La gauchita

 

Mi madre nunca me tuvo fe con el canto. ¿O acaso le asustaban otras cosas? Es que, desde que a mis doce años vi por primera vez a la Sole en el festival de Cosquín, con todo su carisma, su talento, el cariño que le regalaba al público, y la forma que tenía de revolear el poncho, me dije que querría ser como ella en un futuro. Mi hermana Valeria también me apoyaba. Ella era cuatro años mayor que yo, y juntas jugábamos en el patio a bailar, cantar, presentarnos en festivales que nos inventábamos, o en escenarios imaginarios, usando desde bananas hasta desodorantes como micrófonos. Yo quería tomar clases de canto. Pero, en una casa de campo, lejos de la ciudad, no era sencillo. Mi padre era pescador, y muchas veces no nos alcanzaba más que para lo necesario. O sea, comprar para la comida, medicamentos, y para nuestros estudios. Mi madre era costurera. Pero como tenía un humor de perros, cada vez se hacía de menos clientes. En definitiva, no era fácil pensar en que yo pudiera ir al pueblo a tomar clases de nada. Para eso, tendría que esperar a ser mayor de edad. O, como a veces decía mi tía Gladis, conseguirme un novio y pirar de la casa de mis viejos.

Pero mi tío Edgardo, que además es mi padrino, también creía en mí. Él siempre me pedía que le cante alguna chacarera, o alguna zambita carpera cada vez que venía. Mi padre le pedía que no me ilusione. Y, generalmente yo le cantaba las canciones que él me pedía, bajo la tensa mirada de mi madre.

Sin embargo, una tarde en la que yo me había portado mal, vaya a saber con qué, y me mandaron a dormir la siesta, recuerdo que alguien golpeó la ventana de mi pieza y me llamó con urgencia. Como estaba media dormida no reconocí esa voz. En cuanto abrí los ojos y borré un poco la suciedad del vidrio, distinguí a mi hermana, con el pelo lleno de gotitas de una llovizna persistente. Abrí la ventana, y ella me dijo: ¡Levantate enana, que hace rato te estoy llamando! ¡El tío te espera en el galpón! ¡Dice que vayas urgente!

Yo me levanté, y después de putear por golpearme la punta del dedo gordo con la pata de la cama, salí de mi pieza, crucé la cocina vacía, recorrí el patio lleno de charquitos y golpeé despacito la puerta del galpón. Recién ahí me di cuenta que estaba despeinada, con los ojos pegados de sueño, sin corpiño, con un short que se me caía, y una remera larga con algunas manchitas a la altura de mis pechitos. Como era media gordita para mi edad, ya tenía unas tetas prominentes.

¡Pasá hijita, que está abierto!, dijo la ronca voz de mi padrino. No me costó obedecerle. En principio, porque la brisita fresca de la tarde me estaba dando frío en las piernas. Entonces, descubrí que mi tío no estaba solo. Mi hermana Valeria cebaba mates en una mesita destartalada, y otro hombre barbudo, al que no reconocí, me sonrió con verdadera felicidad.

¡Andi, él es Marcelo, un amigo del tío! ¡Trabaja en una radio, y es locutor!, dijo Valeria, medio a las apuradas.

¿No vas a saludar a tu tío, mocosa?, me apremió mi padrino, e inmediatamente corrí a su lado para darle un beso. Bah, en realidad para dejar que él y sus bigotes me llenen la cara de cosquillas, y sus brazos me apretujen contra su cuerpo.

¿Qué pasó? ¿Te peleaste con el peine hija? ¿O te mandaste alguna cagada, y te mandaron a dormir la siesta?, me expuso el tío, aunque con una amplia sonrisa en los labios.

¡Y sí tío, sabés que la Andrea a veces se porta mal! ¡Esta vez no fue conmigo! ¡Pero, ahora ni se lavó la cara! ¡Yo la llamaba, pero no me daba ni bola!, dijo Vale mientras le daba un mate a ese tal Marcelo, y este le agradecía. El tío la miró como restándole importancia a esos detalles, mientras me sentaba sobre su falda. Luego dijo: ¡No me importa! ¡Mi ahijada es una nena que está creciendo, aprendiendo, y por eso, por ahí mete la pata!, al tiempo que me acariciaba las piernas, distraídamente.

