Gordita puta


Hacía días que mi esposa me venía calentando el bocho con eso de mandarnos un trío, o de hacer un intercambio de parejas, o de meternos en algún chat Hot para pasarla bien. Últimamente, las ocupaciones, la rutina y los hijos, no nos daban una tregua, y por momentos, nos olvidábamos un poco de nosotros. ¡Y por suerte solo teníamos dos! Aunque, cuando las cosas en la oficina no se ponían tan densas, y yo volvía un poco más temprano a casa, aprovechábamos a garchar como locos. A veces, ni nos importaba que justo estuviesen llegando los pibes de la escuela. De hecho, una de aquellas tardes, Mateo creyó que le estaba pasando algo a su mamá, por los gemidos endiablados que se le escapaban de la garganta. Tuve que explicarle que estábamos jugando a cosas de grandes, más o menos como pude, mientras le largaba toda la lechita en la boca a Soledad, que era una experta en tragarse hasta la última gota. Sin embargo, aquellos momentos parecían no alcanzarle a ella, y, en el fondo, a mí tampoco. Aunque me mostraba reacio a compartirla con algún tarambana, algo me decía que no perdía nada con intentarlo. Ya había soñado un par de veces con que un amigo se cogía a Sole, cuando volvía a mi casa derechito a bañarme, o que ella se la mamaba a el pelotudo de su profesor de zumba. Había reconocido que, esos sueños fueron los culpables de unas erecciones tremendas. Se los compartí a Sole, y a ella se le iluminaba la carita. Pero, de ahí a concretar algo más, existía un abismo impenetrable. ¿O, acaso aquello solo se gestaba en mi mente perturbada?

De pronto, tuvimos que tomar la decisión. El patio era un desastre. Habíamos postergado la edificación de una pileta para los chicos, y la verdad, se la merecían. Así que, enseguida nos pusimos a hacer números, organizar agendas y conciliar con los albañiles que estuviesen disponibles para dicha tarea. Al fin di con tres tipos, recomendación absoluta de mi cuñado. Según él, eran cumplidores, guapos, no tan caros, bastante dispuestos para el diálogo, y nada exigentes a la hora de imponer condiciones de contratos tiranos, y en blanco. Cuando los conocí, uno en particular, el más pendejón, me pareció medio guarango. No les quitaba la mirada a las tetas de Soledad, mientras ella les hablaba, les ofrecía algo de tomar y los ponía al tanto de los horarios, ya que, ella sería la encargada de estar con ellos durante el tiempo que el trabajo se pusiera en marcha. A la semana siguiente de nuestra reunión, de ponernos de acuerdo con los materiales, con los primeros cheques, y de reacondicionar el patio para que puedan trabajar con comodidad, empecé a ver que había buenos resultados. Y, también que Soledad estaba más ocupada que antes. De hecho, tal vez más de la cuenta. Un mediodía llegué temprano, y vi los tremendos sándwiches de milanesa, tomate y lechuga que les había preparado. Además, les dio una jarra de jugo, y una coca de litro y medio al pendejo. Cuando al fin estuvimos a solas en la cocina, no se lo dejé pasar.

¡Bueno Gastón, no seas así! ¡No sabés cómo trabajan los pobrecitos! ¡La verdad, verlos al rayo del sol, sin remera, yendo y viniendo, traspirando como locos, cavando y nivelando, bueno, me pone un poco mal!, me decía la muy turra, mientras nos comíamos a chupones contra la mesada, frotando nuestras intimidades a través de las ropas. Le pregunté si estaba calentita, y si, ver a esos tipos la calentaba más. Ella me dijo que sí, mordiéndome los labios. Entonces, reparé en que solo llevaba un vestido de modal, sin bombacha, un corpiño medio viejón, unas ojotas que le quedaban grandes, y el pelo recogido en una trenza.

¡Che, pendeja! ¿Y vos, te anduviste paseando así, al frente de esos tipos? ¿Sin bombacha? ¡Qué putita que anda mi esposa! ¡Te voy a tener que castigar!, le decía al oído, mientras los manoseos entre nosotros aumentaban en audacia y rebeldía. Ella decía que sí, y que le había parecido que el más gordo, que se llamaba Osvaldo y le decían Ova, le había mirado las tetas cuando se agachó a levantar los broches del suelo, mientras tendía la ropa. Por alguna razón, la pija se me endurecía como nunca, pegadita a su almeja, y mis manos buscaban el contacto con su culito desnudo, transpirado por el trajín del día, para empezar a meterle los dedos por la zanjita. Al punto, estuve a un segundo de encajarle la pija en la concha para cogerla como se lo merecía, como me lo gritaba desde el fondo de sus entrañas. Pero entonces, apareció Daniel, el más centrado de los tres, pidiéndonos un poco de agua, y un alargue.

¡Perdón campeón! ¡Parece que llegué en un momento complicado!, me dijo al fin, mientras Sole y yo nos separábamos. No sé si llegó a ver que yo tenía la verga afuera del pantalón. Pero nos las ingeniamos para que todo sea un suceso gracioso. Aunque, vi claramente la mirada que Daniel le regaló a las tetas de mi esposa. Tanto que, no pude evitar comentarle, como de pasadas: ¡La verdad, que, con tetas como estas, es imposible aburrirse!

El flaco me miró, chasqueó la lengua, y murmuró algo que, terminó por mezclarse con la cumbia que provenía del patio. Entonces, una vez que Daniel comenzó a dar órdenes entre el ruido de las máquinas, Soledad se agachó, liberó sus tetas del corpiño, me tironeó el pantalón y se dio a la tarea de estrujarme la verga con ellas, mientras me la babeaba, chuponeaba y olía con desesperación. Aquello no tenía otro desenlace posible que el estallido de todo mi semen en sus tetas, vestido y abdomen. Es que, entretanto, mientras me calentaba el pito con el calor de sus tetas, me decía cosas como: ¿Te gustaría encontrarme arrodilladita en el patio, rodeada de esas pijas? ¿Querés ver cómo ese pendejo me pega en las tetas con el pito? ¿O cómo ese gordo me arranca la bombacha con la boca, mientras yo ando juntando los broches? ¡Quiero pija todo el día amor, y esos tipos, me calientan la concha, demasiado! ¡Castigame amor, porque tu esposa, se anda haciendo la putita con los albañiles!

Pero, lo de que se hacía la putita con los tipos, no era del todo falso. Otra tarde llegué, a minutos de la retirada de los muchachos. Sole estaba recibiéndole un mate al Ova, con el escote empapado, y una vez más con un corpiño que no le sostenía las gomas, bajo un vestido de tela liviana. En un momento, cuando los saludé desde lejos, vislumbré que el gordo tenía un bulto terrible bajo el overol, y que ella le sonreía al mirárselo de reojo. Y, unos minutos más tarde, apareció Elías, el más pendejo, terminando de enrollar una manguera. Ella se sorprendió al verlo. Le preguntó si no quería algo para tomar antes de irse. Él negó con la cabeza, y le clavó los ojos en las tetas. ella le dijo, como si tal cosa: ¡Che, no te hagas el vivo, que de tanto mirarlas, me vas a hacer un agujero en el vestido! ¡Además, vos tenés que mirar a las chicas de tu edad!

El pibe pareció incómodo, ya que yo me acercaba de a poco, cigarrillos y gaseosa en mano. Pensaba en pasar una tarde al reparo del fresco de nuestro patio, mientras observaba los progresos de la construcción de la pileta. Pero, aquello no fue todo. Justo cuando ya creía que el guacho manoteaba su bici para rajar, Soledad le subrayó: ¡Aaah, y otra cosita! ¡No hagas pis al lado de mis plantitas! ¡No tengo problemas con prestarte el baño! ¡Además, no está bueno que andes sacando el pito en el patio de mi casa!

Elías se sonrojó más que los rayos del sol que amenazaban con perderse en el atardecer. Pero le sonrió a modo de disculpas. Yo no la expuse adelante del pibe. Pero, ni bien nos quedamos solos, le pedí detalles al respecto.

¡Nada gordo! ¡El pendejo, de la nada se puso a mear ahí, y yo lo vi por la ventana!, me explicaba mientras nos besábamos con un cierto gusto a reproche.

