Nunca imaginé que algo así pudiera pasarme. O, mejor dicho, pasarnos. Fue una tarde, onda tres y pico, un jueves caluroso, bastante horrible y húmedo cuando con Anto nos tocó llevarle la tarea a Natalia, una de nuestras compañeras del cole, y amiga. Más que nada de Anto. Juntas cursábamos quinto año, y la verdad, creo que ya para noviembre nos habíamos relajado un toque. Pero Nati se pasaba de vaga. En definitiva, tenía buenas notas, aunque no se esforzara tanto, y ya estaba re podrida de ir a la escuela, al igual que todos. Últimamente faltaba por cualquier boludez. Además, ¿Para qué se iba a romper la cabeza, si nosotras le facilitábamos todo?
Cuando llegamos a su casa, Anto tocó el timbre, y la voz de Samanta, su empleada, nos dijo que enseguidita nos abría. Pero, luego de oír un intercambio de palabras al otro lado de la puerta, finalmente Nati fue quien nos abrió. ¡La gorda recién se levantaba de dormir! ¡No estaba claro si, de dormir la siesta, o si aún no se había levantado del día anterior!
¡Hooolaaa chiquiiiis! ¡Perdón por recibirlas así! ¡Pero, necesitaba un par de horitas de sueño!, nos iba diciendo mientras nos estampaba un beso en la mejilla, y se hacía a un lado para que entremos a su casa. Anto se le cagó de risa por cómo tenía el pelo de despeinado y alborotado. Pero, fue re obvia cuando le miró las gomas. Es que, Nati nos recibió descalza, con una remera apretadita, bajo la cual no había corpiño, y un shortcito de algodón celeste. Tenía los ojos pegados, los movimientos no del todo precisos, y no paraba de bostezar. Ni bien nos acomodamos en los sillones de su living gigante, nos contó que el día anterior festejó el cumpleaños de su hermanito menor con abuelos, tíos y demás familiares, y que se empachó de comida.
¡Por suerte ya se me pasó el dolor de panza! ¡Es horrible chicas! ¡Una quiere seguir comiendo, pero no puede! ¡Nada me pone tan de mal humor como no poder comer! ¡Bueno, por ahí, no coger cuando tengo ganas, también me la seca!, dijo, mientras ponía musiquita en la tele.
¿Y hace cuánto que no cogés, bebé?, le preguntó Anto, que de nuevo le arrancaba las gomas con la mirada. Nati, o se hacía la boluda, o prefería no marcarle aquel detalle.
¡Sí boluda, hace, por lo menos, tres semanas! ¡La última vez fue con el Lucas! ¡Ayer, tenía las re ganas de pajotearme toda la noche! ¡Pero era más fuerte el dolor de panza que la calentura! ¡Así que, hoy, me van a tener que bancar chiquis! ¡Vieron que cuando ando caliente, me pongo insoportable!, decía Nati, manoseándose desde las tetas hasta las rodillas, como abarcándose toda para que ojos indiscretos la deseen.
¡Samanta, por favor! ¡Traé jugo para mis amigas! ¡Y lo que haya para comer! ¡Algo dulce! ¡Y apurate, que hoy ya te la mandaste conmigo!, gritó Nati de repente, mirando hacia la cocina, la que parecía deshabitada. Pero, enseguida una voz de mujer más grande le respondió: ¡Sí señorita, ya le llevo!
Samanta era la empleada de la familia. Era una mujer boliviana de unos 40 años, que trabajaba en esa casa desde que yo tengo memoria. A Nati la conocíamos desde la escuela primaria.
¿Qué pasó? ¿Cuál se mandó la basurita esa?, dijo Anto, llenándome de un sentimiento espantoso. Yo no podía entender por qué la trataban así, tan despectivamente. Nati, cuando sus padres no estaban, se comportaba peor con la pobre mujer.
¡Primero, ayer, supuestamente sin querer, se le rompió un esmalte que me salió re caro! ¡Después, se le cayó una fuente de vidrio de mi vieja! ¡Esas que se usan para el horno! ¡Y hoy, según ella, la aspiradora dejó de funcionar! ¡Para mí que también la rompió! ¡O, se le cayó, o tironeó demasiado el cable! ¡Qué sé yo!, explicó Nati, desparramándose cada vez más en el sillón, miroteando su celular cada vez que le llegaba alguna notificación.
¡Che, boluda! ¿Esperás un mensajito importante? ¿No te volvió a escribir Tiaguito?, le pregunté, como para cambiar aquel tema escabroso. Pero Nati apenas se limitó a negar con la cabeza, y volvió a llamar a Samanta. Solo mencionó su nombre, y la mujer, poco a poco se acercaba a nosotras para depositar una bandeja sobre la mesita ratona. Allí había una jarra con limonada, tres vasos, y dos platitos con unas galletitas dulces, alfajores chiquitos de maicena y unos bombones. Cuando se estaba yendo, le largó: ¡Che, Sami, tené cuidado! ¡No quiero escuchar que se te caiga nada, o que rompas algo! ¡Y, además, quiero que saludes a mis amigas! ¡Ella es Antonella, y ella Soledad!
¡Hola señoritas! ¡Espero que tengan una linda tarde! ¡Cualquier cosita me avisan, y yo vengo!, dijo la mujer, mirando con naturalidad la inmensa cocina, de la que provenía un rico olor a café.
