Amor en celo

 

En la soledad del cuarto de una madre con niños pasan muchas cosas. Todo se inunda de canciones infantiles, juegos, mimos, colores suaves, sueños intranquilos, pañales sucios, talco, peluches, curiosidades, risitas y llantitos. En mi caso, vivo en la casa de mis padres, donde acondicioné mi viejo dormitorio para que funcione como el refugio más importante para mis niños. Mi ex pareja me dejó sola con dos nenas mellizas de 3 años, (Luna y Selene), y un nene de 10 meses, (Mirko). Los motivos, su infidelidad recurrente, sus pocas ganas de hacerse cargo de todo, y su insistencia para que me haga un aborto cuando quedé embarazada de Mirko. Para él, esa era la solución a todos nuestros problemas de pareja. Había muchas bocas que alimentar, y eso no encajaba en su ambición de vago insuperable. Pero, una siempre tiene la ilusión de hacer cambiar a quien ama, o cree que es la persona correcta.

Por la mañana ayudo a mis viejos con el negocio familiar, que es una despensa de productos de limpieza y alimentos para animales. Además, aprovecho a estudiar, ya que me quedan tres materias para recibirme de profesora de inglés. Por las tardes, me dedico exclusivamente a estar con mis bebés. Por lo que, en la mañana cuento con la ayuda de Bianca, mi hermana menor, que es una bombona súper paciente y divertida. En las tardes, mis viejos se hacen cargo del negocio. Ellos, son los abuelos perfectos. Especialmente porque no se meten en la crianza que yo les proporciono a mis hijos, con aciertos y errores. Pero Bianqui los consiente demasiado. Una tarde tuve que retarla porque dejó que las nenas se devoren dos alfajores triples, ¿Cada una! Además, en su afán de poder boludear con sus amigas por las redes, se olvidaba de cambiarlos, siempre que no se hicieran caca. Pero, por lo demás, hasta les enseñaba canciones nuevas, y siempre lograba integrar al gordito, a pesar que todavía no sabía hablar más que dos palabras.

Una tarde, entré a mi pieza con todo el sigilo del mundo, creyendo que tal vez los peques estarían durmiendo la siesta. Y entonces, casi se me escapa un grito aterrador cuando me encuentro a la señorita con las tetas al aire, y con mis hijas chupándoselas, una a cada lado de su cuerpo. Ella no se sobresaltó, ni dio señales de estar haciendo algo incorrecto.

¡La tía les está dando la teta un ratito, Maru! ¡Porque, bueno, querían jugar conmigo a que yo soy una mamá muuuy buena! ¿Y, al gordito ya lo cambié! ¡Por las dudas!, se atajaba con una sonrisa generosa en los labios. Las nenas no me saludaron como de costumbre, y eso me puso un poco celosa. Pero, verlas prendidas de las tetas de mi hermana, y para colmo de semejantes gomasas, me hizo sentir unas cosquillitas raras en la panza, que comenzaban a subir por mi pecho, y luego bajar a mi vientre en forma de un intenso hormigueo.

¿Y, a ellas, las cambiaste? ¡Me parece que Luna se hizo pis!, le dije en voz muy suave. Bianca negó con la cabeza, y seguía oficiando de madre postiza.

¡Bueno chicas! ¿Les parece si vamos a tomar un helado? ¡Dejen que la tía vaya con los abuelos, que la necesitan!, les dije a mis mellis, tratando de razonar un poco con mi parte consciente. Bianca me miró asombrada.

¡Dale nena, andá, que yo me quedo con las chicas! ¡Y, acordate que ellas, ya no toman la teta! ¡Además, tenés que cambiarlas si se mean amor, porque se paspan!, le dije con cierto fastidio, ya que no era la primera vez que le daba esas consideraciones. Bianca se cubrió los pechos con la remera, sin prenderse el corpiño siquiera, y salió de la pieza, murmurando algo por lo bajo que sonaba a: ¡Solo jugábamos che, no es para tanto!

                                                               Apenas me quedé a solas con las nenas, vislumbré que Mirko dormía, y, entonces, de un solo movimiento me arranqué hasta el corpiño, y me eché a la cama con ellas, hablándoles como a dos bebés muertas de hambre.

¡Vengan mis chiquitas, a tomar la lechita de mami, que las extrañó mucho! ¡Porque, la tía no tiene lechita en las tetas! ¿Quieren? ¿Ustedes, no extrañan las tetas de mami?, les decía, trayéndolas hacia mi cuerpo, prácticamente encajándoles mis pezones en sus boquitas babeadas y sonrientes. Entonces, sin previo aviso, mientras las dos sorbían mis pezones, haciendo unos ruiditos que me emocionaban de placer y alegría, una de mis manos se refugió entre mis piernas, y cruzaron los límites de mi bombacha para comenzar a pajearme como una loca. ¡No entendía qué me pasaba! ¡No podía sacarme las tetas de mi hermana de la mente, y los besitos de mis nenas me enloquecían! ¿Cómo podía calentarme el olor a pis de Luna? ¿Por qué, en un momento la agarré de las piernitas y le olí el pañal, sin dejar de pajearme? No podía explicar mis reacciones, ni mis desatinos. Pero, cuando un ratito más tarde, mi vulva se frotaba contra el pañal de Selene, mientras ambas seguían chupándome las tetas, un orgasmo intensísimo me nubló la vista primero, me desordenó los pensamientos, y me obligó a soltar un buen chorro de jugos en la cama, con los que me estremecí. Ellas se sorprendieron un poco con mis gemidos. Pero rápidamente logré sonreír, y decirles que estaba feliz de tenerlas conmigo. Aún así, volví a prenderme fuego por dentro cuando vi que el pañal de Sele se había empapado de mi insólito orgasmo, tan irreflexivo como perverso. Sin embargo, una vez que recobré la calma, me sentí una estúpida y retorcida, y me prometí no volver a involucrar a mis bebés en mis calenturas.

