¡Perdón por el desastre Matu! ¡Le he dicho mil veces a mi marido que ordene lo que desordena! ¡Pero no le entra en la cabeza! ¡Parece que a su edad ya no lo puedo cambiar!, Le dije a Mateo, el hijo de mi amiga, al tiempo que le daba un vaso de limonada en la cocina.
¡No hay problema seño! ¡Si usted viera mi cuarto, le daría un infarto!, me comentó ese castaño con una sonrisa radiante en la carita bonita que había heredado de su padre, con sus ojitos celestes achinados, tratando de acomodarse los rulos mojados. Las gotitas de agua solariega le caían por el cuello, recorriéndole los hombros desnudos. Tenía una musculosa blanca, un short negro, y una postura que me intrigaba. Aunque le había quedado la costumbre de decirme seño, ya que le di unas clases particulares de lengua cuando era chiquito.
¡Llamame por mi nombre nene, y no estés tan tímido! ¡Creo que no soy como las otras señoras del country! ¡No te voy a apurar ni esperar que hagas la limpieza de la piscina a las trompadas! ¡Total, paga Federico! ¡Tomate tu tiempo!, le dije al pichón, tal vez con la voz demasiado sugerente. Acaso porque me pareció muy tierno de tan tímido que se mostraba.
A mateo lo conozco casi desde la panza de su madre, O sea, mi amiga. Ambas íbamos a la misma secundaria. Pegamos onda enseguida y todo fluyó con el tiempo. Ahora él quería hacerse unos pesos limpiando las piscinas del barrio, podando las rosas, arreglando focos, cortando el pasto, y hasta cambiando enchufes. Y no me parecía mal su iniciativa. Hoy en día era difícil que los nenes que nacían con un buen pasar económico quieran trabajar, o comprendan al menos el esfuerzo que eso conllevaba. Pero él era diferente, siempre sonriente, simpático, dulce y luminoso. Aunque ese comportamiento no acompañaba a su voz grave ni a su forma de vestir. Mateo es alto, con buen cuerpo, tan blanco que pareciera que nunca en su vida durmió una siestita al sol. Sus 19 años me ratoneaban un poco. No lo voy a negar. Pero de ahí a concretar algo… ¡Primero me quedo ciega, sorda y muda antes de intentarlo!
¡Perdón Lurdes! ¡No es fácil sacarme el chip de la formalidad! ¡Recién estaba en la casa de la señora Elda, y ella no permite que la trate de otra forma que no sea dirigiéndome a ella con mucha formalidad! ¡Hasta me pide que la mencione por el apellido! ¡No es que me moleste! ¡Pero es bastante estricta! ¡Hoy me taladró el bocho diciéndome que la juventud está perdida, hablándome de una tal Pipi que se embarazó después de festejar sus 15! ¡Estaba muy enojada! ¡Casi pensé que era familiar de ella por lo furiosa que se puso! ¡Pero enseguida me di cuenta que, esa piba debe vivir en el barrio!, se expresó natural, habiendo dejado el vaso vacío en la mesa, mirándome indiscretamente. O al menos con eso fantaseaban mis necesidades sexuales.
¡Eso conmigo no va Matu! ¡Olvidate de que te rompa la cabecita con chusmeríos ajenos! ¡Imaginate que apenas puedo con mi vida! ¡Ni loca voy a criticar a los jóvenes que disfrutan su sexualidad! ¡Una locurita la cometemos todos de adolescentes! ¡Aunque, creo que la Pipi se la mandó! ¡El tema es que es hija de una pareja de abogados! ¡Y sí, vive por acá cerca! ¡Pero bueno, vos tranqui! ¡Ponete una gorrita que el sol está fatal, y después tu madre me va a matar si volvés a tu casa con fiebre, o con algún sangrado nasal! ¡No queremos que nada de eso le pase a un bombonazo así! ¿No?, le dije, sin saber cómo se me escapó aquel halago. ¡Seguro ahora pensaba que soy una veterana regalada!, se me ocurrió, mientras lo veía poniéndose la gorra que había dejado en la mesada, sonriente y despreocupado. Luego acomodó el vaso en el lavamanos, me consultó dónde estaban los artefactos para limpiar, y se dirigió al patio, tarareando un tema conocido.
