Escrito junto a la Gatita Bostera
Odiaba trabajar. No podía creer que, habiendo heredado los lindos rasgos de mi mami, aún así tuviera que hacerlo. Mi tía me decía que una mujer como yo estaba para cosas importantes, porque la belleza cotiza. Yo nunca me sentí tan linda. Pero, como sea… salir de la pobreza no era fácil, y si quería gastar en ropa coqueta, celulares copados, bombachas pintorescas, o zapatillas facheras, debía trabajar de lo que fuera. Así me había dicho mi madre cuando le pedí plata para comprarme un conjuntito re sexy que había visto en el centro con una amiga. Así que, acá me encontraba. En una casa re chula, cuidando a un bebé de nueve meses. Había terminado acá por recomendaciones de otras mujeres para las que trabajé. Hice muchas changas, como le dicen en el barrio. Pero en lo que más prospero es en el cuidado de los niños. Parece que conecto re bien con ellos. Bueno, por ahí se ve mi desempeño para que me hagan caso, estén bien, se sientan cómodos, o porque sé cómo calmarlos. O, tal vez, porque los papis se quedan embobados con mis tetas, las que a veces no sabía con qué sostenerlas. O con mi cola bien paradita, la que parecía poner nerviosas a las señoras. Más de una me pidió que no asista a su casa con shores tan cortos porque al señor no le gustaba, o no le parecía ético. Algunas ni siquiera me dejaban usar vestidos. Para colmo, casi toda la ropa que tenía me quedaba chica. A veces, me sentía una monja cuando iba a cuidar a los bebés. Pero nunca me quejaba. Lo peor de todo, no eran los billetitos que los hombres a veces me ponían en las tetas cuando sus esposas no los veían, o las apoyadas, o pellizcos adrede a mi culo, alguna que otra nalgada, o las miradas lascivas, o palabritas sucias que me susurraban. Yo prefería no buchonearlos, porque necesitaba la plata. Además, todo eso me enloquecía. Volvía a mi casa toda mojada, al punto que terminaba encerrada en mi pieza un ratito para masturbarme como una loca, antes de saludar a mi madre y sentarme a la mesa para cenar con mis hermanos. Lo peor de mi trabajo eran las indicaciones o boludeces que me dejaban las mamis de los bebés. A veces anotadas, otras por mensajes de WhatsApp, o directamente me lo decían cuando me recibían. Vestirlos con ciertas prendas específicas, que no coman, que estuviera al corriente de sus dolores, no darles golosina, no cambiarlos arriba de los sillones, o a la vista de alguno de sus hermanos (Si es que tenían), que no jueguen con el perrito, que no se metan nada a la boca, que la leche no esté muy fría, ni muy caliente, que no los lleve a la placita, que les controle la cantidad de tele, Etc. ¡Era agobiante! Los pobres bebés crecían en una burbuja que poco tenía que ver con la realidad, sin ensuciarse, comerse un caramelito, o ver tele hasta altas horas de la madrugada. Pero, bueno, donde manda capitán…
Sin embargo, esta casa no era tan estructurada, ni tan estricta. La señora trabajaba el doble de horas, creo que en una empresa textil. Es una mujer muy guapa, elegante y serena, que tuvo la desgracia de encontrarse a su marido con una rubia despampanante en su propia cama, mucho más joven que ella, y con ganas de guita. El hombre la dejó con sus dos hijos, y no le pasa un mango. Me contó que todavía está en juicio todo lo relacionado a su divorcio, y que, si no fuera que trabaja a tiempo completo, no le alcanzaría para pagarme. Pero me necesitaba, porque su bebé era muy chiquito, y Valentín, su hijo mayor, no sirve ni para hacer bulto. Esas habían sido sus palabras. cuando lo conocí, de alguna forma me cayó la ficha. Valen era un coloradito divino, con 17 años, súper despierto, atrevido, con unos ojazos enormes y de labios carnosos, que se la pasaba jugando a la pelota o a la Play, y soñaba con ser futbolista. Eso, y poner la casa patas para arriba, parecían ser sus pasatiempos favoritos. No era bueno con su hermano. No le hacía upa, ni cariños, ni mucho menos lo cambiaba o lo hacía dormir. Además, ensuciaba la casa con barro, no levantaba cualquier cosa que se le volcaba, ni lavaba platos, ni vasos, ni atendía la puerta. Es decir, que me hacía las cosas un poco más difíciles. También era picante y contestador. Una vez escuché una discusión que mantuvo con su madre. La que terminó en un show de cachetadas portazos y amenazas. él siempre le recriminaba que su padre se haya ido. Según él, ella no le había servido como mujer ni como hembra. Tamara salía llorando, porque ya no sabía cómo manejarlo, y a él ni le importaba. Esa vez, yo me encontraba en la pieza de Felipe, que estaba insoportable. No se calmaba con nada. No quería que lo hamaque, ni la tele, ni que le dé la mamadera, ni que le cante. ¡Odiaba el chupete! Así que, se me ocurrió encajarle la teta y simular que lo amamantaba. Sabía que, si Tami me veía, tal vez me rajaba de la casa. Pero, ella estaba renegando con su otro hijo. Lo cierto es que, aquello me excitaba mucho. ¡Qué lindas eran las cosquillitas en las tetas que te regalan la lengüita de un bebé!
¡Che perri! ¿No viste mis botines? ¿Vos, que siempre sabés dónde está todo? ¡No están en ningún lado! ¿No me los habrás choreado?, me dijo de golpe Valentín, que había entrado a la pieza. No era la primera vez que me veía con la teta en la boquita de su hermano. Vi que me observó con carita de baboso, pero no le di cabida.
