La putarraca de mi papi

 

Yo lo esperaba. Sabía que estaba mal, porque a los 14 años, ya no era una pelotudita. Les había chupado la pija a varios de los pibes de la escuela. Todos más grandes que yo. No me atraían los de mi edad, y menos los más peques. Pero, sacando eso, no me había animado a otra cosa en lo que se refiere a lo sexual. Por lo menos con otros pibes. Bueno, salvo lo de las chuponeadas que nos pegábamos en el baño con Natalia, una chica de quinto.

Recuerdo que la primera vez que pasó, fue una siesta. Mis viejos discutieron, y como siempre, mi viejo revoleó platos, gritó, bebió más vino, y volvió a gritar. yo les dije “Basta”, con la voz pendiendo de un hilo, y unas lágrimas incapaces de fluir o quedarse quietas, ardiendo en mis ojos. Mi madre lo acusó de ponerme mal. Mi viejo le dijo que era una inútil, y la tele aturdía con la formación de River. Esa noche se jugaba la Copa sudamericana. Mi madre le pidió por enésima vez permiso para salir a trabajar. Mi padre le recordó que no es ningún idiota, que el hombre de la casa es él, y que, en lugar de pensar en escaparse, aprenda a tener la boca cerrada. Ella le murmuró algo. Nuestro perro ladró, y mi viejo volvió a golpear la mesa con el vaso vacío. Y, de pronto, la discusión se detuvo. Mi madre se fue al patio con los ojos llorosos. Antes de dar un fuerte portazo, me dijo que ordene mi pieza, y que le lleve la ropa sucia al lavadero, antes que me ponga a estudiar. Mi viejo me pidió más vino. Yo le dije que ya estaba, que mejor guardara un poco para la noche. él no insistió. Se levantó para apagar el televisor, y antes de irse a su pieza, dispuesto a descansar un rato, me acarició el pelo y me besó la frente.

¡Vos no te pongas mal Flopy, porque, tu mamá y tu papá, en el fondo se quieren! ¡Pasa que, bueno, a veces tu mamá me grita, y yo me pongo mal porque, bueno, viste que no tengo trabajo! ¡Es una mierda esto de no poder laburar! ¡Y estos políticos, siguen tomando whisky, mientras otros cobran planes!, me decía, con una de sus manos sobre mi hombro, y la otra yendo y viniendo de mi pelo a mi espalda. Entonces, casi que involuntariamente, yo lo abracé como para aliviarle la tristeza. Le miré los labios morados por el vino, y de repente sentí unas cosquillas intensísimas en la panza. Tuve unas ganas tremendas de que me alce en sus brazos, que me apriete en su pecho, que me acaricie la panza, la cola. ¿Me habría mirado las tetas? ¿Habría reparado en que ya no las tenía como el año anterior?

¡Así que no te preocupes, ni te pongas a llorar cada vez que tu mamá me grita, o que yo le grito a ella! ¡Son cosas de grandes! ¡Bueno, a lo mejor, cuando te cases, el día de mañana, lo vas a poder entender!¡Aunque, espero que no te toque un vago fracasado, histérico, gritón, y feo como yo!, me decía, por más que su voz me parecía a kilómetros de distancia. ¿Por qué no podía parar de mirarle la boca? ¡Además, había descubierto que tenía la pija parada! Era obvio que no podía ser por mí. ¿Acaso le excitaba discutir con mi madre?

¡No digas eso Pa! ¡Vos no sos feo, ni vago, ni nada de eso! ¡Mami, bueno, es como vos decís! ¡No lo entiende, y por eso se enoja! ¡Y vos, bueno, estás mal por no tener trabajo! ¡Pero ya vas a encontrar!, le dije, levantándome de la silla como para darle la orden a mi cuerpo de ir a mi cuarto, y ponerme al fin con mis tareas. Él se enterneció con mi comentario, y me abrazó, jocoso y alegre por el vino, coronándolo todo con un concierto de besos por mis mejillas, al tiempo que me decía: ¡Vos sos mi orgullo bebé, mi nena hermosa, una linda hija… lo mejor que nos pudo pasar, a tu madre y a mí! ¡Gracias por entender Flopy! ¡Sabía que vos, no tenés la cabeza tan hueca como tu mami! ¡Yo la quiero, y eso está más que claro! ¡Pero, bueno, a los hombres, nos cuesta estar bien cuando no tenemos trabajo!

A medida que hablaba, me besuqueaba y me apretaba contra su pecho, ambos parados entre la mesa y un par de sillas. Yo sentía su respiración agitada, y algo duro clavándose con determinación en mi pierna izquierda. Imagino que el fuego de mi adolescencia, más todas las curiosidades que me gobernaban, más su estado anímico por el suelo, me confundieron, al punto tal que yo sacaba la lengua de mi boca para tratar de llegar a la suya, mientras él me seguía besando los cachetes, ahora con mis brazos rodeándole el torso.