¡Bueno hija, él es Marcelo, y viene a escucharte cantar! ¡Tu papi me pasó una grabación que te hizo en algún momento! ¡Yo se la mostré a Marcelo, que es un amigo mío de la infancia, y a él le interesaría, que vayas a cantar a la radio! ¿Qué te parece? ¡Obviamente, es un secreto para tu mamá! ¡Viste cómo se pone con todo eso!, me puso al corriente mi tío, recibiendo ahora un mate de las manos de mi hermana. Entonces, reparé en que ella llevaba desprendidos los dos primeros botones de su camisita violeta. O sea que se le re veía el corpiño rosado, y, además, el tal Marcelo no paraba de mirárselo, sin disimulo.

¿Y? ¿Qué decís, cosita del tío? ¿Te gustaría ir a cantar a la radio?, insistió mi tío, luego de hacer ruidito con el mate vacío. Yo le dije que sí, y entonces Marcelo me dedicó una mirada penetrante.

¿Cuántos años tenés hermosa?, me preguntó, y su voz fue como un susurro que me hizo sentir tranquilidad. Le dije que tenía 12, que iba a séptimo grado, que no sabía tocar ningún instrumento, y que me gustaba todo lo que cantaba la Sole.

¡Bueno, no importa que sepas tocar! ¡Te escuché, y cantás muy lindo! ¡A tocar, eso se aprende! ¡Pero no es necesario! ¡La Sole no toca nada, y ya grabó dos discos! ¡Mirá, yo conozco muchos músicos, que, si todo sale bien, pueden acompañarte!, me explicaba Marcelo, seguro que disfrutando de mi cara llena de sorpresas. Valeria dijo que a ella también le gustaba cantar, y el tío dijo con paciencia: ¡Sí hija, ya lo sé! ¡Marcelo viene a escuchar a las dos! ¡Por eso trajo la guitarra! ¡Además, si no cantan para él, van a tener que pagar todas las facturas que compré!

Entonces, mientras el tío se reía con ganas, reparé en el hermoso estuche marrón que reposaba cerca de la estufa a querosén, y el corazón me palpitó más fuerte.

¡Sí, yo canto! ¡Pero, no sé qué canción!, dije ilusionada, mientras el tío me hacía saltar suavecito sobre sus piernas, y esa sensación me calmaba un poco.

¡Bueno, mirá, vamos a hacer esto! ¡Primero, cantás vos Andi! ¡Y después tu hermana! ¿Te parece bien? ¿Te gusta bailar? ¿Qué canción te sabés de memoria?, me preguntaba Marcelo, casi sin dejarme responder mientras sacaba una flamante guitarra color caoba de dentro de aquel magnífico estuche, y se la acomodaba en las piernas, comenzando a afinar sus cuerdas. Yo le dije que no sabía bailar mucho, y Vale enseguida dijo: ¡Dale Andi, bailale como bailamos nosotras, cuando jugamos en el patio! ¡No seas tímida!

Me sonrojé, pero tomé valor para decirle a Marcelo que me sabía la chacarera del rancho de memoria. Marcelo apuró el mate que le dio Vale, y enseguida empezó a rasguear ese ritmo que tanto me conectaba con la tierra, el mundo y mis pasiones. La Vale y el tío empezaron a acompañarlo con las palmas, y yo empecé a cantar en cuanto tuve el típico “adeeentro”. Canté las primeras estrofas de lo más bien, sentada sobre las piernas de mi padrino. Hasta que este, en medio del ritmo y la alegría me dijo: ¡Nena, hoy no te cambiaste la bombacha me parece! ¡Andás con olorcito a pichí! ¿Sabías?

No pude responderle, porque de inmediato mi hermana me dijo: ¡Pero Andi, no cantes a upa del tío! ¡Parate ahí, donde Marce te vea, y te escuche mejor!

