Esa tarde, yo andaba en la pieza del hijo del patrón. Tenía un caos tremendo. Todo revoleado por cualquier lado. Desde su ropa, hasta libros, zapatillas, calzoncillos sucios debajo de su cama, y hasta forros usados. Los padres no le decían nada. Para mí siempre había sido medio promiscuo, por decirlo así. Todas las semanas se aparecía con una guacha distinta, y ni se hacía el menor drama por ocultar, o pedirle a la chica en cuestión que no gima tanto cuando tenía relaciones sexuales con él. Una vez, yo estaba tomando mates con la patrona, mientras Leandro, que ya tendría unos 20 años, andaba meta y ponga con una rubiecita que gemía como una malcriada. Además, se re escuchaban las nalgadas, el entrechoque de sus cuerpos, y hasta algunos chupones, por más que estuviesen en su cuarto.
¡Bueno Carito, qué le vas a hacer! ¡A los chicos de hoy en día les gusta pasarla bien! ¡Yo, igual siempre prefiero que haga sus chanchadas acá, en casa, a que pague hoteles repletos de cucarachas, pulgas, y todo tipo de inmundicias! ¡Cuando tengas hijos, me vas a entender!, me decía la patrona, mientras parecía enorgullecerse de las actividades de su hijo, al tiempo que me cebaba un mate y contaba la plata para pagarme el día. La verdad, yo no tenía problemas con ella, ni con el patrón. Pero Leandro siempre me había mirado como con desconfianza. Cuando se lo sinceré a Mabel, mi patrona, me dijo que no le dé bola, que para él yo era alguien importante, por el hecho de que mi madre había trabajado muchos años para su familia.
¡Aparte, Carito, seguro que se siente raro porque, bueno, te mira las gomas! ¿Vos no te sentís más linda cuando mi hijo te las mira? ¿O algún otro muchacho?, me largó, sorprendiéndome al punto de sentir que las mejillas se me prendían fuego. Le dije que no, y le pedí disculpas por usar el escote tan pronunciado, y que sinceramente no me había dado cuenta.
¡Mi amor, no te disculpes! ¡Es un nene de 20 años! ¡Es lógico que le mire las tetas a la chica que limpia su pieza! ¡Creo que te mira más a vos que a las chicas de la facultad! ¡En primer lugar, porque falta más de lo que se cambia los calzones! ¡Bueno, como te decía, vos no te preocupes! ¡No me molesta que te mire las lolas!, agregó cuando yo me preparaba para irme a casa.
Pero, esa tarde, la siesta estaba demasiado en calma. El patrón trabajaba en su oficina, y Mabel, se juntaba con su grupo de amigas a comprar ropa, y luego irían a tomar el té a una de esas casas chetas, llenas de lujos y de cosas ricas. Esa tarde no me había llevado los auriculares, y no puse música en mi celu porque tenía roto el parlante. Así que, me sorprendí cuando escuché la voz de Leandro desde alguna parte de la casa, que me gritaba: ¡Caritoooo! ¿A dónde estás hermosa? ¡Caroooo, dale bombona, que necesito pedirte algo!
Y de repente me vi atrapada en un callejón sin salida. No sé quién abrió la puerta. Solo recuerdo que, justo cuando estaba estirando la sábana de arriba de la cama para luego colocar el acolchado, dos manos me sujetaron por los hombros, y una cosa dura comenzó a refregarse en mi culo. Yo tampoco era una tonta. Sabía perfectamente que esa cosa dura era una pija.
¿Quién sos vos? ¿Qué te pasa tarado?, atiné a gritarle al que tenía detrás. Entonces, descubrí a Leandro al otro lado de la cama, con una sonrisa socarrona y amplia, y a otro pibe apoyado en la pared, manoseándose la pija sobre su pantalón deportivo. El que tenía detrás de mí, seguía frotándome la pija en el culo, y no me permitía incorporarme; por lo que no le costó trabajo meter sus manos por adentro de mi remera para toquetearme las tetas y apretarme los pezones, diciéndome con suavidad: ¡Qué hermosas gomas tenés mamu! ¡Nos encanta mirártelas mientras jugamos a la Play! ¿No cierto chicos?
Enseguida recordé la voz de Gastón, el mejor amigo de Leandro, y me sentí extraña. Ese pendejo siempre me había parecido un idiota. Pero si lo mirabas bien, le dabas como mínimo 30 años, por lo arruinado que estaba. El otro, indudablemente era el Mosca, otro de sus amigos, del que nunca supe su nombre real.
