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Lecciones de una modista chancha

 

¡Dale Nicole! ¡Pasá, que enseguida vemos que podemos encontrar para vos! ¡La verdad, cerré porque estaba lloviendo bastante, y a esta hora ya no viene ni el loro! ¡Para colmo, con esta crisis, olvidate!, me explicaba Amelia mientras abría la puerta repleta de cascabeles y campanitas de su negocio. Me había visto por la vidriera, justo antes de cerrar las persianas, y colocar el cartel de “Cerrado”. Me sentí incómoda por importunarla. Pero necesitaba un vestido urgente. O algo elegante, sobrio, ¡O qué sé yo! Ese mismo día por la noche, cenaría por primera vez con mis suegros. ¡Estaba re nerviosa! Sabía que la mamá de mi novio era súper detallista, intelectual y difícil de convencer. Causarle una buena impresión a ella, era esencial. En cambio, mi suegro no era exigente, ni complicado. Aunque también admiraba la inteligencia en las novias de su hijo por sobre el lomo o la vestimenta. En ese momento no llovía, pero, Amelia estaba decidida a cerrar temprano.

¡Aaah, sí! ¡Sé que sos Nicole, la sobrina de Clarita! ¡Ella me dijo que iba a recomendarte mi local, porque seguro te ibas a colgar con el compromiso que tenías! ¡También me dijo que te iba a reconocer por tus auriculares! ¿Qué andás buscando gordita? ¡Si querés, dejá el paraguas colgado en ese maniquí, que no pasa nada!, me dijo luego, rozándome la mano para que le entregue mi paraguas. Yo me reía como una tonta, mirando mis auriculares violetas, mis sandalias, y luego a ella. Por alguna razón el aroma del sahumerio y las velas que iluminaban un vestidor diminuto a mi derecha, me hacían sentir más rara de lo que ya me sentía. Pero, el perfume de Amelia, su sonrisa amable, y para colmo aquel roce en mi mano…

¡Bueno, contame nena! ¿Es un quince? ¿Una fiesta de egresados? ¡Bah, porque, la verdad, tenés carita de ir a la escuela todavía! ¡Uy, perdoname! ¡Por ahí, ni me querés contar! ¡Algunas clientas me dicen que soy una metida!, se disculpó, tal vez al notarme lenta de palabras y reacciones. ¡Es que, era tan imponente con esos taquitos que iban entre el mostrador y la ropa exhibida!

¡Síii, no se preocupe! ¡Es, una cena especial! ¡Digamos que, me voy a presentar en sociedad con mis suegros! ¡Mi tía me dijo que venga antes de las 3, pero, se me hizo un poco tarde! ¡Perdón! ¡Me va a matar si le digo que vine cerca de las 8!, le dije, quizás un poco más segura de lo que me sentía. Entonces, sus gruesos labios compusieron una sonrisa más seductora, en la que divisé un rojo púrpura que me eclipsó los pensamientos.

¡Si es por mí, tranqui, que no se va a enterar! ¡Mmm, cena con tus suegros! ¡Bueno, imagino que debés estar caminando por las paredes! ¿cuándo es el agasajo para la novia?, me preguntaba examinándome desde el otro lado de su mostrador, acomodando alguna que otra percha.

¡Es, es hoy! ¡Vio?¡Soy un desastre! ¡Es que, iba a ser la semana que viene! ¡Pero, ellos, mañana salen de vacaciones, y no quieren postergar más el momento de conocerme!, me liberé al fin, aunque apretaba las manos al borde de hacerme daño con las uñas.

¡Nooooooo! ¡Qué atrevida nena! ¡La verdad, tenés unos ovarios tremendos! ¡Pero, imagino que se conocen hace más de un año con ese chico! ¿No? ¡Viste que hoy, las parejitas tienen amoríos cada vez más cortos! ¡Muchas veces, primero encargan bebés, y después se comprometen, se casan, y todo lo demás! ¡Bua, la verdad, es como que ni los encargan! ¡De repente, aparece una pancita, se hinchan las lolas, y se armó el lío! ¿Y tenés alguna idea de lo que, querrías usar esta noche? ¡Lo único, no puedo ofrecerte ningún modelo a pedido, o a medida, con los detalles que te imagines, porque, yo mando a que me hagan los vestidos con tiempo! ¿Entendés?, me decía Amelia, ahora acercándose a mí, haciendo que su largo pelo ondulado me regale su perfume al mecerse con sus pasos. Era alta, y lucía un escote prominente, en el que sus pechos se transparentaban un poco bajo la camisola con encajes y dibujitos que traía. ¿Por qué me fijaba tanto en las tetas de esa mujer? ¿Qué me maravillaba tanto cuando le miraba la boca al hablarme? Y, además: ¿Por qué se expresaba con tanta confianza?

