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Enlechada en noche buena

 

Mi día había empezado como el orto. Primero, descubro que el gato me había comido el cable del cargador de mi celu. después, que el pibe que me gustaba, ya tenía novia, y que se trataba de una de las pibas que menos bancaba de mi curso. Y para colmo, durante la comida discutí con mis viejos, porque no me dieron permiso de salir a bailar por la noche con mis amigas. Tenían razón en prohibirme cosas, porque me había llevado siete materias, y la cosa estaba complicada para exigirles, después de la cantidad de plata que invirtieron en profes de matemáticas, inglés y francés. ¿Pero para qué carajos me mandaban a una escuela tan cheta, religiosa y careta? ¡Aparte, era noche buena, y todas mis amigas festejaban navidad en una casa con pileta, con música, alcohol, faso, y chicos! ¿Acaso ellos no fueron adolescentes?

¡Basta Vanesa! ¡Hoy es noche buena, y sabés que viene toda la familia a casa! ¡Tenés que ayudar a tu madre, hacer lo que te pida, y a la tarde, antes de bañarte, sería bueno que me ayudes con el patio! ¡Hay que correr tu elíptico, la bici fija, las pesas, y todas las boludeces que te compramos para que hagas ejercicio! ¡Y no voy a tolerar que te comportes como una chiquilina! ¡Cuando cumplas los 18, veremos! ¡Hoy, nada de baile, ni fiestitas, ni nada! ¿Se entendió?, me gritó mi padre, luego de la séptima vez que le rogué para que me deje salir en la noche. yo, impulsiva y sacada como estaba, golpeé el vaso vacío en la mesa y le grité, mirándolo a los ojos: ¡Sos un castrador de mierda! ¡Por ahí esta noche me escapo, y vuelvo preñada a casa, drogada, sucia y violada! ¡Me tienen podrido los dos!

En ese mismo momento supe que había metido la pata hasta la mierda. Mi viejo se levantó como un tigre rabioso, me manoteó de las mechas y me dio un cachetazo con el que me marcó la mejilla gravemente, mientras me decía: ¡Sos una pendeja de mierda, una mal agradecida, y una descerebrada si pensás hacer eso con tu vida, boludita! ¡Ahora, rajás a tu pieza, y te quedás ahí, hasta que a mí se me antojen las pelotas! ¿Oíste? ¡No te quiero ver, guachita de mierda!

Esa vez mi madre no se apiadó de mis lágrimas, ni de mis sollozos. También me miró como si sus ojos me cachetearan la otra mejilla. Así que, me levanté, caminé a mi pieza y cerré la puerta con toda la furia que pude. Escuché las puteadas de mi viejo, y luego a los dos discutir acerca de mi comportamiento. Pero los ignoré totalmente. Me saqué las zapatillas y las revoleé. También hice mierda contra el suelo un portarretratos en el que estaba a upa de mi viejo, y otro en el que estaba con los dos en una placita, cuando tenía unos meses. Tiré mi celular, un libro contra la pared, y me arranqué la remera. ¡Encima me lastimé una teta cuando me saqué el corpiño a los tirones! Me derrumbé en la cama, haciendo que se golpee contra la mesa de luz, y totalmente incomprendida, furiosa y con la mejilla caliente me eché a llorar. No sé cuánto tiempo estuve así, mirando el techo, mojando mi almohada, retorciéndome las manos, comiéndome las uñas, insultando a mis viejos, y a mí misma por no haber hecho bien las cosas en la escuela. En un momento me quedé dormida. Pero no tuvo que haber sido más de una hora, porque enseguida empecé a escuchar movimientos en la cocina, la cochera y el patio. ¡Seguro que de a poco iban a ir llegando todos! ¡Y yo, tirada en la cama, en bombacha, con los ojos hinchados, el pelo enredado y un humor de perros! Aunque, en el fondo, no me importaba nada más que mi propia bronca por no poder salir. ¡No quería bancarme a mis abuelos, ni ser la niñera de mis sobrinos, ni reírme de las mismas pavadas de todos los años! ¡Yo quería joder, bailar, tranzarme a los pibes que pudiera en la casa de Bianca, tomar, fumar, hablar al pedo, y cogerme a alguno, si se daba la ocasión! así que, solo atiné a manotear una cajita de cigarrillos que tenía en el cajón, y prendí uno, luego de sentarme más o menos en la cama. No tenía planeado pintarme, ni ayudar, ni salir a saludar, ni un carajo. Me puse a ver boludeces en el celu, a mensajearme con Bianca para darle la triste noticia de mi horrible vida, y a sacarme algunas fotitos. Siempre me gustó fotografiarme las tetas. Algunas veces, subía las que me gustaban a IG. ¡Me encantaba ver la cara de mis compañeros cuando, no sabían cómo hablarme en la escuela, o qué decirme después de verlas!