¡Papi, vos sos re bueno conmigo! ¡Siempre me contaste cuentitos, me ayudaste con la escuela, me enseñaste a leer, a dibujar, a dejar los pañales, y el chupete! ¡Mami no me tenía tanta paciencia! ¡Y no digas todas esas cosas feas, que no son verdad!, le decía yo, ahora dándole besos en la cara, y asustándolo con morderle la nariz. Él empezó a hacerme cosquillas, sonriendo con alivio y felicidad, envalentonado por el vino, mientras me decía: ¡Síiii, es verdad que, si hubiese sido por tu mami, todavía usabas pelela vos, o mamadera! ¡Pero, a papi no le importa nada más que tu felicidad, chiquita hermosa!

Y, en el momento cumbre de las cosquillas, los mimos, las reciprocidades cariñosas y las risas, lo hice. Le toqué los labios con la lengua, se los lamí, y finalmente le di un beso chiquito en la comisura, con mis labios abiertos y babosos.

¿Qué hiciste Florencia?, me dijo sin más, retrocediendo, apartando mis brazos de su cuerpo, como si hubiese visto a un muerto vivo.

¡Shhh, callate tonto, que no pasa nada!, le dije, sintiendo un zumbido en los oídos que pronosticaba peligro.

¿Qué? ¿Qué carajo decís? ¡Me diste un beso en la boca, chancha! ¿Te volviste loca?, dijo, elevando la voz por sobre la novela turca que ya emitía la tele.

¡Shhh, papi, callate, si no querés que mami se entere! ¡Ya sé lo que hice! ¡Perdoname! ¡Pero, yo quería hacerlo! ¡Vos también necesitás mimitos! ¡Yo, ya sé que, bueno, o sea… hace mucho que no escucho nada! ¡Aparte, fue solo un beso!, dije, con las orejas echando humo, el corazón galopando en mis huesos como si se me fuese a escapar por los poros, los pies entumecidos y la boca seca. Mi papi palidecía cada vez más. Pero al menos parecía dispuesto a bajar la voz.

¡no te entiendo un carajo Florencia! ¿Solo un beso? ¿Qué mimitos? ¿Qué bicho te picó? ¿Qué es lo que no escuchás? ¡Al final, estás tan chiflada como tu madre!, me dijo al fin, con los ojos desenfocados, pero en voz baja, destilando un tufo a vino que me atraía, lejos de avergonzarme.

¡Dale Pa! ¡Yo no soy tonta! ¡Vos lo dijiste! ¡Ya no uso pañales, ni chupetes, ni pelela! ¡Sé que, ustedes, hace mucho que no hacen el amor! ¡Yo, antes los escuchaba más seguido! ¡Por ahí se quieren, y no lo necesitan! ¡Pero, enserio Pa! ¡Sabés que no soy una boluda!, me despaché, un poco más tranquila, aunque él parecía al borde de revolearme lo que tuviera a la mano.

¡Papi, pegame si querés, cagame bien a palos, y castigame por lo que te digo! ¡Pero, sabés que es cierto! ¿Hace mucho que no hacés el amor con mami?, le dije, acercándome de a poco. Él se había apoyado en la mesa, mirando alternativamente a la puerta del patio y a la ventana que daba a la calle, que permanecía entreabierta.

¿Pero, cómo te voy a cagar a palos? ¿Qué mierda decís nena? ¡Aunque, debería castigarte por semejantes disparates! ¡No sé de dónde sacaste estas pavadas! ¡Por favor, Florencia, no vuelvas a hablarme de estas cosas! ¡Eso, es privado, solo  de tu madre y yo! ¿Estamos?, me dijo, sin abandonar su posición, temblando ligeramente, con los ojos cada vez más chiquitos.

¡No es una pavada hacer el amor Pa!, insistí, notando que a mi viejo le costaba mirarme a la cara. Yo, instintivamente me quité la camperita de hilo que traía, ofreciéndole el turquesa de mi musculosa con un par de tetas que la desbordaban seriamente.

¡Basta Florencia! ¡Es la última vez que te lo digo!, me dijo, sin perderse el contorno de mis tetas, aunque simulaba buscar algo en los bolsillos de su jean.

¿Pero, no te gustó el piquito que te di? ¡No me vas a decir que nunca me miraste las gomas! ¿Son más o menos como las de mami, cuando era guacha? ¿O las de ellas, eran más grandes?, le decía mientras me dejaba caer contra sus piernas, modulando mi voz para empequeñecerla, sintiendo que la boca se me colmaba de saliva, como todas las veces que me disponía a chupar una pija.

