Tormenta de Squirts

 

Escrito con la Gatita Bostera

 

¡Doñita, perdone que sea la tercera vez en la semana que la moleste! ¿¡Pero, ¿Usted ha podido hablar con la potrilla?! ¡Sé que no es de mi incumbencia! ¿Vio? ¡Pero no le parece raro que tenga 15 años y deje las bombachitas tan mojadas bajo las sábanas? ¡A veces, las deja debajo de la cama, o las esconde en su mesita de luz!, me repetía una y otra vez Gabriela, la empleadita que más me había durado con los quehaceres de la casa, cada vez que limpiaba la pieza de mi hija.

¡Sí Gabi, ya hablé con Belén, y aunque se lo repito, o la amenace con castigarla, no me entiende! ¡Tal vez sea las tormentas de noche! ¡Viste que le tiene miedo a los truenos! ¡Encima, últimamente llueve seguido! ¡O a lo mejor extraña a su papi! ¡Ese sentimiento de abandono no es fácil de olvidar, mi Gabita! - le dije con un suspiro mientras la ayudaba a doblar las servilletas. Estaba un poco harta que sea el tema principal para ella. Además, siempre sugería que tal vez, mi nena tuviera sueños húmedos con varones, dado que, según ella, está en edad de merecer hace rato. Aunque empatice con la Gabi porque es quien debe recoger las bombachas sucias al limpiar, mucho no me molesta lo que hace mi pollita. No me parecía tan grave. Nunca creí en psicólogos o terapeutas infantiles. Mucho menos en los curas. Sabía que era cuestión de tiempo, maduración, y de ciertos temores que tenía para socializar. Pero no me preocupaba. Belén es mi única hija. Las dos nos quedamos a vivir solas en el campo, porque teníamos un emprendimiento de plantación de tomate, cebollas, arándanos y frutillas, entre otras cosas. Su papá nos abandonó cuando ella tenía diez, y desde entonces es super pegota a mí. Y, aunque no lo hace tan bien trata de ayudarme en lo que sea. Me enternece cuando aprieta la trompita al ver que las ovejas no le hacen ni caso cuando las llama, o cuando Gabita trata de explicarle que no debe tomar la leche recién extraída de la vaca de la botella. Tenemos ovejas, conejos, dos vacas y un gallinero que nos abastecen lo necesario.

La chiquita me salió rebelde a la hora de entender que la mayoría de las cosas que puede hacer en el campo, no debe aplicarlas a la ciudad. Y tampoco aquí mismo cuando viene gente desconocida a comprar, o a traernos pedidos. A ella le gusta ser libre. Andar por la casa de bombachitas y remeras algo viejas. No le importa que estemos en pleno invierno. Es más, diría que me gusta verla así, feliz y despreocupada, corriendo con bombachitas chiquitas por la casa y sacudiendo el culito al compás de su risa cantarina cuando juega con el perrito. Las salamandras en el campo siempre son más calentitas que las estufas o calefactores que hay en la ciudad.

Hace tiempo sentí un cosquilleo que extrañaba recibir de lleno en la concha. Belu atendió al hombre que nos trae condimentos, aderezos y adobos preparados, tan solo con una remerita blanca casi translúcida, a través de la cual se le veían las tetitas, y en bombacha rosa, la que se le perdía en el culo. Creo que de pedo no se le cayeron los paquetes al pobre Carlos. Aunque estoy segura que se hizo tremenda paja antes de irse a la próxima casa. Yo entré histérica a la cocina, diciéndole a Gabi que estaba lavando platos, que era imposible que mi chiquita no se ratonee con esa escena. ¡Pero Belu ni se inmutó! yo estaba prendida fuego. Tenía los pezones duros, la bombacha pegajosa y húmeda, y me sentía acalorada, con ganas de ir con esa mocosa y darle nalgadas hasta que me diga por qué carajos a sus 15 años nunca tuvo un noviecito. Ese era otro tema que notamos con Gabi. A la nena no le provocaba nada un pito a la vista. ¡Y eso que vio a varios hombres meando por los caminos! Ninguno de los pendejos que mandé para que se la levanten, o la seduzcan le movían un pelo. Casi siempre los sacaba corriendo, a los gritos y escandalizada. Y esa tarde fue Gabi la que me tuvo que socorrer a mí, comentando lo sucedido en la cocina, entre risas, justificaciones y preocupaciones de mi parte. Ni sé cómo sucedió. Cuando volví a la realidad y salí de mi deseo, la tenía a Gabi prendida de mis tetas, amasándolas y apretándome contra ella, jadeando sobre mi perplejidad, y susurrándome chanchadas. Cosas como: ¡Mire las tetas que tiene patroncita! ¡Cómo puede ser que la Belu tenga tan poquito pecho! ¡Aunque tiene un culazo su pollita! ¡Y no se preocupe, que tarde o temprano, le van a bañar la carita con leche de varoncito!

