Fotos sucias

 

Hoy tengo 41 años, una vida ordenada en lo económico, una profesión y una familia bien constituida. Una hija adolescente que me enorgullece con sus calificaciones y facilidades para hacer amistades, un niño inquieto de 8 que sabe cómo robar mi atención, una esposa amante y compañera en todos los sentidos, y un perro guardián hasta con los ojos vendados. Tengo amigos, actividades varias, vacaciones, y una casa confortable. Pero también poseo un pasado al que le huyo de forma irreversible. Mi padre fue un hombre necio, alcohólico, infiel, machista e ignorante por decisión propia. Mi madre era una marioneta a la que manejaba a su antojo, y jamás podía contradecirle. Pues, las consecuencias nunca concluían en otro sitio que el hospital, o la casa de mi abuela.

En medio de todo ese barullo estaba mi hermana Julia. Una niña tres años menor que yo, con indudables deseos de otra vida, al igual que yo. Los dos nos protegíamos cuando se armaba la guerra, el caos y el desastre en casa. Pero más tarde sabría que ella acuñaba otros sentimientos hacia mí, y entre los dos algo empezó a cambiar. Tal vez desde la noche que ella me sorprendió masturbándome en la cama. A los 14 años los huevos te lo piden casi a golpes de puntadas, como si miles de agujas circularan por tus venas. Esa tarde hacía calor, y ella entró a mi pieza porque, solo había un ventilador en casa, y me tocaba usarlo. Para colmo, entró en bombacha y remera, suponiendo quizás que yo estaría dormido. Tenía un vaso de jugo y una manzana mordida en las manos. En mi nerviosismo porque no me viera, solo logré exponerme más. Pero ella no se inmutaba. Se quedaba mirándome con asombro, ternura y curiosidad.

Aquello se repitió otras veces. Hubo algunos besos en la boca entre nosotros, ciertos manoseos accidentales cuando jugábamos de manos, y algunas escenitas de celos de su parte si yo le participaba de mi interés por alguna chica. Es que, para mí, ella era mi mejor confidente, y no veía razones para ocultarle nada.

Julia se desarrolló a temprana edad. Por lo que en aquella siesta reparé en lo hermoso de sus pechos, en el rubor de sus mejillas al verme el pito parado, y hasta el temblor de sus ansias en el aroma que despedía su piel. Alguna de esas tardes de verano, en la que yo estaba muy triste por mi ruptura con una pibita del secundario, Julia entró a mi cuarto para traerme un alfajor. Ella decía que nada podía hacernos más felices que compartir un alfajor de chocolate. Y, como me encontró en medio de esa tristeza adolescente, mitad fastidio por no poder haberle tocado el culo, o chupado una teta a aquella noviecita, aunque sea, mitad bronca por lo estúpida que había sido nuestra pelea, se me tiró encima y me puso las manos en la cara para pedirme que no me ponga triste por esa tarada, que no valía ni una sola de mis lágrimas. Es que, de paso, una especie de llanto silencioso me arrasaba, y me hacía enojar el doble por mostrarme tan vulnerable. La cosa es que, Julia estaba en calzones, y yo en bóxer.

¡Yo, si querés, puedo ser tu novia Guille! ¡Total, es fácil! ¡Solo tenemos que besarnos en la boca!, me había dicho, y yo, que tenía la verga a punto de explotar, tan de repente como pude darme cuenta, me dejé besar, lamer y morder la nariz por Julia, que olía a caramelo, movía las piernas sobre mi cuerpo, luchaba para destaparme, y me pedía que yo también la bese. Fue una locura. Yo sentía que, si seguía meciéndose así sobre mi pene, fregándome los pechitos y haciendo surgir los aromas de su intimidad, podría acabarme encima. Y eso fue exactamente lo que me pasó, después que encaramos una batalla de lenguas, besos, mordiditas y manoseos a sus tetas y su culito. Ella quería sacarse la bombacha, porque había visto en vaya a saber qué novela, que una parejita se desnudaba para hacer esas cositas de grandes. Pero yo no se lo permití. Aunque le había rozado la vulva, y atestigüé la humedad que aquella tela blanca no podía sostener. Al punto tal que, ni bien me acabé, medio que buscando una excusa para sacármela de encima y que no se dé cuenta de nada, tuve que decirle: ¡Julia, dale, bajate, y andá a cambiarte la bombacha, que, al parecer te hiciste pichí!

