Escrito por AmoElegante
Serían poco más de las 6 de la tarde aproximadamente. La gente de la oficina ya había comenzado a retirarse lentamente, como en puntas de pie para que nadie se diera cuenta y amenazara con retenerlos algún tiempo más. Alejandro se sirvió él mismo, lo que sería su último café del día, ya que su secretaría participó del malón que dejó subrepticiamente la oficina cumpliendo escrupulosamente con el horario. Siguiendo el vicio de tantos años y cafés, encendió un cigarrillo paladeando lentamente el tibio humo que sospechaba algún día terminaría por matarlo. Se acomodó en su sillón y se dispuso a leer las últimas noticias de la CNN vía Internet. Siendo ejecutivo de la compañía desde ya hacía varios años, se había declarado en ‘convivencia’ pacífica con la informática. Había aceptado a regañadientes la notebook que le proveyeron y que pesadamente arrastraba por el mundo, tal como aquella bola de acero que en los chistes arrastran los presidiarios, y había acordado que se exigiría el esfuerzo de utilizarla como “arma de batalla” siempre y cuando lograra sacarle algún provecho ‘personal’. De esto se trataba, el sentarse cómodamente, munido de su artillería (café y cigarrillos) y disponiendo de la creciente tranquilidad con que amenazaba el final del día laboral, para poder ‘jugar’ un rato en ‘la red’, era parte de aquellos beneficios adicionales que acordara con su informática compañera.
Algunos de sus colegas, con quienes había compartido tal ‘acuerdo’, lo cargaban a viva voz por dedicarle tiempo a ese hobby, en lugar de partir raudamente a su casa y desenchufarse por completo hasta el día siguiente. Él en realidad odiaba ir masticando sus problemas en el coche mientras conducía rumbo a su familia, a quien en más de una oportunidad había literalmente ‘ladrado’ como todo saludo por esta causa, obligándolo a hacer un acto de constricción y pedir luego las debidas disculpas del caso. En su lugar, se tomaba esta última media hora extra de actividad en la oficina, pero solo para su provecho personal, logrando la más de las veces, olvidar casi por completo los avatares del día y llegar a su casa descargado, cansado seguramente, pero tranquilo. Habría ya barrido bajo la alfombra los problemas de la jornada hasta el otro día, mientras transcurrían los minutos de ‘conexión’ a la red.
Esta tarde serían solo noticias. Recorrió tranquilamente varios sites de diarios locales e internacionales revisando distraídamente como quien va pasando las hojas mirando todo, pero sin ver nada. Pasaban ante sus ojos las cotizaciones al cierre de las bolsas del mundo, el discurso político de algún gobernante sudamericano, el trasplante de corazón del que había sido objeto un camionero argentino que era uno de los 40 habitantes de este vapuleado planeta que ahora, a falta de uno, tenía dos corazones que rezongaban pesadamente para mantenerlo vivo. Entre titular y titular prestaba distraída atención a los inevitables banners con que lo bombardeaban de publicidad para que comprara la última cámara digital, participe en el juego de casino cibernético o adquiriera el último título de la afamada librería virtual Amazon.
De vez en cuando se permitía la distracción de ingresar, a través de uno de estos links, para espiar la oferta de contenido regresando, casi inevitablemente a la lectura de los titulares minutos después. En una de esas laterales incursiones, ingresó a un site de esos que proveen servicios gratuitos de mensajería electrónica, noticias generales, chat y toda la parafernalia que inunda el ciber-espacio. Y hoy, fue esto lo que le llamó la atención: el chat.
Tanto había escuchado a sus hijos, amigos, colegas, y a cuanto ser viviente que tuviera contacto con una PC, hablar sobre él, y ahora se descubría no conociendo nada de eso, excepto que era uno de los tantos artilugios que proveía el mundo de Internet para comunicar a las personas. Siempre había pensado que ya era suficiente con tener que lidiar durante horas con el aborrecido e-mail en lugar de sentarse frente a su interlocutor y dirimir diferencias, cafés de por medio como para, además, tener que mantener una conversación ‘escrita’ con alguien a quien no conocía y que vaya a saber uno en qué lugar del globo estaba parado. Pero, esta vez, se dispuso a investigar el asunto.
Leyó atentamente las instrucciones. Parecía un juego de chicos. Se debían ingresar unos pocos datos y ya podía uno ser el feliz poseedor de un ‘nickname’ que lo identificaría en las diversas salas. Cumplió con el rito, como descuidadamente, ¡¡¡y se encontró ante la terrorífica obligación de nominarse!!! ¿Qué nick utilizaría? ¿Cómo se llamaría ante ese mundo al que se asomaba a su ventana? De repente se rio para sus adentros. ¿Cómo era posible que él, ese tipo que tomaba tantas delicadas decisiones diariamente estuviera dudando ante un hecho tan trivial? No lo pensó más. Fijó la vista en el taco del almanaque a la izquierda de su escritorio y escribió: “VIERNES” recordando al salvaje aquel que acompañó a Robinson Crusoe en buena parte de sus aventuras. Primer paso, cumplido.
Se presentaba ya el segundo desafío, elegir la sala. Picó con el mouse la lista de chats habilitados en el sitio, y lo apabulló la infernal cantidad que se desplegó ante su vista. Había de lo que uno buscara, a juzgar por los nombres. No tenía ni la más remota idea de cuál elegir. Luego de recorrerla de abajo a arriba y de arriba abajo, decidió seleccionar la primera que apareciera en la próxima ventana, y la elegida fue una cuyo nombre no le disgustó y hasta le pareció interesante el tema. Se llamaba: ‘Café literario’. Pobre, evidentemente no tenía ni idea que en todas se habla por lo general de lo mismo, relaciones, relaciones, relaciones de todo tipo, y más relaciones.
Ingresó su nick y quedo durante varios minutos observando ese ‘nuevo mundo’ que comenzaba a moverse en la pantalla. Le parecía mentira estar siendo el pasivo y desconocido observador de la caótica conversación que mantenían 5 o 6 personas que, quizás, ni se conocieran, aunque a juzgar por cuanto se decían, había varios de ellos que se habían encontrado en el chat desde hacía tiempo atrás, tratándose con términos sencillos y suma confianza algunos y con cierta procacidad otros. ¡¡¡Que mundo!!! ¡¡¡Que nuevo mundo estaba viendo!!! Que asombroso que era. ¿Y dónde había estado yo metido todo este tiempo? ¿Cómo no se la van a pasar hablando del chat sus hijos? Mmmm, la de cosas que hubiéramos podido hacer, teniendo en nuestras manos ‘armas’ como estas en nuestra juventud. (La otra juventud, la primera, porque a pesar de sus 40 y pico se resistía a que lo vieran como un pichón de viejito y de hecho se sentía orgulloso que así no fuera).
Luego de una eternidad (10 minutos) viendo pasar vertiginosamente los mensajes de unos a otros, tratando de los temas más variados (tenían nada de Literario y si mucho de Café), tratando de seguir el hilo de lo que parecían tres conversaciones que se cruzaban a la vez en las cuales, más de un navegante participaba a la vez, se decidió a dar el tercer y definitivo paso que sellara su ingreso al mundo del chat.
Posicionó el cursor en la ventana de entrada y tipeó: “Hola”
¡¡Ya estaba hecho!! Ya había dado ese paso y la respuesta fue un aluvión de Holas, Hola viernes, Bienvenido y cosas por el estilo a lo que no sabía cómo contestar.
Pasó los minutos acostumbrándose al ritmo, preguntando y respondiendo tonteras, ¡y cuando al fin se fijó en la hora... Epa! Se le había volado el tiempo. ¡¡Siempre se quedaba una ‘media horita’ distrayéndose y hoy había excedido la hora y media !! y lo esperaban en casa.
Se despidió de todos, recibió los saludos, y prometió volver. Guardó sus cosas, entre ellas la notebook que hoy, tenía un revalorizado lugar en su maletín y dio por terminada la jornada partiendo en busca del reparador descanso.
Días después, y con la tilde puesta sobre aquella experiencia que lo había impactado, se preparó para, al final del día, reeditarla. Aunque esta vez ya no sería un aprendiz, sino que pretendía participar activamente en las conversaciones (de lo que se tratare) y poder volver a sentir aquella emoción de la vez anterior y que le había gustado.
Cuando todo el mundo se hubo retirado, era muy cuidadoso de no dar el mal ejemplo ante sus subalternos, repitió el crepuscular rito del café y el cigarrillo y, como un conocedor en la materia, dos o tres clicks después estaba ya dentro del chat. Por supuesto esta vez no demoró en pensar un nick (ni cuenta se dio que hubiera podido encontrarlo ya ocupado) ni en seleccionar la sala de chat. Fue directamente al Café literario, total daba lo mismo, pensó.
¡Grande fue su sorpresa cuando vio que solamente había dos en la sala y para colmo... no chateaban! Intentó motivarlos para que le contestaran y nada. Los saludó amablemente, se hizo el gracioso... nada. Seguían sin contestar. (No sabía que podían estar chateando en privado, ni que esa posibilidad existiera).
Dejó el chat abierto y se dedicó a pasar distraídamente las noticias en otra ventana con la esperanza de que entraran sus ‘amigos’ del día anterior. Pasaron los minutos y como nadie daba señales de vida, tampoco ‘esos dos que andá a saber que carajos están haciendo que se habilitan en un chat y no conversan’ decidió irse a su casa con el objetivo sin cumplir. Ahora seguramente mascaría su bronca al volante por no haber podido charlar con nadie.
Cerró la ventana del diario y, antes de cerrar la del chat, decidió darle irónicamente las gracias por la encantadora conversación a los dos que lo ignoraban desde hacía casi media hora. Les escribió algo y, sin esperar respuesta, dirigió el puntero del mouse a la X para cerrar el diálogo cuando, de improviso, se abrió una nueva ventanita que titulada AFRODITA le indicaba: te dice: ¡Esperáaaaa!
Se quedó duro mirando. No entendía nada. ¿Por qué se abrió esta otra ventana? Ese esperaaa!! No era un mensaje preformateado, era algo que alguien (¿Afrodita?) le estaba enviando. Nada sabía de los privados y comenzó a entender de que se trataban. Tibiamente respondió:
¿Qué querés que espere? – Había reconocido a la emisora como uno de los dos nick que lo obviaron esa tarde.
No te vayas, dame un segundo, ¿sí? – Recibió de respuesta. No podía creerlo. Estaba manteniendo una conversación privada con alguien a quien no conocía, no sabía cómo era. Ni siquiera sabía dónde estaba. No sabía por qué, pero estaba tenso, emocionado, algo nervioso. Esto era todo nuevo para él. Después de unos instantes que le parecieron interminables Afrodita se dignó a volver a la conversación. Le pidió disculpas primero por la demora, después por no haberle respondido antes, pero había estado en un privado con su hermana con quién se comunican así desde hace años ya que ambas viven muy lejos ‘una’ de la otra. (ya sabía que Afrodita era mujer, lo que aumentó su emoción).
Palabras más o palabras menos se contaron rasgos generales de sus vidas. Ella tenía 40 años. Vivía en Barcelona, pero era argentina. Se notaba por el particular castellano que escribía.
¡Estaba allí desde hacía 2 años haciendo un posgrado de su profesión, abogacía! (Sonamos, se dijo. Un ave negra). Hija de un exdiplomático argentino venido a menos durante el proceso de reconstrucción nacional, había ido a parar con sus dos hermanos (un él y una ella) y sus padres, a Cartagena de Indias, en Colombia. Oriunda de la ciudad de Mendoza, pasó su infancia en Bs.As., la continuó en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, y después de rebotar en Costa Rica un par de años, terminó de hacerse mujer en la tierra del café (y la coca y la guerrilla también, pensó él para sí). Cuando terminó la carrera, cosa que había hecho muy dilatadamente ya que ‘papi’ bancaba la parada, puso un estudio y se especializó en no sé qué cosa. ¡¡Trabajó bien durante un tiempo cuando le picó el bichito de la especialización lo que la llevó a elegir entre Londres, Barcelona y no sé qué otro lugar del globo donde se podía estudiar el Derecho Informático!! (¿¿¿Que carajos sería eso?) Desde entonces estaba allá, y ‘solita’ según dijo.
¡Caramba! Pensó Alejandro. ¿Esta me estará tomando el pelo? Le voy a seguir la corriente...
¿Y cómo es que una doctora como vos tan lega, e instruida, argentina, por lo que supongo bonita, ¿anda por este mundo solita después de 40 años?
¡Y.… no sé. ¡No se fijarán en mí! – Explicó.
Pero Moni (se llamaba Mónica), a menos que seas un bagayo de cuarta, cosa que a pesar de desconocerte desde ya descarto, no hay explicación posible. ¿Tanto mundo recorrido en tan poco tiempo y nadie se ha fijado en vos?
A lo cual ella contestó que se sentía muy sola, que nunca se había explicado por qué y que se miraba al espejo permanentemente preguntándoselo sin encontrar respuesta, ‘como ahora, ¿ves?’ (remató con un tono que a él se le antojó de estudiada inocencia).
Alejandro le propuso entonces que, ya que estaba ante el espejo, porque no le contaba a él la imagen que el espejo le devolvía, tanto como para darse una idea de cómo era y poder formarse una opinión más ajustada. (¡¡esto se estaba poniendo lindo esto!! nunca se hubiera imaginado que cosas así podrían ocurrir. Se sentía como uno de 15 intentando levantarse a la mina de sus sueños que se niega públicamente a que lo haga, aunque hace todo lo posible por ayudarlo a que lo consiga).
Ella aceptó tácitamente comenzando con la descripción. Lo hacía sutilmente, para agregar intriga, para dilatar la cosa y para provocarlo, cosa que lograba.
Estoy viendo un cuarto sencillo. Un dormitorio de color crema con una inmensa ventana que da a un balcón desde el cual se adivina la noche que comienza. Las cortinas de boyle se mueven suavemente por la brisa que las acaricia y no alcanza a mitigar el calor de Barcelona a esta altura del año. La habitación está tenuemente iluminada por una luz de noche que parte de sobre la mesita junto a la cama.
La incipiente descripción aumentaba, exprofeso, la intriga, la emoción de Alejandro quién, sin quererlo, ¿iba reconstruyendo en su cabeza los detalles que Afrodita le relataba, aumentando un estado de... excitación?
Pero Moni. Todo muy bonito lo que me contás, pero, yo quiero que me contés de vos – Le dijo en tono que hubiera sido casi suplicante de haber podido hacerse escuchar.
Bueno, te sigo contando lo que me dice el espejo. Una cama de dos plazas, una sobrecama escocesa, y sobre él, el cuerpo de una mujer levemente recostada. No está desnuda, pero sí en ropa interior. Mínima ropa interior (enfatizó para el delirio de Alejandro que proseguía la representación con atención). Tiene un buen par de piernas largas, lo que habla de una mujer de aproximadamente 1.70 y pico. Más bien delgada, pero con ‘todito’ en su lugar. No tengo pancita. Tengo las carnes bien firmes ya que me amasijo haciendo ejercicio lo que ayuda también a redondear mis caderas y afinar mi cintura. Ahora, de allí para abajo, solo tengo puesto un hilo dental. Sabés que es? - (le sacudió)
¡Ni idea! – Contestó asombrado y siendo sincero ya que no la tenía verdaderamente.
Ayyy, Ale!!! Un hilo dental le decimos a esas tanguitas que por delante te cubren... nada, y por detrás son solo un hilo, ¿ves?
¡Ahhhh! – Respondió él quedándose con la boca abierta como si hubiera visto un fantasma. No podía creer lo que le estaba sucediendo. No podía creer que esa mina a miles de Kms. lo quisiera calentar con eso…ni que lo estuviera logrando!!!!!!
Bueno, sigo. Tengo el cabello cortito porque no me banco el calor que me abraza el cuerpo, entonces me la paso disfrutando la caricia del agua corriendo por mi cuerpo bajo la ducha todas las veces que puedo, lo que me tendría los pelos permanentemente hechos un desastre. Pero no me queda mal. Tengo la cara más bien fina, de ojos color miel (según mi papi que es mi ídolo), una boca de labios hechos para el placer... Ja Ja Ja – se largó a reír.
Del cuello no sé cómo contarte, pero más abajo, sin ser exuberante, tengo un par de caramelitos de buen tamaño y que cada vez que me los acaricio así ves, como ahora, se ponen duriiitos, duriiitos.
El pobre de Alejandro (Ale diría ella) no cabía en sus pantalones. Como lo estaba calentando esa mina. Decidió tirarse a la pileta y seguirle la corriente a muerte.
¿Y decime Moni, tan boludos son los gallegos que no te dan bola y tenés que acariciarte solita o es solo porque te gusta?
¿Y, viste? Son unos tontos. Estoy segura de que, con un argentino cerca, no me pasaría esto.
¡Seguro que no! No al menos conmigo. – Respondió rápidamente él.
¿Ah no? ¿Y cómo me ayudarías vos ahora que tengo tanto calor?
Por empezar, es un hecho que la fuente del calor no es el clima de España... sos vos la ardiente. Seguramente tendría que esmerarme para no permitirte esfuerzos y ser yo el que le regale esos ‘caramelitos’ tuyos a mi boca. Los lamería enteros despacito, humedeciéndolos lentamente, Tanto como para que esa brisa, que contás que entra, al contacto con la humedad de mi saliva te haga erizar la piel y te ponga duritos los pezones…. para entonces......tomarlos entre mis labios y mordisqueártelos despacito….
Siiiii, sitio, seguíiiiii – Escribió ella, y ya no parecía con tanto control. El control se había cambiado de bando.
