Escrito junto a la Gatita Bostera
¡Dale nene! ¡La vieja está por llegar, y se te va quemar todo si seguís boludeando! ¡Acordate que la última vez nos re cagó a pedos! ¡Y con razón!, lo apuré a Dani que seguía escribiéndose con una piba por WhatsApp, y no le daba ni cabida al guiso que se estaba calentando en la olla. Ya se me había hecho normal que deje todo hecho un desastre y que mami llegue a retarnos, casi que automáticamente. Especialmente a mí, que era la Juanita fregona de la casa. No sabía cómo controlar a mi hermano para que ordene, y mucho menos para que limpie. últimamente lo único que hacía era dejar su ropa por todos lados, bañarse rápido, irse y aparecerse por la cocina un ratito antes que la vieja.
En casa éramos solo nosotros tres. De nuestro padre, mejor ni hablar. Daniel es más grande que yo, en cuerpo y edad. Trabajaba en una obra como ayudante de albañil, y era el único que traía una moneda para la comida. Yo, por ende, iba a la escuela. Mi vieja todavía no conseguía trabajo, ni cerca ni lejos del barrio. Según ella había pedido en todos lados. Algunas veces volvía tarde con algún amigo. Iban directo a la pieza de ella, por lo que nosotros, ni los reconocíamos. Y luego, allí comenzaba los ruidos, el movimiento de cama, los grititos de ella y las chanchadas que se decían. Muchas de esas veces volvía a las doce o una de la madrugada. Según ella, con Dani ya dormíamos. Pero pocas veces fueron las que podíamos dormir verdaderamente, mientras ella tenía relaciones. Nuestra casa es tan precaria como nuestra vida. Había dos habitaciones que estaban pegadas, con mugrientas y deslucidas cortinas en lugar de puertas, y una sola cama en cada habitación. Con Dani compartimos cama, desde que la vieja había empezado con ese "trabajito". No se hablaba de eso, de que se vendía por dos pesos, y a veces ni eso. Por ahí le daban puchos, o cervezas, o yerba para el mate. Pero las voces en el barrio son rápidas, y peor las viejas chusmas con lenguas de serpiente. Doña Tere era la más peor de todo el barrio. Por desgracia, tenía un almacén donde sacábamos fiado. Un día ella me encaró diciéndome que tenga mucho cuidado con los amigos de "La mari", (Mi mamá), que yo no tenía por qué abrirme de piernas tan jovencita y mucho menos por algunas monedas, que eso estaba mal y que era más digno salir a trabajar. Ese día tuve que morderme la lengua para no mandarla a la mierda, recordando que era la única que nos fiaba.
¡¿Qué es esa carita bebé?, me sacó de repente de mi ensueño, pellizcándome el cuello, la cintura e intentando hacerme cosquillas el tarado de Daniel. Lo empujé, y comenzó una guerrita de manos donde siempre perdía yo, y terminaba en el piso con él encima, pellizcándome la pancita, mordiéndome el cuello despacito y sacudiéndome toda. entre risas y forcejeos traté de quitármelo y pedirle que la corte. No había apagado el fuego, y lo único que teníamos para comer iba a estar incomible.
¡Dale pendejo, basta de juegos, que después me hacés doler la panza!, le volví a repetir entre risas y alguna que otra lagrimita. ¡Es que, me regalaba un montón de cosquillas que me hiciera esas cosas, y me tratase de esa forma!
¡Bueno, te suelto, pendeja tarada! ¡Te ponés más grande y te volvés aburrida!, me habló bajito, cerca del oído. Sentía su respiración algo intranquila y notaba como que me olía, como si fuera un perrito. Me pasó la lengua desde el comienzo del cuello hasta la cara. Una de sus manos estaba en mi pierna, masajeándomela fuerte. Me dio un chirlo y me soltó sin ayudarme a levantarme del piso. Esos juegos y actitudes de Dani habían empezado desde sus 15. En ese entonces yo tenía entre 12 o 13, y él unos 17.
