El karma de ser la más chiquita, la menos inteligente según mi padre, la única mujer entre tantos primos según mi madre, y todas las boludeces de siempre. No sé por qué a menudo terminaba siendo la voz de la consciencia de mi hermano. ¿Acaso él ya no estaba lo bastante grandecito como para prepararse la comida cuando llegaba de donde sea que apareciese? ¿Por qué yo tenía que hacerle la cama, ordenar su ropa y limpiarle la pieza? Es cierto que a veces mi madre me lo pedía, y yo accedía para aliviarle un poco la carga. Pero Matías no era nada agradecido, ni cuidadoso, y le importaba todo un rábano. Ya tenía 23 años, y era algo así como el favorito para mis viejos. Yo, a pesar de tener buenas notas, de cocinar rico, portarme bien cuando salía a bailar, que era muy de vez en cuando, y de no dar trabajo en nada, todavía tenía 16 años, y mis opiniones apenas podían expresarse en voz alta. Yo nunca entendía como era el mundo, ni la política, ni el fútbol, ni la religión. Por eso, prefería callarme. Ni siquiera sabía demasiado de sexo, ya que no había tenido tantas oportunidades para experimentar. La única vez que me quedé en casa a solas con un chico que me re calentaba, todo lo que pude hacer fue petearlo, tragarme su leche, y quedarme con las ganas, porque justo cuando me bajaba el pantalón para sentarme en sus piernas, llegaron mis viejos, y se nos cayó el alma a los pies. Me acuerdo que me dio mucho asco tragarme su semen por primera vez. En la casa de mi amiga Luciana, tuve un poco más de suerte. Al menos logré que su hermano me coma las tetas con su pija adentro de mi conchita. Fue él quien se apropió de mi virginidad cuando tenía 14, y de mis primeros orgasmos cuando más o menos empecé a perder miedos y prejuicios. Pero no había tenido otras posibilidades para probar otros pitos, otros labios, u otras formas de coger. Bueno, excepto por los chupones que nos dábamos con Luciana cuando tomábamos cerveza en su casa, y nos poníamos a pelotudear en el patio, mientras sus padres dormían en las madrugadas insoportables del verano. Una de esas noches, la asquerosa me pidió que le manosee la babosa por adentro del pantalón. Me acuerdo que me dio cosita porque no se había puesto bombacha, y al mismo tiempo me moría de ganas de que me lo hiciera ella.
Con Matías, por otro lado, nos peleábamos por todo, por cualquier cosa, y todo el tiempo. Si yo no le prestaba lo que quería, se enculaba. Si estaba en el baño cuando él quería entrar, no paraba de golpearme la puerta. Si yo miraba la tele, él quería ver un partido, y me echaba a la mierda. Cuando yo necesitaba plata para salir a tomar un helado con Luciana, o con Camila, él convencía a mi madre de que la calle estaba peligrosa para que dos o tres guachas anden solas por ahí, y no me la prestaba. Eso siempre decantaba en gritos, puteadas, corridas por la casa porque yo trataba de revolearle algo, o él buscaba pegarme o zamarrearme. Algo de eso, sin entenderlo demasiado, me gustaba. En especial cuando me nalgueaba en el patio, lejos de los ojos de mi madre, que reprobaba esas formas. Él me odiaba cuando lo cagaba a pedos por entrar al living recién limpio con barro en las zapatillas, o en cuero y todo chivado en la cocina cuando mi madre y yo cocinábamos, o cuando dejaba el baño hecho un asco luego de ducharse, con toda su ropa revuelta. Pero lo que más le jodía era que yo me hiciera la difícil para abrirle la puerta cuando llegaba pasadas las 4 de la mañana.
¡Jodete boludo! ¡Te hubieses llevado las llaves! ¡Ahora, me vas a tener que esperar a que me vista!, le decía por la ventana cuando me tiraba alguna piedra al postigo para que le abra. A veces nos puteábamos por celular. Una de esas noches lo vi lleno de chupones en el cuello, y me sentí rara. ¡No podía estar celosa de mi hermano! Aún así, me acuerdo que le dije: ¿Te revolcaste con alguna minita? ¡Andá a saber qué te vio la pobre! ¡No te bañás nunca tarado!