¿Te gusta Caro, lo que te traje? ¿Es cierto que ustedes, las minas que limpian casas, repasan inodoros, lavan platos y friegan calzones sucios, cogen poquito? ¡Ayer te escuché decirle a mi vieja que, te encantaría enfiestarte con varios pendejos!, dijo ahora la voz de Leandro, acercándose a nosotros, primero para manosearme la cara, para pedirme que le chupe un dedo, y para ayudar a Gastón a quitarme la remera completamente. El otro también se unió a sus amigos de inmediato. Yo me sentía perturbada. ¿Cómo pudo haber escuchado aquella conversación este imbécil? Había sido cierto. Mabel y yo tomábamos unos mates en el patio, una vez que yo terminé con el lavarropas y con el planchado de las camisas del patrón. Por alguna razón la mujer me preguntó si yo tenía novio, y un tema fue llevando a otras cosas. Cuando quiso saber si tenía fantasías, o si había hecho alguna cosa sexual alucinante, me sonrojé. Pero le confesé que siempre había fantaseado con estar rodeada de por lo menos cinco pibes. Me reí, porque no sabía qué podría llegar a hacer con tantos pitos para mí. Pero no dejaba de ser una fantasía. Mabel me dijo viciosa, ambiciosa, atrevida, y se animó a confesarme que a ella le gustaría estar rodeada de unas 10 chicas súper tetonas.
¡Cuál de las dos más chancha! ¿No te parece Carito? ¿y, no te gustaría enfiestarte con Leandro? ¡Por lo que vi, te confieso que tiene un lindo pedacito de pito!, me dijo Mabel, entusiasmada por la charla, segura de que en la casa solo estábamos nosotras. Recuerdo que me calentó el hecho de que Mabel le hubiese pispeado el pito a su hijo. Pero lo dejé ahí nomás.
¿Pero, usted se ratonea con chicas? ¡Yo tengo una amiga tetona para presentarle!, bromeé como para salir del paso. Mabel me extendió un mate, mirándome las tetas fijamente.
¡No Caro, no sé si me gustan las chicas! ¡Pero sí me calientan mucho las tetas! ¡Las tuyas, bueno, vos sos mi empleada! ¡No sería ético que te las mire! ¡Pero no puedo evitarlo! ¡Tampoco puedo prohibirle a Lean que te las mire! ¡Aparte, no te hagas la tonta! ¡A vos te gustaría enfiestarte con mi hijo? ¡Siempre hablando de fantasías!, aclaró la patrona, con los ojos tan luminosos como sonrientes.
¡Y, para qué se lo voy a negar! ¡No sé si por ser él, porque, para mí es su hijo, y donde se come no se ensucia! ¡Pero, sí me da curiosidad, eso que dice de su pito!, dije, tratando de mirar para otro lado para que no se me note la incomodidad ni el sonrojo.
Pero ahora, estaba apretada contra la cama de Leandro, con manos que empezaban a recorrerme entera, tironearme el pantalón, desabrocharme el corpiño a lo bruto, y a nalguearme el culo cuando dije algo que sonó a: ¿Pero por qué no me sueltan, pelotudos de mierda?
Leandro y el Mosca me quitaron las zapatillas con una facilidad tremenda, y me tiraron arriba de la cama, con los ojos mirando al techo. Al toque, casi sin previa ni advertencias, vi que Gastón se dirigía a mi cara, con la pija parada al aire. Me la metió en la boca después de restregármela en el pelo y la nariz, diciéndome: ¡Oleme la chota mamu! ¡Dale, que te encanta la pija de los guachos! ¿Te gusta coger con nenes?
Al mismo tiempo, el mosca intentaba ponerme unos guantes de látex, con los que habitualmente lavaba los platos, y Leandro me manoseaba las tetas, deshaciéndose de su pantalón y zapatillas.
¡Ahí tá nena, ya te puse bien los guantes! ¡Ahora, escupite las manos, así nos pajeás bien las chotas! ¡Vení boludo, dale que a esta le pinta la verga!, dijo el insolente de Leandro, poniendo mis propias manos a una distancia prudente de mi cara para que las escupa. Lo hice. La verdad, no me salían los gritos, ni se me ocurría cómo hacer para zafar de tres pendejos en calzoncillos, a esas alturas. Ni bien me escupí las manos, el Mosca se arrodilló sobre la cama para juntar su pubis a mi rostro, y mientras me decía: ¡Dale mamu, bajame el calzón con la boquita, y mamame bien la pija, que la tengo cargadita de leche para vos!, los otros dos me pedían que les apriete los gansos con mis manos babeadas. Al mismo tiempo, me manoseaban las tetas. Leandro fue el primero que me las empezó a mamar con una potencia que, creí que podría arrancármelas del cuerpo.
