Redescubriendo a mi hermana


A los 23 años me fui de casa, porque había conseguido un lindo laburito con mis primos, en un emprendimiento familiar de talleres mecánicos. Habíamos logrado abrir 4 sucursales, y nos iba bien. Además, necesitaba cambiar de aire, estudiar algo práctico, algún terciario sencillo, y armar una bandita de rock, que fue mi sueño desde niño. Y entre una cosa y otra, pasaron dos años que no visitaba a mis viejos. En parte, porque las cosas no habían terminado muy bien con ellos. Mi hermano mayor vivía en Canadá hacía por lo menos 5 años, y era el orgullo de la familia con su título de médico. Después de mí, venía Agostina, que estaba por cumplir los 15, y lamentablemente era la depositaria de un futuro mejor para la familia. Mis viejos querían que fuésemos profesionales, y no menos que abogados, médicos, arquitectos o jueces. Pero no nos bancaban en nada. De hecho, ni siquiera se ocupaban por la armonía del hogar, ya que se llevaban como almas que patea el diablo por las calles de cualquier infierno al rojo vivo.

Justamente, entre que se acercaban los 15 de Agos, que tenía que firmar unos papeles para que mi viejo pueda vender un auto que compramos juntos y estaba a mi nombre, y que les debía varias visitas, una mañana caí con unas facturas. Fue una de las mejores mañanas que recuerdo. Mi mamá estaba alegre, con ganas de saber de mi vida, preocupada porque aún no había presentado una novia, y feliz de cebarme mates como antes. Mi viejo, no tuvo reproches y deliradas gratuitas para mí. Es más. Hasta parecía que éramos amigos de toda la vida. Agos estaba en el colegio, y, cuando abordamos el tema de sus 15, mi madre largó una perorata de quehaceres imposibles de alcanzar, porque, en definitiva, estábamos a tres meses. Mi viejo se quejaba por lo costoso que resultaba tamaña fiesta.

¡Y para colmo, se porta como el culo! ¡Es una máquina de desaprobar materias! ¡No sé a qué carajos va al colegio! ¡A calentar la silla!, rezongó mi padre, y enseguida mi mamá aplacó la situación con eso de que los adolescentes de hoy en día son distintos a los de antes, que sus emociones son más complejas, y un montón de otros elementos, muy atinados, por cierto.

¡Sí Mabel, todo lo que quieras! ¡Pero se la pasa con el celular en la mano, comiendo como una condenada, fumando a escondidas, y contestándote como la mierda! ¡Y encima, si se baña es porque justo salió afuera cuando está lloviendo!, la expuso mi viejo, con la crudeza que siempre lo caracterizó.

¡En serio Mabel! ¡Está hecha una vaca, roñosa, inculta, y, bastante avivada con ciertas cositas! ¿O no la ves cómo sale a comprar? ¡El otro día la reté, porque la señorita salió a la vereda sin corpiño, y con una remerita que parecía de papel! ¡Un vientito, y las tetas le rodaban por la calle!, continuó mi viejo, explicitando aún más las problemáticas de Agostina. Mi madre se puso en tensión, y dio un gritito ahogado al quemarse con el agua del mate cuando la trasvasaba de la pava al termo.

¡Tranqui pa, que, yo voy a venir en la semana para hablar con ella! ¡No debe ser tan grave! ¡Por ahí, exagerás un poco! ¡A mí siempre me escuchó!, le dije, y a mi vieja se le cayó una lágrima de alegría. Mi viejo no pareció tan optimista. Al punto que, carraspeó la garganta como para no seguir hablando del tema, y luego trajo los papeles para firmar.

Finalmente, la semana próxima de esa visita, quedé con mi vieja para caerles el martes por la mañana para arreglar unos enchufes, darle una mirada al ventilador de techo, y para cambiarle el automático a la heladera. De paso, me quedaba a almorzar en familia, y luego, si tenía suerte, tendría una charla con Agostina para semblantear su situación, y ayudarla en lo que fuera necesario. Sin embargo, a eso de las 8 mi vieja me llamó para avisarme que tenía turno con la endocrinóloga, y que no estaría para recibirme. Mi viejo laburaba en su estudio contable en La Plata, hasta la siesta. Aún así, me dejaba las llaves en una maceta que había bien pegadita a la reja de entrada. De paso me retó por no tener una copia de las llaves de la casa, por si acaso. Entonces, en vez de llegar a las 8, como habíamos quedado, opté por desayunar en mi departamento, y caer a la casa como a las 9. Y todo estaba bajo control. Hasta que el primer indicio extraño no tardó en aparecer. Cuando puse la llave en la reja, y la giré, noté que ya estaba abierta. Cosa rara, porque mis viejos son re extremistas con la seguridad. Tapiales se había vuelto peligroso, y la paranoia era comprensible. Luego, vi una bicicleta negra apoyada en uno de los banquitos del jardín delantero, y supuse que había alguien en casa. Tal vez mi viejo optó por trabajar HomeOfis, y recibió la visita de un amigo. Sin embargo, al acercarme a la ventana, escuché voces juveniles. Un vago y una chica.

¡Dale nena, si no es la primera vez que nos rateamos! ¡Aparte, ninguno de los dos estudió un carajo! ¿Para qué vinimos?, decía el pibe.

¡Ya sé Nico, obvio que vinimos a coger, porque es obvio que andás calentito conmigo! ¿Siempre te gusté?, dijo la chica, con la voz cargada de una respiración excitada.

¿Qué onda nena? ¡No la flashees, que sos re gorda, y re turrita! ¡Lo que quiero es clavarte toda, y eso! ¡Encima, tenés olor a meo bebé! ¿Te cambiás la bombacha vos?, dijo el pibe, mientras mis pasos me conducían a la ventanita que da a la cocina, la que permanecía abierta. ¿Entraron unos guachos a coger a casa? ¿Cómo lo hicieron? ¿Estaría mi vieja en alguna imposibilidad de comunicarse? ¡Pero, se habían rateado de la escuela! Algo no me cerraba, y menos cuando la chica dijo: ¡Callate nene, que seguro te culeaste a la Débora, y esa sí que es re mugrienta, piojosa y con carita de reventada! ¡Hasta ladilla debe tener! ¡Yo, lo único que tengo, es que soy gorda! ¡Pero bien que te calientan las tetas de la gorda! ¡Me las re mirás en la escuela! ¡Y te hacés el boludo, pero me las toqueteás en el bondi!