Mientras mi lengua y mis labios juegan con tus pechos, mis manos te habrían quitado el hilo dental y uno de mis dedos te estaría separando un poco las piernas para acariciar tus labios que ya deben estar comenzando a humedecerse.
Siiii Ale.... lo hago por vos…. controlás mis manos…. Seguí, no pares. No pares por favor. – Casi suplicó.
Mis dedos estarían separando los labios en busca de ese botoncito, que cada vez se te endurece más, te late, y al encontrarlo no podrían dejar de tocarlo, acariciarlo como si fuera un pezón, pero húmedo. Mi boca abandonaría tus tetas hinchadas a los caprichos de mis manos, mientras bajaría por tu vientre camino al inevitable encuentro de tu sexo húmedo y caliente de excitación....
ASIIiiiiii papi, asíiiii.... me volvés loca... no te detengas... te siento hacerlo....
Y mi lengua se dedicaría a lamerte como queriendo chupar todo el néctar de tu sexo. Y lo haría de arriba abajo, llegando hasta tu cola...
Siii, me encanta que me hagas eso... – Dijo ya, entregando la rendición definitivamente. La violadora estaba siendo violada. Alejandro sin proponérselo a priori, le estaba devolviendo toda la calentura que le había provocado. No meditaba ni una coma de lo que escribía. Lo hacía como poseído. Solo intentaba poner en letras y a la misma velocidad, lo que se le ocurría y sus ganas. Y estaba logrando hacerla gozar. O suponía que lo hacía.
Te estaría haciendo poner en cuatro patas sobre la cama, dándome la espalda, y después de mojar mi sexo, frotándolo con el tuyo, que casi chorrea de la excitación...
Siiii siiiii asíiiiiii dame dame por favor.... no pares...
Te lo hundiría lentamente en la concha, hasta el fondo, para que sientas la dureza que me has provocado.
Siii, métemelo papi, métemelo!!!!! – Gritó casi Moni.
Y comenzaría a bombearte dentro, entrando y saliendo, entrando y saliendo cada vez más rápido...
Siiii, que me vengo... que me vengo.... ponémela asíiii, no pares que me haces acabarrrrrrr!!!!!
Y te explotaría dentro. llenándote de mí leche caliente que golpea en tu interior inundándote...
Ahhhh, grrrrrrr.... siiiiiiiiiiiiiiiiii siiiiiiiiiiiiiii – Llegó a su pantalla, en clara evidencia de que había acabado…. o era una gran simuladora.
Alejandro no cabía en sí. Ni por un segundo pensó en la posibilidad de una simulación. Si él, que lo estaba relatando sin haberlo buscado, tenía una terrible erección que abultaba sus pantalones y precisaba de esos masajes que con una mano se daba por debajo del escritorio como, ¿Moni no podría haber acabado como parecía?
Después de algunos instantes ella escribió: ¡Me hiciste acabar como los dioses! Sos un divino! ¿Cómo hacés para hacerme sentir todo esto...? jamás me pasó algo igual. – Intentó explicarle.
Sos vos la que me calentaste, la que me provocaste y te juro que sentí todas y cada una de las cosas que te conté y, no te das una idea de cómo me dejaste a mí!!
Hay bebé... quiero hacerte terminar yo también a vos…. dejame que te la agarre, si?? Tocatela y sentí que es mi mano la que lo hace. La que te la pajea..
El continuó con sus masajes, aunque ahora había bajado el cierre de su bragueta y metido su mano dentro para sacar su verga erguida y caliente de entre sus ropas. No razonaba, no pensaba, solo hacía lo que Mónica le dictaba al teclado y que lo excitaba como no recordaba.
Continuó leyendo de caricias y pajeadas que le daría a esa pija hinchada de placer y a punto de reventar. Pocos minutos después y en medio de convulsiones que electrizaban todo su cuerpo, terminó acabando como en una explosión que desató una catarata de placer que se desparramó por el piso y lo hizo estremecer como no recordaba haberlo sentido desde hacía tiempo.
Siguieron conversando un rato mientras sus respectivas respiraciones lentamente recobraban su ritmo habitual y los temblores iban disminuyendo dando lugar a esa hermosa calma que sobreviene después de tanta excitación. Ella tenía que irse porque la esperaban y ya estaba por demás atrasada. Intercambiaron direcciones de mail y se despidieron con un ‘Gracias’. Él pensó que esto de pasarse los emails era como cuando en ‘sus’ épocas, se pasaban el teléfono a la salida de algún boliche y nunca más volvían a saber el uno del otro.
Una vez que hubiera cortado la conexión y apagado la notebook, se quedó un rato inmóvil y en silencio mirando la pantalla gris como tratando de entender lo que acababa de sucederle.
Por fin, después de unos minutos, sacudió la cabeza como queriendo quitarse todo pensamiento, guardó sus cosas, y partió de la oficina. Esta vez tendría gratamente ocupada su mente en el trayecto a su casa.
Una nueva mañana. Empieza un nuevo día. Se reedita el inevitable rito de descargar su maletín sobre el escritorio, conectar la notebook, revisar rápidamente la correspondencia sobre el escritorio esperando a que su revalorizada ‘amiga’ se encienda y se conecte sin problemas. Mientras ello ocurre, recorre los metros que lo separan de la cafetera para servirse el primero del día y no puede dejar de recordar lo ocurrido allí ayer por la tarde mientras una sonrisa de satisfacción se dibuja en su cara. Decide quitárselo de la cabeza porque el trajín del día le impone el máximo de su concentración. Ya llegará la tarde y con ella ‘su’ tiempo, ese que se dedica a si mismo y que ahora ha cobrado una dimensión diferente.
Café en mano, sentado tras su escritorio, abre el correo y comienza a repasar los nuevos arribados haciendo la diaria selección: Tonteras…. a la basura. Interesantes...... para los momentos de tranquilidad. Urgentes... para atender de inmediato. Pero esta vez, se le presenta un desafío. Hay un e-mail que encaja en dos categorías a la vez, es de aquellos que quisiera disfrutar tranquilamente y a la vez necesita hacerlo urgentemente. Es de Moni y el asunto dice: ‘Que me has hecho??? ‘. Realmente se encontró conmocionado. No esperaba recibir nada de ella, y menos aún tan pronto. Dejó el café sobre el escritorio y apuntó el mouse para abrirlo.
Dentro solamente se leía: “Que has hecho conmigo? ¿Por qué has logrado hacerme sentir así? ¿Cómo lo haces? Moni”. Nada más.
Se quedó entre contento e intrigado mirando la pantalla e imposibilitado de pensar en otra cosa que no fueran los vívidos recuerdos de aquel, su primer, inexperto e inesperado encuentro virtual.
A él le había gustado la experiencia, sin duda alguna. Pero pensaba que, siendo ella quién lo había provocado, ya tendría experiencia en este tipo de juegos y, si bien notó (o creyó notar) sinceridad en su llegada al éxtasis, no pensó que la afectaría de la misma forma que a él. Al menos era la interpretación que hacía de su e-mail.
Respiró hondo y largo, como queriendo tirar afuera de sí todo aquello que, aunque le gustaba y provocaba una extraña y placentera sensación, no le permitía arrancar definitivamente con su trabajo.
Las horas pasaron y con su transcurrir llegó el esperado momento de ingresar al chat, a solas, tranquilo, sin interrupciones e intentar reencontrar a aquella experiencia que le ocupaba cada uno de los momentos de tranquilidad. Se había descubierto, en más de una oportunidad, durante el transcurso del día analizando lo que le había ocurrido. Pensaba en ella y se preguntaba si realmente había sido verdad todo cuanto le pareció provocar. De ser así, inevitablemente caía en la otra pregunta: Cómo es posible que dos personas que no se conocen, a minutos de haber entrado en contacto por el chat, sin siquiera hablarse, hayan podido entenderse y provocarse ese mar de lujuria que, ahora descubría, también lo había invadido a él.
Él siempre había tenido un cierto tipo de relaciones normales, o lo que la mayoría de la gente llamaría, normal.
Algunos pares de mujeres habían transitado su cama en las 40 y pico de años que tenía. Algunas como casualmente, estaba aquella de ‘la primera vez’. Estaban también sus esposas, la de antes y la de ahora y también algún que otro encuentro casual en el impasse entre ambas. El balance general que hacía de esas experiencias era positivo sin estridencia. Siempre le había ido bien. Había logrado satisfacer a su compañera y ser satisfecho a la vez. Pero a la luz de las sensaciones que se descubriera disfrutando ayer... se daba cuenta que con todas había faltado algo...había faltado mmmm... un no sé qué que no lograba definir. Tal vez no fuera una sola cosa, pero su cabeza daba vueltas necesitando respuestas y en ese frenesí se decía que lo que se encontró sintiendo ayer fue…. la libertad total. Definitivamente eso. Esa libertad no contenida, no controlada por nada. La de decir y hacer exactamente lo que le dictaban sus instintos. Y encontrar que con ello provocaba la excitación y el delirio de quien lo acompañaba en esa deliciosa tarea. Si todo esto fuera cierto.... Si todo esto pudiera sentirse de verdad.... ¡¡¡Si no estuviera alimentado por la imposibilidad de concretarlo...Sería la encamada ideal!!! Encontrar a quién complacer con todo cuanto me nazca. Sentir bajo la piel de mis manos como provoco el placer sin límites y descubrir que, en esa visceral necesidad de provocar al otro, de hacer explotar al otro en un mar de placer y gozo incontenible, crecía el suyo, se provocaba el suyo, y llegaría al éxtasis de una forma que jamás lo había hecho y sentido. Sería genial.
Todo esto pensaba mientras, ya habilitado al chat y dentro del Café Literario, veía transcurrir pesadamente los minutos sin que aparecería ella.
Se le agotó la media hora y se regaló de otros 15 minutos por si al final, entraba.
No fue así, y tratando de dimensionar correctamente la frustración para no jorobarse la tarde, partió de la oficina.
Pasaron los días en que intentaba continuar con sus obligaciones habituales mirando como de reojo el mail a la espera de alguna contestación a las tres líneas que le había enviado a Moni confesándole que la turbación y magnitud de aquella vez era compartida y requería de ser revivida.
Al paso de los problemas y corridas diarias el recuerdo comenzaba a desdibujarse en su cabeza amenazando quedarse en el lugar de los más preciados. Pasaron uno o dos semanas sin noticias y, cuando ya pensaba que aquella cibernética Afrodita había desaparecido tan definitiva como intempestivamente, irrumpió en su vida. Recibió un nuevo e-mail: “Bebé, voy a estar esta tarde a las 6 p.m. tuyas en el Café. Esperándote. Un beso, Moni”.
Un leve temblor de emoción lo invadió. Se sentía como el quinceañero aquel ante los nervios de la cita tan esperada. No pudo dejar de mirar el reloj el resto del día, como queriendo comerse las horas que faltaban para el encuentro. Y pasaron, lenta y pesadamente una a una, hasta que, al fin, el momento se acercaba.
Hola bebé – Fue el saludo que recibió no bien ingresó a la sala.
Hola Moni, que bueno… “verte” – Contestó, sin darse cuenta de su respuesta. – Que te pasó que desapareciste tantos días?
Es que, como te conté la otra tarde, estoy acá estudiando, pero además debo ganarme la vida y trabajo en un estudio de abogados. De vez en cuando debo atender a algunos clientes del interior y tengo que salir de viaje por varios días. Eso me tuvo fuera y ‘desconectada’. Pero, te confieso, te estuve extrañando.
El, tratando de disimular su ansiedad y como quitándole importancia a la sentida ausencia:
Yo también te estuve pensando y me llamaba la atención que no me respondieras.
¿Sabés qué? te voy a dar el número de mi celular, así me podés ubicar y, si tenés ganas alguna vez, me llamás, si? -–Le preguntó provocando su excitación por la novedad.
Tomó prolijamente y en lugar seguro, nota del número y continuaron con la charla. Ella no contaba con mucho tiempo, pues, debía ingresar unos expedientes en tribunales para lo que tenía un horario muy estricto, pero no había querido perder la oportunidad de conversar con quién se había apoderado –según declaraba- de sus sentidos.
Si vieras como me tenés – exclamó.
¿Y cómo te tengo? Contame – escribió el agradeciendo que la escritura no dejara translucir la emoción que sentía.
Y.… con muchas ganas de que me hagas mimitos. Aquí solita y abandonada.
¿Y dónde estás? ¿En tu casa?
Si bebé. En casa, en mi habitación, y para ser mas precisa, tirada sobre la cama.
Por qué no me contás lo que tenés puesto, así me ayudás a visualizarte mejor – dijo lamentando no tener una de esas camaritas para poder estar viéndola.
¿Como vengo de la calle y hace un calor infernal, me quité los zapatos y el pantalón que llevaba y estoy solo en ‘tanguita’ y con una blusita blanca con botoncitos delante... por? – preguntó.
Mmmmm.... porque me gustaría estar allí... jugando con vos.
Y pensar que yo tengo tus caramelitos en mis manos.... ¡¡Si supieras como se me ponen los pezones al leerte!!
Allí vamos de nuevo, pensó Alejandro. Ya sentía la excitación adueñarse de su entrepierna. Ya el mundo a su alrededor comenzaba a apagarse, a esfumarse, para concentrarse todo lo que existe en la tierra, en solo ese cuarto donde ella se entregaba a acariciarse en su nombre al ritmo del relato que llegaba por Internet provocando a la vez su excitación. Y era como una fiebre, como un descontrol. El solo imaginarla tocándose excitada por sus palabras, soñando que era él quien lo hacía, lo ponía a mil. Y las palabras brotaban de sus dedos sobre el teclado conforme las ideas y sensaciones le inundaban los sentidos.
Mmmm, qué lindo suena eso... no sabés cómo me gustaría que fueran mis manos las que te tocan.
Lo son, bebé. Lo son...
Y meterlas bajo tu blusa, y dejarlas que acaricien tus tetas…. exciten tus pezones hasta que se pongan duritos...
Mmmm, si bebé, me gusta. Seguí por favor....
Y mientras tanto ir desprendiendo despacito, uno a uno, los botones para descolgarte la blusa por sobre tus hombros y dejar al descubierto esas tetitas que quiero comerme... mmmmm, siii, y lamértelas con delicadeza…mordisqueándote los pezones excitados.
Siiii, papi, sí. Así me gusta. Me volvés loca... no. te.... detengassss….
Mientras con mi otra mano, iría acariciando entre tus piernas, subiendo despacito, despacito.... hasta llegar a tu tanga....
Ayyy.... mirá como me tenés de mojada....
Mmm que rico.... no te la sacaría. Solo la apartaría a un costado para dejar tus labios hinchados al descubierto...
Siiiiii tocameeeeee, tocameeeee......
Y te recorrería con mis dedos separando tus húmedos labios hasta llegar a ese botoncito que se endurece y palpita de excitación.
Si papi, si.... tocame, lamemeeee, comeeeemeeeeee...
Y ya estaban de nuevo descontrolados.... el escupiendo sobre el teclado todo cuanto quisiera estar haciéndole. Ella dejándolo hacer, interpretando con sus propias manos la partitura que el paría para ella en la pantalla de su pc.
Y no lo pensó. Como ante un impulso, tomó el teléfono, marcó la salida internacional, la característica de España y el número del celular que minutos antes ella le había dado.
Mientras ella reclamaba que no se detuviera, que siguiera escribiéndole... a pesar de lo cual, atendió el llamado que repiqueteaba en su móvil.
Y fue solo un: ‘Hola mamita’ al que le respondió otro ‘Hola bebe’ para que esas dos voces que jamás se habían sentido continuaran provocando una y respondiendo en gemidos y suspiros la otra. Y todo fue lamidas, mordidas, afiebradas caricias que él le relataba como al oído para que ella las interpretara mientras suplicaba que siguiera, que no se detuviera, que estaba por explotar como un animal pero que no quería hacerlo sola. Que ella también quería tocarlo, sentir su miembro duro entre las manos. Le suplicaba que se bajara el cierre debajo del escritorio. Que metiera la mano dentro de su pantalón. Que tomara esa pija húmeda, dura y tibia en su mano como lo haría ella.... Y él se descubrió irracional por primera vez en su vida…. No pensaba nada ... no era la suya.... era la de ella la mano que acariciaba su rojo glande cubierto de líquido preseminal mientras no dejaba de relatarle al teléfono las caricias que su lengua estaría haciendo sobre su hinchado clítoris… Y la excitación de ambos los alimentaba mutuamente. Cuanto más el provocaba su placer, más intentaba ella que el sintiera esa imaginaria lengua lamiendo su sexo, tragándose esa pija que apuntaba al cielo con toda su boca. Y ya era imposible continuar, ambos jadeaban. Sus palabras eran solo entendidas por ellos y se había convertido en un lujurioso y gutural lenguaje no comprendido por el ocasional testigo de este incontrolado arrebato de placer, sexo, lujuria y descontrol.
Cada vez más rápidamente se repetían las caricias, cada vez menos ininteligibles eran sus palabras. Cada vez más afiebrada mente se movía su cuerpo y su mano al compás de los gemidos que llegaban por el auricular. Y presagió le vecindad del clímax de ella en el momento que todo su cuerpo comenzó a temblar estallando en su mano todo el placer que le provocaba mientras en el otro extremo de la comunicación, Moni explotaba ya por segunda vez al mismo tiempo que él, desenfrenadamente, en medio de un fuerte e interminable gemido que provocó en el la necesidad automática de presionar el sexo chorreante, que tenía en sus manos como exprimiendo hasta la última gota para volcarla dentro de ella. Haciendo un esfuerzo atroz para controlar el ritmo de su respiración y los nervios que, a flor de piel por la intensidad del encuentro, hacían agitar su cuerpo, recompuso su voz y le preguntó si estaba bien. Si lo había pasado bien. Si le había gustado. A lo que ella respondió con un siiiiii, rotundo del que no le quedaron dudas, porque esta vez, no había sido solo leer y escribir. Esta vez la había escuchado acabar con sus palabras y ella había presentido la leche explotando por entre sus dedos al escucharlo gemir al teléfono.
