Escrito junto a El Griego
¡Escuchame Mario, dejala a la Mily que ande desnudita! ¡Con el calor que hace! ¡Acá no le va a pasar nada! ¡En el medio del campo, no andan los sinvergüenzas de la ciudad!, me dijo mi viejo una tarde, cuando mi hija tenía 11 años. Nos habíamos ido a vivir a su casa desde que mi esposa falleció en un terrible accidente. Necesitábamos un respiro de los quilombos de la ciudad, y de los problemas que me acarreaba trabajar, y hacerme cargo de Milagros, y de mi hijo Daniel, su hermano mellizo. Mi madre también nos había dejado luego de pelearle a una larga enfermedad. Como colectivero, sabía que en el campo se me haría difícil continuar con el oficio. Había más de 100 kilómetros desde el campo de mis padres hasta la capital. Así que, decidí darle una mano a mi viejo con sus tareas de preparador de caballos, con la despensa que atendía en su casa, y con todo lo referido a la preparación de chacinados, que también ofrecía en su almacén.
Aquel comentario, no me había llamado la atención en lo más mínimo. De hecho, Mily solía andar en calzones en casa. Aunque, siempre en su habitación, y lejos de la vista de su hermano. Sin embargo, conforme los años iban pasando, tanto ella como Daniel se acostumbraron a pasearse en calzones, a verse casi en bolas, y a respetarse de todas formas. O, al menos de eso estaba convencido. A mi esposa no le jodía ver a sus hijos en paños menores. Incluso, le divertía.
Todas mis alarmas se encendieron, o debieron hacerlo con mayores resplandores cuando escuché a Mily decirle a Dani: ¡Y bueno nene, debe ser que se te para por el calor! ¡O, porque, necesitás meterla en algún lado!
¡Callate enana, que no sabés nada de esto vos! ¡Es más, ni siquiera tenés novio!, le respondía Daniel, mientras evidentemente bebía algo, porque su voz resonaba en el hueco de un vaso. Yo no los veía porque estaba rellenando las tripas de un chorizo con cerdo, en el patio. Solo los escuchaba desde la ventana. Ellos estaban en la amplia sala repleta de sillones de mimbre, tras la que luego venía una gran cocina-comedor.
¿Y vos qué sabés? ¡Que no te cuente, no significa que no me ande besuqueando con nadie! ¡O, que nadie me la ponga!, dijo con claridad la voz de Mily, sin intentar disimular un orgullo impropio.
¡Dale nena, no me chamuyes, que, por ahora, nadie te chupó una teta siquiera! ¡Aunque, posta, están que se te salen de la remera! ¿Cómo hacés para no irte para adelante por tanto peso?, decía mi hijo, arrastrando los pies en el suelo, cosa que solía fastidiar a su hermana. Ahí intervine. Les pedí que dejen de hacerse los vivos, hablando de cosas que no les corresponde a su edad, ni a ninguna otra, , que son hermanos, y no amiguitos de la escuela. La verdad, jamás pensé que podría haber acercamientos peligrosos entre ellos. Sabía que a los 15, las hormonas hablaban mucho más que sus propias mentes. ¡No iba a castigarlos por eso! Además, yo también debería flagelarme la piel con alguna fusta lo suficientemente moral, ya que, por obvio, muchas veces se me paró la pija al ver el desarrollo de mi hija yendo y viniendo por la casa. ¿Cómo podía tener esas tetas? En eso, mi hijo tenía razón. Pero, yo al menos sabía que podía mitigarlo todo con una paja nocturna en el baño, o en mi dormitorio, y listo. ¿Haría eso mismo Daniel? ¿Tendría que aconsejárselo, para que las cosas no se le vayan de las manos? ¿Advertirle? ¿Pero, qué pensaría de mí si le salgo con este disparate? ¿O, tendría que pedirle a Mily que deje de andar en bombacha y corpiño por la casa, por más que el calor nos incendie como a trozos de carbón en una parrilla?
La respuesta me llegó a las tres semanas de aquellos pensamientos inquietos. Era de noche, y yo había salido al patio a fumar un cigarrillo, ya que mi viejo no tolera el humo adentro de la casa. Ni siquiera el de los espirales. Y, cuando creí que todo sería silencio, en el medio del canto irrefrenable de los grillos escuché la voz de Dani que decía: ¡Pero en serio guacha, no seas histérica! ¡Te juro que yo no te robé nada!