La primera vez que la vieja trajo a un tipo a casa a jugar, Dani se puso como loco escuchando los sonidos de al lado. Yo estaba media dormida y lo sentía inquieto en la cama. Quise empujarlo para que se calme, y no sé muy bien cómo pasó, pero terminé en bombacha. El me sostenía las piernas para que las mantuviera abiertas, y se subió encima de mí. Tenía la respiración acelerada. No me hablaba con claridad. Balbuceaba y se movía rápido sobre mi cuerpo que temblaba. A veces lento, otras más rápido y desbocado. Me pasaba la lengua por todos lados, me masajeaba los muslos, me mordía despacito y no paraba de olerme. ¿Por qué me olía tanto? En un momento me pidió que abra la boca y me escupió despacio. Prendió la lámpara que había en la mesita de luz y me volvió a escupir pidiéndome que saque la lengua y se lo muestre, y después me trague toda su saliva. No me daba asco, ni nada de eso. Creo que hasta me gustaba que me escupa, me clave los dedos en las piernas, me estire la bombacha, me muerda el cuello, me huela, me pida que le abra la boca para olerme el aliento, y que me nalguee la cola cada vez más fuerte. Esa vez, me acuerdo que agarró uno de mis pies, y lo metió completamente adentro de su calzoncillo.
¡Tocame el pito, así, con el pie descalzo, y la bombachita toda olorosa nena! ¿Hace cuánto no te bañás? ¿Te gusta andar con la bombachita meada nena?, me murmuraba, mientras seguía pegándome en la cola, y mi pie sentía la dureza de su pito pegoteado de algo. Me reí, y le dije que era un asqueroso, porque creía que se había meado. Pero pronto empezó a frotar mi pie en su pito, en apretarlo más con el elástico de su calzoncillo, y a subirme la bombacha todo lo que podía, para que se me encaje toda en la cola, y la vagina. Yo estaba llena de cosquillas, y de una quemazón cada vez más insoportable en mi sexo. No me daba vergüenza oler a pis para mi hermano, y eso tampoco lo entendía. También era claro que los gemidos de mi vieja incitaban a Daniel a decirme cosas, hacerme cosas, y a querer chuparme toda. Esa vez, mientras mami parecía que saltaba irrefrenable en la cama, y el tipo sin rostro para nosotros le prometía bañarla en leche como para ahogarla, Dani, que ya había retirado mi pie de su pubis, me acostó encima de él, boca abajo y de forma contraria. De modo que mi vulva estaba pegada a su boca. Me acuerdo que esa fue la primera vez que lo escuché decirme: ¡Agarrame el pito y metételo en la boca, nena sucia, que yo te voy a oler toda la bombacha! ¡La tenés meada, y mojada! ¿Sabías Pau? ¿Te meás cuando te hago reír?
A partir de allí, sé que su pija gorda entró en mi boca, y que su lengua recorría cada trocito de mi vagina, de mi culito, de mi bombacha, y hasta de mi ombligo. Yo no sabía bien qué era lo que mi hermano esperaba que hiciera con su pija en la boca. Pero me nacía lamerla, babearla, escupirla y darle chuponcitos, como si se tratara de un heladito tibio, porque, aún así había una sustancia que le salía de la punta, mientras mi vieja seguía gimiendo, y aquel desconocido, jurándole que le iba a regar la panza de hermanitos para nosotros.
Pero ahora, nuevamente estaba tirada en el piso de la cocina, recordando aquello sucesos como una tonta, sin demasiadas ganas de levantarme, y con un intenso cosquilleo en la conchita. Daniel todavía no apagaba la olla, y eso me llevó a recordárselo una vez más, con un nuevo grito.
¡Dale forro, apagá eso, y ayudame a levantarme por lo menos!, le dije. Dani, que ya estaba abriendo una lata de birra, la dejó sobre la mesa y me levantó, sin importarle si me separaba los brazos del cuerpo, y me sentó encima de él. De inmediato sentí su pija dura en el culo, y el borde de la latita helada en los labios.
¡Tomate un traguito guacha, y callate! ¡Todavía le falta al guiso ese!, me dijo, y me obligó a tomar unos tragos de cerveza. Y casi que, sin mediar palabras, empezó a pellizcarme las tetas sobre la remera que llevaba.