El tío estuvo de acuerdo con Vale. Por lo que no tardé en cantar cada vez más cerca de Marcelo. Primero la mitad de una cueca, después una zamba, y al toque un pedacito de alma corazón y vida, uno de mis temas preferidos de la Sole. Marcelo parecía complacido. Aplaudía con ganas y me sonreía cuando terminaba cada canción. Y entonces, me preguntó si sabía un escondido, o un gato, o alguna otra chacarera. Elegí cantar chacarera de las piedras, mientras empezaba a moverme, simulando que zapateaba, o intentando recrear un baile bastante rudimentario. En realidad, revoleaba las manos aparatosamente, daba saltitos, hacía palmas, giros descoordinados, y todo tipo de monerías. Todo parecía divertir a Marcelo, y a mi tío que festejaba todo lo que hacía. Y de pronto noté que el short se me empezaba a caer. Por fortuna mi remera era tan larga que casi llegaba a mis rodillas, porque, casi me da un ataque de nervios al recordar que no me había puesto bombacha. Recordé las palabras del tío, y entonces se me ocurrió que tal vez me había mojado el short sin querer. Me ardían las mejillas, me subía un calor intenso por la garganta, y casi que me echaba a llorar por dentro. Y como me paré en seco, el tío me preguntó si me había pasado algo. Vale, que nunca fue del todo comprensiva, susurró un audible: ¡Pasa que, parece que anda sin bombacha la Andi! ¡Y tiene miedo que el pantalón se le caiga del todo! ¡Ese lo usaba yo antes!

¿Cómo vas a decir eso de tu hermana Valeria? ¡No creo que se haya olvidado de ponerse bombacha!, dijo el tío, encendiéndose un habano, sin dejar de reírse de las ocurrencias que se entretejían en el aire. Marcelo miraba hacia otro lado, y eso ayudó a que no me ponga más nerviosa. Incluso siguió tocando, silbando la introducción de una zamba conocida.

¡Igual, no te preocupes Andrea! ¡Eso puede pasarle a cualquier cantante famosa! ¡Nadie se va a fijar, por ejemplo, si la Sole se puso bombacha o no! ¡Aunque, a veces, sale en las revistas de chimentos! ¡Había una cantante uruguaya que dijo que le gustaba cantar sin bombacha! ¡No me acuerdo cómo se llamaba!, dijo de golpe Marcelo, surgiendo de la nada con el invite de otra chacarera para que yo se la cante. Entonces, volví a pararme con determinación, y canté, mirándolo a los ojos, aunque agarrándome el pantalón para que no se me vuelva a caer. Y esa tarde quedó ahí nomás. De repente Marcelo dijo que se tenía que ir, y que en la semana volvía para que ultimemos detalles, así nos llevaba a la radio. Yo esperé impaciente, ansiosa y con mucha ilusión. Aproveché a aprenderme varias canciones más, y a escuchar a otras cantantes. Tanto Marcelo como el tío me habían dicho que no era bueno tener una sola referencia de voz femenina, y yo estuve de acuerdo.

Sin embargo, pasaron como tres semanas hasta que Marcelo volvió a visitarnos. Tampoco el tío había aparecido por casa. Esa vez, también yo estaba durmiendo la siesta cuando Vale me vino a buscar. Solo que esta vez entró a nuestra pieza, me zamarreó y me tiró medio vaso de agua en la cara para despertarme, mientras decía: ¡Dale vaga, vamos al galpón, que vino Marcelo y el tío! ¡Dale, así como estás! ¡Marcelo dice que cuanto más naturales y auténticas, mejor!

Mis pasos me llevaron tan de prisa al galponcito que, casi no pedí permiso al entrar. Marcelo ya tenía su guitarra en las piernas, y mi tío era quien cebaba mates.

¿Hola bebé! ¿Te aprendiste alguna canción nueva?, me dijo Marcelo ni bien entré, tropezándome con un pequeño trocito de alfombra mal puesto en el umbral de la puerta. Le dije que sí, y creo que le mencioné los títulos.

¿Y te pusiste una bombachita?, agregó, sonriéndome de una forma que me gustaba, aunque no podía comprender por qué. Mi tío lo miró con cierta complicidad, mientras yo recordaba que una vez más andaba con un pantalón corto, sin bombacha ni corpiño. Al menos, este short no se me caía, y la remera que traía no estaba apestada de manchas.

¡Pasa que Andi es media crota Marce! ¡Aparte de cantar, le gusta trepar a los árboles, jugar con tierra, andar descalza, y esas cosas!, dijo el tío, sirviéndose un biscocho de grasa, mientras mi hermana se reía y asentía con la cabeza.

¡Digamos que, la Andi es una verdadera gauchita! ¡Una nena que le gusta revolcarse en la tierra, pisar las hojas secas, embarrarse los pies con la lluvia, sentir el sol en la piel, el pastito en los dedos de los pies, y el viento en la cara! ¡Por ahí, es una chica distinta, que aparte de tener talento para cantar, le gusta tener poca ropa encima, porque conecta con la naturaleza!, opinó Marcelo con su voz que acariciaba mis estímulos. Era extraño, pero mi corazón y mi cerebro le daban absolutamente la razón, por más que no comprendiera del todo sus palabras.