Yo quería ponerme a limpiar el desastre de Fede, mi marido. Pero ver a ese muchachito bufando y harto del calor me tenía hipnotizada. Siempre se me había hecho carilindo. Sin embargo, ahora tenía algo especial que no lograba descifrar el qué; pero al final me dispuse a limpiar. Si no iba a pensar que la Lulú que conocía se estaba poniendo media loca. ¡La cantidad de veces que habrá apoyado a las chicas en el boliche! ¿A cuántas pibitas les habrá dicho que no? ¿O a él no le interesaba tener novia? ¡Bue, pero seguro tenía sus revolcadas por ahí! ¡Conociendo a su madre, ella no tenía historia con que él lleve a sus chicas a casa, y si el plan era sexo, bienvenido! ¿Cómo podía ser que no se queje ni un poquito del calor que hacía? ¿No tenía sed ese mocoso? ¡Cómo le brillaba la espalda, y cómo me tentaba cada vez que paraba el culo al agacharse!
De todos modos, necesitaba concentrarme. Lo único que yo quería era escapar del desastre que era esta casa, aunque también lo era mi vida, como tantas veces lo enfatizaba mi terapeuta. Federico es más grande que yo. Tiene 45, y por suerte no tenemos hijos. De lo contrario nuestro matrimonio sería un verdadero caos. En este último año en particular nos peleábamos más, y por cualquier cosa. Las discusiones ya no terminaban como antes, en la ducha, persiguiéndonos por los sillones, o en la cama como dos amantes ardientes. No, terminábamos cada uno por su lado, como si ya no nos tuviésemos paciencia. El sexo siempre fue salvaje con él, aguerrido, dulce o romántico. Pero siempre disfrutable. En cambio, ahora apenas lograba sacarme algunos gemidos, los cuales la mayoría eran o para no hacerlo sentir mal, o que no piense que la diferencia de edad nos estaba afectando. Él me seguía provocando cosas, desde luego. Pero algo se rompía inexorablemente, y ninguno sabía cómo resolverlo. Al tiempo que me sentía marchita, perdida y sofocada, quería a alguien sobre mi cuerpo, detalles lindos, salidas, que me despierten, aunque sea tocándome una teta, con palabras dulces o bien guarras. Flor, la mami de Mateo me aconsejaba que busque seducirlo desde la comida, lencería nueva, escotes, tragos afrodisíacos, charlas que a él pudieran motivarlo, y hasta con ir a la oficina con alguna excusa para hacerle un pete, como una auténtica golfa insaciable. Nada funcionó. Cada cosa había terminado peor que la anterior. De hecho, la vez que fui a la oficina por poco me trató como una trola que no estaba enfocada en mi edad, que sus clientes o empleados podían verme sin bombacha, y que aquello debería avergonzarme, casi tanto como a él. Recuerdo que esa tarde mi sensibilidad venció mis barreras más adustas, y me fui llorando al country. Llegué a creer que mi cuerpo era el problema. Tal vez necesitaba ponerme cola, o lolas, o ponerme bótox en los labios. La realidad es que no estaba mal para mis 38 años. Me lo decía el espejo, mis amigas, y las miradas de otros tipos en la calle, el shopping o mi trabajo. Nunca había dejado el gym, tenía una dieta sana y una buena relación con mi figura. Pero ya estaba harta de siempre ser yo quien tomaba las riendas. Lo dejé que fluya por unos días, y aunque a veces teníamos sexo, ya era casi como un desconocido para mis ansias, mi entrega y mis manos. Algo así como un trámite que debía realizarse, por mera cortesía. Muchas veces, una vez que se queda dormido, o cuando no está en casa, voy a mi cajón secreto y me masturbo irresponsablemente. Ni siquiera me preocupa si se me escapan gemidos. Había comprado en secreto un vibrador que era una locura de lo bien que me hacía sentir. Mi clítoris renacía una y otra vez, y me empapaba toda donde sea que estuviese semi escondida. Nunca había tenido un squirt con Federico. Pero sola, sabía que tenía que esparcir toallas en el suelo, porque mi cuerpo era azotado por tremendas ráfagas de temblores, líquidos, más espasmos, jadeos, líquidos, y más líquidos. La primera vez me sentí una estúpida, por creer que me había meado encima.
