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Hasta que me vino


Para Pablo yo era su juguete, su diversión, su descarga para sus frustraciones cuando no le salía algo, o su salvación para sacarle las papas del fuego cuando mi vieja lo retaba por no querer ayudarle a lo que sea. Desde hacer un mandado, hasta barrerle el patio. Pero también era su hermana, y a pesar que tenía cinco años menos que él, algo de mí le gustaba, le calentaba, o lo hacía sentir poderoso. No puedo precisar cuándo comenzó todo. Pero, recuerdo que nuestra relación siempre fue como la de cualquier hermana con su hermano. Nos peleábamos por boludeces, a diario me retaban porque, en teoría yo le escondía las cosas, o le rompía las bolas cuando quería mirar algún partido, o una peli, o porque simplemente, él me acusaba cuando daba vueltas para bañarme. Es normal que, a los 11 años, a los niños de antes les importara un cuerno bañarse para oler ricos, y todas esas cosas. Él siempre trataba de ingeniárselas para tratar de espiarme cuando me cambiaba, o cuando iba al baño. Una vez mi vieja me contó que, le dio una tremenda paliza, la siesta que lo encontró al muy perejil arrodillado sobre mi cama, oliendo mi vagina totalmente desnuda. Él me había bajado la bombachita que tenía, en mis 5 años repletos de inocencias. Claro que, ella entendió que debió tratarse de un mero hecho de curiosidad infantil. Pero eso no hizo que fuera menos inflexible con él. Todavía conserva una cicatriz en la nalga derecha por un cintazo violento que mi mamá le aplicó.

Una noche, Pablo empezó a pedirme que le devuelva la billetera.

¡Seguro que me la afanaste para comprarte golosinas, gorda chancha! ¡Dale, devolvémela, o le digo a mami!, me decía subido sobre mi cama, presionando mi cuerpo con el suyo, haciéndome cosquillas. Sé que me gustaba tenerlo encima, y que no le tenía miedo. Yo le juraba que no se la había quitado. Pero a él no le bastaban mis excusas. De pronto noté que empezaba a pasarme la lengua por el cuello, y lejos de parecerme asqueroso, sentí un calorcito en los pies y la vagina que, me confundían.

¡Te dije que no la tengo, tarado! ¿Y no me chupetees como un perro! ¿O a tu novia le hacés esto?, le dije, entre inocente y celosa. No sé por qué me caía tan mal la rubia que salía con en en ese tiempo. O, por lo menos pasaba mucho rato encerrada en su pieza con él. Seguro que no pasaba nada entre ellos, porque, en mi fantasía de nena, solo se besaban, y listo. De hecho, la vez que escuché unos grititos extraños que provenían de su pieza, pensé que se estaban peleando, o jugando de manos a lo bruto. Me acuerdo que les golpeé la puerta, y que Pablo me mandó a la mierda. Pero no parecían enojados entre ellos.

¡Ya te dije que la Valen no es mi novia! ¡Y, aparte, yo ni en pedo quiero ponerme de novio! ¡Te chupo el cuello, porque vos tenés olor a perrita! ¡Y a pichí! ¡Eso porque no te bañás, cochina!, me decía, sin dejar de moverse sobre mi cuerpo, haciéndome notar que el pito se le ponía rígido y difícil de manejar junto a mis nalguitas. Para ese tiempo me apretujaba el pecho con sus brazos, buscando pellizcarme las tetitas por adentro de la remera. Eso, a veces lo hacía cuando mi vieja no nos veía, y en cualquier momento que me pescaba sola. En el patio mientras jugaba con las muñecas, cuando hacía la tarea de la escuela en la mesa de la cocina, si estaba mirando alguna cosa en la tele, o me situaba en el baño para lavarme los dientes.

¡Dale nene, andate, y dejame dormir, que mañana tengo que ir a la escuela! ¡Yo no tengo tu billetera!, le decía, aunque no evitaba que su lengua me roce los labios, ni forcejeaba con él para sacarme su cuerpo de encima. Incluso, lo dejé que me amase las nalgas, que me toque la vagina por encima de la bombacha y que acerque sus dedos a mi nariz, diciéndome: ¡Dale nena, fijate si me dejaste olor a pis en la mano, porque, tu bombacha está humedita! ¿Qué pasa Anto? ¿Te mojás en la camita? ¡Me parece que, además de chorrita, te hacés la bebé para llamar la atención! ¿Te bañaste hoy, chanchona?

Y, recuerdo que ese día me comió la boca, murmurando cosas que no le entendía, mientras su pubis se mecía de un lado a otro, pegando su pija a mi culito, agarrándome el elástico de la bombacha con una de sus manos, como si quisiera bajármela, o subírmela más. Ni siquiera sé por qué se me escapó de los labios un tímido, pero preciso: ¡Bajala toda si querés! ¡Ya sé que te gusta mirarme en bombacha!

Tal vez porque se me vino de inmediato el recuerdo de cuando era más chica, y lo descubrí mirándome embobado, mientras yo dormía la siesta en lo de los abuelos. Me mandaron a siestear porque le había contestado mal a la tía Rosa, y eso era lo último que podías hacer si querías contrariar a los adultos. Pablo me miraba, se tocaba el pilín por adentro del short negro que le apretaba un poco, y abría la boca como si quisiera robarse todo el aire del cuarto. Pero en ese entonces tenía 13 años, y no era tan musculoso, ni atractivo, ni mal llevado como más adelante. De hecho, estaba repleto de granos.