Pasó una semana por lo menos, hasta que volví a incurrir en lo mismo. Esta vez le había sacado el pañal a Mirko, y sabiendo que mi hermana estaba con las mellis en el living, ni siquiera me importó sentarlo en mi falda y darle la teta, así, desnudito como estaba. En parte porque hacía mucho calor, y no quería prender el aire acondicionado. Puse musiquita para bebés en un canal del cable, y mientras sentía cómo sus cachetitos se inflaban con la leche que le arrancaba a mi pezón derecho, leía algunos mensajes en mi celular. Pero de pronto, sin saber cómo fue que se dio, le toqué el pitito con los dedos, y él empezó a reírse con ganas, aunque no soltaba el pezón. Entonces, seguí tocándoselo, y hasta me atreví a estirarle un poquito la piel. Evidentemente él se sentía feliz, porque, al cabo mi mano se mojó con un liviano chorrito de pis. Cosa que solía pasarle cuando le hacías cosquillas, o se reía mucho.

¡Qué cochino que sos gordito! ¿Cómo le vas a mear la manito a mami? ¡Mirá, oleme la mano! ¡Ese es tu pis, nenito cochino! ¡Con este pitito vas a volver locas a las chicas! ¡Dale, olele la mano a mami! ¡Y chupame bien las tetas, pendejito!, le decía, pasándole mi mano meada por la cara, los labios, y también por mis tetas. incluso, volvía a tocarle el pito para recoger otras gotitas de pipí. Él se reía entusiasmadísimo, y seguía tomando teta. Hasta que la puerta se abrió, y la melena dorada de Bianca me cegó por un momento.

¡Aaah, bueno! ¡Parece que mi sobri la pasa bien! ¿Te quedaste sin pañales? ¿Querés que te traiga del negocio?, me dijo al entrar al cuarto, sin esperar mi permiso. Estaba en corpiño, descalza y con un shortcito precioso que exhibía un agujero en el cachete derecho de su cola.

¡No nena! ¡Tengo pañales! ¡Pasa que, hace calor, y si encima para darle la teta, lo tengo que tener a upa, Ufff, pobrecito!, le dije, un poco aturdida, sabiendo que tenía la mano pegoteada del pis de mi bebé.

¡Las nenas están con mami! ¡Les compró unos flancitos, y se las llevó a la pieza, para que miren los dibus con ella! ¿Y ese gordito? ¿Cómo se porta? ¡Me encanta la colita que tiene!, decía mi hermana, acercándose a nosotros, acariciándole la cola a Mirko que volvía a sorber mi pezón.

¡Vos no te hagas la viva tía, que seguro me tocás la cola porque me querés robar la leche de mami!, dije yo, simulando que era la voz de mi bebé, riéndome como para jugar un poco entre los tres. Sin embargo, Bianca me agarró desprevenida cuando me dijo: ¡Tu mami es una egoísta, porque no me quiere convidar de su leche! ¿Vos me prestás un poquito Mirki? ¿No cierto que sí? ¡Vos sos un bebote bueno!

Pero eso no fue nada con lo que hizo a continuación. Se sentó a mi lado, apoyó el piecito con el que Mirko daba patadas al aire en su pierna, y me dio un chupón en la teta que quedaba libre.

¿Qué hacés nena? ¿Te volviste loca? ¡Esto, solo es para mi bebé!, le dije, entre extrañada y alucinada, sin saber por qué. Bianca se agachó para llenarle la cola de besos a Mirko, para olerlo y volver a besuquearlo. Luego, regresó a posar su cabeza en mi pecho, y esta vez atrapó sin titubeos mi pezón con su boca para succionarlo, mientras decía: ¡El nene tiene olor a pichí! ¿Sabías? ¡Y yo, hace rato que tenía ganas de probar tu leche!

En el momento, me dejó medio que recalculando. Pero, casi sin proponérmelo, la cacé de las mechas, y le dije, sabiendo que tenía el pezón cargado de leche: ¡Entonces, callate y abrí la boca bebé! ¡Sí, mi bebé tiene olor a pis, como vos cuando eras esa guachita que se metía en mi cama, asustada por la oscuridad, y con la bombacha meada! ¿Te acordás?

Al mismo tiempo mi memoria viajaba a aquellas noches de verano, en que sin saber por qué, después que yo lograba consolar a mi hermana y sus 6 o 7 años de niña miedosa, terminábamos jugando a los besos. Algunas veces, mi adolescencia me conducía a calmar las ansias de mi sexualidad alborotada en su piel, y la besaba más de la cuenta. Yo esperaba que nunca hubiésemos hablado de eso. Es que, un par de noches, lamí sus piernas, su abdomen, y su vagina. También había deslizado mi lengua entre sus nalgas frescas, mientras ella se reía, disfrutando de unas cosquillas que, a su edad se me antojaban deliciosas. Y era cierto que solía andar con olor a pichí en la bombachita. Sin embargo, yo depositaba en ella todas las calenturas que me ocasionaban los pibes de mi escuela, o el chaboncito que me atendía en el kiosco del barrio, o el boludo que, terminó siendo el padre de mis bebés. Además, me gustaba su olor a pipí, y no podía entender por qué.

