Abuela curiosa

 

Nunca me lo hubiese esperado. Mejor vale decir, jamás hubiese fantaseado siquiera con presenciar una cosa semejante. ¡Y mucho menos, ser incapaz de tomar otros rumbos en esos momentos de inanición cerebral! ¡Tendría que haberlos despertado a las patadas, y echarlos a la calle! Pero, era primero de año, y, después de todo cabía la posibilidad de que se tratase de un error. A lo mejor, de tantas noticias inverosímiles que veía en la tele, algo de aquello quedó zumbando en mi cabeza, y se me volaron los patos al entrar a esa dichosa habitación. ¿Me estaría haciendo mal ver el programa de la doctora Polo? ¡Pero, había pruebas irrefutables!

Todo empezó en la media mañana de ese primer día de 2025. O sea, este año. ¿O quizás mucho antes? Mi marido y yo nos habíamos levantado temprano para matear en el alero del patio. Hacía mucho calor para quedarnos en la cama. Y, la verdad, mis oídos ya no soportaban un segundo más del concierto de sus ronquidos. Mientras mateábamos, comentamos lo bien que la habíamos pasado el 31. Los últimos años, festejábamos solos, ya que nuestros hijos preferían salir a bailar, o vacacionar por la costa para rajar del calor de la ciudad. A nosotros, con nuestros sueldos de jubilados, no nos alcanzaba ni para soñar con un poquito de playa. Aunque tampoco nos quejábamos. En el fondo, a ninguno de los dos nos gustaba demasiado el mar, el amontonamiento de gente, y el olor a sal en el aire. He te aquí que, nuestros nietos Leandro y Marina, primos entre sí, decidieron pasarla con nosotros. Lo primero que pensamos fue: ¡Y sí, desde acá, en plena ciudad de Santo tomé, cualquier boliche que se les antojase les quedaba a un taxi de distancia, como mucho! ¡No son ningunos pavos! Los padres de Leandro habían viajado a Brasil, y los de Marina, andaban por Pinamar. Me acuerdo que la gordi andaba re celosa porque, sus padres estaban a la dulce espera de un bebé. En parte, creo que temía que la pusieran a cargo de los cuidados del niño, cuando ella solo quería pensar en su primer año universitario. Ya estaba estudiando psicología. Leandro le decía que las cosas pasaban por algo.

¡Y bueno Maru, por ahí, te sirve para ir practicando! ¡Es más fácil si aprendés a calentar mamaderas y cambiar pañales desde ahora! ¡Aparte, posta, yo te re veo, hecha una re madraza! ¡Pero, por favor! ¡Nunca te conviertas en una mami luchona!, le decía con picardía para molestarla. A Marina se le enrojecían las mejillas de furia, y cada vez que podía le revoleaba algo a su primo, que no paraba de reírse, y contraatacar con alguna otra frase por el estilo. Cosas como: ¡Dale nena, no te enojes, que no es ningún pecado querer ser madre a los 20! ¡Yo siempre dije que, a esa edad, las mujeres tienen más paciencia! ¡Después te ponés cascarrabias, y te la pasás padeciendo! ¡Por ahí, hasta la leche de tus tetas es más rica, ahora que sos pendeja! ¡Y le vas a poder leer súper bien los cuentitos!

Con mi marido nos hacíamos el día, escuchándolos pelearse, viendo cómo a Marina se le enfurecía hasta el pelo, y cada tanto le revoleaba algo para callarlo. Leandro se reía con más ganas. Para colmo, cada tanto la sorprendía tirándole alguna bombita de agua en la espalda. Mi marido, me insinuó un par de veces por lo bajo, que entre esos dos había más que una simple buena relación de primos. Yo le decía que tenía la cabeza podrida, y que eso era imposible. Aún así, pensaba en que tal vez se veían distintos, ahora, agobiados por el calor, yendo y viniendo por nuestra casa, bastante sugerentes de ropa. Él, habitualmente en cueros, y ella con musculositas y shores híper apretados y cortitos.

