Necesitaba laburo, porque la empresa en la que me desempeñaba como operario informático, había quebrado estrepitosamente. Hacía unos pocos días que se había levantado la pandemia, y todo estaba patas para arriba. Entonces, cuando le comenté de mi situación a Elbio, mi mejor amigo, me ofreció algo que, de no ser porque estaba en verdaderos apuros financieros, no lo habría aceptado.
¡Mirá Gus, es sencillo! ¡Yo te pago para que cuides a mi hija! ¡Sabés que, bueno, en el quilombo en que estoy metido, se me hace difícil encarrilarla! ¡La madre no se hace ni cargo! ¡Para colmo, parece que ahora sale con un colombiano! ¡De todas formas, pensalo! ¡La Dana tiene 16 años ya, y le va como el culo en el colegio! ¡Y, bueno, algo súper confidencial, que tenés que saber, es que está embarazada, de 5 meses! ¡Creo que eso fue lo que terminó de hacer explotar a su madre, y por supuesto, usar ese pretexto para echarme en cara que soy un desastre como padre!! ¡Para ella soy el único culpable de todo!, me explicaba por teléfono, apresuradamente, mientras concertábamos mi visita a su casa. ¿Yo, niñero de una adolescente preñada? ¡Bueno, pero, es la hija de tu mejor amigo!, me decía para intentar darle un sentido lógico a este disparate. Yo sabía de computadoras, de informes, de ficheros digitales y de todo lo relacionado a las redes. Pero, ni siquiera había estado tanto tiempo con mis hijos como para poder comprenderlos. Eso, también mi esposa me lo recordaba cada vez que podía, si llegaba tarde del laburo, o no me predisponía con ganas a los paseos familiares de fin de semana. Por otro lado, no podía seguir esperando que me caiga un trabajo del cielo. Así que, me armé de valor, y fui a la casa de Elbio. Enseguida nos pusimos a tomar unos mates, y él, como si mi decisión estuviese tomada, y mi respuesta se tratara de un sí inapelable, empezó a contarme de las formas de pago, de las comodidades de la casa, y los horarios. Era solo desde la mañana hasta las 4 de la tarde, cuando él volvía de la oficina.
¡Dejate de joder querido! ¡Está todo más que resuelto! ¡Son, unas semanas nada más! ¡O bueno, el tiempo que te lleve encontrar alguito! ¡Yo igual, voy a tirar líneas en el laburo, a ver en qué aria te podemos ubicar! ¡Aparte, la pendeja te va a caer bien! ¡Es media mañosa para la comida! ¡No le gusta la verdura, y esas cosas! ¡Pero vos no sos el padre, y a vos, no te va a manipular para que le cocines las boludeces que le gustan! ¡Yo ya no tengo mucha paciencia! ¿Viste?, me decía, mientras cebaba un mate, se armaba un cigarrillo con su tabaco y relojeaba el celular. Al parecer, esperaba un llamado de un cliente. En eso, apareció una chica despeinada, con cara de dormida, gordita y con una remera ancha, sin corpiño, y en pantuflas. ¡No podía tratarse de otra chica que de la famosa Dana!
¡Pa! ¿Me das un cigarrillo? ¡Hola Gustavo, tanto tiempo!, decía en voz baja, mientras me encajaba un beso apurado en la mejilla, y miraba con avidez los puchos que ya se había armado el padre.
¡No hija, ya lo hablamos! ¡Estás embarazada! ¡No deberías fumar!, decretó mi amigo, sin mirarla siquiera.
¡Escuchame, Gustavo se va a quedar todos los días, ¡para cuidarte! ¡Va a ser algo así como, tu niñero, o un tío! ¡Sé que te cae bien, dentro de todo! ¡Y yo confío en él! ¿Estás de acuerdo? ¡él, llega a las 8 de la mañana, y te lleva a la escuela si lo necesitás! ¡Pero, lo esencial es que te cocine, te ayude con las cosas de la casa para que no hagas fuerzas, y para que no me encuentre con sorpresitas!, agregó Elbio, haciendo que el rostro de la chica entre en un mar de confusiones. Sin embargo, cuando habló pareció infranqueable.
¡Bueno, al final, si estoy o no de acuerdo, no cambia nada! ¡Siempre se hace lo que vos querés! ¿No pa? ¡Así que, Gus, vas a ser mi niñero! ¿Sabés lavar bombachas? ¿O, poner toallitas femeninas?, se expresó con una amplia sonrisa, entre maliciosa y tierna. Elbio le dijo que era una desubicada, pero se suavizó cuando yo intervine para calmar los ánimos.
¡Vos, porque no la conocés! ¡Es una rebelde sin causa!, me dijo por lo bajo, mientras ella arrastraba sus pies hacia su pieza, donde se encerró. No volví a verla hasta el lunes, en que comencé a trabajar.
¡Y, cuando esté Gustavo en casa, nada de andar ligerita de ropa! ¿ME escuchaste Dana?, vociferó Elbio, mientras me cebaba otro mate. La piba le respondió un sí demasiado exagerado, y acto seguido, mi amigo me reveló, un poco avergonzado tal vez: ¡Mirá, la verdad es que, el padre del bebé no sabe ni ella quién es! ¡Yo la encontré varias veces, cuando llegaba del trabajo, con un pibe distinto! ¡Una vez, chupándole el pito a un pibe, muy sentado en la mesada, y ella arrodillada! ¡Otra vuelta, cogiendo con otro en mi propia cama! ¡Y, varias situaciones por el estilo! ¡No sé por qué carajos no se le dio por las chicas! ¡Así que, si ves, sospechás, o la descubrís en alguna, me pegás un tubazo, o me mensajeás! ¡Y, si no puedo responderte, confío en que vas a poder resolverlo!
Ahora me quedaba claro de qué se trataba aquello de las sorpresitas. En la noche, ya en la cama, junto a mi esposa, recreaba en mi mente imágenes de esa nena haciendo chanchadas, y no lo podía creer. Tampoco era posible que la pija se me ponga como de cascote. ¡Elbio no la retó por andar prácticamente en tetas! ¡Y, qué hermosos pechos tenía! ¡A pesar de su carita de nena, sus ojitos pícaros, y su pancita, no se podía decir que no era tentadora! ¡Pero, tiene un año más que tu hija!, me repetía como para bajar la adrenalina de mi cuerpo. Mi esposa estaba contenta con que pueda darle una mano a Elbio. Además, era un trabajo. Pero, no le hacía mucha gracia que esté tantas horas con ella. Y, sus miedos no eran del todo irracionales.