Ella se enfurruñó, porque estaba disfrutando a mares de aquellos besos, apretujes y cosquillitas. Pero, yo era el que tenía que ser prudente, maduro y consciente de mis actos. Por lo tanto, aquella fue la única siesta en la que llegamos tan lejos. Obvio que, hubo algunos chupones, tranzas como le decíamos en ese entonces a ese chape furioso, cargado de hormonas. Pero siempre vestidos, y tratando de no tocar nuestras partes calientes.

Todo hasta estos días. Yo vivo actualmente en un pequeño pueblo de la provincia de San Juan, donde me afinqué hace ya veinte años. Julia, sigue viviendo en Buenos Aires, y hasta el día de hoy no tuvo hijos, a pesar de continuar con la misma pareja que le conocí. Se llevaban bien, más por costumbre que otra cosa. No sé si se quieren realmente. Ella, cada vez que hablábamos por teléfono, mail, o alguna videollamada, me juraba que no lo amaba, y sus ojos se entristecían un poco.

Pero, la cosa es que, hace una semana exactamente, recibí algo que me voló la cabeza. Julia acostumbraba cada dos por tres enviarme algún regalo, obsequios por navidad, o para mi cumpleaños, o para los cumples de los chicos. A mi esposa, no se la tragaba mucho que digamos, pero no había hostilidades entre ellas. En esta ocasión, mi hermana me había enviado una caja sorpresa. Así lo decía en la etiqueta, adornada con un montón de corazones y colores entre infantiles y divertidos. No había nadie en casa la mañana en que recibí aquella caja enigmática, y por razones que solo habitaban en mi interior, supe que debía abrirla lejos de miradas indiscretas. ¡Como si hubiese gente adentro de las paredes! Así que, me encerré en mi estudio, puse una playlist de rock nacional, me serví un café, y la abrí. Adentro se amontonaban todo tipo de cosas. Una caja de bombones de licor, y otra de licoritas, (Mis golosinas preferidas), un CD de relatos eróticos, un álbum de fotos, una carta, un osito de peluche casi diminuto, unas bolsitas cerradas al vacío, y unos dibujos. También había alfajores pequeños, un chupete, y una billetera de cuero. Una emoción violenta, repleta de pasados alegres y de mariposas en la panza, de repente amenazó con derrumbarme, o confundirme.

Pude reconocer casi todos esos objetos. El osito, era uno que acompañó a Julia desde sus 9 años, y al parecer, estaba intacto. Solo que ahora parecía embebido con su perfume, y, casualmente, uno que no era tan juvenil.

El chupete, bueno, era el que usó hasta los 3 años más o menos, y mi madre le había permitido que lo atesore, luego de esterilizarlo muy bien. Aunque, aquello me hizo recordar que Julia, a veces se ponía el chupete para jugar conmigo a la bebé, cuando tenía 10 años, y yo 13.

La billetera, fue el primer regalo que le hice cuando pude comprarle algo para su cumpleaños. Adentro había una fotito de ella sacando la lengua, con unas trencitas y una felicidad en la cara que, seguro fue por eso que salió el sol por entre las nubes densas que poblaban el cielo. El CD, bueno, tenía una tapa sugerente. Ese había sido un regalo de una de sus amigas de la adolescencia, y, ambos lo escuchábamos en la trasnoche, y nos reíamos de las pavadas que contaban esas historias. Aunque, los dos nos excitábamos sabiendo que el otro escuchaba, compartía e intercambiaba aquellas vivencias, bastante forzadas. Los dibujos, eran muchos de los que ella solía regalarme cuando era chiquita. Dibujaba precioso. De las golosinas, ¡ni hablar! La cartita, podía esperar, tal vez. Solo había visto que decía en un costadito: ¡Para mi hermanito del alma!, al lado del retrato de unos labios besando, los que se me hacía que tenían que ser sus propios labios. Las bolsitas, también me llamaron la atención. Pero, aquel álbum con tapas de gamuza, con un cierre elegante y un cierto olor a prohibido, fue lo que más me atrajo. Por eso lo abrí en primer lugar, y procuré no gritar en cuanto vi la primera foto. ¡Sí, la primera de varias fotos de su integridad, esencia y pasado! Recordé que mi padre le había regalado una vieja cámara Casio para los reyes, y que ella solía fotografiarlo todo. Pero, jamás supe que también disfrutaba de sacarse fotos como esas.