¿Qué decís? ¿Querés que te baje la bombacha nena? ¿En serio?, me decía mientras lo hacía lentamente. Pero, enseguida tuvo que sentir algo extraño. Tal vez arrepentimiento, o una sensación de peligro, o un ataque de moralidad sanguínea, o vaya a saber qué. De repente me mordió el labio, apartó su cuerpo del mío, me pellizcó la cola y la teta derecha, me mordió el cuello y me dijo que era una nena cochina. se fue de mi pieza tan rápido como empecé a tocarme la vagina, a frotarme en la cama y a sentir que su saliva en mi cuello me erotizaba hasta la columna vertebral. Pero lo peor era que no podía explicármelo. ¡Quería la lengua de mi hermano de vuelta, sus dedos en mis tetas, y su pito duro pinchándome las nalguitas!

Creo que, esa necesidad hizo que al día siguiente decida molestarlo bastante. Le ponía mis pies sucios en las piernas mientras él miraba un partido, y yo comía una banana. Le salpicaba agua con mis manos mientras lavaba los platos. Le sacaba la lengua, le escondía el celular cada vez que se descuidaba, o le tiraba pedacitos de hielo en la espalda. Para colmo, aquel verano nuestros padres no estaban mucho en casa, debido a que tenían que ayudar a los abuelos a pintar para entregar la casa en la que vivían, ya que se iban a mudar a una zona un poco más segura.

¡Hoy te pasaste nena! ¡Me jodiste todo el día! ¿Qué querés de mí? ¡Me estás cansando! ¡Yo no soy tu juguete! ¡Aparte, deberías ocuparte en bañarte, pintarte las uñas, o, no sé, jugar con tus muñecas!, me decía por la noche de ese día fatídico, una vez más encima de mi cuerpo, meciendo su pubis sobre mis nalgas. ¡Había logrado lo que quería! De nuevo su lengua lamía mi cuello, sus dedos rozaban mi piel y jugaban con mi bombacha, que, aquella vez era todo lo que tenía, sin tomar en cuenta la sábana, y su pito me pinchaba la colita como si me la quisiera reventar. Hay que decir que, de nena tenía una cola bastante interesante. Pero, las que se desarrollaron mejor en el tiempo, fueron mis tetas.

¿Y qué hacés acá entonces? ¡Andate, y dejame dormir!, le dije, mientras sus labios atrapaban los míos y empezábamos a besarnos mal. Cuando me sorbió la lengua y me tironeó la bombacha con todo hacia arriba, creí que me haría pis encima de la emoción. Pero aquello no fue nada cuando me susurró al oído: ¡A vos, lo que te pasa, es que te pica la conchita bebé! ¿No cierto? ¿Querés hacer cositas de nenas más grandes? ¿Querés saber cómo se hacen los bebitos?

No tuve tiempo de decirle nada. De repente, su mano agarró una de las mías y me hizo tocar su pija por adentro de su bóxer. Lo sentí duro y grueso. Para mí latía al mismo ritmo que mi corazón, mientras Pablo me olía la espalda y me la besuqueaba.

¿Viste cómo se me puso el pilín? ¡Así se les pone a los chicos cuando juegan con las chicas más grandes! ¡Ahora, calladita bebé!, fue lo último que me dijo, antes de derrumbarse por completo sobre mí. Sentí que acomodó su pito por adentro de mi bombacha y que lo frotó en mi cola. luego, como aturdido por algo que solo les afligía a sus demonios, lo retiró de allí para rozarlo contra mi espalda. Y, mientras yo le permití que me muerda el cuello con una dulzura que me derretía, me dijo: ¿Querés pito ahí abajo bebé?

Le dije que sí, y él me abrió las piernas para acomodar las suyas entre ellas. No sé cómo lo hizo tan rápido, ni con tantas certezas. Lo siguiente que recuerdo fue que, un ardor impactó en mi cerebro y en mi vagina, y que luego él empezó a hamacarse sobre mí, bien pegado a mi colita, jadeando suave sobre mi cuello, y buscando mi boca para oler mi aliento. De hecho, él me pedía que saque la lengua y le toque la nariz. La punta de su pene estuvo un ratito en la puerta de mi vagina, y de pronto, ¡Plaf! Un dolor pequeño se intensificó, hasta que decreció inexplicablemente con sus movimientos. ¡Me estaba metiendo el pito en la conchita!

¿Te gusta cachorrita? ¿Se siente rico tenerla ahí?, me preguntó, sin apartar sus labios de mi cuello. Me acuerdo que olía a desodorante, que me revolvía el pelo, y buscaba todo el tiempo el contacto con mis tetas.

¡síii, me gusta Pablo! ¿Así se hacen los bebés? ¡Primero, me dolió un poquito!, le dije. Pero él me cerró los labios con sus dedos, haciendo una especie de broche con ellos, y continuó moviéndose suave, empujándome y logrando destender la sábana de abajo.

¡Callate Pipi, que, si papi nos escucha, nos caga a palos! ¡Quedate quietita! ¡Así nena, bien quietita! ¡Ahora, ya sabés cómo se mete el pito ahí abajo! ¿Te gusta? ¡Meame el pito, guacha putona!, me decía, como si intentara controlarse, o hacer el mínimo ruido posible. De repente, creí que las piernas se me iban a despegar del cuerpo cuando, su pito se resbaló con violencia adentro mío. Pero, enseguida Pablo se separó de mis nalgas sudadas, me arregló la bombacha, y entre asustado y perseguido por algo que yo aún no entendía, me pidió que, por la mañana, lo primero que tendría que hacer era bañarme. No me explicó más. Pero, cuando su ausencia era un remolino de confusiones dulces en mi cerebro, al palparme la cola y las piernas noté que tenía la bombacha pegoteada de algo que no podía ser pis. Al día siguiente, también vislumbré sangre en la sábana. No me asusté, porque algunas cosas ya sabía del sexo. No sé si Pablo me había roto el himen, o “la telita”, como le dijimos más tarde. Pero, sí era claro que me había desvirgado. Y a partir de aquel episodio, me volví más calentona, juguetona y pícara con él.

