Escrito por el Griego
Me llamo Lucía, tengo 25 años y soy re pajera, desde chiquita, de esas que se tocan todos los días, varias veces al día. Y me encanta serlo. Hoy me desperté con la concha a mil, como casi todos los días, así que ya saben lo que tocó: doble sesión de paja mañanera.
En la primera paja, me imaginé al profesor de historia, ese viejo verde asqueroso que siempre me mira las tetas. Me imagino que me tiene arrodillada a sus pies, con la falda levantada y el culo bien paradito para que me clave un buen dedo. Y él, con su voz temblorosa, me dice: -A ver, Lucía, mostrame lo puta que sos. Dale, mové ese culito, que me tenés loco. ¿Te gusta que te toque ahí, eh? ¿Te gusta sentir mi dedo bien adentro?
Y yo le contesto, gimiendo: -Sí, profesor, me encanta. Haga lo que quiera conmigo, soy toda suya-.
él se ríe, con una risa asquerosa, y me dice: -Eso quería escuchar. Ahora chupame la pija, pendeja. Y hacelo bien, que quiero sentir cada centímetro de tu boca.
Y yo, obediente, le chupo la pija como si no hubiera un mañana, mientras él me mete el dedo cada vez más profundo y me dice: -Así, así me gusta. Sos una verdadera puta, Lucía. La mejor alumna que tuve en mi vida-."
En la segunda, la morocha del gimnasio, con ese terrible orto que me vuelve loca. Me la imagino inclinada hacia adelante, apoyada en la pared, con las manos haciéndose la paja como una desaforada. Y yo, arrodillada atrás, chupándole el orto con ganas mientras le digo: -A ver, bombón, dejate chupar el orto como una campeona. Dale, gemí, que quiero escucharte bien caliente.
Ella gime, obvio, y me dice: -Ay, negra, qué rico que me chupás el orto. Hacelo más fuerte, que me estoy por acabar.
Y yo le hago caso, le chupo el orto con más fuerza, sintiendo su sabor salado en mi lengua mientras ella se corre toda, y me dice entusiasmada: -Ufff, gracias, negra, me salvaste la vida. Ahora te toca a vos, ¿querés que te chupe el orto yo también?
Y yo le digo que sí, obvio, porque con un culo así, ¿quién se resiste?" Y ahí me acabo, con un orgasmo que me sacude hasta el alma. Me levanto de la cama toda pegajosa y me voy directo al baño. Necesito una ducha urgente para sacarme este calor de encima.
Salgo de la ducha y me visto para ir a la facultad. Odio ir, porque las clases me aburren como una ostra y los profesores hablan de cosas que no me interesan en lo más mínimo. Pero bueno, tengo que ir, sino después me bochan, y mis viejos me revientan. Me siento en el aula y trato de prestar atención, pero no puedo. No dejo de pensar en las pajas que me voy a clavar más tarde. Necesito ir al baño, urgente.
Abro la canilla y dejo que el agua caliente me moje la piel. Me paso el jabón por todo el cuerpo, disfrutando de la sensación de mis manos sobre mis tetas, mi panza, mis muslos. Llego a mi concha y me detengo. Cierro los ojos y me imagino de nuevo al profesor, a la morocha, a todos los que me dan ganas. Me toco un poquito, solo para mantenerme caliente. Ay, qué rico... Podría quedarme acá todo el día, haciéndome la paja bajo el agua. Pero no, tengo que ir a la puta universidad. Me visto a regañadientes y salgo de casa. En la facultad, la clase de semiótica es un plomo. El profesor habla de cosas que no entiendo ni me interesan, y mis compañeros parecen zombies, mirando la pizarra como si fuera la última Coca Cola del desierto. Yo solo pienso en una cosa: necesito ir al baño, urgente. Mi concha me está pidiendo a gritos una nueva sesión de placer. Levanto la mano y le digo al profesor que me siento mal. Él me mira con cara de asco, pero me deja salir. ¡Por fin! Ahora sí, a disfrutar un poco.
Me encierro en el baño y bajo la traba. Acá nadie me va a molestar. Me bajo un poco el pantalón para que mi concha respire, y me siento en el inodoro. Cierro los ojos y me imagino a un pibe de esos que andan por la facu, jovencito, con cara de nene bueno, pero bien cachondo. En mi fantasía, él está arrodillado a mis pies, con la boca abierta y la lengua afuera, esperando que le dé la orden. Yo lo miro con desprecio y le digo: -A ver, pendejo, ¿tenés hambre? Bueno, acá tenés para comer. Subime la pollera y meté la lengua, pero acordate, sos mi esclavo y vas a hacer todo lo que yo te diga.
Me caliento imaginándome las
chanchadas que le diría, tipo: -Más rápido, pendejo, que no tengo todo el día.
