Calentándonos con mi suegra

 

¿A vos te parece que yo tenga que lidiar con semejante pelotudez? ¡Se lo dije a tu noviecito! ¡Todavía, con 26 años no es capaz de sentar cabeza! ¡No sé qué espera! ¡Y vos, no sé que le habrás visto para salir con él!, me decía mi suegra durante la sobremesa. Habíamos comido unos tallarines a la boloñesa que ella misma amasó por la mañana. Yo colaboré con la salsa, y le preparé unas frutillas con crema, como sabía que le gusta. Había tomado una copa de vino demás, y eso se notaba en el color morado de sus labios, tanto como en el fragor de sus mejillas y el tono cada vez más elevado de su voz.

¡Y, no sé doña Rosa, usted es la madre! ¡Seguro que yo le vi cosas que usted no! ¡Pero, no se enoje tanto con él! ¡Pasa que, estaba medio estresado con las últimas materias que le quedan por rendir en la facu, y bueno, gracias a eso, tuvo el accidente! ¡Pobre! ¡No podemos culparlo!, le dije con calma, mientras terminaba mi generoso plato de fideos.

¡Escuchame nena, la próxima vez que me digas doña, te doy una cachetada!, me dijo, y luego soltó una risotada que le devolvió la alegría a su rostro congestionado por las preocupaciones.

¡Y, de verle, seguro que vos viste más! ¡Supongo que los ojitos se te fueron a los músculos que tiene, y a lo que guarda entre las piernas! ¡A tu edad no te lo puedo reprochar nena! ¡Pero, es un tarambana mi hijo! ¡El accidente, lo tuvo por distraído! ¡Y encima se justifica diciendo que, que se colgó! ¡Ni que fuera un mono che! ¡Y no lo defiendas! ¡Con esta manía que tienen ahora los pendejos, de mirar todo el tiempo el celular!, continuó, relajándose un poco más, sabiendo que ya venían las frutillas. Mi novio Fabián había sufrido un choque con su moto, y permanecía internado en el hospital para recuperarse de la fractura de cuatro costillas, la torcedura de la muñeca derecha y de algunos cortes no muy profundos. De modo que Rosa me invitó a comer con ella aquel domingo de diciembre, después de haber ido juntas a visitarlo. No podía negarme. Rosa me caía súper bien, a pesar que al principio de nuestra relación con Fabi, me miraba de reojo. Muchas veces la escuché renegar con él por cómo se me veía el escote, o si me pintaba demasiado, o si las calzas me apretaban el culo.

¡Mirá Brenda! ¡Vos no sos ninguna tonta! ¡Y, no sé por qué, pero imagino que más de uno te debe piropear en el trabajo! ¡Si encontrás a otro que tenga algo lindo entre las piernas, y un poquito más de cerebro que mi hijo, yo te autorizo a que lo engañes!, insistió Rosa luego de haberse devorado dos cuencos con frutillas, de beber dos copas más de vino y de quitarse la blusa con estampados que traía. Ella siempre me hacía chistes respecto de su hijo, y yo me limitaba a reírme. Ahora, me había dejado sin palabras. ¡Jamás, en los 7 años de mi relación con Fabián, Rosa se había quedado en corpiño frente a mí! Aunque, igual pasé aquel detalle por alto, cargándola un poco con que había entrado en calor, que el vino ya le estaba haciendo mal, y esas cosas. También le aclaré que jamás engañaría a Fabián. Que antes de hacerle eso, primero terminaría la relación, como corresponde.

¡Mirá piba, vos sos un poco inocente todavía, me parece! ¡Ya vas a ver que, en determinado momento, vas a querer probar otras cosas, buscar otras sensaciones! ¡No te juzgo para nada! ¡Al final, todos nos aburrimos un poco de estar siempre con la misma persona! ¡Y ahí, siempre hay alguno preparado para saltarnos a la yugular!, me decía como si estuviese dándome una lección, o un vaticino de lo que sería mi vida en unos años. A mí me hacía reír, porque por momentos parecía reprimirse, y en otros puteaba a sus anchas.

