Mi sexo es tuyo

 


Mi suegro era un tipo especial. Realmente, nunca había tenido problemas con él. Su hijo me presentó a su familia hace dos años, y aunque sabía que eran de raigambre política en el pueblo, poco me interesaban sus contactos, su dinero, o ciertos lujos. digamos que, mi suegro trabajaba en la municipalidad, porque era el intendente. Pero vivía en una casa de campo, lejos del pueblo, de los rumores, la gente, la prensa, y todo lo que le conllevara una vida estresante. Pero, últimamente la crisis del país lo tenía a maltraer. Estaba malhumorado, molesto por todo, medio apagado, y bastante apto para discusiones sin sentido. En particular con Isabel, mi suegra. Hasta que, cierto día me llamó aparte para hablar, debajo del alero que da al inmenso patio de aquella casona tan confortable, espaciosa y, por momentos algo tenebrosa.

¡Cuchame More, la verdad, a mí no me interesa lo que hagas de tu vida! ¡Pero, al menos, si te vas a besuquear con un pibito, no lo hagas en plena vía pública! ¡Un policía me contó que te vio chuponeando con un rubiecito! ¡Creo que es el hijo del que tiene el puesto de revistas en la avenida! ¿Puede ser?, me soltó sin anestesia, sin mirarme a la cara, con las manos en los bolsillos, como si de repente fuese a sacar un acta de defunción de mi propio cuerpo.

¿Qué? ¡Nada que ver don Omar! ¡Le juro que ese policía es un mentiroso!, le dije, quizás algo estridente. Cosa que solía pasarme cuando alguien me encontraba en una mentira. Había sido cierto que me lo chapé. En realidad, Lucas era un amigo de la infancia, que, en esa oportunidad, acababa de confesarme que siempre había estado caliente conmigo. Me dijo que no volvería a molestarme si le daba un beso. Y bueno… el beso se hizo un beso de lengua, cada vez más largo, que terminó en una terrible franeleada en la placita del pueblo. Omar me chistó, sin dejarme terminar mi defensa, y luego murmuró: ¡A mí, no tenés nada que explicarme! ¡Mi hijo es el que se acuesta con vos! ¡Entiendo que, a las mocosas de tu edad, bueno, por ahí se les calienta la pava, y necesitan dónde apoyarla! ¡No te juzgo nena! ¡Mi hijo eligió laburar con los camiones! ¡Entiendo que lo ves poco! ¡Solo te pido que no te dejes chuponear a la vista de la gente! ¡O, al menos, sé un poco más discreta! ¡Cuidá tu reputación!

Esa vez se lo dejé pasar. Por un lado, no le faltaban razones. Por ahí, en el fondo quería protegerme. Sin embargo, mientras intentaba dormir la siesta, después de haber comido un guisito de conejo extraordinario con mis suegros y una prima lejana de la familia que estaba de visita por el pueblo, pensaba en Lucas, en Gabriel, “Mi novio”, en mi profesor de Arqueología, y en Omar. ¡Cómo me excitaba su cara de malo! ¡Me había dicho calentona, y yo no fui capaz de defenderme! ¿Por qué hablaba de mí como si fuese una puta? En realidad, él buscaba cuidar su propia investidura. ¡Bueno, pero, entendía que a veces necesitaba pija! ¿Cómo podía permitirme semejante cosa? ¿Y él? ¿Acaso seguía cogiendo con Isabel? ¡Por ahí, también andaba necesitando una conchita caliente, o unas buenas tetas para chupetear! ¡Dios, calmate Morena, por favor!, me decía mientras me sacaba el pantalón, y descubría que me había mojado la bombacha de una calentura difícil de explicar. Por eso, tuve que masturbarme un largo rato para intentar apagar el fuego que mis hormonas no podían acallar.

