Tenía que reconstruir los hechos, de alguna forma. ¿Cómo podía ser? ¿Mi esposa, y su amiga? ¿Borrachas? ¿O algo más? Y eso que, las dos se jactaban de ser recatadas, puritanas, conservadoras y casi tan inocentes como el amanecer que les cubría los rostros.
Yo llegué a las 6 de la mañana, después de tomar un café en un barsucho medio antro con Marcelo y Darío, mis amigos más importantes. Antes habíamos ido a pescar, y entretanto, nos poníamos al día acerca de nuestras vidas. Marcelo se estaba separando, y atravesaba un momento angustiante por el tema de la tenencia de sus hijos. Darío, se daba aires de fanfarrón tras ponerse de novio con una chica de 20 años, y nos compartía detalles de cómo se conocieron, y de un par de polvos fenomenales que se mandaron en el telo que se situaba en frente de mi casa. Él, al igual que nosotros, tiene 37 años. Yo, no tenía muchas cosas de las que hablar. Incluso, siempre me caractericé por ser más reservado. Prefería hacerme el bromista, boludearlos con mis ironías, o pelearlos con el fútbol. Con Silvana, mi esposa, las cosas iban bien. Por lo menos, yo no recibía quejas de mi desempeño. Cogíamos dos o tres veces por semana, nos llevábamos bien, y salíamos a comer fin de semana por medio. Ella tenía sus actividades, y yo las mías. Nuestros dos hijos no nos daban problemas ni dolores de cabeza.
Pero, esa mañana, las cosas iban a, ¿Cambiar? Lo cierto es que, me pareció extraño no encontrar a Silvana en la cama, o preparando el desayuno, ya que tenía la costumbre de levantarse temprano, aunque sea domingo. Recuerdo que la llamé a su celular, y que su tono de llamada resonaba en algún lugar lejano de la casa. La busqué en el baño, en el cuarto de los chicos, que estaban en lo de sus abuelos, y en el escritorio. Nada. Entonces, se me ocurrió ir al patio. Allí, el ringTone de su teléfono se hacía más nítido, y, en efecto, allí estaba. Ella, y Laura, su mejor amiga. ¡Ningún panorama podía ser más tentador, libertino, incoherente y a la vez desconcertante! ¿Qué habían hecho? ¿Cómo habían llegado a ese estado? Silvana estaba recostada de cualquier manera sobre una reposera ancha, con el pelo desatado y revuelto, las piernas abiertas, las rodillas sostenidas por una tanga roja estirada, y a sus pies, uno de sus vestidos veraniegos favoritos. Tenía las gomas al aire, respiraba pesadamente, y en sus párpados podían leerse las estrofas de una noche llena de misterios y sorpresas, de las cuales tal vez era mejor no preguntar.
A unos pocos centímetros, recostada sobre una maraña de ropa y el césped del patio, estaba Laura. Dormía con los primeros atisbos de sol sobre sus pupilas, también en tanga, aunque colocada al borde de ser devorada por sus labios vaginales, con los pezones erectos, las tetas tan desnudas como apetecibles, una mano sobre una de sus nalgas, y un auricular en su oído derecho. No hizo falta que las llame, ni que insista con el celular, ni que me anuncie de cualquier forma. De pronto, justo cuando mi cerebro les daba la orden a mis labios para pronunciar el nombre de mi esposa, Laura se sentó como impulsada por un susto repentino, abrió los ojos como si quisiera tragarse el amanecer con ellos, y revoleó sus auriculares.
¡Fabi! ¡Viniste antes! ¡Che, si querés, entramos a la casa, y te cuento lo que pasó! ¿Qué hora es? ¡A la mierda! Parece que, bue, ¡nos pasamos un poco de la raya! ¡Silvi está bien, no te preocupes!, recitó entre sonrojada, aturdida y apurada por explicarse. Le estiré una mano para ayudarla a levantarse. pero apenas estuvo en pie, un mareo que la hizo tiritar le sugirió volver a sentarse en el revoltijo de ropa que había bajo su cuerpo.