¡Bueno, ya fue! ¡Hagamos de cuenta que te creo! ¡Pero, si mi bombacha no aparece para mañana, me vas a tener que comprar una igual! ¿Dale? ¡Quiero que sea, una blanca, como la que no encuentro!, dijo Mily, cada vez más acaramelada, y no a tanta distancia de mi presencia. Solo que ellos estaban tan en lo suyo que, no fueron prudentes. Al punto tal que, enseguida, lo próximo que escuché fueron unos besos desaforados, con las respiraciones más apuradas, y el movimiento de sus cuerpos, abajo de una morera especialmente añosa. ¡No lo podía creer! ¡Mis hijos se estaban comiendo a besos! ¿Y, era solo eso? Por suerte, como siempre tengo una linterna portátil en el bolsillo, la encendí, y los encandilé sin demasiado esfuerzo. Ahí medio que se soltaron. Ella se puso colorada, y Daniel, quiso salir corriendo.
¡No se muevan, o los cago a cintazos! ¡Más les vale que no hayan hecho otra cosa que, besarse! ¿Hace cuánto que se andan besuqueando ustedes?, les dije con autoridad, aunque sin elevar el tono de mi impotencia verbal.
¡Pa, perdón, es que, No te calentés! ¡Te juro que no lo volvemos a hacer!, dijo Daniel, subiéndose el short que traía. Ella, inmediatamente sacó una de sus manos de entre las piernas de Dani, y se bajó el vestidito azul, tras el que no traía ropa interior.
¡Aaaah, así lo querés arreglar! ¡Yo, no me caliento, no me preocupo, y hago de cuenta que no pasó nada, que no vi ni escuché nada!, les decía, acercándome como para atacarlos al mejor estilo puma salvaje. A ella la cacé del pelo, y a él de un brazo para que no se me escapen.
¡Dale Pa, no seamos tontos! ¡Si sabés que nosotros nos re miramos, y andamos siempre juntos! ¡él es el único chico más o menos pasable de todo este campo de mierda, y aburrido, y lo tengo acá!, dijo ella con una sonrisa difícil de definir. Daniel se aflojó un poco, y luego de asentir con la cabeza dijo: ¡Sí Pa, te prometo que nunca hicimos nada, o sea, nada que se vaya al carajo! ¡Solo, nos chuponeamos, y ella, a veces me la manotea un ratito!
¿Y vos creés que yo nací ayer? ¿Ahora me vas a decir que no le hacés nada? ¿Cómo es eso que, desapareció una bombachita tuya Mily?, les renové mis furias convertidas en enigmas perversos, ya que, naturalmente yo también me calentaba con lo que veía, y escuchaba.
¡No Pa, de verdad! ¡No nos cogemos, si eso es lo que querés saber! ¡Aunque, no sé cuánto nos falta para eso!, dijo la desubicada de mi hija. Yo le di una cachetada, y ella lloró casi sin sonido.
¿Te parece decente, sano, o al menos te pensás que está bien lo que estás diciendo, mocosa insolente? ¿Esto es lo que yo les enseñé? ¿A andar jugando a los noviecitos, besándose a escondidas, y vaya a saber qué otras cosas más?, les grité. Esta vez Daniel tuvo que serenarme, porque, mi viejo tenía un vecino que había tomado por costumbre disparar su escopeta si escuchaba griteríos por las noches.
¿Y, vos, hacés que tu hermano largue la leche? ¿Le tocás el pito a tu hermano hasta que le salga todo el semen?, le decía a Milagros, zamarreándola, esta vez en el nombre de mi propia calentura. ¿Cómo podía ser que todo aquello se suscitara bajo mis responsabilidades como padre? ¿A dónde me había equivocado tan fulero con ellos?
¡Sí Pa, sí, hace eso, porque yo se lo pido! ¡No la lastimes! ¡Vos sabés que, a veces, nosotros, bueno, no podemos más del dolor de bolas!, trató de explicarse Daniel, observando que los brazos de su hermana se marcaban por la fuerza de mis dedos al zarandearla por el aire, ya que sus pies descalzos no tocaban el suelo.
¡Sí, es cierto! ¡él me lo pide, y a mí me gusta hacerlo! ¡No es nada malo Pa! ¿Vos nunca hiciste nada con tu prima? ¡Yo me acuerdo que, nos habías contado que te gustaba una prima! ¡La que, según vos, era re gorda, y fea, pero que tenía lindas tetas!, dijo Mily, trayendo a la memoria una charla antiquísima, absolutamente cierta, de la que ahora me arrepentía de haberles contado.
¡Sí, pero, nosotros, ya éramos grandes! ¡Y sabíamos que no podía pasar nada!, les dije, aunque sin tanto entusiasmo.