¡No Valen, no los vi! ¡Y ya te dije que dejes de llamarme así! ¡Tengo nombre!, le dije, tratando de no inquietar al bebé.
¡Sí, te llamás trolita! ¡Tenés unas tetas que, Puaaaaf, mansa turca debés hacerles a los guachos!, me largó, mirándome como si fuese la primera vez que me veía.
¡Sos un desubicado nene! ¡Y también te pedí que no grites cuando trato de dormir a tu hermano!, le dije, intentando silenciar las cosquillas que tenía en la concha. ¡Veía a ese pendejo, y sentía que me chorreaba de calentura! ¡Pero él era un nene! ¡Bue, yo tengo 19! ¡Tampoco había tanta diferencia!
¡Y yo te pedí que no me rompas las bolas! ¡Y, que no me escondas los botines, negrita de mierda!, me dijo. siempre creía que sus palabras me ofendían. Pero, yo no debía ponerme a su altura, porque perdería algo más que el trabajo.
¡Y yo te pedí que no dejes tus calzones sucios por todos lados! ¡Yo no soy tonta nene! ¡Es obvio que te re pajeás! ¡No seas tan cochino!, le dije, sabiendo que se quedaría helado, como en pausa.
¡De última, podés usar esas manitos para lavarlos, así no tengo que andar levantándolos del suelo, o del baño!, agregué, disfrutando su cara de nada.
¿Y para qué los tocás? ¡Eso, porque sos una degenerada! ¿Te los llevás a la boquita también? ¿Y cómo sabés que me pajeo nena? ¡Aaaah, porque los tocás, y los olés, puerca! ¡Metelos al lavarropas, y ya fue! ¿No?, me dijo, como para amedrentarme.
¡Así no vas a crecer más nene!¡Ni siquiera estás yendo a la escuela!, le dije.
¡Nena, mi vieja te paga para que te ocupes de mi hermano, y hagas lo que te pida! ¿O no? ¡Así que, cerrá el orto, y haceme una milanga, que me tengo que ir a entrenar! ¡Yo voy a ser un tipo importante cuando empiece a jugar en primera! ¿Sabés? ¡Y no una negrita villera que cambia pañales para tener plata! ¡Así que, no te metas en mi vida! ¡Aaah, y tené cuidado que te va a explotar la musculosa!, me dijo esa vez, quizás logrando intimidarme un poco. Y fiel a su costumbre, terminó la charla dando un portazo. Ya me había acostumbrado a sus faltas de respeto, a los apodos que me ponía, a su forma de denigrarme, a que se babee con mis tetas haciéndose el canchero, o se mande algún comentario frente a su madre respecto de mi vestimenta. Por cierto, Tamara no tenía inconvenientes con eso.
Me costaba acostumbrarme a ver semen en sus bóxers por todos lados de la casa. El pendejo estaba en la flor de la edad del pavo y de las hormonas. Por lo que también sus sábanas estaban manchadas de lechita. Me costaba no acercarme para oler aquellos restos de paja, y, poco a poco me preguntaba si en el fondo me calentaba que ese pendejo me trate así.
¡Para mí, ya estás medio grandulón para creer que, todavía tenés chances de jugar en primera! ¿No te parece?, lo pinché mientras perdía por enésima vez a un juego online, revoleaba una lata de cerveza vacía al suelo, y puteaba a sus anchas. Él me miró con desprecio, al tiempo que yo intentaba calmar a Felipe, que se había asustado por sus gritos.
¿Y vos qué sabés de eso nena? ¡Las mujeres saben cocinar, lavar ropa, cambiar pañales, y eso! ¡No les da para más! ¿Acaso, vos terminaste la escuela? ¿Por eso te sentís superior a mí? ¡Sos cualquiera nena!, me respondió, apoyando las patas descalzas en la mesita ratona, haciendo caer la mamadera de Felipe, un porta sahumerios y un cargador.
¡Qué tarado, y machista que sos!¡Para mí, en el fondo, te morís de ganas de que te cambie el pañal, nene! ¿O me vas a decir que no te gustaría volver a tomar la teta?, le dije, más para enbroncarlo que otra cosa. Él me miró como con asco, se levantó del sillón y me revoleó su paquete de cigarrillos, dándome directo en una goma. Yo se lo devolví, y él me bravuconeó: ¡Vos, mejor ocupate de mi hermano, que después mi vieja te caga a pedo! ¡Y yo, voy a triunfar nena! ¡Vas a ver! ¡Pasa que, no sabés cómo la muevo en la cancha! ¡Nunca me viste jugar!
¿Y, en la cama también te sabés mover? ¿O, solo sos bueno con la pelotita en los pies?, le largué, pensando más con la concha que con el bocho. Esta vez su mirada fue la de un pibe desconcertado. Pero se recuperó rápido para delirarme una vez más. Aunque, su madre había llegado, y ya lo llamaba con urgencia para que le dé una mano con las bolsas de las compras.
¿Qué pasa si le digo a mi vieja que le ponés las tetas a mi hermano en la boca? ¡Te va a echar de una patada en el culo, pendeja boluda!, se fue diciéndome con toda la fiaca encima. Odiaba ayudar a su madre, pero esta vez no le desobedecería porque necesitaba plata para salir con sus amigos. Entonces, apareció Tami, con dos bombones para mí, y con un juguito para Felipe. Me miró raro cuando descubrió que tenía a su bebé en los brazos, y que su cabecita reposaba sobre una de mis tetas desnudas. Pero, supongo que le pareció tierno, porque enseguida pasó de la sorpresa a la sonrisa.