¡Es porque es una zaparrastrosa, que no le gusta bañarse, ni cuidarse las uñas!, dijo Valeria, en un ataque de risa, que no impresionó a Marcelo. Y encima el tío la miró con pocas pulgas, murmurándole un cansado: ¡Bueno Vale, ya está!

¡Vamos a hacer una cosa! ¡Quiero escucharte Andy, que me cantes un chamamé, o alguna chamarrita! ¿Te sabés alguna?, dijo Marcelo, observando que yo estaba al borde de llorar por la vergüenza. Entonces mi padrino me dio una factura de dulce de leche, y los dos hombres se rieron con ternura cuando me llené la boca con azúcar impalpable.

¡No sé qué pensás vos Edgardo! ¡Pero creo que tu sobri, es una auténtica gauchita! ¡La gauchita del folklore! ¡Habría que ver cómo le queda el poncho de la Sole! ¡O, por ahí, podríamos pensar en otro atuendo!, dijo Marcelo, una vez que yo canté unas tres chacareras y una zamba lenta. Mi tío aplaudía extasiado, y Valeria esperaba su turno, ahora tomando la posta del mate, y llenándose la boca con facturas. Otra vez tenía la blusita desprendida, su corpiño a la vista, y una pollera súper cortita. Entonces, Marcelo la animó a pararse frente a él, para que cante y baile un gatito. No me acuerdo cómo se llamaba. La cosa es que, la pollera de Vale flameaba como los ojos de los hombres al mirarla.

¡Che Vale, seré curioso! ¿Te pusiste bombacha vos?, preguntó Marcelo. Ella dijo que sí con la cabeza, suspiró, y se levantó la pollera con dos dedos para mostrarnos a todos cómo resplandecía el azul de su bombacha, la que apenas le tapaba los labios de la concha.

¡Uuupa, esta, digamos que está mucho más crecidita!, murmuró Marcelo, y mi tío asintió.

¡Sí, pero fijate en la alegría de Andi, en sus globitos tiernos, en, esa boca llena de azúcar, y en cómo le aprieta la remerita! ¡Creo que las dos son buenas Marce!, agregó mi padrino, una vez que Valeria se subió aún más la pollera, mostrándole la cola a Marcelo. Él seguía haciendo ritmos de chacarera con la guitarra, mirándonos a las dos, deteniéndose en la cola de mi hermana. No entendía qué era lo que estaba pasando, pero me encantaba. Todo hasta que Marcelo le pasó la guitarra a mi tío, y éste, que no era tan ducho como Marcelo, empezó a tocar una zamba para que cantemos entre todos. Valeria se había sentado en las piernas de Marcelo, y, tal vez fuera mi imaginación, pero ella se movía de un lado al otro, y de atrás hacia adelante, con mucha suavidad, mientras yo seguía cantando en el medio del galpón.

¡Dale enana, seguí cantando, que lo hacés hermoso bebé!, me dijo Vale de repente, justo cuando yo me había detenido a mirar que Marce le acariciaba las tetas por encima del corpiño.

¡Es cierto hijita, vos seguí, y dejalos a esos, que, bueno, están tratando de arreglar un contrato! ¿Cómo era la canción de, las manos de mi madre? ¿Te la acordás?, dijo mi padrino, comenzando con los arpegios de ese tema. Y, en la mitad de la canción, mi padrino se detuvo en seco. Acaso porque había escuchado lo mismo que yo.

¡Sí Vale, bajate la bombachita, pero, apenas hasta las rodillas nomás!, susurró la cálida voz de Marcelo, e inmediatamente mi hermana dejó que su bombacha azul se vea desde todos los ángulos de la estancia, siempre sobre las piernas de ese hombre, que ahora le manoseaba los pechos por adentro del corpiño.

¡Vení hijita, acercate!, me pidió el tío, mientras evidentemente ellos nos seguían con la mirada. Entonces, ni bien estuve pegada a mi tío, él me levantó la remera y me pellizcó la cola, al mismo tiempo que acercaba su boca a mi oído para decirme: ¡Andi, enseguida vas a tener que salir un ratito! ¿Sí? ¡Marce y Vale tienen que hablar de algunas cosas! ¡Pero, vos, quedate por acá, que es un ratito, nada más!