¡No, no Sami! ¡A ella, le decís, hola señorita Antonella! ¡Y a ella, señorita Soledad! ¿Escuchaste?, le susurró Nati, y la mujer nos saludó como ella le indicaba.
¡Mejor, deciles, hola, señoritas putitas de la escuela! ¡Dale, decícelos, porfi!, le pidió Nati, con una sonrisa más que sarcástica iluminándole el rostro. Y Sami lo hizo. Anto se rio con ganas, y Nati le dijo: ¿Viste? ¡La tengo amaestrada a la negrita! ¡Contale Anto, que a vos te gustan las chicas! ¿A vos Sami, te dan cosita las lesbianas?
¡No señorita, para nada! ¡Cada uno elige lo que quiere hacer con su cuerpo, y sus gustos!, dijo con justicia la mujer, que no parecía intimidarse, aunque seguía mirando la cocina.
¿Y, en Bolivia, hay muchas tortilleras?, le preguntó Antonella, que volvía a mirarle las tetas a la Nati.
¡No sé señorita! ¡Hace más de veinte años que no viajo a mi país! ¡Pero, seguramente sí! ¡Hay de todo, como en todos lados!, dijo la mujer, con una leve nota de nostalgia en la voz. Y, de repente, Natalia le gritó: ¡Hey, tarada! ¡Mirá, ya nos tomamos toda la limonada! ¿No te das cuenta? ¡Traenos más! ¡Y apurate!
Samanta agarró la jarra con urgencia, y esta vez sí se escabulló en la cocina para rellenarla. En eso, mientras en la tele pasaban un video de BTS, Natalia susurraba, como para que solo nosotras podamos escucharla: ¡No saben las ganas que tengo de molestarla! ¡Quiero que nos sirva todo el día!
¡Chicas, no sean malas con Sami! ¡Es un amor la pobre!, les decía yo, mientras Anto sacaba un porro de su bolsito, y Nati se metía dos bombones en la boca. De inmediato la atmósfera comenzaba a teñirse de los colores de la lujuria, el destrato y los ratones, ¿Acaso de las tres? Bueno, yo, ni bien le pegué una pitada a ese fasito, ya empecé a flashearla mal. Tampoco podía dejar de mirarle las tetas a la Nati, ni de imaginarme a Anto comiéndoselas como una desaforada, ni de abrir las piernas para frotarme la vulva, involuntariamente. Yo me considero hetero, y jamás me sentí atraída por una chica. Pero, algo rondaba en el aire que, me confundía.
Samanta llegó con la jarra de limonada. La puso sobre la mesa, y le preguntó a Nati si ya queríamos tomar café. Ella, le respondió casi sin mirarla, algo como: ¡Y sí mujer! ¿O querés traernos la cena? ¡Aaah, mejor, tomamos el café mientras nos duchamos!
¡Sí Sami, si podés, traenos el café ahora!, le respondí, como si quisiera corregir el desatino de mi amiga. Pero, de repente, Nati agregó: ¿Qué pasa mamu? ¿Por qué te quedás ahí paradita? ¿Me estás mirando las tetas? ¿En serio? ¡No sabía que… Aaah, pasa que, me parece que no me puse corpiño! ¡Pero, vos, sos una asquerosa! ¿Qué hacés mirándole las tetas a la hija de tus jefes? ¡Dale, rajá a traernos café, antes que hable con mis padres!
¡O antes que se le queme!, se sumó Anto, y Nati aprovechó a descostillarse de risa. Al punto tal que, casi se le sale una teta de la remera. Anto, ni lerda ni perezosa, medio que se le tiró encima con la excusa de ponerle el faso en la boca, y se las manoseó.
¡Aaay, amiguiii! ¿Qué pachó? ¿Ahora tampoco podés controlarte con las amigas? ¿Andás necesitando teta?, le dijo Nati, endulzando su voz y poniéndole cara de gata. Y entonces vio que Samanta no se había movido del lugar, y que las miraba.
¡Hey, che! ¿Qué hacés mirándonos? ¡Me parece que vos, querés que te rajemos a la mierda!, le gritó, al tiempo que se sacaba a Anto de encima, pateando la mesita ratona sin querer, de la que se cayó el platito que tenía los bombones.
¡Mirá lo que me hacés hacer, tarada! ¡Bah, dale, agachate y levantá eso! ¡Y después, nos traés el café!, le ordenó. Sami le obedeció, y mientras Nati se sobaba el dedo gordo del pie, porque le dolió aquel impacto contra la mesita, Anto se atrevió a rozarle el culo a Sami con toda la palma de su mano abierta. Creí que Nati la iba a cagar a pedo. Pero, en cuanto Anto retiró la mano, sabiendo que Nati la había visto, esta le dijo: ¿Qué hacés? ¿Quién te dijo que pares? ¡Tocale el culo si querés! ¡Y vos, calladita nena! ¡Pellizcale el culo, y pasale toda la manito! ¡No me vas a decir que ahora te calientan los culos de las bolitas!
Ahí fue que Anto sacó la mano como con una mezcla de vergüenza y asco, al tiempo que decía: ¡Ni en pedo! ¡Ustedes, para lo único que sirven es para limpiar, hornear pan, cogerse a sus tíos y primos, o para cambiar pañales!