En definitiva, el 31 fue maravilloso. Nos hicimos regalos sorpresa entre los 4, disfrutamos de un asado a todo trapo, bebimos sidras, cervezas y vinos importados que Leandro robó de la bodega de su padre, y jugamos al truco, bajo la luz de la luna, después de bailarnos algunas cumbias. Marina se mandó un postre de chocolate y arándanos que, tenía mucho que ver con sus delicadas formas de expresarse. Leandro se lució preparándonos tragos, y mi marido, nos deleitó con un matambrito a la pizza hecho a la parrilla. Además de los típicos cortes de carne del asadito. A mí me tocaron las ensaladas, arrollados y budines para la mesa dulce. Pero la cosa empezó a desvirtuarse en el renacer del mediodía. Nunca, en mis 62 años me había visto envuelta en semejante cuadro.

Mi idea inicial fue la de llevarles el desayuno al dormitorio a Marina y Leandro. Nuestra casa cuenta con una habitación amplia, con ventilador de techo, unos lindos roperos, televisor y un equipo de música; y solo una cama de dos plazas y medias; la que mi marido había emparchado varias veces. Osvaldo me había dicho que saldría a darle una mano al vecino con su auto, porque, el pobre lo necesitaba para salir a trabajar de tachero. Así que, primero, y vaya a saber por qué, se me ocurrió ir a despertarlos. A lo mejor, ellos preferían desayunar conmigo en el jardín de casa. Sin embargo, ni bien puse la mano en el picaporte de la puerta, unas palpitaciones desordenadas y furiosas funcionaron como una corazonada en mi interior. La puerta estaba sin llave, y entreabierta. Un olor a alcohol emergía del encierro de aquel dormitorio apenas iluminado por un rayo de sol que se atrevía a penetrar la cortina de la ventana. El ventilador echaba aire, y en la radio, casi imperceptiblemente se anunciaban las once y media de la mañana. Pero lo más suculento yacía sobre la cama despelotada que tenía a pocos pasos. Los dos estaban derrumbados de cualquier manera, con las almohadas corridas, él con la mano debajo de las nalgas de ella. Marina tenía una bombacha blanca con transparencias, y un corpiño que parecía quedarle inmenso. Parecía que la hubiesen zamarreado, sujetándola del corpiño que, además, parecía mojado, o húmedo. Ella también parecía húmeda, o sudada. Su bombacha tenía manchitas blancas. Las mismas que había en su abdomen desnudo. Y, Leandro, estaba con un bóxer blanco ajustado. Lo que hacía que su miembro parezca un monumento de carne. ¡Los dos parecían haber tenido una noche furiosa de sexo! ¡Sí, el cuarto olía a sexo! ¿Podría ser eso posible? ¡Tenía que hablarles! ¡Llamarlos para anunciarles lo del desayuno! Pero mis labios incurrían en un silencio que se me hacía un río de lava en las venas. ¡Qué mocosos! ¿Tanto habían tomado que, tuvieron que dormir así? ¿Sería la primera vez que duermen en paños menores? ¿Leandro la habría provocado? ¿Tal vez, jugaron a algún tipo de apuestas, y solo tenían que dormir de esa manera? ¡No señora! ¡Estaba clarito! Los ojos de Marina, aunque cerrados y somnolientos, tenían una especie de música feliz que se intensificaba en sus labios. Además, tenía chupones en el cuello. Y a Leandro se le veían marcas de labial en el pecho, y algunas marquitas, como si ella lo hubiese mordido. No podía negarle a Leandro sentirse atraído por su prima. La petiza es súper culona, tetona, y gordita por todos lados, como para que jamás le falte carne y pasión. Además de unos ojos color miel encantadores, el pelo castaño claro y espeso, una boca chiquita, y unos pezones siempre bien paraditos. Muchas veces quise preguntarle a mi nieta si no le dolían de tanto marcarse en las musculositas que se ponía. Y, el bombón de mi nieto no estaba nada mal. Es un flaco divino, gracioso, sonriente, de metro 70 de estatura, ojos negros como la noche más cerrada, de pelo oscuro, y una hermosa pija. ¡Sí, le estaba mirando la pija a mi nieto! ¡Y también las tetas a mi nieta! ¿Por qué carajos no abría la boca, los despertaba, y salía de este ensueño que comenzaba a perturbarme? ¡Si Osvaldo supiera en el lío que me había metido! ¡Pero, aún no había hecho nada! ¿Por qué no podía evitar el intenso cosquilleo que me erectaba los pezones, me recorría la espalda como un presentimiento, y me precipitaba las manos para que vayan en busca de mi sexo? ¡Controlate Angélica! ¡Sos una vieja cochina! ¡Son tus nietos! ¿Tanto te calienta verlos en ropita interior? Trataba de buscar algo que me devuelva al plano de mis cosas, del primero de enero, el almuerzo, las visitas que tal vez caerían por la tarde, y en las tortas fritas que les prometí a estos dos chanchos.