Él me miró con inquietud, como si se fijara por primera vez en mí. Para colmo, esa vez le abrí en short, y con una remera que me quedaba súper chiquita. Lo que hacía que mis tetas se marquen explosivamente, rebalsando la tela con verdadero peligro.
¿Qué decís? ¡Si me revolqué con alguien, no te lo voy a contar a vos, nenita! ¡Mejor, andá y pelate un chupetín! ¡Sos muy chiquita para hablarme así!, me dijo, cuando recuperó sus dominantes modos, antes de propinarme una nalgada.
¡Cómo te gusta pegarme nene! ¿A tus novias les pegás también? ¡Aaah, y la próxima, no sé si voy a tener ganas de abrirte la puerta! ¡Así que, hacete una copia de las llaves, o pedíselas a mami! ¡Vos la tenés en el bolsillo, y te da lo que quieras, porque sos un pendejo malcriado!, le largué mientras caminaba hacia mi pieza. Pero él me manoteó de un brazo, juntó su cara a la mía, y mientras notaba los latidos de su corazón en las sienes me decía: ¡No te hagas la viva conmigo, que, el hecho de que tengas tremendas tetas, no te hace más mujercita! ¿Escuchaste, guachita?, y me apretó uno de los pezones. En realidad, fue un pellizco que duró demasiado. Inmediatamente sentí que mi short se humedecía de un cálido espasmo de felicidad, y que los labios de la concha me susurraban palabras sucias. Cuando estuve al reparo de mis sábanas, no podía creer el desconcierto de cosquillas que me conducían solo a frotarme la vulva, primero por encima del short. Pero pronto me lo arranqué como si fuese un trozo de piel venenoso, y me volví loca enterrándome los dedos, humedeciéndome toda y temblando sin control, pensando en los dedos de mi hermano pellizcándome la teta, y en el roce de su pija contra mi culo. Varias veces me apoyaba cuando me correteaba en el patio, o se me tiraba encima por algún motivo. Aunque yo quería creer que no se daba cuenta.
¡Boluda, perdoname que te lo diga, pero, tu hermano, está re alzado con vos! ¡Por eso se hace el vivo, te pega en la cola, te apoya, y te hace renegar! ¡Yo vi cómo te mira las tetas!, me dijo Luciana cuando le conté que me tenía harta, y le di algunos detalles. Obvio que no le conté que me hacía la paja a escondidas con el eco de sus roces. Le dije que estaba loca, que no podía decir eso de nosotros, y que siempre se las arregla para ver cosas prohibidas en todos lados. Pero en el fondo me dejó llena de dudas.
Otra tarde, mientras yo tomaba un helado en el patio de mi casa, Matías apareció en cuero, todo trabadito y con un short que evidenciaba que andaba con el pito parado, y sin calzoncillo.
¿Qué mirás pendeja? ¡ojo eh, que yo no soy como los pibes de tu escuela! ¡Cuchame, te aviso que me voy a juntar con unos amigos esta noche! ¡Los viejos salen! ¡Me gustaría que, no te aparezcas por el living, medio en bolas, haciéndote la tonta para provocar a los pibes! ¿OK?, me largó con una cara de sobrador que daban ganas de golpearlo.
¡O sea que, querés que me vaya a la mierda! ¡Claro, porque el señor necesita hacer una joda, yo me tengo que ir! ¡Esta también es mi casa nene!, le grité, sin darme cuenta que todo el helado que había juntado con la cucharita se me cayó en la remera, un poco por la impotencia de sentirme desplazada. A él no se le pasó reírse, mientras murmuraba: ¡Sos una chancha Sabri! ¡Cómo te encanta ensuciarte las tetas!
Yo lo miré como el orto, pero no tuve fuerzas para retrucarle.
¡No tenés que irte a ningún lado! ¡No seas dramática! ¡Te lo digo para que comas antes, y te quedes en tu pieza, y no tengas que salir!, me iba diciendo mientras se calzaba unas zapatillas deportivas, y contaba los envases vacíos de cerveza que yacían desordenados en un rincón del patio.
¿Tengo permiso para ir al baño, por lo menos? ¿O también tengo que mearme encima, hasta que el señor termine de hacer su joda?, le dije, entre ofendida y excitada. ¿Por qué? ¡No podía sacarme la visión de su pija parada! ¡Tanto que, por un momento me imaginé llenándosela de helado para pasarle la lengua!