¡Basta Pipi! ¡Dejame comer tranquilo! ¿O querés que le cuente a mami?, me repetía mientras él apuraba un pancho, antes de irse a jugar a la pelota con sus amigos, y yo me le subía encima, con una remera sin corpiño, y un shortcito que se me caía. Por lo tanto, se me re veía la bombacha. ¡Bien que me pellizcó el culo, la pobre víctima!

¡Pasa que, no quiero que me extrañes, cuando te vayas! ¡Y a vos, te re cabe que te moleste! ¿No?, le decía, dando saltitos con mi cola sobre sus piernas, llenándome de las migas de su pancho, porque él seguía comiendo sin inmutarse. Además, yo le arrancaba los vellos del brazo, me ensalivaba un dedo para tocarle la cara con él, y le eructaba cerca de la nariz. Finalmente, me arrancó de su cuerpo y me tironeó la bombacha hacia arriba, diciéndome: ¡Arreglate eso nena, y lavate el culo! ¡Otra vez tenés olor a pichí! ¿Qué onda? ¿Te olvidás de limpiarte cuando vas al baño? ¿O te hacés pis cuando te reís? ¿O andás sin bombacha?

Todo aquello tuvo su desquite para nuestras ansiedades por la noche, cuando los grillos cantaban para atraer a las hembras. De repente él entró a la pieza, apagó la luz y corrió la cortina que oficiaba de puerta. No me dio tiempo a nada. Se tumbó sobre mí para hacerme cosquillas, para decirme que me había portado mal con él en la tarde, y que, seguro yo le había tirado mala onda para que pierda el partido con sus amigotes.

¡Escuchame Pipina, si te portás así conmigo, o sea, yo me siento mal! ¡Sabés que, no podés mostrarle la bombachita a tu hermano! ¡Y menos, si olés así!, me decía, agarrándome una mano para que le toque el pito. esta vez se había bajado el calzoncillo, y su lengua buscaba mi cuello, regalándome tremendas descargas cuando me mojaba el lóbulo de la oreja.

¿se te pone duro el pito si te la muestro? ¿Y, me la querés meter?,, le dije, sin medir el impacto de mis dichos, como siempre. Él, esta vez se apartó de mi cuerpo para arrodillarse a poca distancia de mi cara, con su salchicha desnuda cada vez más pegada a mi boca… y yo, por alguna razón no esperé a que me diga: ¡Dale un besito al tío, bebota chancha! Se la toqué con los dedos, se la olí y restregué por mi nariz, subí y bajé con mi mano por su dureza para que la pielcita me muestre su glande cada vez más hinchado y húmedo, y le di un par de besitos. Todavía recuerdo ese olor que mezclaba jabón y sudor, ya que hacía poquito se había duchado. Tenía los huevos calientes, suaves y velludos. Respiraba acelerado y sin paciencia. Creo que eso lo precipitó a tomar la decisión inevitable que abordó cuando me dijo: ¡Ponete boca abajo, quedate quietita, y bajate un toque el short!

Le obedecí sin preguntarle nada. Pablo se me pegó de una como una estampita en la espalda, y de inmediato sentí la piel de su pito contra mis nalgas. Me había metido la parte de atrás de la bombacha en el centro de la cola para frotarse un ratito, mientras buscaba mi boca para que le pase la lengua por los labios, o para que se los muerda. De hecho, me volvía loca que me susurrara: ¡Mordeme la boca Pipi, dale, y tocame con esa lengüita! ¡Tirame el alientito en la cara! ¿A ver, cómo eructa la bebé? ¡Eructame en la nariz, cochina! ¡Dale, como me lo hacías a la tarde, asquerosa! ¡Sos una zarpada nena!

Sus manos buscaban mis tetitas, mi ombligo, el roce con mi sexo, al mismo tiempo que yo exhalaba mi aliento en su cara para que sus jadeos le den las fuerzas que necesitaba para, al fin volver a introducir su pija dura y mojada en mi vagina. esta vez se movía más rápido, sus brazos me aprisionaban cargados de prisa contra su pecho, y los vellos de su pubis se friccionaban en mis nalgas con desesperación. Esta vez, no me dolió cuando entró, y mucho menos cuando comenzó a clavármela, a meterla cada vez más adentro, más dura y gorda. Así la sentía en mi interior, mientras su saliva coronaba mi cuello, y sus palabras eran apenas susurros como si el viento silbara en mis oídos, repitiendo: ¡Meame el pito guacha, dale, hacete pipí en mi pija, asquerosa, cochina, meate toda en la cama, y mojame el pilín bebé!

Ahí sí que no podía cumplirle el deseo. Me acuerdo que apreté la panza, que intenté contraer mis músculos para hacerme pis, aunque al día siguiente mi vieja me rebane los sesos. Pero no me salía. En el fondo, tampoco entendía por qué me lo pedía con tantas ganas. No me había bajado la bombacha cuando el ritmo de sus penetradas acercaba mi cabeza cada vez más al respaldo de mi cama ruidosa. Le mordí el labio cuando me dijo, en un suspiro: ¡Subí la colita nena, un poquito, así te lleno de leche! Y en cuanto lo hice, sentí que algo se derramaba adentro de mi vagina, que ardía en mi vientre, me recorría incesante y me generaba más cosquillitas, ganas de pedirle que siga, que no se detenga, y de seguir besándolo en la boca. Pero, Pablo, una vez que salió de su maremoto de estrujes a mis pechitos, de besos a mi cuello, y de la erección de su pija saliéndose de mi conchita, me subió el short, me chupó los dedos de una de mis manos, y me dijo, textualmente antes de irse a su cama: ¡Te dejé la vagina llena de semen Pipina! ¡La tenés re apretadita! ¿Te gustó?