Al fin los llamé. Mencioné sus nombres, como con miedo, y el eco del cuarto ni los despertó. Tomé valor, y le acaricié una pierna a Marina. Inmediatamente un calor que nada tenía que ver con la menopausia me hizo suspirar. Acerqué mi rostro a las tetas de mi nieta, y prácticamente aluciné al reconocer el típico olor a semen en la tela de su corpiño. ¡Ahora sí que no tenía dudas! ¿Cómo fue que no escuchamos nada con Osvaldo? ¿Cuántas veces fueron capaces de hacerlo? Luego, rodeé la cama con pasos vacilantes hacia el lado opuesto de Marina, y le toqué la cara a Leandro, que tampoco se mosqueó. Entonces advertí que una buena parte de su glande atravesaba el elástico de su bóxer, y que su pija se movía a intervalos pequeños, creciendo un poquito más con cada uno de ellos.

¡Che, dormilones! ¡Vamos, arriba! ¡A ver si pueden explicarme qué es todo este libertinaje!, dije al fin, aplaudiendo con las manos más temblorosas que podía recordarme, y con la voz no del todo autoritaria como me hubiese gustado. Leandro abrió los ojos, y los volvió a cerrar, balbuceando algo como: ¡Qué ploma Abu, ya vamos!, y suspiró como para volver a soñar, destilando un olor a licor exasperante. Marina, nada. Entonces, les hice cosquillas en los pies, a ambos. Esta vez logré que abran los ojos, y que reconozcan que se habían metido en flor de despelote. Marina no intentó explicar nada, pero se puso colorada. Leandro no tuvo fuerzas para retirar su mano de las nalgas de su prima. Ambos yacían boca arriba, felices, pero en apuros.

¡Abu, cuchá, en realidad, no es lo que parece! ¡Nosotros, no hicimos nada de lo que te imaginás!, dijo Leandro, algo frenético por las cosquillas en sus pies que, de todos modos, ya había interrumpido.

¿Y vos qué sabés lo que yo me imagino? ¡La gorda está en calzones, y vos también! ¡Y, perdónenme, pero puedo reconocer las huellas, y los olores! ¡Acá, hay olor a sexo chicos! ¡No pueden negármelo!, dije, tan nerviosa como si, yo fuese la sorprendida en una situación similar. Marina bostezó, y, ante mis ojos ya demasiado atribulados, se quitó el corpiño para arrojarlo al piso, diciendo que tenía mucho calor en las bubis. Leandro susurró algo que no entendí, y acto seguido, Marina dijo, con los labios pegados por la saliva y el sueño mal dormido: ¡Abu, seguro que, en tu tiempo, era más normal hacer el amor entre primos! ¿O no? ¡Fue una noche, y nada más! ¡Creo que tomamos mucho! ¡Y sí, tenés razón! ¡Lo hicimos!

Leandro la chistó para que no diga una palabra más. Yo, esperaba más confesiones, sintiendo que el suelo vibraba bajo mis pies.

¿Qué decís mocosa? ¿De dónde sacaste ese disparate? ¡En mi tiempo, o en cualquier otro, está mal hacer, esas, cosas que decís con tu primo!, dije, algo más ansiosa que antes, rodeando una vez más la cama para mirar a los ojos a mi nieta.

¡No tomamos mucho gorda! ¡Sabés que no fue así! ¡Pero, ya está! ¡La verdad, estábamos alzados, y por eso lo hicimos!, confesó al fin mi nieto, totalmente avergonzado pero valiente.

¿Cómo? ¿Alzados, dijiste? ¿O sea que, ustedes se comportan como animales?, se me ocurrió preguntarles, mientras Leandro le miraba las tetas a su prima.

¡Dejá de mirarla, cochino, y respondeme!, reaccioné, revoleándole el mismo corpiño que Marina había tirado al suelo, dándole en la cara. Leandro refunfuñó, y trató de mirar a otro lado.

¡Abu, obvio que sí! ¡En el fondo, somos animales, que piensan! ¡Pasó que, Lean me re apoyó cuando bailábamos, y me tocó las tetas muchas veces!, dijo Marina, aventurando una sonrisa cada vez más amplia.