¿Te hacen esto en la escuela esa a la que vas? ¿Seguro que no te metés en los baños de los varones, a mostrarles las tetas? ¿O el culo, pendejita sucia?, me dijo de repente, afirmando aquella última frase con un pellizco en mi nalga derecha. Después me dio un par de chirlos, y siguió estirándome los pezones por encima de la remera, haciéndome chillar con cada uno de esos pellizcos. y de golpe, me bajó de sus piernas para agarrarme de una teta y de una nalga para decirme: ¡Apagá la olla, y serví un platito solo! ¡Te voy a dar de comer en la boquita! ¡Como cuando eras chiquita! ¿Te acordás algo de eso? ¡Más que nada en lo de los abuelos!
Estaba hecha una pelotuda. Ni siquiera entendía por qué le obedecía con tanta devoción. Pero, al punto, en cuestión de minutos, yo volvía a estar a upa de mi hermano, soplando algunos bocados que él acercaba a mis labios para luego comérmelos. Mientras tanto, una de sus manos intentaba colarse por adentro de mi short. Recordé la paliza que mami le dio cuando yo tenía 8 años, y él 12. Yo dormía la siesta, y mi hermano estaba en cuatro patas sobre la cama, oliéndome la vagina, aprovechándome con las piernas abiertas. Él mismo me había bajado la bombacha. Al parecer, mami entró justo cuando su lengua tal vez habría cometido otras faltas. Pero ya tenía la panza y la vagina llena de su saliva.
Ahora, una vez más en la realidad, la cuchara con guiso entraba y salía de mi boca, mientras una de sus manos comenzaba a dirigir a sus dedos en el interior de mi bombacha para que se introduzcan en mi conchita. De pronto, hasta yo escuchaba el chapoteo de sus dedos allí adentro, porque el turro me los movía, frotaba mi clítoris, presionaba su pija contra mi cola, y me bajaba el short cada vez más. Ni siquiera le importó que mi vieja hubiese entrado a la casa en el momento justo en que mis rodillas le habían ganado la pulseada a mi short, que caía sobre mis tobillos, inevitablemente. Para colmo, yo me escuchaba repetirle: ¡Sí, me gusta eso, así, que me metas los dedos, chancho!
¡Daniel! ¿Qué está pasando? ¡Tenés a tu hermana en calzones, encima! ¿Y le estás dando de comer en la boca?, dijo mi vieja, sin un verdadero signo de alarma en la cara, ni en los ojos. Dani se apresuró a subirme el short, pero ni me bajó de sus piernas, ni retiró la mano de los adentros de mi bombacha blanca. Detrás de mi vieja, un hombre gordo y barbudo intentó ser amable con nosotros, y nos saludó.
¡Bueno chicos, vayan a dormir! ¡Ya saben cómo son las cosas! ¡Paula, vos, cambiate la bombacha por favor! ¡Mañana te toca ir al colegio! ¡Y vos Dani, apagá el despertador a la primera, antes que despiertes a todo el barrio!, dijo mi vieja, luego de tomar una pastilla con un vaso de agua, y de encender un cigarrillo, mientras guiaba al barbudo a la cortina, tras la que se ocultaba su cama, a la espera de una nueva aventura. Nosotros, seguimos allí, en el comedor, a oscuras. Dani casi ni comía. Solo bebía cerveza, me daba más y más cucharadas de guiso, y continuaba haciendo testigo a mi cola de la erección de su pija, mientras sus dedos no querían separarse de mi conchita.
¡Cuchame pendeja, sacate todo, y terminá de comer! ¡Dale, apurate! ¡Yo te tengo, así no te caés!, me dijo de repente, mientras ya se escuchaba el besuqueo entre mi madre y el barrigón desde su pieza.
¡Qué? ¿Qué carajo querés que haga?, le dije, un poco confundida. Entonces, él me aferró fuerte a su pecho y buscó mi oído para decirme, mientras yo misma sostenía el plato para meterme una cucharada en la boca: ¡Quiero que te saques hasta la bombachita, taradita! ¿Para qué tengo una hermanita si no puedo jugar con ella? ¡Quiero meterte la pija en la concha nena, mientras comés! ¿Querés, bebota asquerosa?
