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"Otros ratones": Sueños de una violación por Crisálida






 

Lo había soñado. Una y mil veces. En el corazón de la fantasía se revelan cosas impiadosas, secretos irrenunciables, pasiones inconfesables. Una estancia oscura. Varios cuerpos sin sexo, pero oliendo a polinización reciente. Vasos vacíos o por la mitad con labial. Cigarrillos consumidos. Zapatos desparejos y siniestros. Perfume a hombre y esencia femenina flotando en los segundos que transcurren inertes, perturbados y cenicientos. Ropa arrugada, con manchas y suciedad del tiempo. Y en medio de todo eso, yo, desnuda, repleta de marcas, huellas perpetuas o indelebles, y pensamientos que no son de nadie. El olor a semen en cantidad ebulle de mi piel como inciensos ancestrales. No me importa si me rasgaron el vestido, si fueron amables al desprenderme el corpiño, o si olfatearon mi tanga hasta el paroxismo. Me lo imagino todo, y con eso puedo reconstruirlo todo. Los temblores de mis piernas pueden narrarlo, sin premuras ni escepticismos. Los pechos me arden con una cálida irresponsabilidad, y mi saliva cae de mis labios como pócimas curativas hasta mis pezones. Es obvio que me los mordieron, sorbieron y mamaron hasta enloquecerme de celo.

Abro los ojos, y los dos primeros cuerpos que veo están tendidos a pocos centímetros de mi indiferencia sin demasiados fueros. Uno de ellos tiene la cabeza totalmente calva, y varios arañazos en el pecho. Su rostro sonríe, aunque sus pulmones se muevan con parsimonia. En cambio, el otro ronca en ondas desiguales, desnudo, con una de sus manos en su pene inofensivo. Aunque, seguramente ese pene fue el que entró varias veces por mi culo, haciéndome lagrimear, gemir y bailar de lujuria, abrazada a otros cuerpos, lamiendo otros pechos de mujer. Creo que, una de ellas podía alimentarme con su leche materna. Y, en efecto, cuando la luz me convidó más de la realidad que me rodeaba, vi a una mujer rubia con dos exuberantes tetas, desparramada en un sillón amplio, con el tapizado manchado de alcohol y orina. Sí, también el ambiente olía a pis, a mariguana y a soledades compartidas.

Un poco más allá, cerca de una mesa desmantelada, repleta de restos de incoherencias y verdades inoportunas, había una pareja durmiendo, como si el amor fuese posible entre ellos, o hubiese florecido aquella noche. ella parecía feliz, con la cabeza de un niño con barba sobre su pecho, y él, posaba sus manos sobre sus nalgas. Reparé que las mías, estaban sobre un montón de ropa, y que a mi lado había una bombacha rosa que no me pertenecía, junto a unas latas de energizante, un paquete de papas fritas y un consolador. ¿Qué habría pasado? ¿Cuánto había consumido como para no recordar nada? ¿Por qué, aún así, la vagina me palpitaba con tanta calentura? ¿Acaso la fiebre que me enrojecía los pezones, se debía a mis hormonas alborotadas? Empezaba a sentirme sucia, pero me fascinaba. Me miré las palmas de las manos, me las pasé por la cara, y noté que tenía restos de maquillaje, y algunas gotas secas de sangre. Descubrí que mi aliento no olía a menta, ni a café con leche. Más bien, a una oleada entre ácida y perspicaz, que mezclaba semen, cerveza, vodka y arrogancias. Me crujió la mandíbula cuando intenté sonreír. Por lo que, deduzco que la pija del hombre calvo, del que roncaba y del amante de la pelirroja entraron en mi boca sin limitaciones. Me toqué la vagina desnuda, y ante la presencia de esos cuerpos como sin vida, hundí uno de mis dedos. Luego otros dos, y pronto casi toda la mano. Estimulé mi clítoris, mientras un hambre voraz regresaba a mi cabeza. Pero, por otro lado, me urgían unas insuperables ganas de masturbarme, hasta despertarlos. Quería gemir, despertarlos con mis alaridos, y preguntarles cómo había sido. ¿Me habrían violado como en mis sueños? ¿O, tuvieron cuidados innecesarios? ¿Por qué me costaba tanto recordarlo?