En la primera, Julia estaba trepada a un árbol de moras que había en el patio de la casa de mis abuelos. Estaba con una bombachita blanca, y evidentemente haciendo pis. Alguien tuvo que haberle sacado esa foto, porque su silueta se veía con toda claridad desde el inicio de sus pies, hasta su pancita. Se cubría la cara con las manos, pero era ella, indudablemente, con la alegría de sus doce años muertos de curiosidades. Al otro lado de la foto había una inscripción que decía: ¡Me encanta treparme a los árboles en bombacha!

En la segunda, mi hermana está sentada en una sillita, bajo la luz del sol, comiendo una banana, tan solo con una bikini azul mojada, con el pelo suelto, y un extraño rubor asesino en la mirada, con sus 14 años ilusionados. De nuevo, alguien seguramente estaba con ella para tomarle la bendita foto. Detrás de la imagen decía con letras doradas: ¡Me encanta cómo se me deshace la banana en la boca!

En la tercera, me recordó la ilusión que le hacía ir a la placita del barrio. Solo que aquí estaba en la plaza de otra ciudad. Acaso cerca de la casa de mis tíos que viven en Chascomús. Lo cierto es que ella comparte un sube y baja con otra persona, la que le toma la foto desde abajo. Ella, en lo alto del juego, exhibe una pollera cortita con unos voladitos, y una bombachita blanca hundiéndose con una obscena delicia entre sus labios vaginales. En la misma foto, como en un recuadro aparte, Julia está reclinada hacia atrás en una hamaca suspendida en el aire, con las piernas abiertas, mostrando la misma bombacha. Solo que ahora le cubre mejor aquella conchita rosada. No podía tener más de 12 o 13 años allí. Lo supe porque en esa época tenía la manía de hacerse tatuajes lavables en la carita. En esta no se inscribía su edad, como en la mayoría, que aparecía en uno de sus márgenes. Detrás de la fotito decía: ¡Amo las plazas, y que se me vea la bombacha mientras me hamaco!

En la próxima, reconocí sin temores la habitación de las visitas de la casa de mis abuelos. Mi hermana estaba en la amplia cama en la que dormimos todos los primos, luciendo un Babydoll celeste, pellizcándose las tetas, con un chupetín en la boca. Nuevamente, tuvo que haberle pedido a alguien que use la cámara por ella. Esta no tenía nada en el dorso. Pero aquí Julia tenía 16 años.

La próxima gema de sus vanidades, la mostraba sentada en un banco largo y descolorido que no reconocí, con las tetas desnudas, repletas de algo que parecía crema de leche, y en pañales. De hecho, tenía una de sus manos adentro del pañal. Su otra mano le convidaba el sabor de sus dedos a su boca, que dejaba hilos de baba pendiendo de los más perversos ratones del pecado. Sonríe con una sarcástica expresión, y parece dedicarle la postal a quien la fotografía. Al otro lado dice con letras rojas, encerradas en un corazón: ¡Soy una pendeja comestible, pero todavía no sé ir al baño solita!

Entonces llegó la foto que casi me hace eliminar todos los preconceptos de mi hombría, llevándome a tener todas las ganas del mundo de ir a buscarla para… ¿Acaso retarla? ¿Castigarla? ¿Pedirle explicaciones? ¿O, cogerla toda? Es que, ahora Julia estaba en cuatro patas sobre un suelo de hierba tupida, con un corpiño y una bombacha rosados, y con un pibe poniéndole su miembro erecto en la boca. ¡A él también lo reconocí! ¡Era el Negrucho! Un vecino de mi abuelo que, a pesar de tener 25 años, tenía una discapacidad importante. Estimo que mental. Apenas si se le entendía cuando hablaba. ¿Qué hacía mi hermana peteando a ese pibe? ¿Cómo pudo pasar eso? ¿Y cuándo? Aquí, Julia tenía 15. O eso esperaba yo. ¡Y encima el atrevido le tomaba la foto! ¿Cómo podía tener la boca tan babeada, y los ojitos tan brillantes? ¡Y para colmo, no había nada escrito al otro lado de semejantes revelaciones!