Finalmente, el lunes toqué el timbre de la casa de Elbio, a las 7 y pico. Él estaba a punto de irse. Me dejó las últimas recomendaciones, y me pidió que le lleve el desayuno a la cama. Es algo que a Dana la pone de mejor humor para afrontar el resto del día, me había dicho. Por lo que, una vez que se fue, me dispuse a preparar café con leche, unas tostadas con manteca y mermelada de frutos rojos, y entré a su pieza, cuando ya eran las 8 y media. No hizo falta que la llame. Dana estaba sentada en la cama, mirando su Instagram, riéndose vaya a saber de qué video, o meme. Le dije que traía su desayuno. Ella apenas levantó la mirada para decirme: ¡Gracias Gus! ¿Me alcanzás una bombacha del segundo cajón?
Me quedé perplejo por un momento. Pero sabía que parte de mi trabajo, tal vez sería ese. Así que, en modo tortuga abrí el cajón, como si no quisiera ver el contenido, y metí una mano para palpar alguna bombacha.
¡Dale Gustavo! ¡No me vas a decir que le tenés miedo a mis bombachas! ¡Fijate que hay una blanca con puntillitas, onda vedetina! ¡Esa quiero!, me dijo de golpe, mientras mordisqueaba una tostada. Entonces, la divisé, solita en un rincón. La tomé en las manos y se la acerqué, temblando como un idiota. Pero, eso no fue nada comparado como cuando vi lo que estaba haciendo. La muy atrevida les sacaba fotos a sus tetas llenas de migas, totalmente desnudas, con los pezoncitos parados. De hecho, erguía un poquito el tórax para que se le paren más.
¿Te estás sacando fotos? ¡Imagino que son para vos! ¿No?, le pregunté.
¿Vos, pensás que tengo una teta más grande que la otra? ¡Mirame bien! ¡Y no seas vergonzoso, que son tetas! ¿O también te ponés colorado cuando se las mirás a tu esposa?, me dijo, quitándose por completo la sábana que le cubría el abdomen, dejando a la vista el rojo intenso de su bombacha. No quería mirarla, ni acorralarla, ni atreverme a nada. Pero ella insistía.
¡Sí, me saco fotitos, para vendérselas a mis compañeros, que las usan, imagino que para pajearse! ¡No tiene nada de malo! ¡Pueden ser las tetas de cualquiera! ¡Mi cara no se ve! ¡Pasa que, mi viejo no me larga un mango! ¡Y, yo necesito comprarme algunas cosas!, se explayó después, mientras esperaba mi respuesta, impaciente, sorbiendo de a poco el café con leche que le había traído.
¡No sé Dana, para mí, son iguales! ¡Pero, no sé si el embarazo, te las hincha un poco! ¡Yo las veo igual! ¡Y, no seas insolente conmigo, que mi esposa no tiene nada que ver!, le respondí, aturdido y maravillado. Le recordé que tenía que bañarse luego, y que la esperaban algunos prácticos para el cole. Ella se puso de malhumor al instante, y me respondió con pocas pulgas. Le dije que iría a comprar las cosas para el almuerzo y regresaba. Ella me dijo que no era necesario que la acompañe al colegio, y entonces le respondí que ya lo veríamos, más tarde. Salí del cuarto, con el recuerdo fresco de sus tetas en la mente, y el tacto de la bombachita que le alcancé ronroneando en mis manos. Tenía el pito al borde de colapsar de leche. Necesitaba pajearme, o se me haría difícil soportar el resto del día. Pero, traté de bajar los decibeles, yendo a comprar al minimarket que había al frente. De paso, me di una vuelta por la farmacia, porque no quedaban medicamentos de primeros auxilios. Cuando me fui, Dana ya había entrado al baño para ducharse, lo que me dejó un poco más tranquilo. Pero, cuando volví, que fue cerca de la hora y media por lo menos, me sorprendió que no estuviese en su pieza, echada y mirando el techo, como Elbio me advirtió que era su pasatiempo favorito. Entonces, me dirigí al escritorio, para avisarle que ya estaba en la casa. ¡Casi me da un ataque de inconsciencia! Ahora, la nena estaba sentada en una silla giratoria, en tetas, con la bombacha blanca que me había pedido que le busque, y con un trípode sobre el escritorio, desde el que su celu no paraba de tomarle una y otra foto.
¿Le vas a contar a mi viejo que me saco fotos en bolas? ¡Aparte, estoy en bombacha! ¡La zorra no se la muestro a nadie!, me dijo, observándome como si fuese un tío mala onda.
¡No voy a decir nada, aunque, tal vez debería! ¡Nena, lo que estás haciendo, de algún modo, es prostituirte, por unos pesos! ¿Por qué no le pedís plata a tu viejo? ¡No creo que tenga problemas en darte algo! ¡Aaah, y cuidá tu lenguaje, porque no me gusta que te dirijas así!, le decía, mientras se levantaba las tetas con las manos para que la foto se imprima con mayor definición. Ella esbozó una sonrisa, y me tiró un beso.
¡Vos sos re bueno Gus! ¡Pero, mi viejo no es así! ¡Para él, quedé embarazada por puta! ¡Y, fue un accidente! ¡él lo sabe muy bien! ¡Y, aparte, las fotos, las vendo bien! ¡Mil pesitos cada una! ¡Como me mandan la plata al MercadoPago, él no lo sabe! ¡Y no me jodas con el vocabulario, que me embola una banda!, decía, girando el torso hacia mí, mirándome completamente, tratando de rastrear algún signo de duda en mi rostro. Y, no tuvo tapujos en fijarse en la erección de mi pija.
¿A vos, te gustaría que te venda una de mis fotos? ¿Me comprarías? ¡Bueno, pero, que no te las vea tu mujer, porque se va a comer cualquiera! ¡Bah, no sé si te calientan las embarazadas!, agregó, llevándome a un lugar del que no sabría cómo retornar si yo mismo abría esos portales. No le respondí, y eso, para ella fue un punto de debilidad.