¡Sí gorda, me acuerdo! ¡Te gustaba lamerme la chocha, y sacarme la bombacha, diciéndome que era tu bebé, y que tenías que cambiarme el pañal!, me decía mi hermana, ahora lo suficientemente crecidita como para comprender, sin dejar de sorber mi pezón, acariciando a mi bebé, y mirándome los labios que le sonreían como embobados. Hasta que recobré la compostura, y la empujé para apartarla de mi cuerpo. Ella bufó, me dijo que era una histérica, y se fue de la pieza sin hablarme. Yo, me acosté en la cama, consciente que necesitaba masturbarme. De modo que, seguí amamantando a Mirko, precipitando mis dedos al centro de mi clítoris, sin saber cómo me había bajado pantalón y bombacha. Hasta que aquello no me alcanzó. Supongo que, mi mente casi sin esfuerzos colocó de a poco la cola de mi bebé junto a mis tetas, para que mi boca pueda rozarle el pitito, y mis palabras le dijeran cosas como: ¡Ahora vos le vas a dar la lechita a mami, mi cosita hermosa! ¡Y cuando seas grande, me vas a llenar toda con esta pijita mi bebé cochino!

Creí que después de aquel episodio, me costaría horrores mirar a Bianca a la cara como antes. Pero ella siempre lo suaviza y arregla todo. Siempre me pareció que ella alcanzó una madurez que a mí se me negó. Cuando nos encontramos en el patio, a la tarde siguiente, ella pintándose las uñas y yo jugando con las mellis, me sugirió tomarnos unos mates. Le dije que sí. Por lo tanto, a la media hora yo le cebaba los mates, le preparaba galletitas con queso, y nos reíamos de una discusión boluda que habían tenido nuestros padres. Ella, gracias al calor, estaba con un topcito deportivo, y un culote blanco.

¡Che, no me mires tanto las tetas, o las nenas se te van a enojar! ¿A ellas nunca las besaste como a mí?, me largó de la nada, con un atisbo de celos, o acaso de reproche por la forma en que la había echado de mi pieza, según ella. No le respondí, pero la miré re mal.

¿Y lo harías? ¡Ya sé que a Mirki, bueno, que le pasaste la lengüita por el pito! ¡Te vi el otro día! ¡Nena, no me mires así de mal, porque yo no te juzgo! ¡Es más, creo que, por ser la madre, podés jugar con ellos, inocentemente! ¡Pero, conmigo, siquerés, bueno, yo puedo hacerme la bebé, y ponerme un pañalín!, me dijo enseguida, burlándose de mis nervios, seduciéndome con su voz acaramelada. ¿Por qué lo hacía? Entonces, traté de cambiarle de tema, y le dije, poniéndole una galletita en la boca, ya que tenía las uñas recién pintadas: ¡Gordi, ese color, me parece que te queda mejor que el azul intenso que te habías puesto el otro día! ¿Salís esta noche? ¡Yo, te cubro en el negocio si querés!

¡Naaah gorda, no tengo plata! ¡Y no voy a pedirle nada al viejo, porque, bueno, no da! ¡Mejor, me quedo con mi hermanita preferida, y mis sobris! ¿Me vas a dar el mate en la boca también?, me verdugueó haciéndome reír. Yo le saqué la lengua, le mordí un cachete, y le limpié las migas que le habían caído en el top. Ella, me agarró la muñeca y logró que mi mano cayera sobre su entrepierna, porque para colmo me separaba los muslos con gracia.

¡Acá limpiame mamu, que tengo miguitas en la bombacha!, me dijo, mordiéndose un labio. Inmediatamente se echó a reír, mientras las nenas seguían jugando a una cosa parecida a las escondidas.

¡Basta Biancu! ¡Debimos hablar de eso! ¡Yo, no quería joderte la vida, o que pienses cualquiera de mí!, le dije, intentando ponerme seria.

¡Basta gordi, en serio! ¡Ya pasó! ¡Vos, estabas caliente, y yo, bueno, qué sé yo! ¡Siempre fui sexy! ¡Eran juegos de nenas, y ya! ¡A mí me encantaba que me chuponees toda! ¡Creo que, gracias a vos, empecé a masturbarme, si te sirve de algo que te lo cuente! ¡Pero, o me hiciste nada! ¡No te enrosques, que ta todo joya!, me decía, antes de tomar el mate que mis manos le sostenían, y apretaba mi mano entre sus piernas, bailoteando con los hombritos una cumbia que sonaba en su lista de Spotify. Y de repente, sin saber qué pasó, o cómo se dio, una vez que se terminó el mate, le rocé los labios con la lengua. Ella suspiró, y justo cuando Selene se nos acercaba para comer una galletita, me susurró: ¡Mmm! ¿Viste que mi boca es irresistible? ¡Si querés, vamos a la pieza, y me comés toda, como antes!

¡Callate nena, y a ver si le decís a tus uñas que se sequen de una vez, que yo tengo cosas que hacer!, le dije, sonriéndole con picardía, presa de unas llamas que me abrazaban el clítoris de una forma indulgente. Entonces me levanté para servirle un poco de jugo a Selene. Fue tan rápido que, no encontré las palabras para hacer o decirle nada. Cuando estoy a punto de darle el vaso a mi hija, descubro que Bianca le secreteaba algo al oído, y le metía la mano por abajo del vestidito rosa. Después, me miró y me dijo, como si utilizara su vocecita pequeña: ¡Mami, te olvidaste de ponerme bombachita! ¡Ando con la cosita al aire, y me parece que, en algún lugar me hice pichí!

¿En serio te hiciste pis Sele? ¡Pero, yo te dije que me avises si tenés ganas! ¿A dónde te hiciste amor? ¿Te mojaste el vestido?, le preguntaba, mientras Bianca se sentaba a mi hija en las piernas, subiéndole el vestido.

¡Fijate Gordi, porque, yo creo que sí! ¡Vení, olela!, dijo mi hermana con los ojos convertidos en dos fogatas inmensas. Yo, como una boluda le hice caso, y la olí.

¡Nooo tía, yo estoy súper re mil limpita! ¡No soy una nena chancha para hacerme pichí por ahí!, le respondí a Bianca, una vez más como si fuese Selene, y la bajé de sus piernas invitándola a seguir jugando, después de asegurarme que haya tomado juguito. Sin embargo, cuando quedamos solas, me acerqué a mi hermana para decirle bajito: ¿Qué te pasa nena? ¿Te volviste loca? ¿Cómo le vas a tocar la conchita a tu sobri? ¿Andás caliente guacha?