¿Y le anduviste mirando la pija al pendejo? ¿Eee? ¿Te calentaste viendo mear a ese pelotudo?, le recriminaba con sarcasmo, al tiempo que la apretujaba contra la pared que daba a la pieza de los nenes para levantarle el vestido, y al fin comenzar a clavársela con todo en la conchita. ¡Qué caliente y mojada la tenía la hija de puta! ¡era obvio que se la había pasado todo el día mirando a los obreros! ¡Seguro que fantaseando con la verga del pendejo! En eso pensaba mientras cogíamos, y ella me prometía que se había portado bien. A excepción de hacer que el Ova le mire el culo cuando se paró sobre una silla para buscar un frasco repleto de tornillos, o cuando dejó que Daniel le mire las tetas, justo cuando ella salía del baño luego de ducharse, apenas cubierta con un toallón.

Al día siguiente, amanecí con un fuerte dolor de garganta. Por lo que preferí pasar un parte de enfermo en la oficina y quedarme en casa. Además, era viernes, y de esa forma tendría un lindo fin de semana largo. Sin embargo, mi idea era observar el comportamiento de mi esposa con los obreros. Y resultó que, hasta lo que no sucedía me calentaba. Ella siempre era simpática con ellos. Ya sea para ofrecerles algo de refresco, o comida, o para colaborar en lo que ellos le pidieran. El pendejo era insolente a veces. Pero, las miradas del Ova, y sus insinuaciones permanentes acerca de que no tenía que levantar muchas cosas pesadas, porque ya demasiado tenía que cargar con sus melones, rozaban la falta de respeto. Entonces, mientras yo tomaba un café en la cocina, escuché que el Ova le dijo desde la ventana: ¡Sole, vamos a necesitar papel de diario, y algunos trapos viejos! ¡Creo que, vamos a ponernos a pintar la pared del garaje, mientras se va secando el suelo de la pileta! ¡Pero, pasame por acá, así no se te queman esos pechitos! ¡El sol está bravísimo!

Yo, inmediatamente miré a Sole, y le dije: ¡Llevale lo que te pide, pero, sacate el corpiño! ¡Quiero que ese gordo pajero te las mire, a punto de reventarte esa musculosa! ¡Dale, andá, y nada de hacerte la viva!

Sole me miró asombrada, pero con un resplandor insolente en los ojos. Se sacó el corpiño con una sencillez admirable, juntó los trapos y los diarios que tenía apilados en una silla, y salió al patio. Entonces, yo me acerqué a la ventana, con la intención de observar. El Ova fue más que obvio cuando la vio. No pudo evitar exclamar: ¡Faaaa, nena! ¡Vos nos querés infartar! ¿Se te perdió el corpiño Sole? ¡Tapate un poquito, porque, acá, los buitres están al salto!

Los otros dos también la miraron. Daniel la silbó por lo bajo, y el mocoso se masajeó el bulto, involuntariamente. Sole les sonrió, pero no se cubrió las tetas.

¡Bueno chicos, no se zarpen! ¡Hoy, está mi marido en casa! ¡Y, no, no se me perdió el corpiño! ¡Pasa que, tengo que lavar ropa! ¡Creo que los tengo a todos sucios!, le respondió al Ova, aunque mirando a todos con suspicacia. Yo la llamé desde la cocina, como para cortar el clima caliente que empezaba a formarse como nubes pegajosas en torno a ellos, y Soledad acudió enseguida a mis brazos. Recuerdo que le chupé las tetas, y que ella me hizo una paja terrible, aunque ninguno de los dos quiso acabar. No tardó en llegar el próximo llamado. Esta vez, Elías precisaba plata para ir a comprar unos pinceles a la ferretería.

¡Sí, no te preocupes! ¡Sole, llevalo a la pieza, que, creo que dejé mi billetera en la mesa de luz! ¡Algo de efectivo me queda!, le dije, mientras el pibe se re embobaba con sus tetas a punto de saltar de su musculosa verde. Entonces, me acerqué al oído de Sole, y le dije: ¡Dale, llevalo, y calentale el pito! ¡Y no cierres la puerta!

En efecto, yo seguí los pasos de mi esposa, unos segundos más tarde. La escuché reírse, hacerse la boluda mientras buscaba, y luego, susurrarle: ¿Che, y no tenés novia vos? ¡Digo, porque, me imagino que no hacés pichí en las plantitas de tu suegra! ¿Tenías catorce, o quince?

¡No doña! ¡Tengo 18! ¡Y no ando noviando! ¡Las mujeres están todas locas!, le dijo el pibe, mientras Sole buscaba y revolvía cajones. Hasta que, en un acto de inspiración, simuló levantar mi billetera del piso. Seguramente ella misma la había tirado. Y, en ese solo movimiento, las tetas se le escaparon lo más campantes de la remerita.

¡Uuuuy, qué boluda! ¡Perdón! ¡Mirá para allá nene! ¡Qué tarada que soy! ¡Seguro me re miraste las tetas! ¡Perdoname! ¡No quiero que pienses que, no sé, cualquier cosa de mí! ¡Acá está la plata!, le decía ella, incorporándose con la billetera en la mano, pero sin hacer el mínimo esfuerzo por taparse las tetas.

¡Gracias doña! ¡Pero yo no pienso nada malo! ¡Solo que, que está re buena! ¡Mansa suerte tiene su marido! ¡Si no estuviese casada, y no tuviera hijos, bueno, por ahí le propondría que sea mi novia!, le dijo el pibe, que tampoco buscaba mirar para otro lado.

¿Qué decís? ¡Si vos sos un nene! ¡Yo tengo el doble de tus años! ¡Además, ustedes, tienen una cosa re chiquita entre las piernas!, le decía ella, acercándose a la puerta de la pieza, arreglándose la remera, pero meneando bien las tetas. tenía los pezones re parados, rojos, a punto caramelo. Y el pibe, tenía tremendo paquete en el short.

¡No se crea doña! ¡Por ahí, la puedo sorprender!, replicó Elías, guardándose los billetes en el bolsillo.

¡Te vi el otro día! ¡Te vi cuando hacías pis! ¡Tenés el pito de un nene de 12 años!, le dijo Soledad, chocándose con su cuerpo de golpe, en medio de la puerta, y rozándole el bulto con los dedos. En ese momento, vi que la carita se le iluminaba. Obviamente sabía que no era verdad lo que le decía. Entonces, ni bien el guacho salió a comprar, y yo cerré la puerta con llave, entré a la pieza hecho una furia, y la desnudé completamente. No podía creer la adrenalina que me consumía por dentro. La piel de Soledad sabía a adolescencia, su vulva brillaba de flujos impertinentes, y sus tetas estaban tan calientes que, tuvo que hacerme una paja con ellas. Y de repente, unos segundos antes de encremarle hasta la dignidad con mi estampida seminal, le dije claramente: ¡Escuchame bien, porque no lo voy a volver a repetir! ¡El lunes, quiero que te las rebusques para hacerle un pete a ese pendejo! ¿ME escuchaste? ¡Quiero que te metas ese pitito de nene que decías que tiene en la boca, y que le saques la leche! ¡Mostrale las tetas si querés, como hiciste hoy! ¡Estás hecha una putita mi vida! ¡Me encanta verte así, saber que esos forros te desean! ¡Pero, a ese pibito, le sacás la lechita, y le hacés prometer que no les va a contar a los demás! ¿Escuchaste bien? ¡Prometeme que lo vas a hacer!

Soledad me lo preguntó de nuevo por la noche. quería asegurarse que lo que le había pedido era tan cierto como el amor que nos teníamos. Yo me mostré implacable. Ella pareció confundida. Pero, el sábado la escuché hablar con Paola, su mejor amiga. ¡Estaba que rebosaba calentura mientras la ponía al tanto de sus emociones sexuales! Así que, el lunes, una vez que los chicos volvieron de la escuela, y los pasó a buscar mi papá para llevarlos a la heladería, Soledad puso en marcha el plan para seducir al pendejo. Según ella, le resultó más fácil de lo que se imaginó. Tuvo que esperar a que Elías ingrese a la casa para ir al baño. Entonces, le dijo: ¡Eli, escuchame! ¡Por las dudas, después he hacer pipí, lavate el pito! ¿OK? Me contó que el pibe la miró como si ella estuviese perdiendo la razón. Pero no le cuestionó. Cuando él salió del baño, ella lo agarró de las manos, lo llevó a la pieza y le dijo, colgándose de los hombros: ¡El otro día, me pareció que no tenías el pito de un nene de 12 años! ¿Me lo mostrás? ¡Bueno, es que, si vos querés, yo te pago! ¡Pasa que, te veo tan sexy, en cuero, y, me gusta cuando me mirás las tetas! ¡Con mi marido, a veces, no pasa mucho! ¿Entendés?

Me contó que el pibe se bajó el pantalón al toque, y que ella lo revoleó sobre la cama. Le refregó las gomas desnudas en la verga, y se la metió en la boca, casi que con desesperación.

