En bombachita ¿O en pañales? (Parte 6)


Recuerdo que antes de aquel viernes, un día lleno de incertezas para mi pobre cerebro, rendí un parcial de economía, lo aprobé raspando. Agus me ayudó bastante, porque se daba cuenta que no me entraba nada, a medida que el examen se acercaba. En esos días, hablé por teléfono con mi hermano. Me dijo que estuvo pensando en que tengamos unas vacaciones en familia, con mi viejo, como las que jamás habíamos tenido. Sentí cierta nostalgia al recordar a mi madre. Ella habría dicho que sí, sin pensárselo demasiado.

¡Aparte, vos te re lucirías en unas lindas vacaciones con nosotros! ¡Te imagino, desfilando por el hotel en bombacha! ¡Micu, la verdad, no puedo dejar de pensar en tu boca comiéndome el pito, ni en tu olor a conchita! ¡Qué ciego que fui! ¿Por qué no te di una buena cogida, cuando eras más pendeja? ¡Fue re loco, sentir esa boquita en mi verga, esa noche! ¡Estás hecha una zorra! ¿Y, el viejo todavía no te penetró?, me cuestionaba el atrevido, mientras yo vigilaba que por nada del mundo se me queme el pastel de papas que se cocinaba en el horno. Mi viejo tenía una reunión de negocios, y no llegaría hasta entrada la madrugada. Pero debía procurar dejarle algo para comer. No le gustaban para nada las pastas que pedían sus compañeros en el bodegón de siempre. Todavía era miércoles, y, la emoción que había prendido en mis entrañas por ir a visitar a don Pedro, el jefe de mi viejo, flaqueaban un poco, ya que últimamente no habíamos vuelto a sacar el tema. Pero entonces mi viejo llegó, a eso de las 2. Tenía aliento a vino, y parecía cansado. Apenas probó el pastel de papas. Respondió unos mensajes con su celu, y al fin, cuando le acerqué una taza de café me dijo: ¡Venga la bebota con el papi!, y me agarró de la cintura para sentarme sobre sus piernas, como si mi cuerpo fuese de una tela liviana, sedosa y ligera. Me bajó la calza y enseguida sus dedos hicieron contacto con mi vagina, por adentro de mi bombacha rosada de encajes.

¡Hoy, tengo ganas de pajear a mi bebé, por haberse portado taaan bien! ¡Aprobaste el examen, preparaste un rico pastel, limpiaste la casa como siempre, y dejaste que Agus se complemente muy bien con vos! ¡Y, por lo que hablé con tu hermano, le dijiste que sí a las vacaciones! ¡Ya vamos a ver a dónde vamos!, me iba diciendo, mientras su pulgar hacía circulitos en el orificio de mi vagina, y dejaba que su otra mano se ocupe de revotar mis tetas sin corpiño sobre la gravedad. Además, se las acercaba a la cara para olerlas, y rozarse los labios con mis pezones.

¡Chi papi, me porté bien! ¡Hace mucho que quería que me pajees la conchita!, le dije. Pero de inmediato él hizo un broche con sus dedos para apretarme los labios, en clara señal de que me prefería en silencio.

¡Tranquila bebé, que papi está en casa, y te va a sacar un poquito el stress! ¿Querés? ¡Pero sacate la calza, y la remerita! ¿Hoy no te bañaste? ¡Tenés olorcito a transpiración en las axilas!, me dijo luego, sin esperar a que yo me quite la remera. Él lo hizo por mí, al igual que con la calza. Entonces, sin previo aviso, empezó a olerme las axilas, y a chupármelas, mientras uno de sus dedos revolvía los jugos de mi vulva, y algún otro más inteligente me rozaba el clítoris. Lo vi olfatear mi remera, y luego sentí sus bigotes en mi nuca. De golpe retiró sus dedos de mi vagina, y empezó a darle pequeñas cachetaditas, aún con mi bombacha en su lugar. Hasta que me levantó un brazo y se puso a mordisquearme una axila. Yo, tenía una mezcla de cosquillas y terror, porque, según él estaba transpirada. Y, casi con una destreza admirable, mientras seguía llenándome de besos ruidosos y de baba, logró sacarme la bombacha. Me pegó con ella en la cara, y me pidió que me arrodille en el suelo, mientras se bajaba la bragueta para que su verga durísima emerja de su bóxer negro, como una bala en medio de la tenue luz del comedor. Yo, tentada por su olor a macho, y por las gotitas de presemen que ya le rodeaban el glande, le asesté un par de escupidas, se la lamí apenas con la punta de la lengua, y la rodeé con mis labios para subir y bajar rapidito, como si fuese una vulva de plastilina, apretadita y resbaladiza. Le saqué un par de gemiditos, y conseguí que me arranque el pelo un par de veces, mientras su pija llegaba cada vez más a mi garganta. Me hizo chillar cuando me pellizcó un pezón, y cuando me nalgueó bien fuerte el culo, luego de pedirme que se lo pare bien paradito, sin soltar su pija, ni olvidarme de rozarle el cuero con mis dientitos. En un momento me devolvió la bombacha, y me pidió expresamente, mientras lo dejaba que me agarre de las tetas para meter su pija entre ellas: ¡Agarrala bien, enredala a mi pija, y apretámela bien con tu bombachita, roñosa! ¡Tenés un olorcito a pis que mata mi bebé! ¡Apretame bien la verga con la pija, y chuppala, sin dejar de apretar! ¿Me entendés, guachita de mierda?

Ni bien empecé a estrangularle la pija a mi papi con mi bombacha, se la empecé a lamer como si fuese un helado, para que su glande se llene de cosquillas, se vuelva más sensible, y al fin su lechita sea como un disparo cegador sobre mi carita. El turro jadeaba, decía cosas incoherentes, me pedía que me la meta entera en la boca, o que me la trague, y que me iba a embarazar por la garganta. Pero yo me hacía desear, y solo se la lamía, se la escupía, se la soplaba como a las velitas de mis tortas de cumpleaños, y no paraba de presionar mi bombachita enredada en su tronco. Hasta que, tras otro chirlo que me hizo saltar algunas lagrimitas, me acomodó de una forma rara para encallar su pija babosa y totalmente inflamada por la calentura, debajo de una de mis axilas. Me pidió que presione mi brazo, y el desquiciado empezó a cogerme así, como si mi axila fuese una nueva vulva inexplorada para sus ansias. Aquello no duró mucho tiempo, porque su lechita estaba cada vez mas cerca de abandonar sus testículos para siempre, y de bendecir alguna parte de mi cuerpo. Entretanto, yo me pajeaba frotándome la bombacha en la concha, le pedía a mi viejo que me sobe bien fuerte las gomas, y que me escupa la cara. Nunca se lo había pedido. Pero, eso terminó de calentarme por completo.