Quiero sentir tu lengua bien adentro, ¿me entendés?
-¿Te gusta mi concha, eh? ¿Te gusta sentir mi sabor? Chupá bien, que te estoy
haciendo un favor. -No te atrevas a parar, ni a respirar. Quiero que me chupes
hasta que me quede sin fuerzas. -¿Así que te gusta ser mi esclavo, eh?
Demostralo. Chupame bien y obedeceme en todo lo que te diga. -Quiero que gimas,
quiero que supliques, quiero que me ruegues que te deje seguir chupando. -¿Sabés
una cosa? Sos el mejor chupa conchas que tuve en mi vida... aunque eso no
quiere decir mucho, forrito. -Seguí chupando, seguí lamiendo, seguí haciendo
todo lo que yo te diga, porque si no... te vas a arrepentir. -Uy, mirá cómo se
te para el pitito. ¿Te calienta que te esté humillando, eh? A mí también. -Ahora,
abrime bien el orto, que quiero ver si también sos bueno para eso."
No sé cuánto tiempo llevo fantaseando con este pibe y con todas las cosas que le haría. Pero ya no aguanto más. La presión en mi concha es insoportable. Aprieto las piernas con fuerza, me muerdo el labio inferior y dejo que el placer me invada por completo. Y ahí acabo, con un orgasmo salvaje que me hace temblar de pies a cabeza. Mi bombachita queda empapada, pero no me importa. Me limpio rápido, me subo el pantalón y salgo del baño como si nada hubiera pasado. Pero por dentro, sigo vibrando. Necesito más. Siempre necesito más.
Paso por el bufet y me compro un sánguche de milanesa para saciar el hambre. Lo devoro en dos segundos y salgo disparada para el laburo. Trabajo en un local de ropa, medio tiempo. No es el trabajo de mis sueños, pero me sirve para pagar las cuentas y comprarme algunos gustitos. Y, además, siempre hay algún cliente interesante para mirar... y para fantasear. Pero hoy no hubo suerte. Solo viejas chotas que se quejaban de los precios y pendejos pelotudos que no sabían qué querían. Aguanté lo que pude, pero después de varias horas ya no daba más. Cerré el local con llave, le puse el cartel de 'Vuelvo en 5 minutos' y me fui corriendo al baño. Necesitaba descargar toda esta tensión acumulada, y rápido.
Me encierro en el baño y me bajo los pantalones. Pero en lugar de tocarme, cierro los ojos y me imagino que mi jefe entra de golpe. Me mira con cara de asco y me dice: -¿Qué estás haciendo, Lucía? ¿Te estás haciendo la paja en horario de trabajo? ¡Estás despedida!
Yo me pongo a llorar y le suplico que no me eche, que necesito el trabajo. Él se ríe, diciéndome: -Bueno, quizás haya una forma de que te quedes... Pero vas a tener que hacer algo por mí. Seguí haciéndote la paja, Lucía. Quiero verte disfrutar. Quiero verte suplicar por más
Me calienta pensar lo que él me
diría, así que me lo digo a mí misma, emulando su voz: -A ver, Lucía, mostrame
lo puta que sos. Dale, mové esa manito, que me tenés caliente.
-¿Te gusta que te mire, eh? ¿Te gusta que te juzgue? Seguí tocándote, que
quiero ver hasta dónde llegás. -¿Pensás que eso es una paja? ¡Por favor! Sos
una vergüenza. Yo te enseñaría cómo se hace, pero no valés la pena. -¿Sabés
qué? Me das lástima. Sos una pobre infeliz que no tiene nada mejor que hacer
que hacerse la paja en el baño. -¿Tan mal te va con los tipos, que tenés que
rebajarte a pajearte en el baño de tu trabajo? Pero bueno, al menos servís para
algo. Seguí tocándote, que me estoy aburriendo. Y hacelo bien, que quiero ver
si al menos sos buena en esto." -Mostrame tu concha bien abierta, quiero
ver lo trola que sos.
Yo le hago caso. Sus palabras me calientan, me encienden la sangre. Me encanta que me basuree, que me haga sentir una porquería. Es mi perversión, lo sé, pero no puedo evitarlo. Y mientras me toco, veo que él también se está haciendo la paja. ¡Qué asco! Pero a la vez, qué caliente me pone... Sus movimientos son rápidos y torpes, pero se nota que está a punto de explotar. Y de repente, cierra los ojos, tensa todo el cuerpo, grita y se acaba. Se acaba todo en mi cara. Siento su semen caliente y pegajoso sobre mi piel. Es asqueroso y me encanta
-Así me gusta, bien puta, gimiendo para mi. Ahora voy a hacerme unas fotos para compartirlas con tus compañeros, a ver si les calentás tanto como a mi -imagino que me dice mientras me limpio un poco y vuelvo a atender el local. Escucho a las clientas, les sonrío, les muestro ropa, les doy consejos de moda. Pero por dentro, sigo pensando en mi jefe, en sus insultos, en su semen sobre mi cara. Al fin, llega la hora de cerrar. Bajo la persiana, apago las luces y cierro la puerta con llave. Me miro en el espejo y me veo con los ojos dilatados y la cara roja. Necesito más. Siempre necesito más.
