La verdad, me tenía podrida. Todos los putos martes y jueves me tocaba el timbre, pidiéndome algo para comer, o plata, o lo que tuviera. Su aspecto, era como el de cualquier nena de la calle. Casi no se le entendía muy bien cuando hablaba, tenía el pelo sucio, largo y abandonado, y a veces sonreía. No sé de dónde sacaba, pero siempre andaba con un caramelo o un chicle en la boca. Olía a pis, arrastraba los pies, y portaba unas tetas terribles para tener 14 años, y el cuerpo tan desgarbado. El nombre, bueno, siempre lo cambiaba. A veces se llamaba Valeria, o Daiana, Sheila, Rocío, o la Chuli. Así era como más me gustaba decirle.
¡Mirá Chuli, yo que vos, al menos me busco un chico lindo, que te infle la pancita, y al menos así, vas a poder cobrar un plan, de estos planes de mierda del estado! ¿Entendés? ¡Sos muy chiquita, pero, sos una hembra, y las hembras, tenemos algo que garpa! ¡La concha mamita! ¡Y, te pido por favor que no vuelvas por una semana! ¡Te di pan, plata, facturas, una milanesa con puré, gaseosa! ¡En cualquier momento vos me vas a tener que mantener a mí!, le dije un día de lluvia especialmente frío. Ella me puchereó los ojitos, y me balbuceó una grosería. La mandé a la mierda, y le prohibí tocar el timbre otra vez. Mabel, mi mejor amiga, dice que soy muy dura con ella, y con todos los que piden. Que soy una vieja amargada con aires de ricachona, solo porque vivo en una casa bien situada en el Palomar. De hecho, gracias a esa chirusa, Mabel me había retirado la palabra, por considerarme insensible, arrogante y egoísta. Así que, ese día tomé una decisión.
¡Bueno pendeja, si querés unos mangos, entrá, y vamos a ver qué cosa te mando para que hagas!, le dije, mientras le abría la puerta. Le pedí que se limpie el barro de sus zapatillas mal trechas en la alfombra, y le sequé un poco el pelo con un toallón que suelo tener doblado en el recibidor para circunstancias como estas. Ya eran las 12 del mediodía, y ni sabía lo que iba a almorzar. Pero, entonces le pregunté si alguna vez lavó los platos. Me dijo que una vez un hombre le pagó para lavar un montón de vasos, copas, cubiertos y platos de sopa, de postre y otros cuadrados que no supo definirme.
¡Bueno, seguime a la cocina, que me vas a mostrar cómo lavás mis platos! ¡Yo vivo sola! ¡Así que no hay mucho! ¡Son unas 4 o 5 tazas, algunos vasos, cubiertos, y bueno, los platos! ¿Querés guantes?, le iba diciendo mientras sus pasos me escoltaban. Me dijo que no le gustaban los guantes, y enseguida se arremangó el bucito azul que traía para ponerse a lavar. Yo me senté a buena distancia de ella para observarla. Ahora también podía constatar que tenía un lindo culito, y varios agujeros en el pantalón de jogging que, ni siquiera tenía el ruedo bien hecho. ¿Por qué me obnubilaba tanto el detalle de que se le vea la bombacha?
¡Hey, Chuli! ¿Tenés hermanos? ¿O padres? ¿O, alguna familia? ¿Para quién pedís vos?, le pregunté, como para no poner la tele. Además, quería saber algo de esa mocosa.
¡Mis padres, ni idea! ¡Yo vivía con mis abuelos, y mis hermanos! ¡Tengo 6! ¡Pero, solo pido para mí, porque ya rajé de lo de mis abuelos!, dijo con un hilo de voz, y acto seguido se tragó los mocos.
¡Nena, no hagas eso! ¿Querés un pañuelo? ¡Si te tragás los mocos, te vas a enfermar de la panza! Le dije, sintiendo algo extraño derrumbarse dentro de mí.
¡No me hace nada doña! ¡Siempre lo hago!, respondió ella, lavando las tazas como si estuviese apurada.
¡Bueno, lavá tranquila, porque afuera está lloviendo como para un aguacero! ¡Por ahora, podés lavar todo, y, si querés, te pago, y te doy algo para comer! ¡Algo que no sean tus moquitos!, le dije, riéndome de mi propia ocurrencia. Ella pareció alegrar las facciones de su carita sucia.
¿Querés un mate?, le ofrecí, una vez que terminó con el último plato. Yo había terminado de prepararlo cuando, por otro lado, tuve que pedirle que no sea tan bruta para acomodar los vasos en el escurridor. Me dijo que sí, y se acercó a tomarlo. Se quedó paradita a mi lado, y su olor se profundizó un poco más en mis pulmones.
¿Sabías que tenés el pantalón roto en la cola? ¡Se te ven los calzones che!, aventuré a decirle, deleitándome con su expresión de vergüenza.
¡Sí, pero no me importa doña! ¡Ta rico el mate! ¿Quiere que haga algo más?, intentó apurarme.
¡O sea que, te tragás los mocos, andás mostrando los calzones, y no te importa! ¿Qué otras cosas te tragás vos? ¡Bueno, ya que lo decís, sí! ¡Tirá todas las migas de la mesa al suelo, y barrelo después! ¿Te animás?, le dije, adivinando una leve sonrisa en sus ojos. De ese modo, la veía andar por los alrededores de la mesa, dejándola impecable. Luego, disfruté de mirarla barrer, con poca gracia, pero meneando el culo y haciendo que las tetas se le bamboleen como si fuesen bombitas de agua.
¡Sacate ese buzo Chuli, que acá adentro hace calor! ¡Cuando salgas, vas a tener frío!, le sugerí, sin ánimos verdaderos de nada en particular.
¡No puedo doña, porque, bue, abajo del buzo, no tengo nada! ¡Solo un corpiño!, me respondió ella, con la escoba tensa en la mano.
¡Bueno, a mí no me importa verte el corpiño! ¡Somos mujeres! ¿No?, le dije. Pero ella volvió a negarse.
¡Escuchame nena, sacate eso, y te doy más guita! ¿Tenemos un trato?, le dije, ahora con la voz áspera, sin darle lugar a que se resista. Esta vez, la Chuli obedeció, y barrió el tramo de cocina que quedaba exhibiendo un corpiño rosado viejo, estirado y chiquito, que no podía ni con la mitad de sus pechos. Además, advertí que se le habían parado los pezones. Acaso por el frescor y la humedad del ambiente.
¡Vení Chuli, tomate otro mate!, le dije cuando casi terminaba de expulsar migas y polvo al otro lado de la puerta del patio interno de mi casa. Ella caminó despacio para recibirme el mate, aunque no se me acercó tanto como la primera vez.