Desde la mísera ventanita, lo único que llegaba a vislumbrar era una cabellera con rulos colorados. Así que, caminé aterrorizado hasta la puerta de entrada. Estaba entreabierta, por lo que no tuve inconvenientes en entrar, cruzar la sala de estar y llegar a la cocina. ¡Y lo que vi, casi me congela el cerebro! ¡Mi hermana estaba a upa de un pibe, con una chupaleta en la boca, el guardapolvo tableado desprendido, y sus tetitas al aire, siendo manoseadas por aquel personaje! Estaba descalza, y debajo solo tenía una vedetina blanca. El pibe, justo cuando abrí la boca para reventarlos a puteadas, le dijo con altanería: ¡Sí guacha, tenés la bombachita mojada, y con olor a pichí! ¡Mirá, oleme la mano, zorrita!, una vez que le frotó la mano en la entrepierna. Ellos todavía no advertían mi presencia, y eso, lejos de razonar por qué, empezaba a calentarme. ¡Pero tenía que interceder! ¡Se trata de tu hermana chabón! ¡Se la van a coger adelante tuyo, y vos, duro como una piedra!

¡Bueno nene, si tanto te jode, me la saco y listo!, dijo Agos, mientras hacía exactamente eso, apoyándole ahora las tetas en la cara al mocoso, que parecía al menos dos años más que mi hermana. Más que nada porque era musculoso. Seguro hacía deportes. Mi viejo tenía razón respecto a Agos. Estaba gordita, con una pancita como de embarazada, y estaba claro que el aroma a sexo que emanaban esos insolentes, se mezclaba con el olor a pichí de su bombacha. Lo supe en cuanto ella empezó a agitar la prenda frente a la cara del chico para que la huela, y el pibe ponía carita de asco. Y, a pesar de todo, el guacho le sacó la chupaleta de la boca, la envolvió con la bombacha de mi hermana, y lamió todo junto, mientras ella le frotaba la cola en el bulto. ¡Seguro que, si se lo metía en la concha, acababa en 2 segundos!

¡Dale nena, abrí las gambas, que tengo toda la leche quemándome los huevos!, dijo el pibe, luego de devolverle la chupaleta, con la boca ocupada con una de las tetas de Agos. Ella gemía, le daba cachetadas, le pedía que le estire el pezón con la boca, y que le pegue en el culo. Como Agos estaba sentada frente a él, encima, y casi abrazándolo con las piernas, mis ojos tenían perfecto panorama de su cola bien formadita, pulposa, blanquita y danzarina. Ni bien el pibe le dio dos chirlos, ambos cachetes de le pusieron colorados. Tomé dimensión de la erección de mi verga cuando, evidentemente la conchita de Agos hizo contacto con la pija del pibe, porque la escuché decir: ¡Fuaa nene, la tenés re dura y caliente! ¿Me la vas a meter? ¿Querés cogerle la concha a esta gorda puta, con olor a pichí? ¡Dale guacho, metela, y dejá de hacerme desear así!

El pibe le decía todo el tiempo que era una gorda puta, y que no se haga ilusiones con que se la cogería toda la vida. Pero de golpe, mi hermana explotó en un grito de júbilo que, solo podía revelar que aquella pija invisible para mis ojos, había entrado en su sexo. Agos comenzó a moverse frenética, a saltar, deslizarse despacito por las piernas del pibe, y a volver a retomar sus brinquitos desaforados, gimiendo suave, pero pidiendo más nalgadas, y chupadas a sus tetas.

¡Te voy a mear la pija, pendejo tarado! ¡Así, clavame más, rompeme toda, así forro, dame pito, quiero tu pito, todo adentro de la concha!, dijo Agos, totalmente desatada, con la chupaleta en la boca, y miles de ríos de saliva cayéndose en la ropa y el cuello del guacho, que se aguantaba los trapos re bien. ¡Habían pasado como tres minutos, y la seguía bombeando como un campeón! Todo hasta que, Agos me vio, apoyado sobre un armario repleto de copas, tazas finas, candelabros en miniatura y portarretratos con fotos nuestras.

¿Qué hacés vos acá? ¿Cómo entraste? ¡Pará vos salame, aguantá un toque!, trató de decir, mientras el pibe, evidentemente, entre la sorpresa y, acaso la excitación de que alguien los vea garchar, empezaba a eliminar sus balas de semen en la vagina de mi hermana, repitiéndole como un idiota: ¡Tomáaa, la lechita, zorritaaa, así desayunás lechita calienteeee, fuaaaaa, qué conchudita que soooos, putitaaaaa, te lleno de lechonaaaa!

Agos, de igual forma seguía dando saltitos sobre ese falo, claramente tan en celo como el mío, y gemía sin poder ocultar que ella también había tenido un orgasmo. Al punto que se le escapó: ¡Uuuufff, llena de leche me dejaste!, y siguió fulminándome con la mirada, mientras se levantaba alterada de las piernas del pibe. Él, que ahora sí me había mirado con seriedad, adoptó la postura más esperable en un pendejo oportunista. Apenas se vio libre del peso de mi hermana, se subió la ropa, manoteó su mochila del suelo, se la calzó en la espalda y enfiló para la puerta. No pude siquiera detenerlo para cagarlo a piñas, o para preguntarle por qué carajos había hecho eso con mi hermana, o para amenazarlo con denunciarlo. En ese entonces, mis ojos se perdían en las piernas de mi hermana, en los hilitos de semen que caían lentamente de su vulva hasta sus rodillas, en sus tetas chuponeadas, el guardapolvo todo estirado, y en los nervios asesinos de sus ojos azules como la profundidad de una jungla repleta de fieras salvajes.

¿Así que te rateaste de la escuela? ¿Cuántas veces hiciste esto?, le pregunté, mientras escuchaba que el guacho agarraba su bici, y luego abría la reja para escaparse. Distraídamente, había olvidado cerrarla con llave.

¿Qué cosa? ¿Lo de ratearme? ¿O lo de coger con un pibe?, me respondió, buscando su bombacha para ponérsela, como lo hizo al toque ante mis ojos incrédulos.

¡No me contestes así, que soy tu hermano! ¿Y esa bombacha te vas a poner? ¡Sos una sucia! ¡Tenés un olor a pichí que no se aguanta!, le largué, acercándome a ella, acaso pensando en darle una cachetada. ¿O en apoyarle ese culito hermoso?

¿Desde cuándo sos mi hermano? ¡Hace bocha que no sabés nada de mí! ¡Seguro que ya el viejo te dijo que soy una gorda puta, que soy una mierda en la escuela, que fumo porro, que cojo hasta con los perros, y que merezco la cárcel! ¿Ahora venís a hacerte el gallito? ¡Y sí, me la vuelvo a poner, porque se me antoja!, me gritoneó, todavía agitada por el polvito que se acababa de mandar ante mis ojos.