¡Che boludos, miren! ¡Ahora soy un bebote! ¡Miren cómo le chupo las tetas a esta perra! ¡Siempre me tendés la cama mamita! ¿Nunca te diste cuenta que dejo las sábanas todas lecheadas, por tu culpa? ¡Me encanta cómo movés el ojete cuando limpiás, cuando te agachás, o te subís a las sillas para limpiar los techos! ¡Y encima, se te marca la tanguita en la calza! ¡Y se te re marca la zorrita! ¡Tenés un lindo bollito, putona! ¿Y encima, le contaste a mi vieja que te gustaría rodearte de vergas? ¡Naaaah, vos sos re putita mami! ¡Perdoname que te lo diga así!, me humillaba el hijo de puta, mientras me despedazaba las tetas a chupones, me sobaba la barriga y me abría las piernas para que todos miren cómo se me abultaba la concha en la calza negra que llevaba. Entretanto, mi boca había logrado correrle el cazón al Mosca, y mi saliva ya le empapaba la pija y las bolas. Ni me importaba el olor a sudor y a pis que emanaba su piel juvenil. En ese momento, mi mente experimentaba un trance indescifrable, mientras el guacho metía y sacaba su pija de mi boca, y amenazaba con ponerme el culo en la cara si no le sacaba la lechita. Además, tenía que pajear a Leandro, y a Gastón, que empezaba a perder la paciencia. Quería arrancarme la calza a toda costa.
¡Pará guacho, que primero, nos la tiene que poner bien dura con las manitos! ¡Sabés cómo me empalaba la chota pensando que alguna vez te iba a pedir que me pajees, con los guantes puestos! ¿Vos te pajeás así mamu? ¿Te metés los dedos en el culo con los guantes? ¿A ver? ¡Dale, ponete así, de costadito!, me indicó Leandro, y sin esperar a que cumpla sus requisitos, él mismo me ubicó de costado. Me bajó la calza y me obligó a meter mi mano bajo mi bombacha para que, entonces, me abra el culo y me frote los dedos en el culo. Al mismo tiempo, el Mosca empezaba a cogerme la boca con mayores energías. Lo que por momentos me hacía lagrimear y toser, ahogada en mi propia saliva, y con sus vellos púbicos. Una vez que me retiraron la mano de mi culo, volvieron a pedirme que los pajee.
¡Sos una perra sucia Caro! ¡Una putita, comepitos! ¿Sabías? ¡Dale, ahora, ponete en cuatro, que te vamos a sacar la calcita, y la bombachita! ¡Te lo merecés, por calentarme la chota! ¡A mí, y a mis amigos!, me gritó prácticamente en el oído Leandro, mientras el Mosca protestaba, porque no quería dejar de cogerme la boca. Pero, sin más, terminé con las rodillas y los codos en la cama, cada vez más revuelta. Primero sentí un azote en el culo, y luego varios más, mientras Gastón me ponía su pija en la boca, y Leandro me bajaba la calza. Le pidió expresamente al Mosca que no me corra la bombacha, y me siguieron nalgueando.
¡Chupala zorra, dale, Calentame la chota con la lengüita! ¡Seguro que tu marido hoy te va a querer coger! ¡Pero vos te vas a ir con olor a leche de acá! ¡Told llena de semen te vamos a dejar! ¡Noceirto?, vociferaba Gastón, que me pegaba con el pito en la cara, me lo metía en las fosas nasales, me refregaba los huevos en la cara, y luego me hacía abrir la boca para metérmela de una. Me pidió también que le escupa el culo, y que le muerda las nalgas. Después, se daba vueltas una vez más y me pedía que se la chupe, mientras le rozaba el agujero del culo con un dedo enguantado.