La presión arterial de mis obsesiones comenzaba a pedirme una tregua, cuando di con una foto de Julia, en la que no tenía más de 10 años. Aquí volvía a estar en una plaza, sentada en una calesita, con el pantalón cortito, y con dos dedos estirándose una bombachita blanca hacia arriba del elástico del mencionado short. Detrás, decía en tinta negra: ¡En la plaza Falucho, con Ivi y Maca! Recordé entonces a sus mejores amigas de aquellos tiempos, y la cantidad de veces que Julia se hizo pis encima jugando y riéndose con ellas.

Luego vi otra foto en la que Julia está en cuatro patas sobre una cama, en musculosa, con una bombachita azul que, se la recuerdo con emoción, porque, era la misma que usó la siesta que logró que me acabe encima. Tenía una mano sobre una de sus nalguitas, y parecía querer pellizcársela. Aquí no había menciones. Pero en la misma foto, Julia seguía en igual posición, aunque ahora tenía la bombilla de una cajita de leche Sindor en la boca.

Había más locuras de Julia, a las que mi pija reaccionaba con unas erecciones que palpitaban desde mis primeros días de nacimiento hasta la punta de mi neurona más recatada. Ahora, nuevamente en la cama de mis abuelos, ella misma se fotografiaba sentada allí, con las tetas desnudas, los talones sobre su cola, con una bombachita de goma rosada que mostraba un diminuto agujerito en la entrada de su vagina. Para colmo de males, había una mamadera colocada exactamente allí, como si estuviese a punto de entrar. En la foto siguiente, Julia lame esa misma mamadera, con un dedo posado en el agujerito de la bombacha. Y en la siguiente, la tetina de la mamadera atraviesa aquel diminuto roto, y acaso el orificio de aquella conchita, la que se me antojaba inundada de jugos en ese momento. Detrás de cada una de esas fotos, las mismas palabras con letras de trazos nerviosos. ¡Yo, haciéndome la tonta, necesitando lechita por todos lados! Y, los 14 años de mi hermana se me hacían cada vez más irreconocibles.

¡No hay nada más lindo que hacer pichí en el patio de mis abuelos!, rezaba una foto más, en la que Julia estaba como en cuclillas sobre aquella inolvidable hierba tupida, con una bombachita rosa estirada sobre sus rodillas, y una de sus manos agarrándose una pollera azul. Una vez más, alguien le tomaba la foto. ¿Sería el Negrucho? ¿Cuántas fotos le había tomado? Pero, entonces, apareció otra imagen de mi hermana, sentada en el pasto, con la remera manchada de helado, y el cucurucho pegado a sus labios. Otra foto tomada desde lejos, pero, la sonrisa de esa nena endiablada lo traspasaba todo.

Luego, Julia ponía sus tetas desnudas sobre el rostro de alguien que no sabía quién era. Pero la pieza, era la de los abuelos. A esa le seguía otra en la que se sentaba sobre su cara, con el vestidito levantado, y una bombachita blanca visiblemente húmeda. Al otro lado de tantas intenciones infernales decía: ¡Amo que me laman, huelan y muerdan la concha!

Y, cuando pensaba que todo era un error de la naturaleza, un mal sueño, o un desorden inhumano de la especie, encontré otra foto en la que Julia estaba sentada a upa de Macarena, su amiga. Ella le ponía un sorbete en la boca, y le aferraba las tetas con una mano. Las dos parecían estar desnudas, y sonreían con una mueca grosera a la cámara. ¡Seguro que Ivi estaba con ellas!