¿Y vos? ¿Qué onda? ¿Por qué te quedaste mirándome? ¿Le vas a contar a los viejos? ¿Ahora se llevan bien, de golpe y porrazo?, me recriminó, ahora con una nota de pánico en la voz, tratando de no mirarme a la cara, con el culo apoyado en la mesada. Desde esa posición, podía deleitarme con el dibujito de su vulva hinchada en la bombachita blanca, y también, aunque jamás me había parecido atractivo, con su olor a sexo, a pis de varios días, y al semen de aquel atrevido, que se había ganado el cielo, a pesar de no querer reconocerlo, y de bullinear a mi hermana. Intentó cubrirse con el guardapolvo, y entonces, vi que también lo tenía salpicado con leche.

¡No te tapes tanto, que ya te vi, boluda! ¡Y no, no le voy a contar nada a nadie! ¡Pero, Agos! ¡Tenés que recapacitar! ¡No podés hacer estas cosas! ¡Recién vas a cumplir 15 años! ¿Por qué te rateás del colegio?, traté de abrir el juego para que se exprese.

¡Es la segunda vez que me rateo! ¡Y la verdad, hace rato que le tenía ganas a ese pibe! ¡Pero, no te voy a decir más nada!, dijo, mientras los ojos se le empañaban un poco.

¡Si no hablamos, le cuento todo a los papis!, le aclaré, viendo que se ponía nerviosa porque, al guardapolvo se le habían saltado unos botones, y ya no podía cubrirse los pechos.

¡No me mires las tetas!, me dijo, sonriéndome por primera vez.

¡Cambiaste mucho desde la última vez que te vi!, le dije con sinceridad.

¡Y vos, te re desapareciste! ¡Así que, no me reclames nada! ¡Si querés, después hablamos!, me dijo, y salió despedida de la mesa, derechito a su habitación. La llamé dos veces. Pero luego comprendí que lo mejor sería respetar su espacio, sus reflexiones y, ¿Acaso su llanto? Estaba seguro que se le escapó un sollozo mientras huía, y que luego, oí unos hipidos, cuando ya había cerrado su cuarto de un portazo. Así que me puse con mis actividades, bajo la promesa de hablar con Agos, después del almuerzo. Solo que, a eso de las 2 de la tarde, recibí un llamado de uno de mis primos. Teníamos 5 camiones que reparar, y era urgente. De modo que, quedé con Agos para charlar en breve. No me quiso pasar su número cuando se lo pedí. Así que, quedé en concertar con mi vieja para mi próxima visita. De hecho, todavía tenía reparaciones que hacer en la casa, ¡Y mi viejo era un vago de primera en esos menesteres!

La semana siguiente, fui por la tardecita a tomar otros mates con la vieja. Al rato llegó mi viejo, que trajo unos churros, y nos pusimos a organizar un poco el servicio de catering para el cumple de Agos. Por cierto, ella se había reunido en la casa de una amiga, para preparar un práctico para Proyecto Informático. Mi vieja estaba chocha porque, se había sacado un 9 en matemáticas, y un 10 en contabilidad.

¡Imaginate que, solo te vio en un almuerzo, y ya cambió, pobrecita! ¡Necesita que la escuches, Gastoncito!, me decía mi madre, mientras el viejo nos miraba, escéptico. Obviamente que no traicioné a mi hermana. No les conté que se había rateado dos veces, y que encima, tuvo sexo en la misma cocina en la que mateábamos, con un compañero del colegio. ¿Verdaderamente estaría comprometida en ese trabajo? ¿O andaría haciéndose la loca, dejándose comer las tetas, abriendo las piernitas para que otro tarado le penetre esa conchita de labios hinchados? La verdad, era que yo no podía quitarme aquellas imágenes de la cabeza. No lo entendía del todo. Ni siquiera un poquito. Pero, necesitaba volver a mirarle las tetas, olerla de cerquita, retarla por roñosa, asegurarme que se le caigan lagrimitas, y escucharla gemir una vez más.

En definitiva, una vez que nos tomamos dos pavas de mate, y mi vieja se puso a preparar unos ñoquis, y mi viejo se encerró en su escritorio para terminar unos balances, yo me puse a cambiar unos focos, a reparar una plancha, y a terminar de afilarle unos cuchillos a mi viejo. Luego de eso, mi vieja llamó por celu a mi hermana, para avisarle que en 20 minutos la comida estaría lista. Le dijo que, si todavía tenían mucho por hacer, que no había problemas si se quedaba a dormir en lo de Gisela. Siempre y cuando, al otro día vayan al colegio. Noté una cierta intranquilidad en la voz de mi madre. Como si, algo no le cerrara del todo. Incluso, cuando cortó, no supo explicar bien lo que Agos le había dicho.

¡No sé Juan! ¡Dijo que, si terminaba, venía! ¡La madre de la chica le pagaba un taxi! ¡Estaba media rara la señal! ¡Pero eso fue lo que entendí!, le explicó unos minutos más tarde a mi viejo, que ya abría uno de sus vinos importados, acorde para la ocasión. Y, de repente, casi que sin saber por qué, le dije a mi vieja que después de poner la mesa, saldría al patio a fumarme un cigarrillo. Ni siquiera yo sabía por qué me sentía tan ansioso.

¡Sí hijo, está bien! ¡Todavía tenés unos 20 minutos! ¡Lo mejor es que la carnecita esté bien tierna! ¡Ya vas a ver cómo te vas a chupar los dedos!, me decía mi madre, mientras yo abría la puerta del patio, sacaba mi paquete de puchos, y me adentraba en la semi penumbra del jardín trasero, para sentarme en uno de los banquitos. Y de repente, la vi, tan descarada, desprejuiciada y perversa, como la primera vez que la encontré. Agostina estaba arrodillada, con la pija de mi vecino Esteban en la boca. Tenía un jumper de jean súper levantado, una tanguita roja bastante separada de su piel íntima, y nada en los pies. Para colmo, el flaco tomaba una latita de birra, y justo cuando la vi, se la ponía en las manos para que ella le pegue un trago. Cosa que hizo, mientras le apretujaba la pija al vecino, y le decía: ¿Te gusta cómo te la mama la gorda puta de tu vecinita?

Esteban me vio, y por un instante pude descubrir una sombra de terror en sus expresiones. Pero yo le hice saber con una cabezada afirmativa que siga en lo suyo, sin mencionarme siquiera. Por lo que, el vaguito, una vez que Agos le devolvió la lata vacía, y luego de arrojarla al pasto, tomó su pija para pegarle con ella en la carita, mientras le repetía: ¡Sos re petera guacha! ¡Por eso te re merecés que te castigue la carita con la verga! ¡Dale, abrí esa boca, y apurate a tragarla toda, que tenés que ir a comer con tu mamita!