Continuaron hablando unos minutos más, pero el poco tiempo con que contaba ella se había agotado ya hacia bastante y su tembloroso y sudoroso cuerpo, necesitaba de la demora complaciente de una buena ducha, aún antes de volver a salir.
Se despidieron rápidamente con la promesa de volverse a ‘encontrar’. Nuevamente ella le agradeció a su ‘bebé’ el que la hubiera llamado y le hubiera provocado una de las mejores dos acabadas de su vida confesándole que la segunda, la debía solo al hecho de escucharlo gemir al teléfono e imaginarlo tocándose como lo haría ella.
Chau, chau y ... nos vemos.
Se terminó la conversación.
Allí quedó él. El cuerpo tembloroso del esfuerzo. Con el pene, húmedo y morado del ejercicio, que comenzaba a denotar la inevitable flacidez entre sus dedos y la mirada perdida, mirando nada. Tratando de entender lo inentendible. No entendiendo lo simple. Intentando poner las cosas en lugares que tal vez no existan porque no todo tiene un porqué. Desconociéndose por esa momentánea pérdida de la racionalidad y el control. Descubriendo que, precisamente ese déficit, tenía un sabor maravilloso. Eso de permitirse sentir cuando y como le diera la gana y lo que tuviera ganas. Disfrutando de ese libre albedrío que se regalaba para sentir en su piel. Para dejar que su piel sienta y se exprese como tal vez siempre quiso, aunque nunca encontró el cómo y el con quién. Hasta ahora. Era precisamente ese ahora... lo que se le venía encima. Ese ahora que se agigantaba. Ese ahora que le comenzaba a sonar en los oídos. Ese: Y ahora, ¿qué? Y después de esto, ¿qué? ¡¡¡Lo dejo para otro día !!! - se dijo. Puso todo donde debería estar. Fue al baño a lavarse y marchó en busca de su auto que lo llevaría camino al descanso hoy, más necesario que nunca. Nuevamente no recorrería el trayecto solo, una amplia sonrisa sería su compañera.
Fueron pasando los días y con ellos se acumularon semanas y meses de esta nueva piel que le gustaba sentir. Nada era premeditado. No había compromisos ni promesas. La vida seguía su ritmo normal. Las obligaciones que imponían el trabajo y la familia continuaban ocupando su lugar y reclamando de su tiempo. Pero una parte de ese tiempo le era reclamado cada tanto en una sala de chat y lo entregaba con todo el gusto del mundo cuando, la llegada de un e-mail le proponía una nueva cita. Un nuevo encuentro para entregarse desenfrenadamente a sentir y provocar. A disfrutar de esta nueva dimensión que ingresara a su vida. Y le hacía bien. Lo sentía bien.
Entonces fue cuando, en su innegable racionalidad, comenzó a preguntarse si todo esto era tan sentido por el solo hecho de ser alimentado a la distancia y negado por esa misma distancia.
Se encontraba preguntándose como era que había tenido tantos años de sexo, que creía placentero, sin jamás llegar a sentirlo de esta forma. ¿Sería la virtualidad de los encuentros lo que alimentaba la imaginación? ¿Sería el componente del morbo por tener esta experiencia en su oficina, un lugar tan separado de la sensibilidad como se puede imaginar?
Ya había comprendido que no era la aparición de una nueva sexualidad o una nueva forma de sentirlo. Simplemente era que su sexualidad había estado todos estos años controlada, limitada, inhibida. Ensayó mil y una causas para que así hubiera sido. La enseñanza, mal adquirida e imperfecta de la calle. El conservadorismo de la crianza en el seno de su familia. Las permanentes, por turno, compañeras de cama que tal vez llevaban dentro, la misma o peores inhibiciones que él. Aquellas amantes ocasionales que no lograron, o no supieron despertar en él esta forma de sentir como lo hizo Mónica, aún sin proponérselo. Le quedaba claro que este Alejandro que se entregaba a todo y cada uno de los juegos amatorios que se les iban ocurriendo y los disfrutaba arrancando gemidos de placer a su compañera, había sido siempre así. Solo que una parte de este ser sexual que había descubierto en sí, había estado aletargado, dormido, quizá esperando encontrarse con aquella que, al final, lograra despertarlo. Todo eso estaba claro. No cabían dudas. Solo restaba responderse a la pregunta original: ¿Se podría sentir todo esto, en toda su dimensión en un encuentro verdadero sin computadoras y teléfonos de por medio? ¿O solo se sentía así precisamente por saberlo imposible de materializar y la necesidad de provocarse al extremo el uno al otro ante la inseguridad de reconocer si efectivamente se lograba llegar hasta el fondo de la otra piel?
No era de quedarse con las dudas. Sabía los riesgos que correría y de los límites que sus realidades les impondrían. Estaba dispuesto a someterse y aguantar luego el golpe, pero necesitaba la respuesta. Y ella estaba en España. Puso entonces manos a la obra.
La empresa para la que trabajaba desde hacía casi una vida era una multinacional con sede en el corazón financiero e industrial de Alemania, Frankfurt. Tenía filiales en todo el mundo y, buena parte de los intereses en Latinoamérica, estaban bajo la custodia de la filial de argentina a la que él pertenecía. Las funciones de su cargo lo habían llevado a viajar con frecuencia a Europa y no solo a la casa central, sino que los nuevos proyectos globalizados (¿y como no?) se realizaban por todas las representaciones a lo largo y a lo ancho del mundo a la vez, requiriendo de frecuentes reuniones de coordinación y, como Argentina no tiene las playas de Río, los europeos preferían que fueran los sudacas los que se tomaran la molestia de movilizarse del otro lado del océano. Con el transcurso del tiempo estos viajes, que años atrás constituían un preciado ‘valor agregado’ a los beneficios propios del cargo, se habían convertido en una pesada carga de sobrellevar. Se la pasaba uno viajando 15/16 horas sin escalas para luego cambiar por otro vuelo doméstico, lidiar con migraciones, aduanas, el gentío, las esperas, los taxistas ¡ufff!! y por fin... el hotel. Una rápida ducha, traje y corbata mediante, y partir rumbo al primer encuentro, la mayoría de las veces sin poder reponer fuerzas y no teniendo idea clara de en qué huso horario estaba uno parado. Esta vez era distinto. Había algo más que valdría estos sacrificios. La respuesta que estaba buscando.
Hacía varias semanas que estaba esquivando la alternativa de trasladarse a Colonia, Alemania y había tratado por todos los medios de ser relevado de esa obligación minimizando la importancia de su participación en el evento. Retomó el tema con sus colegas y superiores, comenzó a mostrarse interesado de participar y tres días después ya estaba todo decidido. Viajaría allí como parte de una comitiva, aunque sus obligaciones eran diferentes a la del resto ya que debería contactar por su cuenta a algunos proveedores alemanes y realizar un informe al respecto para presentar en la última reunión del evento, lo que le daba la libertad de movimiento que precisaba.
Viajaría en una semana, un martes, para arribar el miércoles a Colonia. Se hospedarían todos juntos y tendrían una primera reunión de agenda ese mismo día. Convino citas con sus contactos europeos de forma tal que utilizaría jueves y viernes para los encuentros y, aunque tuviera que desvelarse, pasaría el viernes a la noche armando el informe que debería presentar en la reunión del lunes antes de emprender el viaje de regreso. Averiguó con su agencia de viajes los horarios de los vuelos entre Colonia y Barcelona y constató para su alegría que, a pesar de no haber muchas frecuencias rápidas y directas, si podría partir el sábado a primerísima hora de la mañana teniendo que volver recién el domingo entrada la tarde para arribar en la noche de regreso. De esta forma dispondría de todo el sábado y buena parte del domingo.
No soportaba las ganas de tener la posibilidad de contárselo a Mónica. Le mandó un e-mail tomando él esta vez la iniciativa de citarla en el Café. Llevaba como postdata la promesa de una sorpresa, si no lo hacía esperar mucho. Hecho esto, y con solo tener que esperar a contarle para poder cerrar las reservas de vuelos y hotel en Barcelona (que por supuesto deberían correr por su cuenta), se propuso dedicarse concienzudamente a su trabajo para tratar de dominar la emoción que sentía. Le parecía imposible lo que estaba viviendo. A los años de experiencia que aquilataba, no recordaba haberse sentido en un estado así anteriormente. Y la posibilidad, ahora cercana, de poder experimentar en carne propia por fin aquellas sensaciones descubiertas en la sala de chat, alimentaban su ansiedad.
La posibilidad que Mónica estuviera de viaje y no llegara a tiempo de leer su mail y se arruinaran sus planes era el primer pensamiento que lo preocupaba, aunque otro temor no menor ocupaba sus sentidos. Y era la alternativa que Mónica no quisiera, por las razones que fueren, encontrarse con él. Todo esto daba vueltas en su cabeza en esos días cuando arribó el e-mail esperado aceptando la cita y también con una postdata que lo hizo sonreír más tranquilo: ‘Extraño nuestra lujuria ¡!!’ – decía.
Comenzaron a hablar de cosas sin importancia cuando ella le preguntó por la sorpresa, a lo que él respondió: ¿Qué planes tenés para el próximo fin de semana? Nunca me contaste como ocupás tu tiempo libre.
Hayy bebe, no mucho por contar. Me gusta mucho cuidarme y, como no tengo una nutrida vida social, si no voy con algunos amigos a tomar sol, que me encanta, descargo mi adrenalina y demás energías - (cambiando el tipo de letra para que se diera cuenta que ponía énfasis en el tipo de energías a las que se refería) – dándome como loca con la gimnasia, de paso cuido este cuerpito, ¿viste? ¿Por qué me preguntás? – terminó.
Te empiezo a responder con otra pregunta – dijo él – ¿A que no sabés quién viaja a Europa la semana que viene y va a tener el fin de semana libre pudiéndose hacer una escapada a Barcelona?
El chat se quedó mudo. En unos instantes que le parecieron siglos ninguna palabra apareció. ¿Será cierto entonces que no querrá verme?
¿No me digas que venís? ¿Si?
Si – respondió él lacónicamente.
Biennnn! ¡!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡Genial!!!!!!!! ¡¡¡¡No puedo creerlo!!!! – fue la respuesta. Todo comenzaba a encajar. Segundo temor resuelto.
Comenzó a contarle los pormenores del viaje, de cómo lo había revivido después de cajonearlo por algún tiempo. De cómo se había decidido a aprovechar esa oportunidad de conocerla, tenerla enfrente, poder verla al fin cara a cara. Ella comenzó a ponerle algunos paños fríos al asunto. Que debían ir con calma. Que era genial que viniera y por fin encontrarse, pero no quería que se hiciera ilusiones y tampoco se las hacía ella. Que todo esto había funcionado 10 puntos hasta ahora en este medio, de esta forma, pero que no había garantías para ninguno de que la química se repitiera cuando al fin estuvieran a un touch uno del otro.
Ale, (ya no era bebé) no quiero que nos hagamos falsas expectativas. ¿Y si no te gusto? ¿Y si no me motivás? Hemos hablado hasta el hartazgo todo este tiempo de cómo funcionan las cosas. ¿Y si no funcionan para ambos? ¿O para alguno de nosotros?
Él también lo había pensado. Pero lo tenía claro, absolutamente claro.
Mirá Moni. Quedate tranquila. Yo no me hago ilusiones de nada. Hasta hoy he descubierto una nueva forma de verme y sentirme. Me he descubierto o despertado una faceta de mí que desconocía ... y me encanta todo lo que viví. Todo eso tiene un nombre, el tuyo. Ahora que tengo la oportunidad solo pretendo tenerte frente, mirarte a los ojos con una taza de café de por medio y descubrir, percibir si todo esto puede sentirse de verdad.
¿Pero... – lo interrumpió - y si descubrís que no es así? ¿O soy yo la que no puedo responder?
Te digo que no te preocupes. El objetivo de mi viaje es el de tener en frente a la mujer que me sacudió, conocerla, compartir una charla, tomar un café... Si nada ocurre, si la piel no manda, si no se enciende la química…el domingo me vuelvo con el recuerdo del sabor del mejor café que tomé en mi vida y chau. Sin rencores. Sin reproches.
Ayyy, bebé. Sos divino¡!!! ¿Ves? Eso me gusta de vos. ¿Quién te dice después de todo?
¿Qué cosa?
Que a lo mejor funcione, y eso también me asusta.
Siguieron hablando del viaje. De los detalles. Le prometió que esa misma tarde confirmaba las reservas (ella le recomendó un hotel nuevo buenísimo que había cerca), y le mandaba un e-mail con la información de número de vuelos, horarios y demás. Quedaron en que dos días después la llamaría al celular para ponerse de acuerdo, y así fue.
Dos días después, con todo listo, pasaporte y pasajes en mano (los oficiales y los otros), ya había acordado con el resto de la delegación que no lo incluyeran en los planes del fin de semana porque aprovecharía para visitar unos ‘amigos’ en España y que los reencontraría en el hotel el domingo por la noche para preparar la última reunión y el regreso, y la llamó. e pareció percibir cierta frialdad del otro lado del tubo que no se llevaba bien con el estado de ansiedad que cargaba él. No se daba cuenta que estaba conociendo a ‘otra’ Moni diferente a la desinhibida del chat. En otro aspecto diferente.
Con el transcurrir de la conversación su ansiedad se fue calmando y ella fue endulzándose más abandonando paulatinamente el “Ale” para dar lugar al “bebé”.
¡¡¡¡Como ella vivía cerca de Barajas y el hotel estaba a mitad de camino de Barcelona, ya había acordado que no acompañaría a sus amigos en su incursión veraniega y lo iría a esperar al aeropuerto a las 8:30!!! en que él llegaría y estaría a su disposición para acompañarlo y pasear hasta la tarde del domingo en que regresara.
Cuando hubieren terminado de ponerse de acuerdo y ya se despedían por última vez hasta su encuentro en el aeropuerto de Barajas, ella le dijo: ¿Bebé...te puedo confesar algo?
Sí, por favor. Decime.
¿Tengo miedo, sabés?
Noooo Moni. Por favor.... – casi imploró.
¿Seguro que no nos vamos a hacer mal? ¿Seguro que nos vamos a saber preservar de hacernos daño? Mirá que no quiero sufrir... ni que sufras....
Noooo, quedate tranquila….
¿Estás seguro de que no te vas a poner mal si esto no funciona? – lo interrumpió.
Moni, escuchame. Para encamarme y sacarme las ganas... no me hace falta viajar a Europa. ¿Me oís? Mi viaje es para poder conocerte, tenerte frente a mí, compartir un trago o un café ...... Lo que ocurra más allá de ello, no me importa. Y si no ocurre nada, te repito, me habré tomado el mejor café de mi vida...y el más caro también…- bromeó. Se rieron unos instantes y al fin se despidieron por última vez.
Colgó el auricular, encendió un cigarrillo, se reclinó en el sillón de su escritorio y se quedó pensativo viendo las volutas del humo subir por el aire lentamente haciendo extraños dibujos….
Era cierto. ¡¡¡Si Sr.!!!, era cierto. Después de que organizara su viaje, obviamente con la sana intención de terminar revolcándose en la cama con Moni, en su afán de tranquilizarla.... había terminado descubriendo que todo cuanto le había dicho para lograrlo, era verdad! Estaba dispuesto a cruzar el océano para solo tomarse un café, aunque debiera regresar con las ganas de revivir aquellos delirantes encuentros que el chat le había deparado. ¿Se conformaba con solo eso que sería lo que le permitiría descubrir la respuesta que estaba necesitando…? ¿Se podría sentir y provocar toda esta catarata de lujuria y placer descontrolado en la vida real? ¿Y sentirlo con la misma intensidad? Al fin lo sabría. Era su expectativa. Y se extrañó pensando que, si no había nada más, igual estaría conforme.
Fueron pasando los días y la vorágine de acontecimientos que todo viaje acarrea, más aún si es de trabajo, ocuparon todo su tiempo, aunque no sus pensamientos.
Llegó a Colonia y tal como habían acordado, la llamó al celular para confirmárselo. Ella se notó muy contenta y entusiasmada ante la expectativa del encuentro del que hablaba con total naturalidad como si fuera a esperar a un viejo amigo a quien no ve desde hace años. No la notaba con esa sombra de temor que le confesó días atrás, lo que lo calmó.
Se recordaron los horarios y se despidieron con un ‘hasta el sábado’ que le sonó, en su boca y en sus oídos, cargado de sugestividad.
Comenzó su actividad esa misma tarde. Ya estaba trabajando acertadamente, como siempre fue su costumbre. Tenía la mente despejada y dedicada a sus obligaciones. Aquellos nervios, aquella ansiedad que lo invadiera desde días atrás, había dado lugar a una calma, a una paz de la que disfrutaba. Iba a jugar un partido solo por jugarlo, no importaba si ganaba o no. Con solo entrar a la cancha, ya estaba conforme.