¿Querés que le pregunte mejor a tu pija? ¡A ella, parece que sí le gusta mirarme las tetas! ¿Te calentó que te pida una bombacha esta mañana? ¡Pasa que, la que tenía puesta, me apretaba mucho!, se expresó, mientras yo prefería dar unos pasos lentos hacia la cocina, mientras le tartamudeaba: ¡Mirá, Dana, yo no quiero líos! ¡Mejor, te voy preparando el almuerzo! ¡Y, decime, si después, te acompaño a la escuela! ¿Te hago un puré de zapallo, como sugirió tu viejo?
Ese día pasó sin más sobresaltos. Durante la siesta, una vez que ella partió sola para el colegio, tras devorarse las milanesas con papas fritas que le cociné, me puse a ordenar un poco. No quería entrar a su habitación, pero la curiosidad me venció. No le toqué, ni moví, ni limpié nada. Según Elbio, ella debía hacerse cargo de eso. Salvo, si aquello requería ciertos movimientos bruscos. Pero, debajo de su cama tenía un millón de bombachas sucias, varios consoladores, lapiceras, cargadores de celulares, y miles de cajitas de forros. Además, unos 5 chupetes, dos mamaderas rosadas, toallitas femeninas, y un álbum de fotos de pibes mostrando sus pijas. Uno de los chupetes estaba todo mordisqueado. ¿Elbio estaría al corriente de esto? ¡Bueno, pero no tenía nada de malo! ¡En el fondo, está sola, por lo que parecía, y necesitaría complacerse! ¿A quién le vendía las fotos de sus tetas? ¿Qué tanto necesitaba comprarse con esa plata? Y mientras pensaba, agarré una de sus bombachas, y la llevé a mi nariz. El olor a pichí que tenía me inundó los océanos de mis estructuras. No pude otra cosa que pelar la chota, oler esa bombacha sucia y pajearme como un lobo en celo, viendo los pitos de esos pendejos, observando el caos del escondite de su cama, y pensando en sus tetas llenas de migas por las tostadas en la mañana, o en la forma que tenía de aferrarlas con sus manos. Ni me preocupé en llenar esa bombacha meada con mi leche, una vez que mi desesperación fue más fuerte que la prudencia, la amistad, y mis obligaciones. Pero, cuando por la tardecita me encontré con Elbio, no hubo ninguna queja de mi trabajo. Dana ya estaba preparando unos mapas, merendando una ensalada de frutas en el escritorio. Elbio me pagó 5000 pesos, y me dijo que me esperaba al día siguiente.
El martes, cuando le llevé el desayuno a Dana, esta vez la encontré dormida. La llamé, pero no acusó recibo. Le sacudí un brazo, y nada. La destapé, y así como lo hice volví a taparla, porque estaba en bombacha.
¡Hola Gus! ¡Me trajiste la mamadera? ¡Ya que, ahora tengo niñero, bueno, me gustaría una chocolatada caliente!, dijo Dana, abriendo los ojos de a poco, con la voz ronca, destapándose lentamente.
¡Mirame si querés Gus, que los pibes tienen que pagar para hacerlo! ¡Y vos no, tonto! ¡Además, estoy en bombacha!, decía, moviendo las piernas, dándose vueltas para quedar boca arriba. Yo, la miré atentamente. Noté que, cuando movía las piernas, un intenso olor a pis emergía de sus sábanas, o de su bombacha.
¡Dana, no juegues conmigo, porque yo estoy trabajando! ¡Me gustaría que tomes el café que te traje, y después, te bañes! ¿Dale?, le aclaré, tratando de llevar las cosas a un lado razonable.
¡Pero, me bañé ayer Gus! ¿Te acordás? ¡Aaah, ya sé por qué me lo decís! ¡tengo olor a pichí! ¿No? ¡Es que, ayer, bueno, hice una videollamada con un chico, y bueno, me mojé toda! ¡Pero, me cambio la bombacha, y listo! ¿Me pasás una limpia del cajón?, me solicitó, poniéndome al tanto de sus actividades nocturnas, cargándome de una obsesión que me hacía doler los huevos. Esta vez, fui hasta el cajón, pensando en darle la primera que encontrase. Cuando la elegí, se la tiré, sin saber qué decirle.
¡Gus, no te vayas! ¿Me ayudás a ponérmela? ¡Pero mirá, yo me tapo, y vos, solo tenés que ayudarme con las piernas! ¡Es que, me duele la panza! ¡Algo me cayó mal! ¡Creo que la sopa que me hizo mi viejo a la noche!, me dijo, y entonces, fiel a lo que me habían pedido, me acerqué, una vez que ella se tapó. Se quedó quietita, esperando mis acciones.
¡Dale, tomá! ¡Pero, primero, tenés que sacarme la que tengo! ¡Yo ya la llevé hasta un poquito antes de las rodillas!, me dijo, con una sonrisa macabra en los labios. Sabía que esa pendeja, en el fondo jugaba conmigo. Pero, yo quería jugar con ella, sin que fuese evidente. Así que, hundí mis manos bajo sus sábanas, sentí una electricidad tremenda cuando le toqué una pierna, y di enseguida con el elástico de su bombacha. La tomé de ambos costados y la llevé de a poco hasta sus pies. Los tenía fríos, sudados y chiquitos. La bombacha, estaba mojada y caliente. No me atreví a hacer otra cosa que tirarla bajo su cama. Entonces, agarré la bombacha limpia que reposaba sobre su barriga.
¡Che, nena! ¿No sería mejor que te laves, antes de ponértela?, le dije, tieso como un gato de cerámica anclado en el suelo.
¡Hey, noooo, ni ahí! ¡Me acabé encima, nada más! ¡No me hice pis! ¡Si no me creés, preguntale a Sofía! ¡Ella seguro que ya se toca, o se frota cuando duerme! ¿Ya tiene 14, o 15 años? ¡Aaah, cierto que ya los cumplió! ¡Yo no pude ir a la fiesta, porque mi viejo me llevó a sus vacaciones, con la pesada de mi tía!, me dijo, mientras mi cara se desfiguraba. Me imaginaba a la menor de mis hijas, embarazada, con las tetas llenas de leche, frotándose en la cama, con la bombacha meada, y me ardía la cabeza. Traté de serenarme para ponerle la bombacha, y cuando llegué a sus rodillas, le pedí que siga ella sola hasta el objetivo final. Pero ella me susurró con la voz súper melosa: ¡No, dale Gus, ponémela toda entera! ¡No seas malo! ¿O te da cosita? ¡Mirá que solo estoy embarazada, y no me enfermé de nada! ¿Vos, Nunca le pusiste la bombacha a tu hija, cuando era chiquita? ¿O me vas a decir que no te gustaría ponérsela ahora, que está grande? ¡Tiene flor de totó la guacha! ¿La viste bien?