En todo eso pensaba mientras ponía un poco de orden. Y entretanto, encontré uno de mis juguetes, adentro de una caja repleta de revistas de moda. Ahí lo había dejado la última vez. Creo que el día que vinieron amigos de Federico a casa, y yo, me había hecho la película con uno de ellos. Pero claro, aquellos tormentosos ratones terminaron convirtiéndose en gemidos atragantados en el cuarto de Fede, en aquel cuarto enquilombado hasta las bolas, apestado de cosas, plagado de encierro y poca luz, mientras él brindaba una y otra vez con sus amigos. Pensé en Mateo, en su figura radiante al sol, y en cómo se le debería parar la pija en sus momentos de apareamiento, y ni siquiera me lo planteé. Me subí un poco la pollera, encendí el chiche y, cuando el vibrador estimuló hasta las yemas de mis dedos, lo posé sobre mi bombacha, exactamente en el orificio de mi concha. Me estremecí enseguida, y entonces, lo llevé y traje de arriba hacia abajo, estirando la tela de mi bombacha para que esas vibraciones me impacten como lo necesitaba. Gemí suavecito, me apreté las tetas, y me vi en el sucio cristal de la única ínfima ventana que había. Ya tenía maripositas en la cara, y los labios húmedos.
¡Bebé, por qué no entrás, y me pegás con esa chota en la cara! ¡Si supieras que tengo una concha apretadita para ese pito de nene! ¡Qué venoso y duro debe ser! ¡Uuuy, cosita de mami! ¡Qué puta me siento!, dije con irresponsabilidad, cuando la puntita del chiche ya ingresaba en las humedades de mi concha, con mi bombacha apartadita hacia un lado y una de mis tetas siendo ultrajada por una de mis manos, con el culo pegado a la mesita vacía para no caerme en cada latigazo de placer. Y de repente, un ruido tremendo me sacó solo por un segundo de mi ejercicio. Es que se habían caído unos 18 libros contables de uno de los estantes. Pero, en cuanto el silencio regresó, continué con lo mío. Incluso retiré el juguetito de mi sexo para escupirlo, y luego devolverlo al ronroneo centellante de mi lujuria vaginal. Y en eso estaba, sin límites y encendida como un arco iris, cuando escucho un suave: ¡Perdón seño Lu! ¡Me metí porque escuché un golpazo! ¿Está todo bien? ¡Aparte, la verdad, no doy más! ¡El sol me está matando!
Aquel guacho se había metido en el preciado domo de mi fantasía, y yo ni sabía cómo mostrarme inocente ante él. Bueno, al menos, el chiche estaba apagado, y tuve la lucidez de dejarlo caer debajo de la mesita. No hizo ruido porque había una alfombra tupida, con más tierra que cerdas. Y ahí estaba ese pendejo: en cueros, sudado, con la carita roja, el pelo chorreando agua, ya que se había manguereado un poco, y sus ojitos pidiéndome que lo estampe ahí nomás, contra la primera pared desnuda que se nos ofrezca. ¡Para colmo, un bulto asesino le estiraba el short, y parecía palpitar especialmente en la zona de su glande! ¿Cómo me hizo babear la concha ese mocoso!
¡No, no te preocupes! ¡Se cayeron unos libros, que, la verdad, son re viejos! ¡Pero no me pasó nada! ¿Vamos a la sala, así te ofrezco algo de tomar? ¡Estás empapado pichón! ¡Y aparte, debés tener una sed que, se te nota en todos lados!, le iba susurrando mientras me le acercaba, sabiendo que le hablaba como una gata en celo. Entonces, fui consciente que tenía la bombacha por cualquier lado, y el corpiño corrido.
¡Che Lu, pero, estás medio sonrojada! ¿En serio está todo bien? ¡Medio que, disculpame, pero, tenés la remera corrida, y se te ve un poco!, empezó a farfullar, y yo inmediatamente me arreglé la remera y el corpiño como pude, tratando de ocultarme detrás de una biblioteca. No me fijé en sus movimientos por un rato. Hasta que lo tuve a escasos centímetros de mí, y una mano rozó mi nalga derecha.
¡Para mí que estabas haciendo algo acá adentro, solita! ¡Acabo de ver un vibrador en la alfombra, bajo la mesa! ¿Estás segura que no necesitás que te arregle algo, por allá abajo?, me dijo con insolencia, con una voz inmadura y risueña, pero cargada de sexualidad. Yo, entre sorprendida y enajenada por la situación le di una cachetada, diciéndole: ¿Cómo se te ocurre hablarme así? ¡Aparte, no te importan las cosas de los adultos, pendejo desubicado!