¡La mayoría piensa que una mujer, a los 58 años, ya tuvo la menopausia, y se acabó! ¿Entendés? ¡Parece que no cogemos más! ¡Es como si, de repente fuésemos descartables! ¡Es como si se nos hubiera secado la concha! ¡Pero por lo menos yo, tengo sangre en las venas, y a veces, flor de calentura en el cuerpo! ¿Me entendés querida? ¡Y encima, en mi situación, después que enviudé de Ernesto, no me permití conocer a otros hombres! ¡Fui una boluda!, empezó a descargarse como en una terapia, cambiando intermitentemente sus miradas de la alegría a la incertidumbre.

¡Yo no creo eso Rosita! ¡Es más! ¡Tengo una vecina que es más grande que usted, y por lo que cuentan en el barrio, parece que siempre tiene un chongo a disposición!, le conté, adivinando que se reiría con estruendo.

¡Qué barbaridad! ¡Voy a tener que hacerme amiga de tu vecina! ¡Dale nena, haceme el favor de sacarte esa remera, que hace un calor de perros! ¡Y, si querés, prendé el aire acondicionado! ¡Ni sueñes que te vas a ir a tu casa con este solazo! ¡De última, te dormís una siestita en el sillón, o en la pieza de tu amado!, me decía, sin olvidar sus pizcas de ironía, desparpajo y gracia. Dudé en si obedecerle o no. La verdad, el calor era tremendo, y mi remera se encastraba al sudor de mi piel, casi que reescribiéndola por completo.

¿Y? ¿Qué esperás Brenda? ¡Sacate eso, que la debés tener empapada! ¿O te da vergüenza que tu suegrita te vea en corpiño? ¡Lo que faltaba ahora! ¡Yo me animé a destetarme, y la piba de esta generación, se hace la recatadita! ¡Pero por favor!, me dijo con rudeza, golpeando la copa vacía en la mesa después de tomarse lo que le quedaba, hipando con elegancia y apartándose el pelo de la cara. No me quedó otra que sacarme la remera, mientras pensaba en cómo contestarle. Nunca había sido irrespetuosa con ella.

¡Aaaah, ahora está mejor! ¡Total, acá somos dos mujeres! ¡Yo no espero a nadie! ¡Y, de última, si alguien nos quiere mirar los pechos, por ahí hasta nos va bien, y nos divertimos un poco! ¿Qué tul?, decía mientras ponía un canal de videos musicales en la tele. Enseguida se puso a criticar a una mina que bailaba rodeada de negros, según ella porque no tenía cara de disfrutar de lo que hacía, y cantaba para el culo.

¡Decime nena! ¡No es que quiera entrometerme demasiado! ¿Ustedes, con Fabi, hacen el amor seguidito? ¡Imagino que sí, porque son jóvenes!, se atrevió a preguntarme, incomodándome al punto tal que me reí como una tarada y miré por la ventana que daba a su jardín magnífico.

¿Vos, de qué te creés que habla el suegro con el yerno? ¡De sexo, querida! ¡De cuántas veces se encaman con nosotras! ¡No te sientas mal por lo que te pregunto! ¡Si no querés contestar, estás en tu derecho!, agregó al notar mi extrañeza. Y las palabras me brotaron solas de los labios. De repente me sentí a gusto con el timbre grave de su voz, que se me antojó como una caricia. Por eso le dije sin meditarlo demasiado: ¡Más o menos Rosita! ¡A veces, en una semana lo hacemos 5 o 6 veces! ¡Otras, en un día, si estamos con tiempo, le damos unas 4 veces! ¡Pero, últimamente, bue, poco y nada!