Entonces, escuché las vocecitas hilarantes de los nenes de mi hermano mayor, y a mi cuñada retarlos para que no toquen nada. Luego, la voz de mi hermana Paula, y la forma que tenía de suavizar lo que mi vieja le contaba de mi rebeldía.

¡Mami, sabés que no piensa así! ¡La Vane es una pendeja, y seguro que anda calentita con algún pibito, y hoy esperaba verlo, besuquearse con él, y ya está! ¡Ustedes se enroscan demasiado!, le decía Paula, mientras corrían muebles, y mi hermano hablaba en el patio con mi viejo del lechón que se iban a mandar por la noche. mi madre le sugirió a Paula que hable conmigo para hacerme recapacitar, porque quería una noche en paz, por los abuelos, el año difícil que tuvimos en el trabajo, y toda la bola. Ella le dijo que no me joda, que ya se me iba a pasar, y que eran cosas de adolescentes huequitas. Me enojé con ella por expresarse así de mí. Pero, agradecí que no viniera a darme lecciones de cómo ser una buena hija. Luego, escuché que habían puesto música, y a mi viejo canturrear una bachata. Yo encendí otro puchito, y seguí viendo cosas en el celu. Incluso me re colgué con un video porno en el que una chica rusa se metía dos pijas en la boca mientras otro con pinta de africano le olfateaba el culo. Y justo cuando ya se había incorporado para calzársela allí adentro, y mientras a la chica no le entraba una arcada más en la garganta, entró Favio, el novio de Paula. Abrió la puerta tan rápido que, no me dio tiempo a taparme siquiera. ¡Encima, sin poder explicármelo, me calentó que me vea así!

¡Hey, Vane! ¡Tu vieja te está llamando hace rato! ¿Qué hacés así nena?, tartamudeó, sin poder evitar que sus ojos se pierdan en mi semi desnudez.

¿Y vos, por qué no golpeás antes de entrar? ¡Tengo calor, y aparte, esta es mi pieza! ¡Decile que ya voy! ¡Ni la escuché!, le dije de malas pulgas, observando que no se movía, aunque había cerrado la puerta.

¿Y tu mamá sabe de ese arito en el ombligo?, me preguntó con malicia, sabiendo que me tenía en sus redes, orgulloso de descubrirme en falta.

¡Obvio que no! ¡Y vos, no se lo vas a contar! ¿Cierto? ¡Dale, andate que, me visto, y bajo a ver qué quiere mi vieja!, intenté zafar de la situación.

¡Quiere que le ayudes a preparar la ensalada de frutas! ¡Ya se cortó un dedo, y está que trina! ¡Y peor se va a poner cuando le diga lo que te hiciste ahí, sin su permiso!, me decía, señalando mi ombligo, acercándose de a poco a mi cama.

¡Aparte, nena, en serio! ¡Hay un olor a pucho acá que mata! ¡Y bue, a otras cosas! ¿Por qué no abrís la ventana?, me rezongó, esta vez posando sus ojos ladinos en mi bombacha.

¿Qué querés decir nene? ¡Si mi hermana se entera que me andás mirando el papo, o la bombacha, se te arma, tarado! ¿Olor a qué decís? ¡Yo fumo, porque se me canta!, le grité, tratando de no escuchar lo que pudiera sincerarme.

¡Primero, bajando ese tonito, pendeja! ¡Y, no sé, es como, olor a concha! ¿Te bañaste nena?, dijo con insolencia, corriendo una de las cortinas de mi ventana. Yo me eché a reír mientras le decía, ya sin poder disimular el hambre de puta que me quemaba por dentro: ¡Qué tonto que sos! ¡Obvio que me bañé! ¡Pasa que, hace calor, y se me transpira la bombacha, y las tetas! ¿Vos no tenés calor? ¡Mirá, cómo me brilla la frente del calor que hace! ¿O me vas a decir que a vos no te transpiran las bolas?