¡Salí de acá pendeja! ¡O te doy un sopapo!, me decía, aunque esta vez una de sus manos me acariciaba la espalda, como si fuese un gatito. Yo, me hice la boluda una vez más, y le rocé la pija. Él me agarró la mano y me pegó, diciéndome: ¡Eso no se toca, cochina! ¡Y te vas inmediatamente a tu pieza!

No me gritó. Sin embargo, su voz sonó a la sentencia más cruel que un tribunal pudiera arrojarme. Yo no me moví por un segundo. Pero, antes de darle tiempo a cualquier acción, me colgué de sus hombros y le toqué una vez más los labios con la lengua, mientras le decía: ¡Dale Pa, dejame hacerte mimitos, y ser una cochina!

En ese momento su pene tieso volvió a impactar sobre mi pierna, y mi lengua lograba introducirse lentamente entre los labios de mi papi. Él, finalmente me succionó la lengua, lamió mis comisuras, sorbió mi mentón, y luego retomó el contacto de mis carnosos labios para frotarlos con los suyos, tan dulcemente que, podía oír la melodía de miles de sirenas vibrando en alguna parte de mí.

¿En serio, no le vas a decir nada a mami? ¡No sabía que, a mi hija, le gusta hacerse la trolita!, me dijo entonces, asegurándose de impactar su pene duro en mi entrepierna, teniéndome apretada de la cola, caminando lentamente hacia mi pieza. Él hacia adelante, y yo hacia atrás, como podía, porque por momentos me pisaba los pies. No quería ver ni escuchar. Solo sentir el manoseo de esas manos fuertes, el olor a vino de su boca, sus besos con vergüenza, y el choque cada vez más enérgico de su verga en mi sexo. Sentía la humedad de mi bombacha, y me creía capaz de cualquier cosa. Pero, ni bien la puerta se cerró tras de nosotros, mi papá me agarró del pelo con una mano, me revoleó con violencia arriba de mi cama hecha un quilombo de ropa y carpetas, me bajó el short y la bombacha de un tirón, y me dio unos cuantos chirlos en la cola, al tiempo que me decía, procurando controlar su ira: ¡Y la próxima vez que te hagas la putita conmigo, lo va a saber tu madre! ¿Escuchaste, pendeja de mierda? ¡Sos una zorra, y ojalá, no estés haciendo lo mismo en la escuela! ¡Putita de mierda! ¡Soy tu padre, y no un pendejo cualquiera! ¡No voy a tolerar que te comportes como, como tu madre!

Por supuesto que, apenas supe que andaba por la cocina, tal vez buscando a mi madre para seguir gritándole, me dediqué a pajearme como nunca, sin importarme el volumen de mis gemidos, ni de los chirlos que me daba en el culo, ni las frotadas que le ofrecía a mi vagina contra el colchón. Pero, ya no quería seguir pajeándome como una pelotuda, pensando en mi viejo. ¡Tenía que encarar a cualquier guacho más grande, y pedirle que me coja! ¡Mi cuerpo lo necesitaba! ¡Pero, en realidad, ellos no me interesaban! ¿Por qué ahora me calentaba tanto mi viejo? ¿O era porque lo encontraba vulnerable, derrotado y triste? ¿O, me excitaba porque era más grande, maduro y fuerte? ¿O era la curiosidad de saber cómo sería su verga? ¡Por algo, las veces que cogían, mi madre aullaba como una loca! De hecho, esa misma noche, apenas empecé a escuchar que mi vieja le decía algo como: ¡No seas cargoso, que ya te dije que sí!, supe que debía dejar la puerta abierta. Hubo acción, aunque no tanta como me imaginaba. Sin embargo, fue lo suficiente como para frotarme el clítoris y apretarme las tetas toda la noche.

A los días, otra vez en medio de una discusión, aparecí para calmar los ánimos. Ya habíamos terminado de almorzar, y mi viejo se había tomado una botella y media de vino. Yo, ya me había dispuesto a dormir una siesta, porque me dolía la cabeza. Esa mañana había tenido tres exámenes en el cole. Ni me di cuenta que entré a la cocina en musculosa y bombacha. Pero sí advertí la mirada lasciva con la que mi viejo recorrió mis tetas apretadas, casi tanto como la angustia de mi vieja en la garganta por hacerse escuchar.

¡Siempre lo mismo con esta boludez! ¡No me interesa que salgas a laburar Graciela! ¿Cómo querés que te lo diga? ¡No quiero que ningún jefecito, o patroncito te pegue una volteada, o que hablen de mi mujer! ¿O yo soy un boludo que no sabe que ustedes son re bichas? ¡A mí no me vas a cagar! ¡En vez de buscar la manera de mandarte a mudar, deberías preocuparte por cocinar mejor, la puta madre!, decía mi viejo, mientras mi madre lo miraba como si estuviese loco. Yo golpeé la mesa con un vaso, y ambos se callaron.

