Primis chanchis

 

Imagino que desde pequeña fue igual. Siempre admiré a mi prima Valeria. No solo porque tenía una belleza particular, y porque sabía una bocha de cosas. De todas mis primas, ella era la preferida de mis abuelos, la más predispuesta a resolver cualquier problema a los adultos, la que sabía consolar a los más chiquitos, y la que hasta se le ocurría qué regalarnos para las navidades. Yo siempre fui más bien retraída, silenciosa y poco hábil para los deportes. Pero, ella era la única que me hacía sentir bien.

¡Anabel, no seas tonta nena! ¿Quién te dijo que sos gordita? ¡Dejate de joder! ¡Sos una nena hermosa, con unos ojazos azules que matan, unos rulos divinos, y unos cachetitos re tiernos! ¡Y, lo mejor, es que tu primita te va a defender siempre! ¡Me encantan esos cachetitos cuando se te ponen rosaditos!, me decía cada vez que le contaba que en la escuela me cargaban por gorda, o me quejaba con ella si el resto de mis primos no me dejaba jugar con ellos a la pelota, o a cualquier juego que se diera en el patio de los abuelos. Junto a sus palabras de consuelo, ella vertía sobre mi cara un montón de besos babosos. Me agarraba los cachetes, me hacía cosquillas, me decía que con una sonrisa en los ojos me veía más linda, y me seguía besuqueando, hasta que me hacía prometerle que no volvería a decir que era una gordinflona, ni nada que se le parezca. Yo, siempre salía aturdida del refugio de sus brazos. Me gustaba su perfume, el tacto de sus labios cuando me besaba como si fuese una vieja ricachona, y la forma que tenían sus manos de meterse hasta por debajo de mi ropa para pellizcarme la cola. Yo, en ese tiempo tenía 11 años, era un poco maricona, y no tenía muchas amigas en el colegio. Y, no era tan gorda como me hacían creer los pibes, o como intentaba acomplejarme mi abuela materna. De hecho, pesaba 35 kilos, y me sentía re bien. Valeria, me llevaba 7 años, y en ese tiempo solía hacerse trenzas en su hermoso pelo rubio. A veces fumaba a escondidas de sus padres. Pero yo no la mandaba al frente, porque ella siempre me regalaba alguna golosina, o me prestaba ciertos maquillajes para jugar cuando la abuela no me veía. A ella no le gustaba ni medio que las nenas quieran hacerse las señoritas.

Lo mejor, tal vez para el futuro de las dos, era que siempre nos encontrábamos en la casa de los abuelos. Mi viejo se llevaba mal con sus padres, por cosas de adultos, por lo que no nos visitaban. Y, a la machirula de mi vieja no se le hubiera ocurrido nunca llevarme a su casa, por más que yo se lo pedía muchas veces. Incluso, se lo pedí como regalo para mis 11 años, en medio de un mar de lágrimas inútiles. Por lo tanto, cada vez que nos veíamos en lo de los abuelos, para mí era hermoso. Ella me enseñó a cebar mates, a preparar tortas fritas, a teñir el pelo, a crearme una cuenta de E-mail, y hasta me explicó bien para qué servían las toallitas femeninas, cuando aún no me había venido. Muchas de esas veces, como las dos vivíamos lejos de nuestras respectivas casas, nos quedábamos a dormir en lo de los abuelos. Por suerte, ellos contaban con una pequeña pieza medio en ruinas, pero en la que había una cama de plaza y media, una tele vieja, un ventilador de techo para el calor, y pocas cosas más. Para nosotras, no era necesario más. Una vez que nos acostábamos, el mundo de risas, tráfico de golosinas, pinturitas, chismes y más risas, era solo nuestro. Ahí le sacábamos el cuero a la ortiba de la abuela y sus fideos pegoteados, y a todas sus amigas. Una más vieja y con aspecto de bruja que la otra, y súper falsas. Vale me inventaba cuentos de amor, de chicos que se enamoraban de muchas chicas, y que al final después se peleaban por mí. Y, la pobre tenía que soportar que yo no me durmiese rápido, atraída por sus historias, y se veía forzada a inventarme otra más. Ahí, entre historia y chisme, cada vez que yo me reía, ella aprovechaba para besuquearme las mejillas, a morderme la nariz o el mentón, a llenarme de cosquillas, o a soplarme la panza para que me dé más risa. A ella siempre mi risa la hacía reírse con ganas, y la conducía a buscar mi contacto. Y siempre su voz tintineaba en mis oídos, diciéndome: ¡Qué gordita hermosa, comestible, con un rico olor a nenita limpia! ¡No como la piojosa de tu prima Nancy! ¡Espero que ella nunca sea tu preferida! ¡Te llenaría de crema de leche, y te mordería hasta los piecitos! ¡Te muerdo la cola, y la chuchita! ¡Aunque tengas olor a pichí! ¡Aparte, cuando seas grande, vas a tener las tetas como yo! ¿Te gustaría?