Necesitaba tomar algo más fuerte que el café. Escuchar algo que realmente identifique en el aire el tamborilear de mi corazón, ¡Y no esa canción aburrida de Fito Páez! Mientras tanto, contemplaba a Julia totalmente desnuda, en su propia cama, con al menos 15 años. Tenía una bombachita en la cara, y se aseguraba de poseerla hasta el último minuto, ya que la sostenía con sus dientes. Además, con una de sus manos se acercaba un pequeño consolador a la boca. ¡Ahora sí veía la conchita de mi hermana con total libertad, claridad y deseo! ¡Qué hija de puta! ¿Y eso lo hizo en casa? ¡Seguro que olía su propia bombacha, y se calentaba mal! ¿Por qué nunca me atreví a pajearme con una de ellas? ¡Si yo ni tenía drama con que tuviese olor a pichí!

Entonces, me topé con una foto de Julia en pañales, comiendo un chupetín, toda despatarrada en la mecedora de los abuelos, con tres años. Esa, seguro se la sacó mi madre. Ya de chiquita ponía postura para posar para las fotos, y parecía saber el momento exacto en el que debía sonreír para los rayos inmortalizadores de las cámaras. A esa foto inocente le siguieron otras más. Una abrazando a un peluche grandote que le había regalado mi abuelo, otra vestida de colegio primario, con sus 5 años llenos de impaciencia, y otra más en la que está haciendo una ronda con otras nenas en el patio de la escuela. Y después, Julia está sentada en su cama, con sus 10 años recién estrenados. Eso lo supe por un cartel que había en la pared, hecho por sus propias manos. La nena estaba sentada en la cama, con una bombachita blanca de moñitos al costado y unas medias haciendo juego. Sacaba la lengua y se tocaba la punta con dos dedos. En otra foto, mi hermana está con una mayita fucsia, adentro de una pileta, abrazada a un pibe que le toca las gomas, y al lado de esa, otra en la que está sentada en las piernas del mismo pibe, en un sillón destartalado, en un lugar desconocido para mí, con una lata de gaseosa en la mano, y acercando las tetas al rostro de ese fulano, apenas en bombacha negra. Esta foto sí tenía algo escrito, aunque un poco borroneado. De todas formas, se entre leía: ¡Ojalá este tarado se anime y me la meta! ¡Ya tengo 14, y no quiero seguir siendo virgen!

¡Otra foto en lo de mis abuelos! ¡Y con el Negrucho! ¿Cómo hizo ese gil para entrar a la habitación de las visitas? Evidentemente Julia encontró el atajo, y lo metió nomás. Lo loco es que, en esa foto, ella volvía a tener un pañal de elefantitos, y el vecino le chupaba las tetas, mientras ella jugueteaba con un chupete entre sus blancos dientes.

¡Esto tenía que parar! ¡No podía ser real, ni siquiera de un modo parcial! ¿Esta era Julia al fin y al cabo? ¿Cómo podía ser que, deseara perder la virginidad a sus catorce? ¿Por qué no habló conmigo de esas cosas? ¿No éramos compañeros acaso? Pero, tal vez yo había sido el culpable. Por ahí, ella quiso acercarse, y yo, ávido de conocer el mundo desde otras perspectivas, no la descubrí. Y entretanto. Había más fotos. Algunas, solo de ella desnuda sobre la cama, o con alguna bombachita pintoresca. En otras, ella haciendo caras, lamiendo consoladores, abriendo las piernas, parando la cola frente a un espejo, tomando sol en la terraza de mis tíos ricachones, o mostrando las tetas con brillitos, frutillitas, o tan solo con sus pezones esplendorosos, casi siempre erectos y marroncitos. Encontré otra en la que estaba en la puerta de nuestra vieja casa, mostrando la bombacha por un agujerito de un short mostaza, uno de sus favoritos cuando tenía 15. Y en otra de las fotos, estaba muy relajada, acostada al lado de otra chica que no había visto en mi vida. Ambas con un consolador en sus vulvas, mirándose las tetas al aire con un hambre voraz, y nada más que la tenue luz de una lámpara. Pero aquello tenía que detenerse, o mi ropa, la alfombra, mis testículos y todo mi aparato circulatorio sufriría un shock de otra galaxia. ¿Qué habría en esas bolsitas misteriosas? ¿Y qué diría la carta? Definitivamente mi hermana había perdido la cabeza. ¡Sí! A lo mejor, en estos meses que no hablamos, tuvo una conmoción cerebral, y perdió la chaveta. Tenía que hacerle una llamada urgente, y averiguar qué le estaba pasando. Tal vez, el exceso de trabajo la desenfocaba de la realidad. ¡Pobrecita! A pesar que mis manos ya habían liberado al monstruo en el que se había convertido mi verga, y teniendo en cuenta que Julia podía estar en peligro, no fui capaz de atender el celular cuando recibí un llamado de mi esposa. Ya tenía en mis manos una de aquellas extrañas bolsitas, y poco a poco abrí el cierre hermético. Dentro, había una bombacha rosada con puntillitas, y un papelito doblado en el centro que decía: ¡Para que puedas olerme siempre! Claro que ni dudé en acercarla a mi nariz, ¡y no podía creer en el milagro que golpeaba a mis emociones, como ese niño que insiste con que lo invites a jugar! ¿Esa bombachita resguardaba el mismo olorcito a pis que le recordaba de niña! ¡Bueno, y también el día que me acabé encima, teniéndola sobre mi cuerpo, lamiéndonos las lenguas! Entonces, luego de lamer y olfatear aquella bombacha como si mi vida pendiera de ello, abrí la otra bolsita. Allí había otra bombacha, onda vedetina color turquesa, con evidentes manchas del tiempo, y unas gotitas en el centro, en el justo lugar en el que tantas veces se apoyó su vulva juvenil. También olía a pis, y a jaboncito de tutifruti. Otro papelito escondía otras palabras, un tanto más serias.