En un momento me volcó un chorrito de leche fresca sobre los pechos para simular que eran ubres, de las cuales tenía que extraer hasta la última gota. Ese fue uno de su juego favorito desde aquel día. le encantaba ponerme cositas comestibles en las tetas y chuparlas. Refregaba su conchita sobre mis piernas y metía sus deditos laboriosos dentro de mí, hasta que acabábamos cansadas, presas de un placer que nos nublaba toda capacidad de entendimiento. En ese momento éramos animales promiscuos, salvajes y depredadores. Sí, Gabi era lesbiana, y a mí, que no tenía aventuras sexuales recurrentes, me venía como anillo al dedo. Yo había probado el sexo lésbico por primera vez con ella, y desde entonces se me antojó mucho más sabroso, disfrutable y sentido que con los hombres. Aunque, a veces necesitaba que una pija se me clave en la concha, o en el culo, o que reviente en mi boca, llenándome con su esperma caliente. De igual forma, tratábamos de amarnos en la ausencia de Belu, o en sus distracciones, o cuando la pimpoya dormía. Esa tarde en concreto, ella andaba chapoteando en la lluvia con la hija menor de don Nicanor, que es el sereno de una fábrica que teníamos a pocas cuadras.

Nuestras vidas se tornaban en paz, sin demasiadas cosas por modificar. Belu seguía portándose súper en la escuela, y traía excelentes calificaciones. Sin embargo, el tema de que mojaba la cama y su ropa interior, seguía siendo un problema. Incluso, una noche se meó en mi propia cama, cuando yo decidí llevarla conmigo porque se había desatado una tormenta atroz. Ese día se cayeron un par de añosos árboles que teníamos en la finca de enfrente. Gabi me dijo muchas veces que a ella también le daba miedo la lluvia con truenos, relámpagos y vientos feroces. Pero que nunca había mojado la cama. Me acordaba de ella, de sus 23 añitos deshaciéndose en mis brazos, en su boca con sabor a dulce de leche rodando por mis pezones en el lavadero, el galpón o en la cocina de casa, y me urgían unas terribles ganas de masturbarme. Pero mi hija estaba en mi cama, y mis calenturas tenían ciertos límites.

Una tarde llegué del pueblo con bolsas y paquetes del supermercado. Necesitábamos yerba, azúcar, café, té, galletitas, harina, y pañales. Había tomado la decisión de hablar con Belu, y amenazarla con volver a ponerle pañales en los días de lluvia, si no trataba de controlar sus ganas por la noche. No sabía cómo iba a resultar. De inmediato me imaginé poniéndole uno, y la imagen de su cola pomposa, bien paradita y suave me regaló un shock eléctrico que fue a parar a mi clítoris. Necesito que venga Gabi, ¡así me saca la calentura que tengo!, pensaba, mientras afuera se desataba una tormenta fiera como las garras de un león. Me pareció Raro que Belén no se me hubiese abalanzado para ver qué traía, y si le había comprado alguna porquería rica en calorías, colesterol y azúcares saturados. La llamé, pero no me respondió. Pensé que el temible trueno que hizo temblar los vidrios de las ventanas había cubierto mi voz. La llamé una vez más, y entonces la vi. Estaba despatarrada en un sillón, en tanga, descalza, y viendo fotos en su celular. No sé cómo descifré que estaba viendo algo que me convenía saber de sobremanera. Belén me dijo que ya lavaba los platos, pero ni atinó a levantarse. Entonces, yo me acerqué lentamente y le quité el celular de la mano. ¡No podía creer lo que veía! ¡Tenía una flor de galería llena de fotos de las tetas, el culo y la cara de Gabriela! En algunas, mi empleada estaba parándole el culo con un short híper ajustado, en otras hacía gala de su buen par de tetas al exhibirlas desnudas al otro lado de la ventana, y en otras, las dos posaban en short, manoseándose las tetas. Inmediatamente estallé en un delirio que no me era propio, mientras ella me insistía para que le devuelva el teléfono.

