Ese día, yo estaba en mi cama, soportando una calurosa siesta de primavera todo lo mejor posible, ya que se me había roto el aire acondicionado. En la mañana falté al trabajo porque debía llevar a mi hijita de siete meses al pediatra. Pero fue al pedo, porque alguien de la clínica me canceló el turno. Durante el almuerzo discutí con mi viejo por seguir empecinado en bancarle las juntaditas nocturnas a mi hermano menor, las que se hacían en su taller de trabajo. En realidad, ya estaba podrida de escuchar sus quejas al respecto; ya que siempre le desacomodan las cosas, le usan las herramientas, no son capaces siquiera de tirar las latas vacías de birra que se chupan, y dejan tremenda baranda a mariguana o cigarrillo en el ambiente. ¡No les da ni para abrir una ventana! Y lo último, había sido que mi viejo se topó con un par de forros usados, tirados con impunidad debajo de su escritorio personal. Pero él no me escuchaba, y lo defendía, a pesar de los gestos de disgusto de mi madre.
¡La verdad, prefiero que Ivo y sus secuaces traigan a sus putitas al taller, y hagan sus porquerías ahí, a que cualquier noche de estas tenga que ir a buscarlo a la cana, por mandarse alguna pelotudez! ¡No sé cuántas veces más tengo que repetirlo!, rezongó como para poner fin a la charla, golpeando la mesa con su vaso de vino recién servido. Mi madre yo sabía que no tenía caso renegar. Nos levantamos de la mesa, y cada una a lo suyo. Ella se puso a lavar los platos, y yo a contener un poco a mi gordi que ya había empezado a lloriquear. No solo por haberse hecho pipí. Estaba claro que los gritos de mi viejo la sacaban de quicio, y le alteraba los nervios. Por otro lado, antes que él pusiese su atención en mí, en lo imprudente que fui al acostarme con un tarado que, encima de ser un pobretón me dejó un bebé en la panza y se las tomó en cuanto supo la novedad, preferí agarrar una banana del frutero y partir con Anahí para mi pieza. No quería escuchar sus machiruladas, aunque tuviesen algo de razón.
Cuando cerré la puerta, aún así podía escuchar que mis viejos seguían discutiendo, intentando resolverles la vida a todos. Abrí la ventana, por la que apenas entraba una brisa caliente, puse musiquita en mi celu para calmar a mi gordi, cosa que siempre me funcionaba, la desvestí para cambiarle el pañal, y luego yo misma me quedé en bombacha, dispuesta a descansar un poco mientras le daba la teta a la beba, abanicándonos con una revista de decoración de interiores. La verdad es que tenía la mente en blanco. No quería pensar, ni desear, ni soñar, ni esperar que algo cambie, ni juntarme con alguien, ni saber de la vida de nadie. En el fondo, mi viejo tenía razón respecto a mí. Me calenté con ese chabón, y quise embarazarme para que me elija, sabiendo que tenía novia. Fui una estúpida. Me sentía angustiada, aturdida, poca cosa, derrotada, culpable vaya a saber de qué, y sofocada. Era como si el calor se hubiese convertido en un gas tóxico que no me permitía expresarme, ni respirar. Así que me concentré en amamantar a mi gordi, en darle airecito, hacerle cosquillas en los pies para que sus risitas me contagien la alegría de su vocecita fresca, y en disfrutar de su compañía, tanto como de sus mordiditas a mis pezones. Eso, por alguna razón me hacía sentir unas terribles ganas de masturbarme, casi tan salvajes como los pensamientos que me atormentaban. Y no me contuve. Ni siquiera sentí pudores, o repudio al hacerlo en presencia de mi bebé. Después de todo, ya lo había hecho otras veces. Ella no podía entender que cuando estaba nerviosa y me chupaba las tetas con un hambre voraz, yo necesitaba que ya tuviera dientitos para que así pueda morderme los pezones. ¡Me encantaba cómo me los mordía el tarado de mi ex mientras me bombeaba enloquecido! Entonces, con esos chupones en mis tetas, más el roce erótico de las piernitas desnudas de Anahí en mi piel, producto del revoleo que hacía gracias a las cosquillas que le regalaba, todo eso me condujo a frotarme la vagina, donde ya mi clítoris clamaba atenciones y justicia. ¡Y caí en la cuenta que hacía más de un año que no cogía! Tal vez Anahí nació después del último polvo que tuvimos con mi ex. Bueno, al menos yo estaba segura de no haberlo engañado.