¡No sé Sabri, como quieras! ¡Ahora salgo a comprar birras! ¡Si querés, te compro pañales!, me dijo mirándome con fastidio, antes de entrar a la casa con los brazos cargados de botellas. Así que, durante la noche me encerré en mi pieza. Tenía muchas pelis para ver, y cosas de la escuela para hacer. Pero era sábado, y me sentía sola, aburrida y contrariada. ¿Por qué él podía hacer jodas en casa, y a mí no me lo permitían?
¡Sabri, tomá, te traje una hamburguesa! ¡Tiene rodajas de tomate y pepino, como te gusta!, me sorprendió la voz de Matías de repente, mientras yo veía una película coreana, con la luz apagada y revoleada en mi cama. Tuve que muttearla para prestarle atención, y entonces el ruido del ambiente se hizo presente en mis oídos, al tiempo que Matías encendía la luz. Ya eran más de las 12 de la noche. afuera parecía que se había largado a llover, y mi hermano había tenido un gesto de generosidad hacia mí. ¡Y yo, como una boluda me había olvidado de cerrar la puerta con llave! ¡Estaba descalza, con el control en la mano y el celu en la panza, en tetas, y con una bombacha rosada! Él no perdió la oportunidad de comentar lo que se le vino a la mente, tal vez, al verme así, mientras yo me tapaba la cara con las manos en lugar de recibirle la hamburguesa.
¡Boluda, esas bombachitas, son de nena! ¡Hoy, la que va, es usar tanga, o colaless! ¡Te lo digo para que no pases vergüenza cuando estés con un pibe, por primera vez!, se atrevió a decirme, con la voz un poco tomada por las cervezas que ya se había mandado.
¡Sos un atrevido pendejo! ¡Y no hacía falta que me traigas nada! ¡Aparte, no tenés ni idea! ¿Quién te dijo que yo todavía soy virgen?, le dije, poniéndome una almohada en las tetas.
¡Tranquila nena, que somos hermanos! ¡No se me va a parar la pija si te miro las tetas! ¡Y menos esa bombacha rosadita! ¡Posta que, te falta tomar una chocolatada, jugar con una barbie, y pedirle a mami que te haga dos colitas en el pelo! ¡Y, te traje comida porque después mami me caga a pedos que no me ocupo de vos! ¡Y quedate trancu, que se te re nota el olor a bebé!, iba diciendo, mientras mis ojos hacían contacto con la erección de su pija. ¿Y si Luciana tenía razón? Mi hermano, la tenía re parada, y no dejaba de mirarme los trozos de teta que la almohada no me cubría. Y me seguía mirando la bombacha. Y entonces, luego de una ola de silbidos y murmullos excitados que se oían desde el living, la voz de uno de sus amigos gritó: ¡Matiii, dale gordo, que la Dani te está buscando! ¿Al final, nadie se salva de las tóxicas!
Luego hubo risas, y la voz de mi vecina, la tóxica, que se excusaba, histeriqueando a Lucas, uno de los amigos de mi hermano.
¡Dale, andá nene, que la sucia esa te tiene ganas! ¡Fijate si esa usa tanguita, o bombachitas de nena, según vos!, le dije, herida en mi orgullo, sin entender del todo por qué. Él volvió a mirarme como el culo, y antes de irse me pellizcó la pierna, diciendo entre dientes: ¡No te metas en mis cosas, pendejita! ¡Vos no sabés nada!
Me acuerdo que le escribí a Luciana para contarle todo, mientras intentaba digerir la hamburguesa, que se me hacía como de corcho inflado. No podía siquiera masticar del calor que me invadía todo el cuerpo. Por suerte, la tarada ese día no salió al boliche.
¡Boluda, perdoname que te lo diga! ¡Pero, vos te la buscás también! ¿Por qué no le decís que tenés ganas de mirarle la pija?, me escribió entre un montón de caras babeando y lenguas enroscadas, guiños y corazones, una vez que terminé de contarle todo lo que pasó Instintivamente me palpé la concha cuando me envió un audio sugerente, en el que se hacía la trola, diciéndome: ¡Dale bebé, decile que querés agarrarle la mamadera, y sacarle hasta la última gotita, para que no se revuelque con la sucia de tu vecina! ¡Decile que esa gorda no tiene nada para darle, y que vos, en cambio, tenés carne tiernita, y la bombacha limpia, calentita y húmeda por él! ¿Y que te encanta que te nalguee el orto!