No sé por qué lo hice. No hubo lugar para arrepentimientos, después de todo. Ni bien terminé de ponerle la bombacha, le di un chirlo en el muslo, y se lo pellizqué, diciéndole algo como: ¡No hables de mi hija! ¡Si vos te embarazaste, por no saber cuándo cerrar las piernitas, no es mi problema, ni el de Sofía! ¿Estamos?
Ella, arrugó la cara, como si se estuviese por echar a llorar. Per se recuperó rápido del impacto de mi reacción, y me dijo: ¿Y a ella? ¿Le enseñaste a cerrar las piernitas cuando tenga una pija en frente? ¡Por ahí, ahora mismo le están haciendo un bebé!
¿Qué carajo querés de mí, Dana? ¡Esta tarde, voy a hablar con tu viejo, y me las tomo! ¡Yo no quiero problemas con una pendeja desubicada!, le dije, tirándole la sábana encima, sin poder quitarle la mirada a ese par de tetas relucientes.
¡Pero, si yo tampoco quiero problemas! ¡Solo te pedí, que me des la mamadera! ¿No te dijo mi viejo que, yo amo tomar la mamadera? ¡El degenerado, que no puede dejar de mirarme las gomas, y el que tiene la pija parada, sos vos! ¡Y, por otro lado, vos sos mi niñero! ¡Si le llego a contar a mi viejo que me pegaste, me pellizcaste, y me arrancaste el pelo para hacerme callar, y que me dijiste que soy una puta reventada, él te va a echar de una patada en el orto! ¿Qué apostamos? ¡Y vos, encima, no tenés un peso, ni trabajo! ¡No te conviene Gus!, me chantajeó la nena, mirándome el paquete de reojo, después al techo, y luego meneando las tetas. en un momento se las agarró con las manos, se las apretó y dijo: ¡Por ahí, si te portás bien conmigo, te puedo convidar, cuando les salga leche!
¿Qué decís Dana? ¡Yo no te insulté, ni te, yo, yo no te toqué el pelo! ¡Perdón por pegarte, y pellizcarte! ¡Pero, te desubicás, y te vas al pasto! ¡Yo no quise hacerte nada! ¡La que provocás, sos vos, como lo que acabás de decir de tus tetas!, le dije, en tono de disculpa, tratando de no mirarla a la cara, entre avergonzado y con ganas de darle un chirlo más fuerte en el culo. Y de repente, se sentó en la cama, buscó sus pantuflas con los pies, más o menos se las colocó, abrió la cortina para que el sol aparezca por entre la ventana, y se paró, sin mediar palabras.
¡Dana, escuchame! ¿Todo bien entonces? ¿Te traigo el desayuno?, le dije, advirtiendo un silencio que, poco tenía que ver con un enojo que no se imprimía en su rostro. De hecho, sonrió cuando le hablé, y se volvió a sentar. Tomó aire después de suspirar, y luego murmuró: ¡Sí Gus, todo bien! ¡Ahora, si no querés que hable con mi viejo, dame la mamadera!
Me quedé en shock. No podía moverme del suelo. era como si, dar un paso me costara toda la fuerza de mis músculos. Entonces, ella insistió, luego de sacudirse las tetas con las manos.
¡Dale Gus! ¿No entendés lo que quiero? ¡Bajate el pantalón, y dame esa verga en la boca! ¡Tengo que tomar la leche! ¿No sabés que las embarazadas vivimos antojadas?, me dijo histérica, haciendo que su cabellera le bese los hombros al mecerla de lado a lado con intensidad. De modo que, sin una muestra de compasión, me bajé el jean con toda la libertad de mis perversiones desbocadas, di unos pasos que me parecieron como de plomo, y le acerqué mi bulto a la cara. Ella hizo el resto solita. Se aprovechó de la exposición de mi glande que sobresalía del elástico de mi calzoncillo, y le pasó la lengua como a un caramelo cualquiera. Después lo rozó con la punta de su nariz. Quise decirle algo para alagarla, o darle ánimos, o para que me la chupe de una vez. Pero, solo podía concentrarme en los estirones de mi pija, en las dulces puntadas a las que me sometían mis bolas, y al tacto de su lengua, la que poco a poco se apropiaba del resto de mi tronco.
¡Ya tenés la mamadera caliente Gus! ¿En cuánto tiempo creés que me vas a dar la leche?, dijo mientras se refregaba mi chota por la cara. Ya me había bajado el calzoncillo del todo, y una de sus manos asía mi músculo a su placer. Cuando la primera lluvia de su saliva impactó en mi virilidad, gemí como un estúpido, y me sentí un ridículo.
¡Qué raro que todavía no me manoseaste las gomas! ¿Te da impresión que esté preñada?, dijo, e inmediatamente mis manos atraparon sus globos de carne fresca, suave y apetitosa. Sus pezones ardían en mis dedos nerviosos, y el latido de su corazón golpeaba en las palmas de mis manos cuando le amasaba las tetas con verdadera pasión, al tiempo que mi glande entraba y salía de su boca, todo babeado y resbaladizo por mis jugos seminales. Todavía mi tronco no llegaba a invadir su paladar. Pero esas mordiditas, lamidas, sorbetones ruidosos, escupiditas y palabras inteligibles contra mi glande, eran suficientes para hacerme temblar. Parecía que el suelo bajo mis pies era de arena húmeda, y que sus tetas se ensanchaban más y más en la templanza de mis manos.