¡Pendeja cochina, cerdita! ¡Decime cuantas veces mojaste la bombacha pensando en la Gabi! ¿He? ¡Decime ya! ¿Hace cuánto que se sacan estas fotos?, le gritaba histérica mientras la tenía sobre mi falda, dándole nalgadas que le dejaban la colita colorada. Con la tanga puesta aún, se la metí más adentro de la colita mientras ella lloriqueaba, pidiéndome que le devuelva su libertad. Ni siquiera supe cómo fue que me la eché encima para castigarle la cola.

¡No cochina! ¡Vos no vas a ningún lado! ¿Me entendés? ¡Quiero explicaciones! ¡Y yo pensando que eras una nena inocente, que todavía no tenías desarrollada la conchita y que por eso no te calentaba ninguna pija, ¡porque lo que te calentaba eran las tetas de la Gabi! ¿Te gusta verla limpiar en shortcitos? ¿Le comiste las tetas cuando yo me iba a trabajar? ¿O le comiste la conchita? ¿Te cogió la concha con alguno de sus juguetes?, le gritaba a garganta pelada, compitiendo con los ruidosos truenos que azotaban el cielo, arrancándole el pelo, acariciándole las nalgas para que no le ardan tanto los chirlos que le aplicaba luego, y zamarreándole para sacarle al menos una palabra. Me sentía desquiciada. Recordaba los chiches con los que nos divertíamos con Gabi, y empecé a imaginarme de todo. ¡Tal vez se la fifó en el baño! ¡O en la misma camita, antes de llevarle el desayuno!, Me excitaba mucho verla así, sumisa, tonta y calentita sobre mi falda. Como cuando era bebé y se portaba mal. Me la subía encima de mí, y hasta que no tuviera las nalguitas rojas y los ojitos llenos de lágrimas no paraba de chirlearla toda. Me excitaba que no buscara zafarse de sus castigos, y que en cada nalgada gima un poquito más fuerte. Luego, sintiendo los temblores que le recorrían la piel, despacito fui bajando de sus glúteos hasta su conchita sobre la tanga. La tenía húmeda, muy muy mojada. Tanto que parecía que se había hecho pichí. Pero no. Eran todos flujos afrodisíacos de la calentura que le hacía hervir la sangre. A la putita le calentaba sacarle foto a la empleadita y frotarse contra una almohada. No le calentaba la leche de los nenes, ni mucho menos comerse una pija por la conchita. Esas fueron sus palabras, las que logré descifrar mientras le arrancaba las orejas y el pelo para hacerla hablar. Sin olvidarme de sobarle la vagina, ni de nalguearla con cada vez mayores argumentos, intensidad y regularidad.

¡No me gustan los nenes mami! ¡Por eso le saco fotos a la Gabi! ¡Para pajearme encima de las almohadas! ¡Me encanta hacer eso! ¡O, si no, frotarme en el colchón! ¡Algunas veces me hago pis, porque no puedo parar! ¡Pero no quiero saber nada con pibes!, dijo en medio de gemidos, lloriqueo, toses nerviosas y el sonido de la angustia apretándole la garganta. Pero también se le notaba la fiebre vaginal subiendo por sus venas. Eso acaso era lo que le enrojecía las mejillas.

Despacito fui metiéndole la tanguita dentro de la conchita para dar la ilusión visual de que tenía puesto un hilo dental, al mismo tiempo que la colocaba boca arriba sobre mi falda. Los labios gorditos de su vulva carnosa y lampiña sobresalían brillantes, con un olorcito que me volvía loca. ¿Cuántas veces habrá probado Gabi esta conchita, y se me hacía la santurrona en la cara? Le pasé un dedo por el sexo y después me lo chupé. La pendejita era una delicia. Y de golpe su voz solemne y tierna me sacó del trance en el que me había depositado el sabor de sus flujos.