¡Papi! ¿Sabías que tu hijo me preguntó si, si vos ya me habías penetrado? ¡No le dije nada, porque, ya fue! ¡Ahora quiero que me la metas toda!, le dije, saltando como una gacela furiosa desde el suelo directamente a sus piernas, sin escalas ni preámbulos. Fue instantánea la forma en la que mi concha y su pija se conectaron. Primero, nos frotamos los sexos mientras yo buscaba que me muerda las tetas, y él intentaba meterme un dedo en el culo. Pero entonces, dado que estábamos empapados de jugos sexuales, mi conchita no tuvo intenciones de desperdiciar ni un solo momento más. Apenas advirtió que su glande había quedado en la puertita de mi vagina, mis instintos me sometieron a devorársela de una, y a comenzar una feroz cabalgata sobre su cuerpo extenuado, aunque sus ojos estaban más vivos que nunca.

¡Sos un chancho papi! ¡Me querías coger la axila! ¡No te alcanza con mi conchita? ¿O con mis tetas? ¿Te gusta cómo te la chupo? ¡Ayer soñé que, que vos me cambiabas el pañal, y que después, me decías que me ibas a echar el talquito en la cola! ¡Me tenés re calentita papi!, le decía, sintiendo que mi sangre fluía radiante de felicidad por mis venas, al tiempo que nuestros pubis se chocaban, devoraban, se deseaban y apareaban de tanto amarse. Su pija crecía adentro de mi vulva, y se me hacía que podía quebrarse en dos si yo se la seguía deglutiendo. Me sentía demasiado mojada. Quería mearme así como estaba, empaladita en su pija, y que me siga cogiendo. Era cierto lo del sueño, aunque no había sido la noche anterior. pero a mi papi le daba igual. Aquella confesión hizo que sus manos se aferren bien a mi culo para que su verga intente fundirse todo lo que le fuera posible en mi interior, y allí fue que empezamos a mordernos los labios. Su dedo ya estaba prácticamente adentro de mi culo, y mis tetas se prendían fuego sobre la piel sudada de su pecho desnudo. Se había sacado la camisa en algún momento, y yo ni lo recordaba. Y de repente, me dejó los dientes marcados en una de mis tetas, mientras al fin un movimiento certero de mi conchita le prendió la mecha a su bomba seminal, la que no tuvo piedad en explotar adentro de mi sexo. Por primera vez, consciente, loca, alzada, o como sea, sentí que mi papi me pertenecía en cuerpo y alma, que su semen era mío, que me quemaba las entrañas, que lo necesitaba, y que ansiaba tenerlo todos los días. Era como si, una lluvia intensa de lava me condenara a sentir cada milenio de la historia de los bebés que nacieron en el mundo. Me sentía chiquita, sucia, indefensa y llorona. Pero también muy puta, caliente, capaz de coger hasta embarazada, y seguir embarazándome de mi papi, todas las veces que él quisiera hacerme un hijito nuevo.

¡Mica, sos una genia moviéndote así! ¿Te das cuenta que me sacaste toda la leche? ¿Con esa conchita sucia que tenés? ¡Ni se te ocurra bañarte! ¡Hoy vas a dormir así, enlechada, sucia, y babeada! ¡Cómo puede ser que seas tan calentona, mi bebé! ¿Y ese sueño? ¿Es verdad?, me decía mi papi, mientras yo no me atrevía a despegarme de su cuerpo. Parecía un gato acurrucado, muerto de miedo en el regazo de su amo, mientras sentía que poco a poco su pene se deshinchaba entre mis labios vaginales. Le dije que el sueño era cierto, y él me comió la boca. Pero se detuvo en cuanto seguramente notó que podría volver a encendernos si continuaba con esos jueguitos.

¡Mañana tengo que levantarme muy temprano bebé! ¡Pero, escuchá bien! ¡Pedro nos espera este viernes! ¡O sea, pasado mañana! ¡Tenés que ir con un guardapolvo de colegio! ¿Creés que alguno de los que tenías te pueda llegar a quedar bien, todavía?, me preguntó de golpe, interrumpiendo nuestro besuqueo cada vez más baboso. Le dije que tenía que buscar, pero que seguro alguno me podría entrar. Él sonrió, y mientras me levantaba para dejarme sentada sola en el sillón, me dijo: ¡Bueno, avisame cualquier cosa, para saber si hay que comprar uno! ¡Aparte, ya te compré pañales! ¿Te acordás que al viejo le gusta eso? ¡Me parece que, bueno, vas a tener que animarte a cositas más chanchas, mi bebé!

El jueves, para mí transcurrió en un colchón de sensaciones vaginales, tan insoportables como deliciosas. Al punto tal que, tuve que pajearme en el baño de la facu. ¡Cuando se lo conté a Agus, casi se desmaya de la risa!

¡Fuaaaa! ¡Bueno, saquen fotos de todo lo que hagan! ¡O, decile a tu papi que te filme! ¡Al menos para que yo te vea en acción! ¿Y estás nerviosa por acostarte con ese tipo? ¡Bue, aunque, lo último que van a hacer, es acostarse!, me decía Agus, una vez que le hube contado lo que mi papi me dijo respecto a mi cita con don Pedro. Sus palabras me cargaban más de ansiedad. Ella seguro se dio cuenta, porque al ratito cambió de tema. Pero, cuando íbamos en el taxi, rumbo a su casa para terminar un trabajo práctico, la guacha me metió una mano por adentro de la calza, y me miró a los ojos, mordiéndose el labio superior. Enseguida me murmuró al oído: ¿Te hiciste pichí? ¿O te acabaste toda, y te mojaste la bombacha en el baño, cuando te pajoteaste?

Yo le dije que me pasó lo segundo, y ella me comió la boca, mientras decía, entre obsesionada y caliente: ¡Apenas llegás a casa, te quedás en bombachita para mí! ¿OK? ¡Vamos a hacer el práctico así! ¡Vos, al menos, en bombachita! ¡Y, si querés pajearte para que yo te mire, después, te vas a tener que bancar que te quiera hacer el amor! ¿Escuchaste, putita?

Yo estaba en tal estado de conmoción que, no me salían las palabras. Sé que me dejé chuponear el cuello, comer la boca unas cuántas veces más, y que no evité que me sobe la vagina por encima de la bombacha durante casi todo el viaje. Para colmo, el tipo nos miraba, haciendo evidente que le costaba trabajo tener el control del volante.

En definitiva, cuando llegamos a la casa de Agus, no pudimos hacer mucho, porque su madre había recibido visitas familiares. Pero, al menos, en su cuarto, yo me quedé en vedetina para ella. No me masturbé, ni me puse en modo sexual para no sacarle el foco tiempo al práctico obligatorio que teníamos que hacer. Pero sentía tremendas punzadas en el clítoris, casi que con la misma intensidad con la que ella me miraba las tetas. Cada tanto me pedía que abra mis piernas para mirarme la concha, separando un poquito mi bombacha de los labios de mi vulva. Una sola vez se acercó a olerme la conchita, y para colmo, me dio un chupón en una teta. Pero no pudimos hacer nada más. La madre empezó a molestarla para que ayude con los preparativos de la cena, para servir a los invitados, y para que decore no sé qué cosa.