Llegó el viernes por la noche, se despidió de sus colegas después de la cena y subió a su habitación a apresurar los preparativos. Poner algo de ropa en la valija más pequeña. Seleccionar cuidadosamente toda y cada una de las prendas que llevaría, incluso la ropa interior, como se obsesionaba tiempo atrás preocupándose que el tono y motivo de sus bóxers hiciera juego con el resto de la vestimenta. Se sonrió en soledad descubriendo el revivir de esa vieja manía. Preparó la cosmética, el kit de higiene bucal, la afeitadora, el cepillo del pelo que, aunque iba quedando poco debía ser ordenado, el desodorante y.… el infaltable perfume. No por los demás. sino por él mismo. Debía sentirse siempre el perfume sobre la piel, en sus manos, en su ropa, todo el día. Y como maníaco de las fragancias, no había podido eludir entrar al free shop del aeropuerto y reaprovisionarse de su consabida batería conformado por los dos o tres que alternaba para no acostumbrarse. Esta vez, el Armani fue el elegido para parar en el bolso de viaje.
Pasó casi una hora preparando el informe que necesitaría el lunes, se dio una reparadora ducha y, último cigarrillo en mano se tendió desnudo sobre la cama boca arriba disfrutando del fresco ambiente que le creaba el aire acondicionado mientras su cigarrillo se consumía al ritmo que lo ganaba un agradable sopor en el que se mezclaba la imagen de Mónica que le llegaba desde la foto que le mandara tiempo atrás por e-mail. La visión de ese cuerpo bronceado apenas cubierto por un diminuto traje de baño que no dejaba nada librado a la imaginación, sumado al recuerdo del calor de sus encuentros en el chat, terminaron por provocarle una erección que hubiera precisado de los buenos oficios de su Afrodita cibernética y no de su propia mano, pero –pensó- ‘Mejor me doy vuelta y me duermo sino mañana pierdo el avión’, y apagó la luz durmiéndose de inmediato.
La voz metálica del parlante sobre su cabeza anunció, sacudiendo su adormecimiento, el arribo en minutos al aeropuerto de Barcelona. Se sentía ansioso, intrigado, pero tranquilo. Había llegado el momento y más de una alternativa de encuentro cruzaban por su mente.
Se encaminó con el resto del pasaje a la escalera del avión y comenzó de transitar los metros que lo separaban del edificio. El sol abrazador del verano lo cegó momentáneamente al tiempo que se calzaba los lentes obscuros. En cada paso que daba se imaginaba observado por un par de ojos desde algún lugar. Se sentía como en medio de un escenario, representando alguna obra sin poder distinguir al público presente.
Distraídamente y al amparo de sus anteojos de sol, recorría con la vista las caras que se acercaban en su horizonte tratando de descubrirla.
Se encolumnó en la hilera de pasajeros que se formó ante migraciones como tratando que quien lo observara no notara la excitación que recorría su interior.
Aquí tiene Sr. – le entregaron el pasaporte visado.
Lo guardó con un movimiento automático y levantó la vista siguiendo al grupo que se dirigía buscando la salida al tiempo que distinguía entre los apiñados parientes y conocidos que aguardaban a los viajeros, a Mónica que lo observaba desde lejos, con una media sonrisa en su rostro, mordiendo la patilla de sus lentes de sol.
Era tal cual ¡!! se dijo. Ni bonita, ni fea. Era ella. Con su melena corta, sus lentes oscuros en bincha. La esperada materialización de sus más privados pensamientos de los últimos tiempos.
Comenzaba algo nuevo, diferente, impensado. Empezaba rápidamente a cambiar idealizaciones por realidad. Comenzaba a tornarse real aquel cuerpo que había imaginado, todo comenzaba a ser real. Era una sensación similar a la de la primera borrachera, el primer pedo de alcohol, pero, sin los mareos y la pérdida de equilibrio.
Ella era un poco más alta de lo que había imaginado, aunque no mucho más que él. Ya habían bromeado con eso en varias ocasiones y siempre terminaron riéndose ante aquello de que hay una posición en la que dos cuerpos no importa cuán más largos sean uno de otro.
Tenía el cabello más bien corto, acomodado como con un estudiado descuido y enmarcando su cara en grata armonía. Vestía una remera corta, ajustada, que permitía adivinar las medidas de sus pechos a los que pretendía cubrir. Estaba mejor dotada de lo que le había contado y eso le gustó. No se notaba nada de más, ni rollitos ni caderas. Al menos de frente el conjunto era más que agradable, aunque los jeans ocultaban gran parte del entretenimiento.
Llegó a su lado como si la conociera de siempre. Ella estaba más turbada de lo que pretendía demostrar y, como dos jovencitos en su primera cita, se besaron en las mejillas rápida y nerviosamente. También rápidamente lo tomó del brazo y comenzaron a hablar de tonteras, del viaje, del calor, del gentío mientras ella le indicaba el camino a la playa de estacionamiento donde los esperaba su coche, que los llevaría al hotel.
Cualquiera que los hubiera visto y desconociendo la corta historia que los unía, hubiera pensado que se trataba de parientes o viejos amigos. Ella le ubicó el equipaje en la parte de atrás y se subieron al auto. Ya aparecían nuevas sensaciones. Nunca viajaba del lado del acompañante. Siempre era él quien manejaba. Así que interrumpiendo la conversación de ella le previno:
Me subo de este lado, pero.... ahora. ¿Desde el hotel en adelante... el que maneja soy yo? Con tu guía, pero yo, ¿OK?
Si Ale, como quieras. – Respondió ella con una sonrisa.
Se sentaron, ella puso en marcha el coche y él, en un arrebato le dijo: ‘Esperá, no arranques todavía’
Ella lo miró entre intrigada y divertida. El, poniéndose casi de frente a ella, desde el otro extremo del auto con su espalda apoyada sobre la puerta y la vista clavada en su cara le dijo: ‘dejame que me reponga. Dejame que te mire.... ¿Te das una idea de lo irreal que me parece todo esto?’
Ella bajo la vista sonrojada haciéndole caso de no arrancar. Mirá vos – pensó Alejandro para sí- así que es tímida a pesar de todo?
Al final partieron, anduvieron las calles soleadas conversando de trivialidades, aunque él, y seguramente ella también, estaba en otro mundo que era como un manojo de sensaciones dentro de un lavarropas girando alocadamente y sin orden.
Sin haber acordado plan alguno, llegaron al hotel. Este en verdad era muy lindo, como había anticipado Mónica, y se respiraba a nuevo por todos lados. Tenía una ambientación algo ‘caribeña’, más acorde con la temperatura reinante que con estar en España, con profusión de palmeras y floridos canteros en el extenso jardín en el centro del cual estaba edificado. ¡¡¡Era realmente enorrrmmeee!!! Tan es así que, una vez concluido los trámites del registro, los esperaba fuera del lobby un carrito eléctrico que conducía el botones por un ondulante sendero hacia el bloque en que estaba la habitación. Por supuesto que ella lo acompañaba sentada a su lado.
El botones abrió la puerta, depositó el equipaje dentro. Cumplió con el rito de abrir cortinas, controlar el contenido del frigobar y verificar los controles del aire acondicionado, ganándose la propina que Alejandro le entregara antes de cerrar la puerta.
La habitación era inmensa y muy iluminada. El mobiliario sobrio, moderno y escaso le daban un aire de elegancia y frescura. Había en el extremo opuesto al ingreso dos estupendas camas de medidas descomunales. En el lado opuesto había un fino mueble de considerables dimensiones sobre el que descansaba un inmenso televisor que tenía ubicado, a un lado y bajo él, el frigobar.
En un rincón, un juego de fina madera y ratán de 4 sillones en torno a una mediana mesa redonda completaban el mobiliario.
Mientras conversaban como distraídamente de lo cansador de esos días de trabajo y viajes, Alejandro acomodó algo de sus ropas y Mónica encendía un cigarrillo con la cola descansando apoyada contra el mueble y los lentes obscuros como vincha dándole un aspecto estudiadamente informal y fresco. Mientras escuchaba la conversación y sus manos acomodaban la ropa como para no estar quietas, se preguntaba ¿qué hacer??? Estaba en el cuarto de hotel, solo, con ella, con aquella mujer que impensadamente le había despertado aquel ataque de lujuria que quería descubrir en verdad sobre su piel. Estaba librando una lucha interior sin cuartel para no acercarse a ella y comenzar a tratar de disipar sus dudas, pero se dijo andaría con calma, dejando que las cosas fluyeran por si solas y vería entonces a donde y en que terminarían.
Convinieron en salir a dar una vuelta en su coche como para que conociera algo. Al ponerse en movimiento, ella le preguntó si no le molestaba que pasaran antes por su casa ya que quería cambiarse de ropas por algo más cómodo. Había salido temprano rumbo al aeropuerto y su vestimenta no se ajustaba al calor que ya reinaba. Contestó que no había ningún problema, mientras pensaba para sus adentros si no estaría siendo ella la que tomaba la iniciativa con esa excusa. Nuevamente decidió esperar que las cosas fueran sucediendo.
Unos minutos después llegaron a su departamento. Lo invitó a pasar para que no se ‘cocinara’ dentro del auto y, cerrando la puerta de entrada tras ellos, lo invitó a que se acomodara en la terraza mientras subía a cambiarse. él se sentó en un cómodo sillón bajo la fresca sombra que cubría gran parte de la estancia, abrió el atado de cigarrillos y, mientras aspiraba profundamente el humo, trató de acomodar sus pensamientos que bullían alborotados en su cabeza. ¿Cómo sería? ¿Podría al fin sentirla en su propio cuerpo? ¿Daría ella lugar a que ocurriera y pudieran revivir aquellos momentos intensos de la sala de chat? Sabía que estaba temerosa, lo notaba por debajo de esa tranquilidad y seguridad que intentaba demostrar, pero ¿podría combatirla Mónica? ¿Tendría ella en este instante los mismos pensamientos? ¿Estaría esperando que fuera él el que, sin esperar más, ya mismo tomara el toro por las astas? Y por fin la más importante. ¿Regresaría con la respuesta que había venido a buscar? ¿Se podría sentir de verdad y tan intensamente todo y cuanto había experimentado gracias a ella en este tiempo?
En estas cavilaciones deambulaba cuando ella bajó por la escalera preguntándole si quería tomar algo. Si prefería un café, algo fresco, ¿mate? Buena proposición, pensó él. Con el mate podremos quedarnos más tiempo en soledad. Entonces le contestó que los prefería, ya que desde que salió días atrás no había tenido oportunidad de tomar y es un vicio que se extraña.
La acompañó a la cocina y continuaron charlando mientras ella cumplía con el rito de prepararlo. Le propuso que después salieran a dar aquella vuelta de reconocimiento, a lo que él se animó a contestar que, el objetivo de su viaje no era el turismo. Que con solo estar con ella tenía más que suficiente y no tenía interés alguno en conocer nada más. Ante esta cuasi declaración ella se ruborizó notoriamente, bajo la vista como observando los preparativos y contestó: OK.
El la observaba atentamente. Acodado en la mesa de desayuno ahora podía contemplar mejor su cuerpo. Se había quitado lo que llevaba desde la mañana y se había puesto un vestido bien al cuerpo de falda absolutamente corta y un escote ‘tranqui’ que sin embargo dejaba entrever el pliegue que formaban sus pechos cuando cruzaba los brazos. Tenía una buena figura, proporcionada, casi no coincidía con la cara que, si bien no era exageradamente bonita y hacía un conjunto agradable, denotaba el paso de algunos añitos de los que no había evidencias aparentes en el resto.
Llevó el equipo de mate a la terraza y se sentaron a conversar... Él había perdido la idea de la hora. Estaba comenzando a relajarse como aquel que ya está jugado. No tenía nada que perder. Ya estaba frente a ella. Ya sentía la misma vibración que cuando aparecía en el chat. Ya casi conocía parte de la respuesta que había venido a buscar. Solo quedaba enterarse si a ella le pasaba lo mismo.
Después de mucho rato y mates, lo invitó a acompañarla a comprar cigarrillos.
Como no era muy lejos, decidieron ir caminando, como paseando, las 2 o 3 cuadras que los separaba del kiosco. La charla continuaba ininterrumpidamente, de los estudios, de la infancia, de la Argentina, de la familia... uno a uno iban saliendo los temas y ellos los desmenuzaban como viejos amigos poniéndose al día. Mientras caminaban y como automáticamente, él ponía su mano en su espalda a la altura de la cintura en un gesto caballeresco como gobernando sus movimientos cada vez que cruzaban la calle. El contacto de ese añorado cuerpo contra su mano lo aceleraba y necesitaba de mil esfuerzos para que no se notara nada más que la gentil intención de velar por su seguridad.
Ya de regreso, serían a esto pasadas las 4 de la tarde, ella insistió en llevarlo a recorrer algo de la ciudad, pero él, aduciendo el calor reinante y lo cómodo que se encontraba, le propone cambiárselo por otra ronda de mates. Dicho todo esto mirándola a los ojos como devorándosela y conteniendo el impulso de saltarle encima y jugarse a todo o nada.
Llevaba horas observando sus hermosas piernas que quedaban casi al descubierto ayudadas por lo corta de la falda, cada vez que las cruzaba. Notaba sus pezones erectos a través de la tela de su vestido, pero debía desviar la vista inmediatamente para no demostrarse desesperado ni ahuyentarla. Tenía la impresión de que en ella ocurrían las mismas sensaciones, ese estar desde hace horas sentados frente a frente representando la comedia de los amigos atrasados de charla, mientras se estaban haciendo el amor con los ojos y las miradas desde hacía rato.
Si era así, si ella sentía lo mismo, se le veía temerosa o tímida y no tenía que presionarla. Seguiría tratando de dominarse en pos de dejar que las cosas fueran sucediendo, pero dentro suyo... el combate continuaba.
Nuevos mates delante, esta vez acompañados de algo para picar ya que ninguno de los dos tenía apetito y ya habían convenido salir a cenar por la noche. Renovada conversación mediante, profundas miradas mediante, las horas continuaron fluyendo hasta que el atardecer comenzó a ganar en sombras la terraza. Llevaban 8 o 9 horas de estar juntos en ese juego que él intuía que ambos jugaban cuando decidieron que era tiempo de prepararse para la velada nocturna.
Ella lo llevó de regreso al hotel para que descansara un rato y se cambiara quedando en pasar a buscarlo a las 9 pm. Se dieron un beso en la mejilla, aunque él puso el suyo en la comisura de sus labios y el ‘hasta luego’ marcó la campanada del primer round que terminaba.
Fue a su habitación, se desvistió desordenadamente y se tiró boca arriba en la cama como si hubiera estado trabajando todo el día. Recién allí se dio cuenta de lo tensionado que estaba y el cansancio iniciado con la madrugada que había tenido para no perder le vuelo, lo ganó quedándose entredormido. Media hora después se despertó. Meticuloso como era, preparó sobre la otra cama la ropa que se pondría, preparó la ducha tibia y dejó que el agua completara la relajación que le hacía falta. Se secó detenidamente, envolvió su desnudez con el toallón anudado a su cintura y disfrutó de una dedicada afeitada, después de la cual se puso generosas cantidades de perfume. Era uno de sus ritos y disfrutaba de él. Salió del baño, y mientras su cuerpo recuperaba su temperatura, acomodó la habitación y puso en el cajón de la mesa de noche la caja de preservativos que había comprado en el aeropuerto de Colonia.
Pensar que a sus años y después de tantas noches compartidas, pocas eran las veces que los había utilizado, pero, debía estar preparado. No sabía dónde ni como se terminaría la noche.
Se vistió lentamente prestando atención a cada detalle que le devolvía el espejo, guardó dinero y documentos en su bolsillo y, dando una última mirada de control a su alrededor, apagó la luz y salió rumbo al lobby.
Se sentó en un cómodo sillón y, mientras encendía el enésimo cigarrillo del día, llamó por teléfono a uno de sus colegas para matar el tiempo y de paso conocer como habían terminado la labor del día. Minutos después, y teniendo aún el auricular en su oído, la vio entrar. ¡¡¡Estaba para el infarto! Llevaba tacos altos que destacaban aún más las espléndidas piernas. Una falta tan corta que no quiso ni pensar en el espectáculo que daría al sentarse. La blusa, ceñida a su talle, de una negra tela sintética de fina textura, sin mangas y con un cuello raro ya que se cerraba alrededor de su garganta, pero tenía una caladura casi en forma de corazón sobre el pecho que permitía ver una amplia zona de su piel y dejaba poco librado a la imaginación.
Un suave maquillaje y el dulce aroma de su perfume completaban el conjunto. Mientras le daba un beso en la mejilla y hacía señas para que se sentara a su lado en espera de terminar su conversación, se dijo para sí que no terminaría la noche solo en esa cama. No al menos sin intentar evitarlo.
Apuró la conversación, se despidió de su colega y pidiéndole las excusas del caso la saludó más detenidamente, aprovechando el movimiento para aspirar todo el perfume que emanaba su piel. A pesar del génesis que había tenido su relación, a pesar de los locos momentos de cibernética lujuria que habían compartido, a pesar de haber estado en soledad con ella a su lado, fue el primer momento desde que bajara del avión por la mañana en que notara que una tremenda erección abultaba sus pantalones obligándolo a meter su mano en el bolsillo para tratar de ‘acomodar’ el problema.
Le ofreció su brazo en tono jocoso (aunque no lo era) lo que ella aceptó aparentemente encantada y partieron rumbo al coche que los esperaba en la puerta. Esta vez, y tal como había sentenciado por la mañana, le pidió las llaves y le abrió la puerta del acompañante para que ocupara ese lugar, lo que Mónica aceptó entre halagada y complacida. Su intención tuvo una primera e inmediata recompensa, ya que al sentarse en la baja butaca del coche ocurrió lo que suponía y la breve falda de ella se subió más allá de lo moralmente permitido dejándole observar esas espléndidas piernas desde su nacimiento. El acontecimiento tubo como réplica un automático movimiento de ella para corregirlo sin darle importancia. Otra vez la mano de Alejandro tuvo que pasear por su bolsillo mientras rodeaba el coche en busca del lugar del conductor. Esta velada debería tener un buen final. No podía ser de otro modo.