¿Qué decís nena? ¡Vos me tirabas el culo para que te apoye, y me encajabas las gomas en la cara por poco! ¡La verdad, me re empalé! ¡Pero, tampoco da para que la abu sepa todo esto! ¡Abu, quedate tranquila que ya vamos, y desayunamos en la cocina! ¿Sí?, dijo Leandro, fiel a su costumbre de no entrar en conflicto por nada.

¿Ustedes están escuchándose? ¿Cómo que ahora son animales? ¿O sea que, es verdad? ¿Tuvieron sexo acá, en esta cama?, dije, en medio de la impresión y la maravilla. Creo que amenacé con contarle todo a Osvaldo, es decir, al abuelo. Recuerdo que los dos me pidieron por favor que no lo haga, que esto podía ser un secreto, jurándome que no volverían a hacerlo en mi casa.

¡Aaah, acá, en casa no! ¡Pero se van a revolcar en otro lado! ¿No cierto? ¡Son unos chanchos, los dos! ¡No puede ser que, siquiera se hayan besado!, decía, intentando controlar la respiración, las cosquillas de mi vulva y el calor de mis pezones.

¡Pero abu! ¡Relajate un poco! ¡Es obvio que, no solo nos besamos! ¡Es que, mirá cómo se le para al cochino! ¡Me mira las tetas, y el pilín le canta el feliz cumpleaños adentro del bóxer!, dijo la descarada de mi nieta, haciéndome reír inevitablemente. Entonces, me fijé en lo parada que tenía la pija Leandro. Tenía todo el glande y un pedacito del tronco afuera del bóxer, el que se estiraba a sus anchas, mientras una de sus manos le sobaba la teta derecha a Marina.

¡Abu, porfi, no mires! ¡Esta piba está re zarpada! ¡Mejor, esperanos afuera, que ya nos vestimos, y vamos!, dijo Leandro, mientras Marina se reía y abría las piernas para luego colocar uno de sus pies debajo de su nalga izquierda. Quise obedecerle, recluirme en la cocina para preparar café, o matecitos. Pero no podía moverme, ni dejar de mirarle las tetas a Marina, ni la poronga a mi nieto, que se moría por comerse a esa pendeja atrevida, radiante de felicidad, y más caliente que una pava.

¡No me voy a ir de acá, hasta que no vea que se empiezan a vestir! ¡Vamos, arriba mocosos!, les dije, en un intento por recobrar algo de la autoridad que me correspondía tener por ser su abuela. Pero Marina, me agarró una mano y me la besó, mientras decía: ¡Abu, pero nosotros, creo que todavía nos quedamos con ganas! ¡Si querés, te avisamos cuando terminemos de hacer el amor, para darte tiempo a poner el agua!

Yo amagué a darle una cachetada. Pero entonces, Marina le agarró el bulto a Leandro para sobárselo por encima de la ropa, y se dio vuelta para que el muy cochino le besuquee una de las tetas. Fue un chuponazo que estalló en el techo descascarado de la pieza, y en las defensas rotas de mi cerebro confundido.

¿En serio, lo quieren hacer? ¿No les alcanzó con la de anoche?, pregunté, con la voz lúgubre y temerosa por la respuesta.

¡Pero abu, no fue “La de anoche”! ¡Lo hicimos tres veces! ¡Y sí, nos quedamos con ganitas, porque estamos alzados, y porque mi primito quiere algo calentito en el pito! ¿No chancho?, dijo Marina, sacando la lengua como si no le alcanzara el oxígeno, abriéndole las piernas a su primo con uno de sus pies, y sacándole al fin la pija del encierro de su bóxer.

¡Aaaah, no lo puedo creer! ¡Leandro, hacé algo! ¿Vas a dejar que te manosee el pilín, como si nada!, dije, totalmente abstraída de la realidad que nos rodeaba. Marina se sentó en la cama, se sobó la vulva y le puso esa misma mano en la cara a su primo. Él le chupó los dedos.

¡Dale abu, andá, que ya vamos! ¡Somos grandes, y no nos amamos, ni nada de eso! ¡No tengas miedo, que no nos vamos a casar, ni estamos enamorados! ¡Solo, necesitamos un poquito de acción!, dijo Leandro, sin sacarse la mano de Marina de la cara, y permitiendo que ella comience a subirle y bajarle el cuero de la pija para pajearlo suavecito.