Y, como quien no quiere la cosa, llegó el viernes. Cuando me levanté, a eso de las 10 de la mañana, me sentí tan ansiosa que, tenía la sensación de no haber dormido nada. Ese día Agus entregaría nuestro trabajo práctico por las dos. Así que, de eso no tenía que preocuparme. Me tomé un café, y traté de ordenar mis pensamientos. Me duché, y luego de secarme un poco el pelo, puse algo de musiquita para relajarme. Pero no funcionó del todo. Me imaginaba al lado de ese viejo canoso, ladino y toquetón, y no terminaba de entender cuál era el sentimiento que me embargaba. Encontré dos guardapolvos. Uno normal y corriente, bastante gastado y con manchas de tinta; y otro que se prendía por detrás, y fue ese el que finalmente escogí para usar. Pero, del resto de la ropa, no tenía ni idea. Pensé en mandarle un SMS a mi viejo y preguntarle cómo vestirme, o si había algo en concreto. Pero no podía escribirle, porque, por ahí lo interrumpía en la firma de algún contrato, o alguna reunión. Así que, no me quedó otra que esperar a que llegue, y me dé las instrucciones necesarias. Y de repente, para mi sorpresa, escuché el timbre.

¡Micu! ¡Buen día bebé! ¡Ya está! ¡Firmé todo en el trabajo, y dejé todo en orden! ¡Dejé a Mariano como encargado de todo! ¡Don Pedro no fue al laburo! ¡Obviamente, nos espera en su casa! ¡Dale, ponete el guardapolvo, y nada más! ¡Pedro me dijo que, te quiere así, solo en guardapolvo! ¡Descalza, y sin bombacha, ni remera, ni corpiño! ¿Te bañaste?, me atosigó mi padre a preguntas, órdenes, y argumentos de su propia organización.

¿Vamos en tu auto?, le pregunté, mientras le pedía ayuda para que me prenda los botones de mi guardapolvo, y le confirmaba que me había bañado.

¡Yo te llevo, y te dejo en la puerta de su casa! ¡Después, entro al auto, y espero a que te abra la puerta, y entres! ¡Ahí, vos te quedás solita con él! ¡Salvo que, el viejo decida otra cosa!, me explicó con la voz no del todo convincente, prendiendo cada uno de los botones de mi uniforme escolar. No era nada especial. Tenía un par de moños adelante, y una mariposita tejida en la espalda, que rememoraba los mimos de mi vieja.

¡Imagino que, no te depilaste la conchita!, me preguntó luego, mientras ambos caminábamos hacia la puerta de calle. Le dije que no, aunque no hacía mucha falta, porque a mí jamás me crecía tanto vello, ni en cantidad. Nos reímos, y enseguida nos subimos al auto. Yo viajé en el asiento de atrás, sumida en una confusión que no me cabía en el pecho. Mi padre manejaba tarareando los temas que pasaban por la radio. Y, en cuanto llegamos a una estación de servicio, se acomodó en la fila para cargar nafta. Mientras esperábamos, me pasó una bolsita, y me dijo: ¡Casi me olvido! ¡Ponete esto, ahora, mientras esperamos que nos carguen el tanque!

Cuando abrí la bolsita, me encontré con un pañal. De inmediato sentí que los pezones se me erectaban. Me reí de lo ridícula que debía verme en pañales, y traté de ponérmelo lo mejor que pude. Cuando le dije a mi papi que ya me lo había puesto, el guacho estiró sus manos para manosearme el culo, y luego las tetas. Vi que sus ojos ardían de una calentura que, al menos en lo urgente, yo no podría apagarle.

¿Por qué me tengo que poner el pañal ahora Pa?, le pregunté, haciéndome la nena buena.

¡Porque, el viejo me pidió eso! ¡Que te lo pongas antes de llegar a su casa! ¡Y ya estamos a tres cuadras!, me respondió, mientras un tipo le recibía la plata de la carga a mi viejo. Segundos más tarde, el auto volvió a rodar por las calles. ¡Ahora sí que estaba nerviosa! De hecho, sentía que el pañal se me humedecía solo.

¡Llegamos Micu! ¡Bajate, y apoyate en esa reja negra!, me dijo mi papi, señalándome unas rejas entre negras y doradas que salvaguardaban una magnífica casa, tan inmensa como mi desesperación.

¡Tomá, comete un chupetín! ¡Y quedate ahí! ¡Si querés, caminá por el frente, y hacete la nena perdida, o extraviada! ¡Yo, ya le aviso al viejo que te dejé!, me dijo mi viejo, evidentemente tan nervioso como yo. Entonces, me bajé del auto, sintiéndome extraña al caminar con el pañal, pero con una calentura tremenda. Sentía mis pezones duros bajo el guardapolvo, y quería pellizcármelos. Me metí el chupetín que me dio mi viejo en la boca, y empecé a caminar por todo el frente de aquel caserón imponente, con un jardín un poco descuidado, pero con unos ventanales preciosos. El auto de mi viejo seguía estacionado en el mismo lugar, luego que fui y vine unas cuántas veces por los mismos pasos. Algunas personas me miraban, y parecían sorprendidos. ¿Acaso se me veía el pañal? ¡Era obvio que sí, porque, el guardapolvo no me cubría tanto que digamos! Además, andaba descalza, y el suelo de la vereda estaba caliente por el sol. Mi viejo me había ayudado con las dos colitas que me hice en el pelo, y seguro me veía como una retrasada, o una discapacitada de algún modo. Pero, cada vez que miraba en dirección de nuestro auto, mi viejo seguía allí. Algo me decía que había algún error, o que algo no salió del todo bien.

¡Hola tesoro! ¿Estás bien? ¡No te asustes, que, me parece que puedo ayudarte! ¿Tenés algún problemita, que andás descalza, y en pañalines?, me preguntó una mujer, casi sin anunciarse, tocándome el hombro derecho, mientras mis distracciones solo me hacían caminar de un lado al otro. No supe qué contestarle.

¿Te gustan mucho los chupetines? ¡A mí también! ¡Pero, más me gusta meterme otras cositas en la boca! ¿A vos no? ¡Por la pinta de loquita que tenés, me apuesto que sí!, insistía la mujer, hablando en voz alta, como si quisiera que cualquier transeúnte pueda escucharla, o buscase exponerme.