Él retrocedió con una disculpa apenas audible. Pero con una mano se palpó la entrepierna.
¿Qué te pasa que te tocás ahí? ¿Querés ir al baño? ¿O es que te gusta que te den cachetadas? ¡Sos un metido, un atrevido, y un, un pendejo mirón!, le dije, soltándome de unas cuerdas invisibles que me presionaban el pecho. Y enseguida le pedí perdón por haberle pegado.
¡La verdad, no pasa nada! ¡Tenés razón! ¡Soy un metido! ¡Pero, posta que me calentó esa cachetada! ¡También me calentaba cuando mi vieja me pegaba, o me zamarreaba! ¡No sé por qué! ¡Pero, vos pegás fuerte, seño Luli!, me dijo, caminando lentamente hacia la puerta del cuartito.
¡Che! ¿Y son caros esos juguetes? ¡Digo, porque, pensaba comprarle uno a una amiga! ¡Viste que hoy, entre amigos nos hacemos ese tipo de regalos!, se animó a preguntarme, mirando curiosamente hacia el rincón en el que reposaba mi vibrador.
¿Qué? ¡Aaah, eso! ¡Qué sé yo Mateo! ¡Las cosas que decís! ¡Creo, creo que, ni idea, porque, me lo regaló una amiga! ¡Pero, ustedes son chiquitos para regalarse esas cosas! ¡Supongo que, esa amiga tuya, no te habrá regalado una muñeca inflable!, le dije, tentada por mi propia ocurrencia, sintiendo un calor en la cara que poco tenía que ver con la temperatura del día. Él me dedicó una sonora sonrisa, me miró el escote implacable, y dijo, sin bajar la mirada: ¡Dale Lu, que ya no soy tan chiquito! ¡Me juego la cabeza que no es el único que tenés! ¿Con tu marido no pasa nada? ¿O, digamos, poco? ¿Por eso usás esos chiches?
¡Otra vez metiendo la pata nene! ¿Te das cuenta? ¡No tengo por qué hablarte de mi vida privada! ¡Vos venís acá a trabajar! ¡Además, si le llego a contar esto a tu madre, se te arma!, le dije, aunque no tan seria ni enojada como me hubiera gustado, o se lo hubiese merecido.
¡Sí, perdoná, es cierto! ¡Otra vez metí la pata! ¡Bueno, si querés, me tomo algo, me pagás, y me voy! ¡Así podés seguir jugando sola, antes que llegue tu marido!, me dijo, nuevamente sobándose el bulto. Yo me le acerqué, le di una renovada cachetada y lo zamarreé, diciéndole: ¡Ojito conmigo nene! ¡Y nada de calentarte con mi cachetada! ¿Qué te pasa? ¿Te hacés el vivo? ¿Querés que hable de esto con tu madre?
¡No, seño, yo, yo solo te pregunté el precio de esos chiches! ¡Vos te enojás por nada!, me dijo, con aquella sonrisa de suficiencia más amplia y burlona que antes. Entonces, lo agarré de un brazo y le manoteé la pija por encima del short.
¡Me parece que esta cosita no te está dejando pensar con claridad! ¿Necesitás una muñeca inflable bebé? ¡Lo tenés re duro!, le dije, ya sin pudores ni límites. No me importaba qué pudiera decirme, ni cómo me vería de aquí en más, ni si estaba bien lo que se aproximaba. Ni siquiera si llegaba mi marido y me encontraba con él.
¡Y a mí me parece que vos querés esta pija caliente y dura ahí adentro! ¡Esta es una de verdad, y no como esos juguetes! ¡Dale Luli, si tenés las tetas casi afuera del corpiño! ¡Te estabas re pajeando! ¿No? ¡Aparte, me re mirabas el bulto!, me dijo, mientras mis manos tenían dificultades para bajarle el short. Volví a aplicarle otro cachetazo, le mordí las tetillas haciéndome la ofendida, le clavé las uñas en los brazos desnudos, y casi sin darme cuenta le apreté el pito con bóxer y todo. Al fin su short había caído por su propio peso, ya que seguro tendría su celular en el bolcillo.