¡Hey, abu! ¿Te estás frotando las tetas? ¡Woooow! ¡No sabía que te gustaba mirar chanchadas!, dijo Marina, haciéndome notar aquel infortunado detalle. Ni yo me había dado cuenta que una de mis manos transgredía repudiablemente la costura de mi corpiño para presionar uno de mis pezones. No supe qué decirle.

¡A ver, ya que sos tan viva! ¿Por qué no hacés algo con esa cosita dura que tiene tu primo? ¡Ahora, me van a mostrar cómo se divertían anoche, si no quieren que abra la boca! ¡Y no lo digo solo por el abuelo!, los chantajeé, sin el mínimo pudor, presa del fuego que me hacía latir el corazón como hacía tanto que no lo recordaba. Marina me sonrió, y Leandro abrió los ojos como para asesinarme a través de rayos láser.

¡Abu! ¿De verdad, nos estás amenazando? ¿O, querés vernos coger? ¡No creo que quieras aprender estas cosas!, decía Marina, sin desviar la mirada del pito de su primo. Oportunidad que aproveché para acercarme y agarrarla del pelo, mientras le decía: ¡Calladita la boca, y hacé lo que seguro le hiciste ayer!

Marina, no se ahorró disculpas, ni tiempos para observar lo que había a su alrededor. Leandro solo respiraba entrecortadamente cuando ella, al fin, primero se acomodó en la cama con una rodilla apoyada en el colchón, y le escupió la pija, al mismo tiempo que le iba bajando el bóxer. Y solo en cuestión de insignificantes segundos, su boca comenzaba a sonar contra la piel tersa de esa verga hermosa, ancha y con brillitos de jugos seminales. Creí que cuando la lengua de esa mocosa le rozara el glande, mi nieto iba a explotar de adrenalina. Pero, ella se la metió y sacó de la boca varias veces, se la escupió, lamió, se la fregó en la cara, y se daba pequeños golpecitos en la nariz. Luego, volvía a mamarla suavecito, llevándola hasta el tope de su garganta. Lo que resultaba obvio por el sonido de sus arcadas, tosecitas y gargarismos. Leandro solo jadeaba, enredaba sus dedos en el pelo de Marina, y le decía cosas como: ¡Así bebé, abrí esa boquita, así bebita, me encanta bebé, dale mi bebota chancha!

¿Así que tu primita es tu bebé? ¡Sos un asqueroso Leandro! ¡Y a vos, pendeja, se nota que te sigue gustando usar el chupete! ¡Dale, hacele caso, pero no te atrevas a hacer que se acabe en tu boca! ¿Me escuchaste? ¡No creo que ayer, solo hayas sido su bebé, con esa cosita en la boca, toda la noche!, les decía, incapaz de impedirle a mi mano que se ocupe de darle sobaditas a mi vulva, y pellizcos a mis pezones en llamas. ¿Acaso yo también estaba alzada, como ellos?

¡Es que, Abu, no me vas a decir que no tiene cara de bebé! ¡A veces, hasta huele como bebé!, dijo el lanzado de Leandro, cuando Marina ya había tenido su miembro cerca de un minuto adentro de su boca, sin tomar una gota de aire. No le respondí. Seguí observando cómo Marina se atragantaba, salivaba, dejaba que su primo le apriete la nariz, o las mejillas cuando su glande se incrustaba en el sitio en que sus muelas lo hacen todo más diminuto, y cómo gemía cada vez que sus pulmones se convertían en branquias al liberarse de la terrible peteada que le propinaba al muchacho. Pero, de repente, ella se reclinó sobre el pubis de Leandro, acunó su pija entre sus tetas, y empezó a moverse, como si tuviese una concha entre ellas, con una velocidad que, pensé que luego le quedarían irreversibles secuelas imposibles de ocultar. Pero la guacha parecía querer enroscarse como una serpiente a ese pedazo de carne gentil, babeado y durísimo.

¿Qué pasa abu? ¡No te asustes, que no nos pasa nada! ¡Es re rico tenerla entre las tetas!, dijo la muy desvergonzada, mientras Leandro jadeaba, ya sin privarse algunas palabritas como: ¡Así putita, qué putita que te ponés bebé!

¡No le digas esas cosas a tu prima nene!, me escuché decirle impulsivamente. Pero, a ellos parecía no importarles mi presencia. Recién Marina detuvo sus deslices cada vez más ruidosos cuando le di un chirlo en la cola, aprovechándola distraída.