No llegó a escuchar que le dije que sí con tantas ganas que, podría jurar que me escucharon hasta los vecinos. Sin embargo, al día siguiente volví a ser su indeseable número uno. De modo que, no me quedó otra que densearlo, joderlo y llamarle la atención de todas las formas que se me ocurriese. Por ejemplo, esa tarde, me le cagaba de risa mientras barría el piso de la cocina sin la más mínima idea. O, le sacaba la lengua cuando le mandaba mensajes de audio a sus amigos. O, me mojaba las manos para salpicarle la cara, o tocarle la espalda para que tirite por el frío, o le hacía una zancadilla cuando iba y venía del patio a la cocina, cuando intentó arreglar su bicicleta. Eso me valió que por la noche vuelva a tenerlo en la cama. Esa, y muchas otras más, en las que solo se frotaba contra mi cola, me besuqueaba el cuello, me apretaba las tetitas, y me dejaba la bombacha toda pegoteada de semen. Pero no me penetraba, como mis ansias me lo imploraban en lo más profundo de mi niñez vencida por su seducción.

Hasta que llegó el primer día de clases. Él se ofreció a acompañarme a la escuela. Me acuerdo que, camino al colegio había un terreno baldío inmenso, con algunos árboles mal cuidados, yuyos, basura, chatarra y varios restos de rituales satánicos. Pegadito a ese pedazo de tierra infértil, estaba la canchita donde él solía jugar con sus compañeros. Entonces, después de comprarme unos alfajores en el kiosco de don Tito, me llevó a un apartado en medio de la basura, me comió la boca, y mientras introducía una de sus manos por debajo de mi pantalón para pellizcarme la cola, me decía: ¡Cuchame Pipi, tenés que estar atenta al día en que, te salga sangre de ahí abajo! ¿Entendés? ¡Cuando empieces a usar toallitas, me tenés que contar! ¡Porque, bueno, imagino que sabrás que, cuando eso llegue, yo te puedo dejar embarazada!

¿En serio? ¿Yo? ¿Embarazada de vos? ¿Y tan chiquita?, le dije, mientras nos apretujábamos cada vez más contra un árbol mugriento, besándonos despacito. Yo sentía cómo se le paraba la verga contra mi pierna.

¡Sí cochina, vos, embarazada! ¡Si te acabo adentro, te puedo embarazar! ¡Y vos no querés eso! ¡Y mami tampoco! ¡Dale, tocame el pito, un ratito bebé! ¡Y acordate de avisarme! ¿OK?, me decía, guiando mi mano hasta el encierro apretado de su jean, donde apenas pude aprisionarle un par de veces la cabecita. Él enseguida soltó un chorro de semen con el que se mojó el bóxer, mientras yo le sorbía la lengua y le mordía el labio inferior, como me lo había pedido. ¡Obvio que, en la escuela no podía pensar en otra cosa que, en su pija, en un montón de bebitos adentro mío, y en mi bombacha pegoteada por toda esa cosa blanca que podía convertirme en mamá precoz! Claro que, a partir de entonces tuve un poco de miedo. Pero, recién en abril, cuando Pablo volvió a mi cama por mis besos y el calor de mi aliento, y mi olor a pichí, me convenció que no sucedería nada de eso, si a mí no me venía. Así que, lo dejé que me besuquee, me saque toda la ropa, y que me acomode de costado a su cuerpo, bien pegaditos, enfrentados para poder besarnos, y en especial, para que él me derrita con sus palabras sucias.

¡Quietita nena, vos quietita, y no te saques la bombacha! ¡Me gusta que tu bombacha me apriete el pito, mientras lo voy acomodando! ¿Qué hermoso culito te echaste bebé! ¿Te dicen cosas los guachos en el cole? ¿Te lo tocan? ¡Síii, así, pasame la lengua por la nariz Pipina, que tenés alientito a bebé, y olorcito a bebé en la piel! ¡Qué rica hermanita tengo! ¿te bañaste hoy? ¿Te cambiaste la bombacha Pipi?, me decía mientras nos enredábamos las piernas, nos olíamos, transpirábamos y compartíamos el aire de mis sábanas.

¡Mordeme la boca cuando te la meta adentro! ¿Dale?, me pidió unos segundos antes de hacerlo finalmente. Pero primero él tuvo que taparme la boca porque se me escapó un gemidito, y algo como: ¡Aaay síii, meteme todoooo! Sin embargo, él me tironeó la bombacha hacia arriba, me apretó más a su pecho, y le dio rienda suelta a un ritmo ágil, veloz y cargado de besos por cualquier porción de mi cara. Pero lo hacía con dulzura, acariciándome toda, oliéndome el pelo y las manos. A mí se me retorcían los dedos de los pies, se me nublaba la vista, y me llenaba de cosquillas con su pito cada vez más clavado en mi vagina. y peor cuando él me susurraba: ¡Meame Pipi, meame como una perra! ¡Quiero que me mees el pito, después que te deje la leche adentro! ¿Sí? ¿Te vas a hacer pichí para mí? ¿Sí putona? ¡Y ojo con besarte con otros pibitos! ¡Tenés que hacer chanchadas conmigo nomás! ¿Entendiste?