¿Qué pasa hija? ¿Por qué venís casi en bolas?, dijo mi viejo, dándole a su voz un poco de la miel de su juventud escondida. Mi vieja me rezongó, y tal vez notó la mirada que mi viejo volvió a posar sobre mis gomas.

¡Venía para pedirles que se dejen de hinchar las pelotas! ¡No puedo dormir ni siquiera! ¡Siempre las mismas pavadas! ¿Por qué no dejás que mami trabaje? ¡Nadie se va a querer acostar con ella, si ella no lo permite! ¡Y vos ma, dejá de gritar! ¡Si tanto amenazás con que te querés ir, andate y listo! ¿O te gusta que te griten, te peguen y te traten de puta? ¡Paren de joder! ¡Son insoportables!, me despaché con todo lo que pude, quizás cruzando límites, pero decidida a buscar un poco de paz. Mi vieja se levantó llorando, sin decir palabras, y se mandó para el patio. Mi viejo, me miró sorprendido, incapaz de llevarme la contraria. Entonces, una tristeza le cruzó el rostro, y pareció ensombrecerse, fingiendo que miraba la tele.

¿Ahora te hacés el dolido? ¿Hoy saliste a buscar trabajo? ¡No vaya a ser cosa que, yo tenga que salir a limpiar casas, o a barrer veredas para que puedas comprarte el vinito!, le dije a mi viejo, cuyas orejas parecían ensancharse por el modo de mis palabras.

¡Ojo pendeja! ¡No te hagas la viva conmigo! ¡Y vestite por lo menos para salir de la pieza!, me dijo, ahora bajando su mirada a mi bombacha rosa. Yo di unas vueltas por la cocina, y justo cuando estuvo por agarrar el control remoto, se lo saqué y lo escondí adentro de uno de los cajones de un aparador.

¡Devolveme eso nena, o te va a ir mal!, me amenazó sin ponerse nervioso, aunque le palpitaban las venas de las sienes. Yo, por toda respuesta me le tiré encima, sentándome poco a poco sobre sus piernas. Él no se resistió, y cada músculo de su cuerpo parecía darme la bienvenida.

¡Dejá de mirar boludeces Pa! ¡Ya viste mil veces esa peli! ¡Aparte, lo que vos querés, es mirarme las tetas! ¿No?, le dije, subiéndome la musculosa. Él amagó con darme n cachetazo casi tan fuerte como el aliento a vino de sus labios. Pero prefirió acariciarme una teta, y después la otra. Inmediatamente sentí su dureza contra mis nalgas, y una mano sobre una de mis piernas, como si sus dedos caminaran con la lentitud de caracoles ansiosos.

¡Cómo se nota que lo que te digo te entra por un oído y te sale por el otro! ¿Qué carajo te dije la otra vuelta? ¡Querés que tu madre sepa lo putarraca que sos conmigo?, me dijo casi sin alterarse. Yo le puse una mano en la cara, y él me mordió un dedo. Me hizo acordar que cuando era chiquita, jugábamos a que él tenía que atrapar mis dedos con la boca, y si lograba hacerse con los cinco, él ganaba y podía pedirme que le compre algo en el kiosco. Si yo ganaba, él me traía alguna golosina. El recuerdo me hizo sonreír, y a él se le iluminaron los ojos.

¿Así que soy una putarraca? ¿Cómo le vas a decir esas cosas feas a tu hija? ¡Qué malo que sos Pa! ¡Yo pensé que me querías, o que por lo menos, no ibas a tratarme con esas palabras tan villeras!, le decía, advirtiendo que me olía el cuello, mientras intentábamos hacernos cosquillas. A él se le dificultaba, porque estaba casi en bolas. Además, su erección ya comenzaba a complicarle los sentidos.

¡Sí, soy un padre malo, que le dice cosas malas a su hija! ¡Pero, la nena se porta mal! ¡No tiene que andar subiéndose a las piernas de papi, en bombacha, y con las tetas casi al aire! ¡Papi se puede enojar, y aparte, no corresponde nena! ¡Y, la villera, sos vos, que te gusta que te hagan upita! ¡Espero que no le andes pidiendo a cualquiera que te alce, te meta mano, te haga cosquillas, o te mire las gomas!, me decía mi papi, ahora apretándome contra su pecho, juntando un poco más su bulto a mis nalgas, y haciendo con las piernas algo similar al galope de un caballito de calesita. Yo había empezado a gemir, involuntariamente. Eso, sumado a los pasos de mi vieja cerca de la cocina, hizo que mi viejo me baje de sus piernas, y me aplique un sonoro chirlo en la cola, mientras me decía: ¡Andá a dormir, putarraca, y basta de hacerte la vivita! ¡Acordate que soy tu padre! ¡Y dejá de andar en calzones!