¡Pero la puta madre! ¡Cuatro veces en un día! ¡Qué gloria! ¡Quién pudiera! ¡Y, otra cosita! ¿Acá, lo hicieron? ¡Digo, cuando yo no estuve! ¡Ya sé que en la pieza de Fabi sí! ¡Lógico! ¡Pero… ¿no usaron la mesa, o los sillones, o se apretujaron contra la heladera o las paredes?!, me cuestionó con los ojos abiertos como el signo de interrogación de los misterios mejor ocultos para la humanidad.

¡Rosa! ¡No, por favor! ¿Qué dice? ¿Por qué me hace estas preguntas? ¡Me hace reír! ¡Y no! ¡Nunca lo hicimos acá, en su casa!, le dije, sintiendo que me hervía la sangre bajo la piel, y que la silla bajo mis nalgas podría derretirse por mi propio calor.

¡Primero… ¿De qué querés que hablemos? ¿De política? ¿De los precios? ¿De fútbol? ¡De eso no entiendo un pomo! ¡Y segundo… no me subestimes! ¡Sé que en la piecita del Fabi lo hacen! ¡Los escuché varias veces! ¡Más que nada a vos! ¡Sé que te gusta gemir, y que él te diga cosas sucias! ¡Así que, no me mientas! ¡Igual, si alguna vez cogieron en esta cocina, me parece excelente! ¡Al menos esta casa, en esos momentos, vivió emociones distintas! ¡Y no me mires con pena querida!, me espetó paciente, con la misma mirada tierna, acariciándose distraídamente una teta. No entendía por qué me gustó verla con su mano allí.

¡Pero, Rosa! ¡No está bien escuchar esas cosas! ¡No será que, por ahí… bah, qué sé yo! ¡No me haga caso! ¡Pero, bueno, sí le confieso que, lo hicimos en el baño una vez! ¡Y en el sillón grande!, le dije al fin, resuelta a romper un poco mis estructuras. ¿Cómo podía ser que con 25 años me costara tanto abrirme a una mujer que parecía tener las cosas mucho más claras que yo?

¡Me parece que lo que no está bien, es coger en la casa de tu suegra, desfachatada!, me dijo esbozando una sonrisa cómplice, casi tan radiante como el sol que asesinaba a los techos.

¿Y, qué sé yo, qué? ¿A qué te referís? ¡Si querés preguntarme algo, hacelo! ¡No te quedes con la intriga!, dijo luego, mirando la botella de vino vacía con decepción. Yo negué con la cabeza.

¡Jaaa, y yo me chupo el dedo! ¡Sé que querés preguntarme! ¡Pero te voy a dar tiempo! ¡Y, en el baño, no me caben dudas que lo hicieron! ¡Creo que desde que te trajo, cuando tenías 17, y todavía eras menor de edad, ya se bañaban juntos! ¡No creo que solo le hayas pasado jaboncito por la espalda! ¡Las apretadas que se deben haber mandado! ¡Che, y te consulto! ¿Ya te la metía a esa edad? ¡Imagino que se cuidaba el salame de mi hijo!, se aprovechó de mis pocas reservas a la hora de contestarle. Las barreras que nos mantenía en nuestros roles, carecían de sentido y razones lógicas. Yo me reí, y me levanté con la intención de preparar un café para que compartamos. A ella le pareció buena idea. Entonces, mientras hacía funcionar la cafetera, sentía que mi vulva se refrescaba con algo más que el aire que se colaba por el bajo de mi pollera. ¡Tenía que ir al baño y cambiarme la bombacha, urgentemente!

Una vez que llevé las dos tacitas de café, y unas facturas que habían quedado de la mañana para la mesa, me senté en la misma silla de antes, frente a ella. Rosa había estado riéndose de algunas pavadas que veía en su celular. Pero cuando hizo contacto con mis ojos turbados por el desconcierto de aquella charla, me dijo: ¡Nena, dejá de tiritar como si estuvieses cagada de frío! ¡Estamos hablando de cosas lindas! ¿O no?