Mi madre tosió, y acto seguido nos preguntó por qué nos peleábamos ahora, en el exacto momento en que el semen de Pablo burbujeaba con todas sus libertades en mi conchita. Al punto que me bañó las piernas y la bombacha cuando me la quitó entre desesperado y falto de excusas. ¡Menos mal que mamá se creyó que me había traído un espiral para los mosquitos!

A los días, cuando lo vi parado entre otros padres que iban por sus hijos, en la vereda de la escuela, juro que tuve unas mariposas tremendas en la vagina, la panza y los pezones. Las tetas y me habían desarrollado más, y según Pablo, era porque él me las manoseaba, ayudándome a tenerlas más lindas y grandes. Me acuerdo que quiso llevar mi mochila, y que en el camino veníamos hablando de las milanesas que comeríamos en casa. Pero, de repente desviamos nuestros pasos hacia el descampado, y más precisamente hasta un tumulto de árboles apretados, en los que la oscuridad reinaba a pesar del tibio sol del otoño. Ahí me preguntó si ya había empezado a usar toallitas. Le dije que no, y casi que al instante me bajó el pantalón para agacharse y olerme la bombacha. Aspiró largamente, y repitió eso varias veces mientras me amasaba la cola y farfullaba: ¡Qué olorcito bebé, estás re rica nena! ¡Sos una cochina, porque, hay olor a pis por acá! ¿Sabías, Pipina? ¿Qué hiciste en la escuela, que tenés la bombachita mojada? ¿Eee? ¿Algún chico te besó? ¿O te gusta alguno?

Luego, mientras se levantaba, se aferraba a mi cintura y me acomodaba contra uno de esos árboles, diciéndome al oído: ¡No sabés las ganas que te tenía bebé! ¿Vos me extrañaste?

¡Sí Pablo, quiero ese pito adentro! ¡Y nadie me hizo nada, porque, a mí me gusta hacer estas cosas con vos, chancho!, le dije, sintiendo la humedad de mi bombacha en la piel, y la fricción de su bulto en mi vagina. no hubo demasiado tiempo para nada más. De la nada, y casi sin pensar en las consecuencias, la gente que desandaba las calles, o nuestros ruidos, su pija entró de lleno en mi conchita, y mi espalda empezó a lacerarse contra el maldito árbol, nuestros labios a resbalarse de saliva y mordiscos, y su voz gangosa a calentarme el oído cuando me decía: ¡Sí bebé, decime chancho, decime que soy tu perro, que te gusta mi pija siempre ahí, en esa conchita meada que tenés!

Ya en casa, mientras yo ponía la mesa, y mi vieja completaba los platos para nosotros, mi viejo, mi tío que había venido de visitas, y para ella, Pablo me instigaba, diciéndome: ¡Che Pipi! ¿Sentís la lechita adentro?

Yo le decía que sí, sacándole la lengua, riéndome como una tonta.

¿Y no se te moja la bombacha con la lechita? ¿O te resbala por las piernas?

Yo volvía a responderle que sí. En un momento hasta me acerqué para darle un piquito, y él me hizo apretarle el pilín.

¡No te la cambies Pipi! ¡Quedate todo el día así, sucia, con la leche en las piernas, y esa misma bombachita! ¿Sí?, me decía luego, cuando mi vieja iba en busca del postre para todos. No sabía cómo era tan rápido para que nadie detecte nuestras conversaciones más que obvias.

Por esos días, en casa de mis abuelos, mientras ellos discutían en alguna parte del patio, yo me senté a upa de mi hermano, que miraba un partido del Manchester City. Ni bien nos empezamos a comer la boca, él me susurró: ¡Correte un poquito el pantalón, así te meto el pito, y te mojo la bombacha! ¿Querés, Pipina?

Y de pronto, me pedía que apriete las piernas, que dé saltitos encima de las suyas, que le roce la cabecita de la pija sobre mi pantalón, y que le tire el aliento de mi boca en la nariz. Yo sentía su pija endurecerse contra mis nalgas, y cómo se me humedecía la bombacha. Y lo inevitable sucedió. Los abuelos irrumpieron en la cocina, y me vieron a upa de Pablo. Aunque ninguno sospechó que la pija de mi hermano empezaba de a poquito a volcar todo su semen en mi entrepierna. Incluso, la abuela dijo algo como: ¿Viste viejo, cómo se quieren estos dos? ¡Ninguno de los varones de esta familia le hacía upa a su hermana para mirar un partido!

Una noche me enojé con él, y le grité desde la ventana de mi pieza, porque estaba fumando en el patio. Me acuerdo que me hizo callar enseguida, acercándose a la ventana para subirme la remera y dedicarse a chuponearme las tetas, mientras me decía: ¡No te metas en mis cosas bebé, que ya soy grande! ¡Aparte, yo que vos me ocuparía de mí! ¡Tenés olor a pichí otra vez! ¡Así que, si no querés que le diga a mami que no te bañaste, sentate en la ventana, y calladita!

Con la calentura que sus besos babosos les regalaban a mis gomas, no supe negarme. En cuanto me senté en la ventana, él me besuqueó las piernas, mordisqueó mi bombachita celeste, metió su lengua a través de ella para tocar mi vagina, y luego la hundió en el orificio para hacerme sollozar de felicidad. Estaba tan contenta y flotando en las nubes, que ni me importaba si mi vieja me encontraba sentada en la ventana, con la conchita en la boca de mi hermano.