A la semana, mi novio me sorprendió precisamente en una siesta. Yo no lo esperaba hasta cerca de las 8 de la noche. como seguro querría comer un asadito con sus padres, yo fui a su casa desde el mediodía para ayudar a Isabel con los preparativos. Gabriel tampoco se imaginó que yo estaría despatarrada en su cama, en bombacha y remera, descansando un poco. En el campo no se puede hacer otra cosa, porque no teníamos internet, y los datos no funcionaban muy bien. La cosa es que, el muy turro me despertó pasándome su tremenda chota por la cara, mientras me manoseaba las tetas, hablándome bajito como si fuese una bebé. Yo, muerta de calentura, fingí que se la empezaba a besar y lamer media dormida; hasta que le dejé bien en claro que mi boca lo deseaba, al tragármela toda, cada centímetro, con todos los riesgos de ahogarme por momentos. Y al ratito, se me subió encima como un toro en celo. Me acuerdo que me rompió la bombacha al tratar de quitármela por la fuerza, que me acomodó a lo bruto en cuatro, y que comenzó a bombearme la concha con todo, haciéndome gritar de éxtasis, lujuria, y por la forma que tenía de pellizcarme los pezones.

¿Me extrañaste guachita? ¿Extrañabas esta poronga, putita de mierda? ¡Así, gritá, que mi viejo te escuche gozar como una hembra! ¡Gritá guachita, así, pedime la lechita perra!, me decía Gabriel, abriéndome el culo con las manos para que uno de sus dedos me frote el culo, con su pija cada vez más enterrada en mi semilla caliente. Yo le obedecía, le pedía la leche, le decía que andaba calentita todo el tiempo pensando en su pija, y que en las noches me re pajeaba soñando con él. Y le seguimos dando y dando rienda suelta a nuestro fuego sexual. Aún cuando Omar nos golpeó la puerta, vociferando algo como: ¡Che! ¿Tienen para mucho? ¡Cómo se nota que se aman los tortolitos!

Durante el asado, mi suegro no paró de tirarme comentarios insidiosos respecto de mis gemidos, cada vez que Gabi entraba por hielo, fernet, cuchillos, o los trozos de carne que Isabel salpimentaba en la cocina. Cosas como: ¡Nena, por favor! ¡Serías una buena cantante de ópera! ¡Se nota que ejercicio físico no te falta! ¡Seguro que al menos no te vas a paspar, con todo el talquito que te dieron! ¿Tu papá también te nalgueaba tanto como el Gabi?

Yo me reía, le ponía cara de tonta, o sencillamente ignoraba tales comentarios. Es bueno aclarar que, es normal que los hombres en el campo se expresen así, porque para ellos, solo somos hembras que les proveemos de crías a los machos, y solo eso. Aunque también somos las hembras con las que les gusta echarse los mejores polvos. Pero, había llegado un momento que sus palabras me irritaron tanto que le dije, justo antes que Isabel trajera un alargue para encender una lámpara: ¿Y usted, es de pagarle a las chicas con las que se acuesta? ¡Uuuy, perdón! Digo… ¿Pegarles en la cola? ¿O se queda dormido? ¿O, se le duerme el pedazo, y la chica en cuestión no sabe si se va a encamar con un eunuco?

Omar me miró como el orto. Pero no me dijo nada, porque Isabel podía escucharlo. A pesar de eso, el asado transcurrió normal, y todos comimos como huerfanitos. Además, había un par de tíos de Gabi, su hermano y sus sobrinitas, y la mamá de Isabel. Muchos se quedaron a dormir en casa. Y, sin reparar en ese detalle, Gabriel volvió a pedirme que gima durante la madrugada, mientras me hacía la cola en su cama. Lo excitaba mucho que cualquiera pudiera escucharme en la soledad de la noche, repleta de grillos, pero lejos de la civilización, los autos y motos, las sirenas, las fábricas, y todo lo que revotaba en los ecos de una ciudad.

Al otro día, en mitad de la mañana, mientras Isabel y Gabriel despedían a los invitados, Omar me llamó al galpón donde solía sentarse a leer, hacer cálculos y tomar mates cuando no quería que nadie lo moleste.

¡Mirá nena! ¡Te lo voy a decir francamente! ¡Me encanta que chilles como una gata en celo cuando cogés con Gabi! ¡Pero, tenés que ser más respetuosa! ¡Ayer había gente en la casa! ¡Si yo te escucho gozar, vaya y pase! ¡A mi mujer, a veces no sé cómo mirarla a la cara! ¡Te pido que, no sé, pienses un poquito en los invitados!, me decía, mientras yo me percataba que me miraba las tetas, ya que, ni siquiera me había puesto corpiño bajo la musculosa blanca que llevaba, en el apuro de acudir a su llamado.

