Secretos vaginales

 


¿Qué onda? Era la tercera vez que salía al patio, y escuchaba unos gemidos deliciosos que provenían de la casa de mi vecina. Azucena, es docente como yo. Por lo que sé, está casada, y tiene solo una hija. Creo que se llama Malena. No diría que es rara, ni mucho menos, porque no se deja ver demasiado. Además, yo tampoco estoy mucho en mi casa. Me parecía extraño que, fuese ella la que estuviese teniendo sexo, ¿Con su marido? ¿Acaso con algún chongo ocasional? Porque, era claro que esos gemidos, eran el resultado de un acto sexual con todas las letras. Sin embargo, esa vez, mientras colgaba mis bombachas, corpiños y remeras en el tender de mi patio, lograba escuchar algunas palabras sueltas. Cosas como: ¡Así guachina, chupame bien la concha! ¿Te gusta comer conchita de nena? ¡Así, agarrame del pelo, y mordeme lo que quieras!

Después, silencio. Pero enseguida se oía un entrechoque furioso, y más gemidos. La voz, no parecía la de una mujer madura de 40 años, como la de Azucena. ¿Sería que su hija andaba experimentando? ¿Y, al parecer con otra chica? ¿Sabría su madre de sus aventuras? Yo, estaba segura que era menor de edad. O, tal vez ya había cumplido los 18. También aquella vez, no tuve el menor pudor en sobarme la concha y apretarme las tetas por encima de la ropa, mientras escuchaba a esa nena pedir, coger, gozar y gritar. algo en todo eso no encajaba del todo en mi cerebro. Pero, poco a poco, y a lo mejor potenciado por los meses de sequía que atravesaba con mi marido, me dejé llevar por un orgasmo tan intenso que, yo también me permití gemir, bajarme hasta los calzones y dedearme la concha, dedicándole mi paja a esa nena atrevida. ¡Si tu madre supiera que andás cogiendo cuando ella no está! ¡Sos una guacha asquerosa, inmunda, una perrita putona, aprovechadora, y seguro que flor de petera!, decía en voz alta mientras acababa, me mojaba los dedos y hasta las muñecas con mis jugos, temblaba y me sonrojaba toda. Cuando terminé, recordé que faltaba poco para que mi hija Delfina regrese de la escuela, con su hambre voraz de siempre. Si no tenía su merienda lista para las 6 de la tarde, me armaba tremendo escándalo, porque a las 7 tenía inglés.

¡Che ma! ¿Te conté que Anahí sale con una chica?, me chismoteó Delfina un rato más tarde, mientras se tomaba un café con unas magdalenas. Anahí fue durante mucho tiempo una de sus mejores amigas. Se habían peleado por un chico. Lo que me resultó aún más extraño.

¡Sí, posta! ¡Sale con una mujer de 34, o 35 años, creo! ¡Los padres quisieron cambiarla de colegio ayer! ¡Pero ella armó un berrinche tremendo!, me explicó cuando yo me ponía a la tarea de repulgar una tarta de acelga y atún.

¡Y sí Delfi, no es para menos! ¡Yo no querría que mi hija salga con una mujer que podría ser su madre, o su tía! ¡Bueno, por ahí, si fuese un hombre el que le lleva un par de añitos, puede ser! ¡Siempre la madurez de un hombre, a una chica puede encarrilarla, y enseñarle muchas cosas!, le dije, sonando anticuada y poco empática con los tiempos modernos. Lo supe porque Delfina me miraba con fiereza, como si se estuviese reprimiendo de mandarme a freír churros. Pero esa vuelta no discutimos por no ponernos de acuerdo.