Me dio bronca que la trate de esa forma, y hasta estuve al borde de anunciarme para hacerlo mierda a trompadas. Pero, ¿Me calentaba también, ver a mi hermanita con esa pija en la boca? ¡Y qué ruiditos que hacía al chupar, tragar y petear! ¡Cómo se la tragaba la muy inmunda! ¡Para colmo, en un momento se sacó la tanga, le movió el culo al vecino, y se la puso en las manos!

¡Olela guacho! ¿Se parece a las tangas que se pone tu novia?, le dijo la muy atorranta, segundos antes de comenzar una ola de gargarismos, colisión de baba y presemen en su lengua, eructos y toses cargadas de apresuramientos incontrolables. Es que el vecino por momentos se la atoraba en la garganta, y no la dejaba respirar. Y cuando se la quitaba por un ratito, era para cachetearle la cara, o para pincharle las tetas desnudas, o para pedirle que se ponga de pie y de esa manera apoyársela un ratito en sus nalgas desnudas.

¡Mi novia al menos tiene las tanguitas limpias, turrita! ¡Pero me encanta apoyarte el culito! ¡Y que me la mames toda! ¡Así que ahora, te ponés otra vez en cuatro, así te doy el chupete!, le dijo, mientras le restregaba la pija en el culo, y le hacía chupar sus dedos, su propia tanga, y volvía a darle más cerveza de una renovada latita que abrió antes de que Agos se incorpore del suelo. Parecía mareada y aturdida. Pero tenía una carita de puta que derretía hasta el equilibrio que me sostenía atento a cada acción de sus deliberados atropellos a la moral. ¡Y mis padres tan tranquilos adentro de la casa, esperándome para comer, y creyendo que Agos se reventaba las pestañas con un trabajo escolar!

¡Dale bebé, abrí bien la boquita! ¡Eeeeso, más, asíii, bien grande, dale, que te entra toda! ¡Mamala bien mamada, perrita asquerosa! ¡Cómo me calienta la boquita de las pendejas como vos! ¡Síiii, sacame la lechita bebé, así, babeate, y que se te babee la conchita! ¡Haaaam, asíii, más grandecita esa boca bebé! ¿A ver? ¡Dedicale el pete a tu hermano, guachita salvaje! ¡Hacé de cuenta que nos está mirando! ¡Uuuuy, dale que me viene la lechita calentitaaaa! ¡Te voy a empachar la pancita de leche guachaaaa!, le decía Esteban, mientras su cuerpo daba las precisas señales de lo inevitable, gracias a la extraordinaria forma de petear de Agos. Hasta gemía con la intensidad necesaria, exageraba los soniditos de las succiones, olía con desprejuiciada altanería, abría su garganta todo lo que podía, y se babeaba escandalosamente, aferrándose al culo del vecino para dar la sensación de tragarse hasta el último centímetro de su verga. Y fue tan copiosa la lluvia seminal que descargó, un poco adentro de su boca y otro sobre toda su carita acalorada, que Agos tuvo que toser y toser, componiendo una grotesca imagen al levantarse lentamente, con borbotones de semen hasta en sus tetas. Casi se cae al pisar su propia tanga en el suelo. Pateó la lata vacía, le dijo algo que no llegué a entender a mi vecino, se chupó los dedos, y entonces me vio, todavía apoyado en un magnífico árbol de nísperos.

¿Qué hacés ahí nene? ¿Me viste?, dijo, ahora con la voz de una nena de 14 años, asustada, temerosa y con los colores de su rostro palideciendo ante la perspectiva de saberse descubierta. Esteban le guiñó un ojo, en virtud de demostrarle que él, al menos, supo de mi presencia. Agostina lo puteó por no decírselo, y de nuevo estuvo al borde de tropezarse consigo misma. Esta vez por los nervios de no comprender cómo abordar la situación que la superaba. Era como si quisiera dar mil pasos a la vez, cosa de esconderse lo más rápido que pudiera. Esteban se subió los pantalones, advirtiendo peligro en nuestras miradas de reproche, tan acusatorias como perplejas, y se perdió en la noche tras cruzar la medianera sin terminar que dividía nuestros patios traseros. Y de golpe, Agos y yo parecíamos de hielo. Ella suspendida en el piso, aún con su tanga bajo su pie derecho. Yo, tratando de elegir las palabras correctas para ¿Reprenderla?

¿Qué demonios te pasa nena? ¡Te juro que, no puedo entender lo que acabo de ver!, le disparé, dándome cuenta de la humedad de mi glande sobre mi ropa interior, y de la dureza de mi pene, demasiado confianzudo, por decirlo así.

¡Bue, no es tan difícil! ¡Lo que no entiendo es, por qué te quedaste mirando! ¿Te calienta mirar?, me dijo, aunque sin abandonar su tono preocupado, sabiéndose en desventaja.

¡No me hables así, guacha de mierda! ¡Mejor, explicame qué es lo que te pasa! ¡Escuchame Agos! ¡No podés comportarte así! ¿En serio le chupaste la pija al vecino? ¿Estás loca? ¡El otro día, con ese chico de la escuela! ¿Y ahora esto? ¡Necesitás ayuda nena! ¡No sé si psicológica, pedagógica, o ginecológica! ¡Pero, no podés hacer estas cosas!, le dije, intentando controlar los matices de mi voz. En el fondo, no quería que mis viejos sospechen, o se enteren de nada.

¿Cómo vas a hacer ahora para que los viejos sepan que estás acá, en la casa? ¿Y que no fuiste a lo de tu amiga? ¿O sea que, estabas acá cuando mami te llamó al celu?, insistí, acorralándola un poco más, viendo que no estaba capacitada para responderme. Entonces me mostró su celular tirado a pocos centímetros de sus pasos.

¡No sé nene! ¡No puedo responderte tantas cosas! ¡Pero, me gusta el sexo! ¡No entiendo por qué, pero amo el semen de los varones!, me dijo con soltura, aunque se pusiera colorada, haciendo resplandecer aún más las gotitas de semen que todavía permanecían empapándole las mejillas, sin cubrirse las tetas, y sin la menor intención de terminar de vestirse.

¡Ponete la bombacha al menos, para seguir hablando conmigo! ¡Y, no digas boludeces! ¿Cuántas veces te metiste un pito en la boca?, le pregunté, y esa vez no tuve dudas del cosquilleo que me generó preguntarle aquello. ¡Nunca había notado que la pija se me pusiera tan dura, queriendo entregarse a esa boquita que tanto había hecho delirar a mi vecino!