A la siguiente semana, mientras yo me tomaba unos mates al lado de la cunita de Felipe, viendo una peli súper aburrida en la tele, el coloradito apareció con un shortcito apretado, en cueros, con un pucho prendido entre los labios, y poniéndose desodorante.
¡Cómo se nota que te la rascás a cuatro manos! ¿No sería bueno que estudies algo, mientras el pendejo duerme? ¿O no te da la cabeza nena?, me iba diciendo entre que abría una ventana, se calzaba unas zapatillas Nike, boludeaba con su celular y me miraba tomando el mate.
¡Bue, no sé si me da o no la cabeza! ¡Pero hoy, como vos decís, necesito guita! ¡Además, a vos ni te importa! ¿Querés un mate? ¿O me vas a seguir torturando?, le dije, sabiendo que los pezones se me re marcaban en el vestido fucsia que llevaba, tan suelto abajo como ajustado arriba.
¡Dame uno! ¡Espero que, tengas la boca limpia guacha!, se atrevió a murmurar, mientras me recibía el mate para sorberlo ruidosamente, fijándose en mis tetas. yo me reí de su comentario, y él, me desconcertó cuando me tiró: ¡Así, sonriente, tenés menos cara de puta!
¡Sos re desubicado nene! ¡No sé si las pibas te bancan, con tanta soberbia! ¡Te la re creés, y ni sabés tenderte la cama!, le decía, cebándome un mate con miles de cosquillas mojándome la bombacha. ¿Por qué me calentaba ese pendejo estúpido? Y de golpe, mientras pensaba en mi propio estado de loba en celo, una de sus manos se apoyó en mi teta derecha, y me la palpó, sobó y pellizcó, al tiempo que susurraba: ¡Son re lindas, como para perderse ahí, y acabar una y otra vez! ¡La de vergazos que te deben haber pegado ahí, bebé! ¡Tranqui, que mi hermano duerme, y no nos ve! ¿O tenés miedo que llegue mi vieja?
Esa vez, por ahí envalentonada por sus comentarios, y por el segundo pellizco al ladito de mi pezón, tiré mi vestido hacia abajo para liberar mis tetas, y lo agarré del pelo, arriesgándome a que me dé un sopapo. Pero, ni bien junté su cara a mis tetas, el guacho empezó a morder, oler, lamer y chupar cada trozo de mis tetas. gimoteaba como un boludo, dejaba que se le caiga la baba como a un perro acalorado, no paraba de decirme putita hermosa, apoyaba sus manos grandes en mis muslos, y con algunos de sus dedos buscaba atravesar la tela de mi vestido para llegar a mi conchita. ¡Era más que obvio! Y, de repente, cuando uno de mis pezones entró al fin en su boca sedienta, y yo estiré una de mis manos para tocar el tremendo paquete que se le marcaba en el shortcito, el hijo de puta gritó: ¡Maaaaa, mirá! ¡La Mayra está mirando la tele, con las tetas al aire! ¡Al frente de Felipe! ¿Vos la dejás que haga eso?
Inmediatamente, Valentín se separó de mi cuerpo, sonrió con malicia, se frotó el bulto frente a mis ojos, y se acercó a la puerta como para salir, mientras Tamara, que finalmente estaba en el patio colgando ropa, decía como sin querer gritar: ¡Bueno hijo, vos, salí de ahí, que se debe haber ensuciado, o se puede estar cambiando la chica! ¡No seas pesado! ¡No la molestes! ¿y vos, no fuiste al colegio?
El guacho hijo de puta le jetoneó un par de cosas que no le entendí, ni le presté atención. Se las tomó, dejándome re acalorada, con las tetas babeadas, los pezones duros y cargados de un dolor insoportable, y la concha re mil mojada. Al punto que no supe contenerme, y empecé a pajearme ahí mismo, echada en el sillón. Sentía el corazón desbocado, y unos nervios peligrosos me hacían temblar hasta la punta de los pies, sabiendo que tal vez Tami podía abrir la puerta, y rajarme a patadas de su casa al encontrarme tan entregada. Pero necesitaba acabar ya, y de esa forma borrar por un ratito de mi cabeza al coloradito mal agradecido que me estaba sacando de quicio. Felipe se despertaba de a poco, y los chupones de Valentín todavía ardían en mi piel, cuando reconocí que un orgasmo furioso me aprisionaba el clítoris como una angustia imposible de ocultar. En eso, escucho que Tami abre la puerta, busca algo en la cocina, le rezonga a su hijo, y se acerca al living para ocuparse de Felipe, mientras yo acababa en silencio, lastimándome el labio de tanto que me lo mordía para no gritar, subiéndome el vestido entre nerviosa y asustada, temiendo no mojar el sillón con la cantidad de jugos que, sabía que brotaban como un río de mi conchita enferma.
Luego, llegó el mejor viernes de mi vida. Ese día Tami salió a trabajar más temprano que de costumbre. La casa estaba hecha un desastre. Valen se había ido no hace mucho. Vaya a saber si a la escuela, o a vaguear por ahí. Había restos de pizzas y papas fritas por todos lados, ropa sucia para lavar, latas de cervezas vacías rodando por el suelo de la cocina, y el baño estaba todo mojado por la ducha que al fin se había dado. Su perfume daba vueltas por el aire, y eso me desconcentraba. Por suerte Felipe dormía tranquilito en su cuna, lo que me hacía más fácil la tarea de ordenar, acomodar, poner, sacar y fregar. Al cabo de una hora ya había terminado casi con todo. Solo me quedaba la pieza y la cama del pibe por el que me tocaba todas las noches. A veces, hasta sin proponérmelo. El jueves había estado a punto de mandarle una foto de mis tetas, en un arrebato de locura. Es que, descubrí que me tenía agregada a su Instagram, y entonces empecé a mirotearle todo. Mayormente subía fotos de él en cuero, o haciendo jueguitos con la pelota, o posando para que se le marquen los pectorales. Pero, ese día, subió una fotito tocándose el pedazo por arriba del bóxer. Seguro fue por error, porque la borró al instante. Creo que gracias a eso no me la mandé.