¿Están bien? ¿Qué pasó? ¡Son las 6 de la mañana! ¡Bah, creo que ya son y media! ¡La verdad, me asusté cuando llegué y no la encontré en la cama!, le decía, señalando el cuerpo inerte de mi esposa. Laura me chistó para que baje la voz, y se frotó los ojos.
¡Es que, anoche, bueno, hicimos cosas de chicas malas! ¡En realidad, creo que yo tengo la culpa! ¡Yo la convencí a Sil, y ella, que al principio no quería saber nada, bue, después aceptó!, empezó a desentramar de a poco la voz gangosa de Laura, mientras no se decidía si volver a recostarse o seguir abrazándose las rodillas.
¡Che, si tenés frío, vamos adentro! ¡Yo despierto a Sil! ¡O de última, le traigo una manta! ¡O sea, no hace frío, pero se puede descomponer si sigue a la intemperie!, le dije, empezando a caminar por el pasto, intentando tranquilizarme. Tampoco quería sentenciar la situación hasta no conocerlo todo.
¡No Fabi, ella está bien! ¿No le viste las tetas? ¡Bueno, es que, como te decía, ayer hablábamos de muchas cosas! ¡Ella, digamos que, tuvo curiosidad por, heeem, algo que, muchas veces es un problema para los hombres! ¡Aunque, no es nada contra vos, aclaro! ¡Pero, hablamos del tamaño de la verga de un amigo mío, y bueno, una cosa llevó a la otra, y el alcohol, empezaba a ponernos cada vez más ansiosas, y, nada! ¡Pero, no te enojes con ella después de lo que te voy a contar! ¡Fui yo!, concluyó al fin, arrastrándose con sutilezas por el césped, dejando que sus rodillas resplandezcan de amaneceres, y sus tetas comiencen a regalarme sensaciones encontradas. En definitiva, le miré las tetas a Silvana, ¡y una especie de ardor salvaje se desmoronaba en mis pies, porque noté que tenía las tetas chuponeadas!
¿Fuiste vos? ¡No entiendo nada Laura! ¿Por qué tomaron tanto? ¡Ella no está acostumbrada a, pasarse de mambo!, le dije, sin darme cuenta del volumen de mi voz. Ella me chistó, y siguió reptando con su culo en el piso, como si buscara acercarse a mí.
¡No Fabi, y, creo que ese es el tema! ¡Yo no le chupé las tetas a tu mujer! ¡Aunque, la verdad, tiene unas tetas divinas! ¡Fue, mi amigo! ¡Lo invitamos a que venga a tomar unos tragos con nosotras! ¡Ella, lo conocía de vista, porque un par de veces se lo cruzó en mi casa! ¡Pero, nunca pasó nada! ¡Ella siempre te fue fiel! ¡Pasa que, ayer, encima yo traje unas flores de mariguana, y bueno, nos pusimos a charlar de sexo, de la pija de Mariano, y de que ella no podía entender cómo una mujer podía meterse tantos centímetros de carne en la boca, en la vagina, o la cola!, se pronunciaba con tal desfachatez que, mis instintos no tenían bien en claro si deseaban golpearla, silenciarla para siempre, o pedirle a la tierra que me sepulte en vida.
¡Pará nena! ¡A ver si entendí! ¿Me estás diciendo que se drogaron, que chuparon, y que después trajiste a tu chongo para que se coja a mi mujer? ¿Eso es? ¡Ustedes, están chifladas! ¿Qué mierda les pasa? ¡Me extraña de vos, siempre tan, santita, tan recatadita que te tenía!, le largué, sin saber si quería ofenderla, dañarla, lastimarla de algún modo, o seguir escuchando la sarta de disparates que todavía me esperaban temblando en sus labios. ¡Y encima seguía sonriendo como si nada!