Al mismo tiempo, mi mano intranquila había comenzado a sobarle la concha sobre su bombacha húmeda, y ella gemía con los ojos cerrados.

¿A ella no le das besitos ahí abajo? ¿Alguna vez le sacaste la bombacha a alguna de tus amiguitas para comértelas como a mí?, dijo al fin, cuando uno de mis dedos traspuso el límite de la tela para rozarle los labios de su conchita depilada. Entonces, no pude soportarlo más.

¿Vos me estás buscando pendeja? ¿Ahora vas a ver!, creo que fue lo que llegué a decirle, antes de arrodillarme frente a sus piernas expectantes. Le tironeé la bombacha hasta las rodillas, y el olor a hembra caliente que surgió de su intimidad me sedujo, a mí, y a mi lengua inquieta. Se la toqué con la nariz, luego con los dedos con los que aproveché a separar sus labios, y entonces con la lengua. Estaba re jugosa, calentita y con el clítoris hinchado. No dudé en besarla, olerla, gemir y sorber su superficie, y pronto en penetrar su vulva con mi lengua llena de saliva, como me hubiera gustado hacérselo de chiquita. Ella suspiró, y enseguida sentí sus manos en mi cabeza.

¡Mamame la concha gorda, dale, que estoy re alzada bebé!, me dijo, y yo me pegué más a sus piernas. Sé que liberé mis tetas del corpiño, y que se las froté en la pancita y en la vagina, antes de volver a besuquearla, mordisqueársela despacito, y respirarle en la entrada para que sepa que la estaba oliendo con deseo.

¡Tendrías que tener olor a pija bebé, y no a pipí, como Selene, o Lunita!, le dije, y ella gimoteó en medio de una carcajada pequeña, diciendo: ¡O mi sobri! ¡ese nene, nos va a coger a las dos! ¡Tiene el pito re lindo! ¿Se lo chupaste gorda?

¡callate degenerada, y abrite más! ¡Hacía mucho quem, bueno, nada, ¡Terminemos esto de una vez!, le dije, aturdida por su aroma, por el tacto de mi lengua cada vez más impregnada de sus jugos, y las ansias de mi clítoris por pedirle que ella me haga lo mismo. Pero no era tan valiente. Ella me presionaba la cabeza, insistiendo con el pitito de mi hijo, y con que soy una mala madre por no ponerle bombachita a Selene.

¿Cómo me vas a hablar así? ¡Sos una mal educada nena! ¡Y basta con el pito de Mirki!, le decía, intentando controlar mis impulsos, cuando sus piernas me asfixiaban. Selene y Luna nos vieron, porque pasaban correteándose por el patio. A ella parecía darle gracia. A mí, me calentaba que nos vean. Creo que, fue una suerte que afuera una bocina estalle con su furia encarnizada, para que por lo menos aquel ruido insignificante nos devuelva a la realidad. Pero ella, de repente se subió la bombacha y me dijo: ¡Vamos a ver a Mirki! ¡Hace rato que está durmiendo! ¡Por ahí, se despertó, y ni lloró!

En menos de lo que pude darme cuenta, las dos estábamos una encima de la otra, lamiéndonos los cuellos, frotando nuestras vulvas en nuestras piernas. No hablábamos, pero nos enroscábamos cada vez más. Mirko dormía como un angelito, y la bombacha de Bianca se humedecía casi tanto como la mía. sentía sus uñas en i espalda, su pelo enredándose en mi cara, su aliento y el mío fusionándose, nuestros latidos golpeando en la piel de nuestras consciencias deshechas, y sus pezones erectos contra mis tetas cargadas de leche. Supongo que fue cuando la escuché gemir que opté por encajarle una teta en la boca, diciéndole: ¡Chupá nena, dale, tomá la lechona, así, cochina, toquetona de nenas!

Ella lo hizo al pie de la letra, mientras una de sus manos buscaba burlar los elásticos de mi calza para encontrarse al fin con mi vulva en celo.

¡Aaah, ahora sé de dónde viene! ¡La mami tampoco se pone bombacha! ¿Te gusta andar con la concha al aire gorda?, me deliró con astucia, sabiendo que me tentaba demasiado con sus dedos que no se atrevían a penetrarme como yo se lo estaba haciendo.

¿Te imaginás que sea hereditario? ¿Creés que te enojarías mucho si, un día te encontrás a Sele y a Luni, comiéndose las bocas? ¿O, a alguna de ellas lamiéndole la vaginita a la otra? ¡Dale nena, cogeme así con esos dedos, dale que me muero de calentura!, me decía Bianca, agregándonos un morbo tan desconocido como presa de una fantasía irrealizable.

¡Callate cochina, putita, sucia, demonia, pendejita trola! ¿Cómo vas a decir eso de tus sobris? ¡ellas no van a ser retorcidas como nosotras! ¡Aparte, la que venía a que le dé besitos, y le chuponee la conchita, eras vos, cochina, meona!, le decía, envistiéndola más con mis dedos y mi pierna desnuda. Quería sentirla acabar entre mis brazos, chorrearse toda, y que me muerda la boca como había comenzado a hacer. Quería seguir disfrutando de su manito procurando entrar en mi vulva, y mojársela toda como seguro que lo hacía. Pero, de repente, Mirko empezó a llorar, y eso nos sacó totalmente del trance perfecto en el que habíamos decidido entrar.