¡Bueno, ahora, a dormir, que el abuelo se puede despertar, y se me arma quilombo a mí! ¡Mily, no quiero verte más tan ligerita de ropa! ¡Y, si se van a besuquear, háganlo lejos de mí, por ahora! ¡Solo les voy a conceder eso, porque sé lo que significa andar calientes! ¡Voy a confiar en ustedes! ¡Pero, ojo con hacerse los boludos! ¿Estamos?, les dije al fin, tratando de entender poco a poco el mar de sensaciones desconocidas que me gobernaba por dentro. Era cierto que ellos iban a una escuela en la que había re pocos alumnos. Que la vida social allí era pésima, casi nula, y que no había muchos chicos de su edad. Pero, aún así no me entraba en la cabeza que estuviesen actuando de esas maneras. ¿Sería verdad que jamás tuvieron relaciones? ¡tenía que creerles! ¡Pero, con qué pasión se besaban! ¡Parecía que se hacían el amor con los labios y las lenguas! Sabía que, si me daba manija, era peor. Pero, en la soledad de mi noche repleta de grillos, no podía dejar de cavilar sobre lo que había visto, y lo que me confesaron. No sería digno de mi anatomía sexual no liquidarlo todo en una paja furiosa, de esas que hacía mucho no me regalaba. ¡Qué hermosas tetas tiene mi hija! ¡Y pensar que ayuda a su hermano a vaciar sus huevos! ¿Cómo lo pajeará? ¡Seguro le muestra las tetas! ¡Aunque, si se lo chuponea, así como los vi, el pendejo no aguanta ni tres segundos! Pensaba, y me ponía en su lugar, mientras me apretujaba la pija, y repensaba un poco más. Seguro, sería un mejor padre si aceptara ciertas concesiones. Pero: ¿Era lo que realmente debía hacer?
¿Qué están haciendo, uno arriba del otro? ¡Por favor, como si no hubiera sillas en esta casa!, les dije a los días, cuando llegué con un montón de carne troceada para elaborar más chorizos para vender. Mily estaba en bombacha y remera larga, y Dani, en cueros, con una bermuda, y ambos descalzos.
¡Nada Pa, estamos viendo la tele!, dijo él, un poco nervioso, sabiendo que no podía ocultarme los chupones que tenía en el cuello.
¡Que no los vea el tata, porque ya saben!, les dije, y me puse a adobar la carne para su posterior preparación. No sé cuánto tiempo había pasado, porque justo había puesto un partido de Platense en la radio. Pero, me detuve en seco cuando escuché a Mily expresar con toda libertad: ¡Uy nene, ese pito está que habla solo de lo duro que se te puso! ¿Vamo a la pieza? ¿O querés acá? ¡Posta que parece de ladrillo!
¡No, quiero acá! ¡Dale, mostrame las tetas!, dijo Daniel, intuyendo seguramente que yo no iba a escucharlo, ya que tenía la fama de estar un poco sordo, debido a mis años de colectivero. Por lo que, preferí hacerme el boludo.
¡Bueno, pero no me las toques! ¡Si no, te corto la mano!, le dijo ella con una risita tonta. Él suspiró, y acto seguido le dijo: ¡Qué lindas que son guacha!
¿Shhh, qué hacés? ¡No te bajes el pantalón que el viejo está allá! ¿No lo escuchaste?, dijo Mily de pronto, luego de un momento que, me pareció cercano a un silencio sepulcral. Es que, yo no los veía porque estaba ocupado en lo mío. Y entonces me las ingenié para estirar el cogote desde la cocina. Ella estaba arriba de él, con las tetas al aire, y una mano entre su cuerpo y la entrepierna de Daniel. Además de eso, ella daba pequeños saltitos, y con la mano que le quedaba, intentaba juntar sus tetas en un solo montoncito de carne. Por momentos se las acercaba a la cara a Daniel, que tenía los ojos abiertos, la boca estúpidamente ancha y la frente apestada de sudor.
¡Dale guacho, dejame tocarte la pija, un ratito y nada más!, escuché que Mily le balbuceó, mientras forcejeaban intentando no hacer ruido. Al parecer, él buscaba tocarle las gomas, o tocarle, ¿Acaso la conchita?
Sacudí la cabeza como para espantar prejuicios. Volví a lo mío. Tenía unos auriculares por ahí, y les di un buen uso. Ya no quería saber lo que pasaba, o hacían. ¿Para qué? ¿Para calentarme al pedo? Ahora, más que nunca caía en la cuenta que en el campo solo tenía mi propia mano, y los recuerdos.
Esa noche, cuando nos sentamos a comer, los chicos estaban muy rescatados. Apenas se miraban. Mily estaba un poquito rara. Mi viejo había decidido abrir uno de sus vinos, y mi hija no permitía que mi vaso quede por la mitad. No me puse en pedo, pero sí me vi un tanto afectado. Algo mareado, o desinhibido. Dirán otros por ahí, que saben más de la condición humana, y mucho menos de la soledad del campo.