¡Cómo te gusta chupar, nenita sucia! ¡Seguro que no es la primera vez que te aprietan las tetas así! ¡Y mucho menos que te metés una verga en la boca!, le dije, sintiéndome cada vez más desbordado. Se me vino la cara de Elbio a la mente, y un impulso furioso se apoderó de mis sentidos. Pero no hice lo que pensaba hacerle a esa nena cochina. al menos no durante la mañana. Es que, de repente, retiró mi pija de su boca para meterla en el hueco de sus tetas, y entonces comenzó a subir y bajar, apretándola todo lo que le fuera posible a su cuerpito, mientras su culito revotaba en la cama, y una de sus manos se internaba entre sus piernas. El aroma de su sexo evidenciaba el fuego que le empapaba la bombacha, y eso me tentaba a arrancársela y pegarle flor de cogida ahí mismo, en su propia cama, toda embarazada, sucia y en ayunas. Pero mi semen estaba cada vez más próximo de empacharle esa sonrisita burlona que solía tener, hasta que no quisiera pedirme ni el postre.
¡Dale Gus, dame la lechita, que me muero de hambre!¡Dale, no seas malo conmigo, que yo me porto bien! ¡Es más, si me das la leche, me baño, y hago las cosas de la escuela!, me decía, mientras acunaba mi pija dura y babosa entre sus tetas, las apretaba con fuerza y seguía sacudiendo el pelo. Hasta que, en un momento la empujé sobre la cama, le tironeé la bombacha hacia abajo, y disfrutando de su cara de sorpresa, le abrí las piernas para admirar esa preciosa hendidura femenina, brillante de flujos, casi sin vellos, con unos labios gorditos y seductores, y un orificio tan sexy que, era toda una invitación para procrear con ella, una y otra vez.
¿Me vas a coger Gus? ¿querés echarme el talquito en la concha?, me dijo mordiéndose el labio inferior, antes de empezar a chuparse uno de sus pulgares. Yo, recuerdo que le grité: ¿A mí no me hablás así pendejita culo cagado!, y que luego la zarandeé, de modo que su cabeza permanezca muy cerca de la orilla de su cama. Entonces, le di un par de chotazos en la cara, le metí mis propios dedos en la boca, pidiéndome que me los chupe, y cuando empecé a estrujarle las tetitas, la manoteé del pelo para calzar la dureza de mi músculo inflamado en su boca. Ahora sí experimentaba la sensación de entrar y salir con furia, hasta tocar la faz de su garganta, nutriéndola con su propia saliva, sin dejarla opinar en absoluto, y desgarrándome por dentro con sus gemiditos ahogados. Especialmente si le pellizcaba los pezones. Para colmo, sus manitos me pellizcaban el escroto y palpaban mis bolas pesadas de ansiedades prohibidas. Sentía que de mi verga brotaba una euforia que no me permitía pensar en otra cosa que en acabar lo más adentro de su garganta posible. Por lo tanto, cuando al fin le di un espacio para que tome aire, como a un pez moribundo en un páramo desierto, la oí decirme: ¡Dale papi, largame toda la lechita, que me muero de hambre, y quiero hacer pichí!, ahí fue que mi semen caliente como el centro mismo de la tierra emergió de la punta de mi chota, y no paró de fluir hasta convertirle la cara y los gestos en un blanco espectral. Tosió, tragó, se lamió los labios, saboreó y suspiró a modo de agradecimiento, al tiempo que se sentaba en la cama, acomodándose la bombacha. Me miraba desconcertada, pero con una carita de puta que se imprimió en mi memoria con el candor de las huellas más invencibles. Yo me alejaba de ella, poco a poco, subiéndome la ropa, por fin cayendo en la realidad que me esperaba. No pude hablarle, y procuraba no mirarle las tetas.
¿Te gustó cómo te la chupé? ¡A mí me pone re putita chupar pijas!, dijo sin ponerse colorada, levantándose de la cama con sensualidad, abriendo las piernitas con una mano sobre su nalga derecha. De pronto me quedé a solas en su cuarto, hecho un fantasma sin temporalidad ni presente. Era como si todo lo que tenía por hacer se hubiera esfumado por un precipicio sin fondo. Pero, ese día la bebé no quiso ir al colegio. Me lo dijo una hora después, luego de haber tomado su desayuno verdadero, sentada en la cocina, apenas en bombacha y un corpiñito azul.
¡Dana, todo bien con que no quieras ir! ¡Pero le tengo que informar a tu viejo! ¡En ese caso, tenés que hablar con él, para que te autorice!, le dije, tratando que entienda cuál era mi posición.
¡O sea, vos le podés explicar que me duele la panza, y ya fue! ¡Es que, esa es la única forma que me deja faltar! ¡Obvio que va a querer que llamemos a un médico! ¡Le podés decir que ya lo llamaste, y que, decile que me hice pis en la cama! ¡Eso, a él le da un poco de vergüenza!, me decía, sin dejar de sacudir su cabellera.
¡Dale Guus, Porfiii, hablale vos! ¡No tengo ganas que me grite, me sermonee, y empiece con que soy una vaga, una sucia, una burra que no sabe nada de la vida! ¡Aparte, me va a romper las bolas con lo del bebé, y estoy sensible para escucharlo tratarme como a una pendeja tarada! ¡Además, vos sos un tipo piola, mucho más comprensivo que él!, empezó a rogarme con un dedo en la boca, ya sentada sobre la mesa, con los pies en la silla, y el corpiño desabrochado. Sabía cómo manipular los sentimientos de un hombre débil como yo, y estaba convencida de eso. Tanto que, me guardé el celular en el bolcillo y me acerqué a ella. Le puse una mano en el hombro, y ella se estremeció.
¿Así que soy un tipo piola? ¿Y qué pasa si tu papá se entera que te dejé faltar a la escuela? ¡Porque vos, sos media tramposa me parece!, le dije, masajeándole el hombro y la espalda. Ella dejó caer su cuerpo sobre el mío, y me manoteó el paquete que volvía a transformarse en un músculo rocoso y sediento, mientras su ronroneo aventuraba suavecito: ¡Pero a vos te gustan las nenas tramposas! ¿No? ¡Dale, que ya te saqué la lechita esta mañana! ¿No querés bajarme la bombacha? ¡Yo, quiero comerte la pija con la concha, y el culo! ¡Mi bebé también quiere la mamadera!
