Forzada a gozar

 

En algún momento sucedería. Habían pasado al menos 12 años que con mi hermano Pablo no nos dirigíamos la palabra. Ni siquiera por cosas importantes de la familia. No asistí a su casamiento, ni al bautismo de sus hijos, ni a sus cumpleaños, ni fiestas escolares. Estaba sumamente ofendida por la estafa que me hizo él y su amigote con un auto que me compré a los 22, con todo el esfuerzo del mundo, y con un montón de chanchullos que le hizo a mi madre. Siempre en el terreno económico. ¡Una madre es una madre!, me repetía mi vieja cada vez que hablábamos del tema. En especial, de mi indiferencia hacia él. Pero yo no tenía por qué perdonarlo, ni ser condescendiente, ni tratarlo como si nada fuera.

Una tarde, Pablo cayó a casa porque tenía que resolver con mi madre, mi tía y mi hermana menor lo que harían con un terreno que se había comprado en la loma del orto, y que solo estaba dando pérdidas de impuestos y servicios que nadie había contratado. Lo mejor era venderlo. Además, se acercaban los 15 de una de mis primas, y él se ocuparía del servicio de catering de la fiesta, ya que era su nuevo trabajo formal. Yo estaba en mi pieza, revoleada en mi cama, mirando reels en mi celu, matando el tiempo, con la firme decisión de no salir a saludarlo, ni hacer acto de presencia, ni opinar al respecto de aquellos detalles. Tampoco me los habían compartido. Tenía calor, un humor de perros, ganas de faltar al turno que tenía con el radiólogo por un dolorcito que persistía en mi hombro derecho, y una sed tremenda. Me devoré una latita de gaseosa que había rescatado de la heladera, y seguí con mis reels, consciente de las voces, las risas y los mates al otro lado de mi puerta, en la cocina.

¿La Pili anda vagueando por ahí?, preguntó Pablo, a nadie en particular. Pero mi madre le respondió: ¡No Pablito, está descansando un rato! ¡Y no le digas así, que no es ninguna vaga! ¡Trabaja mucho, y cuando llega el jueves, está hecha polvo! ¡Creo que hoy tiene turno para ir al radiólogo! ¡Anda con una molestia en el hombro!

¡La verdad, es una pelotuda! ¡Conmigo no quiere hablar! ¡Si me la cruzo en la calle, me da vuelta la cara! ¡El otro día la vi bajando del bondi, y se metió en un bazar para no saludarme! ¡Igual, me chupa un huevo!, dijo Pablo con un resentimiento del que no lo creí capaz. Mi madre bufó con disconformidad, y mi tía opinó que lo mejor era seguir adelante con los temas que había por finiquitar. De modo que, luego, todo lo que oía eran voces haciendo cálculos, el mate yendo y viniendo, alguna que otra cagada a pedo al gato que intentaba robarse una galletita, o los celulares y sus notificaciones.

De golpe mi puerta se abrió y cerró, casi que al mismo momento. Como medio que me había adormilado de tantos reels, más el calor agobiante y el tedio del maldito turno a mis espaldas, pensé que a lo mejor estaba soñando. ¡Pero ni a gancho! Fui consciente que la personalidad de mi hermano se acercó a mi cama, que metió sus manos bajo la sábana que me cubría y me acarició las piernas desnudas, murmurando un descuidado: ¡Cómo me llenabas las bolas de leche con tu olor a nenita, guacha!

Entonces, opté por fingir que dormía. Me sentí una putona de pronto, sabiéndome solo con mi remera larga que solía usar para dormir, un short viejo y estirado, y la ausencia total de corpiño. No sabía cuánto tiempo más podría resistirlo, porque sus dedos comenzaban a convencerme, y a humedecerme por dentro, pese al asco y la bronca que le tenía. Mi pieza se llenaba de su perfume, del aroma a cigarrillo de su ropa, sus respiraciones y reproches silenciosos. Hasta que me pellizcó la pierna, y yo dije algo como: ¡Aaauchiii!

Me odié por lo pegajosa y calentona que me salió la voz. Por eso, rápidamente me repuse. le dije que era un pajero de mierda, que aquello ya había pasado, y que por mí se podía ir al carajo. Le revoleé la latita de gaseosa vacía, y una de mis sandalias. No le acerté con ninguna de las dos cosas, y eso lo hizo reír con una maléfica burla en sus ojos negros como el mismo infierno que nos condenaba. ¿De verdad aquello había pasado para mí? ¿Cómo podía ser tan irrespetuoso, cagarse en mi psicología, y devolverme las sensaciones de aquel pasado?