¡Se nota que todavía no te vino bebé! ¡Tenés olor a nena, a pis de nena, y a que estás re caliente! ¡Dale, bajate, así te cojo toda!, me dijo, y yo me precipité a sus brazos. Me acuerdo que me llevó al final del patio, me hizo poner de espaldas a él con las manos en la pared que da a la casa del vecino, y que me abrió las piernas, sin bajarme la bombacha. Enseguida su pito encontró la entrada de mi concha, y sus necesidades vitales se encargaron también de las mías al entrar y salir, golpear y penetrar mi conchita, mientras sus manos me sobaban las tetas, me solicitaban saliva para sus dedos, y sus labios me sorbían el cuello como si fuese un vampiro. Ese día, mientras me garchaba con todo me repetía: ¡Así bebé, toda cogidita te vas a ir a la camita, con lechita adentro, asíii, cochina, y con las tetas chuponeadas, y la colita colorada!!

En esos días, era normal que Pablo se mande al baño cuando yo estaba. Es más. Arecía que aguardaba el momento para entrar, y pedirme que me quede sentadita, con la bombacha en las rodillas, mientras él me manoseaba las tetas y me ponía el pito en la cara, murmurando cosas como: ¡Dale Pipi, Calentame el pito con esa boquita, mientras hacés pipí! ¡Chupalo nena, y mordeme despacito la puntita, que me vuelve loco!

Generalmente se lo besuqueaba, olía y lamía todo. Muy pocas veces llegó a ponérmelo en la boca por completo. Es que cuando lo hacía, no tardaba nada en derramar todo su semen allí, y en abandonarme tan rápido como le daban las piernas. También se dedicaba a olfatear mi bombacha, y cuando me levantaba, me olía la conchita, introduciéndome algunos dedos.

El día que mi vieja perdió la paciencia conmigo, y me retó por haberme meado en la cama como si fuese una niñita que recién dejaba los pañales, él se dio el gusto de ridiculizarme aún más, metiendo bocados como: ¿Y bueno ma, por ahí, todavía no maduró del todo, y tendrá que provisoriamente, usar pañales! ¡O, si no, dejale una pelela al lado de la cama, y cuando tenga ganas, se baja y hace pis! ¡A lo mejor, tiene pesadillas! ¡O le gusta un chico de la escuela! ¡O del barrio! ¿No será ese gordito de la ferretería?! ¡Dicen que las chicas se mean en la cama cuando se enamoran! ¿Vos qué decís Pipi?

Yo estaba furiosa con él por la forma en la que me exponía. Pero no podía contradecirle. Me sentía más caliente por el hecho que mi vieja no supiese las chanchadas que hacíamos con él en mi cama, que su insolencia. Ella no sabía que Pablo me pedía que me haga pichí, y que yo ardía en deseos por complacerlo. Por esas noches, Pablo venía seguido a subirse sobre mi cuerpo. Algunas noches me acababa adentro de la conchita, otras en la espalda o la ropa, y en otros momentos lo hacía entre mis nalgas, o sobre mis tetitas. Siempre me pedía que asista al colegio con su semen por cualquier lado de mi cuerpo, y a mí me excitaba hacerlo.

A meses de haber cumplido los 13, él se puso de novio con una chica que trabajaba con él, en el taller de chapa y pintura de mi tío. Creo que ella tenía una tarea administrativa. Ahí empezaron mis celos, y nuestras distancias. Pero también las cogidas más fuertes y significativas. Yo me hacía la difícil, y lo histeriqueaba todo lo que pudiera. Él, a veces me ignoraba por completo, y otras se hacía el bueno conmigo para que le muestre la bombacha, o las tetas, o para que le toque el pito. nos peleábamos seguido, por cualquier pavada, y por ahí pasaban días sin vernos. Una noche, creo que la tristeza de no tener sus besos, sus manoseos y pellizcos, más las ganas de sentir su pija endureciéndose adentro de mi conchita, me hicieron sucumbir al llanto más insólito que me invadió desde que recuerde. Él me escuchó llorar desde la ventana, y me preguntó si me pasaba algo. Su novia estaba con él, y le dijo que seguro eran cosas de niños. ¡Eso me puso furiosa! ¿Qué carajos se metía esa arrastrada? Creo que eso me impulsó a seguir llorando, y a no contestarle. Aún no sabía que tal vez, se acercaba el mejor de mis polvos.

¡Dale Pipi, no te pongas mal! ¿Te duele la pancita? ¿Qué pasó? ¿Te fue mal en alguna prueba de la escuela? ¿O tu mamá te retó por algo?, insistió Romina, mientras mi hermano encendía un cigarrillo.

¿Y a vos qué te importa? ¡Yo no hablo con fantasmas, o desconocidos!, le dije, intentando gritarle con la mejor serenidad que me saliera, con una típica respuesta inocente. Ella se puso colorada; pero se repuso al instante para decirle a Pablo: ¿Te das cuenta? ¡Es una mañosa, malcriada, y no hace ningún esfuerzo por querer llevarse bien conmigo! ¡Encima, ahí está, tirada, en calzones, dando pena! ¡una nena de su edad no debería estar en bombacha como si tal cosa! ¡A lo mejor anda calentita por algún pibito, y la plantó, o le dijo que no, o andá a saber qué! ¡Pero es una mal llevada nene!

Sé que Pablo la calmó, porque se alejaron de la ventana para hablar, y que no tardaron en jugar de manos, besarse y reírse. Mi vieja de pronto nos llamó a comer, y entonces los tortolitos se separaron. Yo ni me preocupé en levantarme. ¿Cómo podía ser que estuviese celosa de esa estúpida? ¡Yo tenía más teta que ella! ¡Pero, yo soy su hermana! Entonces, Romina y mi vieja charlaban de una novela mientras ponían la mesa, y mi viejo le explicaba a Pablo algo respecto de un motor, unas válvulas y unos tornillos especiales. Cuando mi vieja se percató de mi ausencia, Romina saltó enseguida para ironizar algo como: ¡Yo la vi tirada en la cama, en calzones! ¡Para mí, ni siquiera se bañó todavía! ¡Qué difícil son las nenas a esa edad!