Yo, no entendía cómo mis pies me mantenían anclado al suelo, con el peso del calor de su piel que olía a sexo peligroso, desenfadado y obsceno. Sé que ella metió su mano pequeña por entre mi ropa y empezó a pajearme lentamente sobre el calzoncillo, y que yo me prendí a mamarle las tetas, diciéndole: ¡Cuando tengas lechita acá, quiero probarla, pendejita chancha! ¿Cómo puede ser que estés tan caliente? ¿Será porque tenés un bebito ahí adentro?
¡O, por ahí, porque me encanta comer pijas, y que me traten de putita! ¿A tu hija no le gusta?, me dijo, justo cuando mis dientes le presionaban un pezón. Le tiré el pelo, sin la intención de hacerle daño, pero recordándole que no me copaba que hable de mi hija.
¡Bueno che, no te enojes, que seguro a ella le gusta! ¡Y, una vez que empiece a chupar pitos, no para más! ¡te lo juro!, insistió, mientras le bajaba la bombacha, casi sin proponérmelo. Es que el olor a sexo que subía como nubes de vapor directamente de su vulva me derretía por dentro, y me empalaba la verga como nunca.
¡Bueno, por lo menos, vos no le bajás la bombachita a ella, como mi viejo me lo hace a mí! ¿Sabías que él me embarazó?, soltó de pronto, como un comentario que no merecía la pena. ¡Me quedé helado! ¡Pensaba en penetrarla, comerle la concha y en someterla a una y mil poses distintas! ¿Cómo podía ser eso posible?
¡Nooo! ¡Vos me estás re chamuyando nena! ¿Qué decís? ¿Cómo se te ocurre semejante disparate?, le largué, separándome de su intimidad, como si de repente se hubiese vuelto tóxica, mortal o destructora. ¡No se lo podía creer! ¿Hasta qué punto llegaba el límite de sus manipulaciones?
¿En serio? ¿No me creés? ¿Después que te tomé la leche? ¿Y te estoy dejando manosearme toda? ¿Por qué pensás que a mi viejo no le jode que me pasee en bolas por la casa? ¡Porque le calienta tenerme así! ¡tu amiguito me coje hace un año por lo menos! ¡Me soborna con sexo para darme plata, o dejarme salir con amigas, cuando quiere! ¡Y bueno, una de esas veces, me acabó adentro, y me embarazó! ¡Pero, todo bien! ¡Lo voy a tener, y ese va a ser su karma! ¡Vamos a ver cómo hace con un bebé recién nacido, y una pendeja bruta, vaga, y re putona! ¡Dale, no te quedes ahí, que tengo hambre! ¿No querés tocarme la pancita?, me expresaba la guacha, calmándose de a poco con el correr de sus palabras, demostrándome una sinceridad que nunca le había visto en la mirada. ¿Sería cierto que, mi mejor amigo se atrevió a semejante infamia?
¡Che, igual, no lo culpes del todo! ¡Yo lo re buscaba! ¡Yo quería que me coja! ¡Desde que mi vieja nos dejó, yo empecé a flashearla con meterme en su cama, y dejarlo que me besuquee toda! ¡Me re pajeaba con esas ideas en la cabeza! ¡O sea, que, un poco los dos llegamos a que pase esto! ¿Entendés?, me explicaba, un poco a la defensiva, notando un cierto resquemor de malestar en mis actitudes. No sabía qué decirle. No sonaba tan imposible después de todo. Además, Dana estaba hecha una hembra fatal, irresistible, y con todas las artes que su boca le había demostrado a mi pija, no era difícil imaginarlos en la cama, cogiendo como locos, o a mi amigo sentado en su escritorio con su hija arrodilladita, mamándole la verga como si fuese el mejor juguete que papá Noel pudo haberle traído para navidad.
¿Y a vos, te gusta la idea de darle un bebé a tu viejo? ¿Estás segura de tenerlo?, le pregunté, entre conmovido y preocupado, acercándome a ella nuevamente.
¡Sabés los bebés que te daría a vos! ¡Me re calentás Gus! ¡Por ahí, después que nazca el hijo de tu amigo, te pido que vos me hagas uno! ¿Me harías un bebito?, me dijo, dejando caer un hilo de saliva en su teta, mientras se quitaba el corpiño y lo arrojaba al suelo.
¡Dale guacho, cogeme, que no doy más!, empezó a decir con ternura, mientras advertía que abría las piernas, y comenzaba a mearse encima, arriba de la mesa, y con la bombachita puesta. Me sorprendió aquel espectáculo, casi tanto como me calentó, hasta ponerme la verga aún más dura, si cabía la posibilidad.
¡Obvio que te haría un montón de bebitos, nenita puta! ¡Pero, las mamis no se hacen pis arriba de la mesa! ¿Ese es el ejemplo que le vas a dar a tus bebés? ¡Ahora, tu papi te va a castigar, por cochina!, le decía mientras le bajaba la bombacha, le succionaba los pezones y le permitía que me chupe los dedos como si me los estuviese peteando.
¡Pero te re calienta que me haga pichí en la mesa! ¿No papi? ¿Me vas a pegar en la cola, por meona? ¿O me la vas a clavar para que no lo vuelva a hacer? ¿Te gusta chuparme las tetas?, empezó a refunfuñar, cuando mi boca saltaba de una teta a la otra, su mano volvía a pajearme el pito, mi saliva le caía por el abdomen redondito y lleno, sus piernas se cruzaban y aflojaban totalmente empapadas, y sus gemiditos florecían como pistilos en celo.
¿Vos, que querés que te haga bebé? ¿otro bebito querés en la pancita? ¿Eee? ¿Querés andar preñadita, para que tus amiguitos te cojan en la escuela? ¿O para que te voltee un profesor? ¡Vamos, abrí las piernas bebota!, le dije en cuanto terminé de quitarle la bombacha y la revoleé por la ventana, directamente al patio. Ella, enseguida me atrajo hacia su cuerpo. Pero yo la agarré del pelo, y tras bajarme los pantalones como la situación lo ameritaba, la cacé del pelo para que me escupa la pija, y me regale un par de chupadas a fondo. Claro que, si la dejaba proseguir con sus lamidas de ensueño, era posible que vuelva a maquillarle la carita, como antes. Así que, me incorporé sin miramientos, la tomé de las piernas y acomodé mi glande en la entrada de su vagina, al tiempo que le decía: ¿La querés chiquita? ¿Te la meto toda? ¿Querés verga pendeja? ¿Te gusta mucho coger, y tomarte la mamadera de los tipos grandes? ¿Sos una putona alzada, que quiere que los grandes le hagan upita, para que la manoseen toda?