Pero, al parecer Marcelo había escuchado cada palabra, o se las había imaginado, porque intervino sin reservas: ¡Por mí, que se quede compadre! ¡Total, va a tener que aprender lo que hacen las gauchitas, las chicas que quieren cantar! ¡Aparte, acá tenemos a la Sole y a su hermana! ¿No te parece curioso? ¡Dale, que se siente en tu falda, y bajale todo, a ver si es verdad que se puso calzones!

El tío me sentó sobre él, sin preguntármelo. Me subió la remera y metió una de sus manos adentro de mi short. Sentí sus dedos contra mi vagina, y me estremecí. De los nervios me reí, y el tío me dio un beso en la mejilla.

¡No tiene Marce! ¡No se puso nada! ¿Qué hacemos?, dijo mi tío, luego de pedirme que saque la lengua y se la muestre; y enseguida me la sorbió con sus labios. Eso me volvió a arrancar un estremecimiento, porque, para colmo, él no quitaba su mano de mi vulva.

¡Bajale el pantalón hombre! ¡Y vos apretame ahí, dale, despacito, pero apretá!, dijo Edgardo, comiéndole las tetas con los ojos a mi hermana, que, evidentemente algo hacía con sus manos porque, lo hacía suspirar. Y entonces, vi que Vale jugaba con el miembro de ese hombre como si fuese una palanca. Aún no se había bajado el bóxer, pero el grosor de aquella pija era imponente. Creo que, de hecho, yo sola me bajé el pantalón, y el tío empezó a hacerme caballito con sus piernas.

¡Ahí la tenés Mache, desnudita, como dios la trajo al mundo, sin bombacha, ni pañales, ni pollerita! ¡Y bien peladita la tiene, mirá! ¿Qué te parece?, dijo mi tío, dándome unos tiernos golpecitos en la conchita con dos de sus dedos. Había tenido el detalle de sacarse los gruesos anillos, y de dejar de tocar la guitarra, por suerte. Marcelo suspiró, y le pidió a mi hermana que se baje de sus piernas, pero que no se aleje demasiado.

¡A ver bebé, quiero olerte las tetas!, le dijo a Vale, mientras el tío seguía regalándole saltitos a mi cola, golpecitos y brisitas de aire a mi sexo, y una factura a mi boca. O al menos la puntita de una de ellas. Luego, me hizo limpiarle el azúcar impalpable de sus dedos con mi lengua. Al mismo tiempo, Vale dejaba que Marcelo la aferre por la espalda para pegar su cara a sus tetas desnudas. Por alguna razón, yo me llenaba de cosquillitas.

¡Vos olés demasiado bien, cosita! ¡Tenés olor a jabón, a perfumito, y a una adolescencia exquisita!, decía Marcelo, que ya comenzaba a darle besos en las tetas, a hacerla gemir poco a poco, y a chupárselas. Esos ruiditos no podían tratarse de otra cosa.

¿Y esa nena, huele a gauchita compadre? ¡Fijate, si se le humedece el papito! ¡Seguro huele a nena! ¡Es como el olor de la tierra, más virginal, se me ocurre!, dijo Marcelo, una vez que apartó la cara de las tetas de mi hermana.

¿Querés que te la lleve?, dijo mi tío, poniéndose en pie, teniéndome aún en sus brazos, dejando que mi short caiga definitivamente al suelo terroso, mientras la remerita era una mera figura sobre mi cuello. El tío me la sacó, me nalgueó la cola, y mientras nos dirigíamos al asiento donde Marcelo se deleitaba con nosotras, me frotó la vagina con un dedo, y eso me hizo sentir una especie de electricidad con la que, casi me hago pis encima.

¡Acá tá la bebé! ¡Mirala bien, olela, saboreala, tocala, recorrela con las manos, y fijate lo suavecita que es!, decía mi tío, mientras me hacía apoyar los pies en las piernas de Marcelo. Éste, le había dado otras instrucciones a mi hermana, justo cuando yo llegaba a su calor repleto de felicidades.