Como era de suponer, su habitación era lo peor de la casa. Las cobijas tiradas de cualquier forma en el suelo, las almohadas contra la pared, las sábanas arrugadas, ropa por todos lados, cables, zapatillas, celulares rotos, y un desodorante. Pero mis ojos fueron derechito a la mancha blanca que reposaba pegoteada como un estampado en su sábana azul oscuro. Y a no pude contenerme más. Después de todo, estaba sola en la casa, y no tenía riesgos de nada. Así que, de a poquito me acerqué gateando, moviendo la cola hasta la mancha refulgente, sin saber del todo qué hacer. No podía creer que hubiese llegado a esa situación. Me sentía humillada, puerca, sucia y mojada por ese coloradito infernal, por ese mocoso que me volaba la cabeza. Y de repente ya no me controlaba. Actuaba por puro instinto de perrita en celo, olfateando la lechita tibia en las sábanas, hasta que al fin la lengua se me soltó de la boca para lamer despacito aquel río espeso que tanto había soñado. Un sabor agridulce me invadió entera, y mi mente estalló. Me imaginaba que era la puntita de su verga por donde mi lengua paseaba, iba y venía, logrando que se desespere para que me la meta toda en la boca. Casi sin contenerme, dejé que mi mano viaje solita al centro de mi vulva repleta de flujos que tanto me palpitaban por ese pendejo insolente. Lo amaba cuando llegaba todo mojado, con la pija parada y peleándome todo el tiempo por boludeces. Me excitaba cuando me miraba las tetas con cara de violador. ¡Me volvía loca escuchar y ver las videollamadas que hacía con sus pendejitas de turno, a las que le pedía que le giman mientras él me miraba desde su habitación con la puerta abierta! ¡Yo, entretanto, simulaba darle la teta a su hermanito, sacándole la lengua para que se ponga más loquito! ¡No podía creer que ahora estuviese lamiendo sus sábanas con desesperación, al tiempo que me frotaba y pellizcaba despacito el clítoris, haciendo oídos sordos a los llantitos de Felipe, que seguro ya tenía hambre, o se había cagado! No podía entender cómo es que, siendo una ferviente admiradora de los hombres maduros, ahora estaba regalada y loquita por la pija de un adolescente, que seguro olía a pichí cuando no se bañaba, y se sentaba a esperar que le sirva la comida en la mesa, como si fuese su empleadita, y me comía las tetas con los ojos.
Ahí estaba yo, ahogando mis gemidos, apretando la cara y la nariz en la sábana manchada, tocándome con furia, arrodillada sobre su cama, imaginando que entraba por la puerta entreabierta para cogerme con el mismo machismo animal con el que reacciona cuando no le hago caso, o lo boludeo, mientras la tonta de Tamara cocinaba para los dos, sin darse cuenta de nada. Y tan fuerte lo había imaginado tal vez, que justo en el momento en que me sentía cerquita de acabarme como una puta salvaje, siento como que alguien me pellizca la cola varias veces con fuerza, diciéndome: ¡Dale putita, dejá de pajearte y atendé al pendejo! ¿No lo escuchás que está llorando? ¿Andás con ganitas hoy, bebé? ¡Dale, que si lo hacés callar, como premio, te dejo que me la chupes toda, que no sabés cómo vine! ¡La profe faltó, y salí temprano! ¡Pero una pendeja fue comuna calza hermosa, toda enterrada en el culo! ¡No tiene tus tetas, pero se zarpa en culo! ¡Encima es re putita por las redes!
Ahí reaccioné, y traté de que no crea que hacía lo que realmente estaba haciendo. Pero el me agarró de los pelos para bajarme de la cama y me pidió que vaya con la cara sucia a ver a su hermano, y que haga que me chupe las tetas, con la boquita llena de leche. Entonces, casi sin contenerme le di una cachetada. Él se quedó tildado, como en shock.
¡A mí no me hablás así mocoso! ¡Vas a saber lo que es cogerse a una mujer de verdad, si es que te dan los huevos y la verga! ¿Te dan coloradito? ¿O te hacés el machito por las redes nomás? ¿Te cogiste a la culona de la calcita?, le decía, consciente de la humedad de mis manos y del olor de mis hormonas. Odiaba que le dijera así, y a mí no me podía calentar más. Quería tirarme encima de su cuerpo, morderle el labio, apretarle el pito con los dedos hasta bajarle un poco la arrogancia que se cargaba, aunque eso fuera lo que más me encendía de su puta personalidad. Y de repente le comí la boca, justo cuando él creía que tal vez le iba a plantar otro cachetazo. A esa altura los dos estábamos re al palo. Él me manoseaba toda y me apretaba las tetas. yo le arañaba los brazos, le revolvía el pelo y trataba de tocarle la pija. Sin embargo, me empujó afuera de su pieza para que me ocupe de su hermano, y me dio un terrible chirlo e la cola, levantándome la pollera y todo. Supongo que pudo haber pasado de todo si Tamara no hubiese llegado en ese momento, justo cuando yo me disponía a cambiarle el pañal a Felipe. Aunque, ella no era ninguna tonta. Después de alzar a su hijo recién cambiado, perfumado y sonriente, me pidió que le prepare un jugo de naranja. Pero cambió de idea.
