Tu nena es la trola de la escuela


Escrito Junto a el Griego

 

Esas habían sido las palabras de jacinto, un pseudo amigo que aún conservo, que tuvo la amabilidad de conseguirle una bacante a mi hija en el colegio secundario. Recuerdo que se sonreía. Tuvo que hacerse más de mil pajas con las historias que escuchaba en los pasillos. Y, si no era con la Mari, sería con cualquiera de las otras pendejas. No me dio muchos más detalles, ni se los pedí. ¿Para qué? Lo cierto es que, con la Mari hice todo lo mejor que pude como padre soltero. Su mamá nos abandonó cuando nuestra hija tenía 4 años, y no puedo decir que no sepa por qué. Tal vez, yo debí comprenderla un poco más. La pobre había quedado embarazada a los 19. A sus 23, lo último que quería era lidiar con jardines de infantes. Para ella había mucho mundo por explorar, y las responsabilidades eran, simplemente, demasiadas. Así que me las delegó por completo. Yo crie a mi hija lo mejor que pude. Con poca ayuda de mi familia, y casi nada de la de mi ex. A excepción de un tío que, honestamente, se esforzaba un poco más. Incluso me daba una mano económica que yo jamás le había pedido. Pero se lo agradecía de igual forma.

Ahora la Mari estaba grandecita, y yo le conocía muchos amigos. Pero ninguna amiga. Uno de mis compañeros de laburo me insistía con que tenga los ojos abiertos. Por otro lado, no daba problemas en nada. Lo que es raro para una adolescente sin madre. Por lo tanto, a la larga, no podía sorprenderme la noticia que una mañana me dio Jacinto, con la misma risa socarrona con la que me dijo que, mi nena era la trola de la escuela. Me pregunté qué había hecho mal. En qué estaba fallando. ¿Cómo serían las cosas si su madre estuviese con nosotros? Preguntas en vano, claro, que nunca tendrían respuestas. Después de todo, ella tampoco me las reclamaba.

Pasé toda la semana intentando buscar el modo de abordarlo. Pero sin éxito. Para colmo, del trabajo me pedían que de forma excepcional viaje a una ciudad a 600 Kilómetros por dos días. Debía firmar papeles, concertar presupuestos y conseguir el visto bueno de una empresa. Dije que sí, con la condición de que, si encontraban a otro operario, por mí sería mejor, ya que no tenía a nadie que pudiera quedarse con la Mari. Mi jefe lo aceptó, y hasta había aparecido un voluntario. Pero a última hora. No solo cuando ya había preparado mi equipaje. Si no cuando ya estaba en la camioneta de la empresa, en medio de la ruta, a unos treinta kilómetros de mi casa. Quizás fuera el destino. La Mari se quedaría sola esos días, con una heladera repleta y todas las recomendaciones del mundo. Se había quedado sola otras veces. Pero siempre con alguien que pudiera darse un par de vueltas para vigilarla, por si acaso. Así que, ni bien mi jefe me dio la noticia, me apuré muchísimo para volver. No quería encontrarla con algún pibe, el que obviamente iba a llevarse. No podía culparla. Las hormonas, la chuchi y la curiosidad les pica a todas las chicas. Pero fue al pedo, porque eso fue exactamente lo que pasó. Ni bien entré a recibidor de la casa, vi a través de la puerta entreabierta del comedor a la Mari. En cuclillas, en tetas, y con carita feliz, con las piernas separadas, una manito adentro de la calcita, meta petear a un chico de su edad. Un rusito delgado, larguirucho, con cara de pelotudo. Me quedé de piedra, intentando decidir cómo reaccionar. ¿Entraba a los gritos demandando una explicación? ¿Le pegaba una cachetada a la Mari y echaba al pibe a la mierda? ¿Me sentaba paciente a charlar con ellos? Pero no llegué a decidirlo. El pibe me vio, y retiró su pija de la boquita carnosa de mi hija.