¡Tranquila nena, que no te voy a hacer nada! ¡Solamente miraba las gomas que tenés! ¡Imagino que, habrás tenido algún novio para hacerlo feliz con, con esas tetas! ¿No?, le dije, escuchándola tragarse los mocos otra vez. Ella se tomó el mate, y negó con la cabeza.
¡Te lo juro que, son preciosas! ¿Hace mucho tenés ese corpiño? ¡Da la sensación que, mínimo, hace 2 años! ¿Te desarrollaste vos?, le cuestioné, haciendo que se sonroje más y más.
¿Qué onda vieja? ¿Le gusta mirarme las tetas? ¿Le da risa que me vista así? ¡Yo no soy hija de una vieja cheta como usté!, se atrevió a levantarme la voz, mirando hacia la puerta de la calle. Yo me levanté, sin entender las razones que me llevaron a hacerlo, y la tomé de los hombros desnudos con las dos manos. La zarandeé y le dije, aparentando dulzura: ¡No permito que las pendejas tetonas me hablen así! ¡No seas desagradecida conmigo chirusita, porque, por si no lo notaste, te estoy ayudando! ¡Sos vos la sucia, la descarada, la que no fue a la escuela, y la que se traga los mocos! ¿Querés irte? ¡Podés irte! ¡Pero no te pago un peso! ¡Es tu decisión!
La nena no se movió, ni me retrucó, ni trató de respirar, hasta que la solté.
¡Le hago otra cosa? ¡Lo que sea! ¡Pero, necesito plata doña! ¡Usté lo sabe!, musitó más serena, mirándome al fin a los ojos.
¡Sí, sentate, en el suelo! ¡Tomá, arriba de este almohadón! ¡Quiero que me desates los zapatos, me los saques, que me saques las medias, y me hagas masajes en los pies! ¿Te animás? ¿Lo hiciste alguna vez?, le iba diciendo, mientras colocaba uno de los cojines de mi sillón en el suelo, justo en frente de la silla en la que antes mateaba, observándola. Me senté, y me llené de regocijo al ver que no podía con las hebillas de mis zapatos. Hasta que lo logró, y no reprimió una puteada. Con las medias fue más fácil. Pero, cuando mis pies desnudos estuvieron en sus manos torpes, no sabía si reírme por las cosquillas, o por lo graciosa que se veía allí, con ese corpiño viejo, intentando hacer algo que, probablemente no sabía que existía.
¡Dale nena! ¡En serio que no es tan difícil! ¡Tenés que sobarlos, amasarlos despacito, del talón a la planta, de la planta al empeine, estirar un poquito los dedos, con amor, y volver a empezar! ¡Aparte, los tengo limpitos! ¡No quiero saber cómo están tus pies! ¡Y menos esa bombacha rosada que tenés! ¡Vamos, así, eeeso, vamos aprendiendo! ¡Y, che, lo que te dije de las tetas, es cierto! ¡Son hermosas! ¡Hacía mucho que no veía a una pendeja con semejantes pechitos!, le decía, sintiéndome cada vez más acalorada. Nunca en mis 56 años había tenido la chance de doblegar a nadie a mis voluntades. No sabía lo que me pasaba. Pero podía asegurar que esa nena me generaba cosas raras. Por algún motivo no me repelía su olor a mugre, ni su constante sonido de mocos resfriados, ni verla rascarse la cabeza, ni su carita sucia. De modo que, cuando me aburrí de sus masajes no del todo efectivos, pero sí muy excitantes para la vista, le pedí que se levante y se siente a la mesa. Le preparé tres salchichas, y recalenté una pata asada de pollo. No le di cubiertos. Incluso, le dije que, demasiado tenía que agradecer que por lo menos le daba algo de mis sobras. Yo me senté a tomar mates, mientras la veía comer con devoción, al borde de atragantarse, usando solo las manos. En ese momento, deseaba que hubiese guiso, o puchero, o cualquier otra cosa más compleja de tomar con las manos. Pero, en definitiva, cuando terminó de comer, le acerqué un vaso de agua, con una maliciosa idea en la cabeza. La que ejecuté con éxito.
¡Uuuuy, disculpame tesoro! ¡Cada vez más vieja, y más boluda! ¡Puta madre che! ¡Se te mojó todo el corpiño! ¡Bue, te lo vas a tener que sacar! ¡Aparte, medio que ya no sirve para nada!, le dije, luego de simular que tropezaba con su silla, y que una parte del vaso de agua se me derramaba sobre su escote. Como el corpiño apenas estaba agarrado de un brochecito falseado, no tuve problemas en quitárselo, ante la sorpresa de su rostro. Enseguida le di papel de cocina para que se seque las tetas, y alimenté a mis fascinaciones más ocultas viendo cómo esos trozos de carne con pezones juveniles se mecían y entrechocaban cuando ella se limpiaba.
¡Tomá, ponete el buzo! ¡Yo ahora tengo que recibir a una amiga! ¿Te voy a pagar como para que puedas comer algo, y te compres un corpiño! ¡Vamos, apurate nena! ¡Dale que a Mabel no le gustan las nenas con olor a pata, y a culo!, le decía, prácticamente encajándole el buzo en la cara, invitándola a irse, y ofreciéndole mil pesos. Ella los recibió, y luego de ponerse el buzo cruzó la puerta para reencontrarse con la llovizna y el viento de la ciudad.
¡En la semana ando por acá doña! ¡Gracia por el morfi!, fue lo último que dijo, antes de convertirse en parte del gentío. Yo, no pude dejar de imaginar que, a donde quiera que vaya, respire o se mueva, esas tetas andaban solitas bajo ese buzo roñoso.
Le participé lo sucedido a Mabel, que llegó a tomar el té a eso de las 4 de la tarde. Se me cagó de risa cuando le conté lo que le hice a su corpiño, y se lo mostré. Ella no miró con aprensión. Me dijo que actué como una potencial psicópata, y me recomendó prudencia. Sin embargo, cuando me quitó el corpiño de las manos, lo olió con desconfianza.
¡Tiene olor a hembra alzada! ¿Andás con ganas de iniciar a una pendeja? ¿Te la querés garchar, hija de puta?, me decía mientras nos comíamos las bocas. Hacía tres meses que mi amiga se había convertido en el fuego que aceleraba mis pulsaciones, desde que al fin comprendió y aceptó su sexualidad. Yo, le confié que algo en ella me calentaba, pero no sabía qué.