¡Sí, obvio, lo entiendo! ¡Igual, no es que tenga frío, ni miedo, por las dudas! ¡Pasa que, es raro! ¡Nosotras nunca hablamos de estas cosas! ¡Ni mi vieja me pregunta tanto! ¡Pero no se ofenda! ¡Es que, me causa como, algo agradable en el fondo!, traté de explicarle, mientras revolvía mi café sin sentido, ya que ni siquiera lo tomo con azúcar.

¡No me ofendo Brenda! ¡Y, qué pena que tu mami no te pregunte! ¡Y eso que ella es más joven y guapa que yo! ¡Pero no te sientas rara, ni sucia por compartir estos detalles conmigo! ¡Por ahí, un poco de terapia no viene mal! ¡Bueno che, contame, si ya te la metía a tus 17!, dijo, decorando su última frase con una risa histriónica, tan cálida como las demás, pero cargada de picardía.

¡Sí Rosita, cogimos un par de veces! ¡Pasa que, enseguida yo cumplí los 18! ¡Es más, la primera vez fue, bueno, en tu cama!, le sinceré, creyendo que una tormenta de fuego arrasaría con toda la confianza que me había ganado de esa mujer. Rosa estalló en una carcajada que tuvo que haber despertado al vecino de su siesta.

¡Pero mirá de las cosas que me vengo a enterar! ¡Así que, a la nena, la estrenaron en mi cama! ¡Bue, eso no me lo creo! ¡Con la pinta que tenés, seguro cogiste antes, y unas cuantas veces! ¡Pero, cómo puede ser! ¡Y estuvo bueno? ¿Te sorprendió la cosita de mi hijo? ¡Yo te digo porque, como madre, varias veces lo vi con el coso parado! ¡Aaah, y menos mal que ya me empezás a tutear, pendeja!, se despachó paladeando las gotas de café que contrastaba con el tono violeta de sus labios, acaso por el vino que compartimos.

¡La verdad que sí, fue lindo! ¡Y no lo hice tantas veces antes de Fabi! ¡Solo tuve un noviecito, que era de la iglesia! ¡Un embole! ¡Pero, Bueno, Fabi me enseñó muchas cosas! ¡Ese día, bueno, yo nunca había gemido, o gritado mientras, lo hacía con un chico! ¡Ese día Fabi me hizo gemir como una loca! ¡Digamos que ni sabíamos que lo íbamos a hacer! ¡Empezamos a besuquearnos, y cuando quise acordar, estaba revoleada en la cama! ¡Me dio vergüenza que me haya tenido que pedir como veinte veces que me baje la bombacha! ¡Pero, apenas se me tiró encima y me la metió, no quería que me la saque!, dije al fin, tirando cada uno de esos recuerdos sobre la mesa. Rosa me miraba y oía con atención. Su respiración tenía la misma expectación que se reflejaba en sus manos inquietas. Por momentos se palpaba las gomas, o hacía gestos de acuerdo a lo que yo le contaba.

¡Qué atrevida mi nuera! ¡Mejor así! ¡Prefiero que mi Fabi tenga una novia inteligente! ¡Pero, también tenés que ser más putita Brenda! ¡Perdoname por esto que te digo! ¡Pero si vos no le das todo lo que quiere, lo va a ir a buscar a otro lado! ¿Solo te la mete por la concha cuando cogen?, me preguntó bruscamente, sin poder evitar algunos suspiros, apretándose distraídamente uno de los pezones.