En efecto, mi madre entró en la cocina, resuelta a prolongar la discusión. Yo los miré como el culo, y me fui al patio. Los dos me pidieron que vuelva, que me vista, que no me olvide de los vecinos, y un montón de cosas que no escuchaba. Pero lo cierto era que necesitaba masturbarme. Y al mismo tiempo, quería irme a la mierda de mi casa. Sé que me senté en un banco que mi viejo solía usar para desmontar motores, o para atornillar cosas. Tenía ganas de llorar, de tocarme, de chupar una pija, de hacer pis, de tomar algo fresco, y de que mi viejo entendiera que yo era la que lo buscaba, y que él no sería culpable de nada. En definitiva, empecé a masturbarme como una condenada, maldiciendo a los vecinos que no se acercaban a los alambrados que dividían nuestros patios. Estaba sacada, escupiéndome las tetas para apretarlas, dedeándome la concha, pellizcándome el culo y tratando de colarme un dedito, gimiendo y cerrando los ojos para no sufrir el engaño de las figuras cegadoras que el sol quería que vea en el cielo. Estaba tan enojada que, hasta me bajé la bombacha para hacer pis en el banco de mi viejo. Y, tal vez, aquel haya sido el desatino más dulce y conmovedor para mi viejo. No me había percatado que la discusión se esfumaba de a poco, y que mi vieja ponía en marcha el lavarropas, ni que mi viejo aparecía lentamente por el patio, como un espectro malicioso. Ya no parecía tan enojado, aunque no se mostraba confiable. Enseguida me subí la bombacha, y me quedé parada en el lugar, al lado de las pruebas que me incriminaban.

¿Qué hiciste, chancha de mierda? ¿Te measte en el banco que uso para laburar? ¿Qué? ¿Ahora no sabés ir al baño? ¡Hija, por favor! ¡Hablá, o se te arma la podrida! ¿Por qué lo hiciste?, me decía segundos después mi viejo, agarrándome del pelo, preparando su otra mano para asestarme algún chirlo. Mi vieja salió al instante, y le pidió que no se la agarre conmigo.

¡Mirá mujer, lo que hizo tu nena! ¡Acaba de mearse en mi banco! ¿Te parece bonito? ¿Vos le enseñaste eso? ¡Vamos Florencia, a la cama!, me dijo mi padre, asegurándose de darme 4 o 5 chirlos bien puestos, obligándome a caminar casi a la arrastra, ya que el suelo estaba caliente, y mis pies descalzos. Mi madre le rogó para que al menos me permita lavarme.

¡Ni en pedo! ¡Se va a ir a dormir así, toda sucia, meada, y con las patas llenas de ampollas! ¡Nadie la mandó a mear el banco! ¿Ahora mi hija es un animalito? ¡Dios mío!¡Catorce años, y meándose encima!, iba diciendo mientras entrábamos a la casa.

¡No, soy una putarraca!, le balbucee cuando sabíamos que estábamos solos. Sin embargo, esa vez a mi viejo no le dio gracia. Me dio vuelta la cara de una cachetada, y me pellizcó un pezón. Eso me gustó. Era un dolor dulce, como el presagio de algo aún más dulce, y doloroso.

¡Dale, entrá pendeja! ¡Y nada de celular! ¿Estamos?, me gritó, metiéndome una mano por entre las piernas para pellizcarme la vagina. En ese momento no me percaté que había agarrado mi celular de la cómoda.

¡Y, más vale que no vuelva a encontrarte en bombacha, arriba de mi banco, haciendo chanchadas! ¡Sos grande Florencia! ¿O querés llamar la atención? ¡Dale, acostate, así apago la luz, y te cierro la puerta con llave!, me seguía perforando los tímpanos con su voz poco amable.

¡Me enojé con vos Pa! ¡Por eso me hice pichí en ese banco mugriento! ¡Me tenés cansada ya! ¡Sos un tonto! ¡No entendés que yo, solo quiero que nos hagamos mimitos!, le dije con todo el valor que arranqué de mis deseos. Él me miró como asustado, y cuando apagó la luz, previo al portazo que hizo estremecer los cristales de las ventanas, me dijo: ¡Estás re chiflada pendeja! ¡Cada día más loca! ¡Haceme acordar que mañana averigüe si hay turnos en algún loquero!

Mi padre abrió la puerta de mi pieza recién a las 9 de la noche, para que me siente a cenar. Me pidió que me vista y me lave las manos, pero solo eso. Yo, entretanto oía las súplicas de mi madre para que me abra, o le entregue las llaves. A él le encantaba negarle a mi madre cualquier cosa que pudiera satisfacerla. Por lo tanto, la cena transcurrió en silencio. Salvo por el noticiero de la tele. Yo me senté al lado de mi viejo, como solía suceder cada vez que me castigaba por algo. De hecho, había pasado más de un año que no recibía castigos. A veces notaba que giraba su rostro para olerme.

