"Otros ratones": Todos los culos rotos


Escrito por el Griego

 

—Dale, ¿te copás o no? —preguntó Luciana. La había conocido un par de años antes, por intermedio de un amigo, nada raro, pero siempre congeniamos bien, una cosa llevó a la otra y terminamos cogiendo con regularidad. Era bastante linda, metro y medio, delgada con buenas tetas, pelo castaño lacio, labios sensuales, cola chica pero muy firme. Y muy perversa. Eso era, claro, lo que más me gustaba de ella. En ese momento tenía 24 años y la calentura solía desbordarla. Sólo cogía con amigos, gente que conocía, pero siempre me había dicho que quería “más”, aunque sin profundizar en el tema. Hasta esa noche.

Me había pedido permiso para pasar a verme después del laburo, porque tenía algo que comentarme. Yo pensé que sería, cómo otras veces, para hablar algo sobre los amigos en común que teníamos. Una se había metido en un sistema de marketing multinivel y había perdido casi todo, otro se había quedado sin laburo y estaba al borde de quedar en la calle, así que intuí, erróneamente, que querría sentarse conmigo a buscar soluciones para ellos. 

Apenas entró, me comió la boca, se arrodilló y se puso a petearme. Con ganas. Luego me pidió que le rompiera el culo, cosa a la que accedí, por supuesto. Las cosas entre nosotros eran así de simples. Yo era esclavo a sus voluntades, y ella la leña que necesitaba la locomotora de mis hormonas.

—¿Te gustan las colas, ¿no? ¿Te gusta sentir la pijota apretadita, tener a alguien así, con el pecho contra el colchón, abriéndose el culo, rogándote que la metas hasta el fondo, mientras lloriquea un poquito de dolor, ¿no? ¿Y le das a cualquiera? ¿A la Juli, le das? ¿Aunque tenga todos esos kilos de más que para levantarla necesitás una grúa? ¿No? ¿A la Juli no? ¡Qué malo! ¡Vos querés colas firmes, bien paradas, que les quede linda la tanga! ¿Es verdad lo que me contaste la otra vez, que te cogiste varios putos? ¿Deben haber tenido el culo cómo el mío, o mejor? — decía mientras la culeaba. No podía dejar de disfrutar de la estrechez y el calor de ese culo generoso y apretado, a pesar de tener un uso más que considerable. Obvio, era verdad que me había cogido un par de putos. Petes, mayormente, pero algún culo había partido. ¿Cómo no se lo iba a compartir, mientras cogíamos como animales salvajes?

Al rato le acabé en la cara y nos tiramos a reponernos. Ella encendió un cigarrillo y habló sin mirarme.

—¡Che, te tenía que contar algo! — Exhaló el humo—. ¿Te acordás de mi hermanito, Mariano? Viste que es re lindo, con unos rasgos muy finos, ¿no? ¡Adiviná qué estaba haciendo el otro día!…

No dije nada, aunque algo podía intuir.

—Estaba jugando con mi lápiz labial —dijo Luciana—. Le insistí, le insistí, le insistí. Hasta que confesó. Le gustan los chicos. Las chicas también, pero más los chicos. Y la ropa de mina. Tiene fiebre en la cola, mi hermano. ¡No sabés la cantidad de bombachitas que le encontré en la parte de atrás de su cajón de medias! ¡Y un montón de pomitos de gel íntimo!

La miré en silencio.

—Pero… es re tímido mi Marianito. No se encara a nadie. No se levanta a nadie. No creo que nadie vaya a tener éxito si lo encaran a él. —Suspiró—. En fin, le prometí que le iba a conseguir una pija para que le calme la cola. ¡Bueno che, no me mires así! ¡Yo soy su hermana, y tengo esa confianza con él!

Entonces, sí, me miró definitivamente, con esa mirada que solía traer consigo alguna rocambolesca pero interesante oferta.

—Mi primera opción sería la tuya. No le confío mi hermanito a cualquiera.

—No, creo que no va a poder ser — le dije, tal vez un poco apresurado.

—Yo sabía que ibas a decir eso —se sonrió—. Si aceptás, yo voy a estar ahí. En cuatro patas, al lado de él. Además… tengo más cositas, bien de nena, ¡para que veas mientras nos cogés! — Se acercó a mí y me habló al oído—. Además… me compré un consolador con arnés, cómo habíamos charlado. Todos los culos pueden terminar rotos. ¡Bah, digo, si querés!

¿Y cómo le iba a decir que no después de toda esa información? La cita fue la semana siguiente, en el departamento de Luciana. Ella se estaba bañando cuando llegué, así que el hermanito me abrió la puerta. Mariano y yo ya nos conocíamos. Siempre me había parecido un poquito nervioso, pero ese día estaba a punto de desmayarse. Apenas hablaba, respondía con monosílabos, no me miraba. Tenía 18 años, era muy delgado, lampiño, afeitaba al ras todos los dos pelos que conformaban su barba. Hacía actividades físicas, y participaba de cuanta maratón se organizase. Así que tenía buena cola. Llevaba el pelo castaño a la altura de los hombros. Al ratito, Lu salió del baño, en tanga y con el pelo envuelto en una toalla. Me dio un pico, agarró a Mariano de la mano y lo llevó al dormitorio.