Y mientras me zamarreaba, me desnudaba con toda la prisa que podía, al tiempo que yo debía seguir comiendo.
¡Así, desnudita me calentás bien la verga nena!, me dijo luego, cuando ya su pija estaba dura y parada entre mis piernas, y una de sus manos se aseguraba que mi mano casi inerte lleve la cuchara cargada de guiso a mi boca.
¡Apretame el pito con las piernas! ¡Estás calentita nena! ¡La concha la debés tener incendiada, además de re meada! ¡De hoy no zafás! ¡Te la voy a clavar toda!, me decía, casi al mismo momento en que comenzaba a escucharse la boca de mi vieja cada vez más llena, gemidosa, repleta de baba y arcadas incontrolables. Los jadeos del gordo también llegaban a nosotros, y eso, creo que envalentonaba más a mi hermano, que pegaba el tronco de su pija todo lo que pudiera a mi vagina desnuda, y me insistía con que se la presione con las piernas.
¡Dale guacha, saltá así, con el culito, y apretá! ¡Apretame bien el pilín bebota! ¡Quiero que me saques la lechona así! ¿O no te das cuenta que estás para cogerte toda? ¡Se te re babea la zorrita! ¡Y te están saliendo pelitos!, me decía al oído, mientras me ensartaba una nueva cucharada de guiso, y él mismo presionaba mis piernas para que cumpla con sus demandas, me las pellizcaba, y hacía saltar mis tetitas en sus manos. Y de golpe, empezó a balbucear un poco más lejos de la razón, casi al mismo tiempo que mi madre empezaba a gemir, haciendo sonar el choque de su cuerpo con el de ese gordo horrible. Y entonces, noté que tenía la panza y las piernas todas pegoteadas con el semen de mi hermano. Su pito se deshinchaba lentamente entre mis piernas, mientras él buscaba mi boca para besarme, y me chicoteaba los pezones. Hasta que me zamarreó para ordenarme: ¡Bajá, y limpiame el pito con la boca! ¡Eso es lo que me hacés hacer, por calentarme tanto la leche nena! ¿Te gusta que juguemos así?
No sé cuánto tiempo estuve lamiéndole el pito. Pero no duró mucho, ya que, casi sin darme cuenta ya estábamos del otro lado de la cortina de nuestra miserable pieza. Recuerdo que estaba tan llena de cosquillas que, le permití a Dani que me acomode en cuatro patas sobre nuestra cama despelotada para que se sirva de mi culito. Me lo mordisqueaba, pellizcaba, olía y nalgueaba, haciéndome gemir, chillar y reírme como una tonta. Él mismo me había puesto una bombacha limpita para meterme toda la tela entre las nalgas. Al mismo tiempo, me hacía apretarle el pito con las manos, el que volvía a mostrarse como un chorizo enorme. O, tal vez era mi percepción de las medidas en esos años. Lo cierto es que, me moría de ganas de sentirlo otra vez duro y caliente entre mis labios afiebrados. Sé que le dije un par de veces: ¡La quiero otra vez en la boca nene, dale, no seas malo! ¡Dame esa leche en la boca de nuevo!
¡Todavía no me contaste si te sentás a upita de otros pibes, para mimosearles los pitos con el culo! ¿Les mostrás tus tetas? ¿Te calienta algún profe, nenita chancha?, me decía Dani, decidido a matarme de deseo, pasándome la pija por la cara, aunque me pellizcaba haciéndome doler si llegaba a abrir la boca para tocársela con la lengua. Y en ese jueguito absurdo estábamos: él llevándome a la locura, porque había puesto un almohadón bajo mi vagina para que me frote en él, mientras resistía sus chirlos, mordiscos, chupones y pijazos como si fuesen latigazos impiadosos en mi cara; y yo, muerta de calentura, esperando sentirme su hembra, su perra, su putita, humedeciéndome por dentro y por fuera. Hasta que escuchamos a mi vieja y al gordo saliendo de la pieza. Él le explicaba que había escuchado unos grititos, y ella le juraba que seguro éramos nosotros, jugando a la lucha. Y de repente, luego de un silencio encantador, en el que Dani me apoyaba el pito entre las nalgas y se friccionaba allí, el gordo dijo, casi sin aliento: ¿Esta no es la bombacha de tu hija? ¡Acá está! ¡Te apuesto lo que quieras a que está haciendo el amor con tu nene! ¡Además, la chiquita ya se re calienta! ¡Mmm, por dios, qué olorcito tiene esa bebé!