¡Nati le festejó la irreverencia, mientras yo volvía a fumar, y mi mente se atribulaba con imágenes que no podía reproducir. Estaba relajada, pero cada vez más caliente. Ya no sentía ganas de corregirles, ni de pedirles que no sean tan forras con la señora. Pero, de pronto las tres tomábamos café, hablando del viaje de egresados que se nos acercaba. Nati se reía con unas carcajadas que por momentos me aturdían, y Anto no paraba de rozarnos. ¡Sí, ahora también buscaba tocarme las tetas! ¡A mí, que nunca le había parecido interesante! ¡O, al menos hasta ahora! ¿O sería por el porro que compartíamos?
¡Salí nena! ¡Yo no tengo nada de gomas para que me toques!, le dije, entre las toses del faso y una incomodidad no del todo cierta.
¡Dale boba, dejá de hacerte la difícil! ¡No te resistas a mis encantos, y a mis manos que te quieren toquetear toda!, me decía la muy estúpida, ahora metiendo sus tenaces manos sobre mi vulva, sobándomela con unas ganas que, parecía que se me insinuaba de verdad. Nati se mataba de risa, y yo no entendía bien qué me pasaba por dentro. ¡Anto es mi amiga! ¿Por qué se me antojaba comerle la boca, y morderle una teta? En realidad, cuando miraba a Nati, tenía más ganas de probar esas tetas que, prácticamente saltaban cada vez que ella se tentaba de risa, por las boludeces que decía Anto, y mis formas absurdas de evitarla. Parecía una nena diciéndole que no a unas cosquillas que, en el fondo me encantaban.
¡Anto, aguantá nena, que estás en mi casa! ¡Si te querés coger a la Flopy, llevala a un telo, o a tu casa! ¡Si querés, te presto mi cama! ¡Pero está re despelotada!, decía Nati, sin parar de reírse, ni de comer bombones, ni de tirarnos galletitas. En un momento nos dijo: ¡Paren che, o voy a pensar que posta, vos Flopy, querés que la Anto te garche! ¡Y vos nena, no sé qué bicho te picó! ¿No era que con las amigas no se jugaba de manos?
Y de repente, Samanta apareció en mi campo visual, trayendo una nueva jarra de limonada. Nati se la había pedido, de malos modos, como siempre. Pero esta vez, ni bien dejó la jarra en la mesita, Anto la miró fijamente y le dijo: ¡Che, vos, negrita! ¿No cierto que está re linda mi amiga? ¿Qué tetas te parecen más lindas? ¡Y no vale decir que las de tu patrona! ¡A ver chicas, muestren las tetas! ¡Bue, Nati, vos, ya fue, si se te re ven mamu!
En ese momento, Antonella me desprendió la camisita del colegio, y dejó que Nati se la desprenda a ella. De inmediato, las dos estuvimos en corpiño frente a la empleada, que nos miraba sin saber si salir corriendo, o decirnos que estábamos chifladas, o revolearnos algo. Yo ni siquiera había tenido el valor de pedirle a Anto que se detenga, que me deje tranquila, que se calme, o que sea respetuosa con la pobre mujer. Anto y yo estábamos casi apretujadas en el mismo sillón, y Nati, en uno solo para ella, totalmente fuera de sí de tanto que se reía.
¡Dale Sami, no seas mal educada! ¡Respondele a mis amiguitas! ¡Encima, cuando fumamos, nos ponemos cargosas! ¿Te gustan más las de Anto? ¿O las de Flopy? ¡Mirá el corpiño transparente de Anto! ¡Se le re ven los pezones! ¿Viste? ¡Pero, la Flopy tiene tremendas gomas! ¡Pasa que, se hace la nena, usando corpiños con dibujitos!, decía Nati, con la voz entre gangosa y pesada por los efectos de la mariguana, y los bombones que se deglutía a voluntad. Sin embargo, solamente yo parecía darme cuenta que la mujer le miraba las tetas a la Nati, y que esbozaba una tímida sonrisa.
¡Creo que, las dos tienen lindos pechos, señorita! ¿Ya me puedo retirar?, dijo Sami, girando la cabeza hacia los lados, sonrojándose levemente.
¿Qué? ¿A dónde querés ir? ¡Si ya hiciste todo lo de la casa! ¿O no? ¿O querés ir al baño? ¿Te mojaste la chabomba, de tanto mirar tetas?, le dijeron entre Nati y Anto, encimándose al fulminarla con la mirada.
¡Dale Sami, quedate con nosotras, onda reunión de amiguis!, dije, sonando como una estúpida, pensando en que Nati censuraría mi propuesta. Sin embargo, después de un silencio extraño, Nati abrió los ojos como si fuese a disparar misiles a través de ellos, y dijo: ¡Es verdad Sami, quedate con nosotras! ¿Tenés amigas vos? ¡Bueno, ahora, nosotras somos tus amigas! ¿Querés porrito? ¡Dale mami, por empezar, sacate ese delantal mugriento, y sentate en el suelo, como cuando ibas al jardincito! ¿Te acordás?
¡Sí, sacate ese trapo sucio, que seguro tiene olor a cebolla, y a vinagre!, dijo Anto, muerta de risa, mientras se quitaba del todo la camisa.
¡No sé boluda, si esta habrá ido al jardín! ¡Dudo que sepa sumar, restar, o leer! ¿A ver? ¿Qué dice ahí, Sami?, la ridiculizó Antonella, mientras la mujer se sentaba. Quería que leyera el enunciado de una revista de cosméticos que manoteó de unos estantes que tenía a su derecha. La mujer frunció el ceño, y puso cara de circunstancia. Era obvio que no sabía leer, y no encontraba la forma de decírnoslo.