—Ahora te llamamos —dijo ella.

Tuve que esperar cómo media hora, pacientemente, hasta que escuché su voz, invitándome a entrar. Era hora. Parecía que Mariano me había contagiado sus nervios. Adentro, Lu estaba en tanga y portaligas, descalza, con las tetas sueltas. Mariano estaba más producido.

—Te presento a Marianita, una putita para estrenar. ¿Qué me decís?

Le había puesto una bombachita blanca, una pollerita tan corta que dejaba ver su cola, medias bucaneras y una camisita que tenía anudada por encima del ombligo. Lo había maquillado con meticulosidad, y tuvo el detalle de colocarle un brochecito en el pelo. Pobre, él estaba que se moría.

—Dale, Marianita, contale a mi amigo lo que va a pasar.

—El amigo de Lu… el amigo de Lu me va a coger… —Él se dio vuelta, se inclinó y se levantó la pollerita. Luciana le corrió la bombacha y le separó las nalgas, mostrándome su ojete. 

—Marianita se tiene que consolar con juguetitos, así que ya lo tiene re abierto. Pero le hace falta carne de verdad, ¿no?

Me saqué la pija. Luciana vino a mí y se arrodilló a petear. Mientras ella me la paraba, yo le acariciaba la cola a Mariano, despacio, cómo para calmarlo. Apenas lo toqué, el muy puto gimió. Ella tenía razón: el pibe estaba muy necesitado. Estiré la mano y le puse dos dedos en la boca.

—Chupá, puto! — le dije, sin preocuparme por sonar obsceno. Él obedeció. Usé esos dos dedos para penetrar su cola. Despacio, tanteando la zona. Pero Luciana decía la verdad, estaba re abierto. Él gemía y gemía al contacto con mis dedos. Miré hacia abajo, su hermana me sonreía, perversa y alucinada.

—Ya está como una piedra — dijo al ratito—. Rompele el culo a Marianita.

Entonces, forro, lubricante y adentro. Lo cogí despacio al principio. Puse mis manos en sus hombros y aceleré la velocidad poco a poco. Luciana se tiró en la cama y se hizo la paja mientras nos miraba.

—Dale, bebé, pedile pija a mi amigo, no seas tímida, si sabés que te encanta que te cojan cómo la putita petera que sos, ¿o no? – decía Luciana entre gemidos babosos.

—Dame… dame… —musitó él, con una voz cada vez más parecida a la de su hermana.

—Shhh —Lu se inclinó hacia delante y le tapó la boca—. Decile “papi”. A mi amigo los putitos le dicen papi.

—Papi… pa… dame pija… rompeme la cola, papi… —dijo él.

—¿Por qué? —preguntó Luciana, casi como si estuviese a punto de gruñir.

—¡Por puto! —dijo él, soltándose un poco, — ¡Porque soy un puto petero, una maricona, porque me gusta tener el culo roto! ¡Porque me gusta que me culeen mientras uso la bombacha de mi hermana! ¡Me gusta acabar en sus bombachas!

Luciana se rio con ganas, y yo aumenté la velocidad. Lo cogí más duro. Debió dolerle porque se puso a lloriquear. Ella lo empujó. Él torció la espalda hacia atrás y apoyó la cabeza en mi hombro. Esos ojitos rogaban por un beso. Y se lo di. Le comí la boca como a una mina. Notorio: era la primera vez que besaba un hombre. Me los había cogido, sí, pero nunca había besado a uno. Entretanto, Lu le desabotonó la camisa y le chupó los pezones. Bajó una mano y acarició su pitito dentro de la bombacha. Y sí, mi verga entraba y salía de su ojete, quemándolo, rompiéndolo, haciéndolo sentir como la nena que quería ser.

Al rato, ella lo tiró en la cama, boca arriba. Puse sus tobillos en mis hombros y lo volví a penetrar. Lu se arrodilló a su lado, sacó su pija y sus bolas de la bombacha y lo pajeó.

—¡Así! ¡Así, mi amor! ¡Entregale bien la cola a papá! ¡Que te coja bien! ¡Que te haga Marianita, la chupapija! ¿Qué, no te gusta que el señor te haga la cola mientras tu hermana te masturba, puto? ¡Ay, pero qué trolo que sos! ¡Seguí así, seguí así que ya casi te ganás la A, ya casi te ganás que hasta papi te trate de trola! ¿Te vas a acabar? ¿Me vas a dar la lechita? Mirá que la lechita de puto es más rica que la de machito, ¿eh? Dale, convidá a tu hermana con esa leche, ¡no seas mezquino! ¡enlechale la bombachita a tu hermana!

Mariano acabó dos chorrazos de lefa que le cayeron en el pecho. Luciana se agachó y lamió gota por gota, hasta tragarla toda. Luego se besó un ratito con él. Yo fui al baño y me limpié. Al volver al dormitorio para el segundo round, Lu ya me estaba esperando con el arnés puesto y el consolador lubricado.

—Hoy todos los culos terminan rotos, ¿no? —dijo sonriéndome, mientras Marianita se sobaba la cola, evidentemente presa de un dolor que le llenaba los ojitos de lágrimas dulces.     Fin

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