Creo que a los días de aquella noche random, después de lavarme los dientes, me puse a terminar unos mapas para geografía. Entonces, escuché a mi hermano puteando en el living, porque alguien había tocado el timbre. Luego, silencio, y enseguida algo e música. Yo seguía resuelta a terminar, antes de sacarme un uno con esa vieja ogra, viendo que cada vez se me hacía más tarde. Entonces, fui a la cocina para tomar algo. Como me levanté descalza, mis pasos no alertaron al cerdo de mi hermano, que se cogía descaradamente a la Dani en el living. Vi todo, o casi. La tóxica saltaba a upa de mi hermano, con el corpiño todo chingado sobre uno de sus brazos, la pollera enrollada en la cintura y la tanga colgándole de un pie. Él no le decía nada, pero ella gemía mientras Matías intentaba taparle la boca, o chistarla, recordándole que mis viejos dormían. Yo me serví un poco de limonada, y me contemplé en bombacha y remera frente al ventanal que daba al patio, y me quería morir. ¡No pensaba moverme hasta ver, aunque sea un trocito de la pija de mi hermano! Pero, si él me llegaba a descubrir, mínimo me mandaría a la mierda, aunque, yo tenía todas las de ganar ante mis viejos. Él no tenía por qué cogerse a esa guacha en el living. ¿Por qué no se la llevaba a su pieza? ¿Acaso porque colindaba con la mía, y no quería que los escuche darse placer?
Creo que finalmente, fue a la siguiente noche que, luego de una discusión que tuvieron en el patio, fue que decidió llevarla a su pieza. Esa vez, pasaron una terrible vergüenza porque, mi viejo tuvo que levantarse para golpearles la puerta por el escándalo que hacían. Él, evidentemente se la estaba bombeando con todo, porque su cama chocaba contra la pared. Además, se oían nalgadas, gemidos amortiguados por almohadas, algunas cositas como: ¡Así guacho, arrancame el pelo, y cagame bien a palos!, y ciertos sonidos como de arcadas. Por eso, en la mañana del día siguiente, mi mamá tuvo que retarme porque, mientras desayunábamos, yo no paraba de cagarme de risa de él, ni de burlarme, o gozarlo.
¡Al final, la toxi esa, resultó una desubicada! ¿Estaba vestida al menos cuando papi entró a tu pieza? ¿Limpiaron toda la porquería que hicieron? ¡Parece que, a la misia le encanta que le den duro, y que la nalgueen! ¿Qué? ¿Me vas a decir que esos gritos eran de una porno?, le decía en voz baja, o le escribía a su WhatsApp mientras mi vieja hacía más tostadas. Él me fulminaba con la mirada. Pero no se atrevía a decirme nada, porque el viejo estaba de malhumor, y andaba dando vueltas por la casa, intentando encontrar sus lentes para leer, a punto de irse a la oficina. Pero, tuvo el detalle de introducir uno de sus pies descalzos entre mis piernas, y de frotarlo fuertemente contra mi sexo, ya que estábamos sentados uno en frente del otro en la mesa de la cocina. Entonces, me di cuenta que él notó que, bajo mi camisón, no había ropa interior. yo todavía no me había vestido para la escuela, porque ese día entraba más tarde. Vi la sorpresa en su rostro, y creí que pondría cara de asco al toparse con el calor de mi vagina, ¿Por qué, para colmo, yo le abrí más las piernas!
¡Así que, a la Sabri le gusta andar con la chucha al aire, por la mañana! ¡Ojo nena, porque, por ahí el espíritu santo te puede hacer un bebé!, me dijo por la noche, cuando me encontró en el baño, a punto de secarme el pelo. Yo lo miré como a una cucaracha insignificante.