¡Perdón señora, pero, yo ni la conozco! ¡No quiero ser mal educada, pero, nada, no me interesa hablar con usted! ¡Estoy buscando a otra persona!, le respondí, tratando de parecer calmada, para que no crea que le faltaba el respeto, o algo así. Entonces, la miré bien. No era una mujer extraña, ni con cara de chiflada, ni con mal aspecto. Tenía un collar hermoso, una ropa fina que empezaba con un vestido color mostaza, y terminaba en unos zapatos de taco alto de una marca carísima. Ahora no puedo recordarla, como tampoco un montón de detalles. Pero, sé que volví a mirar hacia nuestro auto, y mi pulso se aceleró al comprobar que, ¡Mi viejo ya no estaba!

¡Tranquila bebé, que tu papi ya se fue! ¡Y a vos, hay que cambiarte el pañal! ¿No cierto? ¿Te hiciste pipí? ¿O caquita? ¡A tu padre le gustan mucho las nenas que se hacen caca! ¿Sabías? ¡Ya te va a contar mi hermano! ¡Creo que lo conocés! ¡Mi hermano se llama Pedro! ¡Y, tiene muchas ganas de conocer a esta, nenita que se escapó del colegio! ¿O del jardincito? ¡Creo que, las nenas en la escuela ya no usan pañales! ¡Pero, en el jardín, me parece que sí! ¿Me vas a seguir? ¿O te vas a poner a llorar?, me asaltó con un montón de disparates que, me calentaron como a una perra callejera. A todo esto, un par de pibes de unos 20 años me re miraban. También el tipo que vendía revistas en el kiosco de en frente. La mujer, de pronto había conseguido tranquilizarme. Supongo que, por eso mis pasos comenzaron a obedecerle. Tanto que, cuando volví a respirar, ya estaba del otro lado de las rejas negras y doradas, de pie, escuchando cómo el cerrojo electrónico se ocupaba de la seguridad. La mujer se me acercó y me pidió que abra la boca para olerme el aliento. Después me palpó las tetas, y me sobó el pañal, murmurando: ¡Lo tenés recién puestito mi cielo!, y, por último, me pellizcó los pezones por encima del guardapolvo, diciéndome: ¡Y se te pusieron duritas las tetas! ¡Por dios! ¡Qué buen ojo tiene mi hermano! ¡Casi tanto como el de tu papito!

Durante unos minutos, estuve de pie, sintiendo el tierno césped bajo mis pies descalzos. La mujer, que me había dicho que se llamaba Dora, intentaba comunicarse con su celular, tal vez con su hermano, el tal Pedro. Pero, o no tenía suerte, o hacía tiempo para algo. Sin embargo, cuando volvió a dirigirse a mí, me pidió, casi que de malos modos: ¡Ponete en cuatro patas, como una perra en el suelo, y levantate el guardapolvo, así se te ve el culo! ¡Te saco unas fotos, y ya está! ¡Y apurate, que no tengo todo el día!

Exactamente eso fue lo que hice, y lo que sucedió. Escuché el ruidito de la cámara de fotos del celu de la mujer, mientras yo misma me levantaba el guardapolvo, temblando de ansiedad en cuatro patas, sobre aquella maravillosa alfombra de pasto fragante. Creo que me sacó unas 6 o 7. Enseguida su voz me ordenó, sin piedades ni paciencia. ¡Levantate chirusa, y abrazate a ese arbolito! ¡Yo ya vengo!

Entonces, en cuanto estuve de pie, busqué con la mirada el destinatario de mi abrazo, y lo encontré, a unos pasos de unas flores hermosas con hojas extrañas. Me abracé a su tronco delgado, y cuando creí que la mujer ya se había ido, la oigo aclarar, con un poco más de dulzura: ¡Abrazalo también con las piernas, y frotá el pañalín ahí! ¡Ya vengo, y ni se te ocurra moverte!

Ni bien apoyé el pubis allí, una electricidad me recordó que tenía un clítoris, una vagina húmeda, y unas ganas de coger tremendas. Pero también que estaba desamparada, abandonada a mi suerte, y perdida. ¡Y todavía ese tal Pedro ni señales!

Supongo que pasó como una hora, o más. Tal vez fuese mi pésima noción del tiempo. Sin embargo, se ve que estaba súper abstraída porque, ni siquiera escuché los pasos de quien, de repente empezó a desatar las tiras de mi guardapolvo. Cuando quise girar la cara para mirarlo, una mano pesada se posó en mi cabeza, y una voz de hombre adulto me dijo: ¡Quedate quietita nena, así, apoyadita en el árbol! ¡Tengo que palparte las tetitas!

Y exactamente, mientras sentía que mis pies se llenaban de arenas tibias en lugar de césped, aquellas manos comenzaban a presionar mis pezones, a estirarlos, pellizcarlos, sobar mis tetas y bambolearlas para volver a juntarlas, separándome apenas del árbol. Y, al mismo tiempo, algo duro se frotaba en mi culito. El pañal no disimulaba la notoria erección que me punzaba el culo, que me apretaba más al tronco del árbol, y se frotaba de un lado al otro, y de arriba hacia abajo. Aquel impúdico movimiento lograba que mi vulva se pegue más al árbol, y, por ende, mi locurita vaginal no me dejaba pensar con claridad.

¡Girá la carita, y sacá la lengua, borrega hermosa!, me ordenó, y en cuanto lo hice, acercó su nariz a mi boca para rozar mi lengua con la puntita, y luego para atrapar uno de mis labios con los suyos. Lo sorbió, le dio un mordisquito, y me pidió que abra la boca para exhalar mi aliento.

¡Muy bien! ¡La bebé se lava los dientitos! ¡En un ratito, te vas a ir con la boquita con olor a lechita! ¿Sabías? ¡Ahora, te ponés este vestidito, y vas al kiosco del frente! ¡Traé cigarrillos, un encendedor, una cajita de vino tinto, el que tengan, y tres pañales! ¡El kiosquero va a saber cuáles darte! ¡Igual que con los cigarrillos! ¡Vas a ir descalza, y con este chupetín en la boca! ¡No te lo saques mientras hables con el tipo! ¡Estamos? ¡Yo te voy a estar esperando en la otra esquina!, me instruyó, mientras me apartaba del árbol, me quitaba el guardapolvo y ponía en mis manos un vestidito rosa, súper cortito y ajustado. Estaba clarísimo que tenía que mostrar que usaba un pañal, y que permanecía bajo el sometimiento de don Pedro. En cuanto me lo puse, me dijo al mismo tiempo que abría la reja: ¡Hablale como retrasadita, y dejá que te caiga babita por los labios! ¡Como si fueses discapacitada! ¿Escuchaste mocosa?

Ni bien estuve frente al kiosquero, un hombre pelado y barrigón con cara de bueno, le pedí las cosas, haciéndole caso absoluto a don Pedro. Por suerte no había nadie esperando, y antes que yo hiciera mi compra, solo había un nene comprando alfajores. Pero tenía un cagazo tremendo. Aún así, el kiosquero fue expeditivo, y me dijo que no me hiciera problema por el dinero en cuanto me di cuenta que no tenía cómo pagarle.