¡La de veces que usé esta bombachita para masturbarme!, decía con letras torcidas y amarillas. Esta era peor que la anterior, y, por tanto, sufrió el destino de restregarse contra mi verga cargada de leche, goteando presemen y adrenalina. Se me hacía que la tela estaba húmeda, aunque era técnicamente imposible. Pero me la imaginé haciendo pis, rodeada de pitos, con la bombachita puesta, en cuclillas sobre el pastito del abuelo, mostrándole las tetas al Negrucho, y oliéndole la boquita a Macarena, y tuve miedo de embarazar a todo el sistema solar. En las otras dos bolsitas restantes, había otras bombachas más elegantes, pero sin la esencia que le conocía. Estas, ya traían consigo el celo de su vida más adulta. Una, de hecho, conservaba algunos vellos púbicos que no podían ser de otra persona que de ella. Su olor había cambiado, pero era igual de penetrante, cegador, afrodisíaco y elemental para sobrevivir.

Pero todavía me quedaba la carta. Ese enigmático papel color del tiempo marchito que se aclaraba a cada segundo. Fui consciente que, en un sacudón de mi pija, un chorro de leche cayó a la alfombra, y que mis testículos me puteaban en todos los idiomas por no atender a tamaña producción seminal. Pero, mis manos al fin desdoblaron la carta, y mis ojos se humedecieron de todas las libertades que creí que siempre había tenido. No pude dejar de leerla, una y otra vez, mientras olfateaba sus bombachitas, una por una, y veía la última foto que se escondía en el sobre de la carta. Allí, Julia tendría unos 15 años, y estaba con una bombachita de goma, frotándose en el apoyabrazos de nuestro viejo sillón, con las tetas escandalosamente babeadas, y unos ojos de lujuria que mataban. Ahí recordé que ella era fanática de esas bombachitas de goma, y que se las ponía para dormir la siesta conmigo cuando era peque. Yo, recordé sus olores, la fragancia de su pelo, el calor que emergía de su entrepierna casi siempre al borde de hacerse pis, porque amaba las cosquillas, reírse por todo, saltar, trepar, y en especial, mearse encima. Pero, ahora era momento de la carta, y no pude siquiera sentarme para leerla.