¡Seguro tiene hambre! ¡O se cagó!, dijo ella, frustrada y aterrada. Por un instante, creímos que nuestros padres habían vuelto del cumple del tío Carlos. De modo que, me levanté para ver qué le pasaba a mi bebé, y ella, les echó una mirada a las nenas desde la ventana abierta. Al parecer, seguían jugando de lo más bien, mientras yo le cambiaba el pañal a Mirko, y le acercaba una teta para averiguar si tenía hambre. Pero, no tuve suerte. O acaso, no le gustó que mi pezón todavía vista el sabor de la baba de Bianca. Lo cierto es que, ella se me acercó para alcanzarme un pañal limpio, y yo le hice un gesto para que le mire el pito.

¡Boluda, tiene un pitito hermoso, justo para metérselo en la boca, con dulce de leche! ¿O me vas a decir que no te tentás con eso? Me dijo la muy zorra, pellizcándome una nalga, habiéndome bajado la calza.

¡Pará bolu, que no quiero que me vea en culo!, dije yo, más para hacerla reír que para señalar una verdad absoluta.

¡Dale, no seas mala onda! ¡Dale la teta, que yo le pongo el pañal! ¿Querés gordito? ¿Te gusta que la tía Bianchu te ponga el pañalín? ¡Síiii, me canta tía! ¡Y también me gustan tus tetas! ¿Lástima que vos no tenés lechita como mi mami!, decía mi hermana, sin dejar de modular su voz como si Mirko le cediera sus pensamientos. De modo que yo volví a intentar darle el pecho. Bianca le estaba poniendo el pañal sin problemas, hasta que de pronto se detuvo en seco. Hizo varias cosas a la vez, y tan rápido que no pude prohibirle nada. Se bajó la bombacha, se rozó la vagina con un piecito de Mirko, y luego se agachó para olerle el pito, besuquearle la panza, y para comenzar a pajearse despacito, pegando su nariz al pilín de mi bebé, que ahora sí tomaba de mi leche con ganas.

¿Así se lo olés vos? ¿Se lo llenás de besitos? ¿Le dejás tu saliva en el pito? ¡Me encanta tu olorcito bebé! ¡Te vi nena, el otro día! ¡Te estabas pajeando, jugando con este pitito hermoso, mientras él tomaba la teta! ¡Me re calenté viéndote! ¿Y después la retorcida soy yo? ¡Te encantaba comerme la vagina hermanita!, dijo de repente Bianca, mientras un orgasmo violento le sacudía el pelo, la obligaba a cerrar los ojos, y sucumbía al aroma fresco de mi bebé. Yo no lo podía creer. Había pasado en un minuto tan veloz que, no me había dado cuenta que yo también empezaba a acabarme encima, con mi pulgar frotando mi clítoris mientras Mirko me deslechaba las tetas. luego, hubo unos largos minutos en silencio. Apenas se oían los sorbetones de Mirko, y las risitas de mis mellis en el patio.

¡Andá Bianqui, y haceles la leche a las nenas! ¡Y cambiate la bombacha! ¡Y, basta de hacer estas cosas, por favor! Le dije, intentando retomar un grado de la compostura que, tal vez había perdido desde que había probado su vulva una vez más en el patio.

Una tarde, luego de otras en las que solo nos habíamos chuponeado en mi pieza, y durante la noche para no despertar sospechas, hubo algo que me desencajó por completo. Entré a mi cuarto re cagada de calor, porque había tenido que hacer un trámite en el banco. Revoleé mi cartera, los zapatos y la remera chivada, mientras le contaba a Bianca de lo pesado que estaba el día en la calle. Pero cuando dirigí mis ojos a ella y a mis niños, descubrí que Mirko estaba desnudo, y que Bianca le mostraba a Luna el pito de su hermano. La miré como para asesinarla, diciéndole furiosa: ¿Qué hacés tarada? ¿Cómo le vas a mostrar eso a Luna? ¿Te volviste loca?

¡Tranquila Ju, que, ella solo quería saber, qué tienen los nenes! ¡O sea, cómo hacen pipí los varones! ¡No me pareció mal que le mire el pitito a Mirko! ¡Vamos Ju, no te pongas así!, me decía ella, sonriendo como un amanecer colmado de soles y arco iris.

¿Y, por qué la tenés así, en bombacha?, le grité, casi tan alterada como extrañada.

¡Porque hace calor nena! ¡Aparte, vos misma me dijiste que la deje así, en calzones! ¡Igual que a la Sele! ¡Aparte, bueno, la señorita se hizo pis, y por eso, ahora tiene otra distinta! ¿No cierto amor?, se explicaba, buscando una aprobación en la sonrisa de mi hija. Traté e calmarme, sintiendo aquellas extrañas cosquillas en la concha, pensando que, después de todo, era lógico.

¿La tía te cambió Luni? ¿Y, no te dio besitos, o algo raro? Le pregunté, sabiendo que la estaba acusando de algo que, podría costarme más que un enojo de Bianca. Luna sonrió, y me dijo que no le dio besitos. Entonces, Luna se bajó de las piernas de Bianca y corrió a jugar con su hermana, que la esperaba con las muñecas en el patio.

¡Sos una tarada nena! ¡Nunca le haría nada a esa bebé! ¡Ni a nadie! ¡Lo único que quiero, es que vos me comas toda! ¿Te gustaría que me ponga pañales para vos?, me dijo cuando su cara recobró los colores. Yo le puse el pañal a mi nene, sin hablarle. A ella le jode mucho que la ignore, y yo usaba esa carta para ponerla más nerviosa.

¡Ju, te estoy hablando! ¡En serio, no pasó nada! ¡Y, no me parece grave que se saque la curiosidad con el pitito de Mirko!, dijo de pronto, como si buscara entablar un diálogo conmigo. Pero una vez que Mirko estuvo vestido, me le tiré encima para comerle la boca a besos, mientras le decía: ¿Te gusta divertirte con mis bebés? ¿Estás segura que no le pasaste la lengüita a Luna? ¿A dónde dejaste la bombachita que se meó?