Ella respondía que sí a todos mis delirios, y me imploraba para que se la clave de una vez. yo disfrutaba de su carita desencajada, y de sus esfuerzos por comérsela toda con esa conchita afiebrada, meada y sensible. De hecho, estuvo a punto de resbalarse de la mesa. Hasta que decidí consentirla, y apretarla bien fuerte de las caderas para que al fin grite de placer cuando se la ensarté de un solo golpe certero. Empezamos a movernos. Sus tetas se sacudían y revotaban. Yo se las escupía, y ella me sacaba la lengua para que se la chupe, mientras la mesa se corría del lugar a causa del choque furtivo de nuestros pubis.
¡Síiii, quiero coger todo el día con esta pijaaaa, daleeee, dame verga hijo de putaaaaa, dale, que estoy embarazada, sucia, y soy una burrita, que va a la escuela a calentar la silla, y la verga de los profes! ¡Cogeme todaaa, hasta que mi viejo me escuche! ¡Quiero que sepa que no es el único macho que me garcha toda!, me gritaba, mientras el olor a sexo del ambiente ebullía como ases de luces multicolores, y el aroma a pis de sus entrañas me quemaba las fosas nasales. Pero nada me importaba en ese momento. Quería taladrarla, partirla al medio, encarnar mis dedos en su espalda y mi boca en sus pechitos. Quería escucharla gritar, sentir sus movimientos, imaginarme que la embarazaba una y otra vez, que ella se meaba en mi cama, y que la castigaba por insolente, por perra y cochina. supongo que, después de unos minutos en los que ninguno dijo más nada, y en los que solo se oía el traqueteo de mi pija entrando y saliendo de sus humedades tan perversas como las mieles de la más fecunda perversión, opté por arrancar mi pija de sus rincones para darla vuelta, casi sin esfuerzo. Recuerdo que desaté un show de nalgadas en esa colita de nena suave, bien parada y cargada de lunares, y que ella gritaba en cada una de ellas, diciéndome: ¡Aaaiyaaa, asíii, cagame a paloos, pegame en la burrita turro, que te encanta! ¡Ojalá le pegues así a tu hijita también, cuando te la embaracen, a la muy trola! ¡Dale, aaaay, asíii, máaaaás, pegameeee, marcame toda la cola, Asíiii guachooo!
¡Basta de nombrar a mi hija, guacha de mierda! ¡A la que le gusta por la boca, la concha y el culo, es a vos! ¡Por eso te preñaron!, le grité, mientras le daba el último chirlo en la nalga derecha. Después de eso, me dediqué a calmarle el ardor de esas redondeces de ensueño con la boca. Se las llené de besos, mordiscos y chupones. El olor a culito de esa bebota me embriagaba casi tanto como su olor a puta, a pichí, a embarazada y a mujer incorregible. Cuando le abrí los glúteos y le escupí el agujerito, no pude resistir jugar con is dedos allí, y poco a poco, a penetrárselo con uno de ellos. Ella gimió, pero era cierto que no lo tenía tan apretadito como me lo imaginaba. Así que, en un arrebato de furia incontenible le grité: ¡Dale guacha, acomodate bien, y sacame todo ese culito para afuera! ¡Seguro que a él también le gusta que le den la mema! ¿No?
No esperé a que termine de ponerse como mis ansias lo precisaban. La ayudé un poco para que no se resbale de la mesa, y después de pajearme brevemente entre sus cachetitos, le dije: ¡Ojo bebé, que te la meto! ¡No voy a parar hasta llenártelo de leche! ¿Querés? ¿O te la querés tomar, cuando me falte poquito para acabar?
¡Síiii, garchame toda por el orto! ¡Pero, después, cogeme la conchitaaaa! ¡Quiero pija en la conchaaaaa!, pronunció en el momento en que mi glande se deslizaba por todo lo largo de ese tajo súper lubricado. Recuerdo que le apretujaba las tetas como si su dolor no me importara en lo más mínimo, mientras la cabeza de mi chota comenzaba a empujarle el anillo del culo. Y de pronto, en un estallido de gritos y jadeos babosos, al fin mi pene le entró al menos hasta la mitad, en un empellón que me hizo estremecer hasta las rodillas. Ella intentaba frotarse el clítoris con una de sus manos, dejando que su lengua sea absorbida por mi boca sedienta, y que sus tetas sigan prisioneras de mis manos cada vez menos amigables. Cuando volví a empujar, supe que le había entrado toda la verga, porque mis huevos se chocaron con sus nalgas, y desde entonces, empezamos a columpiarnos en un éxtasis que parecía no tener fin, ni principio, ni destino. Ella gritaba, me mordía los dedos o el brazo cuando buscaba taparle la boca, y me pedía que le pellizque las tetas, bien fuerte. También me decía que su bebé estaba contento ahí adentro, y que ella estaba segura que sería una nena. Decía que iba a ser tan puta como ella, y que le iba a enseñar a chuparla para que no se cague de hambre en el futuro. Sus gemidos se mezclaban con las boludeces que decía, con mis jadeos, y con los ruidos del tráfico incesante en la calle. Creo que allí reparé en que la ventana del living estaba abierta de par en par. Lo que era un verdadero descuido, ya que, si algún vecino curioso escuchaba los gritos de Dana, podía alertarse. O bien, si Elbio decidía volver temprano de la oficina. Aún así, para mí ya era imposible detener la máquina de carne que le perforaba ese orto de Gatúbela en llamas. Y ella, cuanto más le entraba, empujaba, le enrojecía las nalgas con mis arremetidas, y le decía que era una putita muy calentona, olvidaba reprimir sus gemidos, puteadas y escupidas.
¡Dale hijo de puta, reventame el orto, asíii, metela toda, bien hasta el fondo! ¡Meteme los huevos, cogeme más fuerte, asíii, dale forro, así, para que mi viejo sepa que te cogiste a su nena embarazada! ¡Te va a cagar a piñas si se entera, o nos ve!, me deliraba, sacando todo lo que pudiera su culito hacia atrás, ofreciéndome sus tetas para que se las mordisquee, y meándose una vez más. Aunque esta vez no fuera de una forma tan copiosa como al principio.