Mi madre me pegó el grito, advirtiéndome que, si no me levantaba, mi comida sería destinada a los perros de la calle. Pablo se ofreció para hablar conmigo y convencerme de ir a comer. Dijo algo así como que, él tenía tacto con los chicos, haciéndose el superado frente a su novia. De modo que, al ratito Pablo estaba sentado en mi cama, acariciándome las piernas desnudas, preguntándome una y otra vez qué era lo que me pasaba. Yo no le contestaba.

¿Qué pasa Pipi? ¿Te cae mal la Romi? ¿O, tenés la bombachita tan sucia que, te pica la chuchi? ¿O, es porque necesitás que te toque las tetitas? ¡Dale, vamos a comer que se enfría! ¡Es pastel de papas, que a vos te encanta! ¡Aunque, che, la Romi tiene razón! ¡Otra vez tenés olor a pichí en la bombacha nena!, me decía con carita de ladino, palpando mis tetas que, habían crecido un poquito más de la última vez que nos encamamos.

¡Sacame la bombacha entonces, y olela! ¿A ella también se las olés? ¿Le pedís que se mee en la cama, como a mí? ¿Por qué ya no me cogés nene? ¿Te doy asco ahora?, le decía sacudiendo las piernas en señal de berrinche. Él pareció desconcertado. Pero al toque se me tiró encima para comerme la boca mientras me tranquilizaba al decirme: ¡Estás celosa bebé, porque extrañás mi pija, y mis chupones! ¡Vos siempre vas a ser mi bebé preferida! ¡La más chancha, hermosa y putona! ¡Pero, ella es mi novia! ¡Solo eso! ¿Entendés? ¡Por un momento, pensé que llorabas porque te había venido! ¡Imaginé que podías estar embarazada, y casi me agarra un ataque!

¡No, no me vino todavía! ¡Ni estoy embarazada! ¡Así que, cogeme ahora, mientras todos comen! ¿Querés?, le dije, y salí despedida de la cama para maniobrar su cuerpo, de modo que permanezca sentado. De esa forma, yo me bajé la bombacha y me senté a upa de mi hermano para frotar mi conchita en su bulto, que ya se mostraba imponente. A él no le quedó otra alternativa que liberar su pija y clavármela con todo en la concha, pidiéndome por todos los cielos que no grite, ni lo putee, ni le diga nada, ya que aún, todo lo que separaba mi pieza de la cocina en la que cenaban todos, era una cortina cada vez más desteñida por el paso del tiempo.

¡Dale pendejita, vamos a comer, así no se arma lío! ¡Aparte, ya te dije que es importante que, que, te bañes, así no, no vas a la escuela, con olor a pichí! ¿O acaso sos una villerita, que duerme con perros y gatos?, me decía, tratando de amortiguar el ruidito de su pija entrando en mi concha, y el de mi cuerpo saltando sobre el suyo, tartamudeando como un tonto, apretándome las tetas y acercándome mi propia bombacha a la cara. Por suerte mis viejos y Romina comían con la tele prendida. Y, si mi vieja llegaba a escucharlo, de última me estaba poniendo los puntos, como haría cualquier hermano mayor con el menor.

¡Cómo te gusta hacerte el tonto! ¡Olela vos, dale, que me encanta ver cómo olés mis bombachas! ¡Seguro que esa tarada tiene olor a menta en la concha, o a lavanda! ¿No?, le grité al oído, mientras él me chistaba para calmar mi adrenalina. De igual forma lo hizo, y hasta se la metió en la boca.

¡Sos una putita cochina nena! ¡Pero calmate un poquito, o nos van a reventar!, me dijo por lo bajo, e inmediatamente volvió a su rol de sermonero incurable, aún con su pija ensanchándose en mi conchita, y sus dedos clavándose en mis nalgas.

¡Así que, ya sabés! ¡No es difícil Fabiana! ¡Llegás de la escuela, calentás el calefón, te sacás la ropita, te bañás, y te lavás la bombachita, para que, para que mami no tenga que, que andar frunciendo la nariz con tus olores! ¿Entendés? ¡Además, es fácil! ¡Y, ahí abajo, imagino que sabés cómo lavarte! ¡Pero, hasta tenés la sábana meada bebé! ¡Ya hablamos el otro día! ¿Querés volver a los pañales?, insistía con desviar lo que verdaderamente estaba pasando, al tiempo que uno de sus dedos intentaba entrar en mi culo, y eso me desesperaba. Le mordí la nariz, un labio y el hombro cuando, de repente me agarró de las piernas para que me quede quieta, y él mismo empezó a saltar con su pija bien enterrada en mi conchita, mordisqueándome uno de los pezones, repitiéndome: ¿Esto querías bebota? ¿Esto buscabas, perra chancha? ¿llorabas por la lechita? ¿Te picaba la concha por mi pija bebé?

Yo sentía que no podía separarme de su cuerpo, que no quería soltar sus besos, ni su calor, ni su forma de cogerme, ni sus palabras sucias, ni nada de lo que tenga que ver con nosotros. ¡Tenía miedo que esa chirusa me lo arrebate para siempre! Pero no sabía explicárselo con palabras, ni de ninguna otra forma que con mi entrega sexual. Pensé en mi prima, que se embarazó a propósito de un chabón para amarrarlo a su vida, y en que no le funcionó. ¡Eso era terrible! Mientras tanto, mi cuerpo empezó a deslizarse sobre la cama, con el cuero de Pablo sobre mí, con su pija cada vez más dura y movediza, y su lengua desatada por cualquier rincón de mi cara, cuello y tetas. me mordisqueaba las orejas, donde aprovechaba a decirme: ¡Sacame la leche con esa conchita sucia pendeja, dale, abrite toda, así nena, sentila toda adentro, que estás re alzada bebé, alzada conmigo, con tu hermano! ¡Sos una nena cochina!