¡Sí mami, comeme la verga, que sos una gordita puta! ¡Aparte, me encanta mirarte el culo cuando te agachás! ¡Quiero cogerte la zorra Sole, dale, sacame la lechona mamu!, dice que le repetía, una y otra vez, mientras en el patio sus compañeros hacían todo el barullo posible. Ella succionaba, se cacheteaba la cara con su pija babeada, y volvía a metérsela hasta la garganta, casi que, sin chistar, ni gemir, ni decirle nada. Pero me confió que tuvo que meterse dedos en la concha para pajearse mientras esa pija le inundaba la boca, y que cuando el nene le largó la lechita, ¿esta se le escapó hasta por la nariz.

¡Ahora andá, hacé todo lo que tengas que hacer, y calladito la boca! ¡OK? ¡No quiero que ellos sepan lo que acabo de hacerte! ¡Y gracias por tu lechita! ¡Y por lavarte el pito! ¡No me gusta que los nenes tengan olor a pichí!, le dijo mientras lo ayudaba a vestirse, a respirar, y a volver a sus obligaciones. Me contó todo por la noche, mientras mi pija entraba y salía de su conchita, ambos sentados en el sillón del living, mientras los nenes se viciaban a puro videojuego en la pieza. El plan que había germinado en mi cabeza, hasta aquí daba sus frutos. Claro que a Sole se lo tenía que compartir. Pero no quería que sea tan evidente para ella. Por eso, mientras nuestros besos nos encendían, nuestros sexos libraban una verdadera batalla carnal, y los chicos comenzaban a pelearse, le dije: ¿Y vos estás segura que ese boludo no les va a contar nada? ¡Mañana, vas a ser la gorda petera de la obra, la gorda del cornudo, y te van a mirar las tetas, y el culo, mucho más que ahora! ¡A los guachos les cuesta guardar ese tipo de secretos! ¡Es más! ¡Quiero que te comportes igual! ¡No les hagas caso, si te hacen gestos, o murmuran entre ellos!

Al día siguiente, tuve que ir a la oficina, porque había varios contratos que revisar, firmar y autenticar. Sabía que estaba dejando a mi mujer en las lenguas y los ojos de tres lobos hambrientos que no dudarían en perder la discreción. ¡Y más si yo estaba en el laburo! Pero, el miércoles, hicimos de cuenta que yo no estaba en la casa. Al menos durante la mañana. Me pedí el día, solo para observar si era cierto todo lo que Soledad me había contado la noche del martes.

¡El Ova no paró de hacerme comentarios! ¡Daniel me preguntó si necesitaba que vaya a comprarme unas facturas, y de paso quiso saber si no me andaba haciendo falta un poco de leche! ¡Y Elías, bueno, cada vez que paso por al lado suyo, me roza el culo! ¡Igual, ayer anduve de calza, y con las tetas más tapadas! ¡El Ova se dio cuenta, porque en un momento me preguntó si las había castigado por algo que hubiesen hecho mal! ¡Refiriéndose a mis tetas, claro! ¡Aaah, y el Ova, cuando estaba colgando mi ropa interior, me preguntó si ahora tenía todos los corpiños limpios! ¡De paso, me dijo que su esposa estaba como loca con su hija, porque, al parecer se había ensuciado la ropa con leche!, me contaba en medio de una ola de besos, roces, pellizcos y frotadas. Estábamos desnudos en la cama, y todo lo que ella quería era coger. Pero yo me había negado rotundamente, prometiéndole una sorpresa para el día siguiente. Ella, estaba un poco fastidiosa, impaciente, y casi que a la defensiva. Hasta sugirió que me estaba moviendo el piso alguna de mis secretarias, y que por eso no quería matraquearla toda.

Sin embargo, el miércoles, dejé abierta la ventana de nuestro dormitorio para escuchar, observar, y ver lo que pudiera. Le había dejado mi auto a un amigo, y asegurado mi ropa de trabajo adentro de mi ropero. Así que, escuché cuando llegó Daniel, correcto como siempre. Sole le abrió, y no hubo nada que destacar. Él solo se hacía el gracioso al frente de sus compañeros. Al ratito nomás, llegó Elías. Este no tuvo problemas en decirle, mientras entraba con su bici al patio: ¡Hola mamita! ¡Me gusta que otra vez andes mostrando las tetas!

Daniel lo reprendió sin mucha convicción, y ella amenizó el reto con una sonrisa, diciéndole: ¡No te hagas el vivito conmigo, o no cobrás!

Entonces, el pibe le sugirió, tal vez no tan convencido: ¡Che, Sole! ¿Puedo ir al baño, apenas termine de armar los caballetes? ¡Es que, no llegué a pasar en mi casa!

Soledad le dijo que sí, en el mismo momento en que llegaba el Ova con su moto de los años 80. Él también se fijó en que Sole tenía una musculosa negra súper fina, sin corpiño, y un short apretado. Por eso no midió sus palabras cuando proclamó: ¡Puta madre che! ¡Así sí que dan ganas de levantarse temprano! ¡Qué par de melones Sole! ¡Si vos me jurás que tu marido te atiende todos los días, yo, por ahí, hasta le propongo casorio! ¿Pero, no tendrás alguna hermanita para presentarme? ¡Seguro que, esas tetas vienen así por genética pura!

Al rato les llevó agua caliente en dos termos para sus mates mañaneros, y les facilitó un alargue con zapatillas para conectar las máquinas. ahí fue que el Ova insistió: ¡Gracias morocha! ¡Y, ya sabés, que, si necesitás que hagamos algo por vos, pedinos, que tenemos toda la onda! ¡Elías dice que fuiste re gauchita con él! ¡Supongo que, debe querer decir que, le tiraste unos mangos por ayudarte en algo de la casa! ¡Así que, por las dudas, acá estamos nosotros!

Soledad entró sonriendo a la casa, agradeciéndoles por el gesto, y terminó de prepararles el desayuno a Mateo y a Renzo. Acto seguido, los acompañó a la parada del colectivo para que asistan a la escuela. En ese interín, los vi matear, fumar, y al guacho boludear con su celular, oyéndolos emocionados con mi esposa.

¡Posta que, ya le pedí el baño! ¡Por ahí me la chupa de nuevo! ¡Les juro que, te la mama re rico esa perra!, dijo el mocoso, entre la risa del Ova que sonaba como un gruñido.

¡Para mí que nos estás verseando nene! ¡Parece re putona, porque muestra las tetas, y hasta nos regala el culo cada vez que se agacha! ¡Pero, de ahí a petearte, no sé nene! ¡Para mí, es demasiado!, decía Daniel, tratando de hablar un poco más bajo.

¡No sé ustedes muchachos! ¡Pero, yo quiero darle la mamadera a esa gorda tetona! ¡Imaginate, dándole de esas tetas a un bebé! ¡Yo, sería el bebé más feliz del mundo! ¡Así que, si el cornudo no está, por ahí, le hago un bebé para después mamarle las tetas! ¿Sabés las pajas que me hago pensando en esa gorda?, se expresó el Ova, entre afirmaciones y risas de los otros tres. Yo tenía la pija tan dura que, no podía pensar. Así que, ni bien oí que Sole llegó de la calle, la llamé a la pieza y le dije: ¡Si ese nene viene al baño, chupale la pija! ¡Quiero verte desde acá! ¡Quiero que vuelvas a petearlo! ¡Hoy, si te portás bien, vas a ser la putita con más leche de la Argentina!

Ella me miró tan brillante como extasiada. Me dio un chupón, y yo le pedí que siga haciendo de cuenta que yo estaba en la oficina. Y casi que de inmediato, la voz de Elías pronunció: ¡Sole! ¿Puedo pasar al baño?

Ella le respondió que sí, y salió de la pieza, dejando la puerta entreabierta. El chico no tardó nada en salir, y cuando lo hizo, se quedó merodeando por el living, hasta que Soledad fingió encontrárselo por pura casualidad, y le dijo: ¿Necesitás algo bebé?

Me costó entender lo que dijo el pibe. Pero ella estalló en una carcajada, diciéndole: ¿Vos me estás cargando? ¡Claro que mi marido no está! ¡Y, agradecelo con tu vida, porque te cagaría a trompadas si te escucha pedirme eso! ¡Aparte te dije que era un secreto! ¿O no?

¡Dale Sole, uno más, y no jodemos más! ¡Me dejaste re loquito el otro día! ¡Posta que, la chupás re bien! ¡Además, yo no te buchoneé!, le dijo el pibe, que acto seguido se quejó por el tirón que le hizo mi esposa en el brazo, mientras le decía entre dientes: ¡Vení para acá, rápido, y bajate el pantalón, pendejo asqueroso! ¡Tenés suerte, porque yo también quiero leche!