¿Ves lo que te pasa por calentona? ¡Te meás encima bebé! ¡No te la aguantás toda en el culo! ¡Vamos, date vuelta perrita, así te largo la lechita en esa concha de zorra que tenés!, le grité, mientras le lamía las tetas, le palmoteaba la concha y retiraba mis embajadores seminales de su cráter bastante más abierto ahora. Ella no se resistió. Pero, en vez de acomodarse para hacer efectiva mi ofrenda de leche para su vagina, se agachó y me la empezó a chupar con todo. La olía, se la pasaba por el pelo, se dedeaba el clítoris y me pedía que le apriete las tetas, como si quisiera sacarle la leche. Lloriqueaba de calentura, eructaba aún con mi pija entre los labios, me escupía las bolas, me rozaba el tronco de la chota con sus uñas, y no paraba de decirme que iba a darme un hijo. Hasta que, en un momento que creí inalcanzable, lejos de todas mis suposiciones, algo que yo jamás hubiese hecho con ninguna de las hijas de mis amigos, sentí que por fin mis estructuras se desbordaban por completo, y tenía que ser sobre la carita, la boca y las tetas de Dana. Gruñí como si se me fuesen a salir los pulmones, mientras una lluvia de semen se esparcía en libertad por la piel de esa nena perversa. Ella tragó lo que pudo, se untó otro tanto en las tetas, y ni le importó que mi pija se hubiese encarnado en el fondo de su culo magnífico. Una vez que le hube bañado todo con mi semen, la muy guarra se metió mi verga en la boca, una vez más, para asegurarse que no me quedaba ni un rastro de información genética en el glande. Cuando al fin me la devolvió, y sentí que de nuevo me colgaba del pubis como un brazo inerte, agotado y vencido, me la escupió un par de veces, mientras repetía: ¡Es re rica tu mamadera Gus! ¡Me encantó que me la hayas metido en la cola, en la conchita, y en la boca! ¡Ahora, te toca hacerme la comida! ¡Coger, siempre me da hambre! ¿A vos no te pasa?
Enseguida, casi sin mediar palabras, se puso el corpiño, un vestidito medio ordinario que reposaba en el sillón, y se puso a limpiar la mesa. Me sorprendió que tomara la decisión de hacerlo. Sin embargo, cuando terminó, lejos de ir a ducharse, o cambiarse, se aplastó en un sillón para ver una peli, mientras yo freía unas papas, horneaba unas milanesas y preparaba una ensalada de tomates. Seguía sin hablarme, a pesar de perseguirme con la mirada cuando pasaba cerca de ella. El olor a sexo inundaba el ambiente como un gas tóxico, y la fragancia de sus tetas en mi boca todavía me picaba en la lengua. Sentía su saliva abrazándome el tronco de la verga, y se me volvía a parar bajo la prisión de mi ropa, repleta de ganas de clavarse una vez más en su culito apretado, o en su conchita caliente.
La nena comió en el sillón, y fiel a su estilo de aplicarme la ley del silencio, se quedó en tetas para provocarme otra vez. la veía como se volcaba gotitas de jugo en el medio de sus globos infartantes, totalmente apropósito, y cómo los movía, se pellizcaba los pezones, y suspiraba, o pronunciaba unos “Aaay”, bien bajitos. También abría las piernas, y el olorcito a pis de su piel enternecía lo poco que me quedaba de humanidad. Pero, a eso de las 3 de la tarde llegó Elbio, con su malhumor habitual, preguntando por la pendeja. Ni le molestó encontrar su corpiño colgado en una silla, ni el vestidito que antes tenía puesto hecho un bollo en el sillón. No podía disimular que percibía el olor a sexo y a libertinaje que había en ese living. Pero, tal vez prefirió omitirlo. Dana ya se había recluido en su habitación.
¡Negro, te tengo flor de noticia! ¡Mañana empezás a laburar en mi oficina! ¡Rajaron a uno de los cadetes, y necesito a alguien de confianza! ¡Viste cómo somos de rompe huevos los abogados! ¡Por el papeleo, el sueldo y los demás detalles, no te preocupes! ¡Mañana lo resolvemos mientras nos tomamos un cafecito! ¿Qué te parece? ¡Ya no vas a tener que lidiar con esa pendeja! ¿Qué pasó? ¿Fue al colegio? ¡Por lo visto, se meó encima hoy también! ¡De vez en cuando le agarra la loca! ¡Supongo que es por la ausencia de su madre!, me recitó de un tirón, casi sin dejarme meter bocado. Mostré mi conformidad con lo del laburo, y le acepté una copita de vino para brindar por la oportunidad. Después, me pagó lo contenido por cuidar a su hija, me puso al tanto de lo más importante que tenía que hacer en el trabajo, y me pidió disculpas por tener que irse. Tenía una reunión urgente en el juzgado. Creo que ni siquiera me escuchó cuando le dije que Dana no fue al colegio porque estaba con dolor de panza, y algunos mareos.
¿Así son las cosas viejito! ¡El laburo manda! ¡Y más, si como en mi caso, te toca ser padre de una pendeja insolente! ¡Che, por otro lado, mañana tengo que contarte algo, muuuuuuy importante! ¡Tiene que ver con Dana! ¡Pero no puede salir de nosotros dos! ¿Te llevo a tu casa? ¿Te parece?, me decía mientras se ponía de nuevo el traje y recogía su maletín. ¿Sería que al fin el muy canalla iba a contarme que le hizo un bebito a su propia hija? Sin embargo, después de dos largas semanas, no hay un día en que no piense en esa nena ordinaria, cochina, vaga y tan sexual como atrevida. ¿Tendría razón con las cosas que sugería de mi hija? ¿Qué sería capaz de hacer si me enteraba que volvía embarazada de un tipo maduro? ¿Y si, antes de eso, mejor la embarazaba yo mismo? Fin
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Mmmm que rico, que nenita puta, merece segunda parte y que embarace a su hija mm.
ResponderEliminarJajaja! Mmm, Vamos a ver si al final Gustavo logró seducir a su hija para embarazarla. Tal vez necesite de la ayuda de su amigo Elbio!
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