¡Mejor, preparate unos mates, que tengo que decirte algunas cosas! ¿Dale? ¡Y Vos Valentín, haceme el favor de no boludear con Mayra! ¡Hay un montón de chicas afuera! ¿Me escuchaste?, me dijo amable Tamara, mientras el Colo aparecía vestidito con su ropa de jugar al fútbol, listo para tomarse el palo. Ni le contestó a su madre. Pero me clavó la mirada en las tetas, y murmuró algo que sonó a: ¡Ya te vas a quedar solita, y vas a ver!
¡Mayra, lo primero que tengo para decirte, es que, te voy a poner en blanco! ¡Vas a cobrar mejor! ¡Además, contarías con obra social, seguro, y vacaciones! ¡Pero, obviamente, tenés que cumplir horarios! ¡No sé cómo estás con tus tiempos! ¡Si querés, lo pensás, y me decís en estos días, así agilizo los trámites!, me informó, luego de tomarse el primer mate que le extendieron mis manos temblorosas. Es que, me imaginé que me hablaría de los coqueteos, forzados o no, que teníamos con Valentín. Así que, por dentro sentí un alivio tremendo.
¡Bueno, además, me parece que a Feli le caés re bien! ¡Se nota que hay química, buena onda, y que verdaderamente lo cuidás como si fuese tu hermanito! ¡Y, de eso también estoy agradecida!, seguía diciéndome, cada vez más dulce y servicial, abriéndose de a poco los abrojos del corpiño para amamantar a su bebé, mientras yo le tenía el mate para que le dé unos sorbos.
¡Pero, ojo! ¡Entiendo que estés calentita con mi hijo! ¡Eso, se te nota en los ojitos, en las mejillas, y hasta en lo nerviosa que ya te pusiste! ¿Te mojás toda por dentro? ¡Síiii, ya me parecía que se te calienta hasta el dedo gordo del pie! ¡Mirá, Mayra! ¡Supongo que sabés que, si el pito de mi hijo te entra en la vagina, y te escupe toda la lechita ahí, podés quedar embarazada! ¡Y, por un lado, yo todavía soy joven para ser abuela! ¡Por otro, no quiero mantener a un bebé producto de la calentura, de una tonta que no supo cerrar las piernitas, y un desesperado arrogante como Valentín! ¡No quiero que cojan, en una palabra! ¿OK? ¡Pero, y no me interrumpas! ¡Si querés que te manosee, te chupe las tetitas, te toque el culo, o, se te antoja jugar con su pito en tu boca, no se los puedo prohibir! ¡Los dos son adolescentes, y entiendo que anden calentitos! ¡Pero nada de bajarte la bombachita! ¿Estamos?, me decía, mientras yo intentaba explicarle para defenderme de, vaya a saber qué. No sabía si nos había visto, o si Valentín me había vendido.
¡Y, otra cosita! ¡Cuando tengas a tu bebé, vas a poder darle la teta! ¡No hace falta que le pongas tu pezón en la boquita a Feli! ¡Te vi, así que no me pongas esa carita! ¡Bueno, asunto arreglado! ¿No? ¡Así que, si todo está bien, te lo encargo un ratito! ¡Bue, en realidad, creo que unas dos o tres horas! ¡Tengo que ir a pagar unas cuentas, y a buscar unas verduras!, me decía, poniéndome al bebé en los brazos, apresurada y eléctrica como antes. No supe ni siquiera cómo responderle. Pero, por dentro me había calentado mucho que esa mujer me hable así. ¡Bajarme la bombachita para valen! ¡Uuuuf, qué hermoso! ¡Pero más se me antojaba bajármela para que ella descubra cómo me mojaba por el inútil de su hijo!
De repente Tamara dejó la estela de su perfume en el living, a su bebé casi dormido en mis brazos, y un montón de preguntas en mi mente. Hasta ahora, nadie me había ofrecido un trabajo en blanco, y no quería cagarla. Pero, justo cuando pensaba en renovar el mate, en el momento en que recostaba a Felipe en su cunita, Valentín aparecía como un fantasma malhumorado detrás de mi cuerpo relajado, y me saludó con un pellizco en la cola.
¡Hola turrita! ¡Che, estaba pensando en que, me la dejaste re parada antes de irme! ¡Mi vieja no está! ¡La vi salir! ¡Y el partido se suspendió porque se está por largar mansa tormenta!, me decía, introduciendo su mano por debajo de mi pollera, tironeándome la bombacha para arriba. Yo le pedí que me suelte. Pero, Tamara me había dicho que, no todo estaba prohibido para nosotros. Hasta se había mostrado comprensiva con nuestras hormonas enloquecidas.
¡Dale nena, mostrame un poquito esas gomas, que no aguanto más!, me dijo al oído mientras me las manoseaba, y yo, al fin había hecho contacto con su verga dura. ¡El guacho no mentía! La tenía dura, prácticamente saliéndose de su bóxer, y húmeda en la punta, ya que le había metido la mano por adentro del short.
¿Si te muestro las tetas, vos me das la leche en la boca? ¡Quiero mamarte la verga pendejo! ¡Siempre y cuando te hayas bañado, hijo de puta!, le decía, mientras nos besuqueábamos apoyados en la cunita de Felipe, que por suerte no se despertaba. Sus dedos me presionaban los pezones por debajo del corpiño, y yo le pajeaba la pija, empapándome la mano con sus juguitos preseminales. Me encantaba que tuviese los pelos del pubis mojados por su misma calentura. Él parecía haber enmudecido.