Todo hasta una noche en particular. Esa noche llovía, y ya hacía tres días que no paraba. Un poco por eso los abuelos habían decidido no llevarme a la escuela. Vale, en ese tiempo se quedaba para ayudarle a la abuela con su pequeño emprendimiento de tejido, ya que la pobre no veía muy bien los precios de la libreta, ni la calculadora, ni distinguía del todo los billetes. Entonces, esa noche yo me dormí después de la charla con Vale. Ya tenía 12, y prefería hablar con ella de series, películas o de anime, en lugar de sus hermosos cuentos. Sentía que así, de última, las dos manejábamos el mismo idioma. Solo que, me desperté por un trueno especialmente amplificado por el viento, y desde allí me costó dormirme. Repasé mentalmente los títulos de las series que tenía por ver, las canciones de Bandana que me gustaban, y un montón de cosas más. Hasta que noté que Vale se movía despacito en la cama, y que suspiraba. Primero pensé que estaba soñando. Pero sus movimientos se acrecentaban, y sus suspiros, se convertían en sonidos como: ¡Uuuf, aaay, Síii, mmmm, fff, asíiii! Además, por momentos se llevaba parte de la sábana que me cubría. Pensé en si despertarla. Por ahí tenía una pesadilla.

¡Vale, hey, che Vale! ¡Despertate!, le dije tímidamente, tratando de no asustarla. Ella de repente, como si la pesadilla se le hubiese convertido en un arco iris, se calmó. Pero enseguida volvió a suspirar, a balbucear cosas que no entendía. Así que intenté despertarla otra vez.

¡Cortala Anabel! ¡Dormite y dejá de joder! ¡Mañana hay que hacer tarea para el cole! ¿O no? ¡Dormite, y basta!, me rezongó con fastidio. Yo tuve unas ganas tremendas de largarme a llorar. Pero no debía. Eso no era lo que ella me había enseñado. De igual forma no le contesté. Vale se dio vueltas como para darme la espalda, y durante unos minutos, o media hora, seguí escuchando la lluvia en el techo, el viento y los truenos. Hasta que una vez más, mi prima regresó a sus movimientos. A ellos, se le sumó un sonido extraño. Como si se estuviese rascando una pierna. No la llamé con palabras. Pero, sabiendo lo horrible que son las pesadillas, le toqué el hombro para que salga de allí. Después de todo, ella me hacía lo mismo si yo soñaba cosas feas.

¿Otra vez nena? ¿Por qué no te dejás de hinchar las pelotas? ¡Dale, dormí, si no querés que le diga al abuelo que te saque al patio, en el medio de la tormenta!, me rezongó de nuevo; aunque ahora se acomodó boca arriba.

¡Andate a la mierda tarada! ¡Yo, solo creía que estabas soñando cosas feas! ¡Perdoname! ¡No te vuelvo a joder más!, le dije con todo el dramatismo que me caracterizaba, y en su máximo nivel, ahora sí, sin evitar algunas lágrimas. Pero, al parecer, mis palabras le tocaron el corazón.

¡Ani, no amor! ¡Perdoname vos! ¡Tenés razón! ¡Soy una tarada! ¡Pasa que, bueno, ahora no lo vas a entender! ¡Pero, quedate tranquila que, no eran pesadillas!, me explicó con sencillez, con la alegría de siempre, como si hubiese dejado de estar poseída.

¡Pero contame! ¿Qué pasó? ¿Te picaban los mosquitos? ¡Porque, te escuché rascarte la pierna! ¿Traigo el ventilador para que los ahuyente?, le pregunté, sin saber por qué, muerta de curiosidad. Tardó en responderme.