Y de repente, todo se fusionaba de forma caótica, dentro y fuera de mi mente. La humedad de mi vedetina rosa, el calor que no aflojaba, mis primeros gemidos, los ruiditos de mis dedos adentro de mi vulva, mi olor a sexo y el del pañal de la gorda, su vocecita risueña, las gotitas de leche y saliva refrescándome los pezones, el silencio de la siesta, ya que al fin mis viejos dejaron de discutir, y las frotadas cada vez más eléctricas que me enfermaban el clítoris de placer. Adentro de mi mente, mi ser y mi cuerpo mutaban en diferentes escenarios, posturas y roles. Me imaginaba garchando con el viejo verde de mi vecino con la beba a upa, o convidándole leche de mis tetas a Ernesto, el mejor amigo de mi viejo, al tiempo que le devoraba el pito con la concha, o dejándome hacer el culo por mi jefe, bajo las miradas de todos los empleados. También me vi chuponeándome con Andrea, mi manicura desde que cumplí los 15, y hasta ofreciéndole mis tetas a un vagabundo en la estación de trenes. A esa altura, los jugos de mi vulva ardían como lava del mismo infierno, salpicando la sábana, y los dedos se me entumecían de tanto frotarme y penetrarme. ¡Necesitaba una pija! ¡Eso lo tenía clarísimo! Pero también algunos mimos, nalgadas de otras manos que no sean las mías, unos dientes contra mis labios, una voz que me diga putita reventada al oído, y unos brazos fuertes que me zamarreen, sin guardarse nada.
Anahí seguía disfrutando de ser bebé, aún prendidita de mi pezón, cuando mi paja se tornaba cada vez más incontrolable y despiadada, y mi voz turbada comenzaba a hablarle, como si estuviese dándole instrucciones para su futuro, presa del goce que mis dedos me proporcionaban.
¡Vos tenés que ser bien chancha, mi gordi! ¿Sabés? ¡Así, como la mami, bien sucia y pajera! ¡Te va a encantar tocarte la conchita, una vez que lo descubras! ¡Por ahí, mamita te puede enseñar! ¡Cuando vengas calentita de la escuela, después de franelearte con algún pibito! ¿Me vas a dejar meterte los deditos, cochina de mami? ¡Y ojo con meterte otras cositas! ¡Como, por ejemplo, la pijita de un nene! ¡Qué lindas piernitas que tiene mi bebé! ¡Cómo se van a calentar los varones cuando les muevas el culito! ¡Ya te imagino mi bebé, hecha una pendeja calentona! ¡Seguro que te van a dar muchas mamaderitas en la boca, y talquito en la cola! ¿Y sabés qué más? ¡Te van a hacer pipí adentro de la vagina mi gordi! ¡Y eso te va a convertir en una putona insaciable, como tu mami!, le decía, aniñando mis expresiones por momentos. Mi voz repleta de nubes de saliva se multiplicaba en el eco de mi cuarto, y extrañamente el olor a pis recién hecho en el pañal de mi princesa me atraía, como si fuese un designio ancestral que el reino animal pusiera a mi disposición, o a la del celo de mi vientre. En algún momento debía recobrar la calma, el raciocinio, el punto cúlmine de mi orgasmo. Pero mis dedos no eran suficientes, y las fotografías obscenas en mi mente se agolpaban, y de nuevo me veía entre un par de brazos rudos, con una pija clavada en la vulva, y otra más gruesa abriéndome el culo, como para que me olvide de sentarme por varios años. Me percaté que le había metido una mano adentro del pañal a Anahí, e inmediatamente la retiré, sin pasar por alto la necesidad de olerme aquellos dedos. Estaba definitivamente perdida, caliente y sin voluntades de cambiar las cosas. Y, de repente, miré hacia la puerta, casi que por pura casualidad. ¡No podía ser! ¿Cómo fue que ni escuché el timbre? ¿Por qué mis viejos no me avisaron de su visita? ¿Y, si ellos también me vieron en bolas, pajeándome?