¡Eeeepaaa! ¡Qué fuerte esa pregunta Rosita! ¡Bueno, digamos que, es muy confidencial! ¡Algunas cositas, hicimos!, le dije, temblando de los pies a la punta del pelo, sin poder comprender del todo a mis emociones. Y, justo cuando me acerqué a Rosa para retirarle la tacita vacía y luego lavarla junto a la mía, ella me tomó por sorpresa cuando me decía, al mismo tiempo que posaba una de sus manos en mi escote: ¡Mirá los encantos que tenés, guacha! ¡No puede ser que estés un día sin sexo! ¿Cómo es que ahora lo hacen cada tanto? ¿No le ponés estas cositas en la cara? ¿O en el pitulín a mi hijo? ¡Avivate nena! ¡Vos tenés que ser su puta, su perra, la hembra a la que elija todos los días! ¡Si llega cansado del trabajo, y tiene las bolas llenas de ganas de una sacudida, vos tenés que ser en la primera que piense para hacerlo! ¡Y dejá esas tazas ahí, por favor, que te estoy hablando!

No supe cómo fue que llegó a desabrocharme el corpiño. Pero en cuestión de milésimas de segundos, Rosa tenía mis tetas en sus manos. Las mecía sobre ellas, como si las estuviese pesando, las hacía revotar y suspiraba sonriente cuando yo, digamos que, sin proponérmelo tal vez, se las acercaba a la cara.

¿Te gustan a vos también?, le dije, escuchándome al punto de gemirle por la excitación que me nublaba cada porción de moral que se quebraba en mi interior.

¡Mmm, si a mi hijo le gustan, a mí, por supuesto que también! ¡Encima olés rico mocosa! ¡Tu piel! ¡Tu piel es más rico que cualquier perfume que uses! ¡Por diooos, y encima me las ponés en la cara! ¿Querés que te las chupe? ¿Eso estás buscando? ¡Encima, mirá el culito que tenés!, me dijo entonces, casi que, pegando su rostro a una de mis tetas, sobándome el culo sobre la pollera. Ya se había sentado un poco más a la orilla de su silla para poder abarcarme mejor. ¿Qué nos estaba pasando? ¿Qué carajos hacíamos?

¡A mí me venís a seducir, pendeja! ¡Me parece que, estás muy caliente nena! ¡Si sos capaz de guardar un secreto, te como estas cositas que huelen tan rico, a hembra calentona!, me decía con la voz tomada por el deseo, la fiebre de sus ansias sexuales, y considerablemente más aguda que cuando hablaba con normalidad.

¡Dale, metete mis pezones en la boca, y chupalos!, le dije entonces, ya sin importarme si me gemía la garganta. Ella me sonrió, y enseguida sus labios rodearon mi pezón derecho, para luego ocuparse del izquierdo. La sensación de su saliva en mis tetas, la suavidad de sus labios, los movimientos de su lengua, y sus manos contorneando mi culo, ahora por debajo de mi pollera me estaban llevando a un infierno celestial imposible de definir en letras.

¡Al final, a la nena la desvirgaron en mi cama! ¡Mirá vos, qué chanchos los dos! ¿Y alguna vez mi hijo te enchastró estas cositas con su semen? ¿Eee? ¿Te las lame, te las muerde? ¿O te refriega el pito por acá? ¡Aaaay, nena, qué calentitas las tenés! ¡A mí me emputecía como el carajo si me chupaban las tetas, o si me tocaban el culo! ¡Me acuerdo que gozaba mucho cuando alguno de los pibes en el colegio, me metía una lapicera en la zanjita, haciéndose el graciosito!, me confiaba entre que me chuponeaba, se frotaba mis tetas en la cara, me las olía, y ya jugueteaba con el elástico de mi bombacha.

¡Síii, me las re chupa, y se pajea con mis tetas! ¡Y me acaba en las tetas, y en la boca! ¡Le encanta que lo mire a los ojos mientras se la mamo, y después me trago su leche!, le largué, sin un atisbo de mis viejos pudores. Por momentos, yo misma quería abalanzarme sobre mi suegre y ponerle mi concha en la cara para que me arranque la calentura que me desquiciaba cada órbita de mis pensamientos. Entonces, me agarró las manos y las colocó sobre sus tetas.