¡Aaah, te hacías la dormidita, pendeja! ¡Cómo te gusta calentarme el pito! ¡No cambiaste en nada, putita!, me dijo, mientras comenzaba a hacerme cosquillas en los pies, y a lamérmelos con una fascinación que me mortificaba. Luchaba para no gemir, ni darle cualquier indicio de mi calentura. ¡Qué boluda, idiota, pelotuda de mierda! ¡Cómo podía ser tan vulnerable!

¡Quedate calladita nena, o te pego flor de garchada acá nomás! ¡Ni siquiera te da el culo para saludarme, forrita!, me decía, sin separar sus pies de su rostro, el que se acariciaba con ellos, y buscaba calmar el fuego de sus ansias. Yo le revoleé la otra sandalia y un encendedor. Él, pareció enfurecerse. Comenzó a morderme los pies, a chupar y escupir mis dedos, y a subir con sus besos prolongados, cargados de saliva por mis piernas, hasta la altura de mis rodillas. Sus bigotes laceraban mi piel, y sus dedos parecían querer tatuarse en cada poro de mis pocos intentos por zafarme de tantas pasiones desbordadas.

¡Qué te hacés la violenta, gila! ¡Ahora te voy a calentar bien la conchita, como vos me calentabas la pija, con esas tetitas, ese olor a pis, y los gemiditos que me hacías en el oído cuando me tiraba arriba tuyo! ¿Te acordás? ¡Calladita la boca, putita!, me decía, con sus labios pegados a mis piernas, mientras sus manos buscaban sobrepasar mi remera con la clara intención de llegar a mis tetas. Pero yo no se lo permitía. Incluso le arañé las manos y brazos con mis uñas largas. Aunque, desde luego, su fuerza doblegaba a las mías.

¡Aaah, Mirala vos a la Pili! ¡En tetas! ¡Qué putona sos! ¿Mami sabe que la nena duerme en tetitas?, me dijo en el oído, una vez que descubrió que tenía los pezones duros. Enseguida me los pellizcó, y acercó su cara para mordérmelos por encima de la remera. Hasta que logró quitármela en un solo movimiento, como si mi cuerpo fuese de trapo, papel y arena de un desierto demasiado caliente. Y al poco rato ya estaba tumbado sobre mi cuerpo. Allí se le hizo más fácil dominarme, controlar mis voluntades. Agarró una de mis manos y la metió de prepo en los adentros de su calzoncillo, mientras me decía: ¡Mirá cómo me la ponés, chiquita! ¡Dale, apretá nena, apretame el pito, que te encantaba hacerlo! ¿O me vas a decir que te olvidaste? ¡No te hagas la santita conmigo guacha, porque te voy a violar toda, acá, en tu camita! ¿Querés eso? ¿Vas a gritar, para que te escuche la mami, o la tía? ¡Antes no gritabas, porque te gustaba!

En mi cabeza se entretejían todas las noches en las que Pablo y yo nos fundíamos, sin saberlo, en un juego perverso. No podía reprocharnos nada. En parte porque yo no sabía nada, y, además, a mí me encantaba todo lo que hacíamos. Supongo que cuando él tenía 14 años, presa de la paja y las calenturas hormonales a flor de piel, mi figura, la de una nena gordita, tetona, y habitualmente en ropita interior durante los veranos, debía atraerlo en grado sumo. Muchas veces me sentaba encima y nos dábamos piquitos. A mí me parecía asqueroso. Pero a él le encantaba, y yo siempre obtenía alfajores, o cualquier otra golosina a cambio. Pero cuando fui más grande, como a los 11, yo me metía en su cama, pensando en la golosina que pudiera ganarme si lo besaba lo suficiente. Allí empezaron otros juegos. Ni sé cómo se dio, ni puedo recordarlo. Pero, la sensación de tenerlo encima, con su pene sobre mis nalgas, sentirlo moverse, agitarse, fregarse y buscar mis tetitas para pellizcármelas, me fascinaba. Incluso me gustaba que al final de todo, me pida que me vaya de su cama, con la bombacha empapada de semen. Él siempre tenía todo tipo de chocolates bajo su cama. Así que, muchas noches hacíamos lo mismo. A él le gustaba que le diga al oído que era una puta, que me hacía pichí cada vez que le veía la pija, que me tocaba, que olía mi bombacha cuando iba al baño, que mis tetas eran suyas, y que siempre que quisiera tenía permiso para bajarme la bombacha mientras yo dormía. Recuerdo que nuestras lenguas se chocaban y llenaban de saliva, que él me pedía que le escupa la cara, y que me daba gaseosa para que también eructe cerquita de su nariz. Y, una de esas noches, su pija entró sin limitaciones en mi conchita. Grité con la almohada en la boca. Pero esa vez fue la única vez que lo hice. Luego, aunque no tantas noches como hubiéramos querido, su semen me llenó la conchita a cambio de chocolates. Incluso, a veces él venía a mi cama. Me volvía loca sentir su pija dura adentro de mi vulva, y que me bombee como lo hacía. A mis 13 años, en todo lo que pensaba era en cenar lo más rápido que me fuera posible para esperar el llamado de mi hermano. Él podía hacer lo que quisiera de mí. O penetrarme, o enlecharme la bombacha, o pedirme que le muerda el pito por encima del calzoncillo, hasta que se derrame todo su semen en el pubis. Jamás pude probarlo en esos tiempos. Tampoco él había saboreado mis pechos, ni mi concha.