¡Dale Sami, sentate ahí, y sacate ese delantal! ¡Tomá juguito, dale, y decinos qué tetas te parecen más lindas! ¡Y si querés, nos mostrás las tuyas! ¿Dale?, le dijo Nati, sumida en un caos de risas y toses cada vez más hilarantes.
¡Hacé lo que te digo, negrita sucia! ¿O querés que hable con mi vieja, y le cuente tu secretito? ¡Aaah, sí, chicas! ¿saben? ¡La Sami, estuvo haciendo cositas chanchas con mi viejo! ¡Al parecer, se anduvo metiendo su pija en la boca! ¡Mi viejo le tiene que haber pagado una buena guita por eso! ¿No, zorra? ¡Pero no te preocupes, que no te voy a buchonear! ¡Mis amigas tampoco! ¡Ellas son piolitas, buena onda, y no les gusta el puterío! ¡Así que, si no querés que diga nada, sacate eso, y sentate en el suelo, perra!, prosiguió Nati con la voz suave y melosa, pero sin quitarle una pizca de peligro a sus amenazas. Antonella se quedó en shock por la noticia. Estuvo a punto de preguntar detalles, o pormenores del asunto. Se lo vi en la cara. Pero Nati le guiñó un ojo para que ni se atreva a decir una palabra, mientras Samanta se sentaba en el suelo, ya sin su delantal. Tenía una musculosa azul, y un corpiño chiquito, en el que apenas cabían dos tetas como pequeñas manzanas. Pero, al parecer, sus pezones estaban erectos. Debajo, un pantalón de jean medio gastado. Allí, sentada en el piso frente a nuestros ojos rojos por el faso que iba y venía de nuestros labios a nuestras neuronas, se veía como una nena miedosa en su primer día de escuela. Nati le pidió que beba jugo de la jarra, y que se vuelque un poquito en el corpiño. Sami la miró con ojitos de perro mojado, pero no dijo ni mu, y le obedeció.
¡Qué chancha que sos Sami! ¡Te mojaste toda! ¡Bueno, dale, ahora, sacale los zapatos a Anto, y a Flopy! ¡Deben tener los pies cansados! ¡Recién vienen de la escuela! ¿Viste? ¡Ellas son re tragas! ¡A mí, la escuela me chupa un huevo, como a vos! ¡Dale, sacales zapatos y medias!, le ordenó Nati, que prácticamente ahora dejaba que las tetas se le escapen de la remera. Es más. En un momento, mientras Samanta nos descalzaba con profunda calma, Nati dijo entre quejosa y divertida: ¡Fuaaa loco, cómo me pesan estas guachas! ¡La verdad, creo que me gustaría sacármelas un rato, y ponérmelas cuando salgo al boliche!, mientras se tocaba las tetas, haciendo que al fin permanezcan por encima de su remera estiradísima.
¡Basta gorda, no seas tan chica porno, que me tentás! ¡Amo esas tetas, putona!, le dijo Antonella, justo cuando Samanta terminaba de quitarme los zapatos. Entonces, Nati se rio de las puntillitas de mis medias.
¡Dale Sami, sacale esas mediecitas de nena a la putiti de mi amiga! ¿No te habrás puesto una bombacha de Mickey también?, dijo Nati, y Anto se cagó de risa de su ocurrencia, mientras la mujer cumplía con su jefecita. Sentí las manos rústicas y cariñosos de Sami en mis pies, y tuve ganas de pedirle que me suelte, o que me haga cosquillas, o que me chupe los pies. No entendía qué me pasaba. Pero entonces, una vez que las tres estuvimos descalzas, Nati le solicitó: ¡Vení Sami! ¡Quiero que me des juguito! ¡Tomá, agarrá el vaso, y ponémelo en la boca!
¡Qué absurdo era aquello! De repente, Anto y yo vimos cómo la mujer le ponía el vaso en la boca a Nati, y ella tomaba. Hasta que la misma Nati le manoteó el vaso y lo hizo caer al suelo. Nati, enseguida le pidió: ¡Ponete en cuatro patitas! ¡Ahora nena, apurate!, y en cuanto lo hizo, le pegó tres chirlos en el culo. Anto no lo podía creer. Incluso, hasta llegó a murmurarle: ¡Dale más Natu, pegale otro más!
Pero de pronto, vi que la mujer se dirigía a mí, gateando como sin un rumbo fijo. Nati le había dicho algo al oído. Luego se acercó a la mesita ratona, peló los tres últimos bombones que quedaban en el plato, y se los comió, uno por uno. Al mismo tiempo, Nati y Anto le acariciaban el culo con sus pies. Para ese fin, Nati corrió un poco su sillón, hasta pegarlo todo lo que se pudiera al nuestro.
¡Che Nati, dale porrito a la negrita esta, a ver si se desinhibe un poquito más!, le sugirió Anto, otra vez metiéndole manotazos a mis tetas. Yo le di un codazo para bajarle la ansiedad, y ella, de la nada, me dijo: ¡Tranquilita bebé, que estamos jugando!, y casi sin advertírselo a mi nerviosismo, me comió la boca. ¡Ahora sí que se me caían todas las estanterías!