Mi madre, no pareció alarmarse, ni intrigarse, o buscar algo parecido a la expulsión inmediata de ese tipo de nuestra casa, por difamarnos. Al contrario. La escuché decir: ¡Y bueno papi! ¡Mi hija no es una muñequita de juguete! ¡Seguro que le pica la concha como a mí!, y acto seguido, hubo un besuqueo entre ellos que, sacudía las cortinas de la casa.
¡Dale mujer, en serio! ¡Te juro que, te doy el doble, si me dejás mirarla, olerla, y bueno, a lo mejor, pasarle la pija por la carita! ¡La verdad, verla a upa de ese guacho, y viéndola cómo se mandaba ese guiso, en bombacha, me re paró la verga!, le decía luego el barrigudo, mientras mi vieja, evidentemente lo llenaba de besos y lengüetazos, además de repetirle: ¡Callate gordo, dale, olela, y callate, olé la bombacha de mi hija, dale cerdo, mordela, y babeala toda! ¿Te gusta?
Entonces, casi que, al mismo tiempo, Daniel se sentó sobre la cama, debajo de mi cara, y murmuró un tierno: ¡Chupala bebé, dale, toda en la boquita nena!, y yo, casi sin un pelo de tonta, primero le escupí hasta los huevos, y sin ponerme a pensar en lo que oía del otro lado de las cortinas, se la empecé a llenar de baba, besos, mordiditas, chupones, lamidas y eructitos. No supe cuánto tiempo pasó, ni cómo fue que llegaron tan rápido, ni quién encendió la luz. Solo sé que, de golpe vi a mi vieja en bombacha apoyada contra la pared, y al gordo totalmente en bolas, mirando cómo yo le comía la pija a Dani, casi sin hablar. Hasta que rompió el silencio, con su boca, y con sus manos sobándose la verga.
¡Muy bien pendejo! ¿Le vas a dar la lechita a la hermana? ¡Ta bien, porque, la gurisa se tiene que alimentar! ¿Le cambiás los pañales también? ¡Mirá la carita de bebé que tiene? ¿Cuántos años tenés, chiquitita de papi?, dijo el muy ladino, y Dani me sacó su pija de la boca para que le responde un tímido: ¡Tengo 13, y tenía sed!
Mi mamá se le acercó para pasarle la lengua por toda la cara, y luego morderle la nariz, como si estuviesen sellando un pacto sagrado, o secreto.
¡Chicos, paren un poco, por favor! ¡Escuchá Pau! ¡Raúl, me dijo que, bueno, si vos te dejás oler por él, nos va a dar más plata! ¡Mucha más plata! ¡Así que, soltá eso! ¿lo dejás que te toque la cola? ¡No te va a hacer nada que no quieras! ¡Ni siquiera hace falta que te saques la bombacha! ¿solo quiere olerte!, explicó mi vieja, entre alucinada, empastillada, temblorosa y sofocada por emociones que ninguno podía entender. Dani no quiso que deje de mamarle la pija, al menos durante unos segundos, en los que sentí las manos grandes de ese tipo en mis nalgas. Pero, luego, una vez que yo dije: ¡Sí, oleme toda papi!, casi sin saber de dónde me habían brotado las palabras, Daniel me puso con las rodillas sobre la cama, y el tipo se me acercó. Primero pasó toda su cara barbuda por mis tetitas, y su olfato se detenía cada tanto, mientras algunas gotas de saliva se le caían de los labios. Mi vieja, entretanto le pajeaba la pija, diciéndole: ¡Así, olele las tetas, olela toda, así guacho, olé a mi nena, a mi putita bebé, que te va a calentar bien la lechita!