Cuando terminamos, los chicos juntaron la mesa con cierto alboroto y se pusieron a lavar los platos. Mi viejo, que también había tomado algo más de la cuenta se fue a su dormitorio, repitiendo por enésima vez la anécdota en la que Mily se había asustado al ver cómo un caballo se montaba a una yegua, cuando tenía 6 años. A los cinco minutos, roncaba como un motor descompuesto, y aquello no me dejaba dormir, por más que lo intentara. Me di vueltas varias veces en la cama, buscando la mejor posición en la almohada para mi cabeza. Quizás el cuarto daba vueltas a mi alrededor también, y no podía detenerlo. No estaba en condiciones de notar pequeños cambios o detalles en el paisaje sonoro. Aunque fue inevitable notar que alguien, o algo me corría la frazada despacio. ¿Cuánto tiempo había pasado? Luego, una manito me manoteaba la chota dormida.
¿Mily?, dije sin despegar los párpados del todo.
¡Shhh! ¡Vos te merecés más de nosotros Pa! ¡Te prometo que te vamos a ayudar!, dijo ella en voz baja. Yo, ni siquiera atiné a moverme. Sin dudas, aquello era parte de un sueño deshonesto y complicado. Y aún así, no dejaba de ser un sueño, pensaba. Pero Daniel también estaba allí. Él me tomó los brazos y me los inmovilizó con su propio peso cuando, a tientas quise retirar la manito de Mily. ¿O comprobar si era ella en verdad. En efecto, para mis alucinaciones, era ella la que me pajeaba furiosa
¡Dani, soltame por favor!, le dije a la desesperada.
¡Mily, soy tu padre! ¡Dejá de hacer eso, carajo! ¡Sos una asquerosa!, insistía. Ella se reía porque mi verga, tornándose de piedra contradecía a mis palabras.
¡Te voy a hacer la paja Pa! ¡Ya aprendí bien cómo! ¡Y podés tocarme las tetas, todo lo que quieras! ¡A partir de hoy, no te vas a dormir sin una buena deslechada!, dijo ella casi en un susurro. Yo seguía anhelando que sea un absurdo sueño. Qué soltame, que soy tu padre, que esto está mal, es inmoral, ilegal, inaceptable. Todo eso pensé, y nada dije. Los labios de Mily me lo impidieron. Sabían a mandarina. Besaba torpemente, pero lo compensaba con el entusiasmo que le ponía. La sentí cambiar la mano con la que me pajeaba, siempre con los ojos cerrados. Yo ya no peleaba, pero me resistía a recobrar la vista. Daniel me soltó, y entonces aproveché a manosearle las tetas y el culo a mi nena. Las gomas, las traía desnudas.
¿Quién es la mejor hija del mundo?, me preguntó Mily al oído, casi en un gemidito.
¡Vos, mi chiquita!, apenas pude murmurar, bastante avergonzado.
¿Y el mejor hijo?, replicó la voz de Daniel. Ella me pellizcó para que al fin abra los ojos. Entonces lo descubrí finalmente. Daniel tenía mi verga en la mano y me hacía la paja, riéndose con una mueca de perversidad que no le habría concebido jamás.
¡Somos un dúo Pa! ¡Pero, ahora queremos ser un trío! ¿Querés chuparle las tetas a tu nena, mientras tu hijito te chupa la pija?, recitó la Mily de un tirón. Dani se la metió en la boca, sin mi autorización. Y sí, peteaba de un modo torpe, probablemente imitando alguna película porno. Mily me puso sus tetas en la boca, se escupió una mano con abundancia, se masajeó la concha y me hizo tocársela. Tenía la bombacha casi enterrada entre las nalgas, y súper húmeda. De modo que, ahora yo la masturbaba mientras Daniel me lamía el tronco de la verga, olía mis huevos, y estiraba el cuero hacia abajo, quizás pensando en comerme el glande.