¡Dale nena, y no pongas carita de asco! ¡Metele un dedo en el culo si te lo pide, y mamale bien la pija!, me pidió Leandro, sin dejar de asestarme nalgadas, mientras el Mosca me agarraba las tetas para chupármelas. Pero, entonces, me pidieron que me arrodille en el suelo, con las piernas bien abiertas, una vez que mi calza voló por los aires. Allí, tuve a mi disposición tres pijas bien duras, repletas de venas vigorosas, olorosas y sudadas. Los tres me pegaron con sus pijas en la cara, y me las refregaron en las tetas, mientras me hacían chupar mis propios dedos. Después, me pidieron que los pajee mientras les mordía las nalgas, les escupía el culo, y les frotaba mis tetas por los huevos y las pijas, luego de escupírmelas yo, y de permitir que ellos también descarguen charcos de saliva sobre mí. Sentía que la bombacha me quemaba, y que la concha se me prendía fuego con la voracidad de una catástrofe natural, imposible de predecir. Y entonces, Gastón me agarró del pelo para tirar mi cabeza hacia atrás, y colocó su pija casi que en el abismo de mi garganta para decirme: ¡Dale putitaaaaa, tragate mi lecheeee, perra, y meate la bombachaaaaa, dale, quiero ver cómo te meás toda, por las pijas que te estás comiendooooo, putitaaaaa! ¡Dale cerda, que te pagan para limpiar! ¡Meate, que después vas a limpiar todo con la lengua! ¡Abrí bien la boca perraaaa, que te atraganto toda de guascaaaaa!
Fue inevitable, terrible y asqueroso. Pasó todo a la vez. mientras el nene empezaba a dejarse fluir de semen en mi garganta, Leandro me mordisqueaba las tetas, mis manos pajeaban al Mosca, y yo misma me hacía pis encima, sintiendo cada gota evaporarse del suelo y volver a mi vagina como una simbiosis repentina. Cuando Leandro vio que efectivamente me había meado encima, me pidió que me ponga de pie, y me hizo frotar los pies descalzos en el suelo mojado. Luego, mientras todavía saboreaba la leche de Gastón, quiso que me saque la bombacha, que me la frote en las tetas, y que vuelva a ponerme en cuatro. Esta vez no me tuvieron piedad, si es que en algún momento lo consideraron. Leandro fue el primero que se me subió como un perro alzado, para calzar con exactitud su glande en la entrada de mi concha. Desde entonces empezó a darme y darme, a sacudirme, arrancarme el pelo, arañarme las tetas, chuponearme la nuca, morderme el cuello, y pedirme que le escupa la cara, mientras El Mosca volvía a pedirme que le chupe la pija. Incluso, en un breve instante, casi nos caemos de la cama.
¡Faaaa, cómo cogés Caritoooo, qué caliente tenés la concha mamitaaaa! ¡Y así, meadita, me calentás más la chota! ¡Fooo, vos debés haber sido tremenda turra en la escuela! ¿Te cogiste a todos? ¿Te gusta coger mucho? ¿Te calienta sentir la pija bien adentro de la concha nena?, me gritaba el patroncito con toda su pedantería creciendo en el interior de mi vagina. la verdad es que, no podía ni quería dejar de entregarle mi sexo. Además, la pija del Mosca era deliciosa, por más que me estuviese estrangulando por dentro. ¡Y para colmo, entre tanta exposición, a Gastón se le había parado de nuevo, y volvía a mis manos para que se la pajee!
Pero mi jefecito estaba cada vez más sacado. Fue justo cuando el Mosca había empezado a restregar su pija contra mis tetas, que decidió interrumpirlo todo para que yo me siente sobre sus piernas.
¡Ahora, te la vas a comer toda por el culo bebé! ¿Querés? ¡Y nada de llantitos, ni de mearte otra vez! ¡Vamos, acomodate bien, así te la meto toda, y te rompo ese culo mamita!, me decía, al mismo tiempo que Gastón se paraba en la cama, sujetándose de mis hombros para volver a la carga por mi boca en su pija. Esta vez, me hizo toser y dar algunas arcadas cuando su lechita estalló como un balazo furioso en mi garganta, en el exacto momento en que Leandro conseguía penetrarme el culo, casi sin esfuerzos. Es que, entre lo lubricada que estaba, más el pis, la saliva que le había mandado a su pija antes de sentarme, y sus propios jugos, no fue difícil que me entre sin vacilaciones. Al mismo tiempo, el Mosca me llenaba la conchita de besos, lametones, lengüetazos desaforados, y unas olfateadas exquisitas. Creo que me pidió que le mee la boca. Pero yo no tenía ganas, y mi clítoris estaba radiante de felicidades no resueltas. Por eso, en medio del abismo en el que se precipitaban mis ratones alocados, le pedí: ¡Dale pendejo, dejá de jugar, y clavámela en la concha de una vez!