-Tu viejo nos está mirando nena… parece que volvió-, le susurró al ver la cara de rabia de mi hija por quedarse sin su mamadera. Ella desvió su rostro y permaneció inmóvil. No creía en lo que veía, y no se atrevía a bajar la mirada. Así que yo tomé aire, y entré.

-Vestite, por favor-, pude decirle, respirando entrecortadamente

-Sí, Pa-, balbuceó ella, limpiándose la boca con la palma de la mano, involuntariamente. Luego, tembloroso como una hoja, el chico sacó un cigarrillo.

-Si no tenés nada mejor que compartir, mejor, guardá eso-, le dije, con una furia tan serena que, hasta yo mismo logré calmarme. La marca era tan berreta que, no la conocía ni el loro.

-Si quiere, podemos compartir eso también-, dijo el pibe, en un intento apresurado por hacer un chiste, señalando la boca de la Mari.

-Sí, claro, como quieras-, dije, intentando seguirle el juego. Lo debo haber dicho muy serio, o ellos no entendieron el cinismo de la frase, porque la Mari volvió a arrodillarse y movió su cabeza hacia mi entrepierna. Lo que me hizo retroceder hasta la pared.

-Que te vistas pendeja-, le grité de pronto.

-Y vos, mejor rajá para tu casa- le ordené al pibe, que todavía no se subía del todo el pantalón. Entonces, el pibe salió derechito a la puerta, con un cigarrillo prendido en los labios, mientras la Mari levantaba su corpiño y la remerita del suelo para irse a su dormitorio. Yo me preparé unos sanguches y me fui a comérmelos solo al patio, para reflexionar.

Al otro día hice todo lo posible por evitar a la María. Cosa que logré hasta la nochecita, cuando ella me llamó. Yo suponía que era para cenar juntos. Para mi sorpresa, había vuelto a invitar a Gonzalo, el pibe con el que la encontré el día anterior. Estaban sentados a la mesa, con una caja de pizza abierta, y las porciones mal cortadas. Ella no me miraba. Yo me apoyé en la mesada, como intentando pensar. El pibe hizo lo mismo a mi lado.

-Ya lo charlamos don, ella y yo. Así que, por ahí, lo mejor es que nos relajemos-, me dijo el mocoso. Lo miré sin entender un carajo. No sabía si meterle una piña, o dejarlo que se explique y meterle dos después.

¿Empezamos, Mari?, dijo Gonzalo. Aún sin mirarme, la Mari se arrodilló, gateó hacia nosotros y me bajó el cierre del jean con una manito tan tierna como pequeña.

- ¡Qué hacés, mocosa de mierda? -, le dije a la Mari, que chistó a la vez con su amiguito.

-Es que ya lo hablamos, como le dije. La Mari, cuando está conmigo, o cualquier otro chabón, cierra los ojos, y petea pensando que es su verga, don- ¿No lo entiende? -, dijo Gonzalo sin ponerse colorado, palpándose el bulto. Apenas la María puso su manito en mi pija, lo confieso, se me puso durísima. Una cosa fuera de lo común para un tipo de mi edad, y con mis preocupaciones. Gonzalo, que no se apartaba de mi lado, sacó su pija y se la refregó en la carita a mi nena, al tiempo que ella se metía mi glande en la boquita. Claramente la guacha tenía experiencia. Yo quise protestar e irme a la mierda, decirles que todo eso era inapropiado e inadmisible, o acomodarlos a ambos a los golpes, y castigar a mi hija hasta el año siguiente. Pero todo lo que pude hacer fue poner mi mano en su nuca poblada de cabello castaño.

Tras mamarme la verga unos minutos gloriosos, la Mari saltó con su boca a la pija de Gonzalo, y lo peteó hasta ponérsela dura a él también. Cosa que le llevó algo más de esfuerzo. Me conmovió ver algunas lágrimas en la cara de mi hija. Pero no cuestioné el por qué.