¿Qué onda Pili? ¿Tenés algún novio? ¡No me digas que salís a comprar así, en tetas! ¿También vas al súper en conchita? ¡Dale guacha, apretame bien la chota, que es toda tuya!, me decía luego la voz de mi hermano en la actualidad, mordisqueándome los hombros, aprovechándose de la libertad de mis pezones para tocarlos con la lengua, y enterrándome un dedo en el culo. Yo sentía la dureza y la humedad de su verga, y se me antojaba urgente en la boca. Pero no podía rebajarme a pedirle nada. De hecho, intentaba forcejear para quitármelo de encima. Le di un cabezazo en la boca, y le retorcí la nariz cuando me mordió uno de los pezones. Él me abría las piernas con sus rodillas para frotarme la concha con su cuerpo, me pedía que le muestre la lengua, y me pellizcaba para que cumpla con sus caprichos. Al fin, cuando tuvo la oportunidad, atrapó mi lengua con sus labios y la succionó, mientras frotaba su pija contra mi mano bien apretada sobre el colchón, y una de sus rodillas se fregaba con salvajismo sobre mi conchita escandalosamente incendiada.

¡Qué mierda te importa nene! ¡Salí de acá, o empiezo a gritar! ¡Sos un tarado!, le dije a la desesperada, mientras él me chistaba como a una lechuza, salpicándome con su saliva.

¡Qué vas a gritar nenita! ¡Cómo te encantaba que te riegue la bombachita de leche! ¡Mucho chocolate, pero bien que te gustaba esta pija nena! ¡Asíii, mirá cómo te chupo las tetas! ¡Te pone loca! ¿O no? ¿Te gusta que te meta un dedito en el culo, y te muerda así las gomas?, me decía, haciendo exactamente eso, mientras una de sus manos intentaba sin éxito bajarme el short. Entonces, en un arrebatado movimiento se despegó de mi cuerpo para bajarse el vaquero y el bóxer blanco que llevaba. No tuve tiempo de nada. Me cacheteó la cara con su pija hermosa, venosa como un obelisco histórico, repleta de hilos blanquecinos y tan caliente como la sangre que nos enlazaba.

¿Querés probar nena? ¿Hace cuánto que no tomás la mamadera vos?, me dijo con la voz tan libidinosa que me llenó de escozores, pero también de un morbo inexplicable. De modo que, ni bien mi nariz olfateó el clamor de su carne altiva, y después que él me pasó su glande por los labios, dejé que me agarre de los pelos con brutalidad y me diga impetuoso: ¡Abrí la boquita nena, dale, así aprendés a tomar bien la mema, para cuando tengas novio! ¡35 años y todavía solita! ¡Vamos, abrí la boca, y chupá zorrita!

