mi cabeza en su hombro y me acarició el pelo, hasta que me calmé. Por primera vez en mi mundo infantil no me sentí solo. Aunque ni siquiera le había explicado lo que me pasaba.
Estuvimos un cuarto de hora, minutos más o menos. Ella no insistió en seguir preguntándome. Solo me dijo que vaya más tarde, o al otro día a su almacén, que tenía un regalito para mí. Y sin más, me dio un chocolatín. No supe de dónde lo había sacado. Pero siempre se lo agradecí.
En las semanas siguientes, a veces se acercaba a mi casa cuando me veía afuera. Me preguntaba cómo me sentía. Un par de veces se sentó conmigo. Una vez hasta jugamos juntos con los autitos. A algunos nenes les parecía raro. Pero yo me sentía más que bien.
Luli solía vestirse e un modo bastante conservador. Jean y polera, y algunas veces una calza. En verano, shorts no demasiado cortos. Un día, durante las vacaciones de invierno, fui a su almacén a comprarle algo. Yo estaba todo el día solo, ya que no había clases, y mis padres, bien gracias. En su negocio la cosa era simple. Ir y ver si ella estaba atendiendo. Si estaba cerrado, volvía más tarde. Era comprensible, con su hija tan chiquita y poca asistencia de su familia. No obstante, por lo que recuerdo, esa semana sus padres habían ido a visitar a sus tíos, y se llevaron a Vicky. Luli estaba sola, tarareando algo, y más sonriente que nunca. La agarré cerrando.
¿Me podés vender un chocolate, Luli?, le balbuceé. Ella dudó, miró hacia adentro, dudó, y me guiñó un ojo.
¡Entrá bebé! Me dijo mordiéndose un labio. Yo entré. Entonces se inclinó para quedar a la altura de mi cara.
¡A mi nene favorito se lo regalo!, susurró cerca de mi oreja. Me dio a elegir cualquiera que me gustara. Yo le pedí uno con almendras.
¿Me podés ayudar un segundo, Martincito?, me preguntó enseguida. Yo asentí, ansioso por poder ser útil en lo general, y lo particular. Ella puso el cartel que decía cerrado, me tomó de la mano y entramos a su casa. Cerró la puerta que divide el negocio de su casa, y me hizo esperarla en la puerta de su dormitorio. Me acuerdo que había olor a papas fritas.
¡Dame dos segundos, que ya vengo! ¿Sí?, me dijo sonriendo. Le daba todos los segundos que me pidiera. Ella entró apurada, y un poquito después me llamó. Adentro de su pieza, toda la ropa que llevaba estaba tirada sobre su cama. Ahora tenía puesto un vestido largo con cierre en la espalda.
¡Necesito probarme esto! ¡Se casa un primo! ¿Pero, es? ¡No puedo subirme el cierre sola, Martincito!, me dijo. entendí entonces lo que quería. Todo fue muy rápido. Me acerqué, se agachó, y se lo subí. Se miró al espejo unos segundos, y se dio la vuelta para verme.
¿Y? ¡te pregunto a vos, que sos varón! ¿Cómo me queda?, canturreó. La elogié lo mejor que pude. Aunque me sentí insuficiente.
¿Tirame mi remera de la cama, y esperame afuera mi amor!, me dijo luego, divertida por mis palabras. yo estiré mi mano, tomé su remera y, antes de que pudiera dársela, descubrí que bajo su cama había algo que me distrajo. Era una revista porno, impresa unos 10 o 15 años antes. Una rubia despampanante en tanga, se masturbaba súper feliz. Sus pechos debían ser casi tan grandes como los de Luli.
¡Tch Tch! ¿Qué hacés mirando eso? ¡Cochino! Luli se había acercado a mi oído para humedecerlo con su reproche. ¡Es para nenes más grandes, eso, Martincito!
Estiré mi mano para darle al fin la remera, sin mirarla, ni a la revista. De repente tuve vergüenza. Ella soltó una risita, más cómplice que burlesca. Lo que me hizo sentir mejor.
¡Vamos, sacá eso de ahí, así lo guardo en otro lado! ¡Si no, tus papás van a creer que soy mala! ¡No te puedo andar mostrando esas cosas que nunca viste!, me dijo sin perder la paciencia.
¿Sí, Ya las vi!, le sinceré. Pero me arrepentí de inmediato.