¡No te voy a decir eso! ¡Pero, Esteban, y el otro chico, no fueron los únicos! ¡Andá a comer mejor, que yo me las voy a arreglar para aparecer en casa! ¡Me controlan mucho! ¡Pero, cuando es algo de la escuela, no se ponen tanto la gorra! ¡Y no me pongo la bombacha, porque está re sucia!, me dijo, ahora impulsando su cuerpo hacia adelante, queriendo retomar pasos que aún no había dado. Pero yo la detuve poniendo mi brazo en su cintura. Noté que le rocé una nalga, y que ella se dejó sorprender.

¡Me tocaste el culo nene! ¡Dale, andá a comer, que seguro te esperan! ¡Y no te metas en mi vida!, me dijo, haciéndose la superada. En ese momento, la apretujé contra mi cuerpo para decirle: ¡Sos una boluda de mierda que todavía ni se sabe limpiar los mocos! ¡Calmate un poco, o hablo con los viejos! ¿Querés eso? ¿Querés que ahora mismo pegue un grito, y les cuente todo? ¡No me importa meter al vecino en esto! ¡Ese también es un forro que se aprovecha de vos! ¡Y dejá de hacerte la agrandadita, que, por ahora, sos una nena!

Sin embargo, la erección de mi pija se presionaba contra sus piernas, su olor a hembra volvía a contaminar mis sentidos, y el contacto de sus tetas contra mi remera me revelaban pensamientos extraños con ella. ¡Pero es tu hermana, imbécil!, me repetía para serenarme. Y entonces recordé que Mariana y Andrés, mis primos, que a su vez son hermanos entre ellos, tuvieron un par de encuentros sexuales, cuando eran más chicos. Esa idea, parecía convencerme de algo, o bajarle el grado de temores a mis sensaciones. ¡Aún así, no corresponde que se te pare el pito por lo que le viste hacer a tu hermana!

Agos forcejeó para zafarse de mis ataduras, y yo le pellizqué el culo, diciéndole que era una pendeja de mierda. Pero enseguida reculó, y me pidió que no le diga nada a los viejos.

¡Yo voy a cambiar Gas, pero, necesito hacerlo sola! ¡No quiero que ellos sepan nada! ¡No entienden cómo son las cosas hoy! ¡Los adolescentes de hoy, no somos como los de antes! ¿Posta que, no puedo pensar en otra cosa que, en, pijas! ¡Perdón por decirlo así! ¡Pero, no hay otra forma!, terminó de decirme, antes de desaparecer por la puerta que da al lavadero, por la que es más sencillo que pueda escabullirse en su habitación. La guacha lo tenía todo planeado. Seguro que, en algún momento de la comida, sonaría el timbre, y alguno de mis viejos le abriría a una Agostina vestida de chica cansada de tanto resumir, escribir y leer para ese bendito trabajo práctico. Yo, me quedé parado junto al árbol, fumando casi que por compromiso un cigarrillo que había dejado por la mitad, y notando que mi pantalón permanecía húmedo en la porción donde se había frotado su sexo. ¿Tan mojada tenía la conchita mi hermana? ¿Se habría quedado con las ganas? ¿habría perdido la virginidad? ¡El culo seguro que todavía no lo entregó! ¿Estaría ahora en su pieza reflexionando sobre lo que le dije? ¿O habría decidido pajearse con el sabor del semen de nuestro vecino en la boca? Lo cierto es que, en mitad de nuestra cena, mientras mi viejo y yo discrepábamos acerca de la vuelta de Gallardo a River, y mi vieja nos servía la segunda vuelta de sus ñoquis espectaculares, el timbre sonó, y Agostina llegó con su falso atuendo de chica estudiosa. Mi mamá le sirvió un plato de ñoquis, y la pendeja apenas articuló palabras. Solo se dedicó a comer, y a ignorarme todo lo que pudo. Una vez más elegí no traicionarla, y no dejarme llevar por los impulsos de forzarla a confesarme todas sus travesuras. Sin embargo, quedé de acuerdo con ella y mi madre, una vez que mi viejo ya nos había saludado para irse a descansar, que el martes de la semana siguiente me daría una vueltita para tener una conversación seria con mi hermana. Mi madre abrió los ojos con cierta sorpresa. Agos chasqueó la lengua, y asintió con vergüenza, haciéndose la desentendida.

El miércoles llegó con la velocidad de la suba del dólar, y mi corazón se aromaba de las ansiedades más disparatadas del universo. No podía comprender por qué me abrumaba tanto la presencia de mi hermana, ni por qué se me hacía tan difícil dar con las palabras para hacerla entrar en razones. Cuando llegué a Casa, Agos estaba estudiando en su habitación. Mi madre preparaba unas pizzas, y Matías, uno de los pocos amigos que me quedaba en el barrio, vio mi auto estacionado en la puerta, y tuvo la idea de pasar a saludarme. Eso derivó en que mi vieja lo invite a comer. Mi viejo, esa noche tenía una reunión de urgencia, y ya sabíamos que no vendría a comer. Incluso, deslizó la posibilidad de quedarse a dormir en lo de mis abuelos, o sea sus padres, para no manejar tantos kilómetros en medio de una noche tan cerrada. Lo cierto es que Matías y yo hicimos un torneíto de FIFA para recordar viejos tiempos, hasta que estuvo la primera pizza. Agos bajó, comió dos porciones, se mandó un vaso de Coca, y volvió a su pieza. Matías me hizo un comentario acerca de la cola de Agos, y yo lo fulminé con la mirada. Todo estaba en los carriles normales. Hasta que, luego de la tercera pizza, y la quinta cerveza, mi madre nos despidió para irse a la cama, mientras yo terminaba de levantar la mesa y ordenar un poco la cocina. Matías me dijo que iría al baño, y que en 15 minutos volvía. Lo cargué por tener tránsito lento, con que necesitaríamos un taladro para destapar el inodoro, y lo verdugueé para que no se le vaya la mano con el desodorante de ambiente. Entonces, entre risas y pavadas, me puse a responder unos SMS con el celu, y a mirotear los estados de IG de algunas minitas. Y, quizás si no hubiese tenido ese pasatiempo, no habría notado que los 15 minutos se hacían eternos. Tuve la idea de subir y molestar a Matías. Pensé en asustarlo de alguna manera. Entonces, cargué una pistolita de agua que aún se conservaba en uno de los cajones de chucherías infantiles que mi vieja guardaba con cariño. Subí las escaleras, planeando abrirle la puerta, y empaparlo con tiros de agua, mientras el boludo cagaba, seguro que mientras jugaba con el celu, o hinchaba los huevos en las redes. Sin embargo, cuando llegué a la puerta del baño, esta permanecía abierta. Todo olía normal. Eso me pareció extraño. No quise llamarlo en voz alta, porque mi madre ya estaba durmiendo, y Agos, en teoría, estudiaba para un examen de historia. Pero entonces me acerqué a la puerta de la pieza de mi hermana, y lo que escuché me petrificó por unos instantes.