¿Nos vas a ayudar, pa? ¿Nos vas a romper el culo a los dos? ¿Y después, me cogen los dos a mí? ¡Y él, él vio una peli, re copada! ¡A lo mejor, me podés comprar una de esas bombachas con pito incluido, cuando vayas al pueblo, así yo les rompo el culo a los dos! ¿No?, preguntaba Mily, extasiada por el trabajo de mis dedos, y por los mordiscos que mis dientes le marcaban en sus tetas suaves, con olor a jabón y a restos de mandarina. Pero pronto no hubo respuestas, ni Mily me solicitó más cosas. Se unió a su hermano como si todo estuviese planeado. Ambos lamían mi verga durísima, uno de cada lado. Cada tanto alguno me daba un chupón profundo en la cabecita, o me apretaba gentilmente las pelotas, o me la rozaba con la lengua. Poco después, desprovisto de mejores bondades, acabé como un remolino en sus caras. Ellos se dieron un pico ruidoso, con el que se notó el chapoteo de sus lenguas en sus bocas. Mily me tapó como estaba, apagaron la luz, y se fueron de mi triste habitación solitaria. Seguro que había sido un sueño, pensé al rato, cuando el canto de un grillo me despertó con insolencia.
¡Hijita, traeme el diario por favor, así leo las mismas boludeces de siempre, y me duermo!, dijo de repente la voz cansada de mi viejo, después de un pollito al horno, que me salió de re chupete. Yo lavaba los platos, y Daniel bañaba a los perros en el fondo, junto con el vecino de la escopeta. Mily, de repente apareció con un vestido cortísimo, y nada más que eso cubriendo su desnudez, con el diario que había llegado por la mañana en la mano. Quise decirle algo, pero me mordí la lengua. ¿Acaso, quién era yo para prohibirle a mi viejo disfrutar de la belleza natural de su nieta? Enseguida me sentí un hijo de puta, y dejé una fuente repleta de grasa del pollo con agua caliente para que se despegue un poco. Di unos pasos hasta la puerta de la pieza de mi viejo, ¡Y lo que vi, ya no podía ser un sueño!
¡dale cachorrita, masajeame así, toda la poronga bebé, que te encanta! ¡Y, bajate bien ese vestido, que esas tetas me vuelven loco! ¡Qué rico huelen las pendejitas como vos!, le decía mi viejo, que tenía a la guacha sentada sobre las piernas. Ella le apretujaba la chota por encima de un calzoncillo súper estirado, y daba saltitos para que las tetas le revoten sagaces y bailarinas, casi afuera del vestido.
¡Milagros, pendeja de mierda! ¿Qué carajos hacés con el abuelo? ¿Qué hablamos de esto?, le dije tan lívido como prisionero de mis propios deseos expuestos, porque, entretanto aproveché a pellizcarle una teta.
¡Heeey che, que la vas a asustar! ¡Quedate tranquilo hijo, que de acá no sale! ¡No me vas a decir que no le mirás las tetas a esta hembrita! ¡No sabés las manitos que tiene, y lo bien que las usa!, dijo mi viejo con la mirada clavada en las tetas de Mily, que ni por nada del mundo dejaba de mimosearle el pito.
¡Dale Pa! ¿Por qué mejor, no aprovechás, y te sumás? ¡Ahora estamos solos, con el abuelo, y él es re buena onda!, dijo de repente la guacha, subiéndose la parte de abajo del vestido. De modo que ahora su culito desnudo se frotaba en las piernas de mi viejo.
¡Dale Mario, dale la mamadera a la cachorra, para que crezca fuerte, bien tetona, y para que cuando se alce, nos dé nietitos fuertes!, farfulló mi viejo, estirando las manos para retorcerle y estirarle los pezones. Mily chillaba con cada pellizco, y fregaba más el culo, despidiendo todo el aroma de su sexo caliente. De la nada, casi sin meditar en lo que hacía, me bajé el pantalón y manoteé a Mily del pelo para que friegue toda su carita contra mi pija.
¡Bajame el calzoncillo con la boca, perrita!, le dije, y mi viejo aplaudió en son de aprobar mi actitud. Cuando al fin mi verga hinchada estuvo al alcance de su boca, mi viejo se la acomodó para que su culo le cubra por completo el bulto, y entonces, mientras ella le saltaba encima, se lo refregaba y dejaba que su inocente abuelo le chupe los dedos, su boquita se ocupaba de babearme la pija. Esta vez había logrado introducírsela un poco más adentro, y el ruidito de sus arcadas me estremecieron gravemente.
¡Me vuelve loco saber que mi nietita me viene a traer el diario sin bombachita!, balbuceó mi viejo, que ya tenía la verga como una morcilla afuera del calzón, y se la instalaba entre las piernitas para que Mily se la apriete con una astucia insoportable.
¡Dale viejo, animate! ¿Yo soy su padre, y te doy permiso para que se la entierres! ¿No querés eso vos? ¿Eeee, pendeja? ¿Querés que el abuelo te meta la verga en esa conchita?, le jetoneaba a mi hija, mientras le pegaba con la pija en la cara o en la nariz, o se la pasaba por el pelo. Luego, Mily gimió en una mezcla de llantito, sorpresa y un grito ahogado. Entonces supe que la pija de mi viejo había acertado en el blanco de su pureza. Además, él había exclamado algo como: ¡Uuuuf, por diooos, qué calentita, y apretada la tenés, mi bebé cochina, mi cachorra en celo! ¡Hace cuánto que no se la enterraba a una guachita como vos, bebé!