¡Ahí, en el suelo, al lado de la mesa de luz! ¡Y te juro que no, no le hice nada Ju!, balbuceaba mientras mis dientes le atrapaban los labios.

¡levantate y traela! ¡Vamos!, le ordené con una nalgada que sonó en el cuarto como un balazo. Ella me obedeció, y volvió a sentarse en la cama. Yo la empujé, le saqué la remera y le quité la bombachita empapada e Luna de la mano. Primero se la refregué en las tetas, cosa que se me hizo fácil porque no traía corpiño. Al mismo tiempo volvía a comerle la boca con desesperación. Después, le bajé la bermuda y se la coloqué entre su bombacha y su vulva, mientras le decía: ¿Y la oliste? ¡Ya sé que a la nena no! ¿Pero, oliste su bombachita, zorra? Ella se estremecía, trataba de esquivar mis ojos, y retrocedía hacia atrás con el cuerpo, entre sorprendida y temblorosa.

¡Ju, no sé qué onda, pero, no, es que, yo, bueno! ¡Sí, sí, la olí, y, nada, solo eso! ¡Ahora tiene más olor a pichí que cuando se meó!, me dijo, al borde de un llantito que le estrujaba la garganta.

¿Y se meó cuando vos le mostrabas el pito de Mirko? ¿O le hiciste cosquillitas, para que se haga pichí? ¿Eeee? ¿Putita? ¿Así, le hacías cosquillitas en las axilas? ¡Dale perrita, ahora, atragantate con mi leche!, le decía, dándole mis tetas para que me las mame, mientras le hacía cosquillas, retiraba la bombacha de mi hija de su entrepierna y se la ponía en la nariz.

¡Olela bebé, dale, que es la bombachita de tu sobri, y vos la querés! ¿No cierto? ¿Y jugaste con el pilín de Mirko?, seguía martirizándola, mientras ella no encontraba respuestas, pero olía la bombacha, me chupaba las tetas, se llenaba la boca de saliva y temblaba abriendo las piernas.

¡Sí Ju, me encanta que la Lu se mee, y que la Sele ande sin bombacha! ¡A Mirko, dejalo que ande con el pito al aire también!, me dijo la atrevida, justo cuando mi boca empezaba a mordisquearle las tetas. siempre había tenido ganas de comerle esas gomas hermosas. Ahora, olían al pis de mi hija, a la leche que se derramaba de mis pezones, y al sudor de su propia excitación. Además, la bombacha de Luna ya comenzaba a enterrarse en el interior de su sexo, junto con algunos de mis dedos.

¡Voy a acabar Juuuu, quiero largarte todo en la boca mamuuuuu, y que las nenas lo hagan también, cuando crezcaaan! ¡Quiero que se chuponeen como nosotras, que se amen, se toquen, y se froten las conchitas síiii, Asíiii, pajeame zorra, sacame toda la lecheeeee!, empezaba a retorcerse mi hermana en mis brazos, gracias al fragor de mis dedos, mis escupidas y mordiscos en sus tetas, las frotadas de mis piernas en su vulva, y la forma que tenía de abrirle el culo para intentar clavarle un dedo en el orto. Se lo merecía, por chancha, por enseñarle cosas a mis hijos que yo no le había pedido, y por oler la bombacha de Luna. De pronto, su rodilla recibió el impacto de un orgasmo que me hizo comprimir el cerebro a una sola sensación. La de morirme fundida en el aroma, las tetas, la boca, la concha y los pensamientos sucios de mi hermana. Temblamos, nos besamos, nos estremecimos de felicidad, nos mojamos con una terrible oleada de flujos, y nos dijimos que nos amábamos mucho. Ella me metió la lengua en la boca, y me pidió que le haga el amor todas las noches.

Una mañana, mi vieja me dijo que había tenido que retar a Luna y a Sele porque, las vio dándose piquitos. Pensó que pudo haberlo visto en la tele, y se encabronó con los programas para niños. Además, me dijo que Luna se había meado dos veces seguidas, y que Selene se burlaba de ella. Yo, le expliqué que, por ahí no era la tele. Quizás, Selene quiso pedirle perdón por reírse de ella, y bueno, que recurrió a besarla. Lo de los picos, le dije que pudo haberlo visto del tío Carlos y su nueva pareja.

¡el tío, y la pendeja nueva que tiene de novia, se la pasan chuponeándose ma! ¡Por eso, a veces no quiero que las nenas pasen mucho tiempo en la casa del tío!, le dije, no del todo convencida. Pero mi mamá lo entendió. Cuando le conté a Bianca lo que había pasado, ella sonrió misteriosamente. Le pregunté si sabía algo.

¡El otro día, me pareció que se besaban! ¡Bueno, las vi jugando con las muñecas en el patio! ¡Luna hacía que su muñeca bese a la de Sele, y, no sé, me pareció raro! ¡Después, Luni y Sele se miraron, y se abrazaron, y, bueno, mucho no vi, pero, por ahí sí se besaron! ¿Nos habrán visto?, me dijo, bajando cada vez más la voz, porque estábamos en la cocina.

¡Obvio que nos vieron, boluda! ¡El otro día, en el patio también! ¡No entienden lo que yo te hacía, y eso está claro! ¡Pero igual, tenemos que tratar de evitar hacer cosas delante de ellas!, le dije, dando por descontado que lo entendería.

¿Y, ahora me vas a decir que les vas a prohibir jugar en bombacha? ¿Mirá si un día llegás, y las ves abrazaditas, sin bombacha, y besándose en la boca?, me dijo también al oído, tan sensual como pervertida. No pude evitar morderle el labio, y ella, con una mirada fatal me indicó que estaba calentita.

