Tendiendo ropa

 

Ese viernes llegué un poco más temprano de lo habitual. Todavía no había hecho las compras para el fin de semana, y mi casa estaba patas para arriba. No tuve tiempo siquiera de lavar los platos. Para colmo, la ropa sucia se me acumulaba en los canastos. Así que, aproveché a ventilar un poco, tomar algo fresco, y poner a funcionar el lavarropas con millones de bombachas, medias, corpiños y otras cositas livianas. Entretanto, vi un capítulo de una serie erótica rusa, ya habiéndome liberado de toda la ropa formal del trabajo. Me sentía mucho más sexy con un vestido estirado anaranjado que solía usar cuando andaba sola por la casa. Tenía varias manchas, algunos desgarrones, y las tiras ni siquiera se aferraban a mis hombros. Por lo que tampoco me sujetaban ni contenían las gomas. Pero me daba igual. Amaba sentirme fresca, sin ropa interior, tomando una latita de Doctor Lemon mientras veía cómo una enfermera bailaba con una copa de Gin Tonic en la mano, mordiéndose los labios, fulminando con pura sensualidad a un médico que le miraba las tetas, franeleándose el bulto. Eso alimentaba mis ansias de tener sexo. La pasión de esa chica, la forma que tenía de mostrar los encajes finos de su corpiño, y el sudor del médico por las ganas que se le notaban en cada músculo por llevársela a la cama me ponían cada vez más en jaque. Pero estaba sola, eran las 5 de la tarde, y ninguno de mis chongos tendría disponibilidad para mí. Y bueno, una, a veces se conforma con algún amiguito chancho, o algún conocido casado, o las atenciones de algún primo siempre solidario. La verdad, no quería una pareja seria, porque el sexo se me hace mucho más aburrido, predecible y rutinario bajo esas etiquetas. Mientras tanto, el médico dejaba a la enfermera en tanga, la recostaba en una camilla y le masajeaba el culo con un aceite relajante, sin perder de vista la abundancia de esos cachetes, entre los que hasta yo hubiese extraviado mi lengua y mis dedos. ¡Qué pedazo de hembra! Yo misma me frotaba las tetas, y abría las piernas para no excitarme más con los latidos de mi clítoris. Y de repente, sonó el lavarropas. Señal que debía ponerme a colgar todo en el patio, aprovechando que todavía el sol era generoso. Además, tenía una parva para seguir lavando. Entonces, pausé la serie, me terminé el traguito, puse la ropa húmeda en un cesto, encendí un sahumerio, le di Play a una lista de Spotify, y salí al patio, tarareando y moviendo las caderas. Sentía la brisita colarse por debajo de mi vestido, y al menos eso me calmaba la calentura que me había dejado la serie.

Ya había colgado dos topsitos, tres bombachas, una remerita, dos calzas y algo más cuando un ruido eléctrico, como el motor de una amoladora alarmó mis sentidos, y me obligó a putear con todas las ganas. Entonces, vi que mi vecino Luis estaba reparando una moto con su amigo, un tal Hugo, en su propio patio. Ocurre que, por desgracia, nuestros patios apenas se dividen con un rudimentario alambrado, un árbol cada vez más seco y casi sin ramas, y una cucha gigante de perro. Escuché sus voces, y me pareció que no se ponían de acuerdo en cómo solucionar el problema. Pero luego bajaron la voz. Yo era consciente que iba y venía de un tender a otro, colgando ropa, y que cada tanto debía acomodarme el vestido porque se me caía, y se me veían las gomas. Sin embargo, algo en mi interior me insistía con exhibirme más. Seguía bailando el tema de Ariana Grande que sonaba en la cocina, cantando con mi inglés horrible, relojeando a mi vecino cuando no lo notaba, y sintiendo sus miradas.

¡Hola Gabriela! ¿Por casualidad no tendrá hora? ¡Parece que en un rato se viene la lluvia! ¡Digo, porque no se la ve seguido colgando ropa!, me dijo al fin, y sus palabras no sonaron tan lejos para mis oídos, teniendo en cuenta que estaban como a diez metros de mi posición.