¡La verdad, no sé! ¡Pensaba en algún vestido sobrio, pero juvenil! ¡Pero no sé qué me puede sugerir usted! ¡Si fuera por mí, iría con una remerita sencilla, una camperita fachera, y listo!, le decía, mientras ella caminaba por el negocio, viendo qué me podía ofrecer. De repente, casi sin darme cuenta la tuve tras de mí, apoyándome una cosa fría en el hombro, mientras me susurraba: ¡La próxima vez que me trates de usted, te cobro el doble, y le cuento a tu tía! ¿Estamos, bebota?

Yo me reí, instintivamente, y ella me imitó. Desde entonces, me relajé un poco. O al menos, no sentía tan tensas las rodillas. Aunque, detrás de la risa y la simpatía, había un dejo de autoridad que me chocó. ¿O me gustó? Ella me tomó la altura, me preguntó cuánto pesaba, y si estaba segura que podía pagar el costo de la ropa de su local.

¡Cualquier cosa, le digo a mi tía que pague por mí!, le seguí el chiste, mientras ella anotaba mi peso y altura en una libreta.

¿Sabés cuáles son tus medidas? ¡Yo creo que, por ahí podemos encontrar algo!, me preguntó, demasiado cerca de la cara, ya que mi cuerpo se había apoyado sobre otro maniquí. Le dije que no tenía idea. Entonces, ella buscó un centímetro, le bajó el volumen al canal de música, manoteó una percha con un vestido corto que colgaba en lo alto entre un montón de ejemplares, y se me acercó, como si sus caderas danzaran al ritmo del video de Britney Spears. Dejó el vestido en el mostrador, dirigió mi cuerpo tomándome de un hombro hasta un espacio más iluminado, y me puso la punta del centímetro en el costado derecho de la teta, diciendo: ¡No te preocupes que yo lo sostengo! ¿Pero cómo puede ser que no sepas cuánto tenés de cola, de tetas y cintura? ¡Aaaay, estas chiquitas de hoy en día!

Supongo que, entre la risa, mis nervios y el bramido de un trueno en la calle, ninguna podía sujetar el centímetro con precisión. Y entonces se asombró de mis medidas. Pero, enseguida me dijo: ¡Che Niqui, igual, creo que estás muy vestida! ¡Sacate el bucito, porque es bastante grueso!

Yo entré en pánico, porque debajo de mi remera azul con un estampado de la cara de Rihanna, ¡No me había puesto corpiño! Ella tuvo que haberlo notado, porque cuando me insistió, lo hizo con dulzura.

¡Dale gordita, que no hay problemas si tenés la remera manchada, o viejita, o si se te ve la panza! ¡Lo que es importante, es que tenga bien la medida de tus tetas, para ver qué te puedo mostrar, y te puedas probar! ¿Te ayudo? ¡Parece que hubieses visto a un fantasma!, me decía, mientras ella misma subía la parte de atrás del buzo, ni bien yo tomé la decisión de quitármelo. Y, cuando al fin estuve en remera, Amelia suspiró como si de repente fuese muy feliz.

¡Aaaah! ¡Pero mirá vos che! ¡Así que la nena, la novia anda por la calle sin corpiño! ¡Qué osada mami! ¡Lo único que te digo, es que esas tetas chiquitas pueden lucir muy bien en un vestido con tiritas! ¡Ahí, tenés uno color violeta que es un ensueño! ¡Además, vos medís 1,62! ¡Te puede quedar re lindo! ¡Así que, ahora vamos con la cinturita! ¿Dale?, me hablaba, sin quitarme los ojos de las tetas, una vez que terminó de medirlas y anotar en la libreta.

¡Sí, dale! ¿Querés que me acomode más cerca de la luz?, le dije, como para recordar que aún podía hablar. Su perfume seguía confundiéndome. ¿Qué carajos me estaba pasando?

¡No, no hace falta! ¡Vos quedate ahí, que tengo una vista privilegiada! ¡Pero, Nena! ¡Tenés todo el pantalón mojado!, exclamó de golpe, haciéndome dar un saltito.

¡Síii, un bajón! ¡Es que me agarró la lluvia en pleno centro, y el paraguas, recién me lo prestó una amiga, cuando venía para acá!, le expliqué, mientras ella colocaba el centímetro sobre un costado de mi cintura, y con la otra mano me palpaba una pierna para comprobar lo empapado que tenía el pantalón.