¡Te dije que, si te agarraba una mujer de verdad, te ibas a mear encima, tarado!, le dije al oído, y luego le mordí la oreja, bajándole el short y el calzoncillo de un solo movimiento. Él, antes de que decida agacharme, me desprendió la blusa y me subió el corpiño hacia el cuello para apropiarse de mis tetas. me las chupó, lamió y mordisqueó, mientras yo le sacudía el pito de un lado al otro como si se tratara de un látigo con el que azotaba al aire. Tenía los huevos transpirados y calientes, y mi clítoris se ponía cada vez más ansioso. Quería ser polinizado por ese pedazo de pija venosa, friccionarse contra ese glande generoso, colorado y húmedo. Creo que la sola idea de saber que eso era imposible, me calentaba más. Entonces, cuando volví a pensar en arrodillarme, él me escupió la cara, las tetas y la panza. Me dio una nalgada con la pollera subida, me pasó la lengua por toda la cara, y me dijo: ¡Lo que daría por enlecharte con todos mis amigos, pendeja roñosa! ¡Mirá cómo te comés la tanga con el culo, bebita!
Luego, me pidió que me arrodille arriba del sillón, y entonces su pija comenzó a abrigarse en el calor de mis tetas duras, turgentes y goteando los restos de su saliva. Su carne y mi piel sonaban cada vez más acuosas, aceleradas y peligrosas, mientras me pedía que le chupe los dedos, y que le cuente si me pajeaba cuando estaba sola en mi cama.
¿Qué te importa nene? ¡Vos sí, te re pajeás! ¿Pensás en mis tetas? ¿O en la calcita de la culona de tu escuela? ¡Así, apretame bien las tetas guacho!, le decía, sintiendo los hilos de flujos descendiendo por mis piernas.
¿Te pusiste celosa, putita? ¡Obvio que me pajeo, imaginando que te cojo toda, perra! ¡Sos una putita re linda, con esas tetas! ¡Posta que, quiero mearte las tetas, por puta!, me decía, encendido y sin resignarse a pellizcarme los pezones. Hasta que me empujó del sillón para que me arrodille en el piso. Una vez que estuve acomodadita, empezó a asestarme pijazos en la cara, a pedirme que le pase la lengua y que le chupe las bolas. Después, hacía de cuentas que me la iba a meter por la nariz, y entonces, descubrí que su olor me enceguecía como pocas veces me había pasado con una pija tan cerca de mi rostro.
¡Dale nena, chupame el pito guachita, que seguro chupaste más de cien! ¿Peteabas en el baño de tu escuela? ¿O acostada en tu camita? ¡Sí, dale nena pajeame cerca de esa boquita que tenés!, me decía, mientras yo lo pajeaba gimiendo, chupándole los huevos, llenándole las piernas de besitos tiernos, mordidas y salivazos suculentos. Pero, cuando le escupí con violencia la puntita del glande, él se estremeció y gimió, al punto que aquella fue la señal para que mi boca lo atrape y lo saboree, primero solo con los labios. Él me cazó del pelo para apurarme, diciéndome desencajado: ¡Dale bebé, no me boludees, y chupala toda, perrita sucia, tragate toda mi verga! ¡Dale, que cuando sea famoso, vas a ser la putita del club en el que juegue! ¿Te gustaría estar rodeada de pijas? ¡Una pija, y otra, y otra verga saliendo de tu boca, o largándote la leche en las tetas! ¡Qué putita hermosa que sos Mayra, pendeja forra! ¡Dale, tragala toda mami!
Entonces, su pija llegó hasta mi garganta, y unas arcadas de muerte me sorprendieron. A él lo excitaron aún más. De modo que, empezó a presionarme la nariz, a darme cachetazos, a pedirme que le saque toda la leche, y a enredar sus dedos sucios en mi pelo. En eso estábamos, totalmente presos de nuestros propios impulsos, yo chupando, atragantándome y tosiendo, y él gimiendo, exigiéndome más chupadas y saliva, y prometiéndome ser su botinera preferida, cuando la figura resplandeciente de Tamara, su perfume único y su aparente tranquilidad nos observaba hacer, gozar y sentir. A mí, se me cayó el alma a los pies. Pero Valentín, parecía ni haberse dado cuenta que su madre nos miraba. Seguí pidiéndome que se la chupe, que se la muerda despacito, y que se la escupa cuando me la quitaba de la boca.
¡Qué rapidita resultaste pendeja! ¿Tantas ganitas tenías de chuparle el pito a mi hijo? ¡No esperaste siquiera a estar en blanco! ¡Tenía razón la Fabiana, respecto a ustedes! ¡Se ganan tu confianza, te engatusan, hacen lo que les pedís, y en la primera de cambio, se acuestan con tu marido, tu hijo, o tu amante!, se descargaba Tamara, sin alterar el tono de su voz. Recién ahí Valentín se quedó como de piedra, con el pito a centímetros de mi boca, que se había secado como el peor de los desiertos.
¿Qué hacés hijo? ¡Dale, seguí, seguí dándole el chupete a la Mayra! ¿Sus tetas te ponen el pito duro? ¡Dale, pedile que te la siga chupando!, ordenó Tamara, sentándose en el sillón con su bebé a upa. No entendí nada. Quería que la tierra me trague y me convierta en polvo de su misma especie. Y al mismo tiempo quería salir corriendo con la pija de Valentín adentro de la boca, o haciéndome palpitar la concha. Así que, después de un silencio que olía a tortura, el coloradito volvió a sostener mi mandíbula con sus manos para introducir su pija entre mis labios.