Él me miraba con la boca abierta, porque yo de paso me chupaba un dedo. Hasta que, sin pensarlo, me senté en la cama y estiré una de mis manos a su bulto. Con la otra le bajé la bermuda playera que traía, y cuando vi que el calzoncillo se le estiraba por la dureza de su verga, me acomodé en el borde de la cama para acercar mi olfato y lengua. Él, casi que no ofreció resistencias. Enseguida empezó a gimotear, y hasta se corrió el calzoncillo para que mi lengua lama su glande, le babee el tronco, y luego mis labios comiencen a convertirse en un anillo flotante, resbaladizo y ruidoso alrededor de su verga.

¡Aaay, cuñadita! ¡Quién iba a decir que te gustaba mamar verga! ¡Quién diría que, con ese olor a pata, a meo en la bombachita, y ese pelo todo pintarrajeado, sabías hacer esto con la boquita! ¡Tranqui bebé, asíii, chupala toda, que tu mami no va a saber nada del arito, ni que te fumaste todo! ¿Te gusta mucho el pito bebé?, me decía, enredando sus dedos torpes a mis rulos rebeldes, apretándome las mejillas cuando su pija permanecía dentro de mi boca. Yo no podía responderle, ni aunque quisiera, porque estaba súper enviciada con el sabor a macho de esa poronga ancha, de pocos vellos y tan rígida como un pedazo de turrón navideño.

¡Se ve que tenés experiencia Vanesita! ¿Te gusta que te acaben en la boquita, asquerosa? ¡Dale, así, abrí más, y sacá la lengüita, cosita de papi! ¡Mirame a los ojos, así, con la boca babeada, y colorada!, me decía cuando me agarraba de las mechas, me sacaba la pija de la boca para admirar mi rostro así, y me pegaba con ella en el mentón, o me la refregaba en la nariz. Él no había escuchado que unas voces masculinas lo llamaban, y que, acto seguido, otro alguien golpeó la puerta con cierta prisa. Yo quise decírselo, pero en ese momento me enterró una vez más la pija en la boca, y volví a petearlo con todas mis ansias. A pesar de eso, yo oía la pelea de mis sobrinos, los gritos de mi madre, el tarareo desafinado de mi viejo, el escape de la moto del vecino, y música festiva por todos lados.

¡Che Fabio! ¿Qué onda? ¡uuupaaaa! ¡Miralo vos al muy hijo de puta! ¿Así que la Vane se divierte con su cuñadito? ¿Qué onda guachona?, se interpusieron de inmediato las voces de Matías y Sergio, mis primos de 20 y 26 años respectivamente, hermanos entre sí. Fabio les hizo un gesto para que cierren la puerta y se callen la boca, mientras su verga temblaba pegadita a mi rostro, con las venas tan hinchadas como mi concha apretada por mi bombacha.

¡Qué sorpresita nos estábamos perdiendo! ¿Y hay para nosotros también, primita?, Dijo Sergio, acercándose de a poco para tocarme un hombro. Yo le dije que sí con la cabeza, porque en ese momento Fabio había vuelto a la carga con su pija en mi boca. Matías sonrió, prendió el ventilador de techo, me pellizcó una teta, y casi sin saber cómo, terminó colocando su pija a media asta en el hueco de una de mis manos. Apenas se la empecé a apretujar, sentía que se le paraba a una velocidad que me asustaba. ¡La tenía más grande que mi cuñado!

¡Yo sabía que eras flor de trola nena! ¿No vieron las fotos que se saca? ¡Yo vi varias en Instagram, de sus tetas! ¿También te sacás fotos en culo, Vane? ¡Qué putita te pusiste!, decía Mati, apretándome la mano para que lo pajee con más ganas, mientras Fabio daba unos pasos hacia atrás, y Sergio acercaba su bulto envuelto en un bóxer azul a mi cara.