¿Sí? ¿Dónde? ¡Date vuelta que me tengo que cambiar!, me decía mientras tomaba el resto de su ropa.
¡En la escuela! ¡Un chico llevó una, y yo Vi! ¡Todos vimos!, le dije, dándome vuelta.
¡Ajá! ¡Yo decía de verdad, y no en fotos!, aclaró.
¡Ah, no, eso no!, me corregí. Luli se sentó en la cama. Ya se había puesto las medias, la bombacha blanca y la remera que apenas la cubría un poco. Cruzó las piernas y me clavó la mirada.
¡Bueno! ¿Por lo menos tu amiguito te dejó ver las revistas?, me decía mientras me enmarañaba el pelo con su mano izquierda. De inmediato bajé la mirada, y ella supo interpretarme.
¿No te las mostró? ¡Qué malo ese nene!, pronunció, casi sin mover los labios. Yo negué con la cabeza.
¿Qué pasó, Marticito?, averiguó. Le conté que tuve que darle las pocas monedas que tenía para que me deje mirar un poco más, y que a los demás no les cobraba.
¡Necesitás mejores amigos bebé! ¿Querés ser mi amigo especial?, me ilusionó. Me quedé mirándola.
¡Los amigos especiales guardan todos los secretos! ¿Querés que guarde todos tus secretos y no le cuente a nadie nada que no quieras?, agregó. Yo le dije que sí.
¡Este va a ser uno de nuestros secretos!, dijo entonces, y se sacó la remera. Sus inmensas tetas desnudas se exhibían ante mis ojos como peligrosas golosinas. Mi pitito se puso duro como una piedra de inmediato. Y debe haber sido más que obvio, porque ella se reía mientras murmuraba: ¿Viste? ¡Por esto no tenés que pagar! ¿Y sabés por qué?
¡Porque, vos sos mi amiga especial!, le dije, oyéndome como un tonto.
¿Querés sentirlas, amor?, me preguntó, acariciándome una pierna. No esperó mis respuestas. Luli tomó mis manitos y las puso sobre sus tetas tremendas. Me hizo tocar, apretar, acariciar y manosear.
¡Así, tocame las tetas bebé, que son todas para os! ¡Para mi amiguito especial, y chancho!, me dijo, y su voz comenzaba a parecerse a un sollozo repleto de felicidades. Yo era un poco chico para mi edad, y ella un poco más alta que el promedio de las chicas e 19 años. Me tomó de las caderas y me sentó sobre sus piernas, de lado.
¡Chupame las tetas guacho!, musitó. Ella tomó mi cara y la apretó contra su piel cada vez más caliente.
¡Abrí la boca!, me exigió, y ella me metió un pezón entre los labios. Tomó mi mano y la puso en la otra teta, gimiendo mientras mi lengua inexperta mamaba de su ubre, que se le endurecía con ternura. Luego, como pudo me fue desvistiendo mientras jugábamos, me hacía cosquillas, o me pasaba su teta babeada por la cara. Me dio tanta vergüenza que casi me pongo a llorar.
¡Shhh, tranquilo, que la gente la pasa bien sin ropita, como la chica de la foto, en la revista!, me decía para calmarme, y yo le creía. Me sentó en la cama, prácticamente desnudo, y puso un video en su DVD. Era una porno bastante salvaje. Cuatro tipos se cogían muy duro a dos chicas muy jóvenes. Y de pronto, cuando instintivamente una de mis manos comenzó a juguetear con mi pitito, Luli me sentó en sus piernas, de espaldas a ella, con mis piernitas a los costados, mientras me decía: ¿Ves? ¡Así se divierte la gente más grande! ¿Te gusta? ¿Querés divertirte así, guachito hermoso?
No le respondí. Pero me hacía feliz que su mano estuviese en mi pitito.
¡Podemos jugar así! ¡Pero tenés que hablarme como un nene grande! ¿Sabés cómo se llama lo que te estoy haciendo, con mi manito?, me decía. Obviamente, yo no tenía idea. Si bien escuchaba a los más grandes hablar de pajas, o de hacerse la paja, no sabía de qué se trataba.
¡te estoy haciendo la paja, Martín! ¡Ahora, decime vos! ¡Hacé una oración como corresponde, como en la escuela, como un nene grande!, me pidió Luli.
¡Voy a la casa de Luli a visitarla, y ella me hace la paja!, recité.