Condujo por las calles atiborradas de gente que huía de sus casas en busca del aire fresco que mitigara le agobiante jornada. Ella le indicó el trayecto a seguir que los llevaría a un típico restaurante español muy acogedor. El ambiente del lugar era de algarabía y se prestaba para distenderse. Compartieron unos camarones a la no-se-que, regados con un fresco vino italiano, y solo el café del final los trajo al mundo de regreso ya que, por primera vez en el día, se habían permitido inconscientemente (solamente) disfrutar una agradable cena sin siquiera pensar por un instante en esa realidad que los había llevado a conocerse.
Partieron ya cerca de medianoche sin rumbo fijo haciendo Mónica de cicerone por las calles de Barcelona. Lo condujo hacia las afueras de la ciudad para mostrarle el edificio de apartamentos donde había alquilado uno que le entregarían en pocos días más. La vista de la ciudad desde allí era espléndida. Tenía una terraza con una hermosa piscina cuyo barandal parecía el del cielo, ya que se dominaba toda la ciudad desde allí. Otra pareja, sentada a un costado, conversaba distraídamente mientras apuraban sus tragos.
Se acodaron en la baranda, codo con codo, mientras ella le comentaba los puntos de interés que se divisaban en el paisaje. Sus caras estaban a centímetros de distancia una de la otra mientras conversaba ‘como’ distraídamente. Otra vez había comenzado su lucha y quería desesperadamente comer esos labios que Mónica humedecía con la punta de su lengua cada tanto. En eso, y haciendo instintivamente lo mismo con la suya, le pareció descubrir como Moni no podía dejar de fijar su vista en ese acto y tubo que contenerse para no recorrer con su boca el escaso espacio que separaba sus labios y fundirlos al fin en ese soñado beso preludio de tan esperado encuentro. No supo por qué, pero, no cedió. Quería saber hasta cuándo y con qué medios daría señales inequívocas Mónica de estar teniendo la misma lucha que lo consumía.
Decidieron subir al coche y continuar el paseo en busca de algún lugar tranqui donde tomar una copa para terminar la velada. A pesar de sus ganas, los intentos se vieron frustrados por una inusual inactividad de los lugares nocturnos a pesar de ser sábado por la noche. Mónica le propuso ir a una de las boîtes del hotel que con seguridad estaría abierta y, mientras conducía hacia allí se preguntaba si no sería alguna táctica para tener excusa de llevarlo tan temprano de regreso al hotel. ¿Sería que tendría planes con otro? ¿Sería que la había decepcionado por demorar tanto en intentar acercarse?
Lo cierto es que ya estaban estacionando el coche en la playa rodeada de palmeras del costado del hotel. A pesar de la jornada, había poco movimiento y de no ser por un ruidoso grupo de unos ocho jóvenes que entre gritos y risotadas daban cuenta de copiosas cantidades de whisky, la suave música que sonaba de fondo se hubiera escuchado perfectamente.
Se ubicaron en un sillón, a la derecha de la barra, que los separaba del ruidoso grupo y acompañaba con una acogedora penumbra la soledad que buscaban. Ella pidió un café irlandés y él un whisky con hielo, sin agua. Esta vez el sillón los obligaba a estar muy juntos y el costado de su pierna estaba totalmente apoyado contra la de ella que no se preocupaba por moverla.
La luz del encendedor que él acercó a su cara para encenderle el cigarrillo le permitió ver los ojos renegridos clavados inquisidora mente en los suyos a pesar de que hablaban un idioma completamente diferente al de su boca que se ocupada de tratar de armar planes para el día siguiente. Seguramente habría sol, y lo pasaría a buscar por la mañana para llevarlo a conocer las fuentes de Montjuic y luego a la playa para disfrutar del mar hasta la hora en que tuviera que alistarse para partir.
Ya iban por el tercer cigarrillo cuando el mozo les informó que, siendo las 2 a.m. iban a cerrar. Era inaudito que en toda Barcelona no hubiere un lugar donde quedarse tranquilos justo ahora en que los roces de sus piernas y la cercanía de sus caras presagiaban que tal vez pronto cedieran todos los muros de contención. él apuró su vaso y poniéndose de pie, la tomó de la mano para ayudarla a incorporarse notando, en ese contacto, cierto temblor en su cuerpo. ¿Será que continúa con miedo? ¿Será tan tímida con él, después de todo cuanto habían compartido en el Café literario?
Emprendieron una lenta caminata cruzando el lobby rumbo a la penumbra del estacionamiento. Mientras conversaba de no sabía que, se decía que este era el momento. Si no intentaba algo pronto, debería verla partir indefectiblemente y ocupar la cama en soledad contrariamente a lo que se había propuesto. Ya conocía la respuesta que había venido a buscar. Esa mujer lo movía, lo excitaba como pocas veces lo había sentido. Pero también había escuchado en su interior que se había mentido. No era cierto que alcanzara con esa respuesta. Debía sentirla en su piel, quería estremecerla con sus caricias, quería que dieran rienda suelta a esa lujuria que habían descubierto juntos. Quería llevarse esa sensación consigo y ese era el momento, o no se lo perdonaría nunca más.
Llegaron al auto. Alejandro apoyó su espalda contra él mientras ella intentaba apurar una despedida nerviosamente como si no sucediera nada extraño mientras su pecho se alzaba y hundía con una respiración notoriamente agitada.
Bueno – dijo Alejandro – Llegó la despedida.
Si – dijo Mónica – Pero mañana, señorito, lo vengo a buscar para que vayamos a la playa. No es justo que después de haber venido hasta acá, solo te la hayas pasado hablando conmigo.
Todo lo contrario – dijo el mirándola fijamente. Sabés bien que no vine en tren de turismo. Y eso tiene mucho que ver con vos.
Pero – dijo Mónica bajando la vista – Ale, no me hagas sentir mal. Habíamos quedado de ante manos que esto sería sin compromisos, sin presiones.
A él se le venía el mundo abajo. Estaba tratando de preparar el terreno y ella con esa respuesta, estaba dándole a entender que hasta allí llegaría la cosa.
Moni, yo te dije que vendría para tenerte frente a mi una vez en la vida. Con un café de por medio. Y tratar de buscar la respuesta que estaba necesitando. Claro que no hay compromisos, aunque...me encantaría si me acompañaras a mi cuarto esta noche.
Es que...- dudó ella – Ale, no te enojes. Vos sabés que te quiero. Sabés que no podía hacer menos que dedicarme a vos todo este fin de semana. Dejé todo de lado para hacerlo, pero.... no quiero lastimarme. Yo también descubrí que era verdad toda esa excitación que me provocabas en el chat. Y lamentablemente sé que se puede sentir, que la siento. Pero no quiero mañana tener que despedirte en el aeropuerto y quedarme vacía de nuevo. – Y se le pusieron vidriosos los ojos por las lágrimas que pujaban por inundarlos.
él la tomó de la cintura con ambas manos, la miró a los ojos, levantó su cara lentamente con el dedo índice para que lo mirara a la cara y, mientras se venían abajo sus últimas esperanzas mintió: No Moni, no te pongas mal. Por favor. Yo te dije que vendría desde la otra punta del mundo a tomarme un par de cafés con vos para conocerte, a descubrir si se podía sentir algo de todo lo que me provocaste en el chat y que lo que ocurriera después de eso, si ocurría, estaría librado al destino. Ya tengo la respuesta que necesitaba. Ya se que se podía sentir de verdad, que no era solo la imaginación. No te preocupes. No quiero hacerte mal y mal me sentiría yo si te hago daño.
Ella, que se limpiaba las lágrimas con el revés de su mano, lo miró a los ojos un instante, rodeó su cuello con ambos brazos y recostando todo su cuerpo sobre el suyo, hundió la cara en su cuello rogándole en voz baja que la abrazase fuerte, fuerte. Al contacto de su tibio cuerpo estrechamente apretado en un mutuo y fuerte abrazo Alejandro no pudo dejar de excitarse. Esta mina que lo ponía loco, ahora estaba martirizándolo. Le decía que no quería seguir adelante, pero lo excitaba con esa presentida despedida.
La apretó aún más atrayéndola bien contra si, apoyando todo su excitado ser contra su entrepierna mientras acariciaba su espalda con ambas manos.
Ella, aflojó la presión con la que sus brazos rodeaban su cuello solo lo suficiente para tener su cara frente a la de él. Su rostro, con rictus de cierto dolor dibujado en él, parecía hacer una pregunta que su boca no alcanzó a reproducir porque se estrelló de repente contra la suya tratando de devorarlo mientras su cintura comenzaba un leve movimiento circular estrechándose cada vez más contra ese miembro duro que sentía contra su sexo a través de la ropa.
Entreabrió las piernas un poco como para ubicar mejor su sexo sobre el de él y frotarse. Sus movimientos se volvieron más afiebrados. Sus brazos aprisionaban el cuello de Alejandro atrayéndolo a su boca que era lamida por la lengua ardiente de él que mordisqueaba sus labios casi furiosamente. Su pelvis se frotaba casi descontroladamente contra el cuerpo de Alejandro mientras este, acompañando levemente el movimiento, le acariciaba con sus manos la cola por sobre la falda. Ella soltaba su cuello para tomarle la cara entre las manos, separarse un instante de la de él como queriendo hacer una pregunta mientras su cuerpo obedecía a sus instintos, a su lujuria que amenazaba con tomar todo el control, hasta que esa boca solo lograba emitir gemidos de placer y nuevamente se entregaba a devorar la lengua de un excitado Alejandro que levantaba levemente la diminuta falta para que ella se apoyara mejor contra él y sus manos pudieran recorrer esa cola que tanto ansió. Que tanto soñó.
Pasaron casi media hora en esa lujuriosa gimnasia que llevaba la excitación a bordes por él insospechados, sorprendiéndose de no haberse acabado ya hacía rato. Ella luchaba consigo misma. La que pretendía no hacerse daño versus la hembra lujuriosa que parecía por momentos tener el control. Por esos mismos momentos en que empezaba a separarse de él como para preparar la retirada y nuevamente se hundía en sus brazos prendiéndose a su cuerpo como un pulpo de mil tentáculos y se entregaba a sus manos que acariciaban sus pechos erizando aún más sus pezones. Esas manos que acariciaban su espalda y su cola mientras la aferraban de la cintura acompañando los descontrolados movimientos de sus cuerpos que frotaban sus ardientes sexos.
Eran un manojo de brazos que apretaban, manos que recorrían con fiebre el cuerpo del otro, lenguas que se mordían por turno, gemidos que se mezclaban.
Estaban ambos excitadísimos. Ella luchando con su control, el disfrutándola hasta donde ella dejara, no presionándola más allá de donde quisiera ir. Ya estaba. Ya nada le importaba. Estaba descubriendo que también la sentía en su cuerpo, que le despertaba la misma lujuria que en chat. Y estaba descubriendo que a ella le ocurría lo mismo, aunque notaba que Mónica tenía barreras contra las que luchar y que debía sortear sola y correr los riesgos que declamaba querer evitar, o dar lugar a su control y recobrar la compostura.
Alejandro insinuó nuevamente que no podían seguir allí como amantes furtivos en la oscuridad, que mejor subían a su cuarto, que no podía haber más daño (si es que lo habría). Ya estaban sintiéndose como imaginaron y nada haría más fácil o difícil la despedida.
Mónica, separándose de él le dijo rotundamente que no. Que mejor dejaban las cosas así, que fueran a descansar y bla, bla, bla.
él no quiso insistir. A punto de violarla a como diera lugar, le tendió las llaves del coche y, cuando ella las tomaba, la escuchó decir, para su sorpresa: Fumemos un último cigarrillo antes de despedirnos, pero dentro del auto. No quiero que nos vean acá parados fuera como fugitivos.
Se sentó al volante y él en el asiento del acompañante. Le ofreció un cigarrillo, se lo encendió e hizo otro tanto con uno para él. Apoyando su espalda contra la puerta de forma de quedar observándola casi de frente. Ella aspiraba lenta y profundamente el humo de su cigarrillo mientras no le quitaba los ojos que mantenían con firmeza su mirada. Alejandro se preguntaba cómo podía ser que estuvieran allí en lugar de sobre una cama dando rienda suelta a toda la calentura que se despertaban. Trataba de entender y no le cabían dudas que ella era sincera. Tenía miedo de dejarlo entrar, no entre sus piernas, sino debajo de su piel y después sufrir con la separación. A él no le ocurría lo mismo. Para el esto era todo lujuria descontrolada con la que siempre había soñado al límite de creerse un enfermo por ese sentir y creyendo que este tipo de química y frenesí solo se veía en el cine porno y en su cabeza. Dentro de todo, terminara como terminara el affaire, estaba tranquilo. Ya tenía respondidas todas esas dudas. Indiscutiblemente su vida, más allá de Mónica, no volvería a ser la misma en ese aspecto. Ese del deseo, de la piel, de los gemidos.
Mientras estos pensamientos ocupaban su cabeza, sus ojos seguían mirándose sin quitarse atención. En el silencio reinante, solo perturbado por el sonido que hacían al exhalar el humo del cigarrillo, esas miradas hablaban sin palabras. Sus cuerpos estaban sudorosos por el esfuerzo y la tensión de la explosión de deseo que los desbordara. El pecho de Mónica subía y bajaba rápidamente al compás de su agitada respiración, proyectando hacia arriba los pezones erectos que se descubrían a través de la tela de su desacomodada blusa.
Fueron por turno terminando sus cigarrillos y cruzaron dos palabras sobre el horario del día siguiente. Acordaron que, dado que serían las 3 a.m. y la noche se terminaba apresuradamente, ella lo despertaría con una llamada para darle tiempo a que se alistase para después pasarlo a buscar. Se miraron fijamente a los ojos muy de cerca durante un segundo en silencio como dos fieras que se estudian, mientras él le acariciaba los cabellos de la nuca. Se dijeron chau, el acerco los labios a su boca lentamente para un último beso resignado y ella lo recibió con la boca entreabierta y su lengua expectante como para tragárselo de un bocado.
El deseo contenido, la lujuria que los desbordaban hizo más que su control.
Nuevamente se abalanzaron el uno en la boca del otro desesperadamente como sedientos, para comerse, morderse, lamerse desesperadamente poniendo la música que las manos bailaban recorriendo impunemente sus agitadas geografías en la búsqueda de provocar y sentir el placer tanto tiempo contenido. Mientras la besaba acostada en la butaca del auto, sus manos amasaban sus pechos arrancándole gemidos de placer... y ella lo dejaba hacer moviendo todo su cuerpo involuntariamente.
Mirá!! Mirá como me tenés – le dijo Mónica tomando su mano y dirigiéndosela a la entrepierna por debajo de la ya recogida falda. Alejandro pasó su mano por la tanga empapada de deseo y se puso a mil! La corrió rápidamente a un costado mientras ella gemía con sus besos, y comenzó a separar los labios con dos dedos en busca de su endurecido clítoris ya palpitante. Mientras hundía la lengua en las profundidades de su boca como dándosela de comer a ese ser que se retorcía dominada por la lujuria, dedicó sus caricias a esa concha caliente y mojada que pedía a gritos ser saciada de alguna forma. Ya no había objetivos. Ya no importaba como, quería hacerla gozar a como diera lugar y comenzó a pajearla frenéticamente.
Mónica, entre jadeos, se levantó la blusa alocadamente dejando al descubiertos sus hermosos pechos que se hinchaban de placer proyectando hacia arriba los pezones erguidos y rojos de deseo. Hundió Alejandro su cara entre ellos dedicándose a lamerlos frenéticamente provocando otra catarata de gemidos descontrolados al compás de su cuerpo que se arqueaba sobre el asiento presa de la desesperación que le provocaba el deseo que le propinaba la paja que las manos de Alejandro le estaban haciendo.
Lamelos bebé¡! - dijo como exigiendo – Lamelos... mirá como están. ¡¡Estos son los caramelitos que tenía para vos!! Así me los ponías en el chat. ¡¡¡Así!!! Ahhhhhh.
Extendió su mano por entre la maraña de brazos que apretaban, tocaban, pajeaban y la puso sobre el pantalón en la entrepierna de él. Inmediatamente sintió la dureza de esa pija que parecía de piedra alimentada por tanto franeleo.
¿Esto es lo que tenías para mi bebé? – dijo agarrando con fuerza la verga que empujaba el pantalón como queriéndolo reventar. – No me digas que está así por mí? Ayyyy que lindo!!!! Seguí tocándome bebe. Seguí. Asiiiiiii!!!!!! – dijo mientras agitaba frenéticamente en su mano esa verga que Alejandro no entendía como no había explotado ya mil veces... pero la novedad no le disgustaba. Mientras ella comenzaba a pajearlo burdamente a través del pantalón, él continuaba mojando su mano en los jugos que su deseo dejaba escapar por su vagina caliente y cada vez que un gemido escapaba de su boca o un nuevo arqueo agitaba su cuerpo, redoblaba los esfuerzos y la velocidad con que su mano la pajeaba y con que su boca chupaba y mordisqueaba alternativamente las tetas... él no decía palabras... tenía la boca muy ocupada pero su excitación era tal que tenía ganas de clavarla allí mismo, solo que ella estaba en el asiento equivocado e intentar moverla hubiera roto la magia que estaba a punto de culminar.