¡No olés algo raro vos, Graciela? ¡Parece que hay gatos meando los techos! ¡Esta es la época en que se alzan las gatas, y los machos las quieren preñar! ¡Qué raro que haya olor a pis adentro de la casa! ¿No Florencia? ¡Parece que limpiaste como el orto Graciela! ¡A la señora de la casa, últimamente no le importa limpiar bien, o cocinar bien!, decía mi viejo, mirándonos alternativamente, como buscando que alguna de las dos le retruque sus dichos. Mi vieja se puso roja por la humillación. Pero yo me reí. Ni siquiera sé por qué se me ocurrió intervenir, sabiendo que el vino ya le embotaba el cerebro a mi viejo. Pero, justo cuando pasaban una publicidad de pañales dije: ¡Basta Pa, que sabés perfectamente que soy yo la que huele a pis! ¡Vos no me dejaste lavarme! ¿Te acordás? ¡Y que yo sepa, no soy ninguna gata! ¡Y dejá de decirle cosas a mami!

¡Sí, no serás una gata, pero te measte en mi banco, como una de esas gatas callejeras!, me dijo, reduciendo su voz a un susurro, tal vez para que mi vieja no lo escuche. Yo me levanté de la mesa con mi plato vacío, y después de lavarme los dientes me acerqué a mi viejo para darle el beso de las buenas noches. Era algo de todos días para él. Si no se cumplía, su susceptibilidad le ponía fantasmas en la cabeza. Ahí aprovechó a olerme una vez más, y me dijo: ¡Al menos, antes de ir a la escuela te vas a poder bañar! ¿Estamos?

Cuando estuve a solas en mi pieza, me desvestí y me acosté, confundida, extrañada y acomplejada. No entendía por qué. Pero, al rato, empecé a escuchar que mi vieja gemía en la pieza de al lado. ¡Hurra! ¡Al fin le toca a la pobre!, pensé, y me puse celosa. Sentí que unas lágrimas pugnaban por caer de mis ojos. Entonces, me bajé la bombacha hasta las rodillas, pensando en pajearme. Pero, inmediatamente los gemidos de mi madre volvieron a convertirse en una nueva discusión. No sé cuánto tiempo pasó desde que empezaron, ni cómo terminó, ni en qué segundo me quedé dormida. Solo recuerdo que, luego de distinguir que el viento movía unos llamadores de ángeles que teníamos en el patio, abrí los ojos, y vi que mi viejo me miraba dormir.

¿Qué hacés acá pa? ¿No te podés dormir? ¿O mami no te entregó el pancito?, se me ocurrió decirle, sabiéndome molesta y rebelde. Su cara, antes de admiración, se tornó en una mueca de peligro inminente. Pero entonces, todo lo que pudo haber sido, fue, como nunca lo había imaginado. De golpe mi viejo me quitó la manta y la sábana. Me acarició las piernas desnudas, y como estaba acostada boca arriba, tuvo el detalle de besuquearme la panza, mientras me chistaba para que ni se me ocurra hablarle.

¿Qué pasó papu? ¿Ahora no tengo olor a pichí de gata callejera? ¡A lo mejor, es la bombacha!, le dije, desafiándolo como sé que no le gusta. Entonces, la calma que había en su cuerpo tembloroso se derrumbó sobre mí. En menos de lo que imaginé, sus piernas separaban las mías, su boca olfateaba mi remera, y sus manos buscaban el contacto con mis tetas. mientras tanto me decía: ¡Callate la boca, putarraca, que me venís calentando la verga hace rato! ¿Te gustó mearme el banquito, cochina? ¿Por qué se enoja con papi la bebé? ¿Así que, cuando la nena se enoja, se mea, como las gatitas? ¿Eso es lo que hacen las guachas ahora?

Todo aquello me calentaba tanto como el roce de su verga dura contra mis piernas. Sabía que tenía puesto un bóxer negro, una camiseta ancha que olía a vino, y al perfume de mi vieja, y que su erección estaba a tope. De modo que, yo misma frotaba el culo en la cama para que mi pubis se encuentre con su pene, Y él lo notó desde el primer momento, porque de repente me decía: ¿Qué pasa gatita? ¿Tenés calor ahí abajo? ¿Querés pito? ¿Querés que tu papi te haga mimitos ahí adentro? ¿Ya te la pusieron por ahí bebé? ¿Eee? ¡Contestame guachita! ¡Quiero que me des mimitos ahora, pendeja! ¡Y sí, tu mami no me dio el pancito! ¡Por eso, ahora, y ya que tenés tantas ganitas, me lo vas a dar vos! ¿A ver? ¡Levantame los bracitos, así te mamo bien esas gomas! ¡Tanto que te gusta mostrarlas!