¡Eso bebé, así, alimentala a la pobre Mayra, que en su casa no debe haber leche para tomar! ¿Te gusta el pito de mi hijo May? ¡Contestá bebé, hablame con el pito de mi hijo en la boca, putita! ¡Dale, que te quiero escuchar!, me gritó Tami, que ya no parecía tan amable ni resolutiva. Cuando la vi, estaba dejando a su bebé en pañales para disponerse a darle el pecho.
¡Sí Tami, me encanta, el pito, de este pendejo! ¡Es re rico, y tenía ganas de probarlo!, llegué a decir, antes que Valentín vuelva a conducir su arma hasta la faz de mi campanilla, donde bombeó varias veces, haciéndome lagrimear, toser y respirar con dificultades.
¡Huuu, mirá cómo llora la nena! ¡Despacito Valen, que, a la bebé, parece que le duele! ¿Te lavaste el pito nene? ¿Qué va a decir la cochina esta, si lo tenés sucio? ¡Bue, supongo que no te importa mucho! ¿Cierto May? ¡Creo que, para vos, mientras tenga leche, te metés cualquier verga a la boca! ¡Dale, chupá nena, comele bien el pito, babeáselo así, eeeso, escupilo, quiero escucharte escupir, cerda cochina!, escuchaba que me denigraba mi patrona, acercándose de a poco a la escena, sin dejar de amamantar a Felipe. O yo me estaba volviendo loca, o esa mujer tenía la cabeza podrida. Pero, mis instintos de loba en celo no me permitían pensar en otra cosa que en seguir asiendo esa pija con mis manos, boca y tetas. es que, en un momento, Tamara me pidió: ¡Sacátela un segundo de la boca, y refregátela en las tetas! ¿Cierto que tiene unas lindas tetas Valen? ¡Vamos, quiero ver cómo lo pajeás con esas tetas de nena buena que tenés!
Ahí, fue una locura porque, el guacho me agarraba de la espalda para fregar pija y huevos en mis tetas babeadas, ya que él me las había escupido por órdenes de su madre. No tenía ningún cuidado. Su pija golpeaba mi mentón, o me enchastraba la cara, o se clavaba en mis fosas nasales, o sus uñas me laceraban la piel de los costados, o la espalda. Hasta que, Tamara me dijo: ¡Esperá un ratito May! ¡Acercate a mí, un toque nada más!
Cuando lo hice, ella misma descargó una lluvia de escupitajos sobre mis tetas mi cara y mi panza. Al mismo tiempo me subía la pollera para que mi culito permanezca expuesto mediante ese acto. Metió su mano entre mis piernas, y casi sin oscurecer el tono de su antigua dulzura me dijo: ¡Sacate la bombacha!
¿Qué? ¡Pero, vos me dijiste que, eso, lo tenía prohibido!, me atajé, ebria de calentura.
¡Escuchame, atorranta! ¡Vos hacés lo que te pido, o te echo a la calle, sin pagarte, ni todo lo que hablamos hace un rato! ¡Te sacás la bombacha, y se la tirás en la cara a mi hijo! ¡Vamos!, exigió esta vez, ya sin tanta paciencia. Valentín se había quedado petrificado por un momento, chorreando mi propia baba de su pija durísima. Entonces, me saqué la bombacha, y tras palparla totalmente mojada, muerta de vergüenza y con cierta preocupación se la arrojé directamente en la cara al coloradito de mis sueños. Él se la pasó por el pito, y le hizo un gesto como de asombro a su madre.
¡Sí hijo, parece que, nuestra mucamita necesita pañales! ¡Se hace pis por tu pito! ¿Viste? ¿O es que andás calentita pendeja! ¡vamos, vení a sentarte a mi lado! ¡Y nada de chistar pendejo!, le pidió Tamara, levantándose de a poco. Acostó a Felipe en la cunita, y una vez que Valentín se acomodó en el sillón, Tamara se me acercó para agarrarme de un brazo. Me levantó la pollera para nalguearme unas tres o cuatro veces, me pasó la bombacha por las tetas y la cara, me dio una cachetada, me pidió que abra la boca, y acercó sus labios a mi oído para balbucearme: ¡Ahora, te vas a sacar las ganitas! ¡Vamos chiquita roñosa!
Entonces, con una fuerza de la que no la creía capaz, me levantó de las axilas y la cintura, me pidió que no rezongue ni me resista, y me depositó sobre las piernas de su hijo.
¡Ahí la tenés hijo! ¡Cogela! ¡Pero cogétela bien! ¡Hacela gozar, gritar, y penetrala toda! ¡Si querés, metésela un rato en el culito! ¡Tiene pinta de aguantarse cualquier cosa esta putarraca!, le dijo a un azorado Valentín que, a pesar de tanta extrañeza, me subió la pollera hasta las tetas, me hizo saltar para que mi culito desnudo le cachetee el pito y el pubis, y me dio vueltas como a un trompo inerte. De modo que, tan rápido como no lo imaginaba, quedamos enfrentados para que mis tetas se golpeen en su pecho, mis manos se aferren a sus hombros, mis unas a su piel, y para que su pija se deshaga en intentos por entrar de una vez en mi vagina. Tamara, aprovechó a nalguearme, a pasarme mi bombacha por la cara, y para mi asombro máximo, a ponerle las tetas en la cara a Valentín, y a mí.
¿Qué les pasa? ¿No quieren tomar lechita? ¡Dale zorra, vos primero! ¡Chupame un ratito las tetas, mientras esa pija te coje la conchita!, dijo la voz entusiasmada de Tami, en el exacto instante en que algunas gotitas de sus pezones me mojaban la cara, y la pija de Valentín al fin abría mi flor para darle rienda suelta a unos zamarreos, saltones y envistes más fuertes e intensos cada vez.