El sábado siguiente, mientras regaba las pocas plantas que tenía el patio, de nuevo aquellos gemidos se hicieron presente. Pero, se añadían unos movimientos de cosas, ruidos, como de limpieza. Aunque, casi no había palabras. solo gemidos, jadeos, y algo que sonaba como a chirlos. Sabía que, si me la jugaba y tocaba el timbre, tal vez podía descubrir de qué se trataba tanto jaleo. Lo otro, era cruzar el alambrado, y tal vez, fingir alguna urgencia. Después de todo, el ventanal del living daba al patio, y si me apuraba un poco, podría llegar a ver lo que pasaba. Pero solo tuve fuerzas para sentarme en uno de los banquitos de mármol que mi papá construyó para nosotras, y volver a sucumbir una paja terrible, llena de sonidos y golpeteos de mis dedos a mi concha madura. No sabía por qué me calentaba tanto escuchar a esa mujer, ya sea Azucena, o Malena. Lo peor de todo fue que acabé con más determinación y honra que la primera vez, y ahora, no me sentía tan culpable.

Pero, un sábado lluvioso, Delfina llegó apurada de la casa de una amiga. Dejó su bolso deportivo, su paraguas y su teléfono en el sillón para correr al baño. De pedo si llegó a saludarme. De repente, su celular sonó. Quise agarrarlo para alcanzárselo. Por ahí, era una llamada importante. Pero, en cuanto llegué al sillón, quien sea que la llamaba, cortó. Entonces, me fijé en que el bolso estaba mal cerrado, y algo, que hasta hoy no sé explicar me dio curiosidad. Lo abrí un poco más, ¡Y me quedé de piedra al ver que, entre su ropa deportiva y un toallón, había dos consoladores! No tenía tiempo de mirar mucho más, porque ni bien oí los grifos del agua, sabía que Delfina correría por sus cosas. Pero, mi sorpresa debió reflejarse en mi cara, porque cuando apareció por el living, después de contarme el itinerario de su día, me preguntó: ¿Te pasa algo ma? ¡Parece que hubieses visto a un fantasma!

¡No hija, todo bien! ¿Y para cuándo un noviecito vos? ¿Eee? ¡Acordate que, la juventud se va rápido!, le dije, sin poder salir de mi asombro.

¡Naaah maaa, ni en pedo! ¡Por ahora, quiero joder, divertirme, salir y hacer las cosas que quiero, a la hora que quiera! ¡Además, me copa más estar con las chicas, que preocuparme por pitos!, me respondió, de forma natural, tal vez dándome más elementos para interrogarla. Pero no lo hice. Sin embargo, después de almorzar juntas, de compartir un helado y de arreglar un poco la casa, Delfina me dijo que saldría, y que no iba a volver hasta la noche.

¡Ahora, me voy a terminar un trabajo para la escuela! ¡Es con un grupo de chicas! ¡Aunque, con este día, no sé cuántas seremos! ¡Y, más tarde, voy a lo de Anahí! ¡Pero, bueno, si sigue lloviendo, por ahí me quedo en su casa a dormir! ¡Igual, yo te aviso!, me dijo al final, luego de darme un beso en la mejilla y cruzar la puerta de calle con determinación. Sus ojos eran relámpagos misteriosos, y yo no podía parar de imaginar que esa Anahí le metía y sacaba un consolador de la concha a mi hija. ¿Y, si ella se lo hacía a su amiga? ¡Bueno, por ahí, solo lo lamen juntas, y se besan, masturbándose una a la otra! De modo que, fue imposible no tocarme a solas, mientras la siesta me ofrecía su manto de soledades, y el espejo reflejaba a una mujer madura, en tetas, con la bombacha corrida para que sus dedos entren y salgan a placer de la humedad de su vagina ardiente. ¿Cómo podía ser que mi hija tuviera esos pitos de juguete en el bolso? ¿Y por qué los llevaba con ella? ¡Era obvio que no se trataba de un error!