La respiración de Mónica comenzó a hacerse más agitada y febril. Sus gemidos más intensos a la vez que la mano de él se movía diestramente en su concha mientras ella agitaba frenéticamente la pija en su mano derecha. ¡¡¡Y sobrevino un último arqueo del cuerpo hacia arriba, el apuró aún más el vigor de su paja y ella exploto!!! En un solo grito ahogado... un solo gemido prolongado agarrándose con fuerza a su pija y sosteniendo contra su pecho la cara de él que continuaba lamiéndola... Y fue una catarata... una acabada que no terminaba más.... que parecía llevarse todas sus fuerzas…. y se entregaba a la destreza de Alejandro y a su lujuria.......Eran como miles de fuegos de artificio que explotaban a la vez sobre su cabeza... y nada importaba más... nada…. nada.
él retiró lentamente su mano de entre las piernas y ella, tomándola entre las suyas, se la llevó a la boca y la lamió lentamente de todos los jugos que la empapaban. Esa visión y esa sensación acrecentó aún más la excitación de él que intento algunas palabras tímidamente para convencerla de ir a la habitación, sin convicción ... y sin éxito. Ella había probado parte de ese negado néctar de placer y deseo y en todo su ser recomenzaba la lucha. Sabía que no resistiría un nuevo embate y se dispuso a partir. él bajó del auto, dio la vuelta, se puso en cuclillas en su ventanilla y se dieron un último beso. Se puso de pie bruscamente y palmeó el techo del coche.
Andate yá, o te bajo de los pelos y te violo acá mismo!!! – dijo entre jocoso y serio.
Chau bebé, hasta mañana. – respondió ella convencida de que así sería, y partió.
él quedó unos instantes aturdido, viendo alejarse el auto. Acomodó un poco sus desaliñadas ropas y comenzó a desandar lentamente los pasos que lo llevaron a su habitación. Abrió la puerta, entró y la cerró tras de sí quedándose unos instantes apoyado contra ella. No podía creer el mar de sensaciones y sentimientos encontrados que se alborotaban en su cabeza y en su piel. No dejaba de revivir esos intensos momentos mientras se desvestía arrojando la ropa por todos lados.
Sin dejar sus cavilaciones fue directamente al baño. Su cuerpo requería de una urgente ducha refrescante que lo librara de la sensación de cansancio extenuante y sudor que sentía en todo su cuerpo. Se metió bajo la fresca lluvia de la ducha y comenzó a enjabonarse lentamente mientras pasaban por su cabeza, como en una película, las escenas de todo cuanto había estado viviendo. Automáticamente sus manos enjabonaban lentamente a su pene duro y aún erecto que parecía a punto de estallar. Comenzó a mover rítmicamente su mano en torno a él subiendo y bajando por el glande ayudado por la placentera sensación resbalosa que le propiciaba el jabón.
Era tal la excitación que tenía que pocos movimientos hicieron falta para que llegara al clímax y saltara violentamente un chorro caliente de esperma urgente que pugnaba por ser liberado invadiendo todo su cuerpo de ese conocido temblor del deseo sosegado. Se quedó unos minutos con su pija en la mano disfrutando de esa necesitada acabada que terminaba de provocarse mientras la flacidez se hacía desear y el agua llevaba por el resumidero los vestigios de su lujuria auto complacida. Terminó la ducha, secó su cuerpo, lo perfumó y se deslizó, con un último cigarrillo en sus manos, entre las frescas sábanas de la inmensa y vacía cama.
No bien hubiera extinguido la última braza contra el cenicero de la mesa de noche, cerró los ojos e, instantes después cayó en un profundo sueño.
Eran gritos y ruidos indescifrables los que su mente trataba de reconocer y ubicar en el tiempo.
Lentamente comenzó a andar por ese túnel que comunica el sueño con la realidad acercándose cada vez más a la luz del otro extremo, de donde provenían los sonidos, y esta golpeó con fuerza en sus ojos acostumbrados a la penumbra. Estaba observando el cielo raso de la habitación desde la cama donde acababa de despertarlo el alboroto que, televisor mediante, le llegaba desde la habitación de al lado y que fuera el causante de arrancarlo de brazos de Morfeo.
Serían las 10 a.m. y el cuarto estaba inundado de una hiriente luz para su maltratada vista castigada por la falta de un debido descanso. Se descubrió totalmente aturdido y lentamente fue tomando contacto con la realidad y recordando donde estaba, por qué, qué hora era, de qué día y qué es lo que tenía por delante.
Con cierta alegría tomó cuenta que contaba con tiempo suficiente para disfrutar tranquilamente con Mónica de las horas que le quedaban en Barcelona antes que debiera reportarse en el aeropuerto a las 5 de la tarde. Los planes eran vestirse ligero de ropas con un short y zapatillas, disfrutar del sol y un almuerzo junto al mar para luego volver al hotel a cambiarse y partir al aeropuerto dejando tras de sí a aquella mina que irrumpió en su piel en el Café Literario y que, si bien no había podido cogerse, si había logrado sentir y que lo sintiera.
El objetivo de su viaje estaba cumplido y darse cuenta una vez más de ello, lo tranquilizó y lo invadió de una serena calma.
Se sobresaltó con el teléfono que sonaba insistentemente ayudando a sacudirle de encima las pocas telarañas que lo retenían en ese agradable sopor con el que nos despertamos cuando el apuro no nos corre. Sacó un brazo de entre las sábanas y lo extendió tomando el auricular. Era ella. Acababa de despertarse y, sin siquiera mover más que los músculos indispensables de su también extenuado cuerpo, lo llamaba desde la cama donde ronroneaba como una gata dándole los buenos días con una voz aguardentosa agradeciéndole, una vez más, la hermosa noche con que la había regalado y su comprensión y respeto en un gesto de inusual galantería que la halagaba.
Cambiaron unas pocas palabras y acordaron que se verían en media hora en el lobby del hotel.
Quitó rápidamente las sábanas de la cama y de un salto se incorporó y se encaminó al baño. Nueva ducha y reparadora afeitada mediante, cumplió con el rito de perfumarse y envolvió su cintura con la toalla para, mientras se templaba el cuerpo a la temperatura de la habitación, dejar todo el equipaje y la ropa que vestiría para el viaje preparada, ya que pensaba volver allí con el tiempo justo para cambiarse y partir en busca de su vuelo.
Todo listo, repasó una vez más mentalmente. El bolso de viaje con todo dentro, solo faltaban las cosas de tocador, pero las guardaría después de la ducha que seguramente tomaría antes de vestirse, la ropa sobre la cama sin destender, el pasaje de avión, y en sus bolsillos los documentos y el dinero y, los cigarrillos y el encendedor no habría más remedio. Debería llevarlos en la mano durante el paseo. Cerró la puerta y salió al jardín donde el sol, ya alto, prometía una más que cálida jornada que la del día anterior. Se calzó los lentes obscuros y se dirigió por el sendero que conducía al lobby.
Ella hacía su entrada, en ese mismo momento, por la puerta exterior. Caminaba hacia él con paso distraído. Llevaba puesto un vestido de finos breteles y falda muy corta de vistosos colores. Su semi-transparencia te dejaba adivinar un diminuto traje de baño debajo lo que creaba una imagen muy sugestiva. Los lentes obscuros como vincha y un bolso colgado del hombro le daban un aspecto delicadamente juvenil y fresco a la vez que lo decidido de su paso demostraban una seguridad que él sabía no era cierta.
Por un momento, mientras la observaba acercarse, sus latidos comenzaron a acelerarse para volver a su ritmo normal, habida cuenta de que ya había pasado la noche anterior todo cuanto debía pasar y solo restaba por delante, disfrutar de un hermoso día de playa junto a quien ya se había convertido en una muy buena e íntima amiga.
Se saludaron con un leve beso, cambiaron saludos y él la invitó a desayunar ya que sus ajetreadas geografías necesitaban café a raudales para terminar de despabilarse.
Se sentaron en una terraza acompañados de la sombra de unos hermosos árboles, rodeados de canteros de flores y mimados por una fresca brisa.
Pasaron un par de horas, rigurosa taza de café y medialunas de por medio, conversando relajadamente, sin apuros, sin nervios, sin resabios del fragor que había tenido la batalla de la víspera. Realmente se sentían cómodos el uno con el otro liberado, ahora sí, de la presión que los había hecho comerse con los ojos durante las largas conversaciones del día anterior y que tuvieron su punto culminante por la noche. él llamó a la jovencita que oficiaba de mozo, pidió la cuenta, firmó la boleta que se cargaría a su cuenta del hotel y pidió se acercara para decirle algo al oído poniéndole algunas monedas en la mano mientras Mónica, disimulando su asombro por lo extraño del repentino acontecimiento, era mudo testigo.
La moza se alejó dirigiéndose a un puesto de flores que, atendido por una viejita, prestaba su colorido al lugar. Después de unos minutos, volvió con una cómplice sonrisa dibujada en la cara y entregó a Mónica “de parte del caballero que la acompaña” un simpático ramito de violetas.
Desbordó toda su disimulada timidez al encendérsele la cara de rubor, que le hizo dar las gracias con una sonrisa que la iluminó por el halago del que había sido objeto, ¡¡¡y delante de testigos!!!
Se pusieron de pie y, mientras encendían un cigarrillo, se encaminaron al auto.
Mientras subían al coche para salir del estacionamiento Mónica le preguntó: ¿Ale, a qué hora era tu vuelo esta tarde?
A las seis, por?
¡¡¡Pero escuchame... – dijo pensativa –son más de las 12!!! ¡¡¡No vamos a tener tiempo de ir a la playa tranquilos y volver con tiempo para que te cambies!!!
Tenés razón ¡!! – dijo sorprendido. – No me había dado cuenta de la hora.
Hagamos una cosa – propuso Mónica – Cambiate ahora, cerró el hotel y cargamos tus cosas en el auto y nos vamos a comer algo a algún lugar lindo hasta la hora de ir al aeropuerto. Así no te vas sin conocer nada, che. Me da lástima que te hayas venido hasta acá y te vuelvas sin haber visto nada.
Mirá gatita – le dijo él poniéndose de frente y tomándola de las manos. – Yo no vine a ver nada diferente de lo que tengo frente a mí. ¡¡¡¡En todo caso vine a conjugar otro verbo, sentir!!! y lo hice!!! así que vos...tranqui. Pero, respecto del horario, tenés razón. Mejor hacemos así. Me imagino que no te vas a quedar dentro de este horno esperándome, ¿no?
Noooo bebé. ¡¡¡Me muero!!! Voy con vos.
Dicho lo cual, se bajaron los dos del auto y desbandaron sus pasos rumbo al ingreso del lobby.
Recorrieron el sendero rumbo a la habitación mientras ella hacía en voz alta el repaso de los lugares a donde podrían ir a comer. Entraron a la habitación, que ya había sido acomodada y, por primera vez, Alejandro se dio cuenta de la hermosa panorámica que dejaba ver el ventanal al costado de la cama. La vista en ese soleado día era preciosa y, el calor reinante afuera no se notaba con la fresca atmósfera que reinaba dentro de la habitación.
Mónica se sentó sobre esa cama observando hacia fuera mientras dejaba sobre la mesa de noche sus lentes y encendía un cigarrillo.
Alejandro, con total soltura, como si se tratase de una pareja de años, alistó la ropa interior y los pantalones que se llevó al baño para cambiarse.
Ella le hablaba de no sé qué mirando hacia fuera desde el borde de la cama mientras una suave melodía flotaba en el ambiente proveniente de los parlantes de la música funcional que había encendido. Alejandro, llevando los artículos de tocador que aún debía guardar en el bolso, salió del baño a medio vestir. Descalzo, llevaba puesto un jean color arena y el torso desnudo. Mientras el apuraba sus preparativos y se calzaba la chomba azul que completaría el conjunto veraniego, ella se acostó boca abajo en la cama transversalmente, dándole la espalda y mirando hacia fuera, mientras continuaban conversando. Ese movimiento, hecho con dudoso descuido hizo que su corto vestido se levantara permitiendo a Alejandro ver la tanga de su traje de baño que apenas cubría parte de esa hermosa cola que adivinaba bajo sus ropas.
Alejandro, acomodando sus cosas y sus ropas, no podía dejar de mirar el espectáculo que su cuerpo tendido le ofrecía mientras ella se empeñaba en señalarle algún lugar de la ciudad que se veía desde su ubicación. Ya su cabeza volvía febrilmente a bullir de deseo, de ganas de tener a esa hembra que. lo estaba provocando o era muy inocente! No se atrevía a catalogarla en ese aspecto. Ya se había sorprendido con esa ambivalencia durante el día anterior.
Decidió intentar algo y se acostó paralelo a su lado, también boca abajo, pegados hombro a hombro con la excusa de poder, al fin, distinguir en esa posición, el objeto de interés que ella le indicaba. Estaban tan cerca uno del otro que la tibieza del cuerpo de Moni contra el suyo lo excitaba y su entrepierna, presionada contra la cama, ya comenzaba a dar indicios de su calentura. Ella seguía conversando como si nada sucediera indicándole, con la mano, un lugar u otro cuando, casualmente, se dio vuelta para mirarlo y sus caras quedaron separadas por unos pocos centímetros mientras se miraban a los ojos.
Mantuvieron la mirada el uno al otro, durante algunos instantes, segundos, después de los cuales se acercaron mutuamente hasta que sus labios se encontraron en un ardiente beso.
Mientras con su lengua exploraba las profundidades de su boca ardientemente, Alejandro pasó un brazo por sobre su hombro apretándola aún más contra sí.
Se besaron apasionadamente, como devorándose, reeditando los gemidos y acelerando el pulso hasta que latía en sus sienes como la noche anterior. Casi sin separar sus bocas, Mónica se dio vuelta para quedar boca arriba en la cama y su rostro dirigido al de él para poder pasar sus brazos por sobre su cuello como colgándose de ese macho que la excitaba hasta el delirio.
Las manos de Alejandro comenzaron a acariciarla por sobre el vestido provocando sus ronroneos de gata en celo y los movimientos ondulantes de toda su figura.
Esto no era lo mismo que anoche, se dijo, él. Estamos solos en mi habitación, ambos acostados, casi uno sobre el otro......y se entregó febrilmente a desatar los breteles del vestido sin que hubiera oposición de parte de ella que continuaba devorando su boca y torsionado todo su cuerpo por el deseo y la lujuria que comenzaba a dominarla.
No se veían rastros de ese control con el que luchaba la noche anterior y, esta vez, él la notaba disfrutando libremente. Bajando el vestido, no sin dificultad, descubrió el busto apenas cubierto por el diminuto corpiño del bikini que poco tiempo más levantaba, por sobre su cabeza, dejando a la vista esos hermosos pechos en los que se zambulló para lamerlos con desesperación.
Mientras él acariciaba ardientemente sus tetas y mordisqueaba los pezones ya erectos, ella con la cabeza tirada hacia atrás, le acariciaba con ambas manos el cabello de la nuca y continuaba moviendo cada vez mas descontroladamente sus caderas.
Alejandro desocupó una de sus manos que deslizó suave y lentamente por sobre su vientre y metió dentro de la tanga recorriendo su vulva. Con dos dedos recorrió los húmedos labios de abajo hacia arriba apenas rozando los labios que comenzó a separar conforme se acercaba al clítoris arrancándoles grititos de placer. Una vez allí se dedicó a estimularlo suavemente, pero con firmeza mientras ella disfrutaba en medio de una respiración agitada.
Su lengua y sus labios no podían dejar de chupar las tetas que se hinchaban de la calentura y mordisqueaba suavemente con los dientes los pezones que se habían puesto increíblemente duros de la excitación.
Mientras esto hacía, su mano desató la tanga por un costado quitándosela por completo con un movimiento rápido en medio de los gemidos de ella que intuía la llegada de un mayor placer. él disfrutaba de todo cuanto le estaba haciendo y nuevamente se excitaba alimentado por las demostraciones del placer que le estaba provocando a Mónica que separaba sus piernas poseídas por una calentura increíble que parecía a punto de hacerla estallar en cualquier momento.
Alejandro se bajó de la cama rápidamente, como para no permitirle razonar un segundo, y arrodillándose en el suelo entre sus piernas, hundió su lengua en esa concha mojada y caliente habida de placer. Lamió los labios carnosos como con desesperación, los succionó con la boca como lamiendo todo el lujurioso néctar que despedía esa concha caliente. Hábilmente los separó con la lengua hasta llegar a ese botón de deseo que palpitaba de lujuria y se dedicó a presionarlo entre sus labios mientras, con ambos brazos estirados, jugaba con los duros pezones de las tetas que se agitaban al ritmo de la respiración.
Poco tiempo duró este ejercicio ya que Mónica comenzó una acabada como nunca antes había sentido él, explotando en su boca, inundándola de sus jugos en medio de espasmos que le recorrían todo el cuerpo descontroladamente, a la vez que imploraba desesperadamente:
Asiiii papito.... ahhhhhh... haceme acabarrrrrrrr, haceme acabarrrrrr.. assiiiiiiii siiii bebeeeeeeé, siiiiii....
él continuó lamiéndola delicadamente mientras los movimientos de la cadera comenzaban a serenarse un poco hasta detenerse casi por completo. Ella, que no había soltado ni un segundo los cabellos de esa cabeza que la lamía, tomó su cara con ambas manos y le dijo: Hayyy, Ale.... vení papito, vení bebé…. me hiciste acabar como una loca!!!! ¡¡¡Era cierto que todo esto se podía sentir!!! veni acá que quiero besarte.