¡Hey, hey, pará, que no es mi chongo! ¡Y no se la cogió a ella solamente! ¡Bueno, a ella, solo le chupó las tetas, y la concha!, dijo de repente, mientras me percataba que su cabeza se apoyaba en una de mis piernas.
¿Ah sí? ¿Pero a vos te cogió? ¿Y me decís que no es tu chongo? ¿Ahora también podés cogerte a tus amigos? ¡Es nueva esa!, le dije en medio de una risotada que no supe contener. De todas formas, Silvana ni se inmutaba.
¡Es mi amigo, y bueno, digamos que, a veces tenemos un ratito para alegrarnos un poco! ¡Por ahí, estaría bueno que Sil tenga su amigarche! ¡Y, vos, también, alguna amiguita con las tetas preparadas para vos! ¿No te parece? ¿O me vas a jurar que no te ratoneás con tus secretarias? ¿Nunca te imaginaste qué tipo de bombachitas se ponen, o las cosas que harían con vos, si las tuvieses un ratito en tu cama?, dijo con la absoluta confianza de quien conoce del tema. A esa altura, una de sus manos me rozaba la pierna. Pero yo no le prestaba atención. ¿Cómo podía preguntarme semejantes disparates?
¡Fuaaa, nena! ¡Se ve que todavía te dura el viaje del porro, o todavía estás media picada! ¿Qué mierda tomaron? ¡Aparte, yo, soy un tipo casado Laura! ¡No entiendo, sinceramente, qué pavadas son esas!, le decía, intentando no perder la calma. Ella no borraba la sonrisita de su rostro, ni dejaba que sus manos asciendan por mi pierna, hasta situarse juntas y temblorosas en el bulto que mi pantalón ya no podía ocultar.
¡Fabi, calmate un poco! ¡Te juro que Sil no hizo nada malo! ¡Solo, experimentamos un poco! ¿En serio me vas a decir que no te calentó llegar a tu casa, y encontrarnos en tanga, y en gomas? ¡Bah, me parece que, a tu pija sí que le gustó!, me dijo mordiéndose los labios, dejando que se le escape un hilo de saliva, el que rápidamente sorbió como para no quedar como una cochina. pero eso la transformó en una gatita bandida con ganas de meterse una buena pija en la boca, y creo que entonces, hasta allí llegó mi autocontrol.
¡Escuchame, Laurita! ¿Vos te das cuenta de lo que estás haciendo? ¡Me vas a convertir en una mierda de persona! ¡No quiero cagar a mi esposa!, le decía, acariciándole el pelo. Ella, me agarró la mano y la posó sobre sus tetas desnudas, fresquitas por la brisa de la mañana, pero con los pezones duros y calientes.
¡No la vas a cagar! ¡Dale, bajate el pantalón, o te vas a llenar el calzoncillo de semen!, me dijo, con aires de superación y vanidad, agitando sus rulos y abriendo la boca, mientras yo no podía evitar sobarle las tetas, pellizcarle un pezón, y gimotear algo que seguro sonó a: ¡Qué putita que sos! Pero, ella se mostraba más lúcida y determinante que yo. Por lo que, no supe cómo negarme a la aventura de sus manos cuando me bajó pantalón y bóxer, como si se tratara de un trámite ensayado con minuciosidad. Desde entonces, luego de un suspiro de sus labios, y de manosearme la pija durante unos segundos, primero se la acercó a la nariz para olerla, y luego subió y bajó unas cuantas veces el cuero de mi tronco, para deleitarse con los jugos que ya había germinado con sus palabras sucias, suposiciones y beboteos.