Entonces, durante un instante me dejó la pija quietita en la boca, para que pueda saborearla, lamerla y recorrerla con mi lengua. Era como si tuviese un chupetín tremendamente duro y caliente, del que borboteaba cada vez más jugo preseminal, y mi paladar se extasiaba con su humedad, suavidad y esplendor. Pero luego, me sostuvo con sus enormes manos de la cabeza para cogerme hasta la garganta. Ahora su pija salía y entraba con fiereza, vengadora y rasante, como si quisiera arrancarse una posesión diabólica de las venas. Arremetía con todo, y cuando me la sacaba me golpeaba la cara con violencia, salpicándome de sus jugos y mi saliva. Luego volvía a resbalar violento por el tobogán de mi garganta, colmándome de arcadas, toses, eructos y ahogos involuntarios, gargarismos y mocos que no podía controlar. Me lagrimeaban los ojos porque, a veces me la dejaba un buen rato en la garganta. Entretanto, el guacho me bajaba el short, diciendo cosas como: ¡A ver, qué tenemos por acá! ¡A ver si la nena ya dejó los pañales, o si usa tanguitas bien metidas en el orto! ¡Faaa, la tenés peludita bebé, y súper mojadita! ¿Te measte? ¿O te calentó la pija de tu hermano?

Cuando dijo esa última frase me dio una cachetada, aún con su pija adentro de mi boca. Después, apartó un poquito mi bombacha y me pellizcó la concha, haciéndome gemir, aunque con la boca ocupada.

¡Callate bebé, así, calladita te quiero, y con la boca sucia, como tu bombacha! ¿No te la depilás? ¿Te gusta andar con la conchita peluda nena?, me decía, ahora frotándome la concha, amasándome las tetas, agachándose para chuponearme un pezón y profundizando sus ensartes en mi boca, con la pija cada vez más tortuosa, hinchada y afiebrada.

¡Dale, sacate la bombacha, y seguí chupándome la verga!, me pidió, casi que jadeando en mi oído. De modo que, mientras me pellizcaba las tetas, yo misma debía quitarme la bombacha con las manos entumecidas, y dársela para que primero me asfixie con ella, sin quitarme su pene de la boca, mientras me repetía: ¿tiene olor a pis, como cuando eras chiquita? ¿Sí? ¡Contestá guacha! ¡Huele a pis tu bombachita?

Después la olió él, y hasta vi que le pasó la lengua, mientras me pedía que le apriete el pito con las tetas. Yo no me esforzaba mucho, y gracias a mis acciones me ligué otra cachetada que me obstruyó el pensamiento. Entonces, sentí su carne dura entre las tetas, mientras él jadeaba. En ese momento mi vieja golpeó la puerta, diciendo: ¡Hija, Acordate del turno con el médico! ¿Pablo está ahí con vos?

¡Síii, ma! ¡Está acá! ¡Estamos charlando! ¡Y no voy al médico porque, me avisó que me posterga el turno para mañana!, le mentí a mi madre a grito pelado, bajo la insidiosa amenaza de mi hermano, que me ponía el pito una vez más sobre los labios.

¡Sos una mentirosa, una atorranta, bombacha sucia! ¡Tenés el mismo olor que antes! ¡Abrí las piernas puta!, me pedía luego, una vez que mi madre retomaba sus charlas con mi tía, mi hermana las saludaba diciendo que no la esperemos a comer, y Pablo, acercaba su olfato a mi vagina.

¡Necesito olerte perra, quiero olerte la concha, y pasarle la lengüita! ¿Te la chuparon alguna vez?, me dijo cuando ya su aire caliente caía sobre mi sexo como el aliento baboso de un perro callejero. Desde ese momento, todo fue una locura. él mismo me puso el short y la remera, me pidió que vuelva a chuparle el pito unos segundos, me mordió las tetas sobre la ropa, y me pidió que me levante de la cama.

¡Vamos al patio! ¡Quiero cogerte ahí! ¡Dale zorra, haceme caso, o te violo acá nomás! ¡Y, lo peor de todo es que te voy a hacer un pibe! ¿Querés eso?, me decía, sacándome él mismo de la cama un poco a los empujones. Yo no soportaba las risas nerviosas que acudían a mi cerebro aletargado, y a él le molestaba. En un impulso por joderlo un poco más, le manoteé los cigarrillos del pantalón y los tiré por la ventana, que justamente da al patio de mi casa. Él me pegó en la mano y me chupó todos los dedos, aparte de arrinconarme contra la pared, donde me clavó su pija dura, todavía desnuda en el culo sobre el short.

¡Si me querés coger, cogeme nene, dale, que ahora no soy una nena! ¿Qué onda? ¿Te gustaba mi olor a nena? ¿Mi colita de nena? ¿Te gustaba el olor de mis bombachitas de nena? ¿Te calentaba cogerte a una muñequita que olía a pichí?, le gritaba, aunque Pablo me tapaba la boca, teniéndome apretada contra la misma pared, y me arrancaba el pelo para amedrentarme. Y entonces me arrastró hasta la puerta de mi pieza, diciéndome: ¡Ahora vamos a salir en silencio, tranquilitos! ¡Le decimos a mami que vamos a charlar al patio! ¿OK? ¡Y nada de mandarme al frente! ¡O se te pudre!