¡El señor Pedro después me paga bombona! ¡No te preocupes! ¡Y te queda muy lindo ese pañalín! ¿Sabías?, me dijo de repente, justo cuando ya pensaba en salir corriendo a la reja. Sin embargo, tuve que caminar sigilosa y segura hacia la esquina donde me esperaba don Pedro.

¡Hola bebé! ¡llegaste! ¡Sentate ahí, en ese canterito!, me ordenó, mientras me acariciaba el pelo y me pellizcaba disimuladamente una teta. Le di la bolsita con las compras, y don Pedro, a la vista de cualquiera que pasara, encendió un cigarrillo para compartirlo conmigo, sabiendo que se me re veía el pañal, las tetas por lo apretadito del vestido, y toda la vergüenza en el rostro. Creo que, al reflejo del sol, el hombre notó que, al fin, en algún momento que no me había dado cuenta, me había hecho pis, porque tenía las piernas mojadas.

¿Te measte nena? ¿Cuándo? ¿En el kiosquito? ¿O en el arbolito? ¡Metete el chupetín adentro del pañal, frotalo en tu concha, y chupalo, ahora!, me decía, hablándome al oído, mientras el humo confundía un poco nuestros rostros, y la gente, tal vez ni nos miraba. ¿O sí? ¿Acaso alguien pudiera percatarse de algo? Y, en cuanto lo hice, don pedro me pegó una cachetada, diciéndome: ¡Esas cosas no hacen las nenas! ¿Cómo vas a lamer el chupetín, después de pasártelo por la conchita? ¡Vamos, levantate ya, y aflojate las cintas del pañal! ¡Lo vamos a dejar ahí tirado, en el canterito! ¡Y después, te subís a ese auto negro de ahí, y te ponés este! ¡Rápido!, me pidió como si estuviese verdaderamente enfadado. Esta vez sí habíamos llegado a un límite desconocido para mis estructuras. ¡Jamás me había empelotado en público! ¡Y mucho menos, me había sacado un pañal, a pesar que tuviese ese maldito vestido, que, entorpecía mis movimientos por lo ajustado que era! Aún así, logré quitármelo, y subirme al auto con toda la prisa que conseguí. Allí adentro me sentí un poco más segura, poniéndome un pañal limpio, y frotándome el clítoris, casi que involuntariamente. ¡Lo re necesitaba! Al punto tal que, terminé por eliminar otro chorro de pis, o algún principio de squirt. En cuanto terminé, don Pedro me golpeó la ventanilla, y me invitó a bajar del auto. Caminamos hasta su caserón, entramos rapidísimo al patio, y me hizo una zancadilla para que toda mi humanidad se derrumbe en el suelo, una vez que cerró la reja con su control remoto.

¡Vamos nena, quiero verte gatear, mover el culo, y escupir el pastito! ¡Dale! ¡Y, cada tanto, apoyá la concha en el suelo, y meá ese pañal limpito! ¡Vas a tener que aprender a hacerte caquita también! ¿Sabés? ¿Te cagás para tu papi? ¡No sabés cómo le gustan las villeritas que se cagan y se mean! ¡En la oficina, a veces, cuando termina su horario laboral, yo, o alguno de los muchachos, le traemos alguna nenita de 16 o 17 para que se la re contra coja! ¿No te lo dijo? ¡No creo, porque, tu papi, te quiere solo para él! ¡Vamos, movete nena, mové la cola, y apretate las tetas, escupite las manos, y babeate!, me empezó a decir, mientras me ponía al tanto de las “aventuras secretas” de mi padre. ¿Serían ciertas? ¡Qué asco! ¡Nenas cagadas! ¡Eso, para mí, era mucho! ¿Y si me lo pedía? ¿Estaría dispuesta a hacerme caca para él?

En menos de lo que esperé, casi sin saber cómo ya estaba sentada sobre un amplio sillón como de terciopelo, con una cajita de chocolatada en la mano, en pañales, con el vestidito oliendo a césped recién cortado, y hecha pis. Era un living inmenso, alfombrado y con pocos muebles a la vista. Don Pedro permanecía sentado en un puf en frente de mí, reflejando sus canas y el éxtasis de su rostro en un ventanal gigante, vestido con una bata azul, y unas zapatillas de lona. Me miraba morder el sorbete, tomar y saborearme, muerta de curiosidad. No me hablaba, pero me hacía gestos cuando quería que yo misma me acaricie las tetas, o me las pellizque por arriba del vestido. Hasta que de repente se levantó, pegó sus piernas al sillón, abriendo las mías para colocarse entre ellas, y me agarró una mano para que le apriete el bulto.

¡Apretá bebé, dale, y seguí tomándote la lechita!, me dijo, mientras que con su otra mano me pellizcaba una teta. Hasta que me agarró del mentón y frotó todo mi rostro contra su pija hinchada, mientras la bata de tela fina se le abría, y al fin su pija hacía contacto con mis mejillas, nariz y boca, ya que no traía ropa interior. Me quitó la cajita de chocolatada casi vacía de las manos, la revoleó al suelo, y me dijo: ¡Ahora, tomate esta, que está calentita! ¡Vamos, abra la boca, mocosa chancha, que ya olés a pichí, como el día que te disfrutamos en el cumple de tu papi! ¿Te acordás? ¿Cómo te measte esa noche mi bebé!

Yo, con toda la serenidad del mundo, como si eso fuese lo que estaba esperando hace siglos, abrí la boca y deslicé mi lengua por su tronco tieso, ancho y sudado. Luego, la abrí un poco más, y dejé que su olor a macho me atraviese el paladar cuando comencé a succionar y lamer, a tragar y eructar entrecortadamente, una vez que su glande tocó repetidas veces el tope de mi garganta, sintiendo cómo sus huevos casi lampiños y colorados se chocaban contra mi mentón.