Leandro, tras mis palabras, empezó a bombearme con más fuerzas, a gritarme que era una puta villera, una comepitos incurable, una tetona hermosa, mientras el Mosca colocaba su pija en la entrada de mi concha, como sin decidirse si penetrarla o no. Pero de repente, ambas pijas me perforaban, ahuecaban por dentro, me sacudían las entrañas y me hacían gemir como nunca antes lo había hecho, aún con la leche de Gastón en la boca, y otro poco chorreándome por la cara. Los dos me amasaban las tetas, me mordisqueaban lo que encontraban de mí, y me prometían hacerme tantos hijos como se pudiera. Yo, no podía pedirles más que leche, pija, leche, más pija, y que me acaben adentro de la concha y el culo.
¿Sí? ¿Querés la leche en el culo mi amor? ¿Y después, me vas a venir a coger todos los días, mientras mi vieja cocina? ¿Me vas a venir a visitar a la mañana, así te doy la lechita en el orto, putita?, me gritaba Leandro, cada vez más exultante, a punto de explotar en mi culo.
¡Faaaa, qué perra que sos Caro! ¡No te tenía tan puta! ¡Tomá, dale, así, sentila toda mami, mirá cómo te abro la concha! ¡Te voy a mear adentro de la concha mamiiiiii!, empezó a gritarme el Mosca, mientras sentía que mis paredes vaginales se calentaban y humedecían violentamente, y que la pija del pibe se desangraba de placeres en mi interior. casi al mismo tiempo, Leandro marcaba sus dedos en mis nalgas, mientras su pija más dura y gorda que la de los demás empezaba vaciarse también, de apoco, aunque sin abandonar sus envestidas, adentro de mi culito caliente.
¡No podía ser un sueño! ¡Jamás había frotado ninguna lámpara, ni llamado a un genio, ni pedido un deseo a ninguna fuente mágica! ¿Cómo pudo haber pasado? ¿Tendría realmente tanta suerte como para que me pase semejante cosa, bajo las narices de mis patrones? Bueno, mi patrón no estaba. Pero Mabel… Bueno, fue todo una sorpresa encontrármela en la cocina, una vez que los chicos empezaron a vestirse, sin dejar de piropearme con obscenidades, ni de manosearme con ganas, mientras yo me vestía sin poder reprimir temblores, ni ocultar chupones, ni disimular el sudor que ardía en cada rincón de mi ser. No me puse la bombacha, porque estaba empapada. Me encajé la calza, el corpiño, la remera y las zapatillas, sin saber lo que podría esperarme afuera. Leandro salió con carita triunfal, y sus amigos lo siguieron, sin demasiadas ganas de dejarme sola, sucia, con olor a semen y tan despeinada como agitada.
¡Caro, si querés, dejá tu bombacha escondida por algún lado! ¡Pero, limpiá el pichí del suelo, porfi!, me dijo Leandro antes de irse. Su tono había cambiado. ¿Se sentiría culpable por lo que hizo? ¡Naaah, eso no podía pasarle! ¡Ni a él, ni a sus amigos! Gastón me pellizcó la cola antes de irse, y el Mosca le dio una chupada a cada teta, justo antes de que al fin pudiera ponerme la remera.
¿Y? ¿Qué pasó en tu día de bueno Caro? ¿Tomamos un café?, me dijo Mabel cuando la vi en la cocina, mientras yo planeaba salir al patio para regar las plantas. Le dije que todo había estado en orden, y que, desde luego aceptaba el café.
¡Bueno, dale! ¡Aparte, traje unos churros de dulce de leche que, te van a encantar! ¡Aunque, Carito, no me lo tomes a mal! ¡Pero, tenés olor a sexo, y a pis! ¿Estuviste con Leandro? ¿Era cierto lo que te dije de su pitulín?, me decía, mientras se acercaba lentamente para acariciarme una teta, ponerme un churro en la boca, y olerme el cuello.
¡Mmmm, síii, ya sé, no me digas nada! ¡Te lo cogiste, putona hermosa!, continuó, sin dejarme resolver nada, sobándome la concha sobre la calza, y lamiéndome el azúcar del churro que me había quedado en los labios.
¡Es obvio que, hasta le dejaste la bombachita! ¡Bien hecho Caro! ¡Pero, más te vale que me cuentes todo, si no querés quedarte sin trabajo! ¡Aaah, y me lo vas a contar, con las gomas al aire! ¿Te parece? ¿Cafecito dulce? ¿O amargo?, sentenció, mientras me pasaba la lengua por el cuello, oliéndose la mano con la que segundos antes me había sobado la concha. Fin
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Sospecho que no fue precisamente por bocona jajaja
ResponderEliminarJajajaja! Es posible. Aunque, nunca está demás contar con una empleadora cómplice, que no solo entrega a su hijo.
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