¡Síiii! ¡Y al cochino, inmundo y retorcido de mi hermano le encanta dejar los forros tirados por cualquier lado! ¡Sé un poquito más decente nene, que yo soy la que te limpió la pieza esta tarde! ¡Como otras miles de veces!, le largué entre indignada y caliente por el desorden que me había encontrado. El olor a encierro se fusionaba con la fragancia a sexo consumado, y con el perfume barato de mi vecina. Había ropa por todos lados, papeles de alfajores, puchos en el suelo, forros y latas de cerveza.
¿Y qué hacías limpiando mi pieza? ¿No me habrás robado guita vos? ¡Mirá, más te vale que no me falte un mango, ni faso, ni encendedores! ¡Síii, ya sé que fumás a escondidas! ¿te creés que yo nací ayer, boludita? ¡Y que no me vuelva a enterar que limpiás mi pieza!, me decía al oído, una vez más apoyándome el bulto en la cola, mientras me tenía apretujada sobre la puerta del baño. Yo negaba con la cabeza todas sus afirmaciones, explicándole que mami me había mandado a limpiar todo.
¿¡Y, no te preocupes, que la tanguita de la roñosa esa, te la guardé en el cajón de las medias! ¡el de tus calzoncillos está plagado de revistas porno! ¡Y yo no te robo nada! ¡Sabés? ¡Bien que te encanta hacerte el macho pijudo en el barrio, y la única que te da bola es la gorda piojosa esa!, le dije al fin, cuando la presión de su bulto remitió un poco. De inmediato me encajó una cachetada que me hizo lagrimear un poco, mientras me decía: ¡Yo voy a charlar con mami, para que no entres más a mi pieza, pendejita metida!
Pero mi vieja seguía enviándome a limpiar su habitación cuando él no estaba, porque a veces le dolía mucho la espalda, o las rodillas al agacharse. Así fue que, en una de esas tardes, justo cuando yo había terminado de trapearle el piso, tender su cama, ordenar su ropa, acomodar un poco sus zapatillas, perfumarle las cortinas y dejarle todo reluciente, él apareció descalzo, en cueros, todo transpirado y con el pelo lleno de pasto.
¿Qué hacés acá pendeja? ¡Rajá, que me voy a tirar un rato! ¡Estoy muerto!, me decía, rebajándome con la mirada mientras se empinaba una botella de agua helada.
¿Vos me estás cargando? ¡Acabo e limpiarte toda la pieza nene! ¡Y vos entrás descalzo, con el short lleno de mugre, a tirarte a la cama! ¿Por qué mejor no te das un baño, te ponés ropa limpia y después, te tirás en la cama?, le dije entre enojada y disgustada por haber perdido todo el tiempo que invertí en su cuarto.
¿Y os, por qué no me dejás de hinchar las pelotas? ¿Quién te mandó a limpiar mi pieza? ¡Ya hablamos de esto! ¡Dale, andate nena, que tengo que relajarme un toque, que más tarde me junto con los pibes!, me rezongó antes de volver a empinarse la botellita. Luego encendió un cigarrillo, se mandó un alfajor de un bocado, dejando el envoltorio debajo de su cama, le mandó un audio de WhatsApp a uno de sus amigotes, destendió totalmente la cama para estirar una manta en el suelo, y se echó sobre ella. Yo, en medio de mi impotencia manoteé una de sus almohadas y se la reboleé en la cara, mientras le gritaba: ¡Vos me estás tomando el pelo, tarado! ¡Dos horas estuve limpiando tu chiquero! ¡Encima dejás el papel del alfajor debajo de la cama como si nada, y te tirás así, todo mugriento arriba de la manta! ¡Sos un tarado nene! ¡Mami tiene razón! ¡Sos un inmaduro!
Él se reía a sus anchas, disfrutando de mis palabras como si le estuviese contando un chiste. Yo temblaba de ira, casi al borde de las lágrimas. Por lo que no pude atajarme el almohadonazo que recibí de sus brazos fuertes, justo en el abdomen. Entretanto me decía: ¡Dale nena, no seas dramática! ¿Qué tenías que hacer? ¿Pintarte las uñas? ¿O subir fotitos a las redes? ¿O, por ahí, juntarte con un chongo? ¡Ya te dije que no necesito que limpies nada de lo que no te corresponde! ¡Y no te pongas a llorar, porque no me gustan las mariconas!