Entonces, ambos entraron en mi campo visual. Ahora ella le pasaba las tetas por el pecho desnudo a Elías, que se agarraba la remera contra el cuello para sentir los pezones duros de mi esposa, que le murmuraba: ¡Sos un mentiroso! ¡Ya me di cuenta cómo me miran, murmuran, y gesticulan! ¡Vos les contaste que te chupé el pito! ¿Sí o no?

El pibe no hablaba, pero rezongaba cuando ella le pellizcaba las manos con las que intentaba tocarle las tetas. y, más rápido de lo que supuse, Soledad se hincó bien pegadita a sus piernas, haciendo que la espalda del pibe se funda en la pared que daba al baño para bajarle el pantalón de un sopetón. El guacho ya tenía la Berga como para embarazar a todas mis vecinas, y a Soledad se le empequeñeció la voz de la emoción cuando le dijo: ¡Qué rica pija tenés, pendejito mentiroso!, y sin más, empezó a petearlo, atragantándose por momentos. Cada tanto se la sacaba de la boca para decirle: ¿Dame la leche rápido, antes que entren tus amiguitos! ¡Dale, largala toda, que esta vez, planeo tragármela toda! ¡De paso, les contás que la gorda petera de tu empleada te mamó bien la verga! ¿o no querés eso? ¿Contarles cómo me trago tu pija??

Cuando volvía a chupársela, primero se la escupía toda, juntaba su verga a sus tetas, y luego le besuqueaba los huevos. El pibe estaba tan preparado que, para la ocasión había venido al laburo sin calzoncillo, y eso pareció emocionar aún más a mi esposa, que, mientras le daba los últimos chupones a fondo, lo prepoteaba: ¿Ya sabías que la gorda tenía hambre hoy? ¿Por eso viniste con el pito al aire, durito y parado para mí? ¡Dale bebé, dame lechita, toda esa lechita de nene pajero que tenés! ¿Cómo me dicen? ¿Gordita puta? ¿O, la gordita muerta de hambre?

El pibe no se privó de gemir estruendosamente mientras el cuerpo se le estremecía, los huesos se le balanceaban peligrosamente en sus pies, y su semen le maquillaba la boquita a mi esposa, que sorbía, lamía, tragaba, tosía y suspiraba. Le costó levantarse, una vez que él se quedó seco de tanto balearle la carita, y ambos terminaron de gemir. Incluso, Elías le extendió una mano para ayudarla. De paso le toqueteó una teta, y ella ni se mosqueó. Pero, algo la hizo volver en sí, arreglarse la ropa y echar al pibe como si se tratara de algo indeseable, mientras algunos hilos de semen le brotaban de la boca. Cuando Elías regresó al trabajo, Soledad entró a la pieza, buscando la aprobación en mis ojos absortos. Yo, estaba tan perplejo como alzado. Me dolía la verga, me pesaban los testículos, y me punzaba cada vez más la idea de entregar a mi esposa a esos perros ladinos, hambrientos y esperanzados.

¿Cómo estuve gordo? ¿Te gustó verme, así de petera?, dijo, todavía con la lengua caliente de la leche de ese imbécil. Yo, preferí no concederle las felicitaciones que merecía. en lugar de eso, la tomé de un brazo y le dije: ¡Estuviste más putita y regalada de lo que esperaba! ¡Así que, ahora, te metés a bañar, y en 20 minutos salís del baño, con un toallón en la cabeza, y en bombacha! ¿Estamos? ¡Si, y en tetas! ¡No digas nada, que tengo todo planeado! ¿Vos no buscabas eso? ¿Mucha leche? ¡Bueno, dejalo en mis manos!

Soledad estuvo a punto de putearme. Tenía lágrimas ardorosas en los ojos, la mente aturdida, y las palpitaciones golpeándole las sienes.

¡La verdad, no sé por qué confío en vos! ¡Ni, sé qué me vas a pedir a cambio! ¡Pero, me re emputece todo esto!, dijo, antes de quitarse la musculosa pegoteada de semen. Yo, se la hice oler y chupar mientras la desnudaba para que se meta al baño lo más rápido que pudiera. Entonces, cuando oí que los grifos llovían furiosos en el suelo de la ducha, en el que seguro Soledad ya se enjabonaba y frotaba la piel, me acerqué a la ventana del patio. El guacho se daba aires, contándole a Daniel lo que Soledad le había dejado palpitando en la pija.

¡Pero boludo, te lo juro! ¡Esa perra quiere leche! ¡Para mí que el marido no se la coje! ¡Tenemos que enfiestarnos con ella! ¡Además, no sabés cómo te babea la verga!, decía el muy salame, mientras intentaba atornillar una columna al suelo. El Ova le prestaba más atención que a las planchuelas de hierro que cortaba con una amoladora.

¡Y sí, la tenemos que culear bien culeadita a esa gorda! ¿Vieron cómo se come las calcitas con el ojete? ¡Pero, vos sos un versero, o un egoísta! ¡La próxima, decinos en vez de hacerte el capo con nosotros, y le hacemos la fiestita a la gorda!, le dijo con mal genio, al tiempo que Daniel prendía un pucho. Elías volvía a contar que mi esposa se cacheteó la carita con su pija, y que eructó un par de veces cuando se la llevó a la garganta. Incluso, lo vi hacer un gesto muy parecido al de sus manos amasándole las gomas. Entonces, decidí cortar el interruptor de la electricidad del patio, en el momento en que el agua de la ducha cesó. Sole estaba a punto de salir del baño, cuando Elías y Daniel entraron a la casa, llamándola por el inconveniente eléctrico. Entonces, mi presencia fue más que necesaria. Aún así, esperé a que Sole salga del baño, entre asustada y sorprendida, con un toallón cubriéndole el pelo que le chorreaba agua, con una bombacha negra de encaje, y sus magníficas tetas desnudas. Ellos, primero la vieron a ella, y se pararon en seco.

¡Uy, Sole, perdón! ¡No sabíamos que te ibas a bañar! ¡Pasa que, nos quedamos sin luz en el patio! ¿Sabrás si hubo un problema acá adentro? ¿O, de última, a dónde está la térmica de afuera? ¡Para mí que saltó por alguna pavadita!, le decía Daniel, correcto como siempre, aunque sus ojos iban y venían de una teta a la otra. Elías solo permaneció mirándole la bombacha, boquiabierto y azorado. Yo, aún estaba oculto por la puerta de la habitación, observando la escena, al borde de un desmayo testicular. Entonces, el mocoso dijo, casi como que sin querer: ¡Te queda joya esa bombacha Sole!

Daniel intentó corregirlo con un gesto, como para que se retracte. Pero entonces, mi esposa dijo, fingiendo incomodidad: ¡Gracias Elías! ¡Pero, no deberías mirarme la bombacha! ¡Y, bueno, vos Dani, las tetas tampoco! ¡Perdonen que, hayan tenido que verme, medio en bolas! ¡La verdad, no tenía idea que se había cortado la luz! ¡Pero, si me esperan a que me cambie, vemos qué onda con eso! ¡Aunque, igual, yo soy re pelotuda con esas cosas!

Afuera se escuchaba al Ova que los apuraba, medio a las puteadas. entonces, el pendejo exclamó en voz alta: Vení gordo, ¡que no te podés perder esto!

Osvaldo no se hizo rogar, aunque entró a los rezongos, renegando con la instalación eléctrica de la casa. Pero inmediatamente se quedó pasmado al ver a mi esposa hecha una hembra con hambre de guerra, parada contra la misma pared en la que había peteado al pendejo, una hora antes, por lo menos. Parecía que no recordaba cómo se hacía para hablar. Hasta que Daniel sugirió revisar las térmicas para seguir con el trabajo. Entonces, Osvaldo chasqueó los dedos, gruñó algo inteligible al mejor estilo de viejo verde, y luego de mirar algo en su celular, se atrevió a decir: ¡La verdad, el pendejo no se equivocaba con vos, morocha! ¡Tenés unas tetas hermosas! ¡Y así, desnuditas, dan ganas de chuparlas hasta quedarse sin saliva! ¡Y encima, recién bañadita! ¡Por dios, qué regalito! ¡Y el cornudo de tu marido, en el trabajo!

¡Che, gordo, tranquilo, que es la señora del que nos garpa la obra! ¡Perdonalo Sole! ¡Pasa que, se pone boludo cuando ve un par de lolas!, intentó conciliar Daniel, que luchaba con sus instintos animales para no clavarle los dientes en las tetas.