Yo, tenía todas las de ganar. Podría gritar a los cuatro vientos lo que mi hermano me hizo, y de lo que tenía intenciones de hacerme. Mi tía y mi madre me creerían. Pero, por alguna razón, una vez que salimos de la pieza, atravesé la cocina y el living con mi hermano, sin dar la menor sñal de peligro.

¡Hijita, a ver si por lo menos te ponés un corpiño, o una remera más recatada para recibir visitas!, me dijo la tía cuando le di un beso a modo de saludo rápido. Pablo se tenía que ir en breve, y eso aceleraba mi charla con él, a solas. Mi madre estaba emocionada porque, tal vez creía que íbamos a resolver las cosas.

¡Tía, no te preocupes! ¡Ella está en su casa, y estaba durmiendo! ¡Aparte, soy su hermano! ¡Ni me voy a fijar en sus tetas!, dijo Pablo con sarcasmo, posando una de sus manos en mi hombro, ya dirigiéndonos al patio. Entonces, una vez rodeados por los rayos de sol cada vez más débiles, fuimos hasta uno de los árboles más lejanos de las ventanas indiscretas de la casa. Pablo me empezó a chupar las tetas, y luego de pedirme que abra bien las piernas me ordenó: ¡Meate encima Pili, dale, hacete pis, ya, quiero que te mees encima! ¿Te gusta cómo te mamo las gomas? ¡Tienen mucho olor a putona estas tetas! ¿Hace cuánto que no cogés nena?

Yo, presa de una calentura que no me permitía dar un paso sin temblar, me hice pis, y esperé con las piernas abiertas, los gemidos atragantados y la vergüenza derrotada. Pablo me bajó el short y me pidió que me ponga en cuatro patas sobre el suelo. Como no le hice caso, me aplicó una zancadilla que me derrumbó como a una hoja en pleno otoño, y él cayó sobre mí. Fue cuestión de segundos. De inmediato sentí que mi concha se llenaba con su pija gorda y dura, que mis oídos se colmaban de sus jadeos y su aire viciado, y que sus dedos se inmortalizaban en mis tetas al amasármelas como con desprecio, solo impulsados por la necesidad de procrear. Su pubis impulsaba al mío, y gracias a ello nos arrastrábamos por el suelo, con su pija golpeando el tope de mi concha, y uno de sus dedos buscaba abrigo en el interior de mi culo.

¿Te gusta putita? ¡Seee, te encanta la pija bien adentro! ¿Te acordás que yo te decía que así se hacían los bebitos? ¿Te acordás que yo te decía que las mujeres y los hombres sienten cosquillitas cuando quieren ser papás? ¡Vos me decías que querías que te hiciera un bebito! ¿Te acordás? ¡Yo sí, y te encantaba que te diga que te iba a llenar la pancita de bebés, mientras te la metía así, putita sucia!, me atormentaban sus palabras tan ciertas como apergaminadas por el paso del tiempo. Y yo, a pesar de forcejear para que me deje en paz, disfrutaba de cada empellón, de todos sus pellizcos y mordiscos, de sus olfateadas a mi short meado, del ahínco de su pija por penetrarme más y más. Sentía el cuerpo seriamente comprometido de tanto que nos arrastrábamos. Pero gemía, y le pedía pija. ¡Dame pija, llename de pija, clavame toda la pija!, le decía, y él me mordía los labios. De golpe se apartó de mi personalidad hecha polvo, de mis instintos demacrados, y me levantó de un brazo, solo para nalguearme con estrépito, un poco con sus manos y otro con mi short mojado, embarrado por la tierra que se acumulaba a la vera de las raíces del árbol, que era el único testigo de nuestro desenfreno repudiable por todo el mundo, menos por nosotros. ¡No tenía más que aceptarlo!