¡Heeey! ¿Qué pasó con vos, amiguita? ¡No me mires así, que no soy un fantasma! ¡Te mandé un WhatsApp, y te escribí en IG! ¡Te llamé, pero no me dio nunca! ¡Che, mejor cierro la puerta! ¿No?, susurraba, como si estuviese en un limbo muy lejano al mío la voz de Paula, mi mejor amiga. No era un efecto secundario de mi locura sexual. Y era obvio que no se trataba de un fantasma. La miré una y otra vez, mientras ella juntaba la puerta. Tenía la misma sonrisa de siempre, la que combinaba con una pollera pantalón de jean, una musculosita blanca con breteles finos, y unas ojotas negras re facheras en los pies. Se había pintado las uñitas de rojo. Se me acercó con cuidado, y no habló hasta que se sentó en la silla que estaba ocupada con la ropa que me saqué para acostarme. Ni se molestó en apartarla para sentarse. Y entonces, reparé en que yo misma me había dejado la bombacha casi que llegando a las rodillas, y rápidamente, antes de hablarle siquiera, traté de subírmela.
¡Tranquila Belu! ¡Ya te vi la concha un montón de veces! ¡Aunque, bue, nunca te pesqué en plena pajota! ¿Chancha! ¿Y te pajeás con la gordita tomando la teta? ¡Estás re loca amiga! ¡Pero, debe ser re lindo! ¿No? ¡Creo que, solo tendría un guacho para que me chupe las tetas!, dijo, poniendo una de sus manos sobre mi pierna, evitando que mi bombacha suba hacia mi vientre. Le sonreí, y me estremecí a su contacto. Bueno, en esas condiciones, mi calentura parecía seguir nublando mis sentidos. Aunque poco a poco buscaba retroceder para hablarle de una forma normal.
¡Pau, perdón! ¡No vi el celu, porque le había puesto música a la gordi! ¿Tocaste el timbre?, le pregunté.
¡No, porque tu mamá me abrió! ¡Creo que había salido a comprar una aspirina! ¡Yo entré con ella, y me dijo que vos estabas con la gorda! ¡Está preciosa! ¡Bueno, las dos están hermosas!, dijo Paula, retirando su mano de mi pierna, como si no quisiera hacerlo. O al menos, eso me hizo sentir.
¡Aaah, sí, puede ser!¡Es que, estuvo discutiendo con mi viejo! ¡No cambian más! ¡Mi viejo sigue siendo el mismo machista de siempre, y mi vieja una sumisa insoportable!, dije, automáticamente.
¡Pero no vine a hablar de tus viejos! ¡Vine a verte a vos! ¡Y vos, me recibís así, con las gomas al aire, en bombacha, y toda húmeda!, me dijo, con su sarcasmo habitual. Siempre fuimos amigas, a pesar que yo sabía de su condición de lesbiana. También tuve que lidiar con sus ganas de levantarme varias veces. Especialmente durante nuestra adolescencia. De hecho, cuando salíamos, y ella se escabiaba demás, terminaba comiéndome la boca de alguna forma. Al otro día, según ella, ni se acordaba.
¡Pau, no empieces! ¡La verdad, andaba re caliente, y necesitaba tocarme! ¡Y este es mi único lugar de privacidad en la casa!, le dije, sonando un poco dramática. Ella me sonrió y corrió la silla un poco más contra mi cama.
¡Boluda, no te preocupes, que no te vengo a toxiquear! ¡Aunque, ya sabés que me calentaste siempre! ¡Venía a invitarte, no sé, a dar una vuelta por la placita, o a tomar unos mates! ¿Qué te parece? ¡Bueno, siempre que le cambies el pañal a la nena! ¡Me parece que se re meó! ¿O, fuiste vos la que se hizo pis?, dijo al toque, ampliando aún más su cálida sonrisa, la que parecía un trozo de cielo en sus ojitos color miel. Por mi cara, debió imaginar que no tenía ganas de nada. Ni de salir, ni de ver gente, ni de mates en la plaza.