¡Sí, chicos, o sea, todo bien! ¡Los entiendo! ¡Pero, no entiendo el por qué la ofensa a mi marido! ¡Los alzados, son ustedes! ¡Y, no sé qué es lo que Elías les habrá dicho! ¡Pero, seguro son boludeces de pendejo! ¡Ahora, si me disculpan, me voy a poner algo, así no me ven la bombacha!, decía Soledad, caminando lentamente hacia la pieza, como sin ganas verdaderas de entrar. En el trayecto, abría las piernas y meneaba las gomas, sonreía, y en un segundo cargado de tención, sacó la lengua para tocarse los labios. Para colmo estaba descalza, y eso les quitaba velocidad a sus pasos minuciosos.

¡No son boludeces! ¡Es verdad que ella me chupó la pija! ¡Dale Sole! ¡Decile a ellos! ¡Total, ninguno te va a buchonear con tu dorima! ¡Yo no miento! ¡Vos me peteaste, dos veces! ¡Y fue re rico!, la sentenció Elías, sintiéndose más orgulloso que en toda su vida, y más alto que sus compañeros. Daniel se puso colorado, y trató de desechar el comentario del guacho con las manos. Pero el Ova, primero silbó a mi esposa, y examinó su culito redondo, chiquito y húmedo cercado por su bombachita cada vez más seductora. Después, estiró una mano para darle un chirlo, y mientras ella farfullaba un tierno: ¡Aaayaa, malo!, él le retrucaba: ¡Qué aia ni aia nena! ¡Se nota que te gusta que te nalgueen la colita! ¡Aparte, así, toda mojadita me calentás la pija como un fierro! ¿Es verdad que se la mamaste al borrego?

¡Sí Osvaldo, es verdad! ¡Yo la vi, hoy mismo! ¡Y, como confío ciegamente en mi esposa, sé que se la chupó el otro día! ¡Me lo contó todo!, encaré al gordo, incapaz de continuar en el escondite de mis propios planes. Los tres quisieron salir corriendo al verme de repente, como a un fantasma ensangrentado. Pero sus pies no se los permitía, y la conmoción de observar a mi esposa dirigiéndome una mirada cómplice, los paralizaba aún más. Daniel era el más afectado. Podía escuchar los latidos de su corazón en sus sienes, y su respiración lo hacía sonar como enfermo.

¿Y? ¡Quiero escucharlos ahora! ¿Cómo era eso de, el cornudo? ¿Qué pasaba con el boludo del dorima? ¡Vaaamos cheee! ¡Hablen ahora carajo! ¿Y a vos, pendejo? ¿Te chupó bien la pija? ¿Eee? ¿Disfrutaste de la boca de mi esposa en esa verga? ¿Largaste mucha leche? ¡A ella le gusta ponerla bien dura, y sentirla toda en la garganta! ¡Espero que se te haya parado bien parada! ¡Igual que a vos gordo! ¡Y no te hagas el boludo, que siempre supe que le mirabas las tetas a la Sole!, los acusaba, poniendo cara de malo, gesticulando como si estuviese al borde de un ataque de nervios, con los puños apretados y los ojos inyectados en una ira irracional. Daniel fue el primero que recuperó el habla.

¡Gastón querido! ¡Te juro que nada que ver! ¡A este guacho, si fue verdad lo que pasó, lo echamos a la mierda de una patada en el orto, y ya está! ¡Yo lo traje! ¡Así que, yo me hago cargo! ¡De él, y de Osvaldo, si ofendió a tu esposa! ¡Y, por la guita, podemos arreglar!, empezó a tranquilizar los ánimos, tal vez sin darse cuenta que, enfurecía peor a sus compañeros. De hecho, Osvaldo estuvo a punto de cazarlo del cogote. Elías no sabía dónde meterse.

¡Aaah, miralo vos al jefecito! ¡Sos un cagón querido! ¡Y, claro que te vas a hacer cargo! ¡Los tres en realidad! ¡Los tres se la pasaron calentando a mi mujer! ¡Y vos Soledad, también tenés que hacerte cargo de calentarles la verga a los obreros! ¡No es justo que solo le hayas sacado la leche al nene! ¿Ustedes qué opinan?, les decía a todos, dando vueltas por el living, como un juez desbordado de sentencias impuras, pero atado al plan que mi mente había pergeñado con tantas ansias. Elías le sonrió a Soledad cuando ella se le acercó para ponerlo de pie, ya que se había sentado en un sillón, como para acurrucarse de una posible piñadera entre todos, porque encima le dijo: ¡Tranquilo nene! ¿Te hiciste pis encima? ¡Levantate, como un verdadero hombrecito! ¡Porque, vos sabés que es verdad que te chupé la pija! ¿O no?

¡Aaah, bueno! ¡Entonces, es cierto! ¡Perdoname pendejo! ¡Tenías razón! ¡Te debo una!, dijo Osvaldo, sudando más que bajo el sol y las máquinas de la obra. Daniel amagó con dirigirse a la puerta que daba a la calle. Pero la misma Soledad le pidió que no se vaya.

¡Ya la escuchaste Daniel! ¡Ahora, vos también te hacés cargo! ¿Qué les pasa ahora? ¿No quieren echarse un polvo con la gordita puta? ¿Cómo era que le decían? ¿Gordita petera? ¿O, la gordita putona? ¡Los escuché muchachos! ¡No me lo pueden negar! ¡Vamos, Sole, agarrá al guacho, bajale el pantalón, y ponele el pito duro otra vez, al frente de los muchachos, así no piensan que el nene es un chamuyero!, les dije, dispuesto a disfrutar como nunca del plan siniestro con el que, de alguna forma Soledad estuvo siempre de acuerdo. Osvaldo largó una carcajada, murmurando un ronco: ¡Qué barbaridad, la puta madre! ¡Qué pedazo de tetas tiene la guacha!

¡Sí? ¿Te gustan, gordo pajero? ¡Tranquilo, que ya vas a poder tocárselas! ¿O preferís chuparle las tetas? ¿O lamerle la conchita? ¡Vamos amor, bajale el pantalón al nene, y fijate si se meó del miedo!, le decía a Sole, ahora abrazándola por detrás, parándole las tetas con mis manos, y fregándole mi pija hinchada en el culo para tentarla a cumplir nuestras perversiones secretas. Ni bien la solté, ella agarró al pibe del brazo, lo arrinconó contra una biblioteca y se arrodilló para bajarle el pantalón. Los otros se le burlaron por andar sin calzoncillo. Sole le escupió la pija y se la metió en la boca, adueñándose de los suspiros de Daniel, y de las groserías de Osvaldo, que no paraba de decir: ¡Dios, cómo la chupa, qué linda bebé, cómo le gusta la lechita!

¡Dale amor, hasta la garganta! ¡Comele bien el pito a ese guacho, que te difamó, y se la pasó diciendo que eras una gorda petera!, le recordaba yo, acariciándole el culo. Hasta que, casi sin proponérmelo, aplaudí para hacer un alto en las chuponeadas que Sole les regalaba a las bolas del pibe, pajeándole la verga con una furia excesiva, y dije: ¿Quién quiere ser el primero en nalguearla, por putita?

Soledad se hincó del suelo y apoyó las manos en el respaldo del sillón, sacando el culito para afuera. El primero en acercarse fue Daniel. Le acarició el culo, y le asestó el primer chirlo cuando ella le susurró: ¡Dale Dani, pegame en la cola, por petear al nene!

¡Ya vas a ver cómo me la vas a chupar bebé, porque, ya me la pusiste re dura!, le juró el jefe de la obra, luego del tercer chirlo, mientras le sobaba una teta con la mano libre.

¡Dale Dani, mamale las tetas! ¡Dale, que todavía las tiene limpitas!, le pedí, mientras yo le subía y bajaba la bombachita, introduciéndole un dedo en la vagina para frotarle el clítoris. Osvaldo parecía petrificado contra la pared, como si la realidad lo hubiese superado por goleada. Solo podía proferir groserías, y manosearse el paquete. En breve Soledad estaba con el culo sobre el respaldo del sillón, con Daniel mamándole una teta, Elías prendido de la otra, y yo meta sobarle la concha, cogérsela con un dedo, y dándole golpecitos, sin atreverme a bajarle la bombacha, diciéndole todo el tiempo: ¡Dale guacha, abrí las piernas, así te palmoteo bien la conchita, que se te re moja pendejita! ¿Ves gordo? ¡Mirá cómo se mea la bombacha la puta! ¡Le fascina que le chupen bien las tetas! ¿Te la querés coger, gordo pajero?