- ¿Me la presta? ¿O no don? ¿O es para usted nomás? ¿Me va a dejar culearla? ¿Puedo acabarle en las tetas? ¿Usted sabía que todos la cargaban en la escuela, por la forma de comer los chupetines?, me preguntaba Gonzalo. Yo no le dije nada.

-Dale Mari, decile a tu papá, contale lo que me contaste anoche por chat-, insistió Gonzalo, jadeando por las succiones de la boca de mi bebé en su pene repleto de venas hinchadas y vellos enrulados.

-Me hago la paja desde los once años-, reveló la Mari, volviendo a lamerme las pelotas, sin mirarme.

- ¿Y qué más? ¡Contale todo nena! -, inquirió el rusito.

-Me meto hasta el desodorante por la concha, pensando que es la verga de mi papá-, dijo la Mari, con una nota de resignación. Gonzalo se le acercó y se agachó atrás de ella para manejarle la cabeza, marcando el ritmo con el que me chupaba la pija.

- ¿Y cómo me decís a mí? ¿Eeee? ¡Dale, contale, pero contale todo! -, le preguntaba Gonzalo. Era obvio que la Mari le decía papi, o papito. Pero, además, se compraba bombachitas tipo de nena, y tenía un vestidito acorde, ropa que solían usar para sus juegos de roles, en los que él me imitaba, o reemplazaba.

-Ella se lo quiere montar, don. Siempre habla de usted, y de las veces que le vio el pito, sin querer-, dijo Gonzalo. Entonces, ya no pude controlarme. Inconscientemente me recosté en el piso, y la Mari se montó a mi cuerpo a urcajadas. Al fin, me miraba a los ojos.

-Dejame cogerte la chota, pa. Dale, dejame que me coma tu pija con la conchita-, me dijo, y su voz sonó tan puta como Jacinto me había advertido tantas veces. Colocó sus manos en mi pecho, y empezó a cabalgarme despacito. Gonzalo le acercó su poronga a la cara. Ella lo peteaba, pero no dejaba de mirarme en ningún momento. Hacía unos ruiditos hermosos mientras chupaba esa pija gruesa. Yo le manoseaba ese culito firme y bien parado, se lo apretaba y cada tanto le daba algún chirlito. Le puse un dedo en la boca, y ella me lo chupó junto con el pito del ruso. Hasta que, cuando lo tuve bien humedecido, se lo mandé casi todo por el culo. Yo me imaginaba que tal vez no le entraría con tanta facilidad. Pero me equivoqué. ¡Le entró, y casi que le bailaba!

- ¿Me la presta un rato, don? -, me preguntó al ratito Gonzalo. Yo asentí, y me senté a la mesa. La Mari me seguía peteando mientras él se la cogía por atrás, clavándosela en la conchita, empujándole la cabeza para que mi chota resbale cada vez más en el tobogán de su garganta.

- ¡Contale, contale Mari, ¡qué pasó la otra vez, que peteaste a cinco pibes, y te tragaste cinco lechitas al hilo! -, le decía Gonzalo, metiéndole verga y verga.

- ¡Me tragué las cinco leches, pensando que mi papi me acababa en la boca, cinco veces por lo menos! -, respondió ella, mirándome a los ojos con la misma mirada de puta en celo con la que solía seducirme su madre.

- ¿Tenés ganas de romper una cola, papi? -, me preguntó de golpe, pegándose con mi pija en la nariz. Yo le dije que sí, casi sin meditarlo, mientras ella decía: ¡Bueno, hay otra cosa que tenés que saber!, compartiendo una mirada cómplice con su amigo.

- ¿Algo más decís? ¿De qué carajos hablás?, le solté, mientras afuera el escape de una moto nos sobresaltaba un poco, y la Mari me apretaba el glande con las yemas de sus dedos. Gonzalo se mordía los labios de una forma extraña.