¡Mami, la Gabi no es la única con la que me toco ahí! ¡Y, además, ella no me hizo nada!, Dijo al fin entre los hipidos de un llanto que buscaba serenarse, mientras que con las manitos se secaba las lágrimas de la cara. Luego, con esos ojitos negros, brillosos y profundos me miró con intensidad, y mordiéndose el labio me dijo que también se tocaba soñando con mis tetas. ¡Aquello sí que me rompió los esquemas de la mente! ¿Le había entendido bien?

¿Qué decís? ¿Soñaste con mis tetas? ¿Y por eso te pajeaste, pimpoya? ¿Cómo es eso? ¿Con mis tetas?, le decía, recorriéndole el orificio de su vagina con mis dedos, haciéndola excitarse y sonreír al mismo tiempo, y con la misma luminosidad.

¡Muchas veces imaginé que te las volvía a chupar, como cuando era chiquita y te las tocaba por costumbre! ¡Si hubiese sido por mí, tomaba la teta hasta hoy en día! ¡Bueno, y si hubiese sido por vos, yo todavía usaba pañales! ¡Pero te juro mami que yo no quise tocarme! ¡Te veía los pezones paraditos y me los refregabas en la espalda cuando me ibas a despertar y no podía evitar tocarme! ¡Por eso la Gabi encontraba mis bombachas mojadas! ¡Me picaba mucho la chuchi! ¡A veces imaginaba que la lechita fresca de las vacas era de tus tetas!, se confesó al fin, haciendo que un infierno de sensaciones ardientes me consuma por completo. La cerdita había comenzado a deslizarse y acomodarse encima de mí, mientras hablaba algo más tranquila. ahora la tenía a upa, mirándome fijo a los ojos y con su conchita sobre mis piernas. Yo sentía su calor, su humedad, su olor a adolescencia, a pis, a sexo no resuelto, y tal vez a culpas que no le correspondían en lo más mínimo. Se refregaba bien suavecito y me pedía perdón mordiéndose los labios, o paseando la lengua por ellos. Pero me dejaba bien en claro que se sentía en celo, como las gatitas cuando las agarra el gato por arriba de los techos, o como cuando un perrito no quiere soltar a una perra y se la monta. Al final, mientras mi boca se acercaba a su lengua me dijo que una vez soñó que yo era una perrita que le olía la chuchi, y que después Se la comía, persiguiéndola por toda la finca.

¡Así te imagino a vos mami! ¡Comiéndome la chuchi y después mordiéndome la colita! ¡Y yo prendida de tus tetas sin soltarte!. Me decía con un aire inocentón, aunque estaba subida a un éxtasis de llamas hormonales que le endulzaban cada centímetro de la piel. Le apreté la colita pellizcándosela, dándole nalgadas mientras ella me jadeaba en la cara, compartiéndome las nubes de su aliento fresco.

¡Qué disparates son esos! ¿De dónde sacaste esos sueños? ¡Estás chiflada hija! ¿Y sabés por qué? ¡Porque estás alzada! ¡Y yo que, encima, te había comprado pañalines para que no te mees en la cama! ¡Resultaste ser una zorrita! ¡Una cochina! ¡Sos una chancha que le calienta las tetas de la mami!, le decía exultante, tratando de atrapar su lengua. Ella sabía lo que yo intentaba, y se me reía burlesca. Entretanto no podía parar de masajearle el culito, ni de tironearle la bombacha. Hasta que me murmuró: ¡No podés darle un beso en la boca a tu hija mami! Entonces con una cachetada sin pienso ni equilibrios le hice arder la cara. Belu se sobó la mejilla, se estremeció, y con sus ojitos vidriosos me miró a punto de protestar. Pero esta vez mis intentos de hembra no le hicieron el menor caso. Le comí la boca con unos besos cargados de pasión, atronadores y babosos, se la mordí y mojé toda con mi saliva, le succioné la lengüita, y mientras le apretaba los pezones chiquitos, le seguía chicoteando la piel con su tanguita y le frotaba la conchita le decía: ¡No parecés hija mía, zorrita! ¡Mirá las tetitas que heredaste! ¿A quién saliste tan culoncita, y con tan poquita teta?