¡Así bombona, tragá todo, abrí bien esa boquita, que te voy a llenar de lechita tibia, como sé que te gusta! ¿Peteás seguido vos? ¿Te gusta petear a los viejitos? ¡Dale chancha, quiero que des saltitos en el sillón, así me lo mojás con tu meada! ¡Te measte todo el pañal! ¡Síiii, abrí bien la gargantita nenaaaa, así te la largo toda, como a tu papi le gusta! ¡Me hubiese encantado tener una hijita así, que se me pasee en bombachita, y que se besuquee con su amiguita, o que le haga petes a su hermanito! ¡Asíii, abrí más, y mordeme la chota bebéeeeeé! ¡Te doy la mamadera, toda la mamaderaaaa!, empezó a gritarme, al mismo tiempo que mis esfuerzos no parecían alcanzarle al desenfreno de su virilidad asesina. Por momentos no podía respirar, y en otros me ahogaba con sus jugos, mi saliva, y las ganas que tenía de gritarle groserías cuando me estiraba los pezones, o me sonaba la nariz, siempre con su pija clavada en la campanilla, repitiendo cosas como: ¡Te voy a sacar los moquitos, guacha tilinga, putona del abuelo!  Y de repente, su leche empezó a volverse un ácido corrosivo en mi esófago, mi paladar y mis instintos de hembra necesitada. Yo misma gemía por dentro mientras esa verga cada vez más gruesa expulsaba más y más semen en mi boca, obligándome a no desperdiciar ni una sola molécula. Una vez que casi no le quedaban fuerzas para gruñir, decirme que era una putita reventada, o para quemarse las yemas de los dedos con mi cuerpo caliente, retiró su verga de mis labios, y me dio varios pijazos en la cara, salpicándome los restos de su acabada por todos lados. Y, de repente, abrí los ojos. No había pasado ni un minuto, o tal vez mi mente se desprendió de la órbita terrestre.

¡Ahí está querida, cambiale el pañal, que ya le di la primera lechita! ¡Se la tomó toda, y se hizo pichí en el patio, mientras la hacía gatear y revolcarse en el pastito!, le decía don Pedro a su hermana, o que me miraba con ojos de perrito mojado, apenas con un corpiño repleto de lentejuelas, y una bombacha celeste. ¡Así que, su hermana estaba metida en las perversiones del viejo! ¿Cuánto sabría ella de mi padre? ¿O solo lo sabía por palabras de Pedro? Pensé en que, la única forma de que el viejo sepa lo mío con Agustina, o con mi hermano, era indudablemente gracias a los testimonios de mi viejo. ¿Por qué le contó todo aquello? ¿don Pedro tenía la potestad de obligarlo a desembuchar todo?

¡Levantá el culito bebé, así te saco ese pañalín meado, y te miramos bien, desnudita, y mojada! ¿Te gustó la lechita de mi hermano?, me decía la mujer, con su larga cabellera cayendo sobre mi rostro, mientras me palpaba las tetas, y me recostaba sobre el sillón. Y una vez que separé mi cola del asiento, oí los ruidos de las cintas del pañal despegándose violentamente, ya que prefería tener los ojos cerrados. Y en cuanto sentí el aire fresco en el orificio de mi vagina, enseguida noté una respiración en mis piernas, y luego una lengua en mis pies.

¡Lamela toda Dorita, y olela! ¡Lamele esos piecitos! ¡Mirale bien la vulvita! ¡Ni un pelito! ¿Te diste cuenta? ¡Es como la conchita de una bebé!, decía el viejo, hablando prácticamente sobre mi abdomen, oliéndome y tatuando algunos besos babosos, levantándome el vestidito cada vez más andrajoso. Luego Dora me lo quitó, y me pidió que me ponga de pie.

¡Dale Pedro! ¡yo te la tengo! ¡Vos, hacele lo que tanto te gusta hacerles a las guachitas miedosas como esta! ¡Es cierto que olés a pis de bebé! ¿Sabías?, dijo la mujer, e inmediatamente sus manos me sujetaban de los hombros, para que, casi por resultado de una locura extrema, el tipo comience a pegarme pijazos con su pubis y todo en el culo. Era como si, me estuviese cogiendo, pero sin penetrarme. Al mismo tiempo, la mujer atrapaba mi vulva desnuda en una de sus manos, y me la estrujaba como si fuese una naranja. Luego, mientras ya no era necesario que me sostenga, porque ahora Pedro frotaba su pija nuevamente empalada contra mi culo, la mujer se había hincado presa de mis aromas sexuales, para posar su boca sobre mi sexo. Me lamió, olió y re contra fregó sus tetas contra mi vulva, hasta que tomó la decisión de llevarme hasta un límite insospechado de gemidos cuando introdujo su lengua en mi vulva para rozarme el clítoris, una y otra vez. Al tiempo que me decía: ¡Mi hermano te va a dar tanta lechita, que, si no te vas preñada de acá, pega en el palo! ¡Uuuy, sí, y, además, te vas a tener que hacer pis y caca en el pañal mi bebé! ¡Qué rica concha tenés! ¡Me encanta lamer conchas de nenas que se mean, y disfrutan de mearse! ¿Tenés amiguitas que juegan con vos? ¿Alguna de ellas te vio usando pañalines?

Desde luego que, mis palabras habían viajado lejos del alcance de mis neuronas. Solo podía disfrutar, gemir, lagrimear de la excitación, humedecer mi vulva y hacer que mis pezones reanuden una batalla fuera de serie en mis tetas, al erectarse más de la cuenta. Y de repente, estaba sentada a upa de don Pedro, con su tremenda pija entre mis piernas. Él mismo me pedía: ¡Pellizcame la chota nena, dale, pajeame y pellizcame la cabecita! ¡Escupime también, y gemí, que me encanta cómo gemís, y lo rico que olés! ¿Y gemime en la boca! ¡Amo tu olor a pañal, a bebé, a pichisito de gata!, mientras me hamacaba en sus brazos temblorosos por la emoción. Dorita había tomado el pañal que yo misma había meado para frotármelo en las piernas, las tetas y la espalda. De a ratos me pedía que le apriete las tetas por sobre su corpiño, y que también le ponga mis dedos en los labios, como se lo hacía a don Pedro. Solo que ella me los lamía despacito, y apenas me los rozaba con sus dientes. El hombre me mordía, y me pedía que yo misma me toque el cuello cuando mis dedos salían babeados de su boca. Y de golpe, la mujer me dio una cachetada, mientras la pija de don Pedro clamaba urgente por enterrarse en mi sexo.

¡Tranquilita nena, que tengo que ponerte un pañal! Pero, primero, tomá, escupilo todo! ¡Quiero ver cómo babeás tu pañal! ¡Nos quedamos sin cremitas, y el talco está por las nubes para comprarlo!, me dijo, mientras me ponía un pañal limpio, completamente abierto junto a mi cara. Entonces, una vez que me encargué de lubricarlo con mi saliva, sintiendo la presión de la pija de mi macho contra mi concha ardiente, la mujer me lo puso, casi con desprecio, y me pasó la lengua por toda la cara, mientras me decía: ¡Ahora, ojito con hacerte pichí! ¿Estamos? ¡Si te meás, también te hacés caca! ¡No nos quedan tantos pañales!

Sin dudas, era el fetiche más loco, osado, perverso y siniestro al que me enfrentaba. Ignoraba si mi padre cobraría un dinero por esto, o si era parte de un trato, o negocio, o contrato internacional. Pero, me estaba emputeciendo demasiado, y no podía evitar temblar como una maldita nena virgen. Y, sin un interludio en el que ponerme a descansar, oí a Dorita decirle a Pedro, con la voz más tierna que la de un durazno: ¿Me prestás a la bebota? ¡Dale, dejámela un ratito, que la tengo a upita, y le acaricio las tetitas, mientras vos le das la lechita! ¡Ya tiene carita de hambre! ¡Y, si se toma toda la leche, por ahí, vemos si la recompensamos!