Cuando me desperté, sin saber cuánto tiempo había pasado desde que un orgasmo intenso me nubló los pensamientos, ya no llovía. De hecho, había salido el sol. Lo que me dio fuerzas para salir al patio a tomar unos mates, tal vez leer alguna revista, o tirarme a disfrutar del sol menos nocivo del atardecer. Y en eso estaba, cuando una vez más una ola de gemidos, palabras apretadas e inteligibles, corridas y chirlos volvían a resonar en mis oídos. ¿Otra vez mi vecina? ¿Y si era su hija? ¡Bueno, yo no era quién para meterme en sus cosas! Sin embargo, esa vez estaba decidida a investigar. No por chusma, o por anticuada, como me había etiquetado Delfina. Ahora, se me antojaba mirar, observar, quizás desde el anonimato. Así que, opté por cruzar el alambrado que divide nuestros patios, y me acerqué al ventanal enorme, desde donde se veía con claridad los sillones del living, y una buena parte de la cocina. El tema es que, las palabras allí eran más claras. ¡Tanto que, estuve al borde de romper los cristales con un puño al descifrarlas, claras y perpetuas, como la humedad que me electrificó la piel!

¡Dale Delfi, así, bien agachadita te quiero! ¿Te gusta comer conchas bebé? ¡Dale nena, que tu mamita no está, y no te va a retar por comerte una conchita madura como la mía!, decía una voz de mujer adulta, con cierta liviandad y despreocupación, pero con una carga sexual evidente. Otra más suave y tersa agregaba cosas como: ¡Sí ma, obvio que le encanta! ¡A mí me la come re rico, y aparte, le gusta que la nalgueen! ¿No Delfi?

¡Sí, mi mamá no está, pero vas a ver cómo te voy a coger el culo con mis juguetes, porque sos re puta, como tu hija! ¡Siempre me calentaron tus tetas! ¡Siempre me pajeé pensando en chuparte las tetas, algún día!, dijo la voz de Delfina, una vez que sus sorbetones cesaron, y su melena rubia emergió de las piernas de la mujer que estaba sentada en un sillón individual. ¡Sí, mi hija le estaba comiendo la concha a mi vecina! ¡Y ahora, como traspuesta por una orden que no se oyó, comenzaba a desprenderle una blusa azul con precipitación, abriendo la boca como un pececito, y con la misma mirada que le vi antes de separarnos!

¡Uuuf, mirá el hambre que tiene la vecinita!, dijo la mujer, liberando sus tetas del corpiño para primero darle un par de tetazos en la cara a Delfina, y luego para ofrecérselos a sus labios.

¡Hey, pendeja, mirá que esas tetas, son de mi mami! ¿Nunca le chupaste las tetas a la tuya?, dijo Malena, presa de un repentino ataque de celos, que al fin aparecía en mi campo visual. La pibita estaba con una bombacha blanca, y caminaba de un lado al otro, observando cómo mi hija le comía las tetas a su madre, mientras Azucena le revolvía el pelo y sujetaba su cabeza para que se llene todo lo que pueda con sus pezones. La verdad, nunca había reparado en las tetas de mi vecina. Cada tanto me alejaba de la ventana por si la pendeja me descubría. Y entonces, sentí que era mi propia mano la que le asestaba un chirlo en la cola a Delfina, luego de bajarle el pantalón de gimnasia. Pero era la mano de Malena, que ahora le refregaba sus tetitas en la espalda desnuda a mi hija, salvo por el top azul repleto de rombos que aún cubría sus gomas.

¡Basta nena, soltá las tetas de mi vieja! ¡Quiero que hagas lo que prometiste! ¡Dale, como me cogías a mí!, dijo Malena, un poco impaciente, arrancándole los pelos a Delfina. Azucena se levantó de golpe, y fue determinante cuando replicó: ¡Male, por favor, sentate ahí, y quedate quieta! ¡Hoy, la que se quiere divertir con esta bebota, soy yo! ¡Vos la tenés cuando querés en tu camita! ¿No cierto? ¡Bue, ahora me toca a mí!