¿Qué pasa Flopy? ¿Te comieron la lengua los ratones? ¿O la boquita la chancha de Anto? ¡Che, pero acuérdense que está mi empleada!, dijo Nati, que terminaba de ahogarse por enésima vez por angurrienta. Tenía muchas ganas de fumar, y le daba todo lo que podía. Por un instante me quedé como sin reacción. Pero, cuando volví a ser consciente de mis sentidos, vi que Samanta se sentaba frente a Nati.
¿Y? ¿Qué esperás? ¡Chupame los pies nena, dale, que necesito masajitos! ¿A vos nunca te lamieron los pies? ¡Es re rico!, le decía la gorda, con los ojos desenfocados. ¡Y lo mejor de todo, fue que Samanta, después de limpiar los pies de Nati en su remerita, empezó a chupárselos! Era difícil descifrar la expresión de su rostro. No parecía disfrutarlo, pero tampoco aborrecerlo. Le pasaba la lengua por los empeines, le mordisqueaba el dedo gordo de ambos pies, y se los besuqueaba, se los soplaba cuando les dejaba algunos hilitos de saliva, y se los olía cada vez que la gorda se lo solicitaba. Anto y yo mirábamos la escena, sin darnos cuenta que, bueno, al menos yo, que ella tenía una de sus manos adentro de mi corpiño, y que yo le hacía lo mismo.
¡Dale negrita sucia, ahora andá, y chupale los pies a la Flopy! ¡Tené cuidado de no calentarla mucho, porque, para nosotras, la guacha es virgen todavía!, dijo Nati con cinismo, con los ojitos complacidos y los pies adentro de la musculosa de su empleada. Entonces, la mujer se desplazó gateando hasta donde mi descontrol me sostenía sentada en el sillón, y tomó uno de mis pies con sus manos. Le dije que no era necesario hacerle caso a la gorda Natalia, con esas textuales palabras.
¡Tranquila Flor, que yo le pago para que haga lo que yo quiera! ¡Bue, en realidad, mi viejo! ¡Pero, es como lo mismo! ¿No? ¡Nos sirve a todos! ¡Es más! ¡Ya saben que se la anduvo mamando a mi viejo! ¡Así que, dejate llevar nena!, decía Nati, totalmente segura de la decisión, y de sus fundamentos. Sami me besó el pie, y yo gemí. Anto se me cagó de risa, y Nati me tiró un bombón mientras murmuraba algo que no puedo recordar, pero que tenía que ver con mi virginidad. ¡No sé por qué se les daba con insistir que yo era virgen! Bueno, no era taaan sexual como ellas. La diferencia era que, yo no alardeaba de mis garchadas, como ellas, y el resto de nuestras compas.
¡Uuuy, me encanta!, me escuché decir cuando Sami me chupaba los dedos, se pasaba mis pies por la cara, y los olía cada vez que Natu se lo pedía, con la prepotencia de siempre. Anto se me burló, y entonces, yo me atreví a pedirle a la mujer: ¡Sacate la remerita Sami, así te toco las tetas con los pies! ¿Querés?
¡Guaaaau! ¡La nena se atrevió a pedirle algo a la empleadita! ¡Pero no le preguntes si quiere o no! ¡Pedile que lo haga, sí o sí! ¿Entendés?, dijo Nati, mientras Sami se quitaba la remera y exhibía un corpiño negro bastante chiquito, bajo el cual había dos tetas pequeñas, un poco más chicas que las mías. Enseguida volvió a su tarea de lamerme los pies, y esta vez, empezó a frotarlos contra sus tetas calientes, después de besarlos, succionarme los deditos, de jugar con sus dientes y lengua hasta por mis tobillos, y de escupirlos. Al menos me los escupió tres veces, por órdenes de Nati. Y para colmo, Sami se había desabrochado el corpiño. Entonces, de pronto vi que Nati y Anto se miraban como para cogerse con las bocas, y que Anto le manoseaba las tetas.
¿Qué onda ustedes?, les dije, más para intimidarlas, o vengarme un poco de ellas, ya que tanto se me burlaban. Pero ninguna de las dos me respondió. De hecho, Nati optó por renovar su autoridad cuando dijo: ¡Che, Sami, bajate el pantalón! ¡Y sin chistar! ¡Es más, mejor, sacateló! ¡Espero que te hayas puesto alguna bombachita!
Luego de eso, las dos estallaron de risa, y Sami abandonó mis pies para obedecerle a su pequeña patrona, cuando lo más razonable hubiese sido que la mande a la mismísima mierda. Sami dejó su pantalón sobre el sillón vacío, y volvió a colocarse en cuatro patas, como lo quiso Natalia.
¡Dale, seguí chupándole los pies a Flopy, que ya vimos que le encanta! ¡Te brillan los ojitos boluda! ¿Vos también te mojás cuando te chupan los pies?, nos decían entre Anto y Nati, mientras mi cerebro buscaba un poco de cordura en medio de tantas sensaciones que viciaban el aire que respirábamos. La mujer tomó mis pies entre sus manos, con más delicadeza que antes, y volvió a chuparlos. Solo que, ahora, cada vez que se los frotaba contra sus tetas, lo hacía con más energía, y hasta suspiraba sutilmente. Se me hacía que podía sentir lo erecto que tenía los pezones, y cómo se le calentaban las gomas. Escuché que Anto le dijo algo a Nati acerca de la bombacha de Sami, y entonces estiré un poco el cuello para mirársela. Era una vedetina normal, de algodón, blanca como la pureza de su inocencia. Nati le preguntó si no prefería quitársela, pero la mujer negó rotundamente con la cabeza. Y de golpe, ni sé cómo fue que los besos de Sami comenzaron a hacerme gemir. Eso fue un coctel de maravillas para las burlas de Anto, que no paraba de decirme que necesitaba una buena pija en la boca, para no poner esa vocecita de nena porno.