¡Bueno, le juro que no voy a chillar como una gata en celo! ¡Siempre y cuando, usted no me mire las gomas! ¿O cree que no me doy cuenta?, le dije, más para salvar mi autoestima que otra cosa. En el fondo, tenía razón de retarme. Eso me calentaba.

¡Bue, es que, parece que tuvieras 12 años nena! ¿Cómo se te ocurre andar mostrando las tetas así? ¡Eso es para mi hijo, o para tus bebés, el día que quedes preñada! ¡O, bueno, para el rubio que te chuponeabas el otro día! ¿Lo volviste a ver?, me preguntó, sin apartar sus ojos celestes de mis tetas. yo me puse colorada. Pero no retrocedí.

¿Y a usted qué le importa? ¡Lo importante es, que usted me mira las tetas, como si me las quisiera morder! ¡Es un degenerado!, le dije, mientras afuera comenzaba a llover despiadadamente.

¡No me cambies de tema pendeja! ¿Volviste a ver a ese platinado? ¡Y decime la verdad, porque yo lo sé todo! ¡No te olvides! ¡Y sí que me importa! ¡Tanto vos, como Gabi, como la salud de esas tetas! ¡Tienen que dar buena leche en el futuro!, me largó el viejo, anudando los dedos de sus manos, sonriéndome con superioridad.

¡No, no lo volví a ver, para su información! ¡Y deje de mirarme las tetas!, le dije, poniendo la mano en el picaporte. Pero, sus palabras me petrificaron, antes de tomar la decisión de rajar a la mierda, cuando me dijo: ¡Ni siquiera sabés mentir! ¡Sí que estuviste! ¡Fuiste a un telo y todo! ¡Alguien los vio, chuponeándose en la galería 730, en la que venden celulares y esas boludeces! ¡Y, te miro las tetas, porque tanto las tetas como los culos de las mujeres, están para ser mirados, tocados, y chupados! ¡Tanto como las vergas de los hombres! ¿O no pensás lo mismo? ¡Ahora, si no querés que hable con mi hijo, y le cuente, quedate ahí, paradita, y subite la remera, guachita!

Por supuesto que no lo hice. No lo puteé, ni contradije sus pruebas, ni lo miré mal. Sabía que eso podía costarme caro. Pero también imaginaba que mi actitud lo pondría de mal humor. Entonces, durante el mediodía, intenté estar lo más lejos que pudiera de él. Ayudé a Isabel con todo lo que necesitara, alimenté a los perros, y después me encerré con Gabriel en su pieza. No pudimos garchar como queríamos, porque el turro estaba mal de la panza, después del abundante asado que nos mandamos. Encima, se tomó como 7 vinos, junto a mi cuñado, Omar y el tío Alberto. Así que, dormimos una siesta que duró hasta las 7 de la tarde. Después, fuimos a tomar unos mates con tortas fritas. Afuera la lluvia seguía inundándolo todo, y el viento se volvía más feroz, en medio de unos truenos que hacían temblar los ventanales. Por ese motivo, el tío Alberto y el tío Armando tuvieron que quedarse una noche más. Con Gabi, ya habíamos resuelto que él me llevaba a la casa de mis padres al día siguiente, ya que él tenía que presentarse en la empresa de transportes para la que trabaja. ¡No quería quedarme un segundo más al frente de Omar! En parte, porque yo sabía que la culpa me carcomía, y que no tenía como defenderme de sus acusaciones, si se le antojaba delatarme. Y, conforme las horas pasaban, el tiempo empeoraba. Por eso, no tardó en armarse el truco, más matecitos, anécdotas y chistes. Hasta que a eso de las 9 de la noche se instauró el tema de la corrupción y la política. El tío Alberto defendía a los municipales. Él decía que todos son dignos, que cobran miseria para todo lo que hacen, y que la gente ni los considera. Omar, se daba aires de honestidad. Dejó bien en claro que detesta lo inmoral, y que, si tuviera que entregar a su hijo a la policía, si tuviese pruebas de que estuviese obrando mal, lo haría sin reservas. Y de repente todo se volvía más y más tenso. Gabriel intentaba mediar para que Omar no se ponga nervioso. Él decía que podía hacerle mal al corazón. Pero Omar era un viejo zorro, al que nada parecía afectarle severamente. Al tiempo, la discusión rondaba en peronistas, planeros, campesinos incultos, piqueteros y barras de clubes de fútbol, policía entongada con el poder o con los chorros. Y siempre Omar intentando lavar su imagen de cualquier manera. Creo que fue cuando dijo que, para colmo las feministas están descarriladas, y que hay que darles una paliza con un cinturón hecho de porongas, que a mí se me salió la cadena. Obvio que, todo aquello la familia se lo justificaba por haber tomado algunas copitas de ron demás. La pobre Isabel no sabía dónde meterse, y trataba de que el truco siguiera su curso.