¡Cojamos Ju, por favor! ¡Te extrañé mucho! ¡Ayer, me dejaste con las ganas!, me susurró impaciente. Yo la agarré de una mano y me la llevé a la pieza. Sabía que Mirko estaba en el negocio con el abuelo, y que las nenas se divertían con unas muñecas que les había regalado Bianca. En el camino, nos pellizcamos los culos, nos mordimos las tetas por encima de la ropa, y ella se agachó para frotar su cara en mi vulva.

¡Las muñecas no fue lo único que compré, hermanita! ¡Ya vas a ver!, me dijo en forma de amenaza y sorpresa, cuando ya cruzábamos la puerta. La cama era un solo despelote. Ahí estaba la ropa meada de Luna, y un montón de cosas de Mirko. Entre ellas una mamadera. Pero había una caja larga con cinta de embalaje que no reconocí.

¡Esto, es para vos Ju! ¡Quiero que me hagas tu nena, tu putita!, me decía, recogiendo la caja y meciéndola con misterio.

¿Qué compraste nena? ¡No me digas que es un pito de juguete!, le pregunté, y su cara la vendió de inmediato. Sin embargo, esa vez optamos por recurrir a nuestros besos, mimos, lenguas, escupidas, mordidas y chupones. Ella se quedó en bombacha enseguida, y cuando las dos, una encima de la otra, empezamos a frotar nuestras conchas, no nos importaba nada más que sentirnos, abrazarnos, olernos y besarnos.

¡Amame Ju, haceme tuya, penetrame toda, cogeme! ¡No sé por qué me gustás tanto nena! ¡Me excita cómo me comés la boca, y las tetas!, me decía Bianca, tal vez confundida por el placer de nuestra entrega. ¿O, estaba tan enamorada como yo, que aún no lo quería asumir? ¡Pero ¿éramos hermanas! ¡De hecho, lo somos! ¡Y os comportábamos como unas malditas perras en celo, encamándonos sin importarnos los riesgos!

¡La bombachita de Sele también huele rico Ju! ¿Y yo? ¿Olía como ellas? ¿O como Mirko? ¿Te gustaba mirarme en bombacha? ¿A mí me encantaba que me la dejaras toda babeada! ¡Amaba que me limpies la concha con la lengua! ¡Y, vos, vos te re pajeabas nena! ¿Yo, también te gusté desde nena?, preguntaba, acaso sus inseguridades, o su amor de hermana, o sus complejos. Yo le dije que siempre me gustó comerle la boquita, y que el olor de sus bombachitas vive en mis recuerdos como un tesoro solo para mí.

¡Ju, quiero pis, quiero hacerme pichí, en tu cama! ¡Dale, haceme cosquillas, así me meo, putita hermosa!, empezó a musitar de pronto, mientras mi vulva se frotaba con sus piernas. Yo, alzada como me sentía, me levanté de su cuerpo y le ordené que se ponga a cuatro patas.

¡Vamos, ponete como una perrita, y mové la cola nena, ahora! ¡Y, tomá, chupá la meme de tu sobri! ¡Dale cochina, apurate, o te vas a mear antes que yo te lo ordene!, le gritaba, mientras su cuerpo se rendía a mis designios. Una vez que la tuve en cuatro, empecé a nalguearla, a besarle y morderle las tetas, a revolverle la conchita con los dedos, y a procurar que por nada del mundo deje de chupar la mamadera de Mirko, que todavía tenía un poco de juguito.

¿Así que también oliste las bombachas de Selene, asquerosa? ¿Y también te pajeaste con ellas? ¡dale guacha, meate, meame la cama como tus mellis, o como tu bebé! ¿A ver cómo se hace pipí la grandulona de la casa? ¡Dale perra, meate como una cochina inmunda!, le imploraba yo, mientras le rozaba el agujero del culo con la tetina de la mamadera, le mordía las nalgas, y le hacía oler la ropa que había meado Luna por la mañana temprano. Y, justo cuando mis ansias estuvieron al borde de enfermarme de tanto morbo, y cuando Bianca se había meado casi que por completo, sin darme tiempo a sacarle la bombacha, Selene apareció en la pieza, pidiéndome el celular para jugar.

¡Ups, qué tonta que soy! ¡Perdoname Sele!, atinó a decir Bianca, que había visto a la nena antes que yo.

¡Sele, escuchame amor! ¡Fue un accidente! ¿Sabés? ¡La tía se hizo pis, porque, estábamos jugando, y yo le hice cosquillas!, traté de explicarle, sabiendo que no entendería nada. ¿Cómo era posible? ¡Su tía estaba en bombacha, a cuatro patas sobre la cama toda meada, con la mamadera en la boca, y yo detrás de ella, en ropa interior!

¡Sele, amor, traeme un pañal, porfi!, le pidió Bianca, desordenándome aún más. Para colmo, Selene andaba con una bombachita rosa con moñitos, gracias al calor que nos quemaba las entrañas. Una vez que Selene desapareció, Bianca me pidió explícitamente: ¡Meteme la mamadera en la concha Ju, por favor, que quiero acabar!

Yo lo hice, y un nuevo concierto de alaridos, mareos y flujos descarrilados quebraron la autoestima sexual de mi hermana. Otro orgasmo le incendió el conocimiento por unos minutos, y cuando volvió en sí, no pudo más que echarse a reír. Yo, la seguí, y ambos nos miramos como endemoniadas, o poseídas. Selene no tardó en regresar con un pañal para bebé, y una vez que se alejó, yo me levanté para cerrar la puerta. Recuerdo que abrí la caja enigmática a las apuradas, y cuando extraje lo que se escondía adentro, me desvestí completamente. Era un arnés con un pito de goma de unos 18 centímetros, bastante largo y flexible. Me lo puse tan rápido como me dieron las ansias, y corrí a la cara de Bianca, que me miraba sorprendida. Primero la tomé de la cabeza, y después de empapar todo ese pito de juguete con la leche de mis tetas, le dije: ¡Ahora, abrí la boca, peterita sucia!, y empecé a alucinar viendo y sintiendo cómo su boca se llenaba, su garganta estallaba en arcadas y su lengua se esforzaba por chupar y lamer. Además, aquel pito tenía otro más que se incrustaba en mi propia vulva. Por lo que, cada vez que la instigaba para que la trague más, a mí se me enterraba más en el fondo, y me hacía vibrar.