¡Manosealas nena, dale, pellizcame bien las tetas!, me pidió como en un quejido que se parecía al de un moribundo. Yo lo hice, mientras Rosa continuaba lamiendo, oliendo y sorbiendo mis tetas, golpeándose con ellas en la cara con diversión y libertad, y apretujándome las nalgas.

¡Por favor, qué ricas tetas! ¡Ahora entiendo por qué mi hijo se alzó tan rápido con vos! ¡Lo volviste loco! ¡Quedate quietita, así te bajo la bombachita! ¡La debés tener empapada mi vida! ¡Uuuy, pobrecita! ¡Van a decir que te measte en la casa de tu suegra!, me decía como desde un paraíso que llegaba a mis oídos más tarde que todos sus roces, lamidas, ríos de saliva, pellizcos y estrujes. Pero la vieja me bajaba poco a poco la bombacha, y me chirleaba el culo con la pollera levantada, sin despegar sus labios de mis tetas. Hasta que se desabrochó el corpiño, y justo en el instante en que yo sentía que mi bombacha había traspasado la línea de mis rodillas, me dijo: ¡Dale, terminá de sacarte esa bombacha, y juntemos las tetas, pendeja! ¡Al final, vos estás más alzada que yo! ¡Y no se te ocurra tirarla al suelo! ¡Me la das en la mano! ¿Escuchaste? ¡Ahora me vas a pagar cada chanchada que hiciste en mi casa!, acentuando sus últimas sílabas con mas chirlos en mi culo. Cuando lo hice, con toda la vergüenza que había regresado a mi mente, apenas logré dejarla sobre la mesa, ella misma la tomó. Recuerdo que la estiró, la olió y le pasó la lengua a la parte que le coincide a la vagina.

¡Estás mojada, alzada, caliente como una pava, y con la concha justita para aparearte Brenda! ¡Mirá cómo te pusieron los chupones de tu suegra en las tetas! ¿Te gusta que te mame las gomas mi vida? ¿Querés más? ¡Dale, abrí las piernas, y gemí! ¡Gemí como lo hacés con Fabi! ¡Te encanta que él te diga putita sucia! ¿No? ¡O que te diga que sos su putona de la calle! ¡Síii, me re calentaba escuchándolos! ¡Y más cuando eras guachita! ¡La de veces que limpié su pieza, y encontré bombachas tuyas, bebé! ¡Abrí las piernitas nena, como las abrís para que Fabi te coja!, me decía, ahora teniéndome fuertemente aferrada a su cuerpo, mientras nuestras tetas se frotaban entre sí, y una de sus manos me sobaba la concha. Al mismo tiempo, una de mis manos le amasaba y masajeaba la suya por sobre su bombacha, la que también yacía empapada. Eso fue porque ella tomó una de mis manos para introducirla bajo su pantalón con una fiereza que, sería un sacrilegio desobedecerle, o llevarle la contraria. De modo que, durante unos minutos, estuvimos friccionando nuestros pechos, sobando nuestras conchas, y ella, oliendo mi bombacha. De vez en cuando me pedía que yo también la huela, le pase la lengua, y que muerda algún pedacito de tela.

¡Así que a usted le calentaba escucharme gemir! ¿Y olía mis bombachas cuando era más pendeja? ¡Sí, chupame las tetas, mordelas, babeámelas bien babeadas, escupime, pellizcame el culo, y sobame la conchaaa, que estoy re putaaaaa!, me escuché decirle entre gemidos, jadeos, respiraciones y el sonido de sus dedos en mis jugos, los que sentía que resbalaban por mis piernas. Ella, volvió a despedazarme las tetas a chupones, a lengüetearlas y olerlas con mayor adrenalina que antes, y a pedirme que le traspase la bombacha con la mano, y que le frote el clítoris.