¡Me encantás chiquita, me volvés loco con tu olor a villera, a guisito en la boca! ¡Así, soltá el alientito nena, así te huelo la boquita, y te lamo esos pezoncitos de bebé!, me decía el tipo, mientras acaso el mismo comenzaba a rozarme la conchita con un dedo, por encima de la bombacha. Y de golpe, sus manos grandes me empujaron sobre la cama, y su cara fue a parar al centro de mi sexo. Sentí que sus dedos y dientes batallaron con mi bombacha, y que algunos trozos de tela se descosían, y que al fin su lengua lasciva se alimentaba de todos los jugos que había allí. Su olfato se enardeció casi involuntariamente, y mi vieja lo pajeaba con mayor determinación, arañándole sus gordas y pesadas nalgas, y le decía: ¡Olele la concha, dale, olela toda, y lengüeteala toda, pasale la lengua por el culito, y la conchita papi, dale, lamela, chupala, que seguro tiene olor a pichí, y a caca, como te gustan las villeras!
¡Sí putita, tiene olor a pichí, y a caca, y a sucia tu nena! ¡Es una putita, que se coge al hermanito! ¡Tiene olor a pito en la zorrita!, decía el barbudo, haciéndome gemir de placer con su lengua lacerándome el clítoris, humedeciéndome aún más, y haciéndome sentir tan sucia como feliz. Y, casi que, al mismo tiempo, empecé a escuchar que mi vieja renegaba con Daniel. Le pedía que no lo haga, que no se atreva, que no sea tan hijo de puta, que tiene muy bien en lo que estaba por hacer. Pero yo no tenía tiempo ni formas de saber lo que pasaba, ni cuál era el problema, porque ese tipo me estaba chupando el culo, revolviéndome la conchita, y ofreciéndole a mis manos su pija para que se la apretuje toda, mientras me decía: ¡Agarrala nena, que esta es una verga de verdad, una verga de un papi que está loquito por vos, por tu olor a conchita, y tus tetitas de modelito! ¡Apretame bien el pito, y gozá, perrita callejera, sos tan puta como tu mami!
Pero de repente, el gordo me alzó en sus brazos para mordisquearme las nalgas, para refregarse toda mi vagina babeada en su cara, y para luego sentarme sobre sus piernas, colocando su pija entre ellas, de una forma muy parecida a como lo había hecho Dani, unas horas atrás. Y entonces, mientras el tipo preguntaba a voz pelada: ¡Negra! ¡Escuchame! ¿Me a puedo coger? ¡te doy más guita! ¡Te lo juro! ¡Primero, quiero que me pase esa lengüita y esa carita por la pija! ¡Y, si no le acabo antes, se la quiero enterrar en la almejita! ¿Me dejás?, entonces, mis ojos se encontraron con una escena que, no me entró de una en la cabeza. ¡Dani estaba encima de mi madre, enterrándole la pija en la concha, moviéndose bien suavecito, y mordiéndole las tetas!
¡Sí gordo, dale, que te la chupe, que te limpie la pija con la boquita! ¡Y, si ella quiere, le corrés la bombachita, y le agrandás la chochita, para que se acostumbre a tener cositas duras, gordas y calientes!, le permitió mi madre, en medio de una ola de gemidos, respiraciones cada vez más apuradas, y el traqueteo del pubis de mi hermano, poseyéndola. Y de repente, me vi de pie sobre el suelo, con el pito del gordo pegado a mis nalgas, y su voz murmurándome al oído: ¡Sacate la bombachita bebé, así te doy unos buenos vergazos en la concha, antes que me la lustres con esa boquita de nena de primaria que tenés!
Me saqué la bombacha, mientras oía que mi madre le preguntaba a Dani, sin parar de jadear y pedirle más: ¿Y siempre le largás la leche en la bombacha? ¿Y ella te la chupa? ¿Y vos a ella? ¿Le chupás el culito también, asqueroso? ¿Te gusta que tenga olor a caca? ¿Y a pichí? ¿Le acabaste en la boca? ¿Culpa tuya tu hermana se mea la bombacha? ¿Cogeme hijo de puta, dale, haceme un hermanito más, así sigo putoneando para ustedes!