¡Y bueno nene, ya te dije! ¡Si vos no me mostrás nada, yo tampoco! ¡Aparte, no creo que tengas eso que decís que tenés! ¡Aunque, posta que, no sé si me entraría toda, si la tenés muy grande!, articuló la voz emputecida de mi hermana, en medio de las risas nerviosas de Matías, que de paso la chistaba para que no hable tan alto.

¡No es tan grande nena! ¡No sé quién te dijo semejante gansada! ¡También, a mí me dijeron que te la re tragás, y que tenés una boquita aguantadora!, le respondió Matías, en un consciente plan de seducción. Luego pareció que él le hizo cosquillas por la forma en la que Agos se reía. Abrí la puerta un poco más, y entonces vi que Matías le quitaba la sábana de arriba a mi hermana, y que ella se hacía una bolita en el centro de la cama, con la colita levantada. Él se la acarició, le asestó unos cuantos chirlos consecutivos, le estiró el elástico de su tanguita azul oscuro hacia arriba como para que se le pierda toda en la zanjita, y le dio un par de chupones en las piernas. La remerita negra no llegaba siquiera a cubrirle la espalda, y eso era aprovechado por Matías, que simulaba hacerle algo parecido a unos masajes, que comenzaban en su cuello y terminaban en su culito. Cuando arribaba a ese manjar, se detenía para sobárselo, pellizcarla, chirlearla, y hasta para propinarle un mordisco, o una lamida tan burda como apasionada. Ella chillaba, especialmente cuando él la mordía, o si le rozaba el agujerito con un dedo, sin llegar a clavárselo, ni mucho menos.

¿Dónde tenés más cosquillitas, chanchona? ¿Acá? ¿O en la conchita? ¿Te pica la colita cuando te toco acá? ¿O tenés más ganitas de comerte un postrecito? ¡Si querés, traigo dulce de la heladera, me pongo un poquito en la chota, y te comés flor de serenito!, le decía mi amigo, totalmente seguro que no había moros en la costa, que estaba tratando con una chica de su edad, y tan relajado que, ni siquiera escuchó que había dado algunos pasos, hasta cruzar el umbral de la puerta. Agos tampoco se había percatado de nada. Y eso era porque estaba con la cara contra la almohada, parando cada vez más el culito, arqueando la espalda, y cruzando las piernitas para que Matías no le toque la conchita, digamos que, histeriqueándolo un poco. Luego, sus masajes empezaron a estremecer el cuerpito de Agos, mientras el timbre de su voz se alegraba al escuchar que al fin Matías se abría la bragueta del jean. Le dijo algo como: ¡Uuuuyyyy, qué ricoooo eso que se escuchaaaa! ¡Me lo vas a mostrar! ¿Puedo jugar con tu mamadera Matu?, con la voz super melosa. Entonces, Matu le acercó el pito a la cara, pero no le permitió siquiera tocárselo con las manos, ni con la lengua. Solo podía descubrirlo a través de su olfato, mientras mi amigo continuaba con una suerte de masajes relajantes por toda su piel, le pellizcaba el culo, y cada tanto le pasaba la lengua por sus pies descalzos, diminutos y atormentados por todo lo que ardía en otras arias de su cuerpo. El cuarto olía a champú para el pelo; pero también a hormonas revueltas, a pis, y a lujuria. Por algún lugar de la pieza seguro andaba rodando una bombachita sucia.

¡Quiero semen Matu, dale, dame semen en la boca!, murmuró mi hermana, sacando la lengua para llegar a rozarle la puntita de la poronga. Pero Matías se lo hacía difícil, y la ponía de los pelos cuando le tocaba las mejillas con el pito, y le seguía subiendo el elástico de la tanga para arriba.

¿No la escuchaste nene? ¡Dale semen en la boquita! ¡Ya me tiene podrido la muy putita! ¡Se ve que no se calma con nada! ¿Encima vos también caíste en la volteada? ¿Cuántas veces te pteteó ya?, empecé a expresarme para que al fin los dos tomen nota de mi calentura, mi fiebre sexual, y mi presencia tan indigna como apremiante. Matías se detuvo en seco, y ese instante desolador fue aprovechado por Agostina, que le agarró el pito con una mano y se lo metió en la boca. Enseguida sus sorbetones, chupadas y lamidas empezaron a recobrar felicidades absolutas en el cuarto.

¡Pará nena, soltame! ¡Esto es un error Gasti! ¡Cuchá boludo, nada que ver! ¡O sea, no te comas cualquiera! ¡Ella me llamó para que le haga unos masajes! ¡Bueno, no digo que, ella, que fue ella sola! ¡Zafá nena! ¿No ves que nos metimos en flor de quilombo?, empezó a justificarse Matías, aunque le costaba trabajo apartar la boca de Agos de su verga.

¡Mejor, que esa guacha se la coma toda, y callate la boca! ¡No debe ser la primera vez! ¿te la chupa bien? ¡Dale, que te abra la boca, así le entra toda tu, “mamadera”!, lo ironicé, apretando sendos puños a milímetros de su cara. Agos ni se inmutaba. De hecho, cuando podía hablar, solo decía: ¡Dame semen nene, dale, llename la boca de lechita!, y sacaba la lengua, repleta de saliva. Pero pronto, mis puños desalentados se convirtieron en palmas abiertas para someter el culo de Agos a chirlos y pellizcos, mientras Matías intentaba que ella se arrepienta de chupársela. Le arañaba la cara, le arrancaba el pelo, y hasta le presionaba el cuello con tal que lo suelte. Acaso, impresionado por mi presencia, o inquieto por no saber cómo reaccionarían mis sentidos, después de todo. Pero ni Agos quería renunciar a su chupete, ni la pija de Matías podía perdonarse la sola idea de abandonar el calor intenso de esa boca grosera, babosa, impura y placentera. El ruidito que hacía su garganta al recibir el entrechoque de la pija de mi amigo, me desgarraba los testículos, me hinchaba las venas de la verga, y me cargaba el vientre de ansiedades maliciosas. Por eso, mis manos se alimentaban de la tersura del culo de mi hermana, y mi boca del aroma tibio de sus pies, tobillos y rodillas. Ya no me importaba nada. Al toque estuve lamiéndole las piernas, mordiéndole el culo, tironeándole la tanga con los dientes, y forzándola a abrir los muslos para tocarle la conchita, intentando penetrársela con los dedos que pudiera, con tanguita y todo. Estaba tan húmeda que parecía que se había meado en la cama. Cosa que, tampoco era extraño si le sucedía, tratándose de ella y sus calenturas incontrolables.