¡Hola vecino! ¡No, no tengo hora! ¡Deben ser como las seis por lo menos! ¡Y no se haga el graciosito, que yo siempre lavo la ropa! ¡Pasa que, generalmente la tiende mi hermana, o mi vieja!, le dije, acercándome un poco a su panorama visual, ya que necesitaba colgar más cosas. Entonces, dejé que se me cayeran un par de broches al suelo, y me agaché para recogerlos, sabiendo que las tetas se me iban a bambolear. Aunque no imaginé que una se me escaparía rebelde del vestido. Me levanté rápido, seguro que re colorada, y me encontré con la mirada de Luis, y de su amigo llenándose con la figura de mis tetas, sin ningún recato.

¡Hey! ¿Se puede saber qué mira vecino? ¡Y usted también! ¡Una no puede salir a tender la ropa siquiera!, les grité señalándolos con una fingida histeria, porque ni me preocupaba por arreglarme el vestido, el que ahora exponía mis dos tetas. Y para rematarla, apoyé una bombacha celeste sobre ellas, antes de colgarla. Recién ahí me las cubrí, y seguí colgando mientras bailaba. Don Luis se amilanó. Pero Hugo se animó a decirme: ¡Y bueno señorita, uno no ve todos los días a una chica con esos melones! ¡La verdad, su hermanita está para el infarto! ¡Pero usted no se le queda atrás!

¡Aaah, bueee! ¡Las cosas que hay que escuchar! ¿Qué les pasa? ¿Nunca vieron un par de tetas como estas?, dije luego, respetando mi papel de mujer ofendida, pero dando unos saltitos para que las gomas se me balanceen y vuelvan a escaparse del vestido. Una vez más las escondí, y entonces los vi levantarse del piso, dejando sus herramientas y labores. Luis silbaba algo indescifrable y le convidaba un cigarrillo a su amigo. Pero seguían espiando mis movimientos. De modo que entré a la cocina para poner más ropa, y de paso agarré un toallón con el que me había secado por la mañana, solo para tener una excusa de volver a salir al patio y tener algo que colgar. ¡Se me antojaba calentar a esos boludos, hacerme la putona, y a la vez humillarlos un rato! ¡Aunque, sabía que podía salirme mal!

Salí al patio, con la impresión de que tal vez habían entrado a la casa, o regresaron a engrasarse las manos con aquella moto vieja. Pero los dos seguían fumando. De hecho, cuando Luis me vio me preguntó si había tenido luz por la mañana. Ahora los dos estaban de pie, hablando de Boca y River; Hugo Apoyado en el árbol seco. No le contesté. Seguí bailando, acomodando el toallón, sintiendo unas tremendas palpitaciones en la vulva.

¡Che, Gabi! ¿Me escuchaste? ¿tuviste luz esta mañana? ¡Uuuuy, y me parece que se te cayó algo!, insistió don Luis. Yo sabía perfectamente que nada se me había caído. Pero me hice la boluda y le seguí el juego. Me agaché, mientras le decía que no tenía ni idea lo de la luz, y simulaba buscar lo que carajos sea, al mismo tiempo que las tetas se me zafaban del vestido.

¡Por favor nena! ¡Así dan ganas de quedarse a vivir mirándote esas tetas! ¡Qué gomas cachorra!, dijo Luis, mientras Hugo asentía con una especie de abucheo, o vaya a saber qué. Me levanté como un polvorín y les grité: ¡Ustedes, son unos asquerosos, unos degenerados de mierda! ¿Hace tanto que no ven tetas de verdad? ¿Qué pasa? ¿Sus mujeres ya no cogen con ustedes? ¡uuuy, perdón Luis! ¡Cierto que la suya se fue con un camionero! ¡Creo que metí el dedo en la llaga! ¡A usted, don Hugo, ni lo conozco señor! ¡Pero seguro que su mujer lo anda cuerneando por ahí! ¡Por si no lo saben, a nosotras, a veces un pito solo, no nos alcanza!

Pensé que me iban a mandar al carajo. Luis se repuso de inmediato, acercándose al alambrado para decirme: ¿Y a vos te pasa eso? ¿Con una sola no te alcanza? ¿Por eso cambiás de novios como de calzones?

¡Aaah, nooo! ¡Usted es un desubicado!, le dije, abriendo un poco las piernas, y advirtiendo que el bulto de ambos señores resplandecía imponentes bajo sus pantalones de trabajo.

¡Y vos una hipócrita nena! ¡Mirá cómo salís a tender la ropita! ¿O me vas a decir que vas con ese vestido a laburar?, me cuestionó el vecino, mientras su amigo le devolvía el cigarrillo y tomaba aire para agregar: ¡La verdad, no sé si será cómo usted dice! ¡Pero mi mujer me es totalmente fiel! ¡Si me llega a engañar, bueno, por ahí yo la puedo engañar con usted! ¡Digo, ya que no le alcanza con un solo pito!