El jueves no se hizo esperar demasiado, porque la Chuli apareció el lunes, cerquita del mediodía. Esta vez estaba más despeinada, con más ojeras y la cara igual de sucia. Cuando le abrí me sonrió. Tenía el mismo buzo, pantalón y zapatillas. Pero ahora lucía unos aritos en las orejas.
¿Ya te gastaste la plata que te di el otro día? ¡No te esperaba hoy! ¡De hecho, pensaba en salir al shopping! ¡Pero pasá, y vemos qué podés hacer!, le decía, dejándole la puerta abierta para que me siga. Al fin, cuando estuvimos a solas en el comedor le pedí: ¡Sacate el buzo, a sí me mostrás qué te compraste para taparte las lolas!
Se lo quitó y lo colgó sobre una silla. Tenía una remera blanca escotada, y re pegada al cuerpo. Se le veía la panza, porque le quedaba chiquita. Yo no pude evitar reírme con ganas.
¡Aaay, nenita, nenita! ¿No tenés otra ropa que ese pantalón y ese buzo? ¿Vos te compraste esa remera?, le pregunté, haciéndola sentir una ridícula.
¡Sí, me la compré en una feria de ropa usada! ¡Ni en pedo me compraba un corpiño! ¡No me alcanza la teca para eso! ¡Y, sí, esta es la única ropa que tengo!, me dijo con su gangosa disfonía, su carita de perrito mojado y sus ojos tristes. Yo, caminé hacia la cocina y la llamé. No debía mostrarle compasión.
¡Escuchame, quiero que me trapees el piso, porque hay manchas de café que, solo salen con agua caliente! ¡Ahí tenés un fuentón con agua, y un trapo! ¡Agachate, y empezá!, le ordené, mientras me sentaba en la misma silla que la primera vez que vino a mi casa, simulando leer un libro. Ella se sentó, y empezó a remojar, fregar y repetir el procedimiento por cada mancha que veía.
¿A ver hija? ¡Ponete en cuatro patas! ¡Quiero verte gatear! ¡Aparte, vas a estar más cómoda! ¡Tomá, apoyá las rodillas en este almohadón!, le dije, revoleándole uno de los cojines del sillón que tenía a mano para apoyar la espalda cuando leía mucho rato en la cocina. Ella, tal vez a su pesar, obedeció. Ahora podía disfrutar de su culito yendo y viniendo con el trapo y el cuenco de agua. Y así fue que pude apreciar algo distinto.
¡Eeeepaaa! ¡Parece que, esta vez te cambiaste la bombachita! ¿Qué le pasó a la otra?, le pregunté cuando la tuve a unos pasos, y le di un chirlo suave en el culo. Ella me miró con fiereza, pero siguió trapeando.
¡La tuve que tirar porque, se me había manchado cuando me vino! ¡Esta, es otra que tenía encanutada!, me respondió, luego de tragarse otra porción de mocos. Yo me levanté, le sobé la espalda, le pedí que me suba un poquito el torso, y admiré cómo esas tetas le explotaban la remerita indecente, chivada y colorinche que tenía. estiré una mano, y se las acaricié, intentando que sea con ternura. Ella rechazó mi contacto, pero no chistó cuando le apreté un pezón, diciéndole: ¡Vamos, otra vez en cuatro! ¡Y, quiero que escupas el piso! ¡Dale nena, babeá el piso, y después limpialo!
¿Está chiflada del moño usté, doña? ¿Pa’ qué quiere que le escupa el piso?, me preguntó, hilarante y áspera como sus modales. Yo le agarré las nalgas con las manos y se las pellizqué, mientras le aclaraba: ¡Porque yo soy la que te paga, y si te pido que me escupas el piso, vos escupís, y listo! ¡Odio que me cuestionen! ¡Y más una negrita sucia como vos!
Cuando un charco espeso de su saliva dibujó algo parecido a nubes tormentosas en el suelo, le pedí que lo limpie, y se saque la remera.
¡Pero doña, ahora sí que voy a quedar en tetas!, refunfuñó, aunque lo hizo, tal vez bajo la presión de los billetes que la esperaban en algún lugar de mi casa.
¡Yo soy madre, y le vi muchas veces las tetas, el culo y la vulva a mi hija! ¡No voy a ver nada que no reconozca chiquita!, le iba diciendo, mientras veía cómo sus globos espectaculares se sostenían en la gravedad de su cuerpo, desnudos y sudados. Para entonces, ya había terminado con las manchas, y su olor a suciedad me estaba desordenando los sentidos.
¡Vení, sentate al frente mío, así te cebo un par de mates! ¿Comiste hoy?, le dije, ablandando un poco el tono de mi voz para darle confianza. Ella se sentó, y durante unos largos minutos solo me dediqué a mirarle las tetas.
¿Y? ¿Me va a dar un mate? ¿O me va a seguir mirando? ¡Comí una factura de anteayer, que me dio un milico que vigila la placita!, me dijo con cierto reproche, cruzando los brazos sobre su pecho.
¡Sí, tomá, acá tenés! ¡Y no te las tapes, que me gusta mirártelas! ¿Además, si yo quiero mirarte las gomas, vos te dejás! ¿Estamos?, le rezongué, poniendo el mate en sus manos, y señalándole el plato con masas secas que había sobre la mesa. Ella agarró una, y después de tomarse el mate, se la metió de sopetón en la boca.
¿Y a su hija también se las miraba?, me desafió, en medio del miguerío que escupían sus labios.
¡No mocosa, por supuesto que no! ¡Pero a sus amiguitas, les re miraba las tetas, y el culo! ¡Bueno, pero, ninguna de esas chetitas, como dirías vos, tenían ese par de gomas! ¡Vení, acercá más la silla, que me vas a tener que masajear los pies, como el otro día! ¡Y no me pongas carita rara, que los tengo limpitos! ¡Ahora no tengo zapatos!, le decía, mientras le sonreía y le cebaba otro mate. ella arrastró la silla hasta unos pasos de mis piernas, y se agachó para desatar los nudos de mis zapatillas. Me las quitó, se rascó la cabeza con verdaderas ansias, me sacó las medias, y buscó el almohadón para sentarse en el suelo.
¡No, ahí donde estás, para que te sea más cómodo! ¡Apoyá mis pies en tus piernas, y masajealos! ¡Pero, pará, tomate un mate primero!, le dije, ofreciéndole otra masa seca junto con el mate. ella bebió y comió, se acomodó mejor en la silla, y desde que apoyó mis pies en sus piernas escuálidas, no paró de sobar, masajear, acariciar y mimar mis plantas, talones, tobillos, empeines y dedos. Lo hacía como si realmente me quisiera. Yo, le miraba las tetas, y sentía que me mojaba la bombacha como una quinceañera. Mis ojos se perdían en sus tetas, y sus manos ya no se me hacían tan torpes. Menos cuando le dije: ¡Escupite las palmas de las manos, así me lubricás mejor! ¡Y nada de poner caritas, que te estoy viendo! ¡dale Chuli, babeate las manitos, y pará de tragarte los mocos!