¡Dale bebé, abrí la boquita, que me muero por saber cómo decís mamá, atragantada con una verga!, dijo el descarado, agarrándome del pelo para que friegue toda mi cara en la extensión de su miembro caliente, erguido y con olor a sudor. Eso me excitó aún más. En cuanto abrí la boca, su glande atravesó el vapor de mi saliva para rozarme la garganta de una, haciéndome dar unas arcadas que jamás había experimentado. Fabio lo alentaba a que me la mande a guardar hasta el fondo, y Sergio no paraba de pedirme que le apriete la pija, o que se la babee toda una vez que me ponía mi propia mano en la cara para que me la escupa.

¿Vieron lo que tiene en la pancita la bebé? ¡Parece que no le hace caso a su mami!, me expuso Fabio, señalando el arito que brillaba en mi ombligo.

¡Y por lo que escuché, parece que a la nena no la dejan salir con sus amigas! ¿Te llevaste muchas materias, boluda? ¡Qué pelotuda que sos!, se me burlaba Matías, mientras colocaba su pija entre mis muelas y la parte interior de mis mejillas. Y, casi sin saber cómo pasó, Sergio introducía uno de sus dedos en mi entrepierna, intentando colármelos en la vagina. Fabio me palpaba las tetas, hasta que también perdió el miedo, y se puso a chuparme una de ellas, con tantas ganas que parecía que me iba a arrancar el pezón. Creo que, Matías perdió el control cuando me escuchó gemir, y quejarme por uno de los mordiscos de Fabio en mis tetas; porque ahí fue que empezó a darme pijazos en la cara, a putearme en voz baja, pero con determinación, y luego a pedirme que le chupe los huevos.

¡Che, dejame un poquito a mí nene! ¡Así la bebé prueba esta mamadera! ¿A ver bebé? ¡Abrí la boquita! ¡Qué lindo sería mearte toda esa carita de pendeja cheta que tenés!, dijo Sergio de pronto, mientras apartaba a su hermano de mis lametones y succiones a sus bolas, y yo lo pajeaba con una de mis manos. Pero lo cierto es que, apenas mis labios le rodearon el glande, no pude parar de chupar y atragantarme, eructando cada vez que me la sacaba, incapaz de controlar los mocos que se me salían de la nariz, ni los hilos de baba que goteaban hasta el suelo. Fabio había logrado bajarme la bombacha hasta las rodillas, y gracias a eso, él y Matías hurgaban con sus dedos en mi vagina sin piedad, ni cuidados. De hecho, uno de ellos encontró mi clítoris, y conquistó las primeras oleadas de mis flujos. A esa altura no sabía si me estaba meando encima, o si la calentura se me evaporaba por la concha.

¡Bueno bebota! ¡Me parece que, es tiempo que te pongas en cuatro, así vos misma elegís la mamadera que quieras vaciar primero! ¿Querés, primita?, dijo Matías, mientras él mismo y Fabio se servían de mi cuerpo para ponerme de rodillas y manos sobre mi cama. Enseguida noté manos en mi culo, y que la tela de mi bombacha tocaba mis pies, hasta desaparecer de mi cuerpo. Cuando vi a mi cuñado oliéndola con carita de enfermedad, sentí unas ganas irrefrenables de que mi hermana lo vea con su pija en mi boca, o con su lechita en mis tetas. ¡Siempre le había tenido ganas a Fabio!

¡Mirá Mati, mirá cómo mueve el culo la bebé! ¡Tá para nalgueárselo toda la tarde!, decía Sergio, mientras me lo nalgueaba, pellizcaba y masajeaba, como si quisiera atenuar el ardor de sus chirlos. Entretanto, Fabio y Mati meneaban sus pitos a centímetros de mi cara, me pedían que se las toque con la lengua, y me revolvían el pelo.

¿Y bebé? ¿Qué lechita querés primero? ¿La de tu primo? ¿O la de tu cuñadito, que siempre te mira las tetas?, me apuraba Fabio, al tiempo que la nariz desenfrenada de Matías me olía el culo, y sus manos me abrían las piernas para meterme dedos en la concha.