¡Fuaaa Luli! ¡Me encantó cómo me lo apretaste! ¿Viste que es de verdad?, me dijo prácticamente a la altura del cuello, momentos antes que mi mano vuelva a cachetearlo. Esta vez fueron 5 o 6 los sopapos que se ligó. Pero él parecía fascinado, extasiado. Al punto que, hasta gimoteaba con cada estallido sobre su cara.
¡Mirá nene, conmigo no te hagas el gracioso!, le dije, ya sin fuerzas ni ánimos de pelearlo.
¡Dale Luli, apretame el pito otra vez! ¡Me encanta que me lo pellizques, que me aprietes la cabecita! ¡Aparte, vos me lo pusiste así de caliente! ¡Ando re alzado con vos mamita!, dijo al fin, agarrándome una teta con una de sus manos sin demasiada experiencia, pero con dedos listos para dejar sus marcas por donde mi moral se lo permitiese. Le apreté la pija como me lo pidió, y le clavé las uñas en el tronco, sin bajarle el bóxer húmedo que tenía. Él respondió con un pellizco a uno de mis pezones, y con unos gemiditos que me hacían sentir que estaba más viva que la noche de luna de miel con mi marido.
¡Guaaau, qué putona es mi patroncita! ¡Me encanta cómo me clavás las uñas, y me apretás la chota mami! ¡Dale, bajame eso, y cacheteame la verga! ¡Cagame el pito a cachetazos, y yo te mamo bien esas tetas!, me decía luego, tomando las riendas del asunto, ahora presionándome contra la pared para servirse él mismo de mis tetas desnudas, ya que en un brevísimo impulso me dejó sin la blusa ni el corpiño. Desde que su lengua rozó uno de mis pezones, mis manos se dieron a la tarea de cumplir con su designio más extraño. De modo que, le bajé el bóxer, le acaricié aquel pedazo de pija venosa, gruesa y curva hacia la izquierda, y luego se la empecé a sopapear, a presionar, pellizcar y rasguñar. Él mismo me lo pedía, mientras mis pezones entraban y salían de su boca húmeda, como si fuese la de un perro alzado.
¡Así perra, aaay, me encanta que me pellizques la chota, pellizcame más fuerte, y rasguñame nena! ¡Me hubiese gustado ser tu hijo, y portarme como el culo, así me castigabas así, y me arrancabas la pija con estas tetas! ¡Qué ricas tetas te cargaste guacha! ¡Estás muy perra! ¿Sabías?, lograba decirme entre suspiros, jadeos aguditos y respiraciones incompletas. Es que, los sorbetones y mordiscos que me tatuaba en las gomas, podían oírse en toda la casa. Casi tanto como los ruidos de mis manos pajeándole la verga, cacheteándosela como me lo exigía, y luego, escupiéndole las tetillas.
¿Te calienta que te escupa el pecho? ¡Sos un pendejito culo cagado! ¡Mirá la pija que tenés, y sin novia! ¿Cogiste ya? ¿A cuántas te cogiste bebé? ¿O solo les hiciste pichí adentro de las conchas, a esas putitas? ¡Así, chupame bien las tetas, mordelas, babeame toda, dejame tu baba por todos lados, guachito vergón!, recuerdo que le decía, más o menos, sin dejar de escupirlo, arañarlo, pellizcarle el pito y los huevos, y de olerme las manos con las que lo estimulaba. Su olor a macho caliente destruía lo poco que me quedaba de dignidad cuando, el pendejo, con una fuerza impresionante manipuló mi cuerpo hasta llevarlo a la mesita. Me subió la pollera, se agachó y comenzó a lamerme, morderme y besuquearme las piernas, mientras que, con un dedo apenas posado sobre el orificio de mi vagina, bombacha mediante, empezaba a hacer círculos que me desesperaban.