Malena retrocedió hasta el sillón más grande y se dejó caer, con cierta decepción. Pero Delfina, primero se puso a chapar con Azucena en el medio de la estancia, metiéndose manos y lenguas como si el mundo estuviese a punto de derrumbarse. Luego, empezaron a pellizcarse las tetas y los culos, mientras la mujer le repetía: ¡Dale bebé, pelá esas tetas para mami! ¡Hacé de cuenta que sos una ternerita, que las tenés llenas de leche, y que esta zorra tiene hambre de esas tetitas! ¡Además, huelen muy rico! ¡Espero que tengas esa pija de la que tanto me habló mi hija! ¡Y, que sepas cómo usarla!

Estas últimas palabras me habían dejado pasmada. ¿A qué carajos se refería? ¡Mi nena, era una nena! ¿Sabría esa reventada de los consoladores que Delfi llevaba en el bolso? ¡O sea que, se había encamado con Malena! ¿Y con cuántas otras chicas más? Mi cerebro no podía procesar tanto martirio, real o no, auténtico o inverosímil. Pero, necesitaba respuestas. De pronto, la mujer le bajó sin más el pantalón a Delfina, y mis ojos no podían creer en la prueba irrefutable. Delfi tenía un bóxer negro divino, el que, ni bien Azucena procedió a pedirle que se lo quite, sin una pizca de amabilidad, dejó a la luz un cinturón precioso que, se ajustaba perfectamente a sus caderas, ¡Y terminaba en una pija de juguete, color piel, gruesa y flexible, que surgía de su sexo! ¿Cómo era eso posible? Lo cierto es que, a partir de ahí, todo cambió en el ambiente.

¡Dale perra, bajate la ropa! ¿O querés que te enseñe cómo se lo hago a tu hija? ¡Dale, que te quiero coger, mientras me empacho con tus tetas!, ordenó implacable la voz de Delfina, luego de hacerle una especie de zancadilla a la mujer, y de empujarla sobre uno de los sillones. Malena gimoteó algo, y Delfina le revoleó su bóxer, pidiéndole que se calle.

¡Qué violenta que sos pendeja! ¿Te olvidás que soy mayor que vos?, replicó la mujer, que ya no tenía la blusa, ni el corpiño, ni la vincha en el pelo. Delfina la ignoró por completo. Se acercó a Malena, le pasó toda la lengua por la cara, y le pidió que se agache, con una voz atronadora. Entonces, un poco incómoda pude ver cómo la chica engullía aquel instrumento con su boca, y que Delfina enredaba sus dedos en el cabello de su amiga, diciéndole: ¡Chupá, dale perra, chupame la pija, que ahora me voy a coger a tu mami!

Después de eso, vi a Delfina correr hasta la mujer, y a Malena manosearse las tetas. Delfina le agarró una de las manos a mi vecina y le chupó los dedos. Acto seguido, tuvo que morderle alguno, porque la mujer chilló, y Delfina le quitó los zapatos de taco alto con furia. Luego, vi que también voló por los aires el jean de Azucena, y que Delfina se le tiró encima, mientras su boca buscaba desesperadamente hacer contacto con sus pezones erectos. Yo no daba más de la fiebre que me consumía. El viento que se volvía cada vez más presuroso no le bastaba a mi piel para serenarse. Sentía las hormonas revoloteando en mis oídos, tentándome a cruzar la puerta que daba al patio. ¿Pero, qué podía hacer ahí? ¡Era una absoluta locura! Entretanto, parecía que el pito de juguete de Delfina había entrado en la concha de Azucena, porque empezaron a moverse, a jadear, retorcerse, y Delfina a chuparle las tetas con unas ganas que, nunca le había visto en la mirada. Su pelo rubio se confundía con el aliento de la mujer que buscaba evaporarse cada vez que gemía. Se oía el choque obsceno de sus pubis, las corridas del sillón, y los chirlos que la mujer le propinaba a su culito tan blanco como el de una bebé inocente. Malena, seguía apretándose las tetas, frotando el culo en el sillón con ardoroso sentimiento, y abriendo las piernas. Tenía la bombachita súper mojada. Cualquiera hubiese pensado que se había hecho pis encima. Pero, la voz de mi hija rompía cada trozo de los ecos que la casa atesoraba mientras se movía, pujaba, chupaba y le escupía las tetas a mi vecina, cuando le prometía: ¿Te gusta, vieja zorra? ¿Te gusta cómo te coge esta nena? ¿Esto, por reprimir a tu hija! ¡Aceptá de una vez, que le gusta la concha, y que yo, le gusto! ¡Ella ama chupar conchas, tetas y culos! ¡Es una asquerosa, una tortillera como yo! ¡Y como vos! ¿O me vas a decir que no te gusta cómo te estoy cogiendo?