¡No, Anto, me parece que, tu amiguita, lo que necesita es otra cosa! ¡Sami, dale, parate, y traenos un juguito, así como estás, en bombacha!, le ordenó Nati, mientras ella también se ponía de pie. Enseguida noté la ausencia de los besos de la mujer, que ya se perdía entre los recovecos de la cocina para servirnos más jugo, traer un encendedor nuevo, y un poco de hielo. Anto quería seguir fumando. Entonces, en medio de semejante disturbio, oí a Nati decirnos, como desde una lejanía imposible de romper: ¡Chicas, usemos a esta negrita sucia! ¿No quieren una chupadita de concha? ¡Yo sí! ¡Estoy re alzada chicas! ¡Se los juro!
Yo me moría de ganas por gritarle que síiiiiii. Pero mis propias ataduras morales me lo impedían. Sin embargo, Anto se sumó al desenfreno de Nati, cuando dijo: ¡Yo, ni hablar! ¡Quiero que me coman la argolla! ¡Pero, también quiero esas tetas! ¡Boluda! ¿Cómo hacés para pasearte así por la casa, al frente de tu hermanito, y de tu tío? ¡Porque, bue, tu viejo, vaya y pase!
¡Hey, perri! ¡Tampoco es que tengo tremendas tetas! ¡Pero, mi viejo es el que más me las mira! ¿En serio, te gustan? ¡Tocalas, dale, tocame las tetas, perra!, le dijo de pronto Nati, parada frente a ella, que no se esperaba semejante reacción. Aunque igual estiró una mano para enterrársela debajo de esa remera chingada. Nati le pidió que le pellizque un pezón, y en cuanto Anto lo hizo, Nati gimió mientras le daba una cachetada.
¡Aaah, te gusta violento nena! ¡Sos re putita!, le dijo Nati, y enseguida le acercó las tetas a la cara. Anto, ni se detuvo a pensar. Primero se las mordisqueó por encima de la remera, y luego, las expuso totalmente desnudas para frotárselas con todo en la cara. Nati, cuando podía, le pegaba con las tetas, o trataba de inclinarse para frotarlas contra las tetas de la propia Anto, que tenía los ojos tan desconcertados como radiantes de alegría.
¡Aaah, bueee! ¡Lo que me faltaba! ¡La que siempre dijo que jamás iba a estar con una mina!, dije al fin, recordando las mil veces que Nati se reía de Anto, y de otras chicas lesbis del curso.
¡Callate Flopy, porque soy la más grande, y me tenés que respetar! ¡Ustedes, todavía tienen 17, y hacen lo que yo les digo! ¿OK? ¡Y vos, a ver si sos tan gallita ahora! ¿Qué vas a hacer con las tetas de la gorda Natalia?, vociferó Nati, en medio de una jauría de risitas nerviosas de Anto, y de los latidos de mi corazón que parecía de papel. Enseguida volvió Sami con las cosas. Pero ellas, seguían en la suya. De hecho, justo cuando la mujer vertía los hielos en nuestros vasos, Anto empezaba a chuparle las tetas a la Nati, haciéndola gemir despacito, pedirle más, y que sus piernas comiencen a preocuparse por su equilibrio.
¡Dale tarada, dejá todo ahí, y ocupate de mi amiguita! ¡Quiero que, le hagas lo mismo que me hacías a mí, cuando era más guacha! ¿Te acordás? ¡Posta chicas, no saben lo lindo que lo hace la muy asquerosa, carita de putona!, dijo Nati, mientras Anto comenzaba a babosearle las tetas con unos ruidos y sorbetones que, seguro traspasaban las membranas de mi cerebro para excitarme aún más. No entendí a qué se refería Nati, hasta que Sami volvió a arrodillarse. Esta vez, colocó un almohadón bajo sus rodillas. Me dijo: ¿Usted quiere eso, señorita? ¡A la jefecita le gustó mucho! ¡Pero, es siempre y cuando, usted quiera!
¡Sí Samanta, es obvio que quiere! ¡No le preguntes, y haceseló! ¡Y no te olvides de nuestro trato!, le gritó Nati, al tiempo que le revoleaba una servilleta de la mesita ratona. Después volvió a gimotear, mientras repetía: ¡Aaay bebé, cómo me chupás las gomas, qué rico me las chupás! ¿Te calientan mis tetas? ¿Desde cuándo? ¿Seguro que no te pajeaste imaginándote mis tetas en tu cara? ¡Dioooos, las chupás como nadie bebé!
Anto no paraba de chupárselas, y evidentemente, ya había empezado a tironearle el short para averiguar un poco más de la intimidad de Nati. Pero ella no la dejaba. En un momento vi que le pellizcó las manos, y que también se las mordió. Entretanto, Sami comenzaba a besarme las piernas, a lamérmelas con determinación, y a invadirme con besos chiquitos, hasta mis rodillas. Mi pollera comenzaba a molestarme cada vez más, y no entendía por qué. ¿Cómo podía ser que le permita hacerme esto a la empleada de mi amiga?
¿En serio Natu? ¿Esa bolivianita sucia te la chupaba?, le preguntó Anto a la gordi, que ahora tomaba un poco de jugo de un vaso, mordisqueando el sorbete, todavía con las manos de Anto sobre sus tetas brillantes de baba.