¡No gordita, tranquila! ¡Es, algo que no puedo explicarte ahora! ¡Mañana hablamos! ¿Sí?, me dijo, antes de darme un tibio beso en la mejilla. Después de eso nos dormimos, (O al menos yo), y no volvimos a sacar el tema, hasta la noche de la semana siguiente, en que ambas volvimos a quedarnos en lo de los abuelos. Esta vez, a pasar allí todo el verano. De nuevo ella parecía estar soñando cosas raras, y esta vez sus ruiditos eran más claros porque no llovía, ni había viento. De hecho, hacía tanto calor que apenas nos cubríamos con la sábana, y dormíamos en ropa interior. Cuando volví a despertarla, me dijo: ¡Ani, No me molestes! ¿Querés que te cuente otro cuentito? ¡Te dije que, está todo bien! ¡No puedo contarte todo Ani! ¡Hay cosas que a vos no te pasan todavía! ¿me entendés?

¿Cosas como qué? ¡Explicame, que yo siempre te entiendo Vale!, le dije, tratando de ganarle por testaruda. Ella tardó en hablarme. Lo hizo cuando volví a insistirle, como a la media hora, segura de que yo me había dormido. En ese momento suspiraba, diciendo en voz híper baja cosas como: ¡Aaay, qué cosita, asíii, uuuuy, qué chancha!

¡Ani, es que, sí, soñaba con un chico! ¡Vos tenés 12 años recién, y seguro que ya te gusta algún nene! ¿O no?, me preguntó. Yo le dije que sí, que había uno que me parecía lindo, pero que me daba vergüenza hablarle.

¡Bueno, a veces, cuando no podés estar con ese nene, por ahí, soñás cositas con él! ¡A mí me pasa! ¡Y, sueño que, por ahí, no sé, cosas Ani, que, me cuesta explicarte! ¡Vos, que yo sepa todavía no te besaste con un nene!, me decía, todavía suspirando, pero realentando sus movimientos. Y entonces le dije que con un nene no, pero que Sheila, una chica de mi grado me dio un beso en la boca en el baño, porque había perdido una apuesta con ella.

¿Cómo? ¿Una nena te besó en la boca Ani? ¿Y cómo fue? ¿Y qué apostaron?, me preguntó entre preocupada y divertida. Le conté que como yo perdí con ella a un juego de una revista, tuve que dejarme besar. Si yo le ganaba, ella tendría que comprarme dos alfajores.

¡Mmm, qué chancha esa nena! ¿Y se besaron en el baño? ¿Mientras hacían pis?, preguntó Vale, acomodándose sobre su costado derecho para mirarme, sin dejar de sonreír. Le dije que no, que había sido antes de hacer pis, y que lo hicimos cuando sabíamos que no había nadie en el baño. Ella me escuchaba con una expectativa que la hacía respirar de forma extraña.

¡Bueno, pero ahora, vos contame qué soñabas! ¿Estabas soñando? ¿O, pensás en ese chico que te gusta?, le pregunté con la curiosidad a flor de piel. Ella tomó aire, y poco a poco empezó a soltarse.

¡Panchu, a veces, a las chicas más grandes, nos pasan cositas cuando, soñamos, o por ahí solo pensamos en el chico que nos gusta! ¡A vos te va a pasar cuando crezcas, que no solo te vas a sentir en las nubes cuando pienses en él, o lo veas, o hables de él con tus amiguitas! ¡Es como que, tu cuerpo también quiere, bueno, sentir que estás con él! ¿Entendés? ¡Y no es que lo celes, o seas tóxica, ni nada! ¡Es, el cuerpo, que te pide cosas! ¡Por ahí lo ves y querés besarlo, o que te abrace, que te toque la cara! ¡Bueno, por ahí, que te toque la cola, o te muerda la boca, o alague tus tetas! ¿Se entiende lo que digo? ¡Y, cuando no lo podés tener, te volvés loca! ¡Tu cuerpo se vuelve loco! ¡Es como que, necesitás que te vea, se te tire encima, te mire desnuda! ¡Y por ahí, vos también querés verlo desnudo! ¡Querés mirarle el pito, y que él te mire la chuchi! ¿Vos ya le viste el pito a un nene de verdad? ¿O solo viste pilines en los libros de naturales? ¡Perdón Panchu, no te quiero embolar mucho!, me decía, mientras sus movimientos y suspiros aumentaban. Creo que ni se daba cuenta que me destapaba. Sabía que cuando me decía Panchu, era porque tenía ganas de expresarse. Así me dijo desde chiquita, y a mí fue a la única de las primas a la que le puso un apodo.

¿O sea que, ahora tenés ganas que ese chico te vea desnuda? ¡Qué chancha Vale!, le dije, y ella se echó a reír.