¡Quiero las dos, las dos lechitas quiero! ¡Me encanta andar con el chupete en la boca!, dije sin pensarlo, sabiendo que la voz se me beboteaba sola por la calentura que tenía. Sergio gruñó algo indescifrable, y me encajó su pija hasta la garganta, mientras Fabio me ordeñaba las gomas, como si pudiera extraer algo de ellas. Sé que estuve al borde de vomitar, y que un torrente de lágrimas me hizo arder los ojos cuando tuve esa pija durante un largo minuto pujando en mi garganta, presionando mi campanilla, y derramando poco a poco sus jugos seminales allí. Mientras tanto, sentía los mordiscos de Matías en el culo, y cómo juntaba su glande húmedo a mi ano para intentar clavármelo. Pero, de repente noté que sus rodillas hundieron el colchón, y que su pija empezaba a esforzarse por anidar en mi conchita caliente. Incluso, su pubis se pegaba cada vez más a mis caderas.

¡Dale Matiiii, cogeme la conchita, porfiii!, pude expresarme, en el momento en que Fabio me dio unos segundos para respirar. Pero entonces, Sergio me agarró de la mandíbula para meterme su pija en la boca, dispuesto a penetrarme hasta el apellido que nos unía y ensuciaba al mismo tiempo.

¡Nada de eso Mati! ¡No te la cojas! ¡Ahora, lo único que vamos a hacerle a esta guachita, es darle la leche! ¡Y ahora, te vas a tragar la mía putita! ¡Así, Asíiii, mordeme la chota bebéeee, dale, así putita de mierda! ¿Vos te pensás que yo no me doy cuenta que te encanta andar sin bombacha en lo de los abuelos? ¿Qué onda? ¿Querés calentar al nono también, putita?, decía Sergio, mientras todo su cuerpo se retorcía peligrosamente, sus ojos se desenfocaban y sus dedos me marcaban el cuello. Al mismo tiempo, su semen me hacía toser, llorar, arder la garganta y la lengua. Cuando al fin retiró su pito de mi boca, se pajeó bien pegadito a mis mejillas para salpicarme con sus últimas gotas de leche, jadeando y murmurándome todo el tiempo que era una putita reventada. Hasta que al fin se quedó sin reservas ni aliento. Fue cuando se subió la ropa y nos dijo, a modo de pacto sagrado: ¡Vamos che, llénenla de leche, que esos ojitos lo piden a gritos!

¡Y el olor de su bombachita ni hablar!, agregó mi cuñado, que tomó la posta de mi boca sedienta para que mi lengua vuelva al sabor de esa pija deliciosa. Todavía resonaba esa especie de ácido dulzón de la leche de Sergio en mi paladar, cuando Fabio me pedía que le chupe los huevos, que lo pajee, y lo mire a los ojos cada vez que acomodaba su cabecita entre mis labios para que yo se la succione despacito, se la babee y escupa con todas mis fuerzas. Sergio solo nos miraba. Me puso nerviosa cuando supe que me estaba sacando fotos. Pero, eso también me emputecía.

¡No, obvio que no quiero calentar al abuelo, tarado! ¡Pero, sí me gusta andar con la concha al aire!, dije, mientras Matías ahora me hacía degustar su virilidad con rudeza. Primero me pedía que me escupa las tetas para refregármelas en ella, y después, me la encajaba en la boca con todo, sosteniéndome de los pelos, apretándome la nariz y frotando sus rodillas en mis tetas para profundizar todo lo que pudiera en mi garganta.

¡Igual, no te preocupes Vane! ¡No importa si no salís hoy! ¡Una vez que estén todos bailando, en pedo y en cualquiera, vos te venís con nosotros! ¡Tengo unas ganas de romperte ese culito, que no te das una idea! ¿Vos no te prendés Fabio? ¡No sabés el olor a culito que tiene la guacha! ¡Olor a que quiere verga por la cola!, decía Mati mientras me daba pijazos en la cara, o me la metía de prepo para que se la chupe con todo mi repertorio. A él le encantaba que le muerda la puntita, que le deslice las uñas por el tronco, y que se la pajee con las tetas. y, de repente, empezó a maquillarme toda la cara cuando Fabio empezó a nalguearme el culo, obligándome a oler mi bombacha. ¡No me había dado cuenta que olía a pis de esa forma! ¡Qué vergüenza!