Al toque estuve en cuatro patas sobre la misma cama en la que mi vieja gemía, se abría más, se llenaba de sudores compartidos, y le pedía a mi hermano que sea más bruto, más animal. De inmediato el gordo me restregó hasta sus huevos en la cara, y cuando no lo resistió más, me pidió que le apriete el glande con los labios, pero que no haga nada. Entonces, comenzó a cogerme la boca con ganas, astucia y una verdadera sed de procrear a través de mi garganta. No me decía nada, pero me estiraba los pezones, y olía la bombacha que acababa de quitarme. Sé que le decía cosas a mi vieja, y que Dani me pedía que, si el gordo llegaba a dejar su leche en mi boca, que tenía que tragármela como una buena nena petera. Pero, al parecer, o yo no sabía petear mucho a los tipos grandes, o al gordo no le gustaba mi estilo, o ya tenía la leche muy cerca de explotarle los sentidos. Es que, de pronto me sentó en sus piernas, frotó fuertemente su pija hinchada en mi concha, y al mismo tiempo que mi madre pegaba un grito espectacular, y el tarado de mi hermano jadeaba como si se le fuesen a escapar los pulmones por la laringe, el gordo me gritó: ¡Ahora te voy a meter la zanahoria por la concha, pendeja sucia! ¿Me escuchaste? ¡Y más te vale que grites, como esas japonesas chillonas! ¡Putita sucia! ¿Te gusta que tu hermano te de la mema en la boca? ¿Te gusta que te acabe en los calzones? ¡Ahora vas a ver! ¡Te vas a acordar de mi verga, hasta cuando te sientes en el inodoro para hacer pichí, cochina de mierda!
Y fue así, tan certero como razonable, tan justo como incuestionable. Sentí un desgarro entre mis piernas en cuanto su verga traspasó el orificio de mi vulva, y peor cuando empecé a moverme como un terremoto, o una gelatina desencajada, queriendo sentirla y tenerla más adentro, abriéndole hasta la boca para que aspire mi aliento. Creía que no me alcanzarían los días para recuperarme de tanto que gritaba con su coso en la concha, agrandándose más, y sus dedos hundiéndose en el agujerito de mi culo. Me escuchaba cada vez más disfónica y alterada. Al punto que, Dani se acercó para ponerme su pija casi deshinchada en la boca, mientras me decía: ¡Ya está gordi, tranqui, tomá, chupá, probá la pija de tu hermanito, con el sabor de la concha de mami, dale, así no despertás a los vecinos, guachita!
Vi a mi vieja que se sentaba en la cama, y enseguida sentí que sus manos comenzaron a chirlearme el culo. Vi que tenía restos de semen goteándole de las piernas, y la escuchaba decirme: ¡Movete más Paupi, asíiii, comele la pija a mi macho, así nos paga mucha plata, y te coge bien rico, y te olvidás de la pija de tu hermano! ¡Movete hija, dale, abrite toda, y gozá, gemí más, y chupale la pija al Dani!
Y al fin, empecé a notar que el gordo perdía fuerzas, ganando altura con sus penetradas, y jadeando como si el cuerpo se le fuese a desarmar sobre nuestra cama. Empezó a agitarse más de la cuenta, a apretujarme contra su pecho transpirado, a morderme el mentón, la boca y la nariz, a decirme todo el tiempo: ¡Abrite puta, así te lleno de leche, te acabo toda, te reviento la concha de leche, putita sucia!, y a machucarme las tetas cuando me las zarandeaba. Los chirlos de mi vieja también crecían en intensidad, y la pija de Dani, volvía a estar erecta, fuerte y con la misma temperatura que ya le conocía cuando andaba alzado. Pero la pija del gordo, ya no resistía mayores exigencias, y luego de un pellizco que me hizo putearlo accidentalmente, sentí como que un montón de un líquido caliente se derramaba adentro de mí, y me hacía delirar de placer, de una felicidad que no había vivido nunca. No dejó de apretarme contra él mientras aquella lluvia continuaba en mi interior, y me seguía chuponeando, o diciéndome putita, bebé cochina, o que era una nena de primaria muy alzadita y puerca para mi edad.