- Dale nene, andá a la pieza, y hacé lo que tanto te gusta-, le soltó sin anestesia la Mari, mientras sus dedos volvían a juguetear con mi glande, y con mi vello púbico. El rusito se levantó como si una hormiga le hubiese taladrado el culo, y se mandó para la pieza de mi hija. Quise preguntarle a la Mari a qué venía tanto misterio. Pero ella me chistó, introdujo su lengua en el orificio de mi verga, me la escupió y volvió a la carga para metérsela en la boca. El calor de su paladar y su lengua movediza me hacían abandonar todo recato con ella. Razón por la que, hasta la oí lloriquear cuando la tomé con brutalidad del pelo para que se la clave en la garganta. Incluso la tomé del mentón para cogerle la boca, literalmente, durante unos minutos. Pero, en medio del concierto de las arcadas y atracones de mi hija, algo me arrancó de todo trance posible. La Mari sonrió al verlo, al tiempo que se ponía en puntitas de pie para pegarse con mi instrumento babeado en las tetitas.

- Miralo papi… ¿Qué me decís? ¿No te parece monísima mi amiguita? Dale una vueltita nene, así te mira bien-, sonaba la pequeña voz de mi hija desde el suelo, mientras me apretujaba el tronco, y nos sonreía con la boca babeada, los ojos húmedos y las mejillas coloradas. Entretanto, apoyando las manos en la mesa, y sacando el culito hacia atrás, estaba el rusito. Traía puesto un vestido colorinche de tiritas, con unos tajos en la espalda, unos tacos ruidosos, una peluca rubia con dos trenzas, un collar medio berreta del que colgaba un corazón fosforescente, y una bombacha rosa, la que claramente se advertía por la transparencia del vestido. Después de dar una vueltita al peor estilo “Modelo Torpe”, se nalgueó el culo, le sonrió a su amiga, le extendió una mano, y ella le chupó dos o tres dedos.

- ¿Qué carajos es esto? ¿Qué te pasa nene? ¡No me digas que sos maricón también! ¿Y mi hija te dio bola? ¡Haceme el favor de mandarte a mudar de mi casa!, alcancé a gritarle, mientras la mari volvía a la carga por mi verga con sus lamidas, chupadas y atragantadas a fondo. El rusito se nos acercó. Le acarició las tetas a mi hija mientras me decía: ¡La verdad, me encantaría tener estos globitos, como ella!

La mari no le respondía. Pero le sonreía, y me dedicaba miradas luminosas, siempre con mi pija en la boca. Seguro que advertía que me faltaba poco para empacharle la pancita de leche, porque intensificaba sus lamidas, sobadas a mis huevos, mordiditas a la piel de mi tronco, y los escandalosos ruiditos de sopapa que se gestaban por la colisión de mi glande contra su garganta cubierta de saliva y presemen.

-Dele don, que seguro se re pajeaba con las tetas de su hija. Dele toda la lechita en la boca. Mire la carita de puta que le pone. ¡Y vos, mamala bien nena, dale que te encanta la mamadera! ¿No buscabas esto? ¿No deseabas que tu papi te meta la pija en la boca? -, decía el muy perverso, llevándome al límite de mi paciencia seminal, ya que sentía cómo la leche subía por mis conductos, quemándome hasta la capacidad de razonar. La Mari gimoteaba extasiada, se cacheteaba la cara con mi pija cuando se la sacaba de la boca, y volvía a devorársela, mientras su amigo vestido de nena le pellizcaba los pezones, y me agarraba una mano para que le tantee el bulto que se le hacía debajo de la pollera. Creo que, hasta llegué a tocarle la poronga por encima de la bombacha. Y, de repente mi hija se ahogaba, tosía, se frotaba los ojos y la nariz, exhalaba fuego por la piel, y trataba de decirme algo entre gárgaras y pulsiones en la vagina. la vi meterse un dedo mientras se levantaba como podía, intentando rozarse el clítoris. El Rusito quiso ayudarla. Pero ella, por toda respuesta de colaboración, prefirió comerle la boca y convidarle restos de mi semen, el que había colapsado su paladar y lengua, apenas unos segundos atrás. Todo en mi mente era confuso, perverso, hilarante y hasta ridículo. Sin embargo, cuando supe que mi glande había sucumbido al calor de la boca de mi hija, que chorreaba hilos de su saliva y que comenzaba a relajarse como cada tensión de mi cuerpo, vi que el Rusito se agachaba sin mi consentimiento, primero para acariciarme una pierna, y luego para rozarme el tronco con dos dedos. Instintivamente le pegué en la mano.