Salgo del local y camino unas cuadras hasta llegar al baño público. Ya sé que es una asquerosidad, pero no puedo evitarlo. Todos los días, a esta hora, necesito venir acá. Y no solo para hacerme la paja. También vengo por ella. La piba del baño. Siempre está ahí, esperándome. Es morocha, flaquita, con cara de nerd y unos ojos que te taladran el alma. Nunca nos decimos nada, pero nos entendemos a la perfección. Ella también necesita esto, tanto como yo. La veo parada frente al espejo, retocándose el maquillaje. Me mira de reojo, me sonríe tímidamente y entra a un cubículo. Yo hago lo mismo. La función va a comenzar.
Cierro la puerta del cubículo y bajo la traba. El ambiente huele a lavandina, a orina y cigarrillo, una combinación asquerosa pero que ya me resulta familiar. Me bajo los pantalones y me siento en el inodoro. Cierro los ojos y empiezo a tocarme. Al principio, despacio, como tanteando el terreno. Pero a medida que me caliento, voy aumentando la velocidad y la intensidad. Y entonces, la escucho. La piba del cubículo de al lado empieza a gemir. Primero suave, como un susurro. Después, más fuerte, más desesperado. También la escucho decir cosas. Frases sueltas, nombres de hombres.
-¡Ay, papi, más fuerte! ¡Sí, así me gusta! ¡Me acabo, me acabo toda! ¡Dale sucia, que la otra perrita hace pichí en el baño de al lado!
Me calienta escucharla. Me excita saber que ella también está disfrutando, que ella también está sintiendo lo mismo que yo, y me imagine meando. Y entonces, me dejo llevar por el placer. Me toco con más ganas, gimo más fuerte y me olvido de todo. Solo existimos ella, yo y nuestros orgasmos. Me toco las tetas. Me aprieto los pezones con fuerza, sintiendo un placer intenso que me recorre todo el cuerpo. Cierro los ojos y me dejo llevar por el placer. Me toco con más ganas, gimo más fuerte y me olvido de todo. Y entonces, sucede. Un grito ahogado, un gemido prolongado, un silencio repentino. Ella acabó. Y yo también. Al mismo tiempo. En el mismo lugar. Unidas por el placer, aunque separadas por una pared.
Salgo del baño temblando. No la miro. No me mira. Nos lavamos las manos y volvemos a la calle. Hoy es viernes, qué lástima tener que esperar dos días más para repetirlo.
Llego a casa, me quedo en bombacha, me preparo una ensaladita y me siento a comer frente al televisor, como una persona normal. Pongo una porno, como la enfermita que soy. Hoy me pintó algo heavy, así que me puse una de esas donde agarran a una mina desprevenida y le dan sin asco. La mina está caminando por la calle y, de repente, la encaran cuatro tipos con cara de pocos amigos. La agarran a la fuerza, le rompen la ropa y la llevan a un galpón abandonado. Ahí empieza lo bueno. La rodean como hienas y la obligan a arrodillarse. Y ahí empieza el desfile de pijas. Una tras otra, sin piedad. La mina llora y se resiste, pero a mí eso me calienta más. Me encanta verla sufrir, me encanta ver cómo la humillan. Y cuando terminan de chuparles la pija, la bañan en leche. Le tiran el semen por toda la cara, por todo el cuerpo.
Me levanto de la mesa con la concha hirviendo y me voy a duchar. Necesito sacarme este calor de encima, pero no quiero apagar el fuego por completo. Abro la canilla y dejo que el agua caliente me moje la piel. Me paso el jabón por todo el cuerpo, disfrutando de la sensación de mis manos sobre mis tetas, mi panza, mis muslos. Vuelvo a mis tetas y me detengo. Las enjabono con suavidad, sintiendo la textura suave de mi piel bajo mis dedos. Las aprieto un poco, imaginando las manos de esos tipos sobre ellas, manoseándolas y apretándolas sin piedad. Me lavo bien los pezones, sintiendo un cosquilleo placentero que me recorre todo el cuerpo. Cierro los ojos y me imagino lamiéndolos, mordiéndolos, chupándolos hasta que se pongan duros como piedras. Ay, qué rico... Sigo lavando el resto de mi cuerpo, pero mi mente permanece enganchada en mis tetas.