¡Bueno, al menos que me mire como estoy ahora, en bombacha y con las tetas al aire! ¡Pero vos tendrías que rajar de acá! ¡Pero, no te hagas la tonta! ¡No me dijiste si viste un pilín de verdad, en vivo y en directo!, me decía mientras ponía sus piernas sobre las mías, sin dejar de frotárselas, con una de sus manos revolviéndome el pelo, y la otra vaya a saber dónde.

¡Sí, una vez se lo vi al Mariano, cuando hizo pis en el patio de los abuelos, en navidad!, le confié, tratando de no hacerle caso a unas cosquillas que sentía en la panza. ¡No podía gustarme mi primo! ¡Mariano, además, tenía 5 años más que yo!

¡Uuuuy, qué atrevida la Panchu! ¡Ani, ese no es un nene! ¡Mariano, digamos, ya tiene un pito de chico grande! ¿Y él supo que lo mirabas?, me preguntaba, riéndose con los labios apretados mientras me hacía cosquillas con uno de sus pies en las plantas de los míos. Estaba re copada, divertida y hasta más curiosa que yo. Le dije que Mariano no me vio, y que yo me morí de vergüenza, pero que no podía dejar de mirarlo, ni de moverme de donde me había escondido.

¡Sos una picarona nena! ¡Una primita chancha, mirona, atrevida, y encima, una besuquera de nenas en el baño!, me decía para molestarme, sin dejar de cosquillearme los pies con una de sus uñas un poco largas, tirando su cuerpo sobre el mío, y tratando de meterme un dedo en el ombligo. Yo me sentía rara. Todo en mi cabeza ahora tenía otro color. El pito de Mariano, los chupones que nos dimos con Sheila en el baño de nenas, (Porque no fue uno solo), los gemidos de Vale, sus cosquillas, su contacto, y las cosas que me contaba… todo era un mar de sensaciones nuevas para mí, y no podía ponerlas en palabras.

¿Y te gustó mirarle el pito? ¡Daaale, contame Panchu! ¡Yo no te voy a cargar por eso! ¡Todas las chicas somos cochinas! ¡Y los varones también!, me decía, destapándome completamente, apretándome contra su cuerpo para insistir con su dedo en mi ombligo. Yo le decía que sí, que no vi otro pito, y que yo no era ninguna cochina.

¿Cómo que no? ¡Te besaste con otra nena en el baño! ¡Aunque lo hayas hecho una vez, sos una nena cochina! ¡Igual, vos sabés que me gustan las nenas cochinas!, me decía, tratando de morderme la oreja. Entonces le dije que no fue una sola vez, y ella pareció sorprenderse.

¿Cómo? ¡A ver, contame, cómo es eso que no fue una sola vez! ¿Te gusta esa chica?, me preguntó, poniéndose seria, pero sin dejar de apretujarme contra ella.

¡Naaaah, ella no me gusta! ¡Pero, me parece que yo a ella, sí! ¡Siempre que me encuentra en el baño, me pellizca la cola, o me pide que nos besemos! ¡Una vez estuvimos un rato largo contra la pared, besándonos! ¡Ella no me dejaba ir! ¡Pero, no sé, por ahí, no sé si me gustaba, pero era lindo! ¡Y otra vez, entró al baño justo cuando yo terminaba de hacer pis! ¡Ni siquiera me había subido el pantalón! ¡Le dije que se vaya! ¡Pero ella me agarró del pelo y me encajó un chupón! ¡Esa vez me mordió el labio, y después me dijo que quería ser mi novia!, le confesé al fin, sin guardarme ningún detalle, sin una pizca de vergüenza, pero acalorada como nunca, más allá del calor de la noche.

¡Aaah, bueee! ¡Y después decís que no sos una cochina! ¡Esa nena te vio la bombacha Panchu! ¡Y te comió la boca! ¡Y casi te ve haciendo pis! ¡Dioooos, qué nena chiflada esa Sheila! ¿Y vos le dijiste que sí? ¿Son novias?, me preguntaba, haciéndome cosquillas en las axilas, dándose cuenta que tenía la remera transpirada, un poco por nuestros jueguitos, otro por el tenor de nuestra charla, y otro porque se había cortado la luz, y el ventilador dejó de refrescarnos. Para colmo, los mosquitos empezaban a rondarnos.