Ella, no solo se las escupió. Además, las frotó una contra la otra, y volvió a poseer mis cansados pies para convidarles de su ternura de nena olorosa y sucia, pero de manos suaves y agradecidas. Yo, había empezado a rozarle el abdomen desnudo, y poco a poco, lograba tocarle las tetas con los dedos. Pensé en ofrecerle otro mate para bajar la intensidad de mis pulsaciones, cuando ella repiqueteó con su voz extrañamente dulce: ¿Quiere tocarme las tetas con las patas, doñita?
¡Sí bebé, dale, fregame esas gomas en los pies, y, si podés, escupítelas! ¡Quiero ver que te chorree saliva de las gomas! ¡Uuuy, por diooos, qué nena más obediente, y bien tetona, como me gustan a mí! ¡No sabés las ganas que tenía de morderle las tetas a la Natalia, la mejor amiga de mi hija! ¡O el culo a la Florencia! ¡O a la Lurdes! ¡Esa tenía un terrible culo! ¡Siempre se le rompía la costura de la calza que se ponía! ¡Pero, vos me gustás más, porque dejás que se te vea la bombacha, nena roñosa! ¡Así, frotame esas tetas babeadas pendejita! ¡Y, ahora, pasátelos por la cara! ¡Chupame un dedo nena, vamos, abrí esa boquita!, le gruñía mi impaciencia convertida en puras palabras elegidas sin sentido, mientras ella me obedecía en todo. De hecho, cuando se metió los pulgares de mis pies, creí que podría acabarme encima si tan solo me rozaba la vulva. Me volvía loca ver cómo su saliva brillaba en sus tetas, y oír sus escupitajos cargados de bronca, tal vez con resignación, pero muy utilitarios para el fuego que me transformaba de a poco en un minúsculo trozo de carbón. Hasta que le ordené, sabiendo que no me quedaba más hilo en el carretel: ¡Tumbate un poquito en la silla, y abrí las piernitas bebé! ¡Dale, y movelas, así sale ese olorcito a pichí que tenés, pendeja sucia!
Una vez que sus rodillas daban saltitos, y la costura de su pantalón mostraba una abertura por la que asomaba la tela de su bombacha, empecé a frotarle los pies en la vagina, mientras la veía con intenciones de sobarse las tetas.
¡Quietita con las manitos vos, atorranta! ¡Ahora, yo te voy a calentar la cotorrita! ¡Quiero que te sientas bien alzada, bien putita! ¡cuando salgas de acá seguro te vas a querer ir a coger con algún pendejo! ¡Ojo nena, que, si te larga la lechita adentro, vas a parir a un guachito mocoso, como vos!, le decía más allá de mis juicios, perspectivas y horizontes. Le pedí que coloque las manos detrás de su espalda, y que se escupa las gomas otra vez, mientras con mis pies intentaba bajarle el pantalón. Al fin, uno de ellos logró cruzar sus elásticos, y entonces le pregunté: ¿Querés que esta vieja te toque la concha con el pie, que vos acabás de babear?
La Chuli me miró con una mezcla de deseo y repugnancia, y me dijo, justo cuando sonó el timbre como un maldito presagio de muerte: ¡Usté, es una vieja tortillera de mierda, que se calienta con mis tetas!
¡No voy a permitir que me hables de ese modo, guacha asquerosa! ¡Vamos, ponete la remera, así te pago, y te las tomás! ¡Te vas a ir así, caliente, y sin acabar!, le largué. Retirando mi pie del encierro de su pantalón para al fin incorporarme. Primero abrí la puerta. Era Mabel con unos papeles que debíamos firmar para irnos de viaje juntas. La hice pasar, sabiendo que la Chuli estaría vistiéndose. Cuando la vio, arrugó la cara, y la miró despectivamente.
¡Esta es la nena de la que te hablé! ¡Le dicen Chuli! ¡Ya se va, así que no te preocupes!, la ponía al tanto a mi amiga, mientras le daba 3000 pesos en la mano a la pendeja, que no se lo podía creer. Aún no se había terminado de poner el buzo. Cosa que le facilitó a los ojos de Mabel examinar el buen par de tetas que aún le temblaban en el cuerpito.
¡Hola tesoro! ¡Yo soy Mabel, amiga de Graciela! ¡Bueno, la verdad, para tener las gomas que tenés, olés a pañalín de bebé! ¿Te gusta tragarte los mocos? ¡En la villa, todas se los tragan! ¡Y dormís en un colchón meado, por lo que detecto! ¡O te hacés pichí encima todavía?, le dijo Mabel, poniéndola aún más incómoda. La Chuli no respondió, pero la rebajó con una mirada asesina. Yo la acompañé a la puerta, y le froté la rayita del culo con un dedo, mientras le decía al oído: ¡La próxima vez que vuelvas, quiero que huelas a pija, a semen, a que cogiste! ¿Me escuchaste? ¡Cogé nena, usá esa zorrita que tenés! ¡Y ya sabés! ¡Si te vas a dejar hacer un bebito, que sea de un tipo de plata! ¡O te vas a convertir en una boluda preñada que se arruina la vida, sin haber hecho un mango!
Cuando me quedé a solas con Mabel, vi su cara de asco y desolación reflejada en el cristal de la ventana. No aprobaba a la Chuli, y no se lo podía refutar. Tampoco quería compartirle la terrible calentura que me regalaron los movimientos de sus tetitas, ni la forma que encontró de sobarme los pies con sus manos sucias. Teníamos que seguir ultimando lo de nuestro viaje a Perú. Aunque, era posible que después, si tomábamos algún trago fuerte, terminaríamos en la cama, y yo tenía la bombacha mojada por el trajín que me sofocó hasta el apellido. Estuve distraída, lejos de la voz y el perfume de Mabel, imaginando a esa pendeja, cogiendo por ahí, en el banco de una plaza, o en un terreno baldío, o acaso en el acoplado de un camión repleto de gordos borrachos.