¿Por qué no se van a la mierda? ¡Son unos viejos verdes, acosadores de chicas inocentes, inmorales, y alzados! ¡Unos pajeros de cuarta!, les dije mirándolos con rabia, aunque con las tetas prácticamente afuera del vestido.

¡Sí mamita, pero tus tetas nos ponen así! ¡Es como si, me dieran ganas de ser padre de nuevo! ¡Si hubieses sido madre, tu hijo se habría matado a pajas con esas gomas!, continuó don Luis, frotándose involuntariamente la entrepierna, mientras su amigo lo miraba como diciéndole que estaba llegando demasiado lejos. Al punto tal que le escuché murmurar: ¡Calmate loco! ¿Mirá si nos denuncia?

¿Esta? ¿Denunciarnos? ¡Naah, no la conocés gordo! ¡Yo me hice el boludo muchas veces! ¡Pero no es la primera vez que sale así a tender la ropa! ¡Y cuando era guacha, a veces salía en calzones! ¡No le dije nada porque tendría 15 o 16! ¡No sé cómo la madre la dejaba salir así, meneando esas tetitas que tenía!, le informó Luis, con absoluto realismo, sorprendiéndome por la noticia de haber sido observada desde aquellos tiempos.

¡O sea que, usted me mira en bolas desde chiquita! ¿Y después la hipócrita soy yo?, le dije específicamente a Luis, que me sonreía con el pucho en los labios.

¡Puede ser! ¡Pero también eras una guacha atrevida, que salía en bombacha a tender la ropa! ¡Y también te vi haciendo otras cositas, no muy apropiadas para tu edad! ¡Se ve que te gustaba mucho el chupetín de tu primo! ¡Y el de otro rubiecito! ¡Cómo te gustaba tener pitos en la boca nena!, me expuso, esta vez hablando con mayor serenidad, mientras buscaba el encendedor para encender otro cigarrillo.

¡A ver si ententendí bien! ¿Vos decís que tu vecina se la pasaba haciendo petes en el patio de su casa, y que la madre no le decía nada?, dijo entonces Hugo, halbando por primera vez con seguridad.

¡No le decía nada porque la pobre mujer se deslomaba laburando!, le dijo Luis, como si yo no estuviese a centímetros de sus cuerpos. Y de repente, estallé en una especie de ira descontrolada que me cegó cuando les dije: ¿Por qué tienen que hablar de mí? ¿Qué quieren? ¡Aaah, ya sé, los pajeritos quieren teta! ¿No cierto? ¿Quieren que les ponga las tetas en la cara los señores? ¿Les gustan mucho las tetas de las minas de 34, con prontuario de petera como yo? ¡No me digan que se van a esconder a pajearse juntitos! ¿A dónde van? ¡Por qué no se acercan acá, y dan la cara?

Mientras les gritaba, primero ellos amagaron con irse para los adentros de la casa, mientras yo me acercaba al alambrado, con mis manos bajo mis tetas desnudas para sacudirlas a los lados. Pero, ni bien estuve pegadita a los oxidados alambres, ambos se quedaron tiesos por un momento. Parecía que mi atrevimiento los petrificaba, aunque sus bultos seguían al borde de declararle la guerra a sus ropas.

¿Vos estás segura de lo que nos estás pidiendo? ¡Una buena chupada de tetas, te va a calentar mucho la argollita nena! ¡Después, vas a querer el postrecito!, decía Luis, liberándose del hechizo de inmovilidad, y contagiando a su amigo para que se me acerque también. No hubo más que esperar. Primero, los dos me manosearon ambas tetas por los agujeros del alambrado. Eran solo caricias tímidas, y miradas lascivas que no me llenaban en absoluto.

¡Aaah, bueno! ¿Así me las van a tocar? ¡Vamos, aprieten, toquen bien que son tetas, y no muerden! ¡Al final, son re pajeros los dos!, les decía, incapaz de controlar los temblores de mis 34 años cada vez más necesitados. Luis tendría unos 55 años, y no me atraía en lo más mínimo. Era narigón, pelado, con aspecto de sucio, de boca ancha, pocos dientes, manos callosas y medio barrigudo. Pero desde mi perspectiva, su pija parecía más inflamada que la de su amigo que, de pedo si llegaba a los 40. Hugo era alto, de ojos claros y musculoso; sonreía poco, tenía cara de aburrido y una voz aguda espantosa. Tampoco era mi tipo. La cosa es que ambos empezaron a manoseármelas mejor, a pellizcarme los pezones, a cacheteármelas con dulzura y violencia, y a fregárselas por sus tupidas barbas.