¡Sos una cochina! ¿Cómo te vas a hacer pis nena? ¡Estábamos hablando lo más bien!, me ridiculizaba en voz alta el muy canalla, sin detener sus nalgadas, ni sus miradas de león hambriento a mis tetas, ni de introducir dedos en mi conchita para multiplicar los jugos que brotaban de allí, y para rozarme el clítoris, que seguramente yacía inflamado bajo toda la piel que lo acobijaba. Luego se agachó, y forzando a mis pasos a reaccionar puso sus manos en mi culo y me atrajo hacia su cara para oler, lamer y chupar mi vulva como un desquiciado. No podría decir que lo hacía bien o mal. Solo que me re morboseaba la idea de estar haciendo eso en el patio de mi casa, con mi hermano, y sabiendo que mi tía y mi madre aún mateaban en la cocina. Ahí también usó su saliva para volverme loca, y sus palabras sueltas llegaban a mis oídos como caricias estimulantes cuando balbuceaba: ¡Fuaaa bebé, qué conchita, qué buenas cogidas nos mandábamos, y cuánta leche le regalé a tus bombachitas! ¡ME encanta tu olor a concha!

Y de golpe, su humor volvió a mutar al de un lobo desalmado. Esta vez logró ponerme casi a cuatro patas, con las manos apoyadas en las raíces nudosas del árbol, y se aferró a mis caderas con la firme idea de clavarme la pija en el culo. Cuando lo hizo, no llegó a tiempo para cubrirme la boca, y un grito terrible casi me descose las cuerdas vocales. Aún así, el vaivén que fuimos capaces de construir nos hacía transpirar, gemir y arder con la misma facilidad. No me dolió cuando me la metió, ni los ensartes que le siguieron, ni los próximos. Era como si, mi culo lo hubiese estado esperando meses, años, vidas enteras. Él me bombeaba, me zamarreaba, me pedía que no grite, me chupaba las tetas y me insistía para que lo mire a los ojos, para que le muerda los labios y le escupa la cara.

¡Uuuy, parece que lo tenés abiertito, nena cochina! ¿Te culean seguido Pili? ¿Te gusta tenerla en el culo? ¡Mirá que los bebés no se hacen por la colita! ¿Lo sabías? ¡Sentila toda perrita, sentí cómo te hago el culo, como te la entierro bien enterrada!, me decía, tratando de sonar con la maldad y rebeldía con las que había entrado a mi pieza para someterme.

¡Chicos! ¿Les llevo un mate?, gritó la tía, que no entendía un carajo. ¿Por qué no se iba a su casa? ¿Por qué mi vieja no la echaba a la mierda? En esos instantes la pija de Pablo me hacía lagrimear, reírme de felicidad y arder cada músculo interno de mis intestinos. Incluso me hice pis una vez más mientras sus huevos golpeaban mis piernas, o el trozo de piel que une al culo con la concha.

¡No tía! ¡Estamos charlando! ¡Tranqui, que ya vamos!, elevó la voz Pablo para acomodar la situación a nuestro favor, confiando en que la tía no insistiría. Pero, su leche estaba demasiado caliente. Tanto que la pija se le iba a desintegrar en tantos litros de semen que me correspondían total y absolutamente. Y entonces, Pablo me arrancó su carne el ojete para correr presuroso a mi boca. No hubo que esperar mucho, ni yo tuve que hacer gala de una petera espléndida. Apenas su glande tocó mis labios, y mi lengua se colocó en el orificio de su cabecita, pablo me cazó del pelo y me obligó a tragar su leche con arcadas y todo, con toses inoportunas, y sin importarle que me diera un poco de cosa el sabor de mi culo en la piel de su virilidad. Pero eso también me emputecía. Se me escaparon gotas de semen por la nariz, y al respirar los vestigios, sentí un ardor insoportable. Al mismo tiempo que me tragaba la leche de mi hermano, yo misma me empapaba las manos al pajearme como una cerda, frotándome el short meado y sucio, y soportando los apretujes dolorosos que mi hermano les prodigaba a mis pezones.

¡ahora, te ponés el short y pasás por delante de la tía y mami! ¡Hacete la boluda, y deciles que te hiciste pichí! ¡Quiero ver la carita que pone la tía, y mami! ¡Y ni te limpies la boca! ¡Me encanta verte con gotitas de leche en la pera, y en la cara! ¿Viste que los bebés también se ensucian cuando no saben tomar bien la mamadera?, me pidió mi hermano con el mismo cinismo repulsivo, feroz y deshonroso que pudo dedicarme. Sin embargo, yo, calentita como estaba, no pude dejar de hacerle caso.     Fin

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Comentarios

  1. Denso... y bien que le gustó a esta protagonista.

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    1. Holiis! A juzgar por el fervor del relato, podría decirse que sí! Es más! Creo que habrá segunda parte! Gracias por comentar!

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