Durante unos instantes, solo se oían los gemidos de Sole, los sorbetones de las bocas de Elías y Daniel en sus tetas, los golpes que yo le propinaba a su conchita empapada, y la pajita que Sole le hacía a Elías, que también salpicaba jugos preseminales por doquier. Osvaldo, de repente pareció recordar cómo se daban los pasos para caminar, y se acercó lentamente. Le acarició una pierna a Soledad, le rozó los labios con un dedo grueso, y le rozó la nariz con la uña media partida, Diciéndole con suavidad: ¡Qué rica que son tus tetitas mami!

Entonces, yo le puse las manos en el culo a Sole para que lo despegue del sillón. Todos cambiamos de posiciones gracias a ese acto de mis noblezas. Enseguida Sole se arrodilló para prenderse de las pijas del mocoso y del correcto Daniel, que se atrevía a sostenerla del toallón que todavía le rodeaba el pelo mojado. Osvaldo, pidiéndome permiso con una mirada indulgente, le empezó a masajear el culo, a enredar sus dedos en la bombachita de Soledad y a rozarle la zanjita, murmurándole: ¡Qué lindo culito bebé! ¡Lo tenés suavecito, bien paradito, y seguro que se come toda la pija! ¡Quiero que me aprietes bien la verga con este culito, bebota cochina!

¿Estás seguro que te la querés Quiero? ¿Vos Sole, querés que te culee bien fuerte, este gordo zorete? ¡Dale guacha seguí mamando así! ¡Babeale el pito al Dani, y mordésela al pendejo! ¿Nunca te mordieron el pito nene? ¿Ya cogiste vos, con alguna turrita?, los envalentonaba para que demuestren lo mejor de sí, se entreguen al goce impertinente del sexo libre, para que Soledad no se prive gemidos, ni escupidas, ni chupones cada vez más ruidosos. En un momento, empezó a decir: ¡Sí amor, quiero que me culee toda, que me deje el culo bien abierto! ¡Quiero que el nene me haga pis en las tetas, y que me llenen toda de leche! ¿Me vas a culear Ova? ¿Y vos Dani, me la vas a lavar en la concha? ¡Vos, amor, me vas a coger cuando esté toda bañada en leche! ¿Querés? ¡Pegame Ova, dale, cagame la cola a cachetazos!

Osvaldo tuvo un momento de inspiración, que lo llevó a conducir el cuerpo venturoso de mi esposa contra la pared. Primero, le chupó las tetas luego de frotárselas con todo en su cara barbuda, y una vez que se quedó totalmente en cueros, la acomodó mirando hacia el cemento rígido para empezar a fregarle el bulto en el culo, repitiéndole: ¿Lo sentís bebé? ¿te gusta lo dura que la tengo? ¡La tengo dura, gorda, y cargada de leche, para bañarte entera, y culearte como a una perra de la calle! ¡Y encima, el cornudo de tu marido te presta! ¿Te gusta cornudo, cómo le apoyo la verga en el orto a tu jermu?

¡Bajale la bombacha, y apoyale la verga desnuda, si te la aguantás!, le dije, afirmando todo el tiempo sus palabras, mientras el guacho se sumaba para intentar prenderse de sus tetas y mamárselas con un hambre voraz. Sole le agarró el pito y se lo empezó a pajear con todo, mientras Osvaldo se nos revelaba en bóxer, decidido a cumplir mis órdenes. Pero primero se agachó para olfatearle el culo, bajarle la bombacha y meterle un dedo en la vagina. Cuando lo retiró, nos lo mostró totalmente rodeado de los flujos de mi esposa, lo lamió con devoción, y después se lo colocó en los labios a Sole, que se lo mordió. Eso lo excitó aún más. Le dejó la bombacha bien estirada entre las piernas, y tras pedirle que las abra todo lo que le fuera posible, empezó a pegarle con el bulto en el culo, enseñando la erección de su verga gorda como un pepino especialmente grueso.

¿Te gusta putona? ¡Sentí cómo papi te pega en la cola con la verga bien dura! ¡Sentila bebé, dale, llorá, babeate por mi pija! ¡Miren che, cómo se le estira la bombachita! ¡Abrí las piernitas, gordita putona! ¿Te gusta que le digamos así Gastón? ¡Porque, vos sabés que tu mujer es una gorda puta, que chupa pijas, y nos muestra las tetas, y la bombachita!, proclamaba Osvaldo, haciendo cada vez más rítmico el embate de su bulto contra la cola desnuda de Soledad que gemía, se estremecía con los chupones que el gordo les regalaba a los lóbulos de sus orejas, y le pedía a Elías que le muerda las tetas.

*¡Síiiiií, me encanta sentirla así de dura! ¡LA quiero en el culo, toda adentro, abriéndome toda papi! ¿Te gusta amor, cómo me pega este forro? ¡Dale pendejo, vos seguí comiendo teta! ¡Mordeme las tetas nene, y yo te pajeo todo! ¡Vení Dani, que necesito dedos en la concha!, decía implacable y cada vez más enfermita mi mujer, descubriendo en mi cara de conformidad que todo estaba sobre rieles. Daniel tardó en sumarse a las refregadas, apoyadas, chupones y pellizcos que le propinaban a mi Sole. Osvaldo no le dejaba cerrar las piernas, y eso permitía que Dani pueda escarbarle la conchita con facilidad. Él la pajeaba, y le hacía lamer sus dedos repletos de sus jugos. Elías, hasta se atrevió a pedirle a Sole que le escupa la cara y le muerda los pezones. Osvaldo seguía percutiendo con su daga en el culo de mi amor, cada vez más decidido, obsceno y furioso.

¡Y, lo mejor es que no tenés olor a caca en ese culo hermoso bebé! ¡Te lo quiero coger todo! ¡Te vas a cagar toda en mi pija bombona, gorda sucia, guachita putona!, le decía, y eso a Sole la volvía más salvaje, demente y peligrosa. Pero, de repente, la voz de Elías fue una sentencia cuando se oyó entre tantos chupones: ¡Sole, ya me salta la leche! ¿A dónde la querés, gorda culeada? ¡Quiero cogerte toda la zorra mami!

Fue casi sin premeditaciones. Soledad pidió una tregua para agarrar al pendejo de un brazo. Lo sentó en una de las sillas que había en el living, le dio varios tetazos en la cara, se agachó para chuparle el pito, y entonces, cuando vio que el pibe empezaba a morirse de ganas de desmayarse, se le sentó encima, diciéndole: ¡Dale bebé, largame la leche en la concha! ¿Me vas a embarazar con tu lechita? ¡Metela toda, y no pares, hasta que no acabes! ¿Escuchaste?

Soledad empezó a cabalgarlo como una tormenta rubicunda, esparciéndole la textura de sus tetas por todo el cuerpo, clavándole las uñas en la espalda para que la leche le suba más rápido por el glande, y comiéndole la boca, cuando podía. Es que, Daniel se había sumado para poner un pie sobre otra silla, y de esa forma poder acercarle su pija más delgada y larga que la del gordo en la boca a mi esposa.

¡Dale Dani, dame la mamadera, así le doy tu lechita al pendejo! ¡Así, vos cogeme bebé, Asíiii, más pija, dame toda la verga! ¿¡Me encanta tu pija Dani! ¡Es re rica, y me llega a la garganta!, le decía Sole, en medio de arcadas, eructos y algunas toses febriles. Elías le recordó a Osvaldo que Soledad eructaba cuando se llevaba la verga hasta su campanilla, y el otro le dedicó una sonrisa paternal, mientras olía la bombacha que Sole se había quitado para manducarse al pibe, diciéndole: ¡Qué rico olor a putita tenés Sole, por favor! ¿cómo puede ser que huelas a hembra, a puta, a gordita lechera? ¡Vos, embarazala pendejo!

En un momento, yo le quité la bombacha y me puse a olerla, viendo cómo entonces el pibe empezaba a desintegrarse poco a poco, cada vez más cerca de chuparle la pija a Daniel junto a mi esposa, sin prestar atención a otra cosa que a las cosquillas de su pito escupiendo semen y más semen adentro de la vagina de mi esposa. Fue gracioso cuando, ella, en el afán de ser elegante al separarse del cuerpo extasiado de Elías, casi se cae por perder el equilibrio. Pero enseguida nos prendimos fuego al ver cómo el semen del pendejo le chorreaba por las piernas. Ahí, hubo un instante de perplejidad, en el que nadie parecía atreverse a nadie. Pero, Daniel la sujetó por los hombros y le susurró: ¡Dale gordita, que estoy re caliente! ¡Sacame la leche con las tetas!