No sé si lo hice, o si la inercia del momento controlaba mis movimientos. pero sé que, sin preámbulos, su boca se adueñó de mis tetas, y que me las baboseó, lamió y besuqueó como tanto lo deseaba. Sentía que flotaba, que corría por un suelo movedizo, que necesitaba que me apriete más contra su pecho, y que me muerda la boca, el cuello y hasta el alma. Sentía que la bombacha se me calentaba y empapaba, mientras su pija hinchada se golpeaba contra mi vagina, como violentas olas contra las piedras.

¡Dale papi, metela de una vez! ¡Abrime toda, que mami no nos escucha, y no sabe que me estás chupando las tetas!, le dije, mientras él me ponía un dedo en los labios. Sentí que se bajó el bóxer con todo, y que otra mano me bajó la bombacha hasta las rodillas. Se levantó de las llamas de mi piel, supongo que para corroborar que la puerta estuviese con llave. Cuando volvió, me abrió las piernas, y me besó la panza, los muslos, ¡Y la conchita! ¡Síiii, le pasó la lengua a mi vagina, y hasta se atrevió a olerme, y a meter su nariz entre mis labios vaginales!

¿Sabés qué mi amor? ¡No olés a pis de gata! ¡Tenés olor a pichí de nena adolescente, que quiere pito! ¡Pero, que sea la última vez que me hacés enojar! ¿Escuchaste?, me gritó de golpe, sin que mi cerebro hubiese notado que sus manos habían dado vuelta mi cuerpo para darme un par de nalgadas. Para eso, me había subido la bombacha. Tal vez para que no se oigan hasta el cuarto de al lado. Y de repente, volvió a acomodarme en mi lugar.

¿Me escuchaste o no ppendeja?, me decía luego, mientras regresaba a recostarse sobre mi piel dispuesta a sus deseos. No tuve tiempo de nada. Cuando noté que el muy turro comenzaba a golpearme la conchita con su pija y sus manos, atrapé al vuelo su boca, y empecé a morderle los labios, diciéndole con desesperación: ¡Cogeme pa, rompeme la concha! ¡Dame pija!

Él me dio una cachetada, mientras me decía al oído: ¿A ver cómo se enoja la gatita? ¡Clavame los dientes guachita! ¡Dale, abrí las piernas, que te la voy a enterrar toda, por putita, por chancha, y por mostrarme las tetas, la bombachita, y el culo!

Supongo que el primer trocito de espalda que encontré, me sirvió para clavarle las uñas, y que, en mis ansias por sentirlo adentro de mí, le mordí el cuello, diciéndole: ¡Dale papi, metela, haceme gritar con tu pija adentro!

Pero él volvió a cachetearme la cara, y esta vez arremetió contra mis tetas para mordérmelas. Eso me hizo chillar, y entonces, me puso la almohada en la cara por un instante, mientras notaba que me bajaba la bombacha, murmurando cosas como: ¡Vamos a sacarle la bombachita a esta gatita enojada, para que no se la moje!

Y sin demasiadas delicadezas, me encontré oliendo mi propia bombacha, la que mi viejo fregaba una y otra vez contra mi cara, mientras la punta de su glande se chocaba con mis piernas, humedeciéndolas con sus secreciones seminales. Lo notaba duro, caliente y enérgico.

¿Te gusta olerte la bombacha, putarraca? ¡Dale, abrí la boca, y chupame los dedos, asquerosa, cerda, cochina! ¡Ya vas a ver cómo te la voy a poner toda mi bebé! ¡Eso por andar buscando pitos!, me decía, tal vez controlando sus impulsos de partirme al medio, ya que su pija estaba instalada en la entrada de mi vagina.

¡Dale Paaaaa, cogemeeee, dame pija, dame verga! ¡Dale que mami está durmiendo, y yo soy la única que te calienta el pito!, le dije al fin, y la última O se amplificó como por arte de magia, porque en ese mismo instante, su pija empujó mi cuerpo, abrió las puertas de mis latidos más profundos, y desgarró la telita de mi virginidad como un martillazo irascible, demoníaco y perverso. Enseguida empezó a moverse lentamente, aunque con cada vez mayor energía, haciéndome sentir sus huevos calientes, y la forma en la que se ensanchaba su pene adentro de mi sexo.

¡Enojate ahora perrita, dale, meate toda si querés, meale la pija a papi, que te come las tetitas como te gusta, nenita asquerosa, putarraca hermosa! ¿Así te gusta? ¿Eee? ¿Lentito? ¿O más rápido, chiquita? ¡Así, rasguñame todo gatita! ¡Dale, que sos una gatita meona! ¡Abrí más esas piernitas, que te va a encantar abrirlas para los pendejos que te quieras curtir! ¡Síiii, así bebéee, babeate toda, y olé tu bombachita!, me decía, hamacándose sobre mi cuerpo como un viento huracanado repleto de novedades.  Sentía que mi columna crepitaba en un infierno puramente nuestro, que mi honor y su autoridad se fusionaban en una sensación única, y que el olor a concha de mi bombacha nos enfermaba por igual. Su pija seguía conquistando mis profundidades, y mis gemidos apenas se sostenían en mi boca. Él me pidió que le escupa la cara, y eso lo hacía gemir. Aunque al mismo tiempo, ahogaba sus palabras y jadeos en la almohada, o en mis labios. Me besaba rico mi papi, y me cogía todavía mejor. El pequeño dolor que sentí al principio, se había transformado en puro deseo, fuego y ganas de pedirle más. En un momento le dije: ¿Me vas a venir a coger todas las noches papi? ¿Le vas a dar la lechita a esta gata todas las noches? ¡Mami es mala! ¡Por eso tenés que venir a cogerte a tu nena, a tu putarraca!