Entonces, descubrí que había semen en el interior de mi vulva, y que el ano comenzaba a regalarme unas punzadas que, poco tenían que ver con lo duro del suelo. me reí para mis adentros cuando vi un pañal enrollado contra una pared. ¿Alguno de ellos era padre de un bebé? ¿A dónde lo habrían dejado? ¿Y, si justamente ahora se estaba gestando en mi interior, un ser dispuesto a gastarse mi sueldo en pañales y juguetes caros? ¿Podría haber quedado embarazada esa noche? ¿Qué hora era, después de todo?

Entonces, tuve la intención de pararme, y tal vez darle una patada a la tetona. ¡Qué ricas se veían esas tetas! ¡Quizás, ella era la madre del bebé que ensució ese pañal! Pero no tuve fuerzas. Seguí estimulando mi clítoris, escupiéndome las tetas, retorciendo mis pezones y mordiéndome los dedos que retiraba de la oscuridad de mi sexo. Tenía sed, sueño, un dolor de cabeza impropio en mí, y ganas de todas esas pijas y conchas. De repente, casi sin preverlo, empecé a hacerme pis en el suelo. me sentía una nena caprichosa, capaz de hacer lo que se le antoje, bajo la mirada inexpresiva de mis abuelos. Pero, nadie me miraba, y a nadie le importaba que hubiese mojado el suelo, el montón de ropa, ni los zapatos que tenía más próximos. Me cacheteé la vagina para que mi orina salpique por donde se le plazca, y continué masturbándome, arrancándome mechones de pelo, escupiéndome las manos y tratando de frotar el agujero del culo en el bollo de ropa que soportaba mi peso. Y entonces, me recordé en cuatro patas, arriba de una silla, recibiendo la dureza de una verga ansiosa, mientras otra más carnosa y hedionda me perforaba la garganta, se estrellaba contra mis mejillas, o me hacía tener unas arcadas alucinantemente asquerosas. Inmediatamente, el sabor de la leche de unas tetas generosas retornó a mi memoria, y también unos dedos más apacientes que los míos revolviéndome la conchita. Recordé que mi lengua lamió sexos femeninos, testículos, y el culo de uno de esos hombres. Mis dedos también rememoraban el esfuerzo de las pajas que les hice, y mis rodillas acusaban el impacto de ciertas frotaciones, golpes y raspones. Me ponía más puta el hecho de saber que, mi vagina en un momento acunó dos pijas endiabladas, y que uno de ellos gimoteaba palabras obscenas en mi oído. El sonido de su voz se hacía cada vez más nítido.

-Dale cachorra, abrí esa boca de gata bandida, que te encanta la leche de tu jefe… ¿O preferís la de tu compañerita? ¡Esa sí que tira la goma, y no se hace la estrellita como vos! ¿A quién te comiste? ¿Creés que tener ese pedazo de orto, te hace la reina de la oficina, putarraca?

Pero también otras voces de mujer gemían a mi alrededor, pedían, se dejaban nalguear, abrían sus bocas para mamar, y para dirigirse a mí.

¡Dale mami, chupame las tetas, así no se te cae ese culo! ¡Alimentate bien bombona, y tirale la goma al jefe! ¿O no querés irte de vacaciones a Brasil?

¡Sí nena, ponele onda, y entregá todo! ¡Dejá que te rompan el totó, que por otra parte te gusta! ¡Y si al rusito se le ocurre mearte las tetas, dejate bebé! ¡Todas somos pelelas de estos cerdos!

¿Era mi turbada imaginación? ¿Por qué no se despertaban? ¿No les parecía raro que, una mujer esté gimiendo, confundida, aturdida, meada, con los ojos desbordados, con ganas de más pija, en esa oscuridad cada vez más hilarante? Y de repente, me recordé tomando un taxi con rumbo a un departamento. Aquello, ni todo lo demás, tuvo que haber pasado sin mi consentimiento. Y, sin embargo, si no hubiese sido así: ¿Me habría importado realmente?

El sonido de una ambulancia multiplicaba ecos cada vez más perceptibles por mis oídos. Luego, ruidos de ascensores, llaves en la puerta, voces apresuradas, gritos, tacos en los pasillos. Y sin más, se hizo la luz. ¿Cómo podía ser que yo era la única persona viva?   Fin

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