¡Sí, así nena, cogeme, mientras tu mamita te lava las bombachitas en tu casa, como una boluda! ¡Cogeme pendeja, dame esa pija que tenés! ¡Mordeme las tetas, babeame toda perrita!, decía la voz impasible de Azu, perdida en medio de tantos sonidos exquisitos, mientras Malena se pegaba en la concha, se chupaba los dedos y, por momentos se subía al apoyabrazos del sillón para frotarse. Entonces, presa de una imprudencia que jamás me había invadido, muerta de rabia por ser una espectadora, y por ver cómo mi hija se aprovechaba de mi ausencia, decidí que era hora de actuar. Fue tan rápido, y con tantas posibilidades de que salga todo mal que, todavía no me explico cómo no hubo peores consecuencias. Pero, justo cuando la mujer se acomodaba en el sillón de modo que su culo estuviese apuntando a mi hija, apoyando sus brazos en el respaldo, Delfina se preparaba para nalgueárselo, y la guachita se sacaba la bombacha, tal vez para tirárselas, o para pajearse más cómoda, mi mano derecha bajó el picaporte silencioso de la puerta, y mi cuerpo irrumpió en el calor grave de aquella estancia. La primera en verme fue Malena, que ahogó un gritito. Pero, yo le saqué la bombacha de la mano, y le pedí mediante señas que se mande a mudar. Ella no titubeó. Me calenté el doble al ver cómo su culito bien parado se perdía en la oscuridad de la casa. Tanto que, no me privé el deleite de olfatear esa bombachita caliente, empapada y chiquita, antes de arrojárselas a esas babosas, justo cuando Delfina le llenaba la zanja del culo a mi vecina con su saliva. Ya se lo había dejado colorado con un par de azotes, y hasta con algunas marquitas de sus dientes. Entonces, cuando la bombacha de Malena impactó de lleno en la cara de Azucena, ella me vio.

¡Pará, Delfi! ¡Basta! ¿A dónde está la Male? ¡Escuchame, te puedo explicar! ¡Es que, bueno! ¡Nena, levantate que llegó tu vieja! ¡Se terminó todo! ¡Se armó la podrida nena! ¿No entendés?, intentaba resolver la mujer a la desesperada, tratando que mi hija se aparte de su cuerpo. Delfina, sin embargo, se quedó dura al mirarme. Pero fue solo un momento.

¡Mami, ya fue! ¡O sea, ya soy grandecita, y sé lo que está bien! ¡No me cagues a pedo, ni te calientes con la Azu, que, no tiene nada que ver!, dijo de repente, acariciándose las tetitas, dándole a todo lo que se rompía en mis estructuras, una pizca de morbo súper atrevido.

¿Sí? ¿Creés que sos grandecita? ¿Y por eso te encamaste con la Male también? ¡Escuchame bien! ¡Sacate eso, y dámelo! ¡Ahora, Azucena, ¡vas a ver lo que es que te coja una mina de verdad!, le dije, llenándolas de perplejidades que, claramente no se esperaban. Delfina no dudó en quitarse el arnés, y entregármelo con suma pasividad. Azucena parecía asustada, y yo, por el reflejo que me devolvía el ventanal, tenía un aspecto de loca desquiciada terrible. Pero me daba igual. Cuando me acerqué a Delfina, le nalgueé el culo y le froté la cara en las tetas. los ojitos le brillaron, pero inmediatamente se separó de mí para acomodarse en el sillón que antes ocupaba Malena. Yo, me le fui al humo a mi vecina, me trepé a sus caderas y coloqué la punta de esa pija en la entrada de su vagina, y empecé a darle y darle, a moverme sin impunidades ni abandonos, cacheteándole la cara y puteándola. No puedo recordar mucho lo que le decía. Pero sí sus obscenidades.