Yo le arrojé la almohada, y su remera sudada, la que había dejado hecha un bollo en un rincón. Al punto me di cuenta que, vaya a saber por qué razón, mi hermano tenía la pija durísima bajo su short, y eso me hizo tiritar de calentura. Pero él se percató de que se la miraba.
¿Qué mirás, chancha? ¡No tenés que mirarle la verga a tu hermano, degenerada! ¡Para eso, si querés, te puedo presentar a cualquiera de mis amigos! ¡En estos días, las vírgenes cotizan mucho, hermanita!, me dijo, tirando todas las cenizas de su cigarrillo al suelo. aquel comentario me estremeció por dentro. Aunque, debía demostrarle que estaba ofendida.
¡Yo no soy ninguna puta, para que lo sepas, imbécil! ¡Y no soy virgen, para tu información! ¡No te confundas conmigo!, le dije, mientras le arrojaba otra de sus almohadas, y él me rezongaba porque le había movido la mano con la que escribía un mensaje en su celular.
¡Aaaay, cierto, ella no es ninguna putita! ¡Es la mucamita de mami, y del sucio de su hermano! ¡Pero bien que te gusta andar sin bombacha por la casa! ¡Esta mañana, te vi por la ventana! ¡Te pusiste ese mismo short, y estabas en culo! ¡Y, sé que tanguitas, no usás! ¡Porque, eso es para las putas, como dice mami! ¿No?, me retrucó, con la cara de idiota que tanto odiaba, acomodándose distraídamente el pito. entonces, yo no lo soporté y me le tiré encima, pensando en regalarle todo el daño que mis manos fuesen capaces de hacerle. Una vez que mi cuerpo cayó sobre el suyo, todo lo que intenté fue inmovilizarlo, rasguñarle los brazos, y buscar su oído para seguir diciéndole todas las puteadas que se me ocurriesen. Pero, por otro lado, mi entrepierna se dio de bruces contra su pija dura, y casi sin quererlo, empecé a frotarme en ella. Temía que la voz empiece a revelar el fuego que me quemaba la vagina. Por eso trataba de no hablarle.
¿Qué me vas a hacer pendeja? ¿Eee? ¿Qué te hacés la forzuda nena? ¡Me parece que vos, lo que buscás, es que te haga esto!, me dijo de golpe, agarrándome de las nalgas para frotarme contra su pija. No supe por qué no pude impedírselo.
¿Me vas a negar que andás sin bombacha nena? ¿Mami sabe que te cabe andar con la concha al aire?, me decía, esquivando las torpes piñas y cachetadas que intentaba acertarle en la cara, mientras que con su otra mano continuaba sosteniéndome de la cola para que yo me siga frotando. Y de repente, con la facilidad con la que se mata a una araña gorda y distraída, me recostó sobre la manta, quedando él encima de mi cuerpo. Ahí empezó a mordisquearme el cuello, a frotar su verga en mi entrepierna más estirada que antes, y a manosearme las tetas por encima de la remera que llevaba, la que se embebía de todo el sudor que despedí al limpiarle la pieza.
¿Qué apostamos? ¡Vos te hacés la recatadita, la limpita, la muy pulcra, perfumada, la que se baña todos los días! ¡Y ahora dejás que tu hermanito te frote la verga en la zorra, sabiendo que andás sin bombachita! ¡Sabés que no miento nena! ¿Querés que me fije? ¡Si llego a tener razón, ya vas a ver lo que te espera, por chancha!, me decía, sabiendo que yo había perdido la capacidad de responderle, sin entenderlo del todo. Entonces, con una de sus manos me subió los brazos para que yo no pueda usar las manos. Y con la derecha, directamente se sirvió de las pruebas que le ofrecía. E pronto sentí sus dedos hurgando en el elástico de mi short, y luego recorrer la superficie de mi vagina. Enseguida, los noté llegar hasta la entrada de mi culo. Aunque no tardaron en regresar a la humedad de mi conchita en celo, donde se detuvieron para acariciarla, masajearla y para introducirse de a uno entre mis jugos. Él no decía nada, pero seguía besándome el cuello, oliéndome el pelo, y metiéndome los dedos de la otra mano en la boca, cuando se dio cuenta que ni mis brazos ni yo nos resistíamos en absoluto.
