Escrito por Crisálida
Me lo quería coger a toda costa. No me importaba nada más. Quería que me observe, que se babee con mis tetas, que huela mi aliento y me diga al oído que soy una putita barata. Necesitaba sentir su cuerpo sobre el mío, sus dedos desgarrándome la piel, su lengua haciendo surcos por cada rincón de mi existencia, y su dureza abriéndome toda, como a un tesoro invaluable, o a una muñequita de plastilina. Quería que su semen me encreme toda, que me resbale por la bombacha y las medias, que se anide en el hueco de mis pechos, y que me fecunde como a una flor en plena primavera.
No sabía cómo hacer para que me mire, me sonría, o tan solo que sepa de mi existencia. Después de todo, tenía 18 años, y ya no era una mocosa inocente que se comía los mocos. Pero a él no le interesaban mis intentos por seducirlo. Yo era su amiga, y los amigos no tienen sexo, me decía. Tal vez, en lo más profundo de su cerebro, me veía como a una mina imponente. ¡Bueno, tampoco soy gran cosa! Pero me considero linda… o al menos, dueña de unas tetas bien puestas, y de una carita de trola que derrite a los chabones que me apoyan en el boliche, o en el bondi, o cuando me tomo el subte. ¡Lo que daría porque ese tarado me apoye la pija en el culo! ¿Por qué no se le escapaba, aunque sea alguna mirada lasciva, cada vez que me cambiaba en su presencia? ¡Mirá que, hasta me quedé en tanga y corpiño delante de sus narices! ¡Por ahí, cuando era más chico, se pajeó con alguna de mis bombachas! ¡O, me vio dormida con el culo para arriba, o en tetas! ¡Naaah! ¡Nada de eso! Él siempre confiaba en mí. Me contaba de sus decepciones sentimentales, de sus quilombos con sus viejos, de sus felicidades cada vez que aprobaba alguna materia de la facu, o de sus problemas para dormir. Una vez, hasta le rocé la espalda con las tetas desnudas, cuando salí de la pile, y él tomaba una cerveza a la orilla, tarareando un tema de Los Ramones. Primero, se asustó por lo frío y húmedo de mi cuerpo. Después, el típico comentario protector, después que yo le dije: ¡Uuuuf, te apoyé las gomas nene! ¡Ojo, que no se te pare el amigo!
¡Callate nena, que nosotros somos como hermanos!, me dijo. ahí sentí que ya no podía hacer nada. Y no era gay, ni se autodenominaba asexual, ni profesaba ninguna cosa extraña. Yo no le interesaba. A pesar que muchas veces soñaba que me raptaba para cogerme en el patio de mi casa. Una siesta amanecí con los dedos mordisqueados por mí misma. Cuando recapacité y encendí el velador, recordé que había soñado que Lucas me tapaba la boca, me mordía las tetas, me arrancaba la ropa y me arrastraba con su propio cuerpo por un suelo repleto de yuyos espinosos, hojas secas, ramitas y piedras. Me punzaba la concha con su pija durísima, y ni siquiera me había bajado la bombacha.
¡Te voy a coger toda amiguita! ¡te voy a empachar de leche, hasta dejarte embarazada, y después, te voy a atar a ese árbol que ves allá, te voy a mear toda, y me voy a ir! ¡Te vas a quedar con toda mi lechita adentro, putita sucia!, me repetía al oído mientras me seguía tapando la boca, me arrancaba el pelo y me retorcía los pezones con una mano llena de barro. Pero, en definitiva, todo lo que existía en realidad, era mi vagina frotándose nerviosa contra el colchón, y mis dientes mordiendo mis propios dedos. Me acuerdo que hasta se me escaparon algunas lágrimas, mientras reconsideraba la opinión de pedirle que me viole, alguna de estas noches. ¿Por qué carajos tuve que enamorarme de él? Fin
Comentarios
Publicar un comentario