¡Vos agachate, y mordisqueame el pito nena, vamos, con bóxer y todo!, le había pedido a Vale. Ella, una vez que la nariz de Marcelo me olfateó por primera vez, lo hizo suspirar, y hasta yo escuché el chupón que le dio, imagino que en una de sus piernas. Mi tío me ayudaba a conservar el equilibrio sobre Marcelo, que ahora me acariciaba, me olía, me rozaba con las yemas de sus dedos, y acercaba mi pubis a su cara, farfullando cosas como: ¡Ni un pelito, chiquitita, y un olor a pichí re súper tierno, como todas las gauchitas, que se mean cuando juegan! ¡Se mojan la bombacha, la cama, la ropita, y hasta las medias! ¡La de chicas con olor a pis que pasaron por mis manos! ¡Qué linda bebota para, ponerle un micrófono en la boca, y que baile en calzones, todo el día!

¡Vos, dale bebé, comele el pingo a mi amigo! ¿Te gusta? ¿Así, grandote en la boquita nena? ¿Te gusta la mamadera?, decía mi tío, evidentemente a Vale, que por momentos se atragantaba, escupía y gemía con la boca ocupada. Incluso, una de esas escupidas, o varias, me humedecieron los pies. Entretanto, la lengua de Marcelo me lamía la panza, las piernas, los dedos, y la vagina. Me encantaba que recorra todo el orificio, que intente penetrarla un poquito, y que luego la punta de su nariz exhale de mi olor como si quisiera apropiarse de mi esencia. Además, jadeaba cada vez más fascinado, amasándome la cola, y dándome algunos chirlitos. A veces canturreaba una chacarera medio desafinada. Y Valeria, por momentos experimentaba una especie de cachetazos. O eso se escuchaba desde donde yo estaba. Hasta que entendí que se sacaba el pito de Marcelo de la boca para pegarse en la cara con él. Más que nada porque él le decía: ¡Pegate en la carita, mocosa, llenate de pija esa carita hermosa, pegoteate toda de baba, de leche, y de sabia de macho! ¡Ustedes necesitan de un macho que las proteja, las llene de leche, las alimente, les dé platita, y más lechita!

¡En cambio, a esta otra, más que la mamadera, por ahí le gusta el chupete! ¿Cuándo dejaste los pañales Andi? ¿Y el chupete? ¡Te hacías pis, o caca en la cama cuando eras más chiquita?, me preguntaba Marcelo, dándome vuelta muy despacio, con la ayuda de mi tío, para que ahora su cara esté directamente enfrentada a mi colita. Yo no podía responder. Sentía que me iba a desmayar de la felicidad, de las cosquillas, y, de las ganas de que alguien me entierre lo que sea adentro de la vagina.

¡Todavía se mea en la cama ella! ¿No cierto tío? ¡Por eso casi ninguna de las primas duerme con ella!, me acusó Valeria, que de inmediato interrumpió su discurso porque, Marcelo volvió a meter su pija en su boquita. Ahora la veía comerse esa pija, apretarse las tetas, escupirle los huevos, y sacarse ese trozo caliente de la garganta para cachetearse la cara con todo, y luego volver a mamarla. Mientras tanto, el tío me soplaba la vagina, y Marcelo me abría las nalguitas para pasar su lengua desde el inicio hasta el agujerito. Incluso me olió el culo, y pegó un buen rato mis nalgas separadas a sus labios y nariz, mientras decía: ¡Chupala nena, comete todo, Uuuuy, qué rico olor a caquita de nena! ¡Síii, pis y caca de nena! ¡Las amo!

Y de repente, Valeria empezó a ahogarse, a dar alarmas como de vomitar de un momento a otro, pero ni así se soltaba de la pija de Marcelo que, parecía querer aterrizar en los adentros de su estómago. El mismo Marcelo la tenía de los pelos para que no se la saque de la boca, y a mí, me olía, me mordía la cola, me palmoteaba la vagina y, al fin, comenzó a mover un dedito cada vez más adentro de mi conchita que, se abría para él como una flor repleta de pistilos.

¡Tragate todooooo, hija de putaaaa, comete todooooo! ¡Te gusta la lechita, nooo! ¿Te gusta acusar a tu hermana, por mearse en la camita? ¡Asíiii, comete toda la leche nenaaaa!, le vociferaba Marcelo, mientras mi tío seguía sosteniéndome, ahora también sumándose para olerme la conchita. Y de golpe, mi hermana Valeria estaba de pie, con la cara coloradísima, el pelo revuelto, las tetas desnudas y los pezones en punta, la piel brillante y empapada de sudor. Miró a los ojos a Marcelo. Pero mi tío fue el que le gritó: ¡Subite la pollera, y bajate la bombacha pendeja!