¡Al final, te pusiste como loco bebé! ¡Mirá cómo se te mojó la puntita, y lo durita que se te puso! ¡Ahora, no me va a quedar otra que, sacarte las ganitas!, dijo, y acto seguido el calor de su boca casi me derrumba las emociones por completo. Me rodeó el glande con los labios, se lo sacó para darse unos golpecitos con él en el mentón, nariz y mejillas, volvió a succionar, la sacó para apoyarla un ratito en el centro de sus tetas tibias, y me la estranguló un ratito con ellas, mientras decía: ¡No te hagas el boludo, que siempre me miraste las gomas! ¿Te gustan? ¿Eee? ¡A mí me encanta tener una pija en las tetas, que me las llenen de leche! ¡Una vez, a un chongo con el que salí, le pedí que me las mee! ¡No sabés lo rico que se siente! ¿Sil nunca te pidió pis en las tetas? ¿O al menos, le dejaste lechita en las tetas? ¡La verdad, no te podés quejar Fabito! ¡Tenés una mujer tetona, y una amiguita más tetona! ¡Uuuy, qué caliente la tenés hijo de puta!
Yo no salía de mi asombro, ni de mi imposibilidad para decirle lo que sea. Creo que solo jadeaba como un tonto, y arqueaba el pubis para sentir cada centímetro de la piel de sus gomas, que al ratito empezaron a revotar contra mi pija. Luego, ella tomó con dos dedos para azotarla contra ellas, mientras cada tanto me la escupía, diciendo: ¡Así, babeadita me calienta más! ¡Bien llenita de saliva, así me resbala bien en las tetas! ¡No sabés cómo tengo la concha bebé!
Luego, se la metió en la boca sin mediar palabras, ni excusas. Durante unos minutos de infierno mental en la tierra, todo lo que se oía eran sus arcadas, toses, eructos, respiraciones interrumpidas, salivazos y gargarismos. Cada vez que mi glande chocaba con su garganta, y por momentos parecía traspasarla, ella me pedía que le apriete la cabeza para que se la deje clavadita allí, algún tiempo difícil de calcular. Los ojos se le desorbitaban, pero parecía no interesarle en lo más mínimo. Además, aprovechaba a nalguearme el culo, a clavarme sus uñas por cualquier trozo de mi piel, y a chuparme los huevos cuando su garganta convulsionaba de placeres, pero necesitaba una tregua para volver a la carga. Yo sentía que los pies no me sostenían. Supongo que, por eso, poco a poco me fui moviendo hasta donde había una reposera desplegada, húmeda y fría por el rocío. Ella misma me empujó sobre el asiento, y volvió a manducarse mi verga, después de cubrirla con más saliva, mordidas y azotes contra su cara cada vez más colorada.
¡Fuaaa bebé, qué durita la tenés! ¡Imagino que la hacés gritar lindo a la loca de mi amiga con esto! ¡Bue, aunque ayer, te digo, gimió como una adolescente mientras mi amigo le chupaba las tetas! ¿Le hacés el orto? ¡Dale, contame cómo te la cogés! ¡Siempre me los imaginaba garchando, cuando íbamos de campamento! ¿Te acordás? ¡Qué tiempos lindos eran esos! ¡Ustedes sin hijos, y yo, no tan chiflada como ahora! ¡Así nene, dame la lechita en las tetas!, me decía Laura, totalmente desenfrenada, ya sin reparar en Silvana y su sueño pesado. En ese momento, había vuelto a pajearme con las tetas, y mis testículos ardían incapaces de otra prórroga. Pensaba en las cosas que me decía, pero no me atrevía a responderle. Tal vez, porque no quería delatarme. Si se me llegaba a escapar que siempre le había tenido ganas, y que en ocasiones me había pajeado mirándola dormir cuando se quedaba en casa, y aquellas declaraciones le rozaban los oídos a mi esposa, ¿mis días sobre la tierra estarían contados!
Sin embargo, en un espléndido segundo, mientras el sonido pegajoso, succionante y húmedo de mi músculo enterrado entre esos globos magníficos, ensalivados y con marcas de mi presemen, la voz de Silvana se hizo del eco de los pensamientos más retorcidos que me acometían y paralizaban, cuando deslizó: ¡Dale gordo, volcale toda la lechita en las tetas a esa perra! ¡Siempre se tuvieron ganas! ¡Embarazale esas gomas bebé, que, a mí, ayer me las re chuparon! ¿Ya te contó la Fabi? ¡Y encima, ese forro me acabó dos veces en las tetas! ¡Y en la tanga también? ¿No amiga? ¡Me quiso acabar en la concha, pero yo te respeté amor! ¡Dale, llenale las gomas de leche! ¡Mirá cómo te abre la boquita! ¿Tiene las gomas calientes?