¡Atendeme un poquito mujer! ¡Tenemos que dispensar muy bien el dinero! ¿Vos, querés que vayamos a Ecuador, ya que estamos? ¿En serio te quedaste pensando en la mugrienta esa? ¡Te lo digo por tu bien Gra! ¡Esa inmunda, el día menos pensado, te va a chorear hasta las medias! ¡Date cuenta, por favor! ¡Sabés que los abogados, mucho no quieren meterse en estos temas! ¡Después no me vengas con que no te lo advertí!, me dijo de golpe, como para regresarme al suelo en el que necesitaba depositar mis pies. Obvio que la miré como el culo, le dije que no podía pensar tan mal de mí, ni desconfiar de mi criterio, y enseguida nos enredamos en el sillón para besarnos y frotarnos. Le molestó que le insinuara que estaba celosa por una negrita que no valía ni el envoltorio de las masas que había traído.
Tuve que esperar hasta el viernes para volver a verla. Ese mediodía tocó el timbre, y no me gritó como una grosera, como se lo pedí gentilmente. No me interesaba que los vecinos pudieran tener motivos para manchar mi reputación. Tenía el pelo enredado y sucio, un buzo color beige, un pantalón con agujeros en las piernas, y daba la sensación de estar más gordita de cara.
¡Pasá nena, que necesito que me ayudes en la pieza! ¡Hay que cambiar las sábanas, y dar vuelta el colchón! ¡Entre otras cosas!, le dije, empujándola prácticamente al interior de mi casa con una mano apretándole la nalguita derecha. Ella me preguntó si le iba a pagar más, porque necesitaba comprarse unas zapatillas.
¡Las que tengo, tienen agujeros por todos lados! ¡Aparte, usté tiene toda la teca! ¡Pa mí que usté caga plata doña!, me dijo, justo cuando ya habíamos llegado a mi pieza. Yo le arranqué el pelo para que le duela, mientras le decía que me hable con respeto.
¡Ahora, te sacás ese buzo mugriento, y me limpiás los vidrios de la ventana! ¡Ahí tenés agua, un trapo, detergente, y servilletas de papel para secar! ¡Apurate guachita! ¡Y lo de tus zapatillas, ya lo vamos a ver!, le dije, y me senté sobre la cama revuelta. Me puse a chequear mails en mi computadora portátil, y supe que a la Chuli le llamó la atención.
¿Estás pensando en choreármela, negrita sucia? ¿Te gustaría tener una de estas? ¡Vamos, limpiá bien, porque si llego a encontrar un pedacito de mugre, lo vas a limpiar con la lengua! ¿Escuchaste?, le aclaré sin elevar la voz. Ella murmuró algo que no me esforcé por averiguar.
¡Date vuelta Chuli, que quiero mirarte las tetas!, le solicité de golpe, seguro que arrancándole un halo de misterio. Ella lo hizo, y entonces me reí con ganas al ver que la musculosita amarilla que traía no le cubría casi nada.
¡Cómo le gusta mirar tetas doña! ¡Mansa tortillera es usté!, me dijo. yo me levanté, la zamarreé, y me atreví a morderle el costado de la goma derecha. Después, le mordí el pezón de la otra teta, y le pedí que frote ambas tetas desnudas en el vidrio.
¡Ojalá que la gente que pasa por la calle te vea, cochina! ¿Te parece lindo limpiarme la ventana con las tetas?, le decía, humillándola un poco más mientras le acariciaba la cola. ella temblaba, pero no dejaba de frotar sus tetas en el vidrio. Incluso, no se negó a escupírselas cuando se lo pedí.
¡Mmmm, qué sucia asquerosa que sos, bebé! ¡Dale, ahora, terminá con eso, mientras yo hago una llamada!, le dije, y entonces, la vi limpiar la ventana de verdad, hablando unos breves minutos con un contador. Aunque no le sacaba los ojos de encima. En un momento, justo antes de colgar con el hombre, le susurré: ¡Bajate un poquito el pantalón, así me mostrás la bombachita que trajiste!
Eso me valió aclararle al contador que estaba cargando a una amiga, para que no piense cualquiera de mí. Entonces, vi que un trozo de tela amarilla le cubría las nalgas con mucho esfuerzo. Me levanté y la tiré en la cama, con una brutalidad inesperada en una mujer de mi edad. La puse culo para arriba, le bajé el pantalón hasta un poco antes de las rodillas, y le castigué duramente las nalguitas con una regla, con las palmas de mis manos, y con una de mis ojotas. Los chillidos de su vocecita apretada en una almohada eran tan lastimeros como el olor a pichí que emergía de su piel íntima, y de la bombacha roñosa que traía. El clítoris me golpeaba las paredes de la concha como si se me fuese a desarmar de alegría. Entonces se me ocurrió algo que necesitaba llevarlo a la práctica.
¡escuchame bebé, ahora te levantás, te sacás el pantalón, y me ayudás a tender la cama! ¿Estamos? ¡Creo que es importante que te compres ropa! ¡Pero, para eso, vas a tener que demostrarme que te interesa trabajar para mí!, le ordené, una vez que estuve satisfecha con los azotes que le di. Le había dejado la cola roja, y con algunas líneas de temperatura. Ella, se levantó lloriqueando, pero se quitó el pantalón. No dimos vuelta el colchón, pero juntas pusimos las sábanas. Cada vez que la tenía cerca, estiraba la mano para tocarle las tetas, o para pellizcarle la cola. pero, de repente, le pedí que se quede paradita contra mi ropero.
¡Mostrame la zorrita nena! ¡Vamos, bajate la bombachita, pero apenas un poquito!, le pedí. Ella lo hizo, sonriendo a su pesar, y exhibiendo para mí una vagina pulcra de vellos, húmeda, caliente, gordita, en apariencia cerradita, y cada vez con mayores aromas dispersos por el aire.
¡Ahora, yo me voy a sentar en la cama! ¿Me entendés? ¡Y vos, así como estás, en el suelo, en frente de mí! ¡Sacate esas zapatillas, que necesito tus pies!, le dije. Ella parecía no entender del todo mis instrucciones.
¡Dale nena, y dejá de tragarte los moquitos, si querés que vayamos al shopping! ¡Sentate ahí, y dame esos piecitos!, le dije, una vez que me coloqué en la cama, ya ordenada y con sus almohadas en el lugar. Apenas se descalzó y apoyó el orto en el piso, puso sus pies sobre mis piernas. Yo, se los manipulaba para que las suyas se abran, y la bombacha se le meta entre los labios vaginales.
¡Ya sé! ¡Ahora me va a pedir que le rasque la argolla con las patas! ¿No cierto doña?, dijo con descaro, mientras yo me las ingeniaba para desaparecer sus minúsculos y sucios pies por debajo de mi pollera. Previamente se los había escupido un poco. No olían tan fatal como me hubiese esperado. Pero tenía las uñas largas, los talones ásperos, y algunos turugotes de barro seco en sus empeines.