Entretanto mi verga se frotaba sin frenos en su hocico, haciendo que de sus labios brote tanta saliva como suspiros de placer, ya que mi viejo la apretaba del culito para entotorársela más adentro. En un momento la cacé del pelo y le pedí que abra la boca para que se la meta de una vez. Ella lo hizo después de pegarme una tremenda escupida en los huevos, mientras repetía eufórica: ¡Así abuuu, cogeme, rompeme toda, y meteme un dedo en el culo, así, todo el culo, cogeme el culo con esos dedos, abrime todaaaa!
¡Síii, trágame la chota con esa argolla nenita puerca! ¡Dale bebé, asííiiiií, te voy a llenar la pancita de cachorros, guachita sucia!, decía mi viejo, mientras Mily seguía moviendo su vientre para devorarse cada porción de músculo viril de su abuelo, y su boca se llenaba con la erección de mi verga, la que entre tanto y tanto impactaba en su garganta, para que el oxígeno se vista con el sonido de sus arcadas, gargarismos y eructos. Y de pronto, los estremecimientos del cuerpo agitado de mi padre empezaron a hacer palpable el desenlace de sus esfuerzos en el interior de la vulva de mi hija. Ella lagrimeaba con gestos de felicidad, mientras sus nalgas se enrojecían por los chirlos de su abuelo, y uno de sus dedos entraba y salía de su pequeño orificio anal. En ese momento, preferí sacarle le mi mamadera de la boca para que se engolosine con el dedo sucio que su abuelo le ofrecía, mientras sus pubis se relajaban lentamente, y sus respiraciones volvían al punto cero de sus emociones. Entonces, luego que mi viejo le dio un terrible chupón en la teta izquierda, yo la manoteé de un brazo, le quité el vestido completamente y le dije: ¡Ahora, así como estás, te ponés a baldear los pisos de la cocina! ¡Quiero verte así, desnuda, y chorreando la lechita de tu abuelo!
¡No te enojes mucho con la nena Mario! ¡Sabés que todavía es una adolescente roñosa! ¡Y vos bebota, tratá de no hacer tanto quilombo, a ver si duermo un ratito!, decía mi viejo, mientras yo escoltaba a Mily para que se ponga con las tareas hogareñas, manoseándole el culo, y apoyándoselo con la verga parada, todavía en estado de gracia. Y, la verdad, no lo resistí. Ni bien llenó un balde de agua para luego echarle desodorante para pisos, la senté arriba de la mesa, la tironeé de las piernas, de modo que su cuerpo cayese hacia atrás, y sosteniéndola de los muslitos, le ensarté la pija en la concha. Ni siquiera sabía por qué lo estaba haciendo. No me acordaba cuándo había sido la última vez que me había echado un polvo con una mina. Pero, el contacto de mi glande con esa cueva húmeda me devolvió las ganas de vivir, de sonreír, y de volver a engendrar hijos, uno tras otros. Creo que, por eso, mientras la atraía cada vez más para que se coma hasta mis huevos por la concha, le gritaba cosas como: ¡Uuuuy, cosita de papiiii, cómo te voy a embarazar, chiquitita de papi, y del abuelo! ¡No sabés las ganas que tengo de verte con las tetas a reventar de leche! ¡Quiero verte llena de bebés, todos meados y cagados, encima de tu cuerpito! ¡Así chiquita, movete así, más bebé, que papi te va a largar la lechona adentro de esa conchita calienteeee!
¿Y al Dani te lo vas a coger así papi? ¿Sabías que él me roba las bombachas para usarlas? ¡Síiii, haceme un bebé papi! ¡Quiero que el Abu, vos y el Dani me dejen preñada! ¡Así viejo, dame toda esa vergaaaa!, me decía la guacha, mientras un estrépito de recuerdos, ilusiones, remordimientos, fragilidades y libertades me impulsaron a llenarle la concha de leche las tetas de pellizcos y apretones, el cuello de mordidas, chupones babosos y palabras sucias que no puedo recordar, y luego, la boca de los restos de todo lo que me empapaba la pija. La que poco a poco perdía rigidez, altitud y energía. Pero, un paraíso de cosquillas cada vez más perversas empezaban a anidar en mis conmociones, en mis sentidos y en lo más recóndito de mis irrealizables fantasías, absolutamente desconocidas para mi cerebro. Al menos hasta el día en que la manito de Mily cruzó mi frazada, y la boca de mi hijo se adueñó de mi pene alucinado.