Pedro me levantó de la cintura como si tal cosa, y me acomodó sobre la falda de su mujer. Su piel olía a crema de señora fina. Pero, su aliento tenía un leve dejo de alcohol medio berreta. Fui consciente que tenía las tetas en las manos de Dora, y que la verga erecta de Pedro ya pugnaba por abrirme la boca, casi al mismo tiempo que vi unas figuras acercarse a la penumbra de la sala. No quise mirar más. En parte, porque Pedro ya me pedía que se la toque con la puntita de la lengua, y que le hable como nenita, agarrándole el pito con la boca.

¡Hablale a tu abuelo, pendeja sucia! ¿No escuchás que quiere que le hables? ¡Agarrá bien esa mamadera, y decile cositas, así te alimentás bien con su lechita! ¡Mmmm, no puedo dejar de lamerte las tetas, cochina! ¡Tiene olor a teta la nena! ¡Olor a tetita de nena que quiere pija, pija, y más pija! ¡Hasta por la naricita!, me decía la mujer, lamiéndome las tetas, estirando mis pezones con sus dedos y labios, y haciéndome un río con su baba caliente.

¡Chi Abuuu, quiero que me des la chechona, toda la lechita, y hacerme pis en el pañal, a upita de la tía! ¡Me encanta que me pongas el chupete en la boca, y que me claves la mamadera en la garganta! ¡Soy una nenita sucia, que se mea toda, y se quiere hacer caca para vos!, le dije, quizás recordando cómo era el sonido de mi voz, sin soltar el pito de mis labios, ni de llenarme con sus secreciones seminales. En ese momento, Pedro me dio una cachetada, sosteniéndome del pelo, y me restregó desde la pija hasta sus huevos en la cara. No me gritó, ni me desacreditó. Solo fue un arrebato de sus testículos. La mujer se rió con ganas, y me pellizcó la cola por adentro del pañal, diciéndome: ¿De verdad te vas a cagar encima bebé?

Pedro volvió a clavarme la pija en la garganta, y apenas la mujer dijo que ya sentía mi pañal calentito, su descarga seminal fue mucho más violenta que la anterior. esta vez, no pude tragarlo todo. Algunos chorros se me escaparon por la nariz, haciéndome arder cada centímetro de mis fosas nasales. Otros trozos de su orgasmo me salpicaron hasta las tetas; lo que no era desaprovechado por Dorita, que me las lamía. Y entonces, tomé noción de que nuevamente me había hecho pis. Pero, no tuve tiempo de nada. Aquellas figuras que antes permanecían indescifrables, lejanas y prohibidas para el alcance de mis ojos, aparecieron ante mí, con dos pijas paradas bajo unas batas de tela fina. Eran dos tipos. Uno que no llegaba a los 25 años, y otro más adulto. Tal vez más grande que don Pedro. Entre ellos no había palabras. Solo miradas inquisitivas, serias y determinantes. El más joven me separó de la falda de Dorita y me sentó al lado de ella. Se agachó y frotó su cara en mi pañal. No dijo nada, pero cuando me miró a los ojos, tenía un brillo asesino en lo profundo de su negrura infinita. Se paró a mi lado y me hizo meter mi mano por adentro de su bata, mientras decía como un desquiciado: ¡Apretá la pija nena, dale, la puta que te parió, apretá bebé, apretala toda, apretá y pajeá, dale, pajeá bien la mema, que te la vas a tragar toda!

Al mismo tiempo, el más viejo, un tal Kike, también se arrodillaba y fregaba su cara en mi pañal, repitiendo con una voz entre resfriada y áspera: ¡Pichí de nena, pis de bebé, se re meó la bebota, tiene el pañal calentito de pichí! ¡Hay que darle más agüita, así se mea toda la tarde!

Cuando quise acordar, el pendejo me hacía mamarle la pija, y Kike me tenía alzada en sus piernas, metiéndome la pija por entre lo que quedaba de mi pañal húmedo. Él sí me la metió en la concha, y al fin me arrancaba gemidos de puro placer, repitiéndome: ¡Saltá nena, dale, saltame en la verga, llenala con tu concha sucia, con tu olor a putita alzada, perra, chancha de mierda! ¡Cagate encima si querés, mientras te cojo la concha, y mi sobrino te lechea la boquita! ¿Te gusta andar peteando a vos? ¿Así que peteás a tu papi?

¡Che, negro, sacale el pañal, y que lo chupetee todo, mientras te la garchás! ¡Y vos pendejo, no aflojes, no pares de darle la mamadera! ¡Que te la ordeñe bien ordeñada!, ¿Escuchaste?, vociferaba Pedro, que había salido por un instante de mi campo visual. Al toque empecé a mordisquear, lamer y chupar mi propia meada del pañal, mientras por poco me asfixiaban con él. El viejo me hacía chuparle los dedos que me intentaba enterrar en el culo, y el otro, no dejaba de pedirme que le saque la leche, que le escupa las bolas, y que, cada tanto le chupe el culo. Nunca lo había hecho. Pero estaba tan endemoniada, poseída y fuera de mis límites racionales, que en un momento me escuché decirle: ¡Me encanta chuparte el culo, hijo de puta, y comerte la pija, y lamerte bien el culo!

Entonces, vi que Pedro estaba sentado en el puf de antes, con Dorita encima, ya sin su bombacha celeste, ni su corpiño con lentejuelas. Le estaba fagocitando el pedazo con su concha peluda como nunca había visto. Las tetas se le bamboleaban como satélites ingrávidos, y los ojos se le desenfocaban. Todo lo que se oía era el percutir de sus piernas contra las de don Pedro, mis arcadas por la pija del pendejo en la faz de mi garganta, los gemidos de Kike, y los sonidos de mi conchita jugosa ensanchándose para su pija cortita pero trabajadora. Además, también se oían las súplicas del pendejo, y mis eructos inevitables cuando me desocupaba la boca de pija para recobrar algo de aire.

¡Tirame el pañal de la guacha!, le pidió Pedro al pibe, y éste le obedeció. Enseguida, el viejo pelado empezó a asfixiarme con la bombacha empapada de Dorita, y el cosquilleo que comenzaba a sentir en mi culo se intensificaba. Necesitaba algo duro y caliente abriéndome las nalgas. Pero no me animaba a pedirlo. El viejo seguía buscando abrirme el agujerito con sus dedos, los que yo misma le babeaba a voluntad. La pija de Mariano, como al parecer se llamaba el pendejo, aumentaba dureza, líquidos y anchura, a medida que mi baba y mi lengua se la lustraban y mordían por todos lados.