¡Mejor calladita la boca, y empezá a sobarme la argolla nena, vamos! ¡Se ve que sos bastante inteligente! ¡Me gustan las mocosas que aprenden rápido!¡Dale, sobame bien la concha, y ganate todo de mí, asquerosa!, le decía, sintiendo cómo sus pies se deslizaban por mi bombacha, raspaban mis piernas y abdomen, ya que solía sujetarme la pollera un poco más arriba de lo habitual, y sus uñas me rozaban peligrosamente.
¿Y, usté siempre salió conminas, doña? ¿A sus novias, le pedía que le pasen las patas por la concha? ¿O por las tetas? ¿A ellas también les dejaba el culo morado con tanta chirleadera?, me preguntaba, entorpeciendo un poco sus movimientos. aunque mis ojos se perdían cada vez más en la abertura de su vagina comiéndose el trapo descolorido que tenía por bombacha.
¡Sí amor, obvio que se los pedía! ¡Tuve muchas novias! ¿Sabés? ¡Pero ninguna con tus tetas, ni con tu olor a pichí! ¡Y a vos, te pego porque sos una basurita, y porque me sacás de las casillas con ese pico! ¡Dale, calladita, y sobame más, Asíiii, frotame bien esos piecitos de pendeja! ¿Nunca le pajeaste la verga a un macho con esos pies, bebota?, le decía, cada vez más cerca de morirme de placer, aunque ella no le pusiera tanto entusiasmo.
¿Y no le da cosa que una pendeja como yo, le sobe la concha con las patas? ¿Está segura que nunca le mordió las tetas a su hija, como me las mordió hace un rato?, siguió pinchándome con sus insolencias. Yo le agarré uno de los pies y lo froté con todo contra mi concha, mientras con uno de mis pies descalzos trataba de rozarle su almejita.
¡Dale negrita sucia, meteme los pies por adentro de la bombacha, dale zorra, hacelo, o note pago, y no te compro ropita de nena buena! ¡Así, daleeeee, meteme los dedos adentroooo, dale, que te voy a mear las patas, negrita mugrienta, putita reventadaaaa!, le decía, sabiéndome tan cerca del orgasmo que, temía que mis gritos roncos cruzaran los refugios de mis ventanas cerradas. Sentí que sus deditos me abrían la concha, y que tal vez por pura casualidad, alguno de ellos empezaba a rozarme el clítoris.
¡Tocate las tetitas bebé, dale, pero, escupite las manos para manosearte, y meate encima, ahí donde estás, sentadita en el piso, como una nena en el jardincito, rodeada de nenitos en pañales! ¡Dale, pendejita de mierda, pajeame con esas patas de negra villera que tenés, Asíiii, frotá, Asíiii, abrime la concha, así guacha de mierdaaaa, ensuciame bien la cajeta con esas patitas flacas, desnutridas, y pobrecitas! ¡Dale, y meate de una vez, hacete pichí para esta abuela zorra, tortillera, y comenenas! ¡Asíiii, te acabo toda perraaaaa, te chorreo todos los piecitos con mi acabada de vieja putaaaa!, le decía, totalmente fuera de mis sentidos normales, mientras un orgasmo lo suficientemente renovador, perverso, agudo y ensordecedor me obligaba a apretar los ojos, a mojarle los pies a esa nena con una catarata de flujos que me sorprendía hasta la belleza más absoluta, y observándola mearse encima, con todas las tetas babeadas, los deditos en la boca, y las piernitas cada vez más empapadas de mi lluvia sexual. Enseguida retiré sus pies de mi interior, y le rezongué: ¡Vení pendeja, levantate, y mostrame esas tetas! ¡Y pisá la meada que me dejaste en el suelo! ¡Ya la vas a limpiar!
Ni bien ella se incorporó y meneó sus tetas para mí, le pedí que acomode sus manos alrededor de sus caderas, y la así hacia mí para pasarle la lengua por la boquita, el mentón y la nariz, mientras le decía: ¡Sos una rica nena, tan chiquita, sucia, con muchas ganitas de hacerse pis en el suelo, como un animalito, como una hembrita que no sabe ir solita al baño! ¡Me encanta tu boquita, y tu lengüita! ¡Sacala para mí bebé, dale, así la pruebo, te la chupo toda, y me matás de placer, pendejita puta! ¡Apenas estés más limpita, te voy a lamer la conchita! ¡No creas que te vas a salvar de eso, basurita cochina!
Al rato, después de pedirle que trapee el piso, que me ayude a calzarme unos zapatos y que encienda un sahumerio para ventilar un poco el ambiente de mi cuarto, le dije, mientras le devolvía su remerita, le pasaba un pantalón estilo de gimnasia que le quedaba grande, y unas medias comunes que encontré: ¡Escuchame, ahora, voy a sacar el auto de la cochera! ¡Vamos a ir al shopping, como te lo prometí! ¡Ponete esa ropa, y dejate la bombachita sucia puesta! ¿OK? ¡Vas a cobrar muy bien! ¡Así que no te preocupes! ¡A las vendedoras, no les va a importar que tengas olor a pis, piojos, las patas sucias, o que tengas un río de semen en la bombacha! ¡Preparate, que ya te vengo a buscar!
En menos de 20 minutos, la Chuli viajaba en silencio a mi lado, concentrada en el paisaje, en la música y en el chicle que le había regalado. Hacía un globo tras otro, y eso me calentaba la chucha a mil. Su perfume era más irreverente que antes, y no paraba de tragarse los mocos. En un momento, cuando me detuve en un semáforo especialmente largo, le metí la mano por adentro del pantalón, le palpé la bombacha mojada todavía, y al retirar la mano se la puse directamente en la cara para pedirle que me chupe los dedos, después de hacérselos oler con severidad.
Cuando llegamos al shopping, primero le compré un helado. Ella eligió los gustos. La vi comerlo con verdadero regocijo, ensuciándose los dedos y la boca, enchastrándose la remera como una nena de 5 años, y sonreír como si acabara de descubrir la sonrisa en las expresiones de su cara. Cuando terminó, fuimos a una de las casas de ropa. Nos atendió una chica de unos 35 años, con un culo terrible y poca teta, pero dispuesta a ser amable y servicial. Sabía que se dio perfecta cuenta del aspecto, el aroma y de las incomodidades de la Chuli. Pero me daba igual. Me excitaba que la huela disimuladamente, una vez que le pedí que me traiga conjuntitos de ropa interior como para ella.