¡Ya está! ¡Ahí anoto tu cinturita! ¡Pero, vení, mejor, acercate para este lado, y prendo una estufita eléctrica, para que se te seque un poco eso! ¡O, si no, me comprás un pantalón de paso! ¿Qué te parece?, me decía, separándose del alcance de los poros de mi piel, que de a poco se sentían desprotegidos lejos de su perfume. Entonces, la seguí, riéndome exasperante, sintiendo que los pezones se me ponían duritos, sin entender el motivo. Una vez que prendió la estufa, y que de nuevo Amelia se me acercaba con la libreta y el centímetro, sentí que sus ojos me penetraron la remera.

¿Sacate la remera si querés! ¡Bah, digo, si se te mojó, la colgamos en una perchita al lado tuyo!, me dijo sin preocupaciones, mientras, medio que, haciéndose la boluda, me tocó una teta. Yo gemí, tal vez no tan sin querer.

¡Perdón che, perdoname! ¡Es que, me pone un poco nerviosa el hecho que estés tan mojada! ¡No te vayas a enfermar, porque, tus suegros te van a tener que llevar a la clínica! ¡Bueno, date vuelta, así le tomo las medidas a tu cola, que ya vi que, bue, tenés bastante! ¿Qué te dijo tu novio que le gustó de vos? ¿Esos ojitos color miel? ¿O esta cola?, me decía, mientras los sucesos iban apareciendo, ni bien me di vuelta como un papelito, y ella me palpaba la cola.

¡La verdad, creo que el culo! ¡Todos los varones son iguales! ¡Después, bueno, se hacen los románticos, y nosotras les creemos!, le decía, tratando de controlarme, porque sentir las manos de Amelia en la cola, me inquietaba. No sabía qué hacer con las manos. De hecho, instintivamente me toqué una teta, y me excité más.

¡Che, Negri! ¡La verdad, te re empapaste el pantalón! ¡El tema es que, por ahí se te mojó la bombacha! ¿No te incomoda? ¡Mirá que, te podés paspar, y es un problema después! ¡Bah, salvo que, tampoco te hayas puesto bombacha!, me dijo, riéndose con tantas ganas que, me pellizcó una nalga. Le estaba costando trabajo medirme bien, entre risas, y tal vez nervios, a esta altura de las dos.

¡Pero, dijiste una gran verdad! ¡Los hombres, nos juran amor, pasión, regalitos y todo eso! ¡Siempre que estemos lindas, que tengamos la cola bien paradita, las gomas espectaculares, nos depilemos la chucha, y nos pintemos lo justo y necesario! ¡Si te pintás demás, empiezan a pensar que hay otro tipo! ¡Bueno, igual eso creo que por ahí, era más en los tiempos de antes!, me decía, mientras seguía palpándome la cola, imagino que con los números que necesitaba. De hecho, en un momento hasta apoyó la libreta en mi culo para tomar nota. Y, encima, presa de lo sensibles que nos vuelve la lluvia, mientras yo le explicaba que por esas razones mis viejos se separaron, y que esperaba que a mí no me pase lo mismo; que también buscaba disfrutar la vida, y que, por las dudas, si sospechaba que alguna piba quería soplarme a mi novio, o que él se calentaba con otra, yo me le iba a adelantar… ella introdujo su mano adentro de mi pantalón, estiró mi bombacha hacia arriba, la palpó, y luego atenazó mi nalga derecha con sus dedos fuertes. El calor de su mano me inmovilizó, me secó la boca y me arrancó las palabras del pecho.

¡Uuuy, Niqui, tenés la cola helada, y la bombacha empapada! ¡Yo creo que, no te vas a poder ir hasta que, no solo se te seque el pantalón! ¡Mirá, si no tenés problemas, te lo podés sacar! ¡También vendo lencería, para gorditas culonas como vos!, se animaba a hablarme, cada vez más cerca de la oreja, mientras yo temblaba. Pero aún así, me di vueltas para intentar enfrentarla. ¿Por qué lo hice?

¿Qué pasó? ¿Te di miedo? ¡Perdón! ¡Es que, la verdad, Niqui, sos como mi sobrina! ¡Te veo así, con el pantaloncito mojado, y me da no sé qué! ¡Disculpame por tocarte la cola! ¡Si querés, te probás el vestido! ¡Aunque, bueno, para eso, al menos el pantalón, te vas a tener que sacar! ¡Ahí tenés un probador, reina!, me dijo, retomando su papel de vendedora con experiencia. No me gustó que retroceda. En el fondo del pecho, algo me insistía con regresar al tacto de sus manos calientes.