¡Dale guacho, sentala, así veo cómo te la devora! ¡bien sentadita, y con las piernas abiertas la quiero!, le exigí a Matías, que ni dudó en acatar mis palabras, luego que yo le asestara un terrible chirlo a Agos que la hizo gritar, aunque atragantada con la pija de mi amigo. Y fue casi tan rápido como la velocidad de la luz. En breve Agostina estuvo sentada con su puperita negra, exponiendo su ombligo a la madrugada que se nos acercaba, meneando su melena recién lavada, frotando el culo en la cama, y ocupándose de babosear a gusto y antojo aquel trozo de carne imponente para su boquita. Durante un rato solo la oí atragantarse, lamer, chupar y oler esa pija como una condenada. También sabía que los ojos de mi amigo buscaban hacer contacto con mis expresiones para disculparse. De hecho, murmuró unos tímidos: ¡Perdón hermano! ¡Esto es un error! ¡Es una cagada!

Pero también lo escuché suspirar, jadear embelesado, y pronunciar cosas como: ¡Qué boquita bebé, cómo babeás, como la mojás chancha, qué chancha que sos!

Supongo que, envalentonado por sus sinceras vanidades, por saber que mi vieja dormía mientras su nena se llenaba la boca de pija, que mi viejo podría encontrarla al igual que yo con cualquier tipo dándole la mema, y por mi propia excitación triturándome cada peldaño de mi absurda moral, fue que le dije, mientras me arrodillaba para lamerle los muslos a Agos: ¿Ah, sí? ¿Te gusta cómo cabecea en tu pija? ¿Te gusta cómo se babea? ¡Imaginate lo babosa que debe tener la argolla! ¡Tiene el pelito mojado, limpito, y con olor a champú! ¡Pero también un olor a pichí de bebé terrible en la tanguita! ¡Dale, apoyale la pija en el ombligo, y pajeate ahí guacho!

Creo que ella misma se sacó la remera, y casi al mismo tiempo, yo lograba arrancarle la tanga pesadita por la cantidad de flujos que acumulaba en esa insignificante tela. Vi que Matías se pajeó un ratito contra su ombligo. Momento en que la boquita desocupada de Agos tuvo tiempo de decir unas pocas palabras, mientras se apretaba las tetas.

¡Estás re loco nene! ¡Nunca hice nada con tu amigo! ¡Aunque, siempre me calentó cuando me hacía upa de chiquita! ¡Pero no me digan que no estoy como para unos videos de OnliFan!, pudo decir con toda naturalidad, mientras la pija de Matías subía poco a poco hacia sus tetas, y se la colocaba por entre el hueco que se formaba entre ellas y su corpiño rojo de encajes. Entonces, luego de bancarse una cachetada de mi parte, por desubicada, y por calentarme tanto la pija, aunque no se lo reconociera, durante unos segundos gloriosos, Matías estuvo pajeándose con sus tetas gordas y sudadas, y mi pija se apretó con bóxer y todo sobre la carita de sorpresa de mi hermana.

¡La verdad, tenés caca en la cabeza pendeja! ¿Y ahora? ¿Qué vas a decir? ¿También te gusta que te apoye el bulto en la cara? ¡Zorrita? ¿Te gusta la chota del Mati en las gomas?, le decía imperativo, frotándole el bulto en la cara, sintiendo que una de sus manitos intentaba desesperadamente bajarme el bóxer; cosa que yo no le permitía. De hecho, le apretaba las muñecas, y ella simulaba un sollozo inescrupuloso, mientras la pija de mi amigo sonaba pegajosa entre esas tetas alucinantes.

¿Te gustaba que el Mati te hiciera upa? ¿Y nunca le tocaste la pija? ¿Chancha de mierda? ¡Ahí la tenés guacha! ¡Ahora, me la chupás, o te bajo los dientes de una piña!, le grité, totalmente poseído en cuerpo y alma, incapaz de responder a otro estímulo que no fuera el de su carita contra mi verga desnuda. Al fin mis pasiones cedían ante tamaño espectáculo, y su lengua rozaba por primera vez mi glande hinchado.

¿Vos también me vas a largar el semen en la boca nene?, me preguntó, colocándose mi pija entre los labios, antes de sorber y chupar, y luego de empezar una ola de jadeos atragantados, de arcadas y eructos tan ordinarios como la paja que sus tetas incansables le hacían a la verga de Matías. El corpiño ya era parte del paisaje del suelo que sostenía nuestros pies, y los pezones de Agostina resplandecían tan duros como cubiertos de jugo seminal, sudor, y de su propia saliva.

¡Sos una cerda nena! ¡Así, abrí esa boquita! ¡Fuaaa! ¿En la escuela también peteás así? ¿Tanto te gusta la lechita en la boca?, le decía, mientras su paladar, lengua y dientitos me enamoraban cada centímetro de la pija. No paraba de lamer y escupir, mientras todo lo que podía pronunciar eran emes apretadas, gargarismos presurosos, respiraciones y olfateadas furibundas, y quejiditos cuando Matías le pellizcaba las tetas. Hasta que advertí a mi amigo descendiendo por los muslos de mi hermana, con toda la intención de agacharse.

¿Querés olerla? ¿Le querés oler la conchita a esta nena sucia? ¡Dale, agachate y olele la conchita! ¡Y mordele los labios! ¡Ponela bien putita, que ya nos la vamos a coger!, le indiqué a Matías, muerto de unas cosquillas y espasmos que me recorrían todo el cuerpo, desde la punta de los pies hasta mi culo, electrizándome la columna vertebral, gracias a los atracones de mi hermana con mi pija en su boca despiadada. Y, enseguida comencé a volverme loco cuando percibía que mi amigo la olía desquiciadamente, haciendo que su lengua saboree lo que pudiera de su vulva, y que le dijera de a ratos: ¡Tenés olor a putita nena, a perra calentona, y a pipí!

Entretanto, Agos seguía conduciendo el grosor de mi pija a las fauces de su garganta, recubriéndome las bolas con su saliva cada vez más espesa. Y, supongo que ya ninguno podía soportar tanta tragedia sexual envolviéndonos. Ahí habrá sido que yo le pedí a Matías que se siente al lado de Agos, y yo, luego de darle varios pijazos en la cara, pellizcándole las tetas y obligándola a oler su propia tanga, la tomé de piernas y culo para sentarla arriba de mi amigo.