¡Naaah! ¡Ni loca! ¿Cómo voy a tener una novia? ¡Bah, no sé! ¡Por lo menos, las chicas no me gustan!, le dije, sintiéndome cada vez más desconcertada.

¡Pero a ella sí Panchu! ¡Es obvio que, si te quiere besar en la boca, algo de vos le gusta! ¡Aunque, espero que no le gusten esos cachetitos rosados, ni esta pancita, porque es mía! ¿Cuchaste? ¡Y decile que, que no te mire la bombacha cuando hagas pis con ella!, me decía Vale, tratando de juntar nuestros ombligos, haciéndome bailar con ella una canción que tarareaba muy mal, pero con toda la onda, habiéndome convencido de sacarme la remera. De modo que ahora estaba en tetas sobre su cuerpo. Pero ella sí que tenía unas tetas tremendas. De hecho, hasta podía sentir que tenía los pezones parados y duritos.

¡Hey, bueno, no me cargues más che! ¿Y vos? ¿Te besás con chicos en el baño de la facu? ¡No me contaste nada de lo que soñás con esos chicos que te gustan! ¡Porque, conociéndote, seguro que te gusta más de uno!, le acerté en el blanco, sabiendo que su lema era “tengo mucho amor para dar”. Siempre le decía a la abuela que jamás podría serle fiel al novio que tuviese. Vale me hizo cosquillas, diciéndome que era una descarada por decirle eso.

¡Es que, sos muy chiquita Panchu, para que te cuente! ¡Pero, lo voy a intentar! ¡Por ahí, no es que sueño! ¡Me imagino cosas, y algunas partes de mi cuerpo, necesitan calmarse un poco! ¿Entendés? ¡Bue, ya sé que no mucho! ¡El tema es que, cuando un chico te gusta, tenés cosquillitas en la vagina! ¡Y eso es porque, las chicas se excitan, y buscan reproducirse! ¡Eso es lo normal del ser humano! ¡Pero no me mires así, que no quiero quedarme embarazada!, me decía, adivinando la mirada incierta que le regalé, sintiendo su calor sobre mi piel como una brisa fresca. Sus piernas estaban casi enredadas a las mías, y sus tetas se presionaban con mis tetitas. Una de sus manos me aferraba por la espalda para que no me suelte de sus brazos. Pero por momentos bajaba un poco hasta mis nalgas y me las pellizcaba, mientras me seguía relatando.

¡Bueno, entonces, como ese chico no está, hay que hacer algo! ¡Y ahí es cuando, tenés tanta necesidad que, empezás a tocarte, y a frotarte, a meterte deditos ahí abajo, y la bombacha se te empieza a mojar, como cuando estás en frente del chico que te gusta! ¿Vos ya te mojaste la bombacha viendo a un chico Panchu? ¿O, con esa tal Sheila? ¿Nunca notaste si te mojaste? ¡Me encanta estar pegadita con vos, así, las dos en tetas! ¡Y, a veces, también te puede pasar que se te paran los pezones, y la boca se te pone como una fiesta de saliva! ¡Por eso dicen que nosotras nos babeamos por los chicos lindos! ¿Entendés Panchu?, me decía, ahora casi sin reprimir suspiritos, pegándome a su anatomía directamente desde mi cola, mientras sentía que su mano rebuscaba algo entre sus piernas.

¿Y eso que hacés, te calma esas cosquillas?, le pregunté.

¡Un poquito sí! ¡Dios mío, me estoy re mojando nena! ¡Y a los chicos, bueno, cuando nos ven, se les para el pito! ¡Eso es porque se preparan para meterlo adentro de nosotras! ¡En la vagina! ¡O, bueno, cuando sepas un poquito más… ya vamos a charlar un poco más de eso!, me decía, hablando cada vez más cerquita de mi boca. Yo respiraba de su aliento, sentía sus piernas movedizas contra las mías, y la búsqueda inquieta de su mano.

¡Sí, sé que a veces los chicos meten sus pitos en las bocas de las chicas, o en sus colas!, le dije, recordando algunas cosas que hablaban mis amigas, y unos fragmentos de películas prohibidas que vi sin querer en lo de mi tío.