¡Bueno Belu, de última, traigo el mate acá, y yo te cebo, y chusmeamos un rato! ¿Sí? ¿Querés que cambie a la gorda?, dijo Pau, levantándose de la silla para acercarse a Anahí, que bostezaba distraídamente, y le besuqueó los cachetes. Le dije que ya lo haría yo, y, solo entonces fui consciente que tenía una mano debajo de mi cola, y la otra debajo de mi almohada. No sé cómo pasó, ni en qué intervalo presuroso del destino que, Pau murmuró bien cerquita de uno de mis pechos: ¿Sabés hace cuánto que no tomo leche?
Mi primera reacción fue apartar su rostro de mis tetas. Pero su boca fue más rápida, mis reflejos más lentos, y el erotismo, mucho más revolucionario que nuestra condición, lenguaje o argumentos.
¡Posta que, esos ojitos celestes, me piden que te chupe las gomas! ¿Me dejás Ani? ¿Me prestás un ratito las tetas de tu mami? ¡A mí también me gusta tomar la teta!, dijo de pronto Paula, con los labios rodeando uno de mis pezones, mirando de reojo a mi beba. Recuerdo que le tiré el pelo, que le pellizqué una gamba, y que hasta le revoleé una almohada para que me suelte. Pero ni yo tenía la verdadera determinación para pedírselo. Al punto tal que, ni me salían las palabras.
¡Qué hermosas tetas nena! ¡Los pezones marroncitos, cargados de leche, bien duritos, y con esas aureolas grandes! ¡Dejate llevar zorra, que te va a encantar!, me dijo de pronto, ahora manoseándome la teta que no chupaba, estirando ese pezón, y humedeciéndose los dedos con la leche que me fluía inevitablemente.
¡Subite la bombacha, antes que me tiente, y me ponga loquita!, me ordenó, y entonces reconocí una especie de hormigueo en las palmas de mis manos inmóviles. Le obedecí, y casi sin darme tiempo a nada, sus dientes mordieron el pezón que antes sus dedos estiraban, y un gemidito se me escapó como respuesta al tsunami que me invadió hasta el agujero del culo.
¡Eeeso mamiii! ¡Gozá amiguita! ¡Y basta de cuestionarte boludeces! ¡Tenemos 23 años, somos libres, no tenemos que explicarle nada a nadie, y no tenemos por qué atarnos a nada! ¡Siempre vamos a ser amigas, aunque ahora te esté mamando las gomas, putita! ¡Mirá cómo me ponés!, me dijo, cuando ya no podía controlar mis gemidos, ni ella las succiones violentas que tatuaba en cada uno de mis pezones. La escuchaba beber y tragar de la leche que hasta entonces solo le reservaba a mi bebé, y me estremecía cada vez que me escupía las tetas. Me ponía uno de sus dedos en la boca con la intención que no gima tan fuerte, o mis viejos me iban a escuchar. Pero yo se lo chupé, y luego se lo mordí. Eso, a Pau le dio la total confianza de que lo que me estaba haciendo era lo correcto, lo necesario, y lo que cualquier amiga haría por la otra.
¡Uuuy, mordeme así bebé, mordé, que mis dedos son tu chupete, bebé cochina! ¿Querés que te muerda las tetas? ¡Sos una chancha amiguita! ¡Sabelo! ¡Apenas entré, y te vi así, re pajera, quise comerte toda! ¡No sabía que todo se nos iba a dar así! ¡Cómo me tuviste mi amor! ¿Te gustaba saber que me tenías calentita?, me dijo, mientras Anahí sonreía con su vocecita feliz, un bocinazo interrumpía el canto de las chicharras, y su boca atrapaba mis dos pezones en su boca para sorberlos, morderlos suavecito, y para frotarlos con la punta de su lengua.