¡Sí boluda, cuando tenía 14 o 15, yo, ni sé cómo, una vez le pedí que me chupe la concha! ¡Y desde ese día, una vez, o dos por semana, la llamaba a mi cuarto, antes de ir a la escuela, me sacaba la bombacha, y le pedía que me la chupe! ¡A veces, ella misma me la sacaba! ¿Te acordás, putita? ¿Te gustaba chuparme la concha? ¡Nunca te lo pregunté!, nos explicó Nati, llevándome a un nuevo limbo de realidades paralelas. ¿Cómo podía ser que, una de las más putitas del curso, le pidiera a su empleada que le coma la vagina, en su propia cama? Pero, en el mismo momento, los besos de Sami comenzaban a subir por mis muslos. Ahora sabía qué era lo que pretendía, y cuál era el pedido expreso de Nati. De modo que, yo misma tomé la decisión de agarrarle el pelo a Sami, abrir bien mis piernas y de frotar su carita sobre mi bombacha, por debajo de mi pollera tableada, toda llena de migas. Y entonces la escuché preguntarme, con la voz cargada de suspiros: ¿Quiere que se lo haga así? ¿O prefiere que le saque la bombachita?
¡Aaaah, la bombachita dice la negrita sucia! ¡Vení para acá Sami! ¡Antes de comerte a mi amiga, te toca volver a probarme!, dijo Nati, mientras se bajaba completamente el short, expresando con toda libertad que no tenía nada debajo. Entonces, Sami volvió a abandonarme, y empezó a mordisquearle la cola a Nati, que al mismo tiempo volvía a recibir los chupones de Anto en sus tetas.
¡Pajeate Florencia, vamos! ¡Tocate la concha! ¡Mirá cómo me muerde la cola esta negrita sucia!, decía Nati, que comenzaba a comerle la boca a Anto, mientras la mujer le mordía la cola, y le sobaba la conchita. ¡Qué peluda la tenía la cochina! Pero yo no quería pajearme. No entendía bien lo que quería en realidad. Y, por suerte, Nati tomó la decisión de decirle: ¡Basta nena, andá con aquella, y sacale la bombachita si quiere! ¡Yo, me parece que quiero saber cómo la chupa mi amiguita, que es lesbianita, sucia, y con una lengüita de puta que me encanta!, al tiempo que se subía al sillón donde Anto continuaba aplastada. Fue casi inmediato. Anto empezó a nalguearle el culo, y a ponerse cada vez más histérica porque, cada vez que su boca quería encontrarse con la conchita de Nati, esta se la alejaba, cagándose de risa.
Sami, por otro lado, volvía a meter su cabeza entre mis piernas, y esta vez, yo me había separado un poco la bombacha de la concha. Estaba tan desencajada que empecé a pedirle: ¡Olé mi bombacha nena, dale, olela toda, oleme, y lamela! ¡Quiero escuchar cómo la lamés, la olés! ¡Dale, olé mi bombacha, culito sucio!
¡Bieeen Flopyyyy! ¡Así se trata a las empleadas! ¡Y vos Sami, contanos si tiene olor a pichí la nena! ¡Si huele a pis, es porque todavía es virgen!, le dijeron entre Nati y Anto, mientras la mujer tironeaba la tela de mi bombacha, me daba algunos besos en las piernas, y respiraba cada vez más cerquita de mi concha.
¿No cierto que no tengo olor a pipí Sami? ¡Dale, deciles, a las chicas, que no me hago pichí, que ya no soy chiquita!, le dije a Sami, procurando hablarle en voz baja. No sé por qué me excitaba tanto hablarle así, ni decirle esas cosas. Pero, me estaba volviendo loca la sensación de tenerla tan cerquita de mi concha. Nati volvió a preguntarle por mis aromas, y al fin Sami retiró su cabeza de mi entrepierna para decirle: ¡Digamos que, tiene olor a pis, señoritas! ¡Pero no creo que sea virgen!
Las dos volvieron a reírse. Pero la risa de Nati cambió de inmediato por unos gemidos cada vez más estruendosos. Eso quería decir que al fin Anto le estaba comiendo la conchita, además de nalguearla con todo. Enseguida Anto comenzó a toser, a ahogarse como antes por el porro, aunque ahora debía ser por la cantidad de jugos de la gordi, y a chupar con un frenesí que, contagiaba adrenalina, morbo y primaverales ganas de aparearse. Y Sami, ya me escupía la bombacha con mi pollera levantadita al mejor estilo carpa. Ahora las otras ni nos escuchaban.
¡Escupime toda nena! ¡Babeame la bombacha, escupime toda la bombacha, y mordeme las piernas! ¡Quiero que me trances la concha, que me metas la lengua, y que me muerdas la vagina! ¡Haceme lo que quieras! ¡Y si querés, me hago un poquito para arriba, así me chupás el culo! ¿Querés? ¿En serio tengo olor a pichí?, le decía yo, apretándome las tetas desnudas a esa altura, totalmente inconsciente o desinteresada si las demás me prestaban atención.
¡Sí señorita, huele a pichí! ¡Pero no se ponga mal! ¡Todas las adolescentes huelen a pis! ¡Y más, si se puso esta bombacha en la mañana, o ayer! ¡Sí, yo le hago lo que quiera! ¡Quiere que le muerda las nalguitas?, me dijo, con la voz jadeante. Y de pronto me encontré con que mi bombacha andaba por mis tobillos, y su cara de rasgos indígenas se restregaba contra mi vulva.