¿Qué? ¿Qué dijiste? ¿Cómo se van a meter pitos en la cola, o en la boca? ¡Faaa! ¡Qué rápido que aprende la nena! ¡Panchu, necesito que me aprietes fuerte, y que me muestres algo! ¿Puede ser? ¡Quiero saber cómo fue el beso que te dio la pijosa de la Sheila esa! ¿Querés? ¡Aparte, no me dijiste si, alguna vez te mojaste la bombachita mi amor!, me dijo con el pecho agitado por la emoción, sus piernas cada vez más tensas, y un sonido evidente que provenía del centro de su intimidad. Ya estábamos destapadas, inmunes a los mosquitos, apretujadas y sonrientes cuando, ella, sin mediar palabras ni esperar mis respuestas, puso sus labios en los míos y murmuró un tibio: ¡Abrí la boquita Panchu, que ahora te vas a mojar la bombacha!

No sé qué hice. Pero enseguida nuestras lenguas entraban y salían de nuestras bocas, y su cuerpo se subió completamente sobre mí. Sus piernas abrazaban las mías, sus dedos jugueteaban con mi bombacha, sus tetas se fregaban contra las mías, su pelo me cubría con su perfume, y su otra mano seguía buscando algún tesoro entre sus humedades. Solo que, un par de veces, aquella mano deshonesta se rozó con mi bombacha.

¡Qué rico Panchu! ¡Tu boca tiene sabor a caramelo! ¡Sos re dulce mi chiquita! ¡Me encanta tu olor, tu boca! ¡Obvio que a Sheila se le re moja la concha cuando te ve, y te besa, y te mira la bombacha!, me decía Vale extasiada, aprisionándome con sus encantos, los que yo no podía rechazar. Sentía que volaba, que reptaba por un cielo de nubes de algodón, que sus besos, los que recorrían mi cuello y mis orejas, me hacían llover por dentro. No entendía por qué no me la sacaba de encima.

¡No sabés lo rico que huelen tus pechitos! ¿Me dejás lamerlos, Panchi? ¡Y yo te dejo que vos también, me las chupes! ¡Es como, jugar a que sos una bebé otra vez!, me dijo, y de nuevo le permití que me arranque los primeros gemiditos que recuerdo haber tenido en esas situaciones. De hecho, ella me decía: ¡mmm, te gusta! ¿Te imaginás a Sheila chupándote las tetas? ¿Sí? ¿Te gustaría que ahora ella venga y te mire la bombacha? ¿Soñaste alguna vez que vos le chupabas las tetas a esa sucia, comenenas, esa roñosa?

Yo solo podía gemir, suspirar, y por alguna razón, moverme para frotarme contra ella. Especialmente, lograr que mi vulva encuentre algún trocito de ella en el que deslizarse. Ella lo notaba.

¡Wooow, Panchu, tenés cosquillitas en la conchita! ¿No? ¡Síii, ya está Ani, es hora que aprendas algunas cositas! ¡Ya estás en edad de sexo! ¡Así que ahora, probá las tetas de tu primi! ¡Dale bebé, comeme las tetas, así me mojo toda la bombacha!, me decía, cada vez más eufórica, como si en la casa no hubiese nadie más que nosotras. ¡Creo que hasta nos olvidamos de los abuelos, y de que no había luz! Y de pronto no pude gemir, ni decirle nada. Solo empecé a saborear sus tetas, a morderle los pezones como me lo pedía, a chuparlos y estirarlos, a besuqueárselos con tantos ruiditos que, era imposible que no me babeara la cara yo misma. Mientras tanto, ella se movía frenética sobre mí, sin detener el feroz trabajo de estimularse. Luego me refregó sus tetas babeadas por la panza, me dio unos tetazos en la cara, diciéndome que eso a los chicos les encanta, y volvió a besarme, un poquito más tranquila, con una de sus manos sobre mi cola, haciéndole mimitos.

¡Me gusta esto Vale! ¡Es como que, ahora, tengo más cosquillitas ahí! ¿Es normal? ¡Digo, nosotras somos primas!, intentaba explicarme, o decirle, o justificar algo de lo que pasaba a nuestro alrededor.

¡Tranqui bebé, que es normal! ¡La mayoría de los primos, nenas y nenes experimentan entre sí! ¡De hecho, tu primo Ignacio, tuvo sexo con mi hermana, hace tiempo! ¡Y, bueno, muchas cosas que no te puedo contar! ¡Pero, te voy a contar un secreto!, me decía, sin despegar sus labios de los míos. De vez en cuando me succionaba la lengua, y me lamía la nariz.