¿Te gustó que mi hija te vea toda meada? ¿Te calentó verla en bombachita? ¿Así? ¿Semi desnuda? ¿Cochina? ¡Vamos, tragá perra, tragate mi verga! ¡Mirá las cosas chanchas que compra la nena! ¿Para esto querías platita vos? ¡Sos una sucia, que no aprende más a lavarse la ropa, ni a ir al baño solita! ¡Mirá cómo me dejaste la cama!, le decía, llenándola de mi fantasía, sobándole las gomas, estirándole los pezones y fregándole en la cara algunos retazos de la sábana que me había mojado. Hasta que la zamarreé para bajarla de la cama, y la obligué a lamer toda la sábana, y a fregar su cara y tetas por todos los rincones que meó. Todo eso entre nalgadas, chupones, mordiscos, y amenazas con el chiche bien pegadito a su culo. En un momento, no sé si fue allí, o más tarde, recuerdo haberme quitado el juguete para tirarme sobre ella, de modo que nuestras bocas encuentren nuestras conchas. Eso me encendió tanto que, volví a calzarme el juguete, y esa vez no le tuve compasión. Su olor a pis, su fuego sexual, sus gemidos, su estado de sumisión, las cosas que decía y las que daba a entender, y la forma que tenía de morderme las tetas, me llevaron a subirme encima como una leona salvaje. Sé que empecé a penetrarla con todo, porque su cabeza golpeó la pared, y todo lo que había en la cama cayó al suelo, estrepitosamente. Incluso la sábana se destendió completamente del colchón. Le abría las piernas, le enterraba dos dedos a la vez en el culo, y ella se llenaba de gemidos de placer, de agradecimientos, y de fotografías que instalaba en mi mente, como, por ejemplo: ¡Así se van a coger Lunita y Selene amor, se van a oler las conchas, y Luni le va a comer el culo! ¡Y Mirko, se las va a coger a las dos! ¿No te los imaginás en un trío? ¡Síiii, las dos nenas en bombacha, y Mirko en pañales, adolescentes y alzados!

¡Callate perra, indecente, putita, sos una diabla, una gatita cochina, una inmadura que solo piensa cosas sucias de todo el mundo! ¿Te gusta cómo te coge tu hermana? ¿Te gustaba que te babee la bombacha, trolita? ¿¿Le contaste a alguna amiguita que hacías eso con tu hermana? ¡Sí bebéeee, gemime, gemíme así al oído, que te como toda, te abro bien la concha, putita! ¡Y, mis nenas, cuando sean grandecitas, que hagan lo que quieran! ¡Y, a Mirko, nos lo vamos a coger nosotras! ¿Querés? ¿Querés perrita? ¿Querés la leche de mi bebé, adentro de tu concha? ¿Querés que te embarace? ¿Y, nos embarace a las dos?, le decía mi mente desierta de preceptos éticos, razonables o legítimos de algún mundo real. Nuestros cuerpos seguían enroscados como víboras venenosas, y nuestros pubis se acribillaban como espadas afiladas por ángeles insaciables, con aquella pija de juguete como testigo principal. Nos mojábamos y marcábamos los labios como queríamos. Nos despedazábamos las tetas, y hasta mordisqueamos juntas el pañal que nos había traído Selene. También olimos y babeamos un par de bombachas de las nenas, y la que yo me había sacado para cogerla. Ella, hasta lamió mis pies, y ahí fue cuando casi pierdo el equilibrio. Pero, nuestro orgasmo llegó cuando Luna golpeaba la puerta, diciéndonos que se había hecho pis.

¡Imaginala ahí, paradita, con la bombachita goteando! ¡Imaginate que Luna se la baja, y le chuponea la cola!, dijo ella, mientras nos cacheteábamos los glúteos, con el juguete moviéndose adentro de nuestros sexos palpitantes.

¡O que Mirko llega y les muestra que tiene el pito duro, y la Sele, después de bajarse la bombacha se lo chupa!, dije yo, al borde de enterrarme en el cuerpo de plastilina de Bianca. Las dos aullamos de placer al mismo tiempo, y ella volvió a repetirme que me ama, que la tengo re loca, y que no sabe cómo hacer para no tocarme cada vez que me ve.

¡Ahí voy Luni, y te cambio! ¡Si querés, sacate la bombachita, y esperame afuera!, le dijo Bianca, mientras casi nos caíamos de la cama, temblando, con los clítoris punzándonos las venas, las pieles pegoteadas y calientes, los ojos con lágrimas, las bocas secas, los cuellos repletos de saliva, las tetas hinchadas, y mi leche por todo su ser. Saber que Luna nos esperaba sucia y desnuda al otro lado de la puerta, nos voló la cabeza al mismo tiempo.

Sin embargo, esa fue la última vez que lo hicimos de día, y en presencia de mis bebés. Preferimos calmarnos u poco, y al menos, coger en mi pieza, siempre que los peques estuviesen dormiditos. En su cuarto era difícil, porque estaba pegado al de nuestros padres. Aunque, es obvio que era imposible que se duerman toda la noche. Tan obvio como que Bianqui se convirtió en mi apetito sexual, mi bebota, mi niñera, mi asistente, y en la mujer que siempre amé, desde chiquita.    Fin

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Comentarios

  1. Uff volvieron los bebes en pañales que rico me hiciste poner duro como piedra

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    1. Me alegro que te haya gustado! Espero más de tus comentarios!

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