¡Basta pendeja insolente! ¡Cortala ya! ¡Ahora mismo, quiero ver cómo la bebé se saca la bombacha! ¿No te parece que ahora te toca a vos? ¡Dale, apurate!, le dije a Marina al ver la sorpresa en sus ojos tras recibir mi nalgada. Sorprendentemente, Marina despegó sus pechos del miembro de Leandro, y se quedó paradita con sus rodillas en el colchón, como no sabiendo qué hacer.

¡Dale nena, sacate la bombacha, y ponele la vagina en la boquita a tu primo! ¡Vos le comiste el pito! ¿No? ¡Así que, ahora, que te devuelva con la misma moneda!, le dije al oído a la nena, que tembló cuando sin querer le rocé una de sus tetas desnudas como nuestra dignidad, y caliente como todo lo que ya me desbordaba por dentro. Así que, mientras le respondía a Leandro que su abuelo estaba con el vecino, reparándole el auto, Marina abría más las piernas para sacarse la bombacha con toda la lentitud del mundo, para luego convertirse en una ráfaga orgullosa, dispuesta a desfigurarle el rostro a su primo. Ni bien Leandro olfateó el sexo de su prima, tuvo intenciones de levantarse y salir corriendo. O al menos, eso me pareció. Pero Marina le rezongó un dulce: ¡No primito, ahora le tenés que comer la conchita a tu bebé! ¡Dale! ¡Aparte, la abu quiere ver cómo me la chupás! ¿No abu?

No le respondí. Pero un gemido inoportuno de mis labios me delató con mayores convicciones, y eso, supongo que convirtió a mi cara en un tomate. Pero ellos, no se percataron. No me veían en realidad. O eso pensaba. Es que, de repente, oí el primer gemidito de Marina, cuando la lengua de Leandro hizo contacto con su clítoris, gemidito que fue reemplazado por otro más dulce y tierno, y por otros cargados de reproche, deseo y exasperación. Veía cómo las tetitas le resplandecían, y cómo ella misma se las pellizcaba, o se las escupía violentamente. Oía los jugos que manaban de su vulva, y los esfuerzos de mi nieto por complacerla, por lamerla toda, recorrerla, penetrarla con su lengua y algunos dedos, y algunas toses por el calor que también se derrumbaba contra su rostro, proveniente del infierno de esa hembra caliente en la que se había transformado mi nieta. Y yo ahí, con mis cabellos grises renovándose, las arrugas de mi cara como testigo de una catástrofe sin precedentes, con mi vestido blanco cortito a la altura de las rodillas cada vez más embebido del calor de mi piel, mis libertades amaneciendo en los confines de mi ropa interior, y con la bombacha de Marina en las manos, y más precisamente, pegada a mis labios y nariz.

¡Así nene, comeme todo, chupá así, máaaas, dame máaas, comeme todaaaaa! ¡Hey, abu! ¡Estás oliendo mi bombacha! ¿Y ahora quién es la chancha? ¿No querés un poquito de la pija de tu nieto? ¡Dale vos, taradooooo, comeme la conchitaaaa!, decía Marina, pidiéndole más a su amante, y exponiéndome sin reservas. Yo, olía esa bombacha con restos de semen y de sus propios jugos, y no paraba de mirarle la pija desnuda, a la deriva, durísima y expectante de mi nieto. No entendí por qué lo hice. Pero de repente, enredé esa bombacha húmeda al tronco de su pija, y comencé a subir y bajar con mi mano, presionando bien fuerte aquel glande acalorado, jugoso y cargado de latidos feroces. Leandro se sorprendió, pero no tardó en empezar a cogerme la mano, prácticamente. Sin embargo, abandoné todo intento por continuar, en cuanto Marina salió despedida de su posición, como si una flecha invisible le hubiese dado en la espalda. Le comió la boca a su primo, luego le pidió que le nalguee el culo, y se sentó en el pubis anhelante de un Leandro cada vez más lujurioso.

¡Abu! ¿Me das permiso para que me penetre toda? ¡Necesito algo adentro de mi conchita!, me dijo Marina, juntando sus tetas con sus manos, y adivinando que volvía a olfatear su bombachita, ahora también contaminada con los aromas de la pija de mi nieto.