¡Uuuf, así putona! ¡Cogés mejor que tu nena! ¿Nunca supiste que tu hija es lesbi? ¡Preguntale cuántas conchas se comió ya! ¡Te puedo asegurar que yo no soy la única madurita a la que le rompió el culo!, decía, dándome mayores argumentos para penetrarla, amarrarle el cuello con cierto peligro, asfixiarla con la bombacha de Malena, y pellizcarle los pezones para hacerla delirar, chillar y gemir. El olor de su piel me incitaba a cogerla con mayor ferocidad, sin importarme que mi hija me estuviese viendo. Después de todo, en algún momento se tenía que enterar de mis verdaderos gustos sexuales, reprimidos por la sociedad, la familia, la religión, y todo lo que yo también me echaba encima.

¡Dale perra, garchame al frente de tu hija! ¡Por fin le vas a demostrar que sos tan trola como yo, y como ella! ¡Vos, que soñabas que tuviese un novio! ¡Ahí la tenés a la tortillera!, insistía, mientras yo me las ingeniaba para cambiar de objetivo las envestidas de mi pija. Entonces, apenas lo sintió en la entrada de su orto, su cuerpo dio un respingo, y su voz pareció alertarse.

¡No, pará nena, por el culo no! ¡Tu hija, me lo iba a romper! ¡Pero, ella es chiquita! ¡Vos, sos adulta, y estás re chiflada!, dijo de pronto, mientras yo me aferraba todo lo que podía a sus caderas, diciéndole: ¡Callate pelotuda, y preparate, porque te voy a culear con todo, como te lo merecés! ¡os te lo buscaste, por pervertir a mi hija!

En menos de lo que imaginé, Delfina se nos había unido. En especial para obligar a Azucena a comerle las tetas, mientras yo empezaba a darle troche y moche por el culo. Costó el primero, el segundo, y hasta el tercer empujón. Pero luego de un grito desgarrador, mi falo color piel empezó a hacerla gemir y delirar como lo necesitaba, mientras Delfina se acomodaba con el culo encima del sillón para que Azucena se lo muerda, lama y chupe.

¡Dale puta, chupame el culo, como yo se lo chupaba a tu hija! ¡Comeme el culito perra, mientras mi vieja te rompe el tuyo, por puta, por calentarme con esas tetas!, decía Delfina, golpeteándose la concha, arrancándole los pelos a mi vecina para que efectivice sus órdenes, y llenándose de gemidos. Al mismo tiempo, mi vulva parecía estallar con cada envestida y penetrada que le daba a ese culo. Hasta que, por deseos de mi hija, Azucena terminó arrodillada sobre el sillón, dispuesta a chupar el chiche que le había sacado del culo, y a restregárselo por las tetas.

¿Te gusta el olor de la bombachita de la Male, perra? ¡Dale, pajeale la verga a mi mami, con tus tetas!, le pedía Delfina, implacable, tratando de ponerle la concha en la cara. Era evidente que no daba más de calentura, y que necesitaba acabar con suma urgencia. Pero entonces, yo tomé las riendas del asunto.