¡Dale bebé, tragate todo, dale, que te vuelve loca la pija, pendeja sucia! ¡Ya vas a ver cómo te vamos a culear esta noche! ¡Asíiii, tragala toda perritaaaaa!, se envalentonaba Matías mientras acababa, me regaba y polinizaba con su semen, mucho más abundante que el de Sergio. Pero, no tuve tiempo de pedir, de pensar, disfrutar o sugerirles nada, porque Fabio enseguida me puso de pie sobre el suelo para fregar toda su chota contra mi culo, mientras me asfixiaba con mi propia bombacha, diciéndome al oído: ¡Olete pendeja, dale, date cuenta del olor a putita que tenés, y de lo alzada que tenés la conchita! ¡Si no querés que tu mami sepa lo del arito, y no vea las fotos que te sacamos, portate bien, y esta noche, hacele caso a tus primos! ¡Dejate culear, y petealos bien! ¿Escuchaste? ¡Y olé bien esa bombachita bebé, que ahora te voy a dar la leche yoooooo! ¡Así, guachita de mierdaaaa!

Entonces, mi cuerpo de golpe cayó sobre las piernas de Fabio, que se sentó apurado en mi cama. Recuerdo que me hizo apretarle la pija con las piernas, y que luego me pidió que me arrodille a su lado. No había terminado de hacerlo cuando me manoteó del pelo y me hizo fregar mi cara en toda su pija, mientras me metía un dedo en el culo y me lo hacía chupar cuando me lo sacaba. Hasta que, escuchamos que mi vieja llamaba a Sergio, y que Paula le preguntaba a mi viejo por Fabio. Mi viejo le dijo que lo había mandado a comprar hielo. Pero mi vieja estaba cada vez más furiosa, y sin respuestas. Ahí creo que fue que me percaté que Matías se las había tomado, y sin prevenirnos de nada. Incluso, la puerta permanecía entreabierta.

¡Dale guachona, sacame la leche ya! ¡Y vos, rajá tarado, antes que se pudra! ¡Decile a tu tía que estabas en el baño! ¡Dale bebé, chupame la verga, y sacame todo, así te tragás mi lechita! ¡Seguro que debés coger tan bien como tu hermana vos, putita salvaje!, me decía apurado mi cuñado, fulminando con la mirada a Matías que al fin tomó la decisión de salir de la pieza. Aunque, te hizo el boludo, y no cerró la puerta. En ese interín, mis arcadas, atracones y eructos sonaban por todo el cuarto, mientras la mamadera de Fabio entraba con violencia en mi boca y me hacía lagrimear una vez más. Ni siquiera le importaba que sus chirlos restallaran con tanto eco sonoro en las paredes.

¿Te vas a portar bien esta noche? ¿Eee? ¿Vas a dejar que tus primos te manoseen el orto, pendejita? ¡Quiero que hoy, te pongas la bombachita rosa de navidad, así te la hacemos mierda! ¡Dale, sacame la lechita nena! ¿No querés la lechita? ¿No te gusta el Mantecol, bebota chancha? ¡Uuuuy, Asíiii, tomala toda perritaaa, tragá yegua, Asíiii, y tocate la connchitaaaa!, empezó a gritarme al oído, reclinándose todo lo que le permitía el tórax, mientras su semen espeso, violento y pegajoso emergía como un río turbulento de su pija para mojarme hasta el pelo. Después, me sacudió el pito entre los labios, me pidió que se lo pajee entre ellos y que se lo llene de lamidas, y entonces, cuando la adrenalina comenzó a convertírselo en un pene inofensivo, me sacó de sus piernas como si fuese una maldita mosca de verano. Me revoleó arriba de la cama culo para arriba, me dio tres nalgadas, me puso la bombacha y me pellizcó una teta, mientras me decía: ¡Esta noche, la bombachita rosa Vane! ¡Y las tetas bien paraditas! ¿OK? ¡O tu mami se va a enterar!

En definitiva, él tenía mucho más para perder que yo, si se me ocurría abrir la boca. Pero, sabía que sería más divertido abrirla más tarde para mis primos, una vez que el brindis, el baile y el alcohol nos ponga a todos felices. Esa noche, al fin tendría una fiestita asegurada. Así que, cuando bajé a colaborar con mi vieja, y aunque ella se sorprendió un poco de mis buenas voluntades, traté de no contradecir a nadie. Paula, cuando me saludó, me dijo al oído que tenía olor a sexo, y me acusó de haber hecho alguna chanchada por videollamada, o algo así. ¡Si supiera que su marido me dio la lechita!    Fin

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