¡Fuaaa, se nota que no se pone perfume la nena! ¡Es olor a tetita, a la piel de las tetas!, dijo Hugo, que parecía más entusiasmado en olérmelas, y el más agitado de los dos.

¿Tu mujer nunca te sacó la leche con las gomas?, le preguntó Luis.

¡Ni en pedo! ¡Sabés que la Lili es lo más parecido a una monja que conozco! ¡Y pedirle el culo, andá a cagar! ¡La última vez que se lo pedí, casi nos divorciamos!, le explicó su amigo.

¡Bueno che! ¡A mí me importa un carajo sus esposas! ¡Vamos, chúpenme las tetas! ¿O no querían eso?, les dije con la voz a punto de convertírseme en un gemido, mientras sentía que las piernas se me abrían solas, y que la boca se me inundaba de saliva de tanto mirar esas erecciones.

¡Che Gabi! ¿Todavía te gustan los chupetines en la boca? ¡Cómo te pegoteaban las tetas esos borregos! ¡Dale, estirá la mano, y fijate cómo se nos va calentando la mamadera para vos!, dijo el degenerado de Luis entre bocados y mordidas a mi teta derecha. Los dos se habían puesto de acuerdo en cuál de ellas le correspondía a cada uno. De modo que Hugo me volvía loca cuando me mordía despacito el pezón izquierdo y me lo estiraba con los labios. Yo, encajé mis manos por los agujeros más grandes del tejido, y ellos acercaron sus pubis para que mis dedos comiencen a palparlos, a presionarles la puntita, y a cosquillearle las bolas. De inmediato comenzaron a jadear, a despedazarme aún más las tetas a chupones, y a decirme chanchadas.

¡Cuando te apoyaste esa bombachita blanca acá, me volaste la tapa del marulo, pendejita! ¿Esa era tuya? ¿O de tu hermana?, preguntó Hugo.

¡Naaah, esa seguro que es de la otra, porque era media chetona! ¿No viste el encaje que tenía? ¡Che, y contame! ¿Nunca tu vieja te pescó con la boquita ocupada? ¡Uuuy, síi, apretá así guachona!, me decía Luis, agradecido con las sobaditas de mis dedos sentía que los brazos se me adormecían, y que las tetas se me raspaban cada vez más contra el alambre.

¡Sí, mi mami siempre supo que tiene una hija come pitos, y calientapitos! ¿Cuál es el problema?, les dije, y sentí que Hugo me pegó en la mano para que detenga mis apretujes en su glande.

¡Me vas a hacer acabar, gordita chancha!, me gritó, mientras Luis ya se había bajado el pantalón, y me pedía que le rasguñe el tronco de la pija con las uñas sobre su bóxer relativamente húmedo y caliente.

¡No me pegues, malo! ¿Eso le hacés a las chicas que te quieren mimosear el pito? ¿Por qué mejor no vienen, y me chupan bien las tetas en el patio de mi casa? ¡Así don Luis se acuerda de las veces que me espiaba en bombacha! ¿Y ahí qué hacía? ¿Se pajeaba mirándome la cola?, les dije, retomando el tono delirante del principio. Y la verdad, fue todo tan rápido, innecesario de recordar, pero tan urgente que, ni sé cómo hicieron para cruzar el alambrado, y en menos de lo que hubiese esperado, rodearme con la determinación de una jauría de lobos salvajes. Enseguida me alejaron del alambrado, haciéndose un sanguchito con mi cuerpo, comenzando a meterme manos por todos lados, besuqueándome las tetas y los hombros. Don Luis me revolvía el pelo y me olía el cuello. Hugo quería comerme la boca, a pesar de mis negativas. Pero terminé dejando que me muerda los labios, el mentón y las orejas, mientras Luis bajaba para besarme la panza, juguetear con mi ombligo y apretarme el culo con sus manos ásperas por sus actividades mecánicas, aprovechando que el vestido ya lo tenía casi enrollado sobre la cintura.