¿Y usted? ¿De qué tiene que defenderse tanto? ¿Acaso alguna vez recibió una coima, y ahora se arrepiente? ¡Claaaro! ¡Seguro sería usted el que presionaría al poder político para que un montón de gordos nos azoten el culo en una plaza! ¿Por reclamar lo que nos corresponde? ¿O solo por morbo?, dije, subida a una ira que tal vez no me era del todo propia. En realidad, quería atacar a ese hombre, como si le estuviese clavando las garras. Tenía unas terribles ganas de que me la metan en el culo, la concha y la boca, y al mismo tiempo, me sentía ofendida. Gabriel seguía con el estómago revuelto, y tan pasivo que, me daban ganas de salir a buscar a otro tipo. De todas formas, sabía que había llegado demasiado lejos. Gabi me pidió que me calme, y enseguida Isabel dijo que no tenemos que ponernos tan peleadores por temas que nadie puede resolver. Pensé que todo quedaría allí. Sin embargo, después que Omar se tomó otra copita de ron, se levantó con toda la frescura del mundo y me dijo, antes de irse a su dormitorio a buscar no sé qué cosa: ¿Y vos, estás segura que tenés el culo limpio, pendeja? ¡Pensalo bien! ¡Nadie es tan inocente en esta vida! ¡Y menos cuando hay evidencias!

Nadie le prestó atención a su comentario. De hecho, todos, incluso yo me reí exageradamente. Gabriel, en lugar de preguntar a qué se refería semejante indirecta, le pidió a su padre que no diga boludeces, y que deje de chupar alcohol. Entonces, me integré al truco. O al menos hasta que Omar me llamó desde el patio. Supuestamente se había volado alguna ropa que puse a secarse al sol en la mañana, cuando el día estaba más o menos agradable. No recordaba haberme olvidado ropa tendida en el patio. Pero, por las dudas, salí a confirmarlo. Cuando salí, con la lluvia un poco más calma, el viejo me puso ambas manos en los hombros, y me obligó a caminar a lo largo de todo el patio, hasta llegar a la otra punta, donde me apretó contra el alambrado de uno de sus gallineros para decirme: ¿Qué carajos te pasa conmigo, chiquita mentirosa? ¿Cómo me vas a exponer de esa manera? ¿Qué puta prueba tenés en mi contra? ¿Acaso yo hice algún negocio turbio con vos, yegüita? ¡Me gustaría saber qué te hice para que me trates así! ¡Aparte de salvarte el estofado! ¿O pretendés que le diga al bobo de mi hijo de tus chupones con el rubio?

Mientras me increpaba, sus manos descendían por mi espalda, y no tardaron en amasarme el culo, y hasta en introducirse en mi entrepierna para sobarme la concha. También me masajeó las tetas, por decirlo de algún modo. Yo, gemí involuntariamente, y le hablé como si estuviese aterrada, mientras el viento me sacudía el cabello y penetraba los poros de mis piernas por lo finita de mi calza beige. Le dije: ¡No, tiene razón! ¡Usted no me hizo nada! ¡Y, no quiero que le cuente nada a Gabi! ¡Además, no pasó nada! ¡Usted lo sabe! ¡Y no me manosee, si no quiere tener problemas!