¡Escuchame bien Azucena! ¡Ahora, te acostás ahí, y le vas a sacar la lechita a mi hija, con la lengua! ¿Estamos?, le ordené, mientras entre las dos la acostábamos en el piso, porque el sillón no era del todo cómodo. De esa forma, Delfina se puso en cuclillas sobre su cara, y yo volví a arremeter una vez más con mi juguete en la entrada de su concha demasiado velluda para mi gusto. Entonces, ni bien empecé a escuchar los gemiditos de Delfi, y los lengüetazos que recorrían el sexo de mi hija, dupliqué mis movimientos para darle placer, mientras le mordía las tetas cuando podía. El olor de Delfina me pervertía como jamás podía imaginarme, porque sus flujos estallaban como fuegos artificiales cada vez que la lengua de Azucena los apuraba.

¡Dale Ma, cogela, dale masa, rompele la concha! ¡Dale, y vos puta, haceme acabar! ¡Dale que no puedo más! ¡Cogé bien con esa lengua! ¡Meteme los dedos, y cogeme el culo también! ¿Qué? ¿Te da asquito? ¡Dale perra, cogeme, chupá bien, chupame bien la concha! ¡Me parece que vas a tener que practicar con tu hija! ¡Te morís por chuparle la concha! ¿No, putita?, le gritaba Delfina a voz en cuello, mientras yo le obedecía a tope, clavándole las uñas en las caderas por algunos instantes.

¡Dale guacha, sentí mi pija, y hacé acabar a mi hija, que bien que te gustó calentarla!, le decía yo, asegurándome de frotarle el clítoris, llenándome con sus esfuerzos por hablar, ya que Delfi le frotaba la vagina por todos lados. Pero, en definitiva, mi hija tuvo que sincerarse.

¡No puedo ma! ¡No puedo acabar así! ¡Me la tengo que coger yo!, dijo entonces, incorporándose con una facilidad que, costaba entender cómo le dieron las piernas luego de tanto tiempo de estar acuclillada. Entonces, supe enseguida lo que se tenía que hacer.

¡Tomá, ahora te toca a vos!, le decía, al tiempo que armaba un montículo de ropa en el suelo, sobre el que Azucena terminó arrodillándose. Delfina escogió el arnés y se lo puso con urgencia. Tenía los ojos desenfocados, como si se le hubiesen metido diez mil demonios. Pero al fin resolvió montarse a las curvas bien ejercitadas de Azucena para encallar sin preámbulos aquella daga en su culo lubricado, preparado y abierto para la ocasión. ahí Delfina empezó a aturdirnos con el éxtasis que le minaba los pulmones. Yo, durante unos breves minutos, solo escuchaba y veía cómo Delfina se movía, arremetía, puteaba, se babeaba y le exigía a la pobre Azu que abra más el culo.

¡Asíiii perra, daleeee, gritáaa, daleee, que te gusta que te culeen fuerte! ¿Te gusta que te rompa el culo una pendeja que no se sabe lavar las bombachas? ¡Así putaaaa, pedime la pijaaa, pedime que te rompa el orto Asíiii!, le gritaba Delfina, mientras yo optaba por sumarme, colocando directamente mi concha en la boca de mi vecina, sujetándola con firmeza de los pelos para que ni se le ocurra desobedecerme. Delfina aprobó mi accionar, y eso me dio más valentía de la necesaria, tal vez. Así que, no dudé en sumarme a sus gritos para pedirle que me haga acabar, que se ahogue con la calentura de la que solo ella era culpable, ella, y la putita de su hija. Ella parecía no querer incluir a Malena en el embrollo. Pero a nosotras nos daba igual. A Delfi le excitaba decirle que yo sería la encargada de prostituir a Malena, de romperle el culo y de entregársela a cualquier vieja ricachona que la desee.

¡Dale guacha, chupame la concha, enterrame esa lengüita, y dedeame el culo si querés, pero haceme acabar, hija de puta! ¡Y vos, cogela bien hija, vamos, rompele bien el culo, así se acuerda de nosotras!, las envalentonaba con lo que me quedaba de equilibrio, mientras sentía que las pocas fuerzas que me sostenían, empezaban a florecer de mi clítoris como gotas ambarinas de puro placer. Creí que podría desmayarme. No podía ser más mágico el momento, porque, cuando quise acordar, Delfina empezaba a tener un orgasmo terrible. Tanto que, le dejó las uñas tatuadas en la piel de la espalda a Azucena. En esa misma sincronía, mis jugos le inundaron la boca, las fosas nasales y las facciones de su cara perfecta, inmaculada y profesional. Aún así, la inercia de los embates de Delfina, no parecían querer detenerse, y entender al fin que todo tenía que encontrar su calma.