-Dale Pa, no seas malo con él. Y no lo juzgues, que no es necesario que le gusten los pibes, o que sea maricón. Solo, le pasa lo mismo que a mí, que me gusta tu pija. ¡Dejalo que te la chupe, así le das la leche a él también! -, se expresó la Mari, luego de tomar un vaso de coca y eructar a sus anchas. Entretanto, permití que los dedos temblorosos de Gonzalo recorran la piel de mi tronco, mis piernas y huevos, al tiempo que la Mari se agachaba, diciéndole cosas como: Dale nene, ¡chupale la cabecita, que se va a poner loco, y se la vas a poner dura! ¡Te va a gustar!

- ¿Y vos? ¿Por qué no lo ayudás a tu amiguito? Según todos los que me hablan de vos, sos la trola de la escuela. ¿él te ayuda? ¿O te consigue los chongos? -, le dije a la Mari, que me miraba con cierto reproche. Pero apenas me sacó la lengua, me rozó la pierna derecha con sus uñas, y se agachó para tomar mi pija con sus dedos y pegarle con ella en la cara al pendejo. De inmediato, el guacho empezó a escupirme la chota, y en cuanto se la metió en la boca, bueno, una boca no tiene sexo, ni género, ni identidad. El calor de su interior, sus succiones, saliva y atracones eran casi tan sinceros como los de la Mari, unos minutos antes. Solo que, parecía desquiciado, como demasiado ansioso por terminarse el postre, antes que su hermana menor se lo quite. Y, lo peor de todo fue que la Mari le pasó mi glande con sus propios labios a los suyos.

- ¿Y pa? ¿te la chupa como yo? ¡Y, si soy la trola de la escuela, como te dijeron, deberías estar contento! ¡Gracias a eso, aprendí a chupar pijas, para hacer felices a los tipos! ¡Dale nene, comela toda, abrí más la boca! -, decía la Mari, dejando que su amigo le pellizque los pezones, y maniobrando sonrisas para animarlo a no detenerse. Hasta que, en un momento tomé la cabeza del chico, y literalmente me di a la tarea de cogerle la boca, como si se tratase de las más calientes y sedientas vaginas prohibidas de la humanidad. La Mari me pedía que no sea tan bruto, al mismo tiempo que le mordisqueaba la oreja a Gonzalo, y le susurraba: ¡Tocate la pija nene, pajeate, dale pajero, tocate la verga, así te ponés bien calentito!

Sé que mi mano le asestó un chirlo en la cola a la Mari, y que luego le tironeé la pollera a Gonzalo. Pero, tal vez antes que se me salga la chaveta, mi hija se incorporó rápidamente de las profundidades de mis piernas, y dio un salto como un gato furioso al lado de mi brazo derecho, tenso y desconcertado de tanto sostenerle la cabeza al pibe. Fue tan urgente que no tuve opciones. La conchita de la Mari empezaba a restregarse contra mi cara, alimentando aún más al morbo de nuestra sangre enferma, y mi lengua les seguía el ritmo a sus caderas, entrando en su sexo, humedeciéndose con los jugos que brotaban de allí. Olía a pis, a flujo y sudor. Pero no me importaba nada. Incluso le metí un dedo en el culo, y luego dos, que enseguida se convirtieron en tres. Mientras tanto, el pibe se ahogaba, tosía y me deglutía la verga, mordisqueando mis huevos cuando me pajeaba la verga, o llevándola hasta la superficie de su garganta con el hambre de un huérfano olvidado hasta de Dios.