¡Yo, te manoseo todo lo que quiero perrita! ¡En poco tiempo vas a ser mi nuera, la esposa de mi hijo! ¡Otra hembra de la casa! ¿Me entendés? ¡Acá, en el campo, se comparte todo! ¡Aunque Gabriel no se entere! ¡Tampoco es un boludo mi hijo! ¡Ni mucho menos un santo! ¿Sabés? ¡Y, además, no te hagas la santurrona conmigo! ¡Me re doy cuenta que a veces andás con las gomas al aire por la casa, cuando te levantás, o que me apoyás el ojete apropósito! ¡Te gusta la pija bebé! ¡Y no te lo voy a cuestionar! ¡Pero, no te metas con mi honor, porque te va a ir mal!, me rezongaba, mientras ahora él se apoyaba en los alambres tensados, y me sostenía de las caderas para que mi culo se frote “fortuitamente” contra su pija. La sentí dura, latiendo, y con cierto peligro, ¡Y eso me puso como loca! ¡Ya sabía lo que tenía que hacer para obtener un buen sexo!

¡No se haga el buenito conmigo, que seguro debe tener sus asuntitos por ahí! ¿O me va a decir que nunca la cagó a Isabel?, le dije bajito, intuyendo que algo pasaría. Y pasó nomás. Fue mientras un relámpago intensísimo cegaba a los ojos insomnes de una noche cada vez más pérfida que, don Omar me arrancó el pelo, me dio un terrible chirlo en el culo y me zarandeó de los brazos, diciéndome algo como: ¡Sos una putita de mierda, una bombachita floja!

Tamaña sacudida, me forzó a resbalarme en el barro fresco, y golpear mis rodillas contra el suelo. me tenía regalada, lista para abusarse de las artes oscuras de mi boca.

¡Seguro ahora me va a pedir que se la chupe, y que no le diga nada A Gabi! ¡De lo contrario, usted le va a chusmear lo mío con el rubio!, dije, o tal vez intenté terminar la frase. Enseguida mi cara se frotaba en el enérgico bulto de Omar, como buscando algún consuelo ineficaz, mientras él me sujetaba de las trenzas, me chistaba para que me calle la boca, y se las ingeniaba para pellizcarme las tetas.

¡Qué buenas gomas tiene la putona de mi nuera! ¿Te acaba en las tetas mi hijo? ¿O te las chuponea al menos? ¡Seguro que no se atreve a mamarte la concha!, me decía, tratando de abrirme los labios con uno de sus gordos y arrugados dedos.

¡Dale bebé, sacá la lengua, y lameme el dedo! ¡Dale, o te arranco la ropita y te revuelco en el barro!, me amenazó con severidad, sin dejar de hacer saltar mis tetas en sus manos. ¡No sé cómo hizo para desprenderme el corpiño tan rápido, y para desabotonarme la blusa! Lo cierto es que, no bien mis rodillas golpearon con un trozo de barro y pasto del suelo, Omar me manoteó de las trenzas para frotar mi cara en su bulto, mientras seguía haciendo revotar mis tetas en sus manos enormes.

¡Dale nena, fregá esa carita de yo no fui, de nena buena, de chiquita inocente! ¿Tanto te gusta gemir cuando cogen en mi casa? ¿Te calienta saber que Isabel y yo te escuchamos? ¡Dale, mordeme la pinga por encima de la ropa! ¡A ver si aprendés a servir bien, la puta que te parió!, me decía, sin dejarme separar mi rostro de su pubis.

¡No me insulte, porque yo lo estoy tratando bien! ¡Y, usted no debería andar escuchando al otro lado de la puerta!, le dije altanera, prepotente y cada vez más mojada.

¿Qué decís? ¡La que gritan cuando se la montan, sos vos, perra! ¡Y, por ahora no me estás tratando bien una goma! ¡Vamos, bajame la bragueta, y mordeme el pito por arriba del bóxer! ¿A ver qué tan buena es la que se anda chuponeando con otros tipos?, me gritó, pellizcándome los pezones como para que me duelan. Yo, recuerdo que un impulso poco reflexivo, le escupí una mano, y le mordí uno de los dedos. Eso, me valió un cachetazo primero, y luego un tirón de pelo que me desacomodó las ideas por completo. Me tambaleé en mis rodillas temblorosas, y me caí al suelo.