¡Bueno, si querés, te dejo sola, para que pienses, y me decís! ¡Pero, acordate de no pasparte ahí abajo! ¡Por ahí, si llegás a tener sexo con tu chico esta noche, te puede molestar, o se te puede irritar la vagina! ¡Un consejito, nada más!, me decía luego, alejándose de mí, con toda la lentitud que su cerebro le ordenaba a sus pasos. Sin embargo, como yo me quedé mirándola perpleja, y con una mano en la teta derecha, ella se me abalanzó suavemente, me quitó la mano de ahí, me la besó, y me tocó las dos tetas. primero por arriba de la remera. Cuando lo hizo por debajo, rozó mis pezones, los presionó con dulzura, y me clavó los ojos en la boca cuando se me escapó un gemidito.

¡Yo creo que, a tu novio le debe gustar tocarte las tetas! ¿No? ¡Son re suavecitas, y huelen rico! ¡Bue, me parece que, estás en condiciones de sacarte el pantalón, y de probarte el vestidito! ¡Aparte, tengo otros para mostrarte! ¡Y, si no le metemos pata, se te va a ser tarde para la cena! ¡No te preocupes, que ya te miré la bombacha! ¡No tengas vergüenza!, me susurraba a partículas de mi cuello, mientras me seguía palpando las tetas, ahora apretándome los pezones con un poquito más de fuerza.

¡Heeem, creo que, no, no me las toca así! Y, a usted… digo, a vos, ¿Te gustan las chicas? ¡O sea, mi tía no me dijo eso! ¡Perdón, nada que ver! ¡Pregunto boludeces!, empecé a decirle, sin poder mirarla a los ojos de lo infinitamente pequeña y tarada que me sentía.

¡Amor, no te preocupes por eso! ¡No importa lo que me guste a mí! ¡Si no, lo que te gusta a vos! ¡Y, creo que te gusta que te toquen las tetitas! ¿También te gusta que te pellizquen la cola?, me decía, sin dejar de acariciarme las tetas, presionar mis pezones, y ofrecerme unos pellizcos suaves en la cola, mientras de a poco me bajaba el elástico del pantalón.

¡Sí, sí, me gusta que me pellizquen la cola, y que me peguen también!, dije al fin, ya sin reprimirme nada, como si de repente mis huesos no pudieran sostener más el fuego que me quemaba por dentro. Ella me sonrió, y acercó su rostro a mis tetas. me revolvió el pelo, olió mi cuello, me pasó la punta de la lengua por la oreja, y me pellizcó otra vez la cola, pero por adentro del pantalón, diciendo algo como: ¡Qué nena suavecita, para comérsela toda!

¡Vamos, sacate el pantalón Niqui, así te probás este! ¡Y no me pongas esa carita, que ya me di cuenta que estás re calentita!, me dijo con sabiduría, sin dejar de sonreírme, acariciándome los hombros. Entonces, antes de separarse de mi cuerpo para que al fin me desvista, me mordió una teta por encima de la remera. Y, de pronto, mi pantalón ya no cubría mis piernas, ni mis zapatillas empapadas, ni mis medias. Nada de lo que traía me pertenecía. Estaba descalza junto a la estufa, ruborizada, con la remera electrificada por la dureza de mis pezones, y la bombacha blanca más visible que mis miedos, al frente de esa mujer que me ayudaba a ponerme el vestido violeta. Cuando terminó, sabiéndome intranquila y agobiada, me dijo: ¡A ver, date una vueltita, para ver cómo se ciñe en tu cintura! ¡Dale, y sin miedos, que acá nadie te ve!

Lo hice, más torpe y apurada que consciente de lo que estaba viviendo. Ella me aplaudió, y se acercó para arreglarme las tiritas de los hombros. Pero, enseguida agregó: ¡Mirá, yo creo que te queda muuuy cortito! ¡Es más, se te ve la bombacha y todo! ¡Che Niqui, en serio, quizás sea oportuno que te la saques, y yo te regalo una! ¡Total, no me cuesta nada!

Yo empecé a quitarme el vestido para que me traiga otro. Pero no pensaba ni en la cena, ni en cómo me quedaba, ni en la cheta de mi suegra, ni en mi novio. Tenía miles de cosquillas en el cuerpo que no me dejaban respirar. ¡Necesitaba que Amelia vuelva a pellizcarme la cola, o a morderme una teta! ¿Acaso le gustaba jugar con las chicas? ¿Disfrutaba de calentarlas, excitarlas, y dejarlas con la conchita caliente?

¡Dale Niqui! ¡Probate este! ¡Pero primero, sacate esa bombacha! ¡Dale, que quiero ver cómo te la sacás! ¿Sabés hace cuánto que no veo a una nena sacarse la bombacha al frente mío? ¿Vos tenés 20, o 21, como mucho! ¿No?, me decía, mientras colgaba un vestido de colores llamativos a mi lado, y después apoyaba su trasero contra unos estantes, observándome con deleite, semi desnuda y temblorosa.