Soledad se arrodilló en el sillón, se cacheteó ruidosamente la cara con la pija de Dani, se la escupió, se la enredó en el pelo mojado, irguió el torso para frotar sus huevos contra sus tetas, y luego acunó aquella pija en llamas entre esos globos alientes, babeados y tan suaves como la hocecita que ponía al pajearlo con rudeza. Le repetía: ¡Dale Dani, échame la cremita en las tetas, dame lechita, dale, que la bebé no tomó la lechita hoy, porque tuvo que bañarse! ¡Le picaba la cola a la nena, y tenía cosquillas en la conchita! ¡Pasa que, ese nene, ese pendejo mal educado, me calentó mucho la concha, y las tetas! ¡Pero, su leche no me alcanza!

Dani gimoteaba, y Osvaldo ya se había sumado para que le chupe los dedos, lo pajee con las manos baboseadas, y para que huela la bombachita que él mismo había impregnado de sus propios jugos, al pajearse con ella, al borde de estrangularse la verga con sus elásticos, y una mariposita que tenía en uno de sus costados. Pero, cuando Sole palpó de lleno la pija e Osvaldo, sus ojitos lagrimearon de felicidad. Fue casi al instante, y tan de golpe que no hubo tiempo a nada. Cuando Sole balbuceó: ¡Mirá el cacho de mamadera que tiene este para mi culitoooo, por diooos, quiero culear yaaa, y hacerte caquita en la pija papiiiii!, ahí fue que Dani se despachó con un letal alarido que hizo resonar los vidrios, mientras un borbotón de semen le regó las tetas a Soledad, escurriéndose por su abdomen y sus piernas. Y casi que no tuvo tiempo de apreciar el arte que le coronaba la piel, porque Osvaldo fue más rápido que todos.

¡Ahora, abrí la boca, gorda cochina! ¡Tomame la mema bebé, así, dale, que te gustan las pijas grandotas bebé! ¡Y, si no me sacás la leche con la boca, me la vas a sacar con el culito! ¿Querés, gordita alzada?, le dijo al fin, y Sole estuvo a punto de vomitar de tanto chupar, oler, lamer, atracarse, salivar, toser, eructar con mayores dimensiones, y lamer toda la pija de Osvaldo. Tanto que hasta se las ingenió para meterse sus bolas en la boca y pajearlo al mismo tiempo. Ella se ahogaba con los vellos negros que se le desprendían de la piel, pero no paraba de pedirle pellizcos a sus tetas, ni de jurarle que se comería toda esa pija con su colita de nena. Pero al fin, yo tomé la carta que mis testículos me reclamaban a golpes de aguaceros perpetuos.

¡Vení gordo, traela, así la garchamos juntos! ¿Te parece que se coma dos pijas? ¿Una por la concha, y otra por el culo?, le pedí, y el Ova pareció perder un poco de los colores que reinaban en sus ojos demoníacos. Él solo se bastó para levantarla. ¡Y eso que Sole pesa al menos 100 kilitos! La alzó como a una muñeca pepona, y no desaprovechó la oportunidad de fregonearle la verga dura en el culo. La leche de Daniel todavía brillaba en sus tetas duritas, y la vagina le goteaba como si se estuviese meando encima. Aunque no era de color amarillo, ni era tan líquido aquel néctar que se derramaba en el suelo como una lluvia pecaminosa, mientras el gordo caminaba lentamente con ella en brazos, apoyándole el pito en la cola, fregándoselo y haciendo que ambos elementos se golpeen. Eso enloquecía a mi esposa, al punto que, cuando lo beboteaba, parecía al borde de echarse a llorar.

¡Dale Ova, enterrame esa vergota en el culo, haceme tu puta, y decime gordita puta que me encanta! ¡No sabés cómo se me calienta la concha cuando me apoyás esa pijaaa!¡Dale, rompeme el culooooo!, le decía insoportable, acentuando cada palabra con un pellizco a sus pezones. El gordo la alzaba un poquito más alto cada vez, para que el impacto de su bulto contra sus nalgas sea más estruendoso, y para que Sole gima con mayor calentura en la voz. Entonces, cuando sabía que no podía soportarlo un minuto más, le pedí al Ova que se la siente encima, y que elija por dónde penetrarla. Me acerqué como un tigre endiablado ni bien se sentaron en la silla en la que antes había estado sentado el pendejo. El Ova la tenía bien apretada contra el pecho, asegurándose de frotarle toda la verga en el orto. Yo, primero le escupí las tetas, le pasé la lengua por toda la cara, y empecé a pajearla como sé que le gusta, golpeteándole la concha y dedeándole el clítoris. Por eso no me sorprendió que un espasmo ensordecedor se adueñara de pronto de su estado, y que, sin previo aviso su vagina comience a squirtearse toda sobre las piernas peludas del gordo. Obvio que, él pensó que Soledad se estaba haciendo pis encima. Por eso, de pronto le mordisqueó el cuello diciéndole: ¡Cómo te pone la pija de este gordo forro! ¡Hasta te meás encima por mí, gordita sucia!

¡Tranquilo, que todavía no se meó la cochina! ¡Lo que tuvo fue un squirt! ¡O sea, una eyaculación! ¡Pero, cuando se la metas en el culo, ahí sí que se te va a mear como una gatita! ¿No cierto amor? ¡Dale, abrí las piernas, así te cojo la conchita! ¿Querés? ¡Y vos, forro, despacito, sin lastimarla, tratá de puertearle la cola!, les decía, totalmente decidido a tomar lo que era mío por derecho. No hizo falta que Sole consintiera, porque, en el instante en que mi glande atravesó su vulva pegoteada, me clavó las uñas en la espalda para que comience a moverme como su enfermedad sexual lo precisaba. Osvaldo intentaba resistir el peso de mi esposa, más el de mi cuerpo trabajando sobre el de ella, y eso le dificultaba la tarea de culearla. Pero, Sole se las ingeniaba para mover las piernas, atraparle la cabeza de la chota y pajeársela con ellas, hasta que poco a poco fuera encontrando el camino hacia su agujero re contra dilatado. Y entonces, de repente vimos que Elías acomodaba una silla al lado de Osvaldo. Enseguida se paró sobre ella y empezó a pajearse contra la cara de mi esposa. Por lo que, yo mismo le agarré la verga y se la calcé en la boca a Sole, pidiéndole que se la chupe como a la más rica de las vergas.

¡Dale forro, metémela en el culo de una vez, que no aguanto más! ¡Y vos bebé, dame ese chupete rico, todo, todo así, en la boquita! ¿Te gusta cómo te petea la gorda cochina? ¡Y vos cogeme bien la conchita amor, que me pongo re puta!, decía, cuando Osvaldo ya empezaba a localizar con precisión el agujero del culo de Soledad. Luego, tuvo que atragantarse con el pito y los huevos de Elías, en el instante en que Osvaldo se la enterró toda en el culo. Ahí, los dos comenzamos a bombearla más fuerte, a pegotearnos con su sudor, a morderle todos los trocitos de piel que podíamos encontrar, y a retorcerle los pezones para que lagrimee con ganas. Ahora su llanto era genuino, y hasta los mocos que le caían de la nariz nos excitaba como para partirla en dos, mientras su voz nos pedía más, repitiendo una y otra vez: ¡Cójanme toda, que soy re putita, re puta soy, una puta de mierda que quiere pija todo el día! ¡Cogeme la boca guacho, y vos culeame toda, rompeme el culo!

De pronto, en medio de los estiletazos que hacían gemir a Sole, estremecerse hasta la nuca a Osvaldo, y llevar a mis sentidos al mismísimo infierno, se escuchó algo así como un pedo prolongado de la boca de mi esposa, precedido de una arcada monumental, y luego, un ahogo ensordecedor, mientras Elías le gritaba: ¡Dale cerdaaaa, tragate mi lechitaaa, toda para tu boquita de putita sucia!

Elías había comenzado a acabar como un condenado, sin reprimirse movimientos bruscos, con los que parecía estar a punto de romperle el cuello a mi pobre esposa. Mientras tanto, mi pija seguía impulsada por mi cuerpo hasta el tope de su vagina. Tanto que, sentía en mi glande las envestidas que Osvaldo seguía ofreciéndole a su culo. Elías tuvo problemas para bajarse de la silla una vez que terminó de sacudir su pija contra la cara de Sole, donde finalmente vertió sus últimos chorros. Daniel nos veía pajeándose, pegado a la pared como un borracho demente. Y entonces, Osvaldo y yo, casi que movidos por una organización que no necesitaba de palabras, nos levantamos al mismo tiempo, sin retirar nuestros granaderos de los agujeros de mi esposa. Soledad estaba casi disfónica de tanto gritar, gemir y pedirnos leche.