¡Levantate bebé, dale, que te toca la mamadera! ¿Sabías vos que las corneadoras no pueden vivir sin una buena lechita caliente por las noches? ¡Igual, no te creas que sos la única que se divierte!, me decía, llenando a cada palabra con un halo de misterio que no llegaba a captarle. Como no me levanté de inmediato, Omar me pateó una pierna, y me agachó para arrancarme la blusa completamente. Ahora estaba en tetas, con la calza embarrada, descalza, con las trenzas a punto de desarmarse, y una calentura en la concha que, parecía que se me evaporaba hasta el cerebro. Entonces, él mismo tomó el control de mi cuerpo. Me arrodilló encima de una tarima empapada, me agarró del cuello, y no paró de fregarme la cara contra su bóxer, hasta que éste definitivamente liberó el tesoro más preciado para mis ansias de hembra en celo. ¡Su pija salió impulsada como por arte de magia, y enseguida comenzó a golpearme la nariz y la boca!

¡Abrí los labios chiquita, que tenés que empezar a lavarme la pija con tu salivita! ¡Vamos! ¡O entro, y se te pudre todo!, me amenazaba, sin estar del todo consiente de su situación. Parecía no entender que el que me forzaba, era él. Pero: ¿Honestamente lo hacía? ¿O yo me dejaba, más alzada que una leona?

Finalmente abrí la boca, y le mordí la puntita. Con eso logré poner de peor humor al cretino de Omar, que de prepo apoyó mi cabeza en la pared, y al tiempo que me decía: ¡Ahora te vas a atragantar de lechita bebé, toda atragantada, mudita te vas a quedar, y empachada, toda cremosita por dentro, guacha asquerosa!, empezaba a cogerme la garganta con vehemencia, furia, con una mezcla de desprecio y odio que me hacía desearlo más. Aunque, por momentos no podía siquiera abrir los ojos. Me la dejaba clavada largos minutos allí, y cada vez que me la sacaba, la sacudía entre mis labios abiertos y sin fuerzas, me pedía que se la escupa con todas mis fuerzas, o me fregaba sus huevos peludos en la cara. Además, no se resignaba a separar sus sucias manos de mis tetas. incluso, a veces me tiraba agua de un charquito que se amontonaba a nuestro lado, mientras la lluvia y el viento no encontraban la brújula para seguir a la tormenta hacia otros horizontes.

¡Cómo te entra bebé! ¿Así te gusta que te cojan la boquita? ¡Faaaa, por diooos, no me imagino cómo te la deben enterrar en la almejita, putita de mierda! ¡Vamos, abrí otra vez, vamos, dale que ahí te la doy, para que te entretengas, y se te babee la concha! ¡Hoy te voy a coger toda, vas a ver, por irrespetuosa, provocadora, y por andar en tetas en mi casa!, me decía, prosiguiendo con la tarea de darme pija y más pija en la boca, la cara, y hasta en las tetas. y, todo lo que se advertía en su bulto, era verdaderamente así. ¡Tenía una pija terrible el viejo!

Y, de nuevo, cuando otra vez volví a faltar a la prudencia, porque le dije que era un viejo pajero, me tiró de la tarima directamente al suelo. él, con una agilidad de novela, se derrumbó sobre mi cuerpo, y me empezó a despedazar las tetas a mordiscos, mientras me enterraba dedos en el culo y la concha por encima de la calza, fregaba su pija desnuda en mi abdomen, y me podría el cuello re fuerte. Me lo chuponeaba, y me pedía que le muerda los labios, y que le diga que tenía la concha caliente por su poronga. Él se servía de mi aliento, me seguía pellizcando los pezones, me escupía la cara con rabia, diciéndome: ¡Puta, sos una putita, una villerita que quiere verga, guita, verga, y mucha verga! ¡No te alcanza con la de mi hijo, pordiosera! ¡Por eso te aplaude la concha de calentura cuando me mirás la pija! ¡A mí, y a otros tipos! ¿Te gusta la pija del verdulero también? ¿O la del lechero? ¿Ese rubio también te cogió la boquita?