¡Tengo 19! ¿En serio, querés que me saque la bombacha?, le dije, esta vez mordiéndome un labio.

¡Sí, porfi, sacate esa bombachita mojada nena, que quiero mirarte! ¡Quiero saber qué es lo que se va a comer ese chico!, dijo, ya con la voz en un susurro, haciéndome reír y transpirar al mismo tiempo. Entonces, impulsada por todo lo que ardía en mis venas, empecé a mover la cintura, a tocarme las tetas, a estirarme la remera para que se marquen mis pezones, y luego, tomé mi bombacha de los costados y comencé a descender con ella por mis piernas, tomándome todos los minutos del universo. Amelia me miraba, suspiraba, se sobaba los pechos y se me acercaba, diciendo cosas como: ¡Así nena, sacate eso, chancha, que la tenés empapadita, y después, se te enferma la chuchi! ¡Toda, toda, hasta el suelo llevala, y dejala ahí tirada, que yo la levanto!

Ni bien mi bombacha tocó el suelo, ella misma me ayudó a incorporarme, y después de encajarme un chupón baboso en la mejilla, me dio una bombacha rosada que sacó del bolsillo de su pantalón de vestir, y me dijo: ¡Ponete esta, que está sequita, limpia, y lista para que te la mojes! ¿Querés que el vestido sea tuyo para siempre, y sin pagar un mango, bebota? ¡Bueno, ponete esa bombachita, vamos!

Me la puse, un poco desconcertada. Pero no tuve un segundo para intuir, ni sopesar nada, porque Amelia me tomó de la mano y me condujo hasta el mostrador de la entrada. Me pidió que apoye las manos en él, y que mueva la cola, haciéndola para atrás. Ella, enseguida se puso a acariciármela, sobarla y pellizcarla. También me la chicoteaba con el elástico de la bombacha, que, por cierto, no llegaba a cubrir mis nalgas.

¡Faaaa, guacha! ¡100 de culo tenés! ¿Sabías? ¿Tu mamá te daba muchos chirlos de chiquita? ¿O se los pedís a tu novio? ¿Querés que te dé un chirlo bebé?, me dijo de repente, luego de besarme la espalda, sin dejar de sobarme. Y sin esperar mi respuesta, asestó el primer chirlo, al que le siguieron varios. ¡Cómo me hacía picar y arder los cachetes!

¡Dale Niqui, no te escucho pedirme nada! ¿Te gusta que te nalgueen? ¿Querés chirlos, guacha? ¿Cómo vas a venir a mi local con ese culito, envuelto en esa bombachita húmeda? ¡Ahora, te vas a mojar la bombachita que yo te di, y con mis chirlos, y con todo lo que te espera! ¿Sabés bebé?, me decía, mientras sus chirlos crecían en intensidad. Ahora me ardían más, porque me había corrido la bombacha. Y encima, buscaba la forma de besarme el cuello. Cosa que se le hacía difícil por mi pelo largo, y porque yo estaba con los músculos muy tensos. Pero, una vez que decidió atacarme las tetas, chuponearlas y morderlas por encima de la remera, mi cuerpo cedió, y mi cuello fue suyo, y de todos los ríos de su saliva fresca.

¡Uuy, bebé, mirá cómo se te endurecen las tetitas! ¡Por dios! ¡Se ve que te re prenden los chirlos! ¿Querés más? ¿O preferís que te muerda las gomas? ¡A ver, abrime un poquito las piernas! ¿Me dejás apoyar un dedo en la conchita? ¡Quiero ver si la bombachita que te presté, puedo venderla después!, me decía entre alucinada y sometida por las presiones de su ritmo cardíaco, mientras me agarraba pedacitos de teta o remera con la boca, me babeaba el cuello, y me seguía nalgueando. Yo, ni bien le abrí las piernas, más por decisión de mis hormonas que de mi cerebro, sentí uno de sus dedos deslizarse de arriba hacia abajo, y luego en círculos sobre el orificio de mi vagina, por encima de la tela de la bombacha que aún no había comprado. ¿No era que me la regalaba? Acto seguido, se lamió ese dedo y se acercó a mi oído para murmurarme: ¡Te re mojás bebé! ¿Con los chicos te pasa igual? ¿O cuando te tocás en tu camita? ¡Creo que, esta bombacha se mojó más que la otra con la lluvia!

Y de pronto me tomó del mentón para apoyar sus labios en los míos. Intuí que íbamos a besarnos dulcemente, o desaforadamente, o con pasión. Pero, en lugar de eso, Amelia les pasó su lengua caliente y ancha, y luego los atrapó con sus dientes para gruñirme como un animalito en época de apareamiento, tratando de expresarme cosas como: ¡Qué boquita! ¡Qué labios ricos, nenita! ¡Los de tu boca, y los de allá abajo! ¡Tenés la conchita re caliente, como la boquita! ¡Ahora, quiero que saques esa lengua, para probarla!