¡Mmm, tenés el vestidito mojado por acá nena! ¿Qué pachó? ¿Es la agüita de la ropa que colgabas? ¿O es la calenturita que te regalamos con mi amigo, chupándote las gomas? ¿O te hiciste pis?, me expuso Luis, palpando y olfateando la tela de mi vestido, mientras Hugo me devoraba las tetas y me hacía chuparle los dedos.

¡Por ahí, tampoco se puso bombachita la vecina! ¡Fijate viejo! ¡Apuesto a que no se puso!, le dijo Hugo mordisqueándome un pezón, cuando ya don Luis me levantaba el vestido para chuponearme los muslos. Y claramente, celebró con una especie de rugido hilarante el hecho de mirarme la vulva sin bombacha.

¡Tenés razón Huguito! ¡La bebé no se puso bombacha, ni corpiño! ¡Y tiene una conchita gorda que te va a poner loquito!, dijo Luis, posando sus dedos en el orificio de mi vagina, mientras me abría los cachetes del culo para juguetear con otro dedo sobre mi ano. Y, al tiempo sentí varios dedos adentro de mi concha, y su lengua caliente ensalivándome como para preñarme de felicidades compartidas, y su respiración en mi piel como el aliento de un león hambriento.

¡Che, es verdad que las minas cuando andan calentitas, huelen a sexo por todos lados!, dijo Hugo, pegándose con mis tetas en la cara, mientras me hacía pajearle la pija y chuparle los dedos, con el equilibrio convirtiéndome en una trapecista sobre mis pies, ya que me costaba continuar sobre ellos.

¡Siii, es cierto! ¡Y la concha, ni te cuento! ¡Tiene olor a pichí la vecinita! ¿Te measte el vestido nena? ¿Todavía te meás en la cama vos? ¿O te meás cuando te calienta una pija?, me decía Luis con sus dedos penetrándome la concha y su otra mano castigándome el culo para que le responda.

¡Sí, ando alzada vecino! ¡Y me meo en la cama porque soy una nena chiquita, que todavía no aprende a controlarse cuando anda calentita! ¡Y no me puse bombacha porque soy pobre, como la trola de su hija! ¡A esa sí que le gusta la joda! ¿No?, le dije haciéndome la bebota, con media falange de Hugo entre los labios.

¡Callate la boca pendeja! ¡La de veces que te escucho gemir con las garchadas que te pegan en tu piecita! ¡A vos y a tu hermana! ¡Esa grita menos, pero putea que da calambre! ¡Se ve que a ella le gusta por el culo! ¡A tu vieja no se la escucha gozar! ¡Pero está para pegarle una buena sacudida a esa morocha!, decía Luis, incorporándose del suelo, con los ojos enfurecidos y los pantalones por el piso. No tardamos en colocarnos sobre el banco largo que teníamos empotrado en una de las paredes, cerca de la parrilla. No sé cómo llegamos ahí. Solo que Luis me decía todo el tiempo: ¡Ahora, el Luisito te va a hacer upita, para darte un regalito por ahí adentro, porque lo andás precisando bebota!, mientras me palmoteaba la zorra. No me quitaron el vestido hasta que me senté sobre Luis, y su pija comenzó a amenazar con ensancharse hasta morir adentro de mi concha súper jugosa a esas alturas. Hugo se puso de pie sobre el banco y comenzó a menear su pija a poquita distancia de mi boca.

¡Dale guacha, agarrá eso, y metételo en la boca, como se lo hiciste a tu primo! ¿Es cierto lo que cuenta mi amigo? ¡Quiero que me la mames bien mamada pendeja! ¡Qué calentura me hiciste agarrar!, me decía Hugo, pegándome con su pito en la cara, mientras yo le apretaba la pija a Luis con las piernas, y daba saltitos para pegarle con el culo. Y finalmente, una vez que mi boca se apropió de ese glande colorado y ancho, espumoso de jugos y afiebrado, no pude gritar como me hubiese gustado al sentir la pija de Luis transgrediendo mi conchita. Me la metió con todo, sin previo aviso, y me pedía todo el tiempo: ¡Movete putita, así, sentila bien adentro, comete toda la verga del Luisito, toda por la conchita bebé! ¡Las ganas que te tenía, pendeja putona! ¡Cuántas veces te dediqué una paja, atorranta! ¡Y vos, peteando en el patio, para que yo te mire! ¡O tendiendo ropita en bombacha! ¡Faaaa, así, deslechame la verga mami!