Valeria obedeció, y casi se cae al suelo por resbalarse con su propia bombacha al pisarla. Pero el tío la atajó en el aire, se la sentó encima, y casi sin pedirle permisos, le encajó la pija en la concha. Valeria comenzó a saltar, a entrechocar su culo con las piernas de mi tío, a gemir, pedirle más, a decirle que estaba alzada, caliente como una pava, y que hacía rato andaba con ganas de coger.

¡En cambio, a vos, chiquitina, me parece que no te gustan las cosas muy grandes en la boca! ¿No cierto? ¿Te gusta comer chupetines?? ¡Dale, cantame una zambita bebé, la que quieras, y mientras me cantás, me tirás ese alientito en la cara! ¡uuuuy, amo tu salivita nena! ¡Cantá lo que quieras, y tocame la cara con esa lengüita sucia!, me decía Marcelo, que entretanto me sostenía de las nalguitas con una de sus manotas, y con la otra me tamborileaba la vagina con sus dedos. Al mismo tiempo, mi tío hacía que el cuerpo de mi hermana se convierta en nubecitas de carne brillante, porque le revotaban las tetas, y las piernitas le danzaban de forma incontrolable, como si se le fueran a salir. Vale gemía cada vez más rítmica, le pedía al tío que no pare, que se la meta más adentro, que le pegue en el culo, que le pellizque las tetas, y que no la deje sin poder respirar, ya que mi padrino le fregoneaba su bombacha sucia en la cara. Yo, mientras tanto, canturreaba vaya a saber qué zamba, mientras le lamía la nariz, el mentón y los labios cerrados a Marcelo, los que de vez en cuando me la atrapaban y succionaban unos breves ratitos, haciéndome explotar de cosquillas. Para colmo, alguno de los dedos que jugueteaban en mi vagina, ya entraba cada vez más, y me arrancaba gemiditos.

¡Así bebé, gemime bajito, pedime el dedito en esa conchita, que te va a encantar cuando seas más grande! ¡Y ahora también! ¿No? ¿Cierto que te gusta el dedito ahí adentro? ¡Estás mojadita nena, como cuando te meás en la bombachita! ¿Nunca te hiciste pichí durmiendo con algún primito? ¿O con tu tío?, me decía bajito, bien pegadito al oído aquel hombre que doblegaba mis sensaciones, las multiplicaba, y me hacía delirar. Yo, instintivamente movía mi pubis para que su dedo penetre mi vagina aún más, y para que su otra mano me abra un poco más la colita.

¿quiero un dedito en la cola también!, le dije, mientras él me agarraba de la barbilla y me pedía que inhale y exhale mi aliento contra su cara, luego que mi lengua le hubo recorrido las mejillas, las orejas, y hasta los ojos. ¡Me encanta la salivita de una nena con olor a pis y a caquita!, me decía, intuyo que para hacerme reír. Pero cada vez que retiraba sus manos de mi concha o de mi culo, se olía y lamía los dedos.

¡Así pendeja, sentila bien adentro! ¡Te vas a cansar de coger en las peñas! ¡Y tu hermana, de chupar pitos, y tetas! ¡Abrite mas putita! ¿A ver cómo le gusta el pito a la gauchita mayor? ¡Más te vale que aprendas a petear mejor nena!, le decía mi tío a mi hermana, que se deshacía en gemidos, jadeos, nubes de saliva condensada y girones de sudores compartidos de tanto saltar en su pija; mientras Marcelo hacía que mi vagina se frote fuertemente contra su pierna desnuda. Entre su pierna y mi sexo, uno de sus dedos seguía haciendo resonar los jugos que brotaban de allí, y sus dientes, comenzaban a morderme los labios, con sus palabras repitiéndome cosas como: ¡Cantá bebé, cantá, que tenés vocecita de nena sucia, de bebé con pichí en el pañal, con caquita en la bombacha, con los pies sucios, la pollerita rota! ¡Cantá guacha, dale, que ya me vas a pedir que te dé el chupetín que se comió tu hermana!