Apenas todo recobraba la calma, o algo así, el gordo empezó a respirar con normalidad, mientras su pija salía poco a poco de mi vagina caliente, y mi vieja se levantaba, poniéndose la bombacha al revés. El gordo me levantó en sus brazos y me posó sobre la cama con todo el cuidado del mundo, como si yo pudiese quebrarme al solo contacto con la realidad. Me olisqueó las tetas, me pasó la pija por la cara, y me dijo que la próxima vez lo íbamos a hacer durante más tiempo, y más lento.
¡Ahí te la dejo nene! ¡Terminá de darle la leche! ¡Mirá cómo te la dejó! ¡No creo que tenga sueñito todavía! ¡Las bebés, a esta edad, quieren leche, leche y leche todo el día! ¡Y no solo en la boquita!, dijo el gordo, momentos antes de ayudar a mi vieja a salir de nuestro cuarto. Lo próximo que escuché, en apenas segundos, fue a ellos hablando de guita, muy sonrientes, entrechocando unas copas con algo que luego bebieron. Mientras tanto, yo me hacía pichí, sentadita en la cama, con la pija de Dani en la boca, lamiéndosela como una loca, mientras él me decía: ¡Te portaste muy bien hoy nena! ¡Ahora seguro te vas a calentar con los tipos, y vas a querer que te llenen siempre! ¡Mirate ahora, hecha pis, y con el pito de tu hermanito en la boca! ¿Viste cómo se la metí a mami? ¡Así te la quiero meter a vos, bebé! ¡Y no me importa que te hagas pis! ¡Me gusta que tengas olor a pis, y a caca! ¡Sos mi hermana cochina, sucia, con olor a putita! ¡Así, uuuuf, chupá nena, daleeee, mamame la pija, toda la pija bebé! ¡Y frotate en la cama, ahora que te measte! ¡Dale, comeme la chota Pau, y te juro que, desde ahora, yo te cocino lo que vos quieras! ¿Querés? ¿Te gustó que ese tipo te olfatee toda? ¿Te gusta oler a nena para él? ¡Dale nena, pellizcame las bolas, y chupá, más rapidito, asíii, dale, que la tengo en la puntita bebé! ¿La querés toda, putona sucia?
Apenas me la sacó por un instante, le grité mi deseo más ferviente, casi al borde el llanto. Le dije: ¡No nene, quiero que me la entierres toda en la conchita, ahora que me hice pichí, la quiero ahí, quiero que me cojas toda meada!
Pero las indulgencias y la energía incontenible de Daniel, me cazaron del pelo con fuerzas, y mientras sus dedos me abrían la boca sin la mínima demostración de afecto, su pija entraba hasta mi paladar para largarme un chorro incesante de semen caliente, espeso y agridulce, el que pude tragar a duras penas, frotándome con salvajismo en el colchón empapado, y sintiendo que la leche del gordo también fluía del interior de mi sexo, como un aluvión de desesperanzas. Un buen chorro de su acabada se me escapó por los labios y la nariz en cuanto tosí al notar el ardor en mi garganta, y entonces, mi lengua terminó de limpiarle hasta el escroto de sudores, restos de semen, y los jugos que se le habían impregnado de la concha de nuestra madre. Ella, mientras tanto, volvía a coger con el gordo, que ya no parecía tan animado como al principio. Pero, lo cierto es que Dani, ese día se convirtió en algo más que un hermano para mí. Y no solo eso. También fue el amante que mi vieja siempre anheló. ¡Y ni hablar de la cuantiosa suma que ese cliente desquiciado nos dejó! ¡Nos alcanzó para vivir durante casi un mes! Y, por otro lado, yo ahora sigo los pasos de mi madre, aunque, con dos condiciones. Una, la de evitar embarazarme. Y la otra, hacer todo tipo de chanchadas que se me ocurra, pero solo con tipos mayores de 50 años. El único hombre apto para mis necesidades de hembra, ese debía ser Daniel. Y yo, no tenía intenciones de cuestionarlo. Fin
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Ufff que rico, cosas así deben pasar en el conurbano, las nenas villeras son de las más putitas.
ResponderEliminarNada como historias protagonizadas por personajes de la periferia ;)
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