¡Su amiguita también olía a pichí, cuando era más niña! ¡Y me atrevo a decir que ahora también!, me dijo Sami, antes de lamerme por primera vez la conchita. A ese lametazo, le siguieron varios, uno más felino y audaz que el anterior. y después, sus dedos comenzaron a despegar mis labios para hundirse en el mar de flujos que me gobernaba, y su lengua, a encontrarse directamente con mi clítoris.
¿Esa es la bombacha de la Flopy?, dijo Anto, advirtiendo que Sami al fin se había quedado con mi bombacha en la mano, y la agitaba como si fuese una bandera.
¡Tiramelá Sami, así la olemos nosotras!, dijo Nati, que temblaba cada vez más, babeándose toda, disfrutando de la lengua de Anto en su sexo. La pobre parecía un almohadón más de los sillones, porque solo podía moverse para que Nati se acomode mejor, y no paraba de atragantarse con sus flujos. Luego Nati me tiró su short en la cara, en el exacto momento en que Sami afilaba mi puntito de placer con su lengua, repetidas veces, como buscando que toda mi calentura se derrame adentro de su boca. Y de pronto, tanto Nati como Anto comenzaban a hacer más tormentosos sus movimientos, gemidos y las respiraciones que les nublaban la razón. Vi que Nati le sobaba la concha con una de sus rodillas, y que Anto tenía toda la pollera enrollada en la cintura. Nati seguía pidiéndole que le coma la concha, puteándola, arrancándole los pelos, y hasta presionándole el cuello en algunos instantes. Nati gritaba, y Sami repiqueteaba su lengua en mi clítoris, convirtiéndome en un océano caliente de partículas divinas que me llenaban de cosquillitas por todos lados.
¡Su amiguita, también me pedía que le chupe el culito! ¡Le gustaba que se lo haga cuando salía de la ducha, o después de ir al baño! ¡También me hacía lamerle la vagina cuando hacía pis! ¡Y muchas veces se mojaba en la cama!, me confesaba Sami, segura de que las otras ni la oían. Pero en mi mente, tanta información sucia me desbordaba irracionalmente.
¡Síii, yo también quiero que me chupes el culo! ¡Dale, chupame el orto nena, dale, comeme el culo, y seguí cogiéndome la conchita asíiii!, le decía mientras levantaba mi culo del sillón para facilitarle la tarea a su lengua caliente y escurridiza. Claro que, antes me mordió las nalgas, me escupió varias veces, y siguió palanqueando mi clítoris, humedeciendo sus dedos en mi vagina, haciendo que cada gota de flujo resuene entre el escándalo de las otras dos tortolitas, y oliéndome como una condenada.
¡Sí, señorita, me gusta cómo huelen las nenas cuando vienen de la escuela! ¡Me gusta su olor a pis, a bombachita meada, me calienta! ¡Sus tetas deben oler muy rico también! ¡A mí, me gustaba que mis tetas huelan a semen!, dijo Sami con toda sinceridad cuando yo se lo pregunté, sin forzar ninguna respuesta. Y entonces, supe que Anto llevaba poco a poco al orgasmo a una cada vez más desquiciada Nati. Incluso rompió la jarra de limonada de una patada, involuntariamente, pero presa de una conmoción que la hacía salpicar sudor, saliva y destellos asesinos por doquier. También me enteré que Anto se hizo pis después de acabar de tanto frotarse contra la rodilla de Nati. Ella misma, luego le sacó la bombacha, y me la arrojó en la cara. Esta vez, fue en el momento en que la lengua de Sami se encontraba con el agujerito repleto de hormiguitas de mi culo, aún con sus dedos enloqueciéndome la concha. Me lo lamió y chupó. Y enseguida comenzó a sorber de mi esencia, sin dejar de gimotear cosas que ya no le entendía, porque, yo también necesitaba soltar todo lo que me aprisionaba por dentro y por fuera. Sé que acabé, y que le dije un montón de cosas feas, chanchas y sucias a la vez. Y, además, que, una vez que supe que mi orgasmo aún no cortaba señales con mis neuronas, la tomé de la cara y la junté a mi vagina para, casi sin proponérmelo ni meditarlo, hacerle pis. En realidad, no estaba segura de haberla meado, o de regalarle flor de squirt. Pero, para el caso fue lo mismo. Las chicas estaban convencidas que yo le había hecho pis en la cara a Sami. De todas formas, sea como fuere, una vez que todas empezamos a calmarnos un poco, la primera en reponerse fue Nati, que dijo: ¡Bueno Samanta, ahora, así como estás, quiero que nos prepares una nueva ronda de café, con tostadas, y, si puede ser, algo dulce! ¡Siempre después de acabar así, a mí me da mansa hambre! ¡No sé a ustedes, chicas! ¡Y, Sami, si necesitás pajearte, te la aguantás! ¿OK? ¡Y nada de mearte la bombachita!
Yo pensé que poco a poco me iba a despertar, y que mis ojos se encontrarían de lleno con las cortinas azules de la ventana de mi pieza. Pero, nada más lejos de aquello. Ahora estaba en tetas, con la pollera toda mojada, con mi bombacha vaya a saber por dónde, y con mis amigas tan extrañadas y enamoradas de todo lo que vivimos como yo. Fin
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