¡Yo no lo podía creer! Laura, aun así, no detenía la fricción cada vez más violenta de sus tetas contra mi carne fértil. Incluso, tuvo el tupé de decirle a mi esposa: ¡Sí mamu, quedate tranquilita que tengo las tetas súper calientes, y la conchita me gotea de calentura! ¡Qué linda pija que te comés en casita nena!
¿Viste? ¡Terrible pija tengo en casa! ¡Aunque tu amigo, no se quedaba atrás! ¡La verdad, chupando tetas es un número uno! ¡Eso, no me lo voy a olvidar jamás!, agregaba Silvana, intentando sentarse mejor en la reposera, al mismo tiempo que se sacaba la bombacha completamente.
¿Ustedes se volvieron locas? ¿Te estás escuchando lo que decís amor? ¿Y vos, cómo puede ser que, seas tan trola nena?, les dije en un arrebato de furia incontrolable, mientras las tetas de Laura seguían calentándome la pija, apretándola, haciendo que se incendie de a poco en el fuego de sus pezones puntiagudos, cada vez más cerca de explotar de semen, incomprensión y aventura. Tanto que, cuando sus labios volvieron a sorberme el glande, a bajar con todo por mi tronco para regresar a la punta donde su lengua intentaba tranzarme la cabecita, la cacé de las mechas, y le grité: ¡Ahí tenés la leche, putita de mierda! ¡Qué tetas de putona que tenés! ¡Vos te la buscaste! ¡Así que, ahora te la tragás toda, guachita calentona!
Laura se tragó lo que pudo mientras duraban los espasmos de mi cuerpo agradecido. Lo demás, le hizo flor de enchastre en la cara, el pelo y los ojos. Parecía a punto de un ataque de histeria al notar que finalmente se había quedado con mi descarga más genuina, al mismo tiempo que le exhibía el rostro a su amiga, con cierto orgullo. Entonces, casi sin darnos lugar a cualquier palabra, acción o libertad, Silvana se levantó de golpe de la reposera para abalanzarse contra nuestras humanidades perplejas.
¿A ver amiga? ¡Mostrame cómo este perro te ensució las tetas! ¡Seguro que también te mojó la carita con leche amiga!, le dijo a Laura, que intentaba mantener el equilibrio sobres sus rodillas cansadas. Luego, la desfachatada de mi esposa le pegó a Laura en la cara con su tanga, le pidió que le pase la lengua, y se le acercó para pedirle que exhale su aliento como en nube de vapor sobre la fresca brisa de la mañana. Silvana aspiró de la fragancia de su boca, le pasó la punta de la lengua por los labios, y pronto se sentó sobre mis piernas.
¡Ya sé que te contó todo lo que pasó anoche! ¡Pero, te juro que yo no hice nada! ¡Es más! ¡Si querés, podés fijarte que no tengo semen en la concha! ¡Solo, en las tetas, porque la amiguita de ésta, después de chuponeármelas como si hubiera un mañana, me las re encremó, mientras ésta, asquerosa inmunda, le chupaba el culo! ¿No cierto gordi?, me decía Silvana, como si quisiera ponerme al corriente de una actividad hogareña cualquiera. Laura asentía con la cabeza, acariciándole las tetas a Silvana. No sé cuál de las dos empezó a manosearme el pito. pero Laura fue la que primero se sirvió de mi nueva erección para frotar sus nalgas en mi poronga, ya que Silvana apenas se sentaba en una de mis piernas. A mí también me hizo oler su bombacha, y me pidió que le apriete las tetas. pero de pronto, Silvana pareció entrar en un estado de ira inconmensurable. Manoteó de las mechas a su amiga, le dio un terrible y sonoro cachetazo en el culo, le pellizcó un pezón para hacerla gritar, y le dijo, palabras textuales: ¡Correte la tanguita, abrite la concha, y dejate coger por el Fabi, ya que tanto te calienta! ¡Se nota que no te alcanzó la lechita que te dejó tu amiguito!