¡A ver, vamos a ver, si la chancha de mi hermanita está caliente, o solo se hizo pichí encima!, dijo de repente, devolviéndome un poco de los ruidos del día. Pero, otra vez no tuve reacción, ni opción de detenerlo. Cuando quise acordar, su cabeza estaba entre mis piernas, su nariz olía mi concha, y pronto su boca comenzaba a gotear hilitos de baba sobre mi sexo. Me apretaba las piernas, y yo le tironeaba del pelo para que sus labios al fin se apresuren a sorber todo lo que pudieran de mi calentura.
¡Así nene, mordeme despacito, mordele la conchita a tu hermana! ¡A la boluda de tu hermana, que te limpia la pieza, y encuentra tus forros usados! ¿Así se la chupás a la sucia de la esquina?, le dije, justo cuando le sonaba una llamada en el celular, y sus lamidas iban de mi conchita al inicio del agujero de mi culo. Él me hacía callar pellizcándome las piernas, o mordiéndome la panza.
¡Te re calentaste conmigo, pendeja morbosa! ¿Te gustó hamacarte arriba de mi verga, putita sucia?, me decía, mientras su lengua rozaba mi clítoris, sus dedos entraban y salían de mi vulva en llamas, y mis dedos estiraban mis propios pezones. Ni me importaba si me dolían. Me escupió la concha un par de veces, y volvió a la carga para introducir su lengua por completo en mi cueva, al tiempo que me agarraba de los muslos para atraerme todo lo que pudiera a su cara. Al punto que terminó subiendo mis piernas a sus hombros tras darme vuelta, y, mientras yo me sostenía de las manos, él me nalgueaba y hundía su lengua en mi concha, jurándome que la próxima vez que se entere de que andaba sin bombacha por la casa, me iba a coger toda.
¿Y por qué no me cogés ahora? ¡Dale nene, cogeme, así te sacás la duda con lo de mi virginidad!, le grité, mientras los azotes que me daba en el culo sonaban como hachazos en medio de un monte desolado.
Y de pronto, yo estaba arrodillada sobre la manta, sin el short, con los dedos de mi hermano jugueteando con mi concha, y con su pija entre mis tetas y el corpiñito que tenía.
¿Querés la lechita, pendeja roñosa? ¡NI se te ocurra acercar tu boca a mi verga, porque te voy a llenar la cara de leche!, me dijo. yo, sintiendo la fricción de su carne entre mis tetas, y el mete y saque de sus dedos en mi sexo, no me prohibí nada de lo que se me vino a la mente en ese momento, y le regalé varias escupidas, una tras otra, como una lluvia torrencial de saliva espesa. Entonces, él liberó su verga tremenda de la prisión de mi corpiño y me dio un par de cachetadas con ella. Yo gemía, le pedía la leche y sentía que le empapaba los dedos cada vez más.
¡Dale nene, dame la leche, ensuciame la cara, o revoleame en tu cama, y cogeme toda si te la aguantás!, le decía mi desesperación a golpes de latidos de un corazón que me asfixiaba los pensamientos. Y entonces, su voz pareció tan aterrada como cargada de un desenlace que no esperaba. Su verga se unió apenas unos segundos a mis labios, que aún así lograron marcarle un par de chupones ruidosos. Pero, inmediatamente, empezó a salpicarme con un demencial estallido de semen, mientras sus palabras se convertían en gruñidos de una era prehistórica, totalmente indescifrables. Terminé con semen en el pelo, la remera, el cuello, la cara y el corpiño. Y, como si eso fuera poco, después de volver a cachetearme la cara con su pija todavía empalada, se limpió los últimos restos con el short que, en algún momento dejó de pertenecer a mi cuerpo.
¡Ahora, te ponés el pantalón, y te vas a tomar mates con mami, así como estás! ¿Me escuchaste? ¡Te quiero toda sucia de lechita nena! ¡Vos te lo buscaste! ¡Quiero que mami sepa lo que les pasa a las nenas entrometidas! ¡Vamos, tomatelás nena, que tengo que descansar un poco! ¡Aaah, y convencé a mami para que te empiece a comprar tanguitas! ¡No seas boluda!, me dijo enseguida, devolviéndome el short y ayudándome a ponerme de pie, sin ninguna pizca de cariño, o agradecimiento. Fin
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