¡Ahí la tenés! ¡Fijate cómo te las arreglás para meterle la pija en la conchita! ¡Cogela, y hacela gozar, mientras yo le doy la lechita en la boca!, le pedí a Matías, como si se tratara de sencillas instrucciones de un videojuego. Matías me miró entre aterrado y sorprendido. Pero, en el exacto momento en que mi pija volvía a introducirse en el calor de la boquita de Agos, él comenzaba a hacerla dar saltitos, grititos ahogados y pequeños estallidos cuando, al fin su verga entró en su conchita casi lampiña, pero bien gordita y hambrienta. Yo me agaché especialmente cómo esa concha se deglutía la pija de mi amigo, y cómo sus caderas la impulsaban para moverse y cabalgarlo suavecito, aunque solo fue al principio. Es que, desde que empezó a chuparme la pija con ganas, sus conchazos también crecían en intensidad sobre la hombría de Matu, que le apretujaba las tetas, y le nalgueaba el orto.

¿Te gusta el pitito bebé? ¿Te la mete bien el boludo este? ¡Chupá así nena, calientapavas, así, mamala toda, ponete loca con la verga de tu hermano en la boca!, le decía a Agos, manoteándola del pelo para hacer más potentes mis ensartes a su garganta. Entretanto, los jugos de su vulva me salpicaban las piernas, gracias a la violencia con que Matías la penetraba.

¡Qué rico bebé, qué lindo que cogés! ¡Yo también me acuerdo cuando te tenía a upita! ¡Siempre olías a pis! ¡Porque las gorditas como vos, siempre tienen el papo transpiradito, y la bombachita mojada! ¿Te acordás Gas? ¡Siempre hablábamos del culito de la nena, y del olor a pichí que tenía! ¡Así, movete culeadita, movete bien, comeme la pija con esa zorra, que te voy a llenar de leche!, le decía Matías, dándole cada vez más duro, sin privarse jadeos ni presunciones. Tuve que pedirle en un momento que baje la voz, porque mi vieja podría escucharnos. Y de repente, mis temores se confirmaron cuando mi madre golpeó la puerta de Agos, la que, al menos yo había tenido el recaudo de ponerle cerrojo.

¡Agostina! ¿Comiste algo? ¿Tu hermano está con vos? ¿Por qué no me abrís la puerta? ¿Querés que te suba algo de comida? ¡Perdón, que se me hizo tarde, y me quedé dormida!, decía mi santa madre, preocupada y media somnolienta, seguro que confiada con que Matías ya se había marchado a su casa. Entonces, Matías detuvo su movimiento, pero no le quitó la verga de la concha, y yo tampoco la mía de su boca.

¡Contestale así perra, que crea que estás comiendo!, le dije, presa de una excitación irreconocible en mis sentidos.

¡Tranqui ma, que estoy comiendo unos fideos! ¡Estoy acá, con Gasti! ¡Pero él está chateando con su celu! ¡Andá a dormir, que yo mañana voy a la escuela! ¡Y no te preocupes, que me bañé, y me cambié la bombacha!, le dijo Agos en voz alta, aunque con mi pija pegada a sus labios babosos, sintiendo los temblores de los espasmos del pito de mi amigo. Mi madre le dijo algo que nadie pudo precisar, pero que ya no sonaba a peligro, y entonces, ambos reanudamos nuestras actividades. Solo que ahora, Matías le daba con todo, y yo no la dejaba respirar de tan profundo que presionaba su garganta repleta de aullidos inconclusos. Logré que lagrimee, moquee, y hasta que me muerda la pija. Matías le prometía enterrarle un dedo en el culo, y después dos. Pero, lo cierto es que, en un momento, el guacho me dijo: ¡Che, Gas, estoy a punto de largarle todo! ¿te la lleno de leche? ¿Le hago un bebote a la culeadita esta? ¿Así aprende a no tener olor a pichí de nena? ¿Y a no petear a tus amigos?

¡Aguantá boludo, así se la largamos al mismo tiempo, a la cuenta de tres! ¿Te va? ¡Así no se le escapa nada, y se alimenta bien la bebé!, le dije, casi sin poder tomar dimensiones de nada. Y, luego, los dos contamos hasta tres, quedándonos suspendidos en el tiempo, él con la pija bien adentro de su vagina, y yo, con mi glande apoyado en los labios de mi hermana, a punto de colapsarle hasta las amígdalas con mi estallido seminal. Y al fin, sucedió, al mismo tiempo, como lo deseábamos, tal vez desde siempre. Los dos empezamos a contracturar nuestras espaldas, a gemir y gruñir cosas sin sentido, de las que sobresalían palabras como: ¡Asíii, putita de mierda, lecherita sucia, tragate todo, no desperdicies ni una gotita!, y a sentir que nuestras pijas eran espadas milenarias fecundando a una hembra que, en ese momento no era más que una hembra sexual, caliente, alzada como una perra, ávida de semen y más semen. Yo, antes de saberme con los testículos vacíos, le arranqué la pija de la boca y le castigué las mejillas con ella, salpicándole varios girones de esperma por doquier. En cambio, Matías no pudo quitársela de las piernas hasta no largarle el último crepúsculo de su semilla infiel, acaso calentándose con la idea de dejarla embarazada.

Recién al mes de los 15 de Agostina, supimos la verdad que se ocultaba bajo tanta felicidad, videos, el fragor de la fiesta, los deseos de una nueva vida, y todos los regalos de amigos, familiares y admiradores. En definitiva, lo ilusorio, lo inevitable, lo más perverso del resultado de aquella noche, salió a la luz, luego de una simple consulta ginecológica. Agos, finalmente quedó embarazada de Matías. Lo supimos porque, ella era virgen hasta el momento de recibir su semen en su interior, y porque luego, no tuvo relaciones con otro chico. Al menos por la vagina. Recordábamos con claro realismo las gotas de sangre en la sábana, en el glande de Matías cuando lo extrajo de su sexo, tanto como nuestra cara de sorpresa al comprobar aquellas revelaciones. No tomaba pastillas, ni utilizaba otros métodos anticonceptivos, ni había tenido nunca hasta entonces un control profesional acerca de su sexualidad. Matías lo supo, y no tuvo problemas en reconocer su error. Solo que, de momento estamos buscando la mejor forma de explicárselo a nuestros padres. Obviamente, al mismo tiempo que pensamos en nuevas formas de volver a poseerla. ¡Así, embarazadita, se nos va a emputecer como una perra!, me había dicho el impertinente de mi amigo, la noche que se enteró de la noticia, llevándome a un nuevo laberinto de sensaciones que, ya mismo necesitábamos recorrer.   Fin

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