Entonces, una especie de silencio empezó a entretejerse entre nosotras. Azucena seguía arrodillada sobre el revoltijo de ropas mezcladas, con el culo abierto y las piernas chorreadas de flujos, con chupones por todos lados, y una cara poco reconocible, aunque rebosante de placeres nuevos. Delfi, no atinaba a quitarse el arnés, y se acariciaba el pito de juguete, mientras se nalgueaba la cola, o se metía un dedo en la vagina para saborear sus propios jugos. Yo, trataba de cubrirme lo poco que me había dejado ver, ya que mi ropa interior se ocupó de no exponerme al máximo. Sabíamos que había sonado el timbre en un momento. A mí, me pareció ver cruzar la silueta de Malena a todo correr, todavía desnuda. Pero ninguna de las dos le había prestado un mínimo de atención.

¡Che gorda, perdoná todo lo que pasó hoy! ¡Es que, bueno, no sé! ¡A Male, le encanta tu hija! ¡No son novias ni nada! ¡Pero, mejor, ayúdenme a levantarme por lo menos, y preparo café, para que charlemos, más tranquilas!, decía Azucena con la voz haciendo ecos en el piso, tratando de evitar represalias de mi parte.

¡Mi mamá no se va a enojar con vos, tarada! ¡Ni con la Male! ¡Fui yo la que provoqué todo esto ma! ¡La Azu me calentó siempre! ¡Creo que desde que tengo 7, que la flasho con chuparle las tetas, o con que ella me pase la lengua por la conchita! ¡Pero, bueno, ahora, lo pudimos hacer! ¡Esta no es la primera vez que nos juntamos a coger! ¡Pero, esta sí fue la más fuerte! ¡La Male nunca nos había visto!, se explicaba Delfina, poniéndose su bóxer, sin quitarse el arnés, ni renunciar al orgullo que llameaba en sus ojos claros. Yo, vestida del todo al fin, ayudé a mi vecina para que se incorpore y se siente e el sillón. Delfina colaboró para que se ponga la bombacha y la blusa, por lo menos.

¡Dejá, que yo preparo el café! ¿Vos querés ma? ¡Tiene un café jamaiquino que está buenísimo!, decía Delfina, sorteando todas las barreras de lo irracional, todavía con las tetas desnudas, dirigiéndose a la cocina. No pasó mucho tiempo hasta que las tres estuvimos con una taza de café en la mano, relajadas, y riéndonos de la aventura que habíamos tenido. A mí, me tiritaban las rodillas y el alma de la incomprensión. Pero también de una felicidad desconocida. Azucena, parecía vivir un nuevo trance, mientras intentaba explicarme que ella jamás forzó a mi hija a nada. Delfina, cada tanto le miraba las tetas y se mordía los labios. Pero, de repente nos detuvimos al escuchar unos gemiditos que provenían del interior de la casa. Gemiditos cada vez más intensos y felices, a los que luego se le sumaron algunas palabras.

¡Dale, cogeme con todo guachooo, dame vergaaaa!, proclamó la dulce voz de Malena.  Azucena se puso roja de la vergüenza. Pero Delfina se le rio en la cara, diciéndole: ¡Y sí nena! ¡La echaste al carajo! ¡Se quedó re caliente, y seguro que llamó al Mati para que le consuele la conchita!      Fin

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Comentarios

  1. ya sabes lo que pienso AMbar, ahora descubri este, por tu culpa un enchastre hice

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    1. Jajajaja! Bueno, espero que no haya sido tan grave! Jejeje! Gracias por escribir, y comentar!

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