¡Sí amor, dale, hacele el amor, como ustedes decían! ¡Pero, que no te embarace, por favor!, le dije, sonando más inocente de lo que me reconocía. Y entonces, fui testigo de cómo el cuerpo de Marina empezaba a delirar, a contorsionarse con cada estocada a fondo de aquella pija guerrera, a saltar y saltar, a exudar vapores deliciosos, a gemir más que su boquita obscena, y a devorarse cada trozo de la virilidad de su primo. Las tetas le revotaban con todo, y el culo le restallaba como el oleaje de un mar caprichoso contra los huesos de Leandro. Mis manos inquietas no pudieron evitar manosearle las tetitas a Marina, para envidiar esa suavidad, ese olor a caramelo sexual, esa tersura y esos brillitos naturales de mujer ardiente.

¿Viste qué suavecitas tengo las tetas abu? ¿Te gustan? ¡Apretalas más, así, y estirame los pezones! ¿Viste cómo Lean me chupó la concha? ¡No es muy bueno, pero, cuando me mete la pija, así, como ahora, y cuando me lo cojo, como una puta, como ahora, me vuelve loca! ¿Cómo no voy a andar alzadita con él abu? ¡De chiquita que me calienta! ¿Y vos abu? ¿El abuelo no te chupaba cuando eras más joven?, decía Marina, saltando y moviendo su vientre como una bailarina en el mejor escenario que una afrodita insaciable pudiera presumir en ese momento, con la pija de su primo cada vez más cerca de las profundidades de su alma impura. Yo, le estiré los pezones, le manoseé las tetas, y me las pasé por la cara para olérselas. Sentía que la bombacha se me inundaba de mi misma, o de un incendio soberano, incontrolable y rebelde. Incluso, ni siquiera me importó meterme una mano adentro de la bombacha para frotar mi clítoris.

¡Así nenaaaa, cogé asíiii, qué caliente tenés la concha mami, así bebé, dale, dame más conchitaaa, putitaaa!, decía Leandro, sin poder hilar contextos, ni colores en sus ojos negros, ni otros sonidos que los de su propia prima devorándolo en sus oídos. Pero Marina se detuvo, casi que, al instante, luego que yo le confesara que hacía mucho que para mí el sexo se había terminado. Y casi sin un segundo de calma, o un momento para sucumbir al pecado eterno, me vi tirada en la cama. No sé cómo terminé allí. Solo sé que, a pesar de mis protestas para que me dejaran tranquila, de mis intentos por zafarme de brazos y piernas que me movían de un lado al otro, me vi boca arriba sobre la cama, sin el corpiño, con el vestido desprendido, y sintiendo los elásticos de mi culote deslizándose por mis piernas. En realidad, no quería abrir los ojos. Solo lo hice cuando, un cuerpo se dejó caer sobre el mío, y cuando un aroma conocido inundó mi nariz. Las tetas de Marina me acariciaban la cara, mientras alguien, o algo buscaba hacer contacto con los labios de mi vagina.

¡Dale nene, metésela ya, que seguro en cualquier momento llega el abuelo, y se nos pudre todo!, decía Marina, mientras me tapaba la boca con sus tetas. Y de repente, como si viniese de un lugar lejano y profundamente olvidado, una especie de ardiente júbilo estalló en mi cuerpo. Algo me dividía en dos, me hacía alucinar, gimotear contras las tetas de la nena, pedir más, temblar, agitarme desde los pies al corazón, y sentir que al fin volvía a renacer de unas cenizas que, no parecían de mi propio cuerpo. Leandro estaba adentro de mí, y se movía como un maldito animal, arqueando su espalda para que su pija se inunde de mis jugos, y para que mis músculos vaginales se la trituren todo lo que se les fuera posible.

¡Qué guacho divino, mi amor! ¡Me estás metiendo esa cosita! ¡A mí, a tu abuela, degenerado! ¡Y vos, guacha asquerosa, tenés unas tetas deliciosas, hija de puta!, podía decir a duras penas, mientras un torbellino de colores difusos entraba y salían de mis ojos, cada vez que ese mocoso me taladraba, se movía y me penetraba con mayor dureza. Marina lo gastaba con que, si me acababa adentro, al menos no tenía que preocuparme. Leandro dijo que no podía acabar, pero que estaba re mil caliente. Marina le comía la boca, y le ponía sus tetas en la cara, mientras yo lo agarraba del culo para sentirlo más y más adentro. Y de repente, unos ruidos en el patio. No era mi marido, ni nadie que estuviésemos esperando. Al menos de eso nos convencimos brevemente, aunque ni sabíamos qué hora era, ni cuánto tiempo había pasado. Pero, lo claro es que, mi cuerpo y mis sentidos entraron en pánico. Por lo que, muy a desgano salí de las garras de mi nieto, y le pedí a Marina que se recueste donde antes estaba yo.