Después e la noche en que me chupó la pija con su hermano, Mily empezó a comportarse de un modo diferente. Ignoro si a sabiendas, o si las hormonas influían en su estado de poco control. Le gustaba hacer las tareas de la casa en bombacha y corpiño, Muchas de esas veces, en tanga. Y ocasionalmente desnuda. Por la noche, Dani, mi viejo y yo nos turnábamos para lavar los platos, después de cenar. Uno lavaba, el otro secaba y guardaba, y el que quedaba libre se sentaba a recibir un pete de mi hija. Nos acostumbramos de a poco a esos rituales, a hacer las cosas delante de de todos, como un perverso clan de inmorales funestas. Ella no nos dejaba tocarla simultáneamente. En lugar de eso, teníamos un día cada uno. Por lo que yo tenía algo de acción varias veces en la jornada. Y luego, por dos días, nada. A lo sumo el que anduviese por allí se calentaba viendo lo que la Mily le dejaba hacer con su cuerpo al que tuviese el turno, y tal vez terminaba clavándose una paja.
Así fueron las cosas, hasta el día que le tocó a mi papá. Milagros estaba particularmente alzada esa tarde, y no se callaba ni a gancho.
¡Dale, Abu! ¡Meteme esa vergota en mi conchita, así la siento toda! ¿No ves que me muero si o me usan la argolla un día? ¿No te das cuenta que tu nietita demanda leche todos los días? ¿No ves lo trola que soy?, gritaba la puta de mi hija. Entones, cuando me pudo la calentura le acerqué la pija a Mily. Ella me ignoró por completo, como solía hacer cuando se entretenía con otro. En retrospectiva, estaba muy claro que ella usó todos sus agujeros y sus tetas para tomar el verdadero control del hilarante grupo social que conformábamos. Me pajeaba contra su cara, al principio frustrado porque ella pretendía que yo no estaba allí. Hasta que Dani, que vaya a saber de dónde había aparecido, se volvió misericordioso, arrodillándose a mi lado.
¡Yo te ayudo Pa!, dijo como un autómata, y su voz sonó un tanto aguda y dócil. Entonces, mi hijo, alborozado de adolescencias empezó a chuparme la pija mientras se quitaba el short, ¡El hijo de puta tenía puesto una tanga de la Mily! Ahí se me hizo obvio que había algo pactado entre ellos, por la forma en la que se miraban. Pero en medio de mi calentura opté por no decir nada. Miré de soslayo a mi viejo. Se sonreía, sin sorprenderse. me quedó clarísimo que todo el mundo sabía algo, menos yo.
¡La putita te lo entrenó bien! ¿Eh? ¿O me vas a decir que nunca te la había chupado antes?, dijo mi viejo, sin atreverse a romper el hechizo. Él la tenía aferrada de las caderas mientras se la cogía en cuatro. La Mily lamía y pedía pija, con la cara repleta de saliva, mientras Dani insistía en lamerme las pelotas. Se había corrido la bombachita, exponiendo su verga y sus bolas lampiñas, para pajearse despacito.
¡Ponelo en cuatro! ¡Vamos a culearlos a la par!, graznó mi viejo, luego de un ataque repentino de tos. Dani se acomodó igual que su hermana, arrodillado sobre una silla que estaba de costado, con el pecho sobre la mesa, abriéndose las nalgas todo lo que pudiera para ofrecerme su objetivo. Mi papá le escupió el culo a la Mily, y se la mandó hasta el fondo con toda la energía que surgió de su interior. la trolita estaba más que acostumbrada, y agradecida. Yo hice lo propio luego con Dani, y así con mi papá nos cogimos a mis hijos, y sus nietos. Mily Y Dani gemían y gemían, como compitiendo por quién de los dos era más puta.
¡Papi! ¡Más duro! ¿No ves que a este culito le falta pija? ¿Vas a dejar a tu nene sufriendo así? ¡No seas malo!, me recriminaba Daniel, casi con los ojos en blanco.
¡Sí, dale pa, que el Abu no se lo coge tanto como a mí! ¡Tenés que enseñarle!, decía Mily, riéndose con malicia. Entonces me cebé. Me moví más rápido y sagaz. La tanga de Mily en la cola de Dani se tiñó de pronto de algunas gotitas de sangre. Él temblaba cuando yo lo envestía como un animal salvaje, y el muy putazo no paraba de pedirme más.
¡Rompeme bien el culo, papi! ¡Rompeme el culo todos los días!, sollozaba la copia fiel de mis antiguos 15 años. Luego Mily lo agarró de la nuca y le comió la boca un buen rato.