¡Dale pendejo, dejá de jugar conmigo! ¡Sacame la bombacha y cogeme!, le supliqué. Pero el nene empezó a olisquearme la bombacha, a meter su lengua con paciencia por entre los costados de la tela, a rozar mi conchita, sin apurarse por introducirla adentro, y a buscar mi clítoris con uno de sus dedos. Hasta que, al fin, acaso harto de esperar, se incorporó. Tenía la cara cubierta de mis humedades íntimas cuando volvió a besuquearme las tetas, y a permitirme pellizcarle el pito una vez más. Entonces, se tumbó sobre mí, y con una rapidez inaudita en un guacho de su edad, hizo a un lado mi bombacha y calzó su pija toda pellizcada de un solo golpe en el fulgor de mi concha caliente. Empezó a moverse en celo, como un león hambriento, mientras se devoraba mis tetas, buscaba amasarme el culo y morderme el cuello, balbuceándome cosas como: ¡Así puta, tomá guacha, tomá la pija, comete mi pija, dale, así guachona, que te hacía falta una buena sacudida! ¡Sos re puta, y me re calentás la verga, de chiquito! ¡Siempre quise garcharte toda!
¿Y, si hubiese sido tu madre, igual me ibas a coger, nene chancho?, le dije, casi sin meditar en lo que emergía de mis labios, entre gemidos y montañas de ríos de saliva.
¡Obvio mamu! ¡Yo mismo me habría hecho cargo de hacerte hermanitos para mí! ¡Seguro te habría llenado las bombachas de leche!, dijo el hijo de puta, llevándome a un nivel de locura del que, parecía imposible que alguien me pudiera rescatar con vida. Su pubis golpeaba mi femineidad, su pija me arrancaba un aullido tras otro, creciendo y ensanchándose peligrosamente en mi vagina estrechita por la poca actividad, y sus besos torpes me volvían más puta, porque iban y venían de mis tetas a mi cuello, y me regaban toda con su saliva caliente. Sentía el golpeteo de sus huevos, cómo se aferraba de mis piernas para hacer más profundas sus penetradas, y temía por la resistencia de la mesita que nos sostenía.
¡Me encanta lo puta que me hacés sentir, guacho de mierda! ¡Me gusta cómo cogés bebé! ¡Así, así tenés que cogerte a la chica que te guste, y no te la sacás más de encima! ¡Dame pija nene, dale, haceme gozar como una puta, como, como a una putona que está re caliente con tu pija!, le decía, presa de una especie de dulce angustia que solo me daba respiros para disfrutar, gemir, apretar a ese mocoso contra mi cuerpo aferrándome de su culo, y para pedirle más pija. Sentí que mi bombacha se había desgarrado por tanto movimiento frenético, y que la pollera comenzaba a humedecerse de sudores, jugos y vanidades.
¡Dale, parate mamu, así te cojo contra esa pared! ¿Te copás? ¡Te va a gustar! ¡Dale, vení para acá perra!, me decía de repente Mateo, en el momento en que mi cerebro reaccionaba que al fin su pija había dejado de bombear en los infiernos de mi vulva. Me levanté a los tumbos, media mareada, y me dejé guiar por sus manos cada vez más sabias a la única pared descubierta que encontró. Me hizo pellizcarle la pija pegoteada una vez más, y luego me la frotó enterita y cada vez más dura en el culo. Ya me había quitado la bombacha y la pollera. Se aferró de mis tetas, y empezó a golpearme el culo con su pubis, salpicando jugos y sudores por el piso, nuestras pieles, y acaso por las cosas que se amontonaban en ese cuarto.
¿Te gusta que te den chas-chas en la cola putona? ¿Así? ¿Eee? ¿Te calienta sentir cosas duras en la cola? ¿O querés que te pegue así en la zorra? ¡Dale, date vuelta, así te como esas tetas! ¡Si hubiese sido bebé, habría llorado a cada rato para mamarte las tetas, putona hermosa!, me decía, teniéndome a su merced, asiendo mi cuerpo para acomodarlo a su antojo. Entonces, su boca volvió a juguetear con mis pezones calientes, mientras su pija ahora se aprovechaba de la fuerza de su pubis para golpearme la concha, esta vez salpicando mayores cantidades de flujo. Me pellizcó los labios de la concha, y gemí como una loca. ¡Me había calentado como nunca! ¡Y más cuando me escupió el cuello, y me enterró un dedo en el culo, sin dejar de golpearme la concha con su pubis encendido!
¡Cuando me salte la leche, te la voy a volcar toda adentro de esa concha! ¡Así tu marido, cuando te la chupe, se encuentre que tenés leche de un pendejo alzado, que te quiere coger todos los días!, me dijo el descarado, ahora nalgueándome el culo con mis tetas entrando y saliendo del terciopelo de su lengua salvaje, y con la puntita de su pija en la entrada de mi concha.