Sentí que un montón de cosquillas me invadieron hasta el cerebro cuando un chorro violento de semen estalló en mi interior, y que otro más caliente y abundante cayó como una lluvia de lava sobre mi abdomen, piernas y vagina, ni bien Pablo arrancó su ija de mi sexo para menearla, sacudirla al aire para salpicarme toda, y luego para frotarla en mis tetas.

¡Dale, ahora te levantás, y te sentás a la mesa! ¡Por tu bien que Romi ni los viejos hayan sospechado nada! ¡Mañana si te portás bien, yo te voy a mear las tetas! ¡Vamos, ponete cualquier vestidito, unas ojotas, lavate las manos, y a comer! ¡Y, no te pongas bombacha, así la Romi se enoja, y cree que sos una villera!, me dijo de repente, volviendo a ponerse en el alma de mi hermano cotidiano, el insoportable, mala onda y parco de siempre. Cuando me senté a la mesa, mi mamá me sirvió con cierto desgano una porción de pastel de papas, y le echó unos hielos a mi vaso de jugo. Romina me clavó la mirada, me saludó con falsa simpatía, y miró a mi hermano con rabia, como si lo estuviese acusando de algo. Pablo no le dio pelota.

¡Che, me contó un pajarito que te cuesta un poco el tema de bañarte Fabi! ¿Es cierto? ¡Yo, a tu edad, era una modelito!, dijo Romina cuando mi vieja lavaba los platos, y mi hermano fumaba afuera. Yo le hice una morisqueta, pero no le respondí.

¡Escuché que pablo te retaba por no bañarte! ¿A vos te parece gracioso que tu hermano te diga que tenés la bombacha sucia? ¿Y por qué eso no te lo dice tu vieja?, me rezongó bajando la voz, al punto que me costaba entenderle. Yo le dije que era una metida, y me levanté para irme a la cama. Era consiente de los chupones que me ardían en el cuello, de las gotas de semen que me humedecían las tetas, las piernas y la vulva, y de que no tenía bombacha. Pero, tal vez Romi no lo había notado. Sin embargo, una vez que mi vieja se metió a su cuarto con mi viejo, que Pablo entró en la cocina, y yo me sentaba en la cama dispuesta a dormir para ir al colegio al día siguiente, escuché que Romi elevaba la voz cada vez más, y que Pablo intentaba hacerla entrar en razones.

¡Boludo, decime la verdad! ¿Posta no le hiciste nada? ¿Tenía unos chupones en el cuello, y le re brillaban los ojitos! ¡No te digo que la hayas garchado! ¡Pero, por ahí la manoseaste demás! ¡Qué sé yo! ¡Hoy los tipos están re zarpados! ¡Y no me como el cuentito del hermano bueno!, le decía ella, mientras Pablo buscaba formas para que baje la voz, no golpee la mesa con algún cubierto, y no lo amenace con denunciarlo por boludeces de su cabeza.

¡Boluda, la Pipi es mi hermana! ¡Es una nena! ¿No la viste bien? ¡Todavía hasta se hace pis en la cama! ¿En serio me querés joder con este tema?, e respondía él, jugando a ser el cínico más creíble de la historia. Ella parecía tranquilizarse. Pero al rato volvía sacar el tema. Hasta que se fueron a la pieza de Pablo, y allí los escuché teniendo sexo. Ella parecía querer gemir para que yo la escuche con toda claridad. Además, seguía insistiendo conmigo.

¿Yo no me chupo el dedo nene! ¡Vos, seguro que al menos le mordiste una teta a esa negrita sucia! ¿Tenía un olor a puta que mataba! ¿Y estaba chuponeada! ¿Es más, por si te interesa, debajo del vestido, no tenía bombacha siquiera!, le trituraba los sesos mi cuñada, a pesar de las explicaciones de mi hermano, del traqueteo de la cama contra la pared, y de las nalgadas violentas que seguro se otorgaban. Yo, entretanto me masturbaba en mi cama, sabiéndome el centro de atención entre ellos, contenta de que me hubiese visto sin bombacha, y de que aún el semen de Pablo me refrescara la piel con tanto entusiasmo.

Sin embargo, a los tres días de aquella feliz noche, me desperté de la siesta con un fuerte dolor en el vientre. Tenía la sensación de tener fiebre, y al mismo tiempo que algo caliente se deslizaba por mi abdomen hasta llegar a mi vagina. no era pis. Ni tampoco eran los jugos que me mojaban la bombacha cuando me sentía caliente. No quería mirar, ni tocarme, ni confirmarlo de ninguna manera. Pero, mi madre entró para avisarme que me había venido a buscar una amiga de la escuela para salir a tomar un helado, y lo descubrió en cuanto me destapó para despertarme. Tenía sangre en la bombacha, la sábana, y en el corazón. Era tiempo de renunciar a Pablo para siempre. ¡Se lo tenía que decir! Bueno, con lo boca floja que era mi madre, seguro empezaría con toda esa historia de que ya era señorita, que debía comportarme, ser ordenada, limpia, buena gente, y hasta la monja más santa del convento del pueblo. ¿Y qué si no se lo contaba? ¿Y si quedaba embarazada? De modo que, ese día también lloré. Pero no estaba Pablo con su novia en la ventana, ni tampoco en algún lugar de la casa. Solo mi madre, intentando explicarme cómo se pegan las toallitas a la bombacha.    Fin

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