¡Ya casi me acabo todo!, exclamó Dani. Entonces, ellos tres se separaron abruptamente. Mily se acomodó boca arriba, y Dani la penetró. Fueron unos bombazos ruidosos y certeros.
¡Cogete a tu machito, mientras él me coge papi! ¡Quiero toda la lechota!, decía Mily, irrenunciable a seguir gritando. Yo no pude más que complacerla. Mi viejo se le puso cerquita para que le chupe la pija, por más que ya se lo veía bastante cansado. Unos segundos después, Dani le acabó en la concha. Ella se lo sacó de encima empujándolo con sus pies. Le chorreó un poquito de leche de la vagina, aunque no tanta como me hubiese gustado ver en el suelo.
¡Le tuca al Abu!, dijo ella, determinante y directa. Mi viejo ocupó el lugar de Dani en su conchita febril, y yo el de él en su boquita, que ya no olía a mandarina. Mily me peteaba despacito, acaso buscando que aguante todo lo que estuviese a mi alcance. Sin embargo, el que eyaculó más rápido fue mi viejo.
¡Ahora sí te toca, pa! ¡Quiero lechita calienteeee!, susurró la cerda de mi hija, convertida en un manto de sudor mezclado. Yo me le subí encima, y me la re cogí por la concha, como si hiera mil años que no tenía un buen revolcón. Mi viejo se sentó en el sillón destartalado, y Dani se le sentó al lado, apoyando su cara sobre la verga muerta de su abuelo, cada vez más risueño.
¡Dale pa, acabame! ¡Preñame toda, dejá embarazada a tu hija putita de una vez! ¡Quiero un bebé de los tres!, gimoteaba Mily, al borde de las lágrimas, y de zafarse de mi pija con la cantidad de jugos que nos humedecía los sexos, aunque me tenía super apretado con sus piernitas temblorosas. Me incliné para babearle las tetas. quise alargar el polvo un poco más. Pero cuando sentí las uñas de mi nena en la espalda, me acabé enseguida, tan de repente que hasta yo me sorprendí. Cuando al fin me separé de su indigno cuerpo, nuestras tres leches se le derramaban por la conchita. Me senté en el piso para ver cómo se la juntaba con los dedos y se la llevaba a la boca.
¡Qué ricas leches tienen ustedes che! ¿Eh?, dijo de golpe, luego de eructar gravemente, mordiéndose un labio. Entonces reparé en que Dani había vuelto a la carga. Muy despacito, el muy tunante le comía la pija a mi viejo. Mily se acercó a mí como apiadándose de mi soledad, y volvió a petearme con todo su repertorio. Pero esa vez, a mi viejo y a mí nos costó una enormidad acabar en sus inmundas bocas.
Los chicos, al tiempo estaban agotados. Por lo que les permitimos ducharse juntos. Mily le prestó otra bombachita a su hermano, y ambos durmieron así, entangaditos en la cama. Mi viejo y yo, no podíamos siquiera mirarnos. Supongo que, por eso, al otro día actuamos como si nada hubiese pasado. Pero, a las tres semanas de aquel inolvidable intercambio de fluidos y salivas, Mily comenzó a rechazar nuestros avances para que nos la chupe, o nos cabalgue con esa conchita hermosa. Al mes, nos notificó que estaba embarazada.
¡Y no sé quién es el padre! ¡Ustedes tampoco! ¿No? ¡Si, ese día me acabaron los tres, uno atrás de otro, toda la tarde!, dijo entre escandalizada y falsamente enojada. Le propuse que nos sentásemos a hablar como adultos sobre el curso de acción a seguir, teniendo en cuenta los acontecimientos. Mily, para sorpresa de nadie, Mily ya tenía un plan.
¡Ahora, las cosas van a ser así! ¡Nos van a pagar un departamentito en Mendoza! ¡Yo voy a criarlo sola! ¡Nunca mi bebé va a saber quién es el padre! ¡Creo que, le voy a decir que murió en un accidente, o algo así! ¡Y Dani se viene conmigo! ¡No pienso dejarlo con ustedes dos, acá! ¡Son unos degenerados de mierda!, dijo Mily, frotándose los ojos con los puños en los que había convertido a sus manos. Supongo que entonces fue cuando comprendí cuál había sido el plan de los chicos, desde siempre. Como consecuencia de esto, pasaron dos años, y todavía los mantenemos. Mi viejo y yo seguimos en el campo. Apenas si nos dirigimos la palabra. Y, si fuera posible, evitamos frecuentarnos. ¿Al menos los pibes me salieron inteligentes! Fin
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Encantado de escribir con vos, Ambar
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