Yo estuve a punto de mandarlas a la mierda. Todo en mi cerebro era confuso, ridículo, y hasta imposible de contárselo a cualquiera de mis amigos más entrañables. ¿Cómo iban a creerme? Lo cierto es que, Laura, después de succionarle ambos pezones a Silvana por su expreso pedido, casi la derriba de mis piernas para acomodarse mejor en el sitio más conveniente para el fuego de su vagina humedísima. Lo supe por la forma en la que se resbalaba su tanguita contra mi glande, y por los hilos de flujo que le brillaban en el interior de sus piernas. Entretanto, Silvana comenzaba a calentarle la oreja con palabras alentadoras, perversas y ardientes.
¡Dale gordi, dejá de jugar al sube y baja, y correte esa tanguita, así te entra toda, y la sentís bien adentro! ¡Seguro que Fabi también se calentaba con tus tetas! ¡Una vez, lo vi con el pito parado en la cocina, mientras vos me ayudabas con las tortas fritas! ¿Te acordás? ¡Tranqui, que él no nos escucha! ¡Ahora debe estar pensando en cómo meterte la pija en la conchita! ¡Dale, sacate esa tanguita amor! ¿O querés que te coja con la tanguita puesta?, le decía Silvana, sin escatimarle chirlos a su cola cada vez más liviana para el peso de mis piernas entumecidas, ni pellizquitos a sus tetas, ni chupones a su cuello. ¡Jamás pensé que mi esposa podría comerle el cuello a chupones a cualquiera de sus amigas! ¿El mundo se había vuelto loco, en mi propia casa?
¡Pará Sil, que, por ahí se nos puede ir todo de las manos!, alcanzó a defenderse Laura, que no lograba correrse la bombacha, pero sí había colocado la entrada de su vagina en la punta de mi sable lechero, esperando que mis voluntades se dignen a penetrarla de un solo impacto. Silvana, por toda respuesta, le dio un chirlo aún mas certero y estruendoso en el culo, y le dijo: ¡Vos te vas a meter esa pija en la concha, y te vas a empezar a mover como una gatita en celo! ¿Me escuchaste? ¿O vos no querías eso Fabi? ¿Te gustan las tetas de mi amiga? ¡Chupáselas, dale, que a ella el tipo no se las enchastró de semen como a mí!
Dudé en qué sería lo mejor. No sabía si devorarle las tetas a Laura, o si directamente dedicarme a clavarle mis 19 centímetros en ese tesoro rebosante de jugos vaginales, para que Silvana reaccione como se le antoje. ¡Y a bancar las consecuencias!
En definitiva, tomé la segunda opción. Ni bien Laura se distrajo para retrucarle algo a su amiga, mi pubis fue el motor para que mi pija envista gravemente la puerta de su vagina en llamas, y desde entonces, tuve que soportar la percusión de su culo contra mis piernas, el desconcierto de sus gemidos, el bamboleo de sus tetas golpeando mi pecho o mi rostro, y el fuego de sus rincones perpetuos en toda la extensión de mi verga cada vez más tiesa. Además, el elástico de su tanga me presionaba un poco la base del tronco, y eso me ofrecía una mayor electricidad en el cuerpo. Por su parte, Silvana se ocupaba de obligarla a chuparle las tetas, o me las ponía en la boca, cada tanto, hablándome como una verdadera anfitriona del sexo, aunque no me es posible recordar las palabras. ella también se nalgueaba, le olfateaba el cuello a Laura, le tironeaba la bombacha para que se le clave más en el orto, le besuqueaba la espalda, y le insistía con frases estimulantes, tales como: ¡Dale nena, saltá, saltá en la pija, cométela toda, doblale bien la verga a mi marido, y sacate las ganas de coquetearlo! ¡A él, y a todos los machos que se te ocurran! ¡Sacale la leche con esa conchita aguantadora que tenés, putita!