Belén sonreía, se entumecía y mojaba cada vez más, mientras una de sus manos buscaba hacer contacto con mis tetas, que aún seguían presas en el corpiño y mi blusa. Al menos, ella ya se había ocupado de desabrochar cada botón, y de extasiarme aún más cuando abrió más las piernas, y su conchita impactó de lleno en mi muslo derecho.

¡Igual, me encantan estas tetitas chiquitas, y gorditas, y este lunar! ¡Y esta lengüita con sabor a nena virgen! ¡Sos una chiquita chancha, que se calienta con las tetas de mami!, Le decía suspirando encima de sus pechitos, mientras le mordía despacito el lunar que tenía en la teta derecha, el mismo que tenía yo. ¡Qué rico olían sus tetas! ¿Cómo podía ser que me extasiara tanto su aroma? ¡me imaginaba el olor de la piel de su concha, y se me revolucionaba el corazón!

¡Contale a mami desde cuándo te calientan las conchitas! ¡Y desde cuando te mojás tanto pensando en mis tetas, sucia!, Le gritaba eufórica mientras la bajaba de mi falda, dejando que caiga inerte y frágil sobre el piso. ¡Necesitaba tomar el toro por las astas, y demostrarle que yo era la que mandaba!

¡Ahí te vas a quedar, como una perrita arrodillada para chuparme la concha! ¡A ver si la Gabi te enseñó bien? ¡Si no, la voy a tener que despedir mañana mismo! ¡Demostrame putita!, le pedí con la fiebre atravesándome como una espada de felicidades de otra era. Afuera el viento rugía entre los árboles, y no invitaba siquiera a mirar por la ventana. Entonces, Belén, Como si su vida dependiera de ello, se abalanzó sobre mi humanidad, oliéndome y regándome las piernas con sus besos mojados.

¡Pero ya te lo dije! ¡La Gabi no me enseñó nada Ma! ¡Fue la luchi! ¡Quería practicar conmigo, así tenía experiencia para cuando se la chupe al noviecito! ¡Bue, ahora está sola!, intentaba explicarse, consciente de que yo le abría más las piernas, y ella me daba besitos sonoros, palpitando con su lengua toda la mancha húmeda de mi bombacha. La lamía sin vergüenzas, emocionada, y me olfateaba como descubriendo un tesoro invaluable.

¿La Luchi? ¿La hija del panadero? ¿Esa piojosa que no se puede las tetas? ¿Y Qué más té enseñó la luchi?, le grité luego, agarrándola de los pelos para que me mire fijamente, alejándola de mi concha.

¡Abrí la boca! ¿Te gusta la bombacha de mami? ¡Dale, contame qué pasó con esa putona!, le pedí, sin soltarla, ni acercarla a mi cuerpo, ni darle chances de que proteste siquiera. Ella, obediente la abrió, y yo se la escupí con violencia. La trolita de mi nena estaba temblando de ganas, con las dos manos agarradas a mis piernas y con la cabeza hacia atrás por la fuerza que yo ejercía para alejarla de mi humedad. Hasta que le pellizqué uno de sus pezones. Entonces, como pudo me habló jadeando, suspirando y entre gemiditos de una nena que no puede controlar sus sentimientos: ¡La luchi me enseñó todo mami! ¡Aunque a ella no le gusta que le muerda la conchita ni que le meta fuerte los deditos! ¡Pero sí que le gusta cogerme con un pito de mentira! ¡Un día me re cogió entre los pastos, cuando yo venía de comprar vino! ¡Fue el día del cumple de la Gabi! ¡Me dijo que me había portado mal por llevar la bombacha toda rota y húmeda a la escuela! ¡Y me cogió ahí, donde cualquiera podía vernos! ¡Al lado del arroyo, cerca de lo de don Alberto! ¡Creo que uno de sus hijos nos vio!

¿Y te gustó pendeja? ¿Te gustó que tu amiga te de masita ahí entre los pastos, y que alguno de los pajeros del pueblo se estuviera masajeando la verga viendo a dos perritas montándose? ¿Te dejabas puta?, le recriminaba, justo cuando un refucilo iluminaba lo que nos quedaba de consciencia, apretaba los pezones, viendo cómo se le llenaban los ojos de lágrimas felices, y una de sus manos subía por mi abdomen, hasta encontrarse con una de mis tetas.