Poco a poco mis nalgas se llenaban de barro, porque mi calza ya deambulaba por mis rodillas, y casi todo mi abdomen, mis piernas y mis gomas estaban salpicadas por los líquidos seminales de mi suegro. Me parecía extrañísimo que nadie estuviese buscándome, ni llamando a don Omar. ¿Y si gritaba? ¡No boluda, dejate violar, si eso es lo que querés! ¿Querés que tu suegro te viole?

¡Dale atorranta, abrí las piernitas!, me dijo, mordiéndome la oreja. Yo, entonces, opté por cruzarlas, y apretarlas todo lo que pudiera. Eso, a él lo satisfizo aún mejor, porque, casi que, sin esforzarse, colocó su glande en la entrada de mi vagina, y me la enterró, sin decirme una palabra. Recién cuando me hubo descargado tres bombazos a fondo, deslizando mi cuerpo por el barro, me dijo: ¡Sentila toda perra, sentí toda mi pija adentro tuyo bebota! ¿Te gusta? ¡Tengo una pija gorda, y muuuy lechera! ¡Ojo eh! ¡Te vas a poner re puta cada vez que me la veas, desde ahora!

No le faltaba razón. Sentía que esa verga me llenaba por completa, que se ensanchaba en mis profundidades, que me penetraba hasta las entrañas, y que podía sentirla hasta en el útero. Al mismo tiempo, Omar me enterraba los dedos en el culo y me los acercaba a la boca y a la nariz, diciéndome: ¡Oleme los dedos, culito sucio! ¡Dale guacha, que seguro te cagaste encima del miedito que te di! ¡Meame la pija si querés! ¡Pero no voy a parar hasta hacerte un crío! ¿Sabés? ¿Te quedó claro, perra?

Sentía que la bombacha nos estrangulaba la piel, porque él ni se había molestado en bajármela. Mis gemidos debían oírse por todos lados, aunque los truenos no cesaban, y la lluvia seguía impertérrita.

¡Asíii, eso, chupame los dedos, asquerosa, malcriada, nenita de mamá! ¡Te voy a reventar el culo bebé, porque tenés un ortito hermoso! ¿Te gusta que te lo apoyen en el colectivo? ¡Las pajas que se deben hacer en el subte, contra este orto!, me decía, estrujándome las nalgas, cogiéndome con todo, obligándome a chupar sus dedos con mis aromas, soportando sus mordidas por cualquier parte de mí, y sintiendo que en cualquier momento podría desgarrarme de tantas penetradas violentas.

De pronto, me acomodó en cuatro, con las manos sobre la tarima, y me nalgueó un rato para que le saque el culito para atrás. Ahí sí me pidió que me saque la bombacha, y ni bien terminé, me la quitó de las manos para destrozarla, insignificantemente. Enseguida, sus jadeos, respiraciones fatigadas y su cuerpo hambriento de sexo volvieron a inmovilizarme. Su pija entró sin miramientos en mi concha, y ahora me cogía con un entrechoque más violento, ruidoso, cada vez más acelerado y determinante. Cuando al fin sintió que su leche me inundaría hasta mi personalidad, me apretó contra su pubis, y se quedó quieto, disfrutando del momento en que sus testículos dieran la orden precisa. Entonces, me empujó con todo… una, dos, tres veces, mientras su semen me quemaba por dentro, me hacía gemir de felicidad, me exigía buscar su boca para morderle los labios, y decirle: ¡Decime putita, decime que soy tu putita, culito sucio, pedime que te la chupe todos los días, viejo hijo de puta, violame cuando quieras, que me re calentás!, y hasta lagrimear de una emoción que nunca antes había vivido de esta manera. ¿Entonces, nadie me había cogido de verdad? ¿Y yo? ¿Habría cogido de verdad a algún tipo?

Obviamente que, ni bien terminó de eliminar su acabada adentro de mis volcanes sexuales, me ayudó a levantarme, con todos sus malos modos a cuestas, como era de esperarse.

¡Apurate pendeja sucia, vamos!, me dijo, mientras me arrodillaba una vez más en la tarima, y me acercaba su pija a la boca.