¡Dale nena, que lo tengo grandecito, y lo vas a encontrar rápido! ¡Pajeame toda nena, meteme esos deditos en la concha, y sacame la calentura que tengo! ¡Siempre me gustaron estas tetas, putita salvaje!, me pedía con los temblores en las piernas, los dedos empapados por su propio trabajo en mi sexo, y mis tetas desmalladas sobre su rostro. Y, al fin de cuentas lo encontré. Solo que, mi mano no tuvo dificultades para entrar casi toda adentro de su concha como una selva despoblada, pero inundada de jugos calientes.

¡Aaay, Síii, te re miraba las tetas, y olía tus bombachitas! ¡Qué atrevidas eran! ¡Aaay nena, así, meteme toda la mano! ¡Así, revolveme toda la argolla cochina, que la tengo bien peludita! ¿Viste? ¡No como vos, que la tenés depiladita, como la de una bebé! ¿Te la chupa mi hijo? ¿Eee? ¿Te come la concha? ¿Te hace besitos negros en el culito? ¿Te metió la pija en el culo bebé? ¡Aaaay, por dios, seguí, no pares nena, así, pajeame más, sacame toda la leche de vieja calentona, haceme arder asíiii, que te como las tetas!, me gemía al oído, instruyéndome como lo quería, alentándome con sus jadeos y mordidas a mis tetas, con alguno de sus pulgares frotándome el clítoris, y buscando la forma de rozarme el agujerito del culo. Cuando lo logró, me hizo lagrimear de felicidad.

¡Síiii, su hijo me culea re riiicoooo, me hace acabar todaaa, gritar como una putita! ¡Y me chupa la concha, y hasta me pidió que le haga lluvia dorada, en la ducha! ¿Así te gusta? ¡Estás re mojadita mami, re empapada, y caliente! ¿Dale, seguí, olé mi bombacha, que me la mojé toda por tu culpa!, le decía yo, presa de un desequilibrio que amenazaba con derrotarme contra el suelo en cuanto pierda lo que me quedara de latidos en el corazón. Y al punto, mientras mi mano seguía navegando en esa concha profunda, empantanada y ardiente, su boca se llenaba con las hormonas de mis gomas, y sus ojos comenzaban a cerrarse de puro placer, unos temblores imponentes, casi como terremotos de huesos ancestrales comenzó a convertir al cuerpo de Rosa en un torrente de jadeos, alaridos estruendosos con sílabas inteligibles y nubes de saliva que ascendían hasta el techo, y caían sobre mis acciones incontrolables. Al mismo tiempo, su vulva se contraía y relajaba, presionaba y achicaba sus paredes para multiplicar jugos y descargas en un orgasmo que, parecía que podría terminar en un infarto, o algo peor. Con uno de sus pies movió la mesa con estrépito, y las tazas vacías del café cayeron al suelo para romperse en mil pedazos. Rosa se cagó de risa, revoleó mi bombacha, y apretó las piernas para terminar de convertirse en un mar de pólen saciado, fecundo y afrodisíaco. Sus dedos habían dejado de sobarme la vagina, y eso me puso nerviosa, pues, yo no había llegado al clímax que esperaba. Rosa lo supo en cuanto sucumbió a los primeros indicios de relax que experimentaban sus músculos. Por eso acercó mis tetas a su boca y me las volvió a chupar, diciéndome: ¡Gracias mi vida! ¡Me hiciste acabar como hacía mucho no lo conseguía! ¡Me pajeaste hermoso, y me frotaste el clítoris como si, siempre hubieses pajeado a una mujer!

Yo me sentí complacida, casi que en paz conmigo misma, sin saber el por qué, ni cómo habíamos llegado a tamaños actos tan deliciosos como repudiables por cualquier familia tipo. Y de pronto me sorprendió cuando me dijo: ¡Dale, abrí las piernitas, y acercame esa concha a la cara, que quiero ver cómo te la tocás, y te abrís esos labios! ¡Quiero olerte la concha Brenda! ¡Te voy a oler mientras te tocás! ¿Dale?