Mi papi empezó a bombearme con mayores esfuerzos, agarrándome de las nalgas, babeándome las tetas como un condenado, y asegurándose de impregnar su olor a macho en cada poro de mi piel. Hasta que me privó de su pija para acomodarme boca abajo, y entonces, durante un largo rato estuvo apoyándome la pija en el culo, deslizándose suavecito, mientras me comía la boca, me apretaba las tetas, y me mordisqueaba una oreja, diciéndome todo el tiempo: ¡Vos sos mi putarraca, mi nenita cochina, mi bebé tetona! ¡Amo tus tetas mi chiquita! ¡Y sí, es cierto! ¡Con tu mami no hacemos el amor seguido! ¡Y, tu conchita es re caliente! ¡A lo mejor, porque te hacés pichí en cualquier lado!

¡Dale papiiii! ¡Dame vuelta como antes, y largame la leche en la concha! ¿No querés preñar a tu gatita? ¿NO te gustaría que tu gatita te haga abuelo? ¡Dale pa! ¡Quiero tu leche adentro, ahoraaaa, daleee, o me hago pis!, le decía entre sollozos de calentura y risitas nerviosas. Él captó la esencia de mis lamentos, y ni bien me acomodó boca arriba una vez más, me la clavó de nuevo, y esta vez no paró hasta largar su semen caliente en mi interior, como se lo había pedido. En el transcurso, me metió un dedo en el culo, diciéndome al oído: ¡Cuando quieras, puedo darle pito a esta colita hermosa! ¿No te culearon todavía, gatita sucia? ¿Le vas a dar el culo a papi? ¿O vas a ser mala como tu mami? ¿También te meás con los pibitos que te gustan de la escuela, putarraquita? ¿O con algún profesor?

Antes de largarme todo adentro, nuestros labios batallaban entre lengüetazos y restos de saliva, y nuestras manos no sabían qué parte arañar del otro. En lo que a él respecta, terminó lleno de rasguños en la espalda y los brazos. No tenía idea de cómo se lo explicaría a mi madre. Yo, tenía las tetas llenas de las marcas de sus dientes, y un labio me sangraba por la furia con la que nos besábamos y mordíamos. Encima, yo le decía mientras le tiraba mi aliento en la cara: ¡Dale papi, mordele la boquita a tu nena, asíii, dale, que me encanta comer chupetines para que me comas la lengua, así, mordeme toda, marcame toda con tus dientes! ¡Quiero que seas mi macho, mi gato, que me mees como un gato papi, dale, meame la concha, preñame toda, haceme muchos gatitos en la panzaaaaa!, y él me bombeaba con tantos pocos cuidados que, era impensado esperar que mi vieja no se despertara.

¿Emilio? ¿Florencia? ¡Hija, no sé a dónde se metió tu padre! ¿Está con vos? ¿Por qué cerraron con llave?, decía mi vieja al otro lado de la puerta, mientras mi papi me obligaba a contestarle, y me decía: ¡Abrí la cajeta pendejaaa, que te la largo todaaaa, por putarracaaaa!

¡No ma, acá no está! ¡Pero, cerré porque, quería estar sola, conmigo! ¡O sea, quería pajearme tranquila!, le grité a mi madre, mientras recibía la lechita de mi papi, lo sentía desvanecerse sobre mí, y lo contemplaba tan feliz como a un niño con un juguete nuevo. Mi madre me dijo que era una ordinaria, y medio que no se creyó que mi viejo no estuviese conmigo. Por lo que insistió.

¡Ya te dije ma, que no sé! ¡Fijate en el patio! ¡Por ahí, se aburrió de que lo trates mal, y se fue a dormir al banquito! ¡Siempre y cuando se haya secado! ¡O, por ahí se fue con alguna loca!, le grité, sabiendo que mi comentario podría lastimarla. Pero, a mí no me importaba nada. Había tenido la verga de mi papi adentro de mi conchita, y me había apropiado de mi primera leche. ¡No iba a parar hasta no darle mi boquita, y mi culo!      Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊 


Te podes enterar a través de Twitter de todo lo nuevo que va saliendo! 🠞 Twitter

Comentarios