¡Dale nene, garchame toda, embarazame, y haceme lo que quieras! ¿Te gustaría acabarme adentro, y hacerme un bebé? ¡Sí? ¡Seguro que te calienta eso! ¡Largar la leche adentro de una madura como yo, y dejarme preñada, bien embarazada, llena de tu semen! ¡Dale, largame la leche, dame leche guacho de mierda, cogeme fuerte, y lecheame toda, matame la concha con leche!, empecé a gritarle, totalmente desenfocada, fuera de mí, sin sentir los pies ni la cabeza. Solo aquel músculo volviendo a resbalar por mis jugos, ahora moviéndose de la forma más bestial que alguien me hubo cogido jamás. Y, mientras mis tetas lo alimentaban, uno de sus dedos seguía enterrándose en mi culo, y su pija se endurecía inflamable y peligrosa en mis entrañas, busqué su boca para morderle los labios, y al fin decirle: ¡Acabá chiquito de mami, dale, largame toda la lechita, que estoy a punto de acabar, como una putona!
Su descarga eléctrica fue casi el mismo torbellino de colores que los temblores que se me separaron del cuerpo, y comenzó a enlazarnos, consumirnos y profanarnos hasta las razones más existenciales de la vida. Su semen comenzó a arder en mi interior, al tiempo que mis pezones se deshacían en mi boca, su dedo seguía hurgándome el culo, y mi clítoris se prendía fuego en un tsunami de jugos incontenibles. El bebé pensó que me había meado. Le aclaré que eso era un squirt, y me miró con cierta vergüenza.
¡Es la eyaculación femenina bebé! ¡Es como el semen de ustedes! ¡Solo que, no embaraza a nadie!, le dije, riéndome con una felicidad que no parecía pertenecerme. Entonces, mientras su pija aún seguía dura y latiendo en mi vulva convertida en un mar de jugos, y sus labios todavía me baboseaban los pechos, oímos una voz al otro lado de la puerta. Al principio, ninguno de los dos creyó que pudiera ser posible. Nos quedamos quietos, apretados, él sin sacarme el pito de la concha.
¡Luliiii! ¿Estás Ahí? ¡Soy Flor! ¿Sabés si Mateo terminó con sus trabajitos?, dijo entonces con toda claridad la voz de Florencia, la mamá de Mateo al otro lado de la puerta.
¡Sí Flopy, ya terminó! ¡Dame un segundo que te abro! ¡Pasa que, mirá, la verdad, preferiría que no me veas así! ¡Bueno, somos amigas! ¿No? ¡Te cuento! ¡Viste que yo a veces me masturbo acá, en este cuarto! ¡Bueno, acabo de, justamente, acabarme encima, y me hice pis! ¡Soy una tarada! ¡Pero, si necesitás a Mateo, ya me comunico con él! ¡Creo que está en la casa de doña Elda! ¡La mujer lo llamó para que le pode unos narcisos, creo!, le expliqué, sin saber de dónde me había nacido semejante mentira, mientras Mateo se reía en silencio, sorbiendo mis pezones. Flor, al otro lado de la puerta se reía, me decía que era una tarada, una cochina, y me agradecía por el gesto de comunicarme con Mateo. Pero, enseguida dijo: ¡Dale Luli! ¡Voy a abrir la puerta! ¡Si querés, te traigo ropa, así te cambiás, y nos tomamos unos mates! ¿Te traigo una bombacha, algún pantalón, y no sé! ¿Algo para los pies? ¿Te measte las zapatillas también mujer?
¡No, no entres Flor! ¡En serio, me da vergüenza! ¡Estoy toda meada! ¡Sí, tráeme eso, y cuando vuelvas, apenas me golpees la puerta, saco la mano y agarro las cosas! ¿Sí?, le dije para persuadirla, y sacarla del conflicto. ¡No sabía qué pudiera decir, o cómo reaccionaría si me encontraba desnuda con su hijo, recién acabaditos de garchar!
¡Decí que era mi vieja, y no tu marido, putona hermosa!, dijo al fin el desubicadito, una vez que Florencia entró a mi casa para buscarme ropa, y los pasos de Mateo lo alejaban poco a poco de mi calentura, ahora más encendida que antes. Fin
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