Marcelo me hacía provechitos en la espalda, me pegaba en la cola y pellizcaba mis nalgas, me pedía que le escupa la nariz, que le muerda los dedos, y que lo deje chuparme la boca, mientras me canturreaba: ¡Si querés pis, meate Andi, que si te llegás a mear arriba mío, vas a cantar en todos lados! ¿Te lo juro! ¡Vamos, pedile a esa conejita que se haga pis! ¿No querés hacer pis? ¡Meate nena, hacete pis a upa del tío Marce!

No recuerdo si fue allí que lo hice, o si sucedió cuando empecé a escuchar a Vale pedirle la leche a mi tío como si tuviese un amplificador en la garganta, o si fue cuando la vi fregándole la cola en la pija al tío, cumpliendo sus órdenes, cuando le pedía: ¡Limpiame toda la leche con ese culo amor, dale, que la lechita, la tenés toda adentro, como corresponde! ¡Vamos, encremate bien esa colita, así se tonifica bien!

La cosa es que Marcelo volvió a largar flor de chorro de leche sobre mis piernas, mientras yo me hacía pis, o me mojaba como loca de algo que desconocía, ya que aquel dedo intrépido no había dejado de estimularme. Para colmo, otro dedo indiscreto ya ponía a prueba a la resistencia de mi culito. Recuerdo que hasta se me escaparon unas lagrimitas cuando miré intensamente a Marcelo, agradecido por lo que había hecho, sin asquearse, ni bajarme de una patada, ni juzgarme, ni tratarme mal.

¡Ya está bebé, ya pasó! ¡Solo es pis! ¡Bueno, pis, y acabadita! ¡Te re acabaste, porque la bebé está excitada, alzada, con fiebre en la vagina, y en la colita! ¿Entendés? ¡Pero no te pongas mal, que a mí me encanta que las nenas se hagan pichí en mis piernas, como si fuese un árbol, y vos, una perrita!, me decía Marcelo, poniéndome la remera, sobándome la colita y sentándome encima de la humedad de todo lo que había nacido de mi interior. Valeria me miraba con unos ojos en llama, como si no pudiera creer en lo que había hecho.

¿En serio te hiciste pis Andi?, me dijo, sin inmutarse. Marcelo le hizo un gesto de calma, y mi tío se levantó lentamente de su banco de madera.

¡Bueno compadre! ¡No te preocupes, que tengo ropa para prestarte! ¡Imagino que tenés que ir para la radio! ¡Yo voy para allá, y te acerco! ¡Tengo que ir a comprar unos cueros!, dijo mi padrino, totalmente vestido, manoteando una medialuna mordida.

¡Al final, siempre lo mismo compañero! ¡Te sentás a una nena a upa, y terminás meado!, agregó mi tío, en medio de una sonrisa amortiguada por la medialuna que entretanto se mandaba a la boca.

¡Chicas, y ustedes, bueno, a prepararse! ¡El lunes que viene, las paso a buscar, así las llevo a la radio!, dijo Marcelo, y Valeria le sonrió mientras se ponía la bombacha.

¡Sí, pero, creo que primero, voy a llevar a mi gauchita! ¡En la mañana hay más espacio para que puedas expresarte todo lo que quieras, Andi! ¡Pero, eso sí! ¡Me gustaría que vayas, con una linda remerita, lindas zapatillas, un pantaloncito, y alguna colita en el pelo, si querés! ¡Y no te olvides de ponerte calzones!, dijo Marcelo, poniéndose de pie para seguir a mi tío hasta una habitación donde, seguro se cambiaría la ropa. Pero, antes de cerrar la puerta por completo, me llamó para abrazarme, para pellizcarme la cola, y para tomar una de sus manos y colocarla adentro de su pantalón, con todo el apuro del que fue capaz.

¡Tocá eso bebé, dale, por adentro del calzoncillo! ¡Tocalo bien! ¿Te gusta? ¡Te va a encantar tenerlo en la boca! ¡Ya te voy a pedir que me hagas pipí ahí! ¡Cuando vayas a la radio, quiero que tu bombachita, tenga olor a pis, y a caca! ¿Dale?, me dijo al fin, mientras mi mano palpaba su pija dura, hinchada y caliente. Al menos hasta que mi tío lo apuró desde el patio, y Marcelo retiró mi mano de sus genitales, me pegó en ella, y mientras me mordía la boca por última vez, me decía: ¡Sos una nenita calentona, una toca pitos, culito sucio, y conchita caliente! ¡Pero me quemaste la cabeza, gauchita hermosa!    Fin

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