¡Sí bebé, mordeme las tetas, chupalas, tomame la lechita, dale, que soy una mami degenerada, que se pajea al lado de su bebé! ¡Y no boluda, no es así! ¡Ya lo hablamos! ¡Yo nunca busqué calentarte!, le decía, tratando de conectar mis ideas, sin entender por qué carajos no me frotaba yo misma la concha, y acababa de una vez. Es más, en lugar de eso, estiré una de mis manos y la oculté por debajo de su pollera para manotearle la concha, aprovechándola agachada, casi echada sobre mis pechos. Ella se sorprendió, como era de esperarse. Pero no retiró mi mano de allí. Me chupó las tetas, y me dijo, apenas sus labios comenzaron a rodar por mi oído: ¡Mirate nena, ahora sos vos la que me metiste la manito por debajo de la pollera! ¿Querés conchita? ¿O querés que yo también te haga esto?
En ese preciso momento, una de sus manos agarró mi concha con bombacha y todo, como si fuese un bollo de plastilina, y comenzó a sobármela, a masajearla y a mojarse los dedos con la humedad que me cortaba la respiración. Incluso, ella se reía por lo jugosa que me sonaba, mientras yo, presa de una fiebre más allá de mis entendimientos, empecé a tironearle la tanga hacia abajo. Casi no nos hablábamos. Ella, seguía fiel a sus instintos de chuparme las tetas cuando se le antojaba, de morderme las orejas, y de pasarme la lengua tentadoramente por los labios. Su aliento era como de chicle de menta, refrescante y ardiente al mismo tiempo. El calor que había entre sus piernas, ya comenzaba a calentarme los dedos, aunque ella no me dejaba llegar a su sexo.
¿Quién diría que una tarde me iba a encontrar a mi amiguita, pajeándose toda? ¡Y ahora, yo te vine a rescatar! ¿Viste bebé? ¡Me encanta chuparte las tetas! ¡No sabés cómo esperé este momento! ¡La cantidad de veces que me habré mojado la bombachita por vos, zorra!, me decía, penetrándome la conchita con los dedos por encima de la bombacha, lo que me desesperaba tanto que, si mis gritos pudieran haberse expresado como querían, hubieran salido sirenas de bombero de mi garganta.
¡Mirá lo que te pasó por abrirte de piernas para ese tarado! ¡Ta bien que, gracias a eso, tuviste a esta gordita hermosa! ¡Pero, si te abrías para mí, yo no te iba a embarazar bebé! ¡Aunque, te juro que me hubiese encantado tener verga, para embarazarte toda! ¡Una y otra vez!, me decía, ahora ocultando mi mano por debajo de su tanga, para pegarla contra su sexo, al tiempo que su boca me despedazaba a chupones por todos lados, su piel trigueña era mi único cielo claro en toda la tarde, y alguno de sus dedos rozaba mi ano con impaciencia. Y de repente, se sacó la musculosa para acercarme sus tetas envueltas en un corpiño de forma triangular de color blanco a la cara. Me pidió que se las huela, y luego que se las muerda por encima de la prenda, repitiendo todo el tiempo: ¡No me metas los deditos Belu, porfi, pero tocame la chocha, dale, tocámela toda, asíii, frotala, más, tocale la conchita a tu amiga!
Yo le ensalivé el corpiño, y me extasié con el perfume de su piel cargada de feromonas alborotadas. Tenía las tetas chiquitas, pero los pezones parados bien en punta. Su pelo negro se volcaba sobre mi campo visual, y todo lo que podía hacer era frotarle la conchita, morderle las tetas, y frotar mis piernas para que mi clítoris se muera de deseo al sentir tantas descargas de truenos, refucilos y eclipses de un celo animal indescriptible.
¡Gracias amiga! ¡Me siento rara! ¡Pero, me gusta el aroma de tus tetas!, llegué a balbucearle como una tonta que recién había descubierto las palabras. Ella se quitó el corpiño, y entonces comenzó a frotar sus tetas desde mi cara hasta mis pies, deteniéndose en mi vientre y en mis propias tetas, oliéndome como una desquiciada, mordiéndome algún dedo de los pies, y enchastrándome con los ríos de leche que aún fluían de mis pezones.