¡A mí, me encanta tu boquita, tus pechitos, tu pancita! ¡Todo! ¡Lograste que me moje toda! ¡Y, te apuesto que vos también te la mojaste! ¡Te juro que no le voy a decir nada a nadie Panchu! ¿Querés que nos fijemos, si nos mojamos las bombachas?, me susurró al oído, teniéndome firmemente apretada contra sus pechos.

¡Síii, quiero! ¡Vas a ver que a mí no me pasó!, la desafié, aunque muerta de curiosidad. Sabía que, en cuestión de segundos, las dos estaríamos desnudas en la cama, y eso, al fin entendía el concepto tal y como debía ser, me excitaba.

¡Bueno, entonces, a la cuenta de tres, las dos nos sacamos la bombacha! ¿Te parece? ¡Y ahora, nada de arrugar! ¿OK? ¡Vamos! ¡A la una, a las dos, y a laaaas, tres!, dijo una vez que se separó de mi cuerpo, acomodándose boca arriba a mi lado. Inmediatamente, las dos nos las quitamos a la vez, y entonces, al menos yo, no supe qué hacer con ella en las manos. Creo que por eso la tiré al suelo.

¡Nooooo Panchu! ¡Levantate y agarrala así me fijo si la mojaste! ¡Dale!, me dijo. Yo sabía que sí, efectivamente estaba empapada. ¿Cómo podía ser que me hubiese hecho pis? De modo que, tuve que levantarme para recogerla del suelo, y dársela en la mano a mi prima. En el trayecto, ella me encajó un beso ruidoso en el cachete de la cola.

¡Sí Panchu, te re mojaste! ¡Eso quiere decir, que necesitás calmar esa conchita! ¡Dale, vení a la cama!, me dijo. En medio de tanto revuelo, descubrí que su bombacha estaba igual que la mía, que al fin estábamos desnudas, y que la luz había vuelto. Ella nos tapó a las dos, porque el ventilador comenzó a girar, y me acomodó sobre su cuerpo, boca abajo. Ahí los besos se renovaron, y una de mis piernas quedó atrapada entre las suyas. Ella se las ingenió para colocarnos de modo tal que su conchita se pegue a mi pierna, y mi conchita se junte con la suya, y de golpe, empezamos a movernos, sin dejar de besarnos, ni ella de darme chirlos, pellizcos o caricias en la cola.

¡Así Panchu, movete despacito, así sacamos esas cosquillitas!, me decía.

¡Vale, perdón, no sabía que me había hecho pis! ¿Vos también te hiciste?, le decía.

¡No bebé, no es pis! ¡Ninguna de las dos se meó! ¡Tranqui, y movete bebé! ¿Te gusta?, me decía en el oído. ¡Sí, quiero más, me gusta esto! ¡Es, se siente re rico en la conchita!, le decía con el pecho convulsionado.

¡No digas malas palabras, chancha! ¡Vos, sos mi prima favorita! ¡Vos, y tu conchita jugosa! ¡Eso, es lo que nos moja la bombachita cuando estamos calientes, cuando nos gusta un nene, o una nena, o nos queremos masturbar! ¡Dale chiquita, mordeme los labios, tírame tu alientito en la cara, pegá bien la conchita a mi pierna, que yo también quiero esa piernita en mi concha!, me decía, haciendo que nuestros pechos también se froten con energía.

¡Síii, quiero más, me gusta hacer esto con vos! ¡Quiero que me chupes las tetas!, me animé a pedirle, y ella me hizo arder de deseos cuando empezó a succionar mis pezones, a chuparme el costado de los pechos, y a sobarme las nalgas, subiéndome cada vez más arriba de su cuerpo. Cuando quise acordar, mi conchita estaba a la altura de sus tetas.

¡Perdón Panchu! ¡Pero, quiero verificar si te mojaste de calentura, o si te hiciste pis!, me dijo de repente, y casi sin saber cómo lo hizo, puso mi concha sobre su cara, sacó su lengua y me la lamió con una voracidad que me hacía apretar los dientes, cerrar los ojos y soñar que algo maravilloso podría hechizarme para siempre. Me olía, me acariciaba la vagina con un dedo, me abría los labios y me daba golpecitos con la lengua. Y de repente, otra vez me mandó para debajo de la sábana.