- ¡Aaay, así pa! ¡Meteme los dedos en el culo! ¡Nalgueame toda, y atragantalo al Rusito, que es más putita que yo! ¡Comeme la concha, así, chupala toda! ¿Te gusta la conchita de tu nena? -, gimoteaba la Mari, exultante, desfachatada y tan desnuda como la ventana sin cortina que, tal vez podía exponernos si algún vecino tuviese ganas de curiosear.

- ¿Me harías la cola papi? ¿O preferís la colita de mi amigo? ¡No creas que tiene el culito virgen! ¡Cogió con pibes de su edad! ¿No Gonza? ¡Así papiiii, chupeteame toda la conchaaaa, dejámela sequita, dale papiiii, que te voy a mear la cara si seguís comiéndome la chucha! -, insistía mi hija, clavándome sus rodillas en el pecho por no poder controlar su equilibrio, a la vez que Gonzalo se cacheteaba la ara con mi pija, haciéndome doler un poco. Aunque era un dolor que me desenfrenaba cada vez más. Y de nuevo, los hechos se precipitaron, sin darme tiempo a nada. Primero, los dos me chuparon la pija, y justo cuando pensaba en agarrar a la Mari de las caderas para calzarle la pija en la concha, el Rusito se me sentó a upa y me susurró: ¿No me quiere dejar la leche en la cola don? ¡Mire que, puedo ser una buena bebota!

Entonces, la Mari le comió la boca después e morderme los labios, y le subió la pollera. Me agarró una mano para que yo mismo le saque la pija al pibe por un costado de la bombachita, y me dijo: ¡Mirá qué dura la tiene pa! ¡Eso, porque le encantó chuparte la pija! ¡Pajealo, y después, metésela despacito!

La Mari, que ardía en ansias por colaborar, empezó a pajearme mientras evidentemente le escupía el culo a su amigo, y yo me animaba a pajearlo. Ni siquiera me había dado cuenta que, en un arresto de locura, había empezado a comerle la boca al pibe, ni que la Mari se nos había sumado. Pero, se me hacía enternecedor tener a ese pibe en bombacha, erecto, alzado, con su culito redondo pegado a mi chota empalada. Supongo que, eso me llevó a levantarlo un poquito de los muslos, enderezar mi lanza cargada de esperma entre sus nalgas, y finalmente empujarla allí, como si estuviese enojado con el mundo y su creación. De inmediato comencé a penetrar, bombear y agilizar estocadas cada vez más profundas. Tenía el culo apretadito y caliente. La saliva de la Mari había funcionado, pero solo para los primeros ensartes. Un poco más adentro, todo parecía estar desértico, aunque más caliente y afiebrado. La Mari le ofrecía sus tetitas a mi boca. Pero yo necesitaba más de su concha. ¿Y por qué no de su culito?

-Dale guachita, date vuelta, así te como el culito-, le dije, luego de darle tremendas lamidas en la concha y el ombligo. La mari obedeció, y por eso se ganó varios chirlos estruendosos, mientras mi pija seguía ganando terreno en la oscuridad del culito de ese nene con pollerita. Y de repente, un estallido de semen me pegoteó la mano derecha, mientras mi lengua hurgaba en el culo de la Mari. Casi que ni me había dado cuenta que seguía pajeando al Rusito. Me dio tanto morbo que intensifiqué mis arremetidas. Le abría los cachetes del culo con las manos para que la verga le resbale mejor, y le chupeteaba el cuello, mientras la Mari acallaba sus gemidos y quejidos de dolor poniéndole la conchita en la cara.