¡Hermanito! ¡Te escribo porque hablé mucho de esto con mi terapeuta! ¡No puedo callarme más! Tenés que saberlo! El eco más grande de mis traumas sexuales, fui yo misma. Digamos, yo fui lo bastante ilusa como para confiar en que éramos hermanos, y que ese lazo era más importante que todo. ¡Pero me equivoqué! ¡Te amo como hermano, compañero y amigo! ¡Pero te deseé desde siempre! ¡Siempre, siempre! ¡No sabés las ganas que tenía de mostrarte estas fotos! ¡Si me hubiese animado, nos habríamos tomado miles, haciendo todo tipo de chanchadas! ¡Pero todavía no es tarde! ¿Sabés? ¡Te deseo Guille! ¡Me calentaste siempre! ¡Te juro que las tetas se me ponían como locas cuando me las mirabas, o me tiraba encima tuyo! ¡A lo mejor, a vos esto te parece una locura! ¡Yo sentía que vos, si hubieses podido, me la hubieses enterrado más de una vez! ¡Pero, sin embargo, el tiempo pasaba, y yo seguía caliente con vos! ¡No sé por qué! ¡Pero quise que me cojas, y pudo haberse dado en cualquiera de las siestas! ¡Quiero que me desees como yo nene! ¡Necesito sentirte, que me abras toda, que me muerdas las tetas, que me dejes tu semen por donde quieras! ¡Quiero que tu pija, la que mil veces te vi parada por otras guachas más dignas que yo, se pierda en mi conchita, o me rompa toda la colita! ¡Necesito saborearte, amarte, cogerte, mojarte de mí, hacerme pis en tus brazos, y que me enseñes todo de nuevo! ¡No puedo seguir esperando! ¡Vas a tener que cambiarme pañales, ponerme talquito, jugar conmigo a que sos mi papi, y retarme por tener todo el día el chupete en la boca! ¡Quiero ser tuya para siempre! ¡Aunque, por ahí, después de leer esta carta, me mandes a la mierda, mirá mis fotos, y pajeate con ellas si lo necesitás! ¡Emilia y mi marido no tienen por qué saberlo! ¡Guardá esas fotos bajo llave! ¡O quemalas si no las querés! ¡Pero, quiero que sepas que siempre pensé en vos, con cada foto, con cada persona con la que cogí, y en cada oportunidad que tuve de cualquier cosa! ¡Amaba tu pija apretándose en mi vagina de nena, que me huelas el pelo, me roces las gomas, y me retes por andar con olor a pichí en la bombacha! ¿Sabés qué? ¡Esa manía, aún la tengo! ¡Sueño con que una mañana vos aparezcas, me huelas, y me la quieras arrancar con los dientes para comerme la concha! ¡Bueno, no te voy a quemar más el bocho! ¡Espero haber sido clara! ¡Te cuento que estoy en San Juan! ¡Me estoy alojando en un hotel de la capital! ¡Al dorso de la carta tenés todos los detalles! ¡Viajé solamente para esperar una respuesta tuya! ¡Si venís, sé que vamos a coger todo el día, o al menos, hasta que vos quieras! ¡Te cuento que ahora mismo, estoy escribiendo esta carta en la cama, con un chupete colgado del cuello, una bombacha blanca y un pañalín encima! ¡Apurate amor, porque, viste que los bebés se hacen pis seguidito! ¡Jajajaja! ¡Si, no querés venir, no me lo digas! ¡No me escribas para darme ninguna mala noticia! ¡Sabré que te parezco una idiota, una putita cualquiera, o una loca de mierda! ¡Pero quiero que sepas, que para mí siempre vas a ser mi hermano, mi amigo, la persona más importante que tengo en la vida! ¡Aunque me calientes como ningún otro hombre en el mundo!

Al terminar de leer semejantes disparates, sentí que nada podía tener más sentido, cordura ni verdad que esas palabras, que esos reproches calientes, esas miguitas de sexualidad incompleta que, sin darme cuenta había sembrado en mi hermana. Después de todo, somos hermanos, pero también adultos. ¿Podíamos coger si nos deseábamos tanto? ¡Por supuesto que sí! ¡Los dos asumiríamos riesgos, y nadie tenía por qué enterarse! Así que, apunté la dirección del hotel, y comencé a planear mi viaje hacia la capital. ¡Alguien tenía que ir a cambiarle los pañales a esa bebé! ¡No quería que se paspe de tristeza, esperando una respuesta que la haga sufrir para siempre!    Fin

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊 


Te podes enterar a través de X de todo lo nuevo que va saliendo! 🠞 X

Comentarios