¡Quiero un pito en la cola! ¡No aguanto más!, dije al fin, casi con la garganta consumida en un calor que me hacía sudar, arder y flotar entre tanto olor a hombre caliente. En ese momento, Dorita se levantó de los bombazos de su hermano para ponerme una bombachita rosa con moñitos a los costados.

¡Así que la nena quiere pilines en la colita! ¡Primero, te vas a agachar, como en cuclillas, como si tuvieras ganas de hacer cacona, y les vas a tomar las lechitas a los dos! ¡Estamos? ¡Dale bebé, que te queremos ver! ¡Bien petera, queremos que petees mucho, que te metas todas esas pijas en la boquita!, me decía Pedro, mientras la mujer me acomodaba de forma tal que los dos tuviesen acceso directo a mi boca. Yo tenía las manos apoyadas en el suelo, y los pies, con el culito levantado. De modo que, ellos mismos se servían de mi boca, y de mis tetas. El pendejo quiso colocarla entre ellas para pajearse, y apretarse bien el glande con el fuego de mis tetas hambrientas. En un momento, tuve ambos glandes entre los labios.

¡Sí, así, las dos mamaderitas en la trompa bebé! ¡Abrí bien, y decí AAAAAA! ¡Vamos bebé, que tenés que tomar lechita! ¡Tu papi es malo con vos, porque le anda lecheando el culito y la conchita a otras nenas!, decía el pibe, mientras el pelado no podía articular palabras. Sin embargo, era el más violento a la hora de arremeter con mi garganta, presionar mi nariz cuando me la cogía, y cachetearme las mejillas cuando se la mordía. Me hice pis una vez más, y tal vez en el momento menos pensado, justo cuando el viejo estaba por largarme la leche en la garganta, mi culo se relajó a tal punto que, terminé haciéndome caca. No sé cómo pasó. No quería ni mirar. Pero, las voces de júbilo de los tres tipos, y la risa de satisfacción de Dorita me excitaron todavía más. Justamente don Pedro me pidió que me levante, y que les muestre el culo. Dorita se acercó a sacarme la bombacha, y me puso en cuatro patas sobre el sillón. Entonces, todo fue con tal violencia que, no podría precisar quién hizo qué. Alguien me nalgueó, y luego me colocó su glande entre los glúteos, y así nomás, sin consultármelo siquiera, encalló su verga en mi culo. Al mismo tiempo, la pija del pendejo volvía a trasgredir mi boca, y un sinfín de pellizcos, besos, lamidas, mordiscones, chirlos y cosas sucias se volcaban en mi cuerpo, que gozaba como nunca. Sé que fue Dorita la que me metía dedos en la vagina, porque la vi chupárselos y deleitarse con el sabor de mis jugos, y mi olor a pichí. Me decían cosas, y se comentaban detalles de lo apretado que tenía el culo, de lo puerca que había resultado, y un montón de cosas que no puedo recordar. Y pronto, fue la pija de don Pedro la que alimentaba las ansias de mi paladar. Ahora no resultaba tan fácil deslecharlo. Al pelado le excitaba mi olor a pis y a caca, y no paraba de decirme al oído, cosas como: ¡Pendeja sucia, cochina de papi, sos una basurita a la que hay que hacerle un millón de hijos, y cogerte preñada!

Sentí un estallido de semen en el interior de mi culo, y luego el aplauso que le regalaron al pendejo, que al fin había tenido el honor de ser el primero en terminar allí. Pedro estaba exhausto, pero no se rendía. Quería que siga chupándole la pija, mientras olía mis pañales, y la bombacha sucia, aunque ya sin restos de caca. Al mismo tiempo, sentía que la temperatura de mi cuerpo superaba con creces a las de cualquier horno profesional, mientras Dora me pellizcaba las tetas, me ponía las suyas en la cara, y le comía la lengua a su hermano con una devoción que, calentaba aún más. Y entonces, don Pedro me sentó a upa de su amigo, quien no desaprovechó la posibilidad de germinarme la concha con sus penetradas perfectas, mientras él continuaba explorando el calor de mi boca con su pija rígida, con mi olor y el de su raza pervertida. Y no acabó toda su lechita en mi boca, hasta que su hermana se nos sumó dispuesta a chuparle el culo, mientras le repetía con indulgencia: ¡Dale nene, dale la leche a esa perrita, que se hizo caquita para vos, y tiene que tomarse todo! ¡Vamos, atragantala de leche, vamos, que tu hermanita te come el culo, y esa nenita roñosa te pide la lechita hasta con los ojitos!

Así que, mi boca comenzó a colapsar de semen, mientras su amigo seguía haciéndome saltar, cada vez más alto con su pija en mi vulva, y sus dedos abriéndome a ‘aún más el culo, gracias al semen que el pendejo me había obsequiado. Creo que el tipo me acabó adentro, al ratito que Pedro terminó por deshacerse en el interior de mi garganta, una vez más presionando mi nariz, mientras su hermana le mordía el escroto, y le repetía una y otra vez que yo soy una basura, un pañal usado, una pendejita que no vale la pena.

En cuestión de minutos, el pendejo y el pelado ya no estaban en la sala. Dorita volvía a lucir su bombacha celeste y su corpiño de lentejuelas, y don Pedro me ponía un nuevo pañal, vestido con su bata de tela fina. Después me arregló las colitas del pelo, me puso un nuevo guardapolvo de escuela, uno a cuadros de color beige que también se prendía desde atrás, y me quedaba aún más corto que el mío, y me sentó a upa para comerme la boca, como si verdaderamente estuviese enamorado de mí.

¡Te portaste muy bien chiquita! ¡Te llenamos de leche, y ahora sí que olés a puta, a pis, y a mugre! ¡Ahora te voy a llevar a la vereda! ¡Tu papi te va a pasar a buscar! ¡No te preocupes! ¡Pero vos, tenés que quedarte paradita en la esquina! ¡Quiero que todos vean que tenés pañales, y que se les vuele la cabeza! ¡Meate encima mientras esperás a tu viejo, todas las veces que tengas ganitas! ¿Estamos? ¡Por ahí, si tu papi hace bien las cosas, nos volvemos a ver, chiquitita sucia! ¡Y no dejes de mearte cuando petees a los tipos!, me decía el hombre, mientras su hermana tomaba unas fotos, y luego hablaba con mi padre para avisarle que ya podía pasar por lo que quedaba de mi humanidad. ¡Ahora me iba a conocer el turro de mi viejo! ¡No voy a esperar a que me pida que me haga caca para él!        Fin

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Comentarios

  1. hayyyy Ambar que caliente relato por diossss maravilloso
    graciasssssssss

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    Respuestas
    1. Gracias Marceeeee! Gracias por leerme siempre! Y preparate que se viene de todo!

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