¡Síi, seguro estabas tan caliente que, aunque no te guste la pija me venías preñadita de la primera leche que se te cruzara! ¡Sos una atorrantita! ¡Seguro estarías esperando ahí en el monte que alguna yegua te viole! ¿Eso esperabas? ¡Y después mami tenía que ir a buscarte, o llegarías llena de leche y de flujo esperando que yo te bañe, o que la Gabi te chupe la conchita usada!, le gritaba, manoseándola a mi antojo, consciente que le hundía dedos en la cola y la vagina, y que ella me apretaba la teta que al fin se había zafado de mi corpiño.

¿Querés tetita bebé? ¡Dale, subí, perra chancha! ¡Y dejá de llorar, o te cago a palos! ¡Qué cochina me saliste bebé!, le decía entonces, zamarreándola de los brazos y el pelo para subirla nuevamente a mi falda, pero esta vez con la idea firme de asfixiarla con mis tetas. Entretanto, empecé a mover uno de mis dedos adentro de su conchita, mientras con mi otra mano la nalgueaba con fuerza, sin importarme su dolor, sus quejas o gemidos. Entonces, mis tetas estallaron contra la cara caliente de mi nena, y mi corpiño voló por los aires.

¡Dale cochina, chupale las tetas a mami, ahogate de tetita nena, vamos, quiero escucharte chupar!, le grité tras azotarle un fuerte chirlo en la cola, mientras mi pulgar y alguno de mis otros dedos le abrían la conchita para irrumpir entre sus jugos calientes. Belén obedeció, aunque tal vez a mis ansias no le alcanzaban los esfuerzos de su lengua tibia.

¡Mordeme pendeja, dale, que cuando eras chiquita me dejabas los dientes marcados, putita! ¡Dale, chupá, mordé y babeame toda! ¿Querés hacerte pichí a upa de mami? ¡Dale, abrí bien las piernas, que mami te va a sacar lechita de ahí adentro, como si fuera la teta de una vaca! ¡Dale putita, chupame más, atragantate de teta!, le gritaba, sabiendo que algunos charcos de agua comenzaban a ingresar por la puerta de entrada, ya que ni siquiera la había cerrado del todo. El viento aumentaba sus aullidos por los techos y los árboles, y los dientes de Belu comenzaban a inscribirse dolorosamente en mis pezones.

¡Así bebéee, mordeeme fuerteee, Asíii, cochina malcriadaaa, sos una asquerosa, que se anda revolcando con esa piojosa! ¿Te gusta cómo mami te revuelve la conchita nena? ¡Asíii, te voy a arrancar la bombachita, por putita! ¿Esta es la que te regaló la Gabi? ¿Seguro que no te la probaste delante de ella? ¿No te miró la concha, o el culo esa degenerada?, le decía furiosa, al borde de no sentir los pies de tanto que penetraba la vulva de Belén que, hervía de un sofoco extremo, se humedecía y palpitaba en mis dedos, mientras su saliva caía hasta mi abdomen. En cuestión de segundos, había colocado a Belu bien pegada a mi rodilla para frotarle la conchita con ella, sin retirar mis dedos de aquel nidito caliente. Y de repente se los quité, solo para frotar su conchita allí, a pesar de no sostener el equilibrio. Sus dientitos seguían mordisqueándome y su naricita me olfateaba tan en celo como mi honor. Pero fue en el exacto momento en que le enterré uno de mis dedos en el culo por encima de su tanguita que empezó a chillar como loca, a retorcerse entre mis brazos, a deicrme que se hacía pis, que no aguantaba más, que quería chuparme las tetas siempre, y a estallar en un squirt tan violento, abundante y soberbio que, de verdad parecía que se hubiese meado. La tanguita no llegaba a absorber nada. Mi pierna, el suelo, su piel, el sillón y los restos de mi pollera se empaparon con sus líquidos de hembrita con fiebre, y mis tetas comenzaban a lamentar que haya acabado tan rápido. ¿O había sido tan veloz como yo lo viví?