¡Yo soy la tía de esta preciosa! ¡Lamentablemente la madre no la cuida mucho que digamos! ¡Pero, bueno, a mí me gustaría comprarle alguna tanguita, haciendo juego con algún corpiñito lindo! ¡Imagino que notaste el tamaño de estos melones que tiene mi sobrina!, le decía a la vendedora, poniéndola más nerviosa, mientras le apretujaba las tetas a la Chuli que me sonreía. Entonces, cuando otra chica un poco más joven se nos acercó con un montón de conjuntos distintos, la Chuli eligió dos especialmente sexys y caros, y yo le pedí a la culona que la acompañe al probador para que pueda mirarse al espejo, con su nueva ropita.
¡Es que, perdone señora, pero, la ropa interior no se puede probar!, me dijo la chica.
¡Mirá nena, tranquila, que yo igual te la voy a pagar toda! ¿OK? ¡La elija o no! ¡Es muy pobre mi sobrina! ¡Por eso, bueno, por ahí tiene ciertos descuidos! ¡Pero vos tranquila, que no te voy a defraudar!, le dije con altura, mientras yo misma guiaba a la Chuli a uno de los probadores desocupados. Cuando la vi desnuda, le pedí que deje su bombacha sucia tirada en uno de los rincones, y que se deje puesta la tanguita blanca con dos dijes a los costados de sus caderas. Es más, yo le abría las cortinas del probador para que cualquiera que pasara pudiera verla medio en bolas. En un momento, hasta le palpé la zorrita a través de las cortinas, y le pedí que me chupe los dedos. Luego, le compré un vestidito suelto con un lindo escote, unas zapatillas económicas, pero bastante presentables, y nos comimos una hamburguesa. En un momento, pese a las miradas de los curiosos, me la senté a upa, una vez que yo había terminado con mi porción de papas fritas, y ella aún seguía comiendo. Aproveché a palparle la conchita una vez más, y a sobarle las tetas.
¡Bueno, espero que te haya gustado el paseíto nena! ¡No sé si alguna vez te sacaron a pasear así!, le dije cuando ya estábamos en el auto, mientras una llovizna cálida empezaba a humedecer lo que quedaba de la tarde. Ella sonreía, se miraba en el espejo del auto, y cada vez que la miraba intentaba darme las gracias. Pero, al parecer, jamás tuvo que ser agradecida con nadie, porque las palabras se le atascaban en la garganta.
¡Calladita nena, que no hace falta que hables, ni pienses! ¡Ahora, quiero que te portes bien, y que te bajes el auto, apenas te lo pida! ¿Estamos? ¡En esta bolsa, te vas a llevar la otra ropita que te compré, y la tuya, toda sucia y manchada! ¡Vamos a jugar un ratito, antes que se haga de noche! ¿Querés? ¡Obvio que, te vas a llevar más plata!, le dije, observando su cara de desconcierto. Yo manejaba con paciencia, esquivando a los imbéciles de las motos, a los colectivos llenos hasta el culo, y a los tacheros que se creen los dueños de las rutas. Hasta que me tiré un ratito contra una banquina, solo para buscar en mi bolso un diminuto vibrador.
¡A ver nena! ¡Abrí las piernas, que te voy a meter un juguetito en esa conchita sucia que tenés! ¡Y nada de chistar!, le dije. Yo misma metí mi mano por entre la tela caliente de su vestidito, y calcé con precisión el juguete entre su tanguita y los labios de su vagina. Luego me agaché para besarle los muslos, para mordérselos, y subir a su abdomen para babeárselo todo. También le comí la boca, y en ese momento, mientras su lengüita era devorada por mis labios, encendí el chiche. Enseguida comenzó a vibrar, y a ella, los ojitos se le maravillaban de calentura.
¡Tenés prohibido sacártelo! ¿Entendiste? ¡Quiero que se te caliente bien la conchita! ¡Y, si podés, apretate los pezones! ¡Dale, por adentro del vestido, si total, nadie te mira, villerita sucia!, le decía, una vez que ya volvía a tomar el control del volante. La Chuli obedecía como una ególatra de mis decisiones. Gemía, se pellizcaba las tetas, abría más las piernas, y me rozaba cada tanto con alguna de sus rodillas. Al rato, cuando divisé que estábamos cerca de un descampado inmenso, en el que solo había una fábrica abandonada, detuve el auto, me quité la campera y me abrí la blusa.
¡Acercate chiquita, así te doy la teta! ¡Vamos, y nada de cara de asco! ¡Tendré las tetas, caídas, pero los pezones calientes, por tuc culpa, asquerosa!, le decía, directamente sosteniéndola de los pelos para posar su carita sobre mi pecho. Su boca se abrió, su saliva me humedeció los pezones, y no tardó en succionarlos, morderlos y estirarlos, mientras yo le nalgueaba el culo, le tironeaba la tanga hasta romperle un costadito, y la olía con desesperación, diciéndole: ¡Cómo me gusta el olor a mugre, a pichí, a puta que tienen ustedes, las villeritas de la calle! ¡Comeme bien las tetas mamita, así, y meame el auto si querés! ¡hacete pichí si tenés ganas! ¡Total, tenés otra ropita para ponerte! ¿Nunca soñaste con tener tanguitas caras? ¿Tenés ganas de chupar una pija ahora? ¿Aaah? ¿Te calentó mucho la concha mi juguetito, putona?
Pero, cuando nuestra saliva nos chorreaba por la cara, los vidrios se empañaban por la llovizna que poco a poco se convertía en una lluvia discreta, y mientras el cielo se oscurecía, decidí meterle la mano con todo entre las piernas para sacarle el chiche, y se lo encajé en la boca, vibrando y todo, con la única intención de que lo lama, saboree y chupe, y que le cosquillee en la boquita. Entonces, arranqué el auto, y de una sola maniobra terminamos en el descampado. Le pedí que se baje, que camine hasta un montoncito de árboles, y que luego se quite las zapatillas.
¡Subite el vestido pendeja! ¡Dale, y mostrame la bombachita cara que te regalé! ¡Y moveme bien el culito!, le pedí, sabiendo que la lluvia nos empapaba, que el pasto y el barro le ensuciaban los pies, y que algo en su rostro inocente parecía alertarle de un peligro desconocido. Cuando empezó a hacerme caso, me acerqué para darle un par de chirlos en el culo, y para morderle una teta.
¡Ahora, ponete en cuatro patas, y gateá, con el vestidito levantado! ¡Dale perra, haceme caso!, le ordené, totalmente fuera de mí. La Chuli se arrodilló primero, y un poco a las puteadas terminó por acomodarse como una perra para dar algunos pasos, moviendo la cola, y dejándose nalguear por mis manos temblorosas. Al fin, ni bien me apoyé En uno de los árboles más frondosos y gruesos que encontré, alejada de su cuerpito insignificante entre tanto pastizal, la llamé chasqueando los dedos.