Le obedecí, intentando no perder la calma. Quería pedirle que me entierre algo, lo que sea en la concha, y que me coja como se lo merecía todo mi estado sexual. ¡No podía más! Me quemaba hasta el aire que respiraba. Y para colmo, cuando ella estiró mi lengua con sus labios gruesos, empezó a sobarme la conchita, a filtrar uno de sus dedos por entre la tela para hundirlo apenas en mi vulva, y a frotar su pulgar en mi clítoris, al tiempo que me repetía: ¡Mojate bebé, dale, mojate la bombacha, mojame los dedos, y gozá, ponete loquita, quiero que gimas, y que me aprietes las tetas! ¡Dale, animate, acá las tenés! ¡Son todas para vos perrita! ¡¿Así que, cumpliste los 19 la semana pasada? ¡Bueno, por ahí, este es tu regalo! ¡Aparte de la ropita que te vas a llevar gratis! ¡Pero, esta bombachita me la quedo yo! ¿Entendiste? ¡Esta, y la que tenías puesta!

De pronto me encontraba de su mano, caminando hacia uno de los probadores. Allí me sacó la remera y se puso a chuparme las tetas, mientras frotaba una de sus rodillas en mi vagina, estirándome la bombacha hacia arriba y me pedía que no me despegue de la pared. Hasta que me dejó sola por un instante, en el que yo aproveché a frotarme el clítoris. ¡No había forma de resistir tanto placer contenido! Por suerte Amelia volvió rápido, con mi bombacha mojada por la lluvia en la mano. me la dio y me pidió que yo misma se la restriegue por la cara, al tiempo que mi boca se prendía de uno de sus pezones. ¡Había entrado con sus dos terribles tetas al desnudo total! No era que yo hubiese optado por chupárselas. Es que, ella me agarró de la nuca y me ordenó: ¡Chupame las tetas bebé, y obligame a oler esa bombacha sucia!

Yo, lo intenté todo lo mejor que pude. Es que, no podía concentrarme en otra cosa que, en el sabor de sus pezones duros, en el olor de su piel, y en sus dedos que pugnaban todo el tiempo por entrar en mi conchita, ¡Y en mi culo! Aún así, ella la olía, mordisqueaba y lamía con devoción, casi tanto como a mi mano laboriosa por toda su cara.

¡Qué delicia bebé, qué rico olés! ¡Me encanta, esa mezcla de olor a conchita, a sexo, a pis, y a lluvia! ¡Qué rico es tu olor a pichí Niqui! ¿Te lo habían dicho? ¡A los chicos no les gusta mucho eso! ¡Pero nosotras, a nosotras sí nos excita el olor a pis! ¡Y más el de una chiquita atrevida como vos!, me decía, una vez que nos separamos para salir del probador. Yo siempre de su mano, y ahora solamente en bombacha. Ella iba detrás de mí, apoyándome las tetas desnudas y babeadas en la espalda. Hasta que llegamos a otro mostrador un poco más bajito, casi vacío, en el que me pidió que me siente, casi como una orden militar. Cuando logré subirme, ella me bajó la bombacha, y yo la dejé que su lengua me chupe, lama, babee, recorra y saboree las piernas, la panza, el ombligo y la concha. Ahí no pude evitar gritarle, en el momento en que sentí esa punta de saliva en el clítoris: ¡Dale Mamiiii, haceme acabar de una vez, o te hago pis en la caraaaa!

Ella me miró a los ojos desde las profundidades del suelo, y me dijo: ¿Vos pensás que me voy a asustar si una chica me hace pichí en la cara? ¡Me comí a muchas como vos nenita!, y luego me recostó casi que de un empujón sobre el mostrador. Abrió un cajón, mientras me hacía chupar una de sus tetas, gimiendo en mi cuello, y mientras me prohibía tocarme la vagina, exhibía ante mis ojos endiablados un pito de goma enorme, pero al menos no tan ancho. Pensé que me lo iba a clavar de lleno en la concha. Pero primero me lo hizo probar, luego de ponerle un preservativo que sabía a frutilla. Entonces, me agarró una mano para envolver ese tronco resbaladizo por los geles, me tocó los labios con un dedo, con el que luego hizo circulitos en el orificio de mi vagina desnuda, y me dijo, casi cayéndose sobre mí: ¿A ver cómo la nena juega con esto? ¡Hacé de cuenta que es el pito de tu novio! ¡Quiero ver cómo lo hacés, cómo la chupás, y cómo te la metés en la boquita!