Alejandro se tumbó boca arriba en la cama, a su lado, y fue ella quien comenzó a lamerle suavemente la cara y la boca como limpiando todo vestigio de sus jugos, compartiendo con él su sabor. Alejandro, a todo esto, estaba terriblemente excitado, pero para su desconcierto y a pesar de no haber terminado, estaba satisfecho por lo que le había provocado. Estaba descubriendo mucho más de lo que había intuido. Estaba descubriendo una sensación maravillosa porque, aunque no acabara, aunque Mónica no lo hubiera tocado, estaba gozando tanto como ella con todo ese placer que le provocaba y jamás se le hubiera ocurrido que eso podía sentirse así.
Mónica se cruzó sobre su cuerpo, haciendo que sus tetas rozaran casi su cara, para alcanzar los cigarrillos que estaban sobre la mesa de luz. Mientras sacaba dos y tomaba el encendedor Alejandro lamió con la punta de su lengua los pezones aún erectos de ella mientras con una mano le acariciaba la cola y dibujaba con un dedo la línea que conducía al agujero ya húmedo de su cola.
Ella encendió dos cigarrillos y, ocupando un lugar bajo el hueco que hacía su brazo. Le extendió uno relajándose por unos minutos mientras se miraban a los ojos y en los de ella, se dibujaba una mirada pícara de quién la ha pasado bien pero aún no tiene suficiente. Ni pensar de lo que le pasaba a él que, a pesar de sentirse bien por cuanto había sentido quería más... mucho más de todo aquello.
Medio abrazada por él, con una pierna de su cuerpo desnudo sobre las suyas y su sexo casi apoyado contra la cadera de él, transcurrieron los minutos que duró el cigarrillo.
Alejandro no dejó ni por un momento de acariciar sus nalgas con la mano libre y ella, como distraídamente, jugaba con la punta de su dedo índice sobre el bulto de su slip que aparecía por el pantalón entreabierto, provocando o manteniendo la excitación que le mantenía la pija dura como una piedra y con la cabeza casi asomándose por sobre el elástico superior.
Una vez apagado el cigarrillo, y ella lo terminó apresuradamente antes que él, le quitó el pantalón casi sin moverse pidiéndole que levantara la cola para lograr su cometido.
Continuaban ambos en la misma posición. él medio sentado, medio acostado boca arriba con la espalda apoyada sobre la almohada que habían levantado. Ella, a su lado, debajo de su brazo que le acariciaba el fin de la espalda y con medio cuerpo sobre el de él. El contacto de su piel desnuda sentido por primera vez en casi todo su cuerpo lo excitaba por las promesas de delirio que se animaba a imaginar.
Mientras Alejandro daba la última pitada al cigarrillo, Mónica deslizó suave y lentamente su mano dentro del slip comenzando a acariciar con delicadeza ese falo que la necesitaba, sin apartar sus ojos de los de él que intentaban descubrir si habría llegado el momento de cogérsela como quería.
Decidió seguir en la suya, preocupándose solamente de hacerla gozar y dejando librado a ella hasta donde quería y podría llegar, aunque ya no tenía sentido aquello del querer ‘preservarse’ después de todo cuanto había ocurrido entre ambos en las últimas horas.
Mientras Alejandro se dedicaba concienzudamente a comerle la lengua como queriendo devorársela y su mano acariciaba hasta donde podía los confines de la espalda, ella se incorporó algo para, con ambas manos, bajarle el slip dejándolo completamente desnudo sobre la cama.
El, siempre boca arriba y sin decir una palabra, aprovechando que ella se había puesto en cuclillas, la tomó de los hombros y la condujo para que se recostara sobre él. Quería que sintiera su verga dura contra su sexo y se frotaran ambos mientras le chupaba las tetas. Ella se volvió loca de placer no sabiendo que era lo que más la enloquecía, si esa pija que le separaba los labios de su sexo hasta frotarse contra su clítoris a cada movimiento de su cadera, o esa boca que se tragaba sus tetas como un bebé hambriento sintiendo la punta de la lengua jugar con sus pezones erectos en forma constante.
Las manos de Alejandro acariciaban y apretaban la cola que subía y bajaba en cada movimiento. Se deslizó un poco más debajo de ella y todo calzó mejor. No debía estirarse tanto para tragarse esas tetas y mordisquear sus pezones arrancándole gemidos de placer que la encendían. Sus manos tenían ahora a su disposición toda esa cola que ahora podía presionar con fuerza separando las nalgas y dejando el camino libre para que uno de sus dedos jugara con ese negado agujero. Además, su verga a punto de estallar como desde hacía rato, ya jugaba abiertamente entre los labios húmedos y mojados de esa concha que lo lubricaba. Todo era placer, para ambos. Ella se movía de arriba abajo cuidando no sacar de su boca las tetas, cuidando no perder contacto con esa pija que la amenazaba entre sus piernas, empujando cada vez un poco más para que ese dedo entendiera que la cola ansiaba que lo perforara.
Y Alejandro no aguantó más… metiendo rápidamente la mano por entre ambos cuerpos, tomó la verga tiesa con su mano y la apuntó a la concha de Mónica empujando con firmeza todo su cuerpo para arriba y clavándosela de un golpe hasta los huevos...
Ahhhhhhhhh, noooo... ¿Qué hacés???? – Dijo ella con una cara de espanto que él no esperaba y una voz que no quería haber dicho eso. – Como me la vas a poner así Ale…. Yo no me cuido…. de ninguna.... forma!!! – y sin embargo no podía dejar de disfrutar de esa pija que le llenaba las entrañas en una lucha atroz entre su lujuria que quería cabalgarlo salvajemente y su razón. Sin decir palabra, y también en un movimiento rápido que pareció un solo acto, él se la sacó mientras su mano derecha se contorsionaba para abrir el cajón de la mesa de luz con una velocidad asombrosa. Sacó uno de los preservativos que había comprado y que estratégicamente había dejado sueltos en el cajón. Se llevó a la boca el envoltorio, lo mordió con fuerza de poseído para abrirlo y, sin dejar de mirarla a los ojos como diciéndole – Me importan un carajo ahora tus miedos y cuidados.... te voy a reventar! – lo abrió, sacó el forro, lo calzó en la cabeza, lo estiró cubriendo la húmeda verga y nuevamente la empaló enterrándosela hasta el fondo. ¡¡¡¡¡¡Ahora si... pensó... ahora si te voy a coger guacha!!!!!! Y comenzó a subir y bajar su cadera empujándola para arriba con todas sus fuerzas....
Ella tenía una cara mezcla de dolor, miedo, desconcierto y una lujuria desenfrenada que estaba ganando la batalla. En esa posición cabalgó sobre él, estiró ambos brazos tomándose de la cabecera de la cama para poder aferrarse firmemente. Su calentura, ¡¡¡¡¡sus ganas de ser cogida como lo estaba siendo más las violentas embestidas que él le daba desde abajo, amenazaban con su equilibrio!!!!!
Él estaba descontrolado…sus manos iban y venían desde sus tetas a su cola, o una en cada lado….
Cada vez que Mónica bajaba su cuerpo sobre su verga enterrándosela toda y gimiendo como una puta satisfecha, él le metía un poco el dedo en el culo y eso los calentaba a ambos….
Estaban nuevamente muy calientes ambos... Sus respiraciones se hacían cada vez más entrecortadas y agitadas, el ritmo de la cabalgata cada vez más infernal, el descontrol los había ganado a ambos... cada uno bailaba su danza y a la vez era la misma, la de la lujuria y el placer de coger.... Ella fruncía la frente en un rictus de esfuerzo supremo. el continuaba manoseándole las tetas, apretando sus pezones, estimulando su culo... era demasiado.... demasiado lo que se sentía.... demasiado el tiempo que había pasado…. y no aguantó más......
En un último empujón, se la clavó hasta el fondo al mismo momento que le metía en la cola los dos dedos de la mano abriéndosela con fuerza... violándola... provocándole un placer descomunal por todos lados... y acabaron juntos en una catarata que él hubiera querido estuviera librada de esa goma que impedía que ella sintiera su leche caliente corriéndole por dentro, saliéndole a borbotones de su verga gorda, morada, caliente por tanto esperar…. y seguir empujando para arriba. y ella tratando de clavarse más y más dentro...extinguiendo hasta la última gota de esa acabada fenomenal….
Al final, los cuerpos sudorosos por el esfuerzo y el descontrol comenzaron a aflojar la tensión. él bajó hasta apoyarse completamente en la cama mientras sacaba su pija, aun dura, de su concha para sacarse el preservativo antes que lo ganara la flacidez. Ella hizo un gesto de desagrado al sentir salir su verga de adentro... hubiera querido sentirla toda la vida allí…Se deslizó hacia abajo lentamente, siempre sobre él, viendo como Alejandro, dejaba caer al costado de la cama, aquel odioso envase de tanto placer desperdiciado. él seguía en la misma posición, semi sentado boca arriba. Ella acostada sobre él, pero con su cara apoyada en ambos brazos cruzados a la altura de su entrepierna, observando esa verga húmeda que comenzaba a ser ganada por la flacidez. Su lujuria se había despertado... y estaba hambrienta, le daría de comer.... Sin pensarlo y sin que Alejandro lo hubiera esperado, tomó la pija medio blanda y se la metió en la boca comenzando a chuparla como saboreando los vestigios de esa leche que se había negado.
Era una golosina en sus labios.... el sabor de la mezcla de líquidos, ese olor a macho, a sexo, la calentaba o, mejor dicho, evitaba que se enfriara... no podía dejar de pensar en coger, en tenerlo de todas las formas...arrepintiéndose de todo el tiempo que habían perdido.
Se sacó la pija de la boca con una mano y mirándolo a la cara le preguntó sin moverse...
¿¿Bebé... por qué lo hiciste??
No hacían falta explicaciones. Estaba preguntándole porque se la había cogido.
Te acordes – empezó a explicar Alejandro – que cuando te dije que venía me dijiste de tus miedos, que no me hiciera ilusiones, ¿qué bla bla bla...?
Sí – dijo ella que continuaba acariciando su pija, ahora frotándosela distraídamente por los labios.
Yo te calmé diciéndote que no te hicieras problemas, ¿no? Que solo venía a conocerte y que mi única intención era tomarme un par de cafés con vos, y que nada me movería hasta no tener esas tazas vacías delante nuestro.
Ajá – dijo ella que jugaba descubriendo el glande de la piel que lo recubría.
Bueno – terminó explicando él – anoche después de cenar uno y hoy con el desayuno otro, ya nos tomamos los dos cafés…. no tenía más nada por esperar... – concluyó dibujando una pícara sonrisa en sus labios sin quitarle los ojos de encima.
Ella, que no había dejado de disfrutar un momento de sus juegos con esa verga, se sintió divertida por la ocurrente explicación y motivada para tomarla con firmeza con la mano mientras se la metía en la boca y la recorría con la lengua tragándosela toda. Comenzó a mamársela en una forma increíble. Jamás nadie le había hecho algo igual, tan suave y tan profundo a la vez.
Siempre fue muy sensible en esa parte de su anatomía. Lo cual era un problema porque las mujeres que se la habían chupado antes siempre habían estado tan calientes que no se fijaban en sutilezas y se la chupaban como con rabia, a veces provocando una sensación que no era del todo placentera. Mónica, sin que tuviera que haber explicado nada, se la lamía como a un chupetín recorriéndola con la punta de la lengua, disfrutando de cada mm que su boca recorría. Jugaba viendo desnudar su glande cada vez más grande, más rojo, más duro....... Lo lamía con los labios húmedos suavemente, provocando su delirio. La punta de su lengua dibujaba circulitos en la punta alrededor del agujero por el que comenzaban a aparecer las primeras gotas de líquido pre-seminal que lamía y paladeaba como una verdadera puta en celo...
Esas sensaciones lo ponían loco despidiendo más líquido, comenzando a contonearse entero mientras con el dedo gordo de su pie, acariciaba los labios de su concha mojada y la exploraba buscando el clítoris.
Eran dos cuerpos en una rara posición. Ella acostada boca debajo de una de sus piernas prendida a la verga que tragaba con dedicación mientras, su boca llena, ahogaba los gemidos de placer que sentía por todo su cuerpo, El, no pudiendo reprimir los movimientos de su cadera que pugnaba por cogerse esa boca que lo lamía mientras se la estaba cogiendo con el pie que, mojado por la mezcla de líquidos que la empapaba, resbalaba en su entrepierna. Ambos cuerpos retorciéndose de placer, pero y esto era lo que más lo enloquecía a Alejandro, eran dos cuerpos más preocupados en dar y provocar placer que en sentirlo y provocárselo a ellos mismos y, sin embargo, lo estaban sintiendo como nunca. Tal vez precisamente por ello. Su lujuria era para el otro y en el placer del otro es que encontraban la excitación que los enloquecía.
Mónica ya gemía como rítmicamente por las sensaciones que le provocaba el estar siendo cogida por un pie y de su garganta solo escapaban los sonidos del placer satisfecho mientras se aferraba a la verga que chupaba, cada vez más furiosamente, como un náufrago a su balsa de salvación.
El placer que recibía lo volcaba en cada chupada que le daba esa verga dura que le penetraba la boca. Estaba a punto de explotar nuevamente de placer y quería sentirlo todo dentro de su boca.
Más rápido se movían sus caderas ayudando en el movimiento a ese pie que lo provocaba tanto placer, más rápido aún agitaba su mano pajeando la pija que se comía y quería ordeñar con su boca. Y los movimientos se hacían cada vez más desesperados, más rápidos, más alocados y febriles. Su mano bajaba y subía la piel de la verga que se metía en la boca y chupaba como poseída. Esos dedos del pie mojado que se resbalaban por su concha la volvían loca de placer. Y todos los movimientos fueron haciéndose más rápidos, y más rápidos....
Y todo era gemidos ininteligibles de placer satisfecho......
Alejandro sintió como una ola de calor que lo invadía…era algo que involuntariamente salía de sus entrañas... una necesidad visceral de gritar, aullar. mientras el chorro de leche caliente, o así lo sintió, salía de su verga inundándole la boca a Mónica que al sentir la tibieza de ese jugo llenándole la boca, no soportó más acabando como una yegua en una ola interminable de convulsiones que perdían ese pie dentro de su concha a cada empujón que daba a la vez que metía la verga en su boca chupando furiosamente para tragarse hasta la última gota de esa leche tan ansiada, tan extrañada y que ahora finalmente era toda suya.... por fin…. y no podía dejar de lamerla, de lamerse los labios, como relamiéndose, para no desperdiciar nada. Y volvió a lamer la pija cuidadosamente tragándose cada gota de ese pegote de su lujuria hasta dejarla reluciente cuando ya la flacidez comenzaba su deplorable trabajo.
Mmmmmmmmm – fue todo lo que dijo mientras se ponía en cuatro patas y avanzaba hacia Alejandro para terminar acostándose dándole la espalda de forma tal de quedar envuelta por su abrazo, su espalda contra su pecho. Su cola contra los vellos de su pubis, sintiendo el bulto, ahora flácido, entre sus nalgas.
él la rodeaba con sus brazos y con una mano en teta, acariciándola suavemente mientras le mordía suavemente el cuello. Quedaron así, abrazados, apretujados uno contra el otro disfrutando de esa hermosa sensación de los cuerpos extenuados, complacidos, sudorosos, sintiendo como la respiración volvía lentamente a su ritmo normal.
Ahora más relajados, y ante la extraordinaria cantidad de energía que habían derrochado, el fresco reinante en la habitación les hacía poner la piel de gallina erizándosela.
Él se inclinó suavemente hasta los pies de la cama tomando la punta de la colcha y, tirando firmemente de ella, los cubrió al resguardo del frío que comenzaban a sentir y disfrutando de la tibieza que ahora no podría escaparse.
Alejandro no pensaba ya. Ya no se entretenía en razonar. Ya no dedicaba sus pensamientos a especular con sus movimientos o intentar descifrar actitudes. Su piel, y todo su cuerpo, habían podido por fin sentir todo cuanto había imaginado e intuido en estos meses. Tenía entre sus brazos a aquella mina que lo había calentado como ninguna y que le había hecho descubrir, al menos reconocer, que la lujuria y morbosidad de sus pensamientos no eran solo ilusiones o enfermizas ideas, sino hechos concretos que formaban parte de su ser y que podían llegar a sentirse y disfrutarse sin que ello conllevara a otra cosa que sentir en la propia piel, la piel del otro.
Mónica estaba fumando calladamente disfrutando de su abrazo, de ese momento. Mucho habían hablado, en las horas que llevaban juntos, de sus respectivas vidas. De lo casual de su encuentro en el chat. De cómo se habían dado las cosas. De cómo se habían sentido sin proponérselo.
Del curso de la vida de cada uno, tan distantes una de otra. No solo geográficamente hablando. De todos modos y a pesar de todo, esa distancia se había acortado brutalmente y, en ese momento, estaban íntimamente unidos, disfrutando de la tibieza del cuerpo del otro. Sabiendo que, así como había todo comenzado, en un par de horas más todo habría terminado.
Ella dio lentamente vuelta la cara, sin otro movimiento de su cuerpo, para mirarlo de frente. Y con los ojos llenos de lágrimas que no querían correr, que no querían empañar la magia del momento, se prendió de sus labios en el beso más cálido e intenso de todos los que le había dado hasta el momento. Él lo sintió así, y del mismo modo lo retribuyó mojando dulcemente sus labios con la punta de la lengua y dedicándose a comerla suavemente, con todo el sentimiento que era capaz de transmitirle.
Sabía que no podía renunciar a ella y este mar de sensaciones que le hicieron conocer el cielo en la tierra. Sabía que no podía renunciar a ella porque jamás le había pertenecido ni le pertenecería jamás. Sabía que en algunas horas deberían separarse y, esta vez, el beso fue más profundo, más sentido. Mientras sus brazos la apretaban más contra sí y los huecos de sus manos se llenaban con esos pechos hermosos. Ambos intuían el final de ese maravilloso encuentro.