Cierro la canilla y salgo de la
ducha. Me seco con la toalla, prestando especial atención a mi concha, a mis
tetas, a cada rincón de mi cuerpo. Abro el cajón de la ropa interior y empiezo
a buscar la bombacha perfecta para esta noche. Tengo varias opciones: una tanga
de encaje rojo, un culote de algodón negro, una colaless de seda blanca... Pero
al final, me decido por una tanga de hilo dental negra, bien chiquita, que
apenas cubre lo indispensable. Me la pongo y me miro en el espejo. Me veo sexy,
provocativa, lista para la acción.
Me tiro en la cama. Es hora de terminar el día. Cierro los ojos. Pienso en mis
compañeritas de clase. Sofía, la intelectual esquelética con la boca de petera
perfecta. Martina, la tímida con el mejor orto de la facultad. Valentina, la
atlética con cuerpito esculpido a base de puro deporte. Camila, la artista
bohemia con las tetas más firmes que vi en mi vida. En mi fantasía, están a mi
alrededor, desnudas y deseándome. Sofía se acerca a mi cara y empieza a besarme
con pasión. Me lame los labios, la nariz, los ojos. Me susurra palabras sucias
al oído, promesas de placer y sumisión. Valentina se arrodilla y empieza a
chuparme las tetas con fuerza. Me aprieta los pezones, me muerde la piel, me
hace gemir de placer. Camila se desliza entre mis piernas y empieza a lamer mi
concha con delicadeza. Me explora cada rincón, me hace sentir cada nervio, me
lleva al borde del orgasmo. Y Martina, con sus manos suaves y temblorosas, me
acaricia el cuerpo con ternura. Me besa la piel, me susurra palabras de amor,
me hace sentir amada y deseada. Las cuatro me lamen, me chupan, me besan, me
tocan. Me llevan al paraíso. Y entonces, exploto. Un orgasmo salvaje que me
sacude de pies a cabeza. Me dejo caer en la cama, agotada pero feliz. Y es sólo
la primera paja antes de dormir. Quiero más, siempre quiero más. Sigo con mi
manito adentro de la bombacha.
Y entonces, la fantasía cambia. Ya no estoy rodeada de mis amigas, sino de
cinco hombres desconocidos. Entran a la habitación con la cara tapada, vestidos
de negro y sin decir una palabra. Me agarran a la fuerza, me atan a la cama y
me abren las piernas. No me resisto, no grito, no hago nada. Me entrego por
completo a lo que va a pasar. Y entonces, empieza el desfile. Uno por uno, me
penetran con fuerza y sin piedad. Me llenan de semen, me dejan exhausta y
dolorida. Y cuando terminan, se van sin decir nada, dejándome sola y
abandonada. Pero a pesar de todo, siento un placer intenso. Me gusta sentirme
usada, me gusta sentirme humillada. Me gusta ser una puta. Acabo una vez más,
esta vez soltando un gritito. La concha me arde, pero mi adicción es más
poderosa. No puedo evitarlo. Más, más, otra paja más, una sola. Y mi mente
vuela.
Tres viejos en situación de calle, con la ropa sucia y la mirada perdida. Están sentados en un banco de una plaza, fumando un cigarrillo y hablando entre ellos. Nadie les presta atención, nadie los mira. Son invisibles. Pero yo los veo. Y me caliento. Me imagino acercándome a ellos, ofreciéndoles algo a cambio de un poco de placer. Me imagino bajándome los pantalones y mostrándoles mi concha. Me imagino diciéndoles: -A ver, abuelitos, ¿quién tiene ganas de mearme encima?
Y entonces, los tres se levantan y se acercan a mí. Me miran con deseo y asco a la vez. Y empiezan a mear. Me mean la cara, las tetas, el cuerpo entero. Siento el chorro caliente y ácido sobre mi piel. Es asqueroso, pero a la vez... me encanta. Cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación. A uno de ellos le queda, así que me meto su pito fláccido en la boca y lo miro a los ojos. Él mea y yo trago hasta la última gota. Les limpio las pijas con mi lengüita, les doy unos pesos a cada uno, me acomodo un poco la ropa y me voy por la calle, apestando a pichí de viejos que viven en la calle. Y me acabo, al fin, por última vez. Parpadeo un poco. Me toco la conchita, que arde y duele, intento una más, pero no puedo. Exhausta, al fin, me quedo dormida. Fin
Siempre es un placer colaborar chanchadas a este blog, altar supremo para el gran dios porcino
ResponderEliminarexcelente Griego, realmente vos y Ambar hacen que yo siempre quiera mas, soy hombre, pero mu parecido en lo que hago a la protagonista de tu relato .
ResponderEliminargracias
Encantado que te guste, amigo!
Eliminar