Y aquello se dio con tanta naturalidad que, no puedo reconstruir con exactitud cómo pasó. Solo recuerdo que, en un momento estaba de pie, con mis dedos entrando y saliendo de mi vulva, frotándome el clítoris, y con la cara de mi suegra a poquita distancia, oliéndome desesperada, y lamiendo mis dedos. Cada vez que lamía uno de ellos, me decía: ¡Ahora tocate con este, y cacheteate la conchita, así esos juguitos me salpican la cara! ¡Tenés olor a putita en la concha nena! ¡Seguro que de chiquita también!

Al rato me lamía los dedos mientras salían y entraban de la concha. Por ende, también tocó con esa lengua despiadada tanto mi concha como mi clítoris, y luego, sin limitarse por nada del mundo, el inicio de mi culo. Eso fue demasiado. No podía entender que estuviese a nada de acabar prácticamente con la lengua de mi suegra en el culo, y uno de sus dedos frotándome el clítoris, mientras me decía: ¡Por acá anduvo mi hijo! ¡Mmm, qué rico nena! ¡Me encanta tu olor a putona! ¡Y no tenés olor a caca, ni a pis, como antes! ¿Viste? ¡Estás creciendo, guachita sucia!

De repente mi vulva comenzó a conducirme a gemir como una loca, a borbotear tantos jugos como espasmos de felicidad, y a inscribir cada gota de mi sabia sexual en la cara, la boca y la lengua de mi suegra. Ella parecía beberme toda, saborear mis jugos como antes lo había hecho con mis tetas, y guardarse cada augurio de mi garganta jadeante en un rincón prohibido, el que solo podía atesorarse en su corazón. No dejaba de olerme ni de darme golpecitos con mayor y menor frecuencia en la chocha. Ahora no me hablaba, ni me recordaba cosas, ni incluía a mi novio en sus observaciones. Solo disfrutaba del orgasmo que me aprisionaba las paredes del cerebro, y no me dejaba respirar.

¡Bueno hijita, ahora, a ponerse una bombachita, y a descansar un ratito! ¡Yo, me la voy a tener que cambiar! ¡Qué barbaridad! ¡A esta edad, calentándome con mi nuera!, dijo, tratando de aparentar una cierta estabilidad mental.

¡Y yo, calentándome con mi suegra! ¿No le parece? ¡Nunca nadie me había mamado así las tetas! ¡Ni, disfrutó tanto de mi olor a conchita!, dije, todavía recuperándome de los sacudones que su lengua, olfato, dedos y palabras chanchas habían generado en mi armonía. Rosa me miró asombrada.

¡Bueno, es que, a veces las mujeres somos más precisas, más sabias porque, conocemos mucho más las vaginas y los pechos que los pitos! ¡Pero, en fin, ya sabés! ¡Si mi hijo no te atiende, venís y me buscás, y yo te muerdo esas tetas, hasta acabarnos encima! ¿Por qué creés que de vez en cuando compro pepinos? ¡Para una mujer de mi edad, y con tantas viejas chusmas alrededor, no puedo ir a comprarme un consolador como si nada! ¡Así que, te puedo abrir esa conchita en mi cama, que fue donde lo hiciste por primera vez con Fabi! ¡Pero, con un pepino, bien ensalivado! ¡Te vas a volver loca mamita! ¡Pero, por hoy, mejor durmamos la siesta separadas! ¡Porque sé que me voy a tentar si te veo acostada a mi lado en bombacha!, me dijo unos minutos después, mientras yo barría los vidrios rotos de las tazas, sabiendo que estaba frente a mi suegra sin bombacha, con la pollera mojada de mis jugos, y con las tetas al aire, rogando por su lengua y su saliva en llamas. ¡Por qué no me hacía suya de una vez en su cama?   Fin

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Comentarios

  1. Nada como una buen historia lésbica para calentar los motores ;)

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    1. Son de los relatos que más me gusta escribir! Además, la sensualidad entre chicas, a veces puede ser fatal! Jejeje!

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