Ante semejantes expresiones, Laura me cabalgaba la pija como si mis piernas fuesen de algún material elástico y sumamente resistente. Parecía querer sentir cada trozo de mi verga con cada poro del interior de su concha exultante. Sus gemidos no tenían límites, y menos cuando Sil le mordía los pezones con furia. De hecho, en un segundo específico le gruñó: ¡Qué rico sabor a lechita tenés en las tetas, putita de mierda! ¿Era cierto que cuando eras una pendeja te gustaba que te acaben en las tetas? ¡Me acuerdo que me contabas que no te las lavabas! ¡Te ponías el corpiño, y ni te limpiabas el semen, perra sucia!
Laura le decía que era cierto, mientras me pedía más pija, saltaba más emocionada, me clavaba las uñas en los hombros, le escupía las tetas a mi esposa por expreso pedido de sus ansias desbocadas, y movía sus caderas como para sacarme hasta la última gota de información genética que le otorgaran mis testículos cada vez más pesados. Hasta que, al fin, en el preciso instante en que los ruidos de la ciudad empezaban a convertirse en rutina, un sacudón intenso seguido de un ardoroso cosquilleo en el vientre, y de unas ganas de morder lo que sea para controlar un grito desgarrador, sentí que mi semen abandonaba para siempre el hogar de mi verga hinchada, para precipitarse de lleno en el fondo de la conchita de esa mujer desnuda, acalorada, luminosa, fresca y enloquecida. Silvana lo sabía, por lo que, supongo que enseguida empezó a besuquearle el cuello con ternura, mientras le decía: ¡Ya está bebé, asíii, comete toda la lechita, toda la leche de la mamadera de mi marido! ¿Te gustó tenerla en la boquita?
Yo sentía que mi leche seguía derramándose más y más en sus profundidades, y que la pija no quería saber nada con salir de aquel refugio cálido, resbaladizo y superior. De hecho, no se me bajaba, y eso me sorprendía, ya que con Silvana me había pasado muy pocas veces.
De pronto estaba sentado solo, en la reposera, empapado en sudor, con los pantalones y el bóxer por los tobillos, miles de marcas de labial en el cuello, el pecho, los brazos y la frente, con la verga al borde de un colapso muscular de tanta actividad. Temblaba, me palpitaban las sienes, y ardía en mis piernas cada surco de jugos vaginales que me había dejado Laura. Ella, por su parte, charlaba como si nada con Silvana en la cocina. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que ambas entraron, una vez que mi semen se agotó de tantas permisiones. Al rato salieron, cada una con una taza de café en la mano. Silvana traía una para mí. No recordaba haberle pedido café, ni whisky, ni un analgésico. Pero daba igual. Todavía no encontraba la forma de abordar todo lo que había pasado. Para colmo, las dos estaban en tanga, nuevamente, y con las tetas al aire. Se sonreían con complicidad mientras revolvían sus pocillos, y me miraban como intentando sumarme a esa felicidad irrisoria, espeluznante y sin leyes naturales de las que aferrarse.
¡Amor, quedate tranquilo, que esta va a ser la única vez que te vas a coger a la Lauri! ¿Escuchaste? ¡Yo necesitaba que sea así! ¡Quería que te la cojas, en parte, para lavar la culpa de lo que hice ayer! ¡En realidad, solo le chupé la pija a su amigo, y lo dejé que me acabe en las tetas! ¡Solo eso! ¿A vos te gustó cogerla?, me dijo Silvana, luego de escucharme suspirar por enésima vez. ¿Qué le iba a decir? Fin
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