¡Qué suerte que tienen tus hijos Sole! ¿Sabés qué? ¡Debe ser hermoso despertarse, y mirarte las tetas, o la bombachita por los vestiditos cortitos que te ponés! ¡Sos una mami re calentona bebé!, le decía Osvaldo, sosteniendo un ritmo lento adentro de su culo, mientras yo se la dejaba suspendida, casi toda instalada en la concha. Hasta que ambos la dejamos sin pito por un ratito, para empezar a golpearle el culo y la concha respectivamente con nuestras dagas en celo, mientras ella decía: ¡Sí, soy re calentona con mis bebés! ¡Y cuando crezcan, yo les voy a enseñar a pajearse! ¡Les voy a sacar las lechitas con las manos, y les voy a mostrar las tetas, y cómo me subo y me bajo la bombachita para ellos!

No sé por qué razón, para mis instintos aquello había sido demasiado. Luego de un renovado golpeteo de nuestros pubis en el suyo, y en su culito cada vez más colorado, le enterré la pija en la concha, y empecé a largársela toda adentro, mordiéndole una teta, diciéndole como un loco: ¿Y vas a petear a tus hijos, putita? ¿Les vas a entregar la conchita, y el culito que te está rompiendo el gordo? ¿Les vas a pedir que te meen las tetas, también? ¡Tomáaa, hija de puta, te hago otro bebé, por putita!

Sentía que mi leche me abandonaba por completo, casi tanto como las pulsiones de mi cerebro enardecido. Pero entonces, cuando todavía no había terminado de desabotonarme de mi esposa, Daniel me reemplazó, y durante unos minutos, Osvaldo y él estuvieron penetrando a Soledad, parados en el medio del living, medio que agarrándose del respaldo del sillón. Osvaldo no había resignado su posición, porque, anhelaba más que ninguno llenarle la cola de leche, como finalmente lo hizo, luego de que ella le pidiera urgente: ¡Dale guacho, culeame toda, así, culeame, culeame más, como si fuese la putita de tu hija! ¡Esa que tiene 19, y que seguro se la pasa peteando a los viejos como vos! ¡Rompeme la colita, dale, castigame bien el culoooooo!

Osvaldo, ni bien empezó a rebalsarle la cola con su esperma, nos ofreció un concierto de puteadas, gruñidos, espasmos y chirlos que resonaban en los muslos de Soledad, sin dejar de buscar mi mirada, o mi aprobación. Elías se pajeaba, todavía desnudo, y Daniel trataba de profundizar un poco más en la concha de mi pobre Sole. Hasta que la acomodó contra el sillón, una vez que Osvaldo retiró su ejército de carne de su objetivo principal, y arremetió con todo, escupiéndole las tetas. hasta que, tal vez sin evaluarlo, ni medir consecuencias, la empujó bruscamente para que caiga al suelo sobre sus rodillas, y le gritó: ¡Ahora te voy a maquillar esa carita de atorranta que tenés, putita de mierda!

Ahí la Sole se brindó de lleno a mamarle la pija, a comerle los huevos, y a pajearlo mientras le mordisqueaba las nalgas. Daniel le había pedido que le chupe el culo, pero eso era algo que a Sole no le agradaba demasiado. Osvaldo también se había acercado para que le limpie el pito con la lengua. Pero Daniel, en el momento en que Soledad se disponía a pajearlo con las tetas, él la cazó del pelo y le refregó toda la pija en la cara, mientras eyaculaba como un toro en llamas. Fue tanto semen que hasta le salpicó la espalda, le hizo un tremendo pegote en el pelo, y hasta alcanzó para que el paladar de mi esposa pueda saborear una buena porción. Y, en el momento sublime, mientras Dani gimoteaba al derramar sus últimas gotas en las tetas de Soledad, ella gritó, casi que sin voz ni sentidos humanos: ¡Vení bebé, que necesito que me hagas pis en las tetas! ¡Me lo prometiste! ¿Te acordás? ¡Quiero pichí de nene en las tetas! ¡Ahora!

Elías pensaba, o tal vez sentía que su nombre no le era propio, porque ni atinó a levantarse. Pero Osvaldo lo cazó del brazo, y lo llevó hasta donde Sole seguía arrodillada, diciéndole: ¡Dale nene, vamos a hacerle pis a la pendeja esa, que te espera con las tetas llenas de lechita!

En cuanto Elías estuvo frente a ella, Sole le empezó a dar besitos en las piernas, el pito, la panza, y a hacerle cosquillas en el ombligo con la lengua, susurrándole cosas que no se descifraban del todo. Solo se alcanzaba a entender: ¡Dale guacho, meame toda, haceme pis, meame las gomas, como si fueras mi hijo!

Elías lo logró, en el momento en que uno de los dedos de Soledad comenzaba a punzarle el culito, y su pito se perdía entre sus tetas magníficas. En cuanto empecé a escuchar el ruido de la meada, me acerqué a mirar. Soledad se metía un dedo en la vagina, mientras que con los otros dedos juntaba gotitas del pis del pendejo y se los lamía. Era obvio que, tanta cantidad no podía ser solo suyo. Así que, ni bien le pregunté: ¿Vos también te measte Sole?, ella me respondió sacándome la lengua para lamerle el pito a Elías, que ya volvía a tenerlo al palo otra vez.

Pero, en el fondo empezaba a sentir que todo se había desmadrado para la mierda. Necesitaba que ellos sigan teniéndonos respeto. ¿Pero, cómo se volvía después de semejante mediodía? De golpe, miré la hora en el reloj de pared. ¡Ya era casi la hora de ir a buscar a los chicos al colegio!

¡Muchachos, ustedes, ahora vuelvan a sus actividades! ¡Ya les devuelvo la luz! ¡Sí, fui yo el que corté la térmica! ¡Pero, le debía este regalo a mi esposa! ¡Aparte, por más loco que les parezca, yo también disfruto mucho de verla coger con otros tipos!, dije al fin, como para comenzar a romper el hielo. Eso último, aún no lo había experimentado. Por lo tanto, no era del todo cierto. Pero me había gustado tanto que, empezaba a sentir una nueva erección mientras se los decía. Ellos, parecían de a poco salir de un trance espectral, en el que solo convivían nuestras ganas de darnos placer, sin limitaciones.

¡Che Gastón, y Sole! ¡Nada, creo que, no debería repetirse otra situación como esta!, dijo Daniel, ya vestido prolijamente, recuperando un poco de la pulcritud que solía tener hasta para hablar.

¡A mí me re cabió la Sole! ¡Es tremenda chupando!, agregó Elías.

¡Tremendo loco! ¡Yo quiero más de ese culo, otra vuelta!, dijo Osvaldo, que fue el único que no podía mirarnos a los ojos. Era el más decidido, y, sin embargo, parecía el más afectado.

¡A mí me encantó que me cojan así! ¡Y, yo también quiero más! ¡Pero, esto yo no lo decido sola! ¿No amor?, intervino mi esposa, intentando levantarse del suelo empapado. Yo le extendí una mano para ayudarla a incorporarse, y entonces todos la vimos bañada en leche, con las tetas moreteadas, el culo colorado, la conchita abierta y enrojecida, y con hilos de pis chorreando por sus piernas. Tenía el pelo revuelto, engrudado y electrificado. Conservaba una felicidad en la mirada que, la hacía más puta de lo que amenazaba con ser unas horas atrás.

¡Bueno, ahora, vos tenés que ir a buscar a los chicos! ¡Ponete un vestido corto, un corpiño, y calzate! ¡Vas a salir sin bañarte, y sin bombacha! ¿OK?, dije, como si fuese el juez más perverso y corrupto de todos. Los muchachos me aplaudieron tímidamente.

¡Pero es cierto que no lo decidís sola! ¡Sin embargo, vos sabés que, yo voy a darte lo que necesites! ¡Y, si lo que necesitás, es más pija, bueno, no me opongo con que ellos te la den! ¡Si es lo que querés! ¡Es mejor que sean conocidos, de última! ¡Pero, eso sí! ¡Cuando yo estoy, me sumo! ¡Y, que no sea todos los días! ¡Y, además, vos, una vez que los recibís, te quedás en bombacha, y en tetas! ¡Vas y venís por la casa así, para alcanzarles lo que te pidan! ¿Estamos todos de acuerdo?, alegué, volviendo a planificar distintos encuentros en mi mente con mi esposa, en los que yo podía estar o no.    Fin

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