¡Dale Valen, vamos a darle lechita a esta perrita, así se alimenta bien! ¿Viste que, ni para comprarse bombachitas tiene la muy indigente? ¡Encima, te meás por mi hijo, zorra, putita, callejera alzada! ¡Mordeme las tetas perra! ¡Y vos, cogela bien cogida!, decía Tami, subida a un firmamento de placer inalcanzable, alocado y tan irrepetible como irracional. Ahí, Valentín empezó a profundizar en sus penetradas. Al punto que me hacía saltar, gemir y llenarme la boca de saliva. El clítoris se me prendía fuego, y las tetas de Tamara se me hacían lo más delicioso que había probado, después de la pija de Valentín. Olían a su perfume, pero la suavidad que tenían me enfermaba la razón. Además, ella no paraba de nalguearme, ni de manosearme las tetas. pero, en un momento, me pidió explícitamente: ¡Dale nena, mordele el cuello a Valen, babealo, movete bien con la conchita, así le sacás la leche, y te hace un bebito! ¡Quiero que te la largue bien adentro! ¿Escuchaste?
¡Vamos amor, dale pito a esta perra! ¡Dale, hacela mamá, dale la leche, así la embarazás, y después, se la prestás a tus amigos para que se diviertan! ¿Te gusta eso no? ¿Te la imaginás con las tetas llenas de leche? ¿Cambiando pañales en el tren? ¡Cogela amor, dale, gozá, matala de placer, que está regaladita con vos!, le decía a su hijo, mientras yo le devoraba el cuello, lo dejaba que me chupe y muerda las tetas, le comía la boca, le mordía el mentón y los labios, le eructaba en la nariz como me lo pidió un par de veces, y movía las caderas para que su pija se deslice todo lo que su longitud le permitiera. Y entonces, justo cuando su voz hablaba por primera vez desde que mi conchita comenzó a estremecerle la hombría murmuró: ¡Quiero acabarte todo adentro, negrita villera, putita sucia!, su cuerpo se sacudió como si le hubiese dado electricidad, su cara se desencajó en una mueca grotesca, sus brazos me aferraron con todo contra sus huesos temblorosos, y su pija se incrustó por poco en el fondo de mis entrañas. Ahí sentí uno, después otro, y luego otro chorro caliente recorrerme como lava ardiente, desde mi vagina al vigor de mi útero fértil. Él gimió entre palabras apretadas, con los ojos en blanco, el pelo revuelto, el sudor en la frente y las piernas vencidas, mientras su pija hinchada seguía empujando, largando semen, palpitando y frotándose en mi clítoris, que también me regalaba un orgasmo imposible de olvidar. Al punto que yo también gemía, me agitaba, tosía sin serenidades, y decía cosas como: ¡Así hijo de putaaaa, llename de lecheeeee, toda esa leche quieroooo, así me preñás todaaaaaa, haceme tu puta, que soy tu perraaaaa!
Tamara se nos había alejado, pero, seguía con las tetas desnudas, mi bombacha en la mano, y los ojos tan atentos a nosotros, como mi conchita sensible a cada gota de leche que emergiera de esa pija guerrera, la que poco a poco comenzaba a retomar su estado natural.
Cuando las respiraciones tomaban cierto reposo, los músculos nos hacían sentir todo el esfuerzo, los ojos de Valen recuperaban el color y la intensidad, mis moretones comenzaban a ser más visibles, y su semen se fundía entre los jugos de mi vulva fecunda, Tamara tomó la palabra.
¡May, levantate de ahí, y ponete la bombacha! ¡Supongo que no te importa que sea la misma! ¡Después de todo, son tus jugos, o tu pichí, no sé! ¡Tomá! ¡Y, una vez que termines de arreglarte corpiño, blusa y pollera, quiero que barras el patio! ¡Está lleno de hojas, caca de pájaros, semillas de mandarina, y tierra de las macetas que se cayeron ayer por el viento! ¡Rápido! ¡Y, obvio que, dentro de un mes, vamos a ver si mi hijo te embarazó! ¿Estamos?, me pidió, mientras me ayudaba a levantarme de las piernas de Valentín, que parecía incapaz de mover una pestaña.
¡Y vos, ahora la vas a respetar! ¿Me entendés? ¡Si querés que te pajee con las tetas, o un pete, se lo pedís! ¡Pero, esta fue la primera y la última vez que te la vas a coger! ¡Es eso, o te vas con tu padre! ¡Pero, si te calienta insultarla, hacer que te bebotee, o basurearla, hacelo!, oí que le decía Tami a su hijo, cuando ya me preparaba para limpiar el patio.
En definitiva, no todos los sueños se cumplen. Valentín no llegó a jugar en primera, al menos hasta hoy. A Tamara, no le salieron los negocios que proyectaba, aunque logró enganchar a un tipo de guita, el que ella nos presentó como a su amante. Y yo, sí, estoy en blanco, con todos los beneficios que me arreglan la vida, por un lado. Pero, también estoy embarazada de tres meses, y cada vez más caliente con ese colorado hijo de puta. Sin embargo, él se puso de novio con una rubia que le lleva por lo menos 10 años. Y, si bien no volvimos a coger, se nos volvió costumbre encontrarnos antes de terminar de turno para pajearnos, para hacerle un pete, o regalarle mis tetas para que me las llene de leche, o para que me las mee. Nunca pensé que eso me podía excitar tanto. Supongo que, una vez que nazca nuestro hijo, las cosas serán diferentes. Fin
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