Ninguno quería que llegara el momento.
Mónica dio vuelta nuevamente la cara mirando al frente, mientras tiraba una mano para atrás para aprisionar el cuerpo de Alejandro fuertemente contra el suyo. él, le clavó su boca en el cuello como mordiéndola dulcemente mientras le hacía cosquillas con la punta de la lengua sobre la piel. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y sus dedos presionaban suavemente los pezones erizados provocando dulces movimientos de todo el cuerpo de Mónica que se frotaba de espaldas contra él. Lo que más le calentaba a Alejandro era la receptividad de Mónica. Le encantaba su calentura. Le apasionaba lo calentona que era. Que le gustara todo cuanto le hacía y que le devolviera en gemidos y ronroneos todo el placer que él le provocaba. Se descubrió como pocas veces, encontrando su placer en aquel que le provocaba a su compañera.
Ya no pensaba en nada, solo dejaba que su cuerpo hiciera con el de ella lo que quisiera entregado a vivir y sentir todo lo que su lujuria le provocara.
El leve y ondulante movimiento de la cola de Mónica contra su sexo lo excitaba ya nuevamente.
¡¡Epa!! – dijo ella al notar la creciente rigidez de su verga contra el tajo de su cola. – Que tenemos por acá? ¿¿¿Hay alguien calentito por esta zona??? – metiendo su mano entre los cuerpos y aferrándose a la verga de Alejandro que comenzaba a ponerse rígida nuevamente.
Ese algo calentito está así por tu culpa – le respondió Alejandro al oído. Y como culpable que sos, algo tendrás que hacer como castigo.
Ella, sin soltarse de la verga que se ponía cada vez más grande, cada vez más dura, dio vuelta la cara buscando su boca donde metió impúdicamente su lengua, como queriendo ser tragada por él mientras su mano comenzaba a disfrutar pajeándolo con firmeza para ponérsela más dura aún. él estaba caliente de nuevo y dejó sola su mano derecha entreteniéndose con las tetas mientras bajaba la izquierda por el vientre en busca de su entrepierna. Ella no movió un músculo de su cuerpo. Estaba entregada a tragarse esa lengua que Ale le ofrecía mientras una hábil mano comenzaba a manosearle el sexo. él tomaba los labios de su vagina, caliente y empapada de mutuos jugos, entre los dedos y los tironeaba suavemente, como estirándolos. Luego, sin soltarlos, metía un dedo dentro para luego recorrerlos de arriba abajo suavemente. De abajo a arriba, hasta llegar a su clítoris, húmedo, caliente, palpitante, siempre deseoso de ser pajeado, lamido, mordido. Más acrecentaba él sus caricias en la entrepierna, más fuerte se tomaba ella de su sexo para agitarlo una y otra vez como desesperada. Comenzó a frotarse el sexo desde atrás con la cabeza descubierta de esa verga que la necesitaba como ella.
Alejandro sintió sorpresa al verse respondiendo tan prontamente después de tanto esfuerzo y como ella se manoseaba la concha y el culo con su verga tiesa y más caliente se ponía apurando el ritmo de su paja, presionando más vehementemente sus pezones, mordiendo y chupando con mayor vigor su cuello renovando el concierto de gemidos que esa gata caliente producía ya como afiebrados, como ciegos por solo coger y sentirse.
Sus cuerpos ondulaban al compás de sus manos. él presionando sus tetas y pajeándola. Ella pajeándolo mientras humedecía la cabeza de esa dura pija en su concha y se la frotaba después por el culo en medio de gemidos de placer. Eran un mar de brazos y manos que se buscaban, se provocaban, se excitaban.
De un golpe ella soltó todo y sacándose los brazos de él de encima se puso en cuatro patas tomándose con ambas manos del cabezal de la cama arqueando su culo delante de él. Alejandro no se hizo rogar, hundió su cara entre las nalgas que separaba con ambas manos y, mientras seguía pajeándola le lamía el culo tratando de meterle la lengua tan hondo como pudiera y lamiendo los jugos que ella se desparramara cuando se frotaba.
Ella se arqueaba y gemía de placer hasta que, de repente, él se detuvo. Entonces ella dio vuelta su cara, sin cambiar de posición, y lo vio tomándose la pija con la mano manteniéndole la mirada.
Siiii bebé – le dijo. Si papiiiíto. Metémela. Quiero sentir esa verga en mi culooo... dalee.... rompeme...Te quiero dentro de mi cola!
¡¡Eso es lo que te voy a hacer putita!! ¡Te voy a partir al medio!
Diciendo esto se acercó un poco más poniendo la cabeza hinchada de su pija en la puerta del culo. Ella lo agitaba lentamente con movimientos circulares. La cabeza venció la leve resistencia del esfínter ya dilatado y se metió dentro arrancándole un gemido de placer, pero, Alejandro tuvo cuidado de no meterle más que solo eso. Había acabado dos veces casi seguidas como los dioses y, a pesar de lo caliente que estaba, sabía que ahora, podría aguantar un buen rato el juego para volverla loca antes de nuevamente reventar de placer.
Comenzó a moverse lentamente de adentro a afuera sin sacársela del todo, sin ponerle dentro más que la cabeza. Su apretado culo le apretaba el glande en cada uno de estos movimientos provocándole un mar de sensaciones hermosas y haciéndola estremecer de lujuria.
Ponémela bebéeeeee. Ponémela!!!! Rompeme papito…. – suplicaba Mónica.
Quiero que la disfrutes como yo, guachita. Te voy a romper toda pero primero quiero tenerte bien loca de ganas.
Ayyyyyy, dámela... no seas hijo de puta…. culeameeee.......
Mientras tanto él seguía con su jueguito de meter sin meter, de sacar sin sacar y ella meneaba las caderas y arqueaba su culo como implorando que se lo llenara.
En un momento, de golpe, se la quitó por completo de la cola y, con un movimiento rápido, sin lugar a dudas y con firmeza, la tumbó acostándola boca arriba en la cama sin decir una palabra y ante la cara desesperada e intrigada de ella, que no entendía lo que sucedía. Se paró mirándola de frente, con las piernas separadas. Tomándola de los tobillos las levantó y se las llevo hacía los hombros de Moni indicándole que se los tomara con las manos dejando su sexo, y su ya dilatado ano, apuntando para arriba. La sola idea de lo que estaba por suceder la aceleró de forma tal que casi imploró que la culeara de una vez. Le escupió en el culo y le ubicó la cabeza de la pija en la puerta. Con un movimiento de arriba abajo, se la clavó hasta los huevos arrancándole un gemido mezcla de dolor y placer. Lo exigido de la posición, el esfuerzo por mantenerla, la mezcla el dolor y satisfacción de esa verga enterrándose en su culo abierto y entrándole de un solo golpe, se mezclaba con la sensación de placer que le daba ese pedazo de carne enterrándosele en el culo. La posición le permitía ver la cara de ese hijo de puta, que se la estaba culeando como jamás lo habían hecho, y podía ver la verga que se metía dentro, excitándola aún más mientras sentía el roce de los huevos contra su piel en cada arremetida. él sabía que ella estaba disfrutando. En esos pocos encuentros que habían tenido habían conversado y relatado travesuras que les habían permitido desarrollar un profundo conocimiento o intuición de todo cuanto el otro quería o disfrutaba. Ese era parte del secreto que estaban gozando.
Comenzó a sacarla completamente y cuando ella estaba a punto de emitir su queja, ya la tenía nuevamente toda adentro. La visión de ese agujero todo dilatado delante de sus ojos lo enloquecía y comenzó a sacarla por completo para, inmediatamente volver a enterrársela. Estaba gozando como jamás, sus acabadas anteriores le permitían estar más descargado pero esta guacha lo calentaba tanto que la podía tener dura y jugar así con ella provocándose ambos un inmenso placer. Ella no aguantaba más, casi imploraba que se la culeara a lo bestia y así empezó a hacerlo Alejandro. Le hizo soltar los tobillos bajando sus piernas, esta vez hasta los hombros de él. La posición era más descansada para Mónica a pesar de que ella solo quería que se la culeara, que le llenara el culo con su carne dura. él se puso casi de cuclillas pasándose las piernas de ellas sobre los hombros y metiéndosela en el culo, pero mirándola de frente. La posición hacía que le entrara con más trabajo, sintiéndola más cuando la penetraba, pero a su vez, le permitía apretarle los pezones en cada embestida arrancándole cada vez más gemidos.
Ninguno de los dos iba a poder aguantar mucho más ese juego. La excitación los colmaba y, mientras él la culeaba, ayudado esta vez por los movimientos de cadera de ella, las manos de Moni podían estar pajeando y metiéndose casi enteras en su concha.
Mónica deliraba de placer sintiéndose perforada por todos lados mientras alternadamente manoseaba sus propias tetas y pellizcaba con fuerza sus pezones. Estaba en un estado de éxtasis y descontrol total mientras era penetrada, cogida, manoseada, culeada como jamás lo había soñado, aunque si imaginado desde que conociera a este guacho que disfrutaba penetrándola a su antojo. Eran demasiados estímulos y su tercer acabada al hilo tenía lugar en medio de espasmos incontrolables de todo su cuerpo... era como una fiebre... no podía (ni quería) dejar de moverse, no quería dejar de gozar esa pija dentro de su culo cuando. Alejandro se la sacó una vez más. La puso en cuatro patas, como a una perra, y de nuevo se la hundió hasta el tronco, ya al borde de explotar él esta vez.
Así soñé siempre con culearte... ¡¡¡Ves putita!!! – le decía casi al oído mientras pasaba una mano rodeándole la cintura para intentar pajearla. La tocaba un poco y volvía a incorporarse. Ella empujaba cada vez con mayor fuerza su cola hacia fuera para que le metiera toda su verga dentro del culo en cada embestida. Él le pegaba cada tanto un chirlo en la cola, cosa que excitaba aún más a ambos, esforzándose como si quisiera que se metiera con huevos y todo dentro de su cola. Él, prendido de sus caderas arremetía con fuerza como queriendo partirla por la mitad y esto era lo que ella sentía y había querido....
Mónica gozaba como una loca y todos sus sentidos estaban dedicados a ordeñar con su culo esa pija que tanto había querido sentir y que no estaba dispuesta a perdérsela...Por la profundidad de los movimientos de él, por la fuerza y velocidad con que Alejandro la tomaba de la cintura como gruñendo, intuyó que se acercaba el final. Se la sacó violentamente del culo, se dio vuelta rápidamente, casi de un salto y sentándose en la cama, la tomó con ambas manos, llevándosela a la boca sin dejar de pajearla con los labios y las manos...
Alejandro no había tenido tiempo de reaccionar, su clímax estaba al límite y explotó en su boca, en su cara, sobre sus pechos.... No podía creer que después de lo repetido y tan seguido, aún le saliera algo de leche. Ella se relamía con la lengua por todos los labios, chupando con fiereza esa cabeza que le había llenado el culo mientras con la otra mano desparramaba por sus tetas la leche tibia con que se bañara... mmmmm que placer, se decía mientras tragaba hasta la última gota que podía sacar de esa verga caliente y morada por el esfuerzo.... él, hubiera querido no ser humano, tener una pija capaz de inundar de leche, como solo pasa en las pelis porno, a una hembra como esta que tanto la disfrutaba. Hubiera querido no acabar nunca, tenerla parada para poder cogerla y culearla durante horas y provocarle el delirio que tanto se habían prometido.
Al final cayeron ambos extenuados sobre la cama unidos en un desordenado abrazo, transpirados, húmedos de jugos y leches, agitados, oliendo a sexo por todos los poros de su piel ... pero satisfechos.
Así estuvieron entrelazados, en silencio durante un largo rato. De repente miraron, casi a la vez, la hora y dieron un salto.! ¡En poco más de una hora salía el avión! Corrieron al baño y se metieron bajo la ducha juntos... El agua tibia les corría por el cuerpo mientras se enjabonaban mutua y apresuradamente entre sonrisas y algún que otro beso. Hubieran querido seguir allí indefinidamente, pero el tiempo los corría. Se secaron rápidamente y se vistieron en desorden mientras Alejandro llamaba al frente de pidiéndole le prepararan la cuenta.
Ella repasó su cabello y se pintó mientras él juntaba sus cosas desparramadas por todos lados.
Quince minutos antes estaban uno en brazos del otro sobre la cama. Ahora, ya pagada la cuenta, se dirigían a paso rápido al auto, al que se subieron alocadamente como dos ladrones escapando de la persecución de un policía.
Ella conducía rápido, pero, gracias a Dios el aeropuerto estaba cerca del hotel y por la autopista, en 5 minutos, estaban estacionando en la playa.
Corrieron hasta el mostrador del chek-in y.… ufffff, llegaron a tiempo. Había un pequeño atraso en el vuelo y los pasajeros, que esperaban en fila, todavía no habían abordado. Ella se quedó a su lado en la cola, prendida a su brazo sin poder tomar real consciencia del momento que vivían.
Conforme transcurrieron los minutos hasta que la cola comenzó a ponerse lentamente en movimiento, el silencio se agigantó entre ellos.
Ya cerca de la puerta de ingreso, el acomodó la correa de su bolso que apretaba su hombro y verificó la tarjeta de embarque en su mano, como no queriendo dirigir la vista y su atención, a esa figura que estaba a su lado y materializaba un manojo de sentimientos y fuertes sensaciones que no lo abandonarían por mucho tiempo.
Agradecía que el tiempo se les hubiera escapado de las manos y que casi no hubieran tenido ocasión de prepararse para la irremediable despedida.
Al final, los pasos llegaron hasta el ingreso y llegaba su turno.
Ella se paró frente a él. Tomó su cara entre las manos, la acercó a su boca y, rodeándole el cuello con los brazos, se olvidaron de todo cuanto pasaba a su alrededor y, ante la asombrada mirada cómplice de una señora mayor, detrás de ellos, que pensó presenciaba la despedida de temporaria de dos enamorados, se fundieron en un beso que no necesitó de mayores palabras.
Y no las hubo. Ella lo soltó sin que su boca emitiera sonido alguno y se hizo a un lado dejando que la columna avanzara arrastrándolo rumbo a la puerta de vidrio que comenzaría a materializar la separación. él, entregó la tarjeta, recibió indiferente el saludo de la amable señorita que le daba la bienvenida al vuelo y cruzó la puerta.
Una vez tras de ella y mientras se dirigía a la abertura de la manga, sin detenerse, se dio vuelta para distinguir detrás del vidrio la cara de aquella mujer que, levantando una mano, intentó un saludo con los ojos llenos de lágrimas, dio media vuelta y se perdió entre la gente en dirección a la puerta de salida. Esta era la parte que menos disfrutaba de los vuelos (si es que hubiera alguna que lo atrajera). El momento en que los pasajeros se acomodan. Todos hablan a la vez, luchan por acomodar sus equipajes ‘de mano’ en los compartimentos sobres sus cabezas y piden miles de excusas molestando por enésima vez al pasajero sentado al lado que ya ha prendido su cinturón de seguridad y se dispone a relajarse esperando el momento de la partida.
Minutos después habían despegado. Le esperaba por delante un vuelo de un par de horas y el pasaje, ya tranquilo, disfrutaba de las bebidas que acababan de servir.
A su lado, el asiento estaba vacío. Levantó el maletín de su notebook que estaba bajo el asiento delantero y lo apoyó sobre él. Corrió el cierre, la sacó y la depositó en la bandeja plegable sobre su falda. La encendió escuchándose el típico beeeep que hacía el aparatejo ese y busco en el directorio ‘Mis Documentos’ ese Word, a medio escribir, llamado ‘Café literario’.
Pasó las páginas rápidamente buscando el final del documento.
Abrió una nueva última línea y escribió:
“…ambos sabían que aquella historia terminaba como había comenzado. No habían hablado de mañana. Todo en ellos se había tratado de piel en tiempo presente, no con un futuro imperfecto sino, con futuro totalmente inexistente. Por ello se habían entregado a sentirse sin inhibiciones, sin límites buscando mutuamente en el otro la respuesta a las preguntas que habían nacido entre ellos.
Él estaba tranquilo a pesar de todo. Llevaba bajo su piel el imborrable recuerdo de ese torbellino de placer y lujuria que, a partir de ahora, tendría un nombre del que jamás podría olvidarse, Mónica.
Ella, apagando el segundo cigarrillo desde que subiera al auto terminó de leer esa última página del cuento aquel que, sin que ella se hubiera dado cuenta, Alejandro le dejara sobre el asiento y que relataba todo cuanto habían vivido.
Sabía que no lo volvería ver. Sabía que su lujuria descontrolada había ganado la batalla impidiéndole preservarse de esa amarga despedida. Pero no se arrepintió. Sintió sobre su piel el mar de caricias y besos que Alejandro le había dejado.
Cerró los ojos, acercó el brazo a su nariz y llenó sus sentidos del perfume de Alejandro, que no era el Armani que usaba, pero que definitivamente se le había metido bajo la piel. Sería el perfume que le recordaría por el resto de sus días que, una vez, sintió como su ser se fundía en otro al calor de la pasión, el deseo y la lujuria en el más natural de los estados.
Cerró el cuento. Lo dejó sobre el asiento que minutos antes tuviera a Alejandro sobre él mirándolo por un instante.
En ese momento el atronador ruido de los motores de un avión despegando ensordecieron todo a su alrededor. Dirigió la vista al cielo para verlo perderse entre las nubes... Puso en marcha el coche y salió lentamente rumbo a la ciudad.
Fin
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