¡Tenés olor a sexo Ani, a nena que ya quiere pito! ¿Querés coger con un nene amor? ¿O con una nena? ¿O con la tarada que te besuquea en el baño?, me decía mientras me comía la boca, colocando mis piernas entre las suyas, manipulando mi capacidad de movimiento con sus manos en mi culo, y logrando al fin lo que se proponía. Juntar nuestras vulvas. Y, aunque no se sentía del todo rico, sus besos me aturdían y revolucionaban. Hasta que una de sus manos bajó al centro de nuestros sexos, y sus dedos comenzaron a estimularnos. A veces me rasguñaba. Otras, sentía que su dedo entraba bruscamente, y que me humedecía toda.

¿Te gusta el dedo en la conchita nena? ¿Te gusta así? ¿Querés que tu prima te coja la conchita? ¡Me vuelve loca tu aroma bebé! ¡Si te portás bien, mañana te hago acabar con la lengua! ¡Y vos, también me vas a chupar la concha! ¡Vas a ver que me vas a amar por todo lo que te estoy enseñando, chancha, cochina, calentona! ¡Me re calienta dormir con vos! ¿Sabés? ¡Me encanta que estés a mi lado, en bombachita!, me decía, sin preocuparse por bajar el volumen de su voz, ni por detener el ritmo que nos hacía sudar, gemir, besarnos con más frenesí, buscar nuestros sexos con los dedos o las piernas. Y, de repente, en un momento sublime, como si alguien hubiese hablado con una voz atronadora, con una orden imposible de no acatar, las dos empezamos a temblar, a reírnos, a babearnos los labios, a mordernos, gemirnos al oído, olernos y arañarnos lo que tuviésemos a mano de la piel de la otra. No sé si fue en el mismo momento, o si la magia hizo su arte, o si la envidia de todos los que no gozaban del sexo a esas horas lo quisieron así. Pero, las dos nos mojamos juntas, nos quedamos en blanco y en colores, divertidas y agradecidas, desnudas, con nuestras bombachas húmedas enredadas en nuestras cabelleras, con las tetas pegoteadas, y miles de sensaciones en los labios. Vale, soltó un chorro mucho más abundante que el mío. Incluso me hizo reír cuando dijo, una vez que recuperó el habla: ¡Te meé toda Panchu! ¡Vamos a tener que cambiar las sábanas!

Luego, ella me separó de su cuerpo para recostarme con toda la ternura que vi en sus ojos a su lado. Parecía que tuviese miedo de romperme, o que se me salga un brazo. Ya no era víctima de la adrenalina que nos había consumido en una estela de irrealidad. Las dos suspiramos como tontas enamoradas por un rato, tratando de controlar nuestras respiraciones. No nos hablamos enseguida, porque tal vez preferíamos conservar el sabor de nuestros labios, pechos y cuello. A Vale se le seguían escapando gemiditos vagos. Por ahí decía algo como: ¡Dioos! ¡Uuuy, qué lindo! ¡Ufff! ¡Qué loco!

Y de pronto me rozó una pierna con uno de sus pies fríos por el sudor del momento. Creí que no podría hablarle de inmediato.

¡Ani, tenemos que dormir chancha! ¡Se hicieron las 3 de la mañana! ¡Si los abuelos se enteran, nos van a cagar a pedo! ¿Trajiste más ropa?, dijo con sencillez, mientras arreglaba las almohadas, ponía una alarma para despertarnos, tomaba un trago de agua y buscaba el botón del velador para encenderlo.

¡Sí, traje! ¿No podemos dormir desnudas? ¡O sea, si querés, me pongo una bombacha, y listo! ¡Digo, por el calor!, le dije, sin saber de dónde brotó esa idea en mi cabeza. Vale sonrió, se acercó, desparramó su pelo radiante sobre mis pechos y buscó mi boca. Me besó, lamió mi nariz y luego me susurró al oído: ¡Sí amor, podemos dormir desnudas! ¡Pero, vas a tener que ir al baño a limpiarte! ¡Yo también, de hecho! ¡Si querés, vamos juntas!

Entonces empezamos a reírnos sin entender de qué, y seguimos besándonos. Hasta que el ventilador volvió a detener su traqueteo sobre nosotras. Se apagó el velador, y el canto de los grillos se hizo más presente.

¡Así que, a la Panchu le gusta hacer chanchadas con la prima! ¡Mirala vos a la señorita, tan linda, perfectita y súper estudiosa! ¡Mañana, te toca poner tu lengüita en mi concha nena! ¡Me lo prometiste! ¿Te acordás? ¡Y, ahora, ganaste, porque nos vamos a tener que dormir así, todas sucias, y desnudas! ¡Esperemos que mañana no se vuelva a cortar la luz!    Fin

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