-Asíii, más adentro la quiero papi! ¡Cójame bien el culo, así me hace su hembra, como a su hija! -, empezó a decirme el mal educado, al tiempo que mi verga se ensanchaba con un ardor insoportable en el glande. A su vez, las venas del pito me quemaban como si me estuviese subiendo un veneno mortal.

- ¡Dale papiii, llenalo de leche, reventale bien el orto! ¡Vos sos mi macho, y no de él! ¿No cierto que tu putita soy yo? -, decía la Mari, entre un montón de frases delirantes que ni siquiera tenía sentido descifrar. En ese preciso momento, sentí que la pija se me desintegraba en el calor laborioso y estrecho del culo de ese pendejo atrevido, tan hembrita como salvaje y decidido. Sé que los puteé, que le arranqué el pelo a la Mari, y que le di una cachetada. También que casi le estrangulé el pito a Gonzalo, y que le rompí la bombachita al sostenerlo para vaciar todo el contenido de mis huevos en lo más recóndito de su culito. Sé que la Mari lagrimeó un poco, y que le comió la boca a su amigo, mientras éste intentaba bajarse de mis piernas vencidas. Se había caído la botella de coca al suelo, y un vaso de vidrio. El Rusito casi se cae cuando buscó pisar firme con esos tacos altos, incómodos y absurdos. Ahora se me hacía menos atractivo, aunque seguía regalando morbo cuando se agarraba y masajeaba las nalgas. Incluso cuando vi que algunas gotas de mi semen rabioso se le derramaban por debajo de la pollera, haciendo caminitos infinitos, hasta detrás de sus rodillas. La Mari, sin embargo, se sentó indiferente sobre la mesa, abrió las piernas y se puso a frotarse la concha. Se ve que no tuvo problemas para encontrar el punto exacto en el que su clítoris podía regalarle el más agudo de sus orgasmos, porque de pronto sus piernas empezaron a juntarse, dándole paso a un tsunami de líquidos espesos que empaparon la mesa, la silla que estaba debajo, y un poco del suelo, en el que debían posarse mis pies para hallar rastros de lo que antes era una realidad normal. No sabía si se había meado, o fue una brutal eyaculación la que todavía la mantenía como en shock. Pero entonces, yo ya estaba de pie, vestido, y con una mano en el cuello de mi hija, bajándola de la mesa a los zamarreos, gritándole algo como: ¡Y ahora te vas a dormir, así como estás, meada, transpirada y sucia! ¡Y a ese putito no lo quiero más en casa!

El rusito ya se las había tomado. Tal vez pensando que cuando disminuyera el fragor del sexo y sus rescoldos, podría reaccionar de forma violenta contra él. No obstante, me sentía traicionado por su ausencia. Quizás, esperaba verlo ahí, con la boquita abierta, pidiéndome más leche, o que se la entierre en la colita una vez más. Y, aunque parezca un cuento de terror, esa noche me quedé dormido en el sillón destartalado en el que lamí a mi hija, la dejé que me petee la chota, y le desfloré el culito a su amigo. ¿Qué clase de ser humano, padre, o persona de bien podía declararme después de semejantes acontecimientos? Lo cierto es que, al otro día, la Mari desayunó, más o menos se lavó la cara, se puso el guardapolvo, y me dio un beso como si nada, mientras me decía: ¡Chau papi, me voy a la escuela, a seguir troleando! ¡Espero que no te joda! ¡Aaah, y avisame cuando quieras, así le digo a Gonzalo que venga! ¡Me escribió al celu anoche, y dice que le encantó cómo te lo culeaste!    Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊 


Te podes enterar a través de Twitter de todo lo nuevo que va saliendo! 🠞 Twitter

Comentarios

  1. ¡Un placer escribir con vos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El placer es mío. Y ojalá que sigamos escribiendo historias como estas! Gracias por tu aporte para esta casita de libertinas expresiones! ¡Jejejeje!

      Eliminar

Publicar un comentario