¡Y vos dale, tirátele encima, y montala! ¡No podés quedarte con esa lechita ahí, en las bolas!, le dije a Leandro, tratando de buscar mi vestido, y de arreglarme la bombacha, totalmente satisfecha por haber alcanzado un orgasmo. Fue en el momento en que Leandro me bombeaba con una velocidad que, nunca mi cuerpo había experimentado, y Marina me dejaba besuquearle el culo. ¡Qué rica cola tiene mi nietita!

Pero los chicos no me hicieron caso esta vez. Marina sugirió, sentada en la cama, con una sonrisa irónica: ¡Abu, sentate conmigo, así se la sacamos juntas!

Lo hice, mientras Leandro rezongaba por lo lejos que habíamos llegado, de que todo era una locura, y un montón de pavadas. Lo claro fue que, Mari le dio el primer bocado a esa pija enérgica, y yo el segundo. Desde entonces, comenzamos a pasarnos esa pija con las bocas, mientras Leandro jadeaba como un niño en un parque de diversiones, y nosotras nos tocábamos las tetas, como descubriendo los secretos de la anatomía femenina por primera vez. Cuando Leandro llevó su glande al tope de mi garganta, tuve unas terribles ganas de sentir ese chorro de leche caliente recorriéndome toda por dentro. Se lo dije a Marina, aunque no recuerdo las palabras ni las intenciones. Ella, por toda respuesta, agarró la pija de su primo y me la pasó por toda la cara, mientras me decía: ¡Al final, sos una zorra abu, una vieja chancha, como nosotros! ¡Te calienta ver a tus nietos desnudos, y comerle la pija a este tarado, y tocarme las tetas, y chupármelas! ¡Sos la mejor abuela del mundo, la más calentona, y cochina!

Pero, en definitiva, la lechita de mi nieto terminó de coronarle la carita y la boca a Marina, en el momento en que yo me había entusiasmado en comerle las nalgas a besos y mordiscos a Leandro, obligándolo a oler la bombacha de su prima, y rozándole las bolitas con las uñas, mientras ella estaba dele que te dele mamándosela, tragando cada gotita de líquidos, y volviendo a petearlo. Los jadeos de Leandro a la hora de eliminar su semen orgulloso y elegante en semejante escultura, pudieron oírse por toda la ciudad. Y más teniendo en cuenta el silencio de un primero de enero. Al punto que, las dos nos asustamos cuando escuchamos bocinas afuera, y el timbre de la casa. Aún así, ni bien nos serenamos, y yo terminé de ponerme el corpiño, nos abrazamos los tres, riéndonos como niños inexpertos, sabiéndose totalmente culpables de aquellos acontecimientos, pero impunes a la idea de retroceder, arrepentirnos o cambiar cualquier detalle. Leandro fue el primero en vestirse, y en reconocer la voz de mi marido en la vereda de casa.

¡Abu, yo salgo, y le digo al abuelo que ustedes están limpiando la pieza, o algo así! ¡No se preocupen!, dijo Leandro antes de marcharse presuroso de la habitación. Quedamos en no volver a cometer semejante delirio, aunque ninguno de los tres parecía convencido de nada. Al punto tal que, mis propias mariposas alborotadas me llevaron a decirle a Marina, justo cuando estaba poniéndose un vestidito de entrecasa: ¡Sentate ahí, en la Cama Mari! ¡Quiero olerte esa conchita! ¡O me dejás, o hablo con tus padres de lo que pasó!

Marina me sonrió, y, por un momento pareció ignorarme. Sin embargo, de pronto me tocó el hombro, y se sentó en la cama, abriendo las piernas con sensualidad, diciéndome: ¡Abu, acá toy, toda tuya! ¡Pero, antes de lo que quieras hacerme, mordeme la concha por encima de la bombacha! ¡Me re emputece que me hagan eso!      Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊 


Te podes enterar a través de X de todo lo nuevo que va saliendo! 🠞 X

Comentarios