¡Limpiala nena, y escupime el calzoncillo! ¡Esta noche, quiero dormir con la babita de mi nuera en las bolas! ¡Y con tu olor a concha en la verga! ¡Qué apretadita la tenés! ¡Te faltan varios polvos a vos, chirusa!, me decía, mientras yo luchaba para controlar mi oxigenación cerebral, los impulsos de mi clítoris, mis ganas de hacer pis, y en hacer bien mi tarea de lamerle la pija, escupirle los huevos y el bóxer, y en tratar de pergeñar qué carajos iba a decirles a todos, una vez que reaparezca en la casa. Me puse la calza, la blusa, el calzado, me acomodé las trenzas, y me le tiré encima a don Omar una vez más, para decirle: ¡Dale, chupame las tetas otra vez, una última vez! ¡Pellizcame, mordeme, ahorcame! ¡Haceme lo que quieras! ¡Te juro que, de ahora en adelante, soy tu concha, tu boca, tu orto, todo lo que quieras!

Él me apartó de su cuerpo de un empujón, con el que casi me vuelvo a caer al barro, ya que me resbalé. Pero ese rechazo me calentaba aún más.

¡Mañana, ya que, al parecer te gustó cómo te cogí, después que Gabriel se vaya, te voy a buscar a tu casa! ¿Querés? ¡Y, obviamente, tenés permiso para chuponearte con el que quieras! ¡Pero, tu concha, es solo de mi hijo, y mía! ¿Estamos de acuerdo?, me dijo, unos segundos antes de que yo ingrese al fin a la galería de la casa, donde todavía todos jugaban, debatían, charlaban y bebían. Solo habían pasado 20 minutos. Lo supe cuando pispié la hora en el reloj de pared de la casa.

¡Tuvimos que separar a unas gallinas que se estaban picudeando con un gallo! ¡Para colmo, uno de los alambrados del gallinero estaba roto, totalmente abierto! ¡Alguien tuvo algún descuido! ¡Por suerte, tengo una nuera guapa que me ayudó! ¡Bastante caprichosita, contestadora y rebelde! ¡Pero gauchita! ¡Bue, yo, me arece que me voy a la cama!, les explicó a todos Omar, mientras nos veían llenos de barro, agua, viento, huellas indelebles, y muertos de frío, porque la temperatura había bajado bastante. ¡Por suerte, Gabi ni reparó en que no tenía bombacha bajo la calza, y que a la blusa le faltaban dos botones! Yo sentía un clima de culpa, rebeldía, intranquilidad permanente. Creía que, en cualquier momento, Gabriel, o alguna otra persona de la familia pudiera darse cuenta de lo que habíamos hecho. Pero no fue así. Además, sentía que Omar me protegería, que estaba de mi lado. ¿él necesitaba tanto sexo como yo!

Al otro día, luego de que mi novio me dejó en mi casa para entonces marcharse a su trabajo, tiempo que seguramente pasaríamos separados, al menos dos semanas, Omar me llamó al celular. Me dijo Isabel me necesitaba para amasar unas empanadas. Esa fue la excusa para volver a su casa, y alojarme unos días más. Y, ese mismo día nos encerramos con Omar en su galpón. Él, solo quería que le chupe la pija. Pero antes, abrió una caja de cartón.

¡Mirá nena! ¡Esto, es para que empieces a descreer de la gente! ¡Mirá lo que había en el camión de tu novio! ¡Acordate que yo soy el encargado de limpiarlo cada vez que lo trae para el campo! ¿Te das cuenta? ¡A tu novio, parece que le calienta, bueno, las nenas!, me decía, mientras exponía ante mi visión desconcertada, tres bombachitas de distintos colores, evidentemente usadas, sucias, y con huellas de semen.

¡Te lo digo, para que sepas que él también se divierte! ¡Seguro, son las putitas que andan por la ruta! ¡Pero bueno! ¡El hombre siempre necesita descargar! ¡Ahora ya lo sabés! ¡Así que, vamos, mostrame las tetas, así se te va calentando la mamadera que te vas tomar!, me decía, mientras un nuevo horizonte de posibilidades se presentaba en mi mente aturdida, pero decidida a disfrutar de todo lo que me hiciera bien.      Fin

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