De inmediato, mientras la lengua y el paladar se me llenaba de saliva y deseo, la vi meterse una mano por adentro del pantalón, y escuché con claridad que sus dedos hicieron estallar los jugos de su sexo al introducirlos. Eso me envalentonó para empezar a mamar ese juguetito, a morderle la cabecita, escupirlo, babearlo, pegarme con él en la cara, olerlo, enredarlo en mi pelo, volver a escupirlo y devolverlo una vez más a mi boca. A ella le gustaba escuchar mis chupadas, sorbetones y escupidas. Pero, se volvió loca cuando simulé, en parte, una arcada al llevar aquel extremo hasta la faz de mi garganta. Además, el chiche se calentaba como si fuese una pija de verdad, y el saborizante de frutilla que se mezclaba con mi baba se me hacía cada vez más delicioso. Entretanto, Amelia se hincaba para oler mi bombacha estirada sobre mis rodillas, y para colocar de a poquito mis talones cerquita de mi cola, de modo que mis labios vaginales se abrieran a su gusto y placer.

¡Dale Niqui, comete ese juguetito, babealo todo, que no sabés cómo te babea la conchita por acá! ¡Así chiquita, atragantate bien, y eructá si querés, que me calienta! ¡Aparte, ya dejaste tu olor a conchita en la bombacha! ¡Y todavía no la pagaste, zorrita!, me decía, acariciándome la barriga, oliendo la bombacha, besuqueándome las piernas, y cada tanto soplando mi vagina con ternura. Hasta que, su lengua arremetió de lleno en el océano de mis jugos, los que ya sentía que se me desbordaban, y también contra mi clítoris en llamas. Aquello sucedió cuando Amelia me escuchó eructar, después de dejarme un rato largo el chiche clavado en la garganta, mientras me presionaba los pezones yo solita.

¿Nadie te chupó la conchita bebé? ¿Ni tu novio? ¿O algún machito antes que él? ¡Estás que te prendés fuego nena! ¡Mmm, qué rica estás, y cómo necesitaba esto! ¡Conchita fresca, carne de nenita tierna, bien asustadita, y con una cola como para comérsela a besos!, me decía, sin dejar de tocar mi clítoris con la lengua mientras sus dedos se hacían cada vez más lugar entre mis jugos, y sus respiraciones me daban un poquito de vergüenza. Yo estaba limpita. ¡Pero esperaba no tener olores feos, ni cosas que le desagraden! Aún así, cuando pensé que estaba al borde de regalarle mi orgasmo, Amelia me ordenó: ¡Date vuelta nena, con la colita para arriba te quiero! ¡Vamos, y en cuatro patas!

Se me complicó hacerlo rápido, porque el mostrador era angosto, y porque aún tenía la bombacha en las piernas. Ella no me ayudó en absoluto. Recién cuando estuve boca abajo, se acercó para colocar un almohadón debajo de mi vientre, me chupó una teta y me comió la boca, diciéndome entre mordiditas y lamidas: ¡Probá tu saborcito bebé, el sabor de esa conchita tierna que tenés! ¿Te gusta? ¡Tu tía me contó que, en tu familia están totalmente en contra de tu elección sexual! ¡Vos sos esto! ¡Una nena a la que le gusta, las nenas! ¿No es así? ¡Dale, probá tu conchita de mis labios, nenita! ¡Si te gustan las chicas, y te sentís mejor con ellas, o hay alguna chica de la que estés enamorada, no pierdas el tiempo con ese chico, al que no amás, ni te gusta, ni un carajo! ¡Dale bebé, chupame los labios, que me los dejaste bien mojaditos, con tus jugos, y algunas gotitas de pichí! ¡Qué chancha te ponés con las mujeres! ¡Y no te enojes con tu tía, que, solo quería que experimentes, y después decidas! ¡Todavía estás a tiempo! ¡A vos no te va a pasar lo que a un montón de viejas boludas de mi edad!

Aquel maremoto de revelaciones absurdas, y a la vez totalmente verdaderas me hicieron entrar en shock. ¿Por qué mi tía había hecho semejante cosa? ¿Y sin consultármelo? ¿Acaso ella creía que los encantos de Amelia serían suficientes para, seducirme, engatusarme, y ayudarme a, entre otras cosas, dejar a Ivo? ¡Sí, era cierto que me gustaba una chica, y que siempre me gustaron, y que mi familia me prohibió todo lo referido al tema! ¿Debía agradecérselo? ¿A quién? ¿A la metida de mi tía? ¿O a la abusadora de Amelia? Y, sin embargo, no era capaz de bajarme del mostrador, ni de abandonar los labios de esa mujer con el sabor de mi sexo, ni de quitarle la mano que me sobaba la vagina, a punto de colmarse de mi orgasmo más fatal y feroz, mientras un montón de lágrimas me ardían en los ojos, dispuestas a convertirme en una pelotuda llorona y frágil. ¿Frágil? ¿O valiente?