Hugo solo jadeaba, y me apretaba las tetas. Me sacaba la pija para que pueda tomar algo de aire, gemir un poquito, y luego regresaba al colchón de saliva, eructos y arcadas en el que se había convertido mi boca. Oía el repiqueteo de mi propio cuerpo saltar sobre la pija de mi vecino, los jugos y los quejidos del banco, la respiración de Hugo y las palabras sucias de Luis, y me emputecía más, moviéndome como si mi cuerpo fuese de papel. Saboreaba esa pija tierna y dura como un pepino, la babeaba toda, le escupía los huevos y le rasguñaba el culo como me lo solicitaba, mientras la pija enérgica de mi vecino parecía transformarse en la de un negro actor del porno. O, al menos así me hacía sentir, mordisqueándome la nuca, tironeándome el pelo y diciéndome: ¡Sos una cochina nena, una basurita, una villerita culo cagado, que se hace la cancherita, y después se come los mocos! ¡Así trolita, comete toda la verga por esa conchita! ¿Te cogiste a ese primito al final? ¿Y al sodero? ¡Ese te mira las tetas como todos por acá en el barrio!

Y cuando ya había alcanzado al menos dos orgasmos que me cegaron los sentidos por un instante, Luis me alzó en sus brazos para que cambiemos de posición. Me hizo parar con un pie en el suelo, y flexionar la otra pierna para apoyarme en el banco, con las manos contra la pared. Ahí Hugo fue el que me chirleó el culo con todo, me mordisqueó las nalgas, me penetró la concha con sus dedos para que luego se los chupetee, y después me ensartó su pija en llamas en la concha. Se movía con agilidad y sin pausa. Pero no era lo mismo que la pija de mi vecino. Tal vez la posición no lo favorecía. O la panza no lo ayudaba del todo. Y, al rato Luis tomó la posta. Solo que, sin consultármelo me apoyó el glande entre las nalgas, y luego de decirme: ¡Ahora sí que la vas a sentir, guachita sucia!, empujó aquella espada de carne con todas sus fuerzas para penetrarme el culo. Luego de ese empellón que me hizo lagrimear, y posiblemente hasta hacerme pis, empezó a moverse con calma, como si quisiera disfrutar de lo apretadito de mi culo. De hecho, mientras me culeaba murmuraba: ¡Uuuy, diooos, qué apretadita tiene la cola mi vecinita! ¡Y qué linda la tenías de pendeja! ¡Cómo te tragabas esas bombachitas! ¡Te la deben haber re manoseado tus compañeritos! ¿Los profes no te miraban la cola? ¿O se baboseaban con tus tetas? ¡Así bebéee, abrite toda, así, así te cojo el culito, te lo lleno de pija, de lechita nena! ¿Te gusta la pija dura en el culo? ¿Eeee? ¿Te calienta más que por la cotorra bebé?

¡Síii, culeame toda, viejo pajero, meteme toda la verga, quiero pija, quiero que me rompas el culito, asíii, aaaay, me gustaaa, me pone re putaaa, quiero esa pija en el culoooo!, me escuchaba gritarle, mientras Hugo miraba, me hacía pajearlo y me mordía las tetas haciendo enormes esfuerzos. Pero nada podía ser eterno. No sabía cuánto más esos machos necesitados podían durar, a pesar que ya me sorprendía que se banquen tanto. Supongo que, por eso, Luis terminó decidiendo que lo mejor era sentarse conmigo a upa, sin retirar su pija de mi culo, y pedirme que abra las piernas.

¡Dale mamerto, sumate y clavásela en la conchita! ¡Te prometo que la tiene más caliente que una perra callejera!, le dijo Luis a su amigo, que de pronto parecía temerle un poco a la situación. Murmuró algo que sonó a “no tengo forros”, y retrocedió algo abatido.

 ¡Dale boludo! ¡Qué forros ni ocho cuartos! ¡Agarrale las gambas y ponésela toda!, lo invitó Luis, nuevamente sin mi consentimiento. Pero a mí me daba igual. Razón por la que colaboré para que Hugo pudiera acertar en el blanco con mayor facilidad, en el instante en que Luis detuvo su marcha en mi culo. De inmediato, una vez que sentí mis dos agujeros llenos de pija, el ritmo de esos hombres en celo empezó a hacerme gemir, y a buscar sus oídos para decirles chanchadas. A Luis le decía: ¡Culeame toda, más adentro la quiero, haceme tu puta, abrime bien el culo, hijo de puta! A Hugo, le susurraba cosas como: ¡Así bebé, llename la concha de leche, haceme miles de hijos, asíii, dame verga, cogete a la vecinita de tu amigo! ¿Vos nunca me viste en tetas, tendiendo ropa?