La cosa es que no esperé a que se relaje, ni que busque excusas para huir, si así lo hubiese pensado o sentido. Enseguida la agarré del pelo y empecé a quemarle los labios con mis besos, a lengüetearle la lacara y a pedirle que abra la boca para tocar su paladar con mi lengua, o para escupirla como una cerda desprejuiciada, al tiempo que renegaba para sacarle la bombachita, que ya se había convertido en un pececito empapado por la oleada de sus flujos. Cuando lo logré, se la pasé por la cara, y la obligué a chuparme las tetas mientras le metía trocitos de esa bombacha roñosa en sus fosas nasales.

¡Cómo acabaste mi chanchi! ¡Se ve que no es la primera vez que te acabás así! ¡Tenía razón la Gabi al contarme cómo dejás tus bombachas! ¿Así te acabás en la cama, soñando con mis tetas? ¿O también te acordás de cómo te cogía la Luchi?, le decía, sujetándola a mi cuerpo, saboreando sus mejillas, mentón, cuello y pechitos. Hasta que empecé a pegarle en la cola, mientras casi sin darme cuenta, había llevado su pubis a las fauces de mis labios deseosos de sorberla y lamerla toda. Olía a nena virgen, a sexo despierto y fresco, a pis de niña que comienza a dejar sus pañales, y a una necesidad que lo eclipsaba todo. Encima la guacha me preguntaba a qué olía, y eso me aturdía aún más.

¡Callate puta, callate, que tenés olor a pichí, porque sos una roñosa, una cochina! ¡Tenés olor a que querés que te la chupen y la muerdan así! ¿Te gusta que te chupe la conchita, tontita? ¡Ahora soy la perra que te comía la vagina, cochinita! ¡Como en tus sueños chanchos!, le decía, fregándome cada porción de su sexo en el rostro, haciendo que mis papilas gustativas deliren casi tanto como mi integridad. Y entonces, justo cuando la luz cegadora de un nuevo refucilo atravesó los cristales de la ventana, la zamarreé para que vuelva a arrodillarse en el suelo. Esta vez me saqué la bombacha a las apuradas, y coloqué a Belu entre mis piernas, para que su carita impacte de lleno en mi concha, y desde esos instantes feroces, tomé el control de su cabecita para saciarme.

¡Dale, comé concha nena, chupala bien chupada, y escupime toda!, le decía, apartándola de los pelos para mirarla a los ojos con el rostro húmedo de mis primeras fugas de flujo, y luego empujarla para que siga chupando. Introdujo su lengua y algunos dedos, y mis piernas le presionaban la cabeza para ahogarla con el calor que emergía de mi ser. Entretanto le estiraba los pezoncitos, le metía alguno de mis dedos en la boca cuando la despegaba de mi sexo, y le daba cachetadas, o le pellizcaba la cola para escucharla quejarse, lloriquear y reprocharme.

¡Eso bebé, llorá, por putita, porque sabés que lo que estás haciendo, está mal! ¡Ahora sos una chupa conchas, una nena chancha! ¡Vas a ver, que las guachas se van a morir para que les chupes las conchitas! ¿Eso querías? ¿Tener fama de tortillera en el pueblo? ¿Querés que las chicas se meen encima cuando te vean, y sepan que te gusta lamer conchas?, le gritaba, totalmente fuera de mis estribos, alucinada y decidida a regarle la cara a mi hija con mi entrega. Y, en un punto álgido de la situación, ausente de una memoria tan exhaustiva, coloqué a Belu encima de mi cuerpo, pero con sus piernas sobre mis hombros, y su cabeza perdida en el refugio de mis piernas. Es decir que, de esa manera, su lengua se nutría de mi concha rebelde, caprichosa y ferviente, y mi boca y olfato se deleitaban con su juventud sexual, nuevamente húmeda. Era obvio que se iba a excitar al chuparme toda como lo hacía, aunque le faltaba práctica y experiencia.