¡Mi tía es una metida, y vos, una comenenas! ¿Te gustó chuparme la concha? ¿Vos hace mucho que sos torta?, le decía, mientras ella me sobaba el culo, me regalaba unos chirlos nuevos, y acercaba su nariz para olfatearme toda.

¡Siempre fui torta bebé! ¡Siempre amé el sexo femenino, a las chicas, grandes, maduras, y a las adolescentes! ¡Es más, estoy segura que, si te llego a tocar el agujerito del culo con la lengua, y te froto el clítoris, te vas a acabar como una tormenta!, me dijo al fin, mientras hacía exactamente eso. No escatimó nalgadas, ni escupidas entre mis cachetes. Me frotó con entusiasmo, ritmo, ferocidad y talento. Me olía como con desesperación, y cada tanto se acercaba para morderme una teta, o pedirme que saque la lengua para meterla entre sus labios. Y, tenía razón, indudablemente. Ni bien terminé de gritarle que era una puta de mierda, una abusadora de nenas comprometidas, y andá a saber cuántas giladas más, empecé a tiritar de celo, a empaparme entera, a convertir a mi identidad en cenizas, y a gemir con toda la fuerza de mis pulmones, mientras ella jadeaba a mi lado, sacándome la bombacha para pegarme con ella, y mordisqueando cualquier trozo disponible de mi piel. También se atrevió a colocar su rostro entre el almohadón empapado y mi vulva, para chupar cada gota de mi esencia, saborearla y luego introducir su lengua por los rincones que pudo. Después, regresó a mi boca para pedirme que saboree el orgasmo de una chica lesbiana en toda regla, y un montón de cosas que no recuerdo. Solo sé que ella me comía la boca, me acariciaba las tetas y el culo, y me mimaba como nadie lo había hecho hasta entonces.

Me costaba volver a la realidad. No quería bajarme del mostrador, ni ponerme vestidos, ni bombachas, ni tacos altos para impresionar a nadie. Necesitaba más de sus manos, su lengua, de sus labios impiadosos, de sus chupones en mis tetas, y de su manera de olerme como si quisiera robarme las células que me perfuman. Quería volver a encenderme, entregarle el culo a su lengua, que apenas pudo disfrutarla el segundo que tardé en acabar como una ilusa inexperta. No encontraba las palabras. no sabía si agradecerle, adorarla, arrodillarme ante ella, o si ponerme a llorar para que me apapache. No entendía qué me pasaba. Pero, lo cierto es que mi novio, mis suegros y mi familia no volvieron a mi cabeza, hasta que Amelia, luego de unos minutos que parecían horas perversas me dijo: ¡Bebé, ya son las 9 y cuarto! ¿Qué hacemos? ¿Te vas a llevar algo al final? ¡Yo, si fuera por mí, quedate todo el día con ese culo para arriba, con ese almohadón meado en las piernitas! ¡Si querés, yo te ayudo a decidir sobre qué ponerte! ¡El pantalón ya se secó!

Recuerdo que me levanté como disparada por un rayo interno, le pedí una bombacha nueva, me puse el pantalón, le compré una remera violeta llena de dibujitos y con tiritas en los hombros, un paquetito de colitas y hebillas para el pelo, y que le pagué. O al menos le di mi tarjeta de débito. Ella no me cobró. No sabíamos cómo volver a mirarnos a los ojos. Pero, cuando sucedió al fin, nos abrazamos, mientras yo le prometía que iba a terminar mi vida hetero de fantasía, que le agradecía infinitamente lo que había hecho por mí, y que no me alcanzaría toda la plata del mundo para reconocer su rol en mi vida. Ella me dijo que no me olvide del papel de su tía en todo esto, me aseguró descuentos en su local para siempre, y me prometió que jamás me devolvería la bombacha. Tampoco la que había llevado puesta. Nos reímos, y nos comimos la boca. Creo que, si mi suegra no me hubiese llamado al celu, todavía nos estaríamos devorando los labios, las tetas y los corazones.

¡Y más vale que vuelvas Niqui! ¡No puede volver a pasar que te vayas, y me dejes con toda la calentura en la concha! ¡La próxima, me tenés que ayudar, pendeja! ¿Estamos?, me decía mientras nos chuponeábamos contra la puerta. A ella se le dificultaba poner la llave en la cerradura mientras afuera el taxi hacía sonar su bocina cada vez más impaciente, y la lluvia se transformaba en una luna radiante. Aquello marcó el inicio de una nueva vida.    Fin

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