Los dos me apretaban contra sus cuerpos, y Hugo no desperdiciaba la oportunidad de lamerme las tetas, morderme la boca o pellizcarme lo que encontrase de mi piel. Me sentía cada vez más llena, con un montón de cosquillas, como si quisiera cagar y mear al mismo tiempo, pero a la misma vez, incapaz de renunciar a esos dos trozos de pija penetrándome, apropiándose de mi intimidad, lubricándome con sus vanidades y completándome como mujer y animal.

¡Callate guacha, dejó de hablar, que también me calentás cuando hablás, así de sucia! ¡Me hacés acordar a la puta de mi hermana!, me decía Hugo, mientras retiraba la pija de mi concha para acomodarse de cualquier forma sobre el banco. Su objetivo era pajearse contra mis tetas, y lo logró. Fue un momento tremendo porque, mientras la vberga de Luis parecía perder fuerzas y su cuerpo arremetía contra mi culo más que sus ansias viriles, Hugo restregaba mis tetas con vehemencia contra su pija. También me pegó con ella, volvió a pedirme que se la chupe, y que no pare de escupirme las gomas. Luis, en un momento me hizo chuparle los dedos, y eso creo que fue el punto final para sus capacidades sexuales, porque desde ese momento, sentí que una oleada de leche caliente invadía el interior de mi culo, y que sus movimientos se volvían más cruciales, punzantes y feroces, aunque remitían poco a poco. Lo único que llegó a decirme fue un ronco: ¡Ahí la tenés puta de mierda! ¡Te llené el culo de leche!

Sin embargo, tuvo que quedarse sentado unos minutos mas, conmigo a upa, hasta que su amigo empezó a acabarme en las tetas. Fue casi como un consuelo inevitable. Yo había empezado a hablarle con voz de nenita estúpida mientras toda su carne subía y bajaba contra la presión de mis tetas. Le decía cosas como: ¡Soy una nena chancha, que se quedó con la lechita de tu amigo en la cola! ¡Y ahora quiero la tuya en las tetas! ¿Me la vas a dar? ¿Me vas a ensuciar las tetas, para que después vaya al mercado así, toda sucia? ¿Querés que ande por mi casa con tu olor a lechita bebé? *Dame leche, dale, cogeme las tetas, llenalas de tu lechita papi, dale guacho, hacele el amor a mis tetas, si tanto te calientan la pija!

Hugo explotó sobre ellas, un poco en mi cara, mi panza y hasta en el vestido, ya que en medio de todo el quilombo, a Luis se le había ocurrido que su amigo descubra que efectivamente estaba húmedo, y olía a pis. De hecho, mientras me enlechaba como para alimentar a varias peteritas del barrio me decía: ¡Fuaaa nena, y encima te meás el vestidito! ¡Tiene olor a pichí como el de una pendeja! ¡Y andás con estas tetas, sin corpiño, tendiendo ropita asíii! ¡Tomá la leche putaaa, te la largo todaaa, putita suciaaa, perra, putona de mierdaaaa, Uuuuf, tomáaaaá,!

Enseguida me dejaron sola, tratando de descubrir el olor a pis en mi vestido, el que no encontré. ¿Sería que le había calentado mi olor a concha? El tema es que, los dos se esfumaron con la facilidad de un trueno en la tormenta, habiéndose saciado de mis feromonas ardientes. Me dolía el culo, me ardían las tetas, y un calambre de muerte comenzaba a formarse en mis cuádriceps. ¡Pero no tenía motivos para quejarme! ¡Mi día no pudo haber terminado mejor! Ni yo sabía cómo iba a salir eso de provocar a mi vecino. Es más. Ni siquiera había pensado en hacerlo. Y mucho menos en que estuviese con su amigo. Pero el fuego de mis tetas, la calentura de mi sexo y mi necesidad intacta, me llevaron a pasar una de las mejores tardes de mi vida. No tuve que moverme. Fue en mi patio, y conseguí leche para mi culo, y para mis tetas. ¡Menos mal que Hugo no me acabó adentro, porque, con la calentura que me cargaba, seguro terminaba embarazada de trillizos!     Fin

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