¡Chupame mamiii, chupame toda, lengüeteame la concha, dale que te meo, te voy a mear mami! ¿Eso querés vos? ¿Querés que me haga pichí en tus tetas, en tu cara? ¿A la Gabi se lo hiciste? ¿O ella te lo hizo a vos? ¿Ella huele a pis también? ¡Sí boluda, es obvio que lo sé! ¡No soy tan tarada! ¡Sé que hacen el amor a escondidas! ¡Pero no me importa! ¡Así que no te quedes congelada, y seguí chupándome toda!, se reveló Belén, deteniendo por un momento el idilio en el que nos habíamos congregado. La verdad, no me importaba cómo lo sabía, ni desde cuándo. Es más, me calentaba que lo sepa. Me sentía bien con la idea de haber tenido sexo con la empleadita, antes que mi hija. Y eso, supongo que me llevó a devorarle la concha y el culo, mientras sus dedos frotaban mi clítoris al borde de hacerme daño con sus uñas, y sus dientes se enfurecían con mis labios vaginales. Pero yo también quería que me muerda toda, que me lama, que se empache de mis aromas y mis jugos, que se ahogue, que no pueda respirar. Con una de mis manos le presionaba el cuello, y con la otra le reventaba las nalgas a chirlos, para que de esa forma su conchita lampiña revote con fuerza sobre mi rostro. Se oía la succión de su boquita dulce, y el golpe de sus facciones hermosas contra mi sexo. Ella me pedía que le arranque las mechas, y que la cague a palos por asquerosa, por chancha y degenerada. Yo sentía que de a poco, su voz se cubría de dificultades al hablarme, o que mis oídos no le entendían nada, cada vez menos.

¿Cagame a palos ma, rompeme el culo a cachetadas, castigame por puta, por chupa conchas, y por revolcarme con la Luchi!, le entendía desde las profundidades de unos sacudones que me hacían ver estrellas, montañas y aguas cristalinas a mi alrededor. Pero solo era un orgasmo estremecedor, volcánico y perpetuo el que no me dejaba articular palabras. Solo alaridos, gemidos hilarantes, jadeos y gruñidos, expresiones guturales sin sentido, y a la vez más sinceros que la piel, la carne y el deseo. Oía el chapoteo de mis jugos en los dedos y la boca de Belén, y de una buena parte cayendo al suelo con derrotismo y abundancia. Sabía que podía tener squirts muy fuertes si estaba muy excitada. Pero ninguno había sido como este, con la misma violencia, brusquedad y rudeza. En esos momentos fui consciente que le clavaba las uñas en la cola a Belu, y que ella también soltaba gotitas de su sabia en mi cara. No había sido tanto como su primera vez, o al menos, la primera vez conmigo. Y de repente las dos nos reíamos desaforadamente, como si nos hubiese poseído alguna fuerza del infra mundo. Ni ella podía salir de aquella posición tan incómoda, ni yo quería quitármela de encima. El olor de nuestros sexos y perfumes en el aire, la gracia de nuestros cuerpos alborotados, enroscados de una forma perversa, y nuestro apellido convertido en lluvia vaginal sobre el suelo, eran las postales más verdaderas que podíamos regalarnos.

Al fin, la tormenta había mutado a una lluvia fuerte, sostenida y ventosa sobre los techos. No había refucilos, ni truenos graves en la distancia, y el croar de las ranas y sapos comenzaba a distinguirse por entre los demás ruidos de la tarde oscura. Nuestros jadeos iban pausando a la tranquilidad que regresaba a nuestros pulmones, y al fin Belén se sentó a mi lado, con su cabeza apoyada en mis tetas desnudas. Me susurraba una disculpa que yo jamás podría aceptarle.

¡Tranquila chiquita! ¡No te sientas mal! ¡Soy tu madre, y amo todo de vos! ¡Incluso tu sexo! ¡Y me hace feliz que sueñes con mis tetas! ¡Pero eso sí! ¡Después de la cena, te voy a poner un pañal, y nos vamos a dormir juntitas a la cama de mami! ¿Sí? ¡Quiero que seas mi bebé, que me chupes las tetas, y acabar una y otra vez, frotando mi concha en el pañal de mi chiquita atorranta! ¡Creo que me lo gané! ¿No¡? ¡Después de tantas bombachas mojadas escondidas por ahí! ¡Y más después de lo que me salió cada pañalín!, le decía haciéndole cosquillas, acariciándole las piernitas frías por el sudor con la otra mano, y acercándole los labios para devorarle esa boquita de nena virgen, una vez más.              Fin

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