¡Muuuy bien! ¡Así se hace!, me felicitó. Ella estaba claramente complacida.
¡Voy a visitar a Luli, y ella me deja chuparle las tetas!, dije luego, buscando más de su aprobación. Ella soltó una risita.
¡Qué rápido que aprendés bebé, nenito chancho!, me dijo al oído. Luego me sentó en la cama, tomó de nuevo mi manito y la colocó adentro de su bombacha. Estaba húmeda, ardía, y parecía caliente. Pensé que, podría haberse hecho pis, y a mí, me daban ganas de mearme, o de algo parecido.
¿Ves? ¡Así me pongo cuando hacés cosas que me gustan! ¡Me encanta sentirme así!, decía, mientras se agachaba un poquito, aprovechándose de mis piernitas colgando. Al fin se arrodilló y dijo: ¡Esto se llama pete, o chupar pija, o verga, o, comerse un rico pitito!
Se acomodó entre mis piernas, puso mis tobillos sobre sus hombros y comenzó a petearme con dulzura. Yo sentía que el pito se me prendía fuego. Era demasiado para mi primera vez. Tanto que en menos de un minuto acabé en su boca. Ella se reía divertida, llena de brillitos en las mejillas, abría la boca y me mostraba.
¡Mirá nene!, musitó antes de tragar.
¡Esto se llama leche, lo que te sale del pitito! ¡Y la tuya está riquísima, Tín!, me explicaba mientras se me acercaba. Me dio un beso en la boca con el sabor de mi leche de nene.
¡Y así nos besamos los grandes! ¿Te gustan los besos de grandes?, me preguntaba cada vez más risueña. Yo asentí, un poco avergonzado. Luli manoseaba mi pecho, pitito, bolas, nalgas y piernas mientras me comía la boca. Mi saliva se escapaba por la comisura de mis labios, debido a mi falta de experiencia; cosa que parecía calentarla más. Después me recostó en la cama y me chupó las tetillas como si fuesen las tetas de una nena. Eso fue lo que me dijo mientras me chupaba, besaba, pasaba la lengua y mordisqueaba muy suavecito.
¿Ves? ¡A todo el mundo le gusta esto! ¡Y vos, tenés un olor delicioso, pajerito hermoso!, me decía, suspirando cada vez más fuerte. Agarró mi pitito y comenzó a pajearme nuevamente, sin dejar de lamerme los pezones y la cara, comiéndome la boca de tanto en tanto. Cuando al fin lo sintió muy duro se arrodilló sobre la cama, y me pidió que me arrodille también. Corrió su bombachita y guio mi mano hasta su vagina. Mis dedos, manejados por ella, entraron en su conchita ardiente y empapada, mientras que con su otra mano me pajeaba.
¿Te gusta hacerte la paja conmigo, Martín? ¿Sí? ¿Te gusta, pendejito? ¡Sí, claro que te gusta! ¡Si yo soy re puta! ¿Te gustan las nenas putas?, me preguntaba, con la mirada un poco desenfocada. Yo la observaba, al palo, sin saber qué decirle.
¡Decime que soy una puta chancha de mierda!, me dijo al oído, tocándome la oreja con la lengua.
¡Sí Luli, sos una puta, una puta chancha de mierda!, le dije, tembloroso y lleno de cosquillas. Ella me sonrió y me comió la boca de nuevo. Tardaría años en comprender que ella se acabó toda en ese preciso momento. Entonces, me ajeó durante un minuto o algo más, y yo alcancé un nuevo orgasmo. Solo que esta vez no fue tanta leche como al principio. De hecho, estaba un poco asustado porque, creía que me había meado. Pero ella se pasó mi semen por la cara, sin dejar de sonreír.
¿Vamos a limpiarnos, mi amor?, me susurró con calma. Entonces, como si mi cuerpo fuese de trapo, me llevó de la mano al baño donde nos higienizamos. Primero ella me limpió a mí, y después fue su turno. Se dejó mi leche en la cara todo lo que pudo, solo para limpiársela al final. Me vistió rapidísimo, y se vistió ella. Cuando salimos de su pieza, me dio un último beso y me regaló otro chocolate.
¿Mañana querés venir a la misma hora, bebé? ¡Así le chupás las tetas a esta puta de mierda!, me dijo, manoseándome el pito por encima de la ropa. Fin
Gracias por publicarlo
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