¡Dale perrita, mové el culo, y vení para acá! ¡Apurate que llueve, y te vas a resfriar! ¡Venga, venga con la doña, eeeesoooo, más rapidito amor, así, jadeando, y con la lengüita afuera te quiero!, le decía, sin sentirme miserable, ni perversa, ni digna de guardar algún sentimiento de importancia, más que para mí misma. Ni bien la tuve en frente, la cacé de las mechas, me desprendí la pollera sin importarme que cayera al suelo con la inercia de una hoja empapada por la lluvia, y coincidí en un solo movimiento su boquita grosera con los labios de mi concha expectante.
¡Chupá pendeja, vamos, meteme la lengua, hacé todo lo que quieras con esta concha! ¡Dale, y ojo con hacerte la difícil! ¡Así bebé, olé, fregá toda la carita, comete toda mi calentura nena piojosa! ¡Quiero escuchar cómo te tragás los moquitos! ¡Dale mi amor, comeme la argolla, que soy una vieja tortillera, como me dijiste el otro día!, le instruía, sintiendo su respiración, su lengua, su repulsión por momentos, sus sorbetones, lamidas, escupidas y olfateadas por todos los rincones de mi sexo.
¿Qué pasa bebé? ¿Te da impresión que tenga la concha peluda? ¡Vos, ahora la tenés peladita, porque sos una nena de la calle, y seguramente virgen! ¡Pero, cuando te empiecen a lechear toda, cuando vivas toda llena de semen de varones que quieran embarazarte esa pancita, la vas a tener peluda, guachita de mierda! ¡Chupá, Asíiii, no pares, dale, no pares pendeja, comeme, tragá guachita, Asíiii, y vos apretate las gomas! ¡Quiero que te aprietes bien las tetas, hasta que te duelan!, le decía luego, frotando mi culo en el árbol, con los restos de mi bombacha repletos de su saliva, mis flujos y toda la intolerancia que me exigía el orgasmo que se avecinaba. Le pedí que me meta los dedos, y se sorprendió al comprobar la profundidad de mi concha, y lo abierta que la tenía. entretanto, la lluvia no se compadecía de ninguna de las dos, y las gotas se evaporaban en nuestras pieles. Porque, ella tampoco podía negar que no lo estuviese disfrutando.
¡Dale mamita, que sé que te gusta! ¡Te juro que, te mearía la cara si tuviese ganas! ¡comeme nena, vamos, más adentro quiero esos dedos, y esa lengua! ¡Y meate la ropita, dale guacha! Meateeee, y cagate todaaaa, que quiero verte sucia, desnuda, pobre, bien putita con mi concha en esa boquitaaaa! ¡Y tragate los mocos, asquerosa de mierdaaaaa!, le gritaba de repente, al borde de la disfonía, mientras un torbellino de colores me nublaba la vista, me punzaba los pezones y me regalaba un hormigueo intenso en la columna. De a poco mis jugos comenzaban a derramarse en toda su carita. Su lengua se había convertido apenas en una partícula de carne y saliva que no me llenaba. Aunque alguno de sus dedos me frotaba el clítoris como si hubiese pajeado a mil mujeres. No podía hacer otra cosa que aullar como una loba, en aquel paisaje hostil, lluvioso, cada vez más lleno de barro. La veía ensuciarse los pies, y comprendía que me hizo caso hasta en el último aliento de mis desfachatados pedidos. La Chuli se había meado toda, y creo que no se hizo caca porque no tenía ganas.
¿Te gustó pendejita? ¡Agradecé que no te meé la cara! ¡Uuuf, qué polvazo me sacaste mami! ¡Espero que estés contenta! ¡Ahora, vamos a hacer una cosa! ¡Yo, me voy a ir a la mierda! ¡Tomá, acá tenés un fajo de billetes! ¡En esta bolsa por lo menos hay veinte mil pesos! ¡Cuidalos! ¡Tu ropa, o sea, el resto, está allá, colgada en aquel árbol! ¡No estamos lejos de mi casa! ¡Calculo que sabrás por donde estamos!, le decía, mientras me subía los calzones, me arreglaba la ropa y el pelo, le señalaba el árbol en el que le había colgado previamente el bolsito con sus pertenencias, y le tiraba una bolsa de gamuza con la plata que le había prometido. Ella me miró como el orto.
¿Y no me va a llevar, por lo menos al centro? ¿O, por ahí?, me preguntó, casi a punto de echarse a llorar.
¡No mamita! ¡No subo a las nenas que se tragan los mocos, tienen piojos, y se mean encima! ¡Suerte nena! ¡Si aparecés por mi casa, por ahí, te vuelvo a contratar! ¿Estamos! ¡Cuidate, y no te embaraces tan rápido, putita!, le dije, mientras me dirigía a mi auto. Ella no atinó a seguirme. Ni siquiera se movió del lugar. Estaba maravillada con el montón de guita en las manos, todavía con la tanguita chorreando pis, los pies cada vez más embarrados. La vi una vez que me subí al auto, y disfruté de su última imagen. Entonces, en el momento en que estaba segura que me diría algo, la dejé con la palabra en la boca. Me alejé lo más rápido que pude, y volví a mi casa tan caliente como satisfecha. ¡No lo podía creer! ¿Por qué le había hecho eso a mi nena?
Pasaron 6 meses hasta que volví a verla. Pero, ella no dio señales de reconocerme. Estaba en la plaza, con un pibe de la mano. Tenía la pancita hinchada, y lucía el vestidito que le había regalado. ¡La preñaron! Y sí, era obvio. ¡Seguro, fue cuando la dejaste toda meada, en ese descampado!, pensaba mientras compraba unas flores en el puestito de la plaza. Tenía que regalarle algo a Mabel por el día de su cumpleaños. Al otro día viajábamos a Perú, y muy en el fondo de mi interior, sabía que no volvería ver a esa piojosa, ni a escucharla tragarse los mocos otra vez. ¿Por qué aquello me angustiaba tanto? Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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¡Por favor Ambar! Casi me sacás la leche sin tocarme...
ResponderEliminarHoooliiiis! Bueno, qué alagador! Me alegro que te haya impresionado hasta tales expresiones! Jejejeje!
EliminarEl final parece menos relato erótico y más crónica periodistica jaja
ResponderEliminarMmmm, Bueno, podría ser una mirada! Igual, no sé si es una crítica positiva o de las otras! Pero gracias de todos modos!
EliminarDefinitivamente positiva!
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