¡Vamos, sacate la bombacha Bel, que, para mí, hasta te hiciste pichí! ¡Y sacale el pañal a la gordi, que se va a paspar!, me ordenó con decisión, colocando a mi bebé sobre mi cuerpo para que mis temblorosas y húmedas manos despeguen las cintas del pañal de Anahí, y al fin devolverle un poco de calma. Luego, Paula recostó a la nena desnuda a mi lado, me quitó mi propia bombacha de las manos, se la fregó en las tetas después de olerla, y la tiró al piso.
¡Vos nena, no te quedás atrás! ¡Me gustan las chicas piernuditas, caderonas, y con carita de turrona, como vos! ¡Esas caderas son ideales para tener bebitos! ¿Sabías?, le largué, viendo cómo sus ojos se perdían en mi sexo, ahora al descubierto.
¡Ni en pedo nena! ¡No me voy a quedar embarazada! ¡Pero, no sería mala idea que las dos cuidemos de Ani! ¡Posta, mi amor, no puedo parar de mirarte la concha! ¡Y, me volvió loca tu olor en la bombachita!, me dijo, subiéndose la pollera, mostrándome al fin el brillo de su tanguita blanca repleta de gotitas de flujo.
¡Comela nena, dale, arrancame la concha con esa boca!, llegué a decirle, y no recuerdo si pude articular otra palabra más. Paula se hincó sobre la cama, me abrió las piernas, tocó mi vagina con la punta de su nariz, me olió largamente, como si estuviese deleitándose con una presa especialmente apetecible, y soltó su lengua para lamerme toda la vulva. Luego, me abrió los labios vaginales, y me hizo explotar en gemidos cuando se encontró con mi clítoris. Al mismo tiempo, un ejército de dedos entró en mi conchita para moverse furiosos, para hacer brotar más y más jugos, y para convertir a mis ojos en dos cuencas vacías, de las que solo brotaban lágrimas de felicidad.
¡Dale la teta a la nena Belu, así, meada y todo! ¡Dale chancha! ¡Amamantala, mientras te como esta concha hermosa, deliciosa, empapadísima! ¿Ahora, en vez de pajearte al lado de tu nena, tu amiguita te come la conchita, mientras vos la alimentás! ¿Te gusta? ¡Sos una pajera, una calentona mi amor! ¡Amo tu concha, y tu olor a puta, a concha!, me decía Paula con la voz cada vez más gangosa, repleta de líquidos y saliva, mientras me comía, olía, frotaba, mordía mis labios vaginales, y seguía friccionando mi clítoris con su lengua. Nos asustamos cuando escuchamos el silbato del heladero que solía pasar por las tardes, y luego el coro de niños ansiosos por comprarle. Pero enseguida volvimos a lo nuestro, y yo ya no sabía si estaba acostada en mi cama, o en un colchón de plumas regadas con jazmines. Aunque, el olor del aire no se parecía demasiado a flores perennes. Entre mi olor a sexo, el pañal meado de Anahí, y el olor a lluvia que entraba por la ventana, había un sofoco extrañamente atractivo, tal vez para las dos. Casi ni me di cuenta que, de repente Paula estaba en tanga, ahora con el culo apuntando hacia mi cara, mientras su boca seguía nutriéndose de mi sabia de hembra. Había acabado un par de veces en su boca, y ella se bebió mis explosiones con un gusto y un placer que, me demostraba con las caricias que desparramaba por todo mi cuerpo, con sus retorcidas y pellizquitos a mis pezones, y con los besos en la boca que me daba para compartirme de mi propio sabor. Y, de repente, casi sin darle opciones a mi cerebro aletargado para ponerse a pensar, se detuvo con un dedo a punto de penetrarme el culo, y con otro sobre mi clítoris.
¿Querés chuparme la concha, turrita? ¿Eee? ¿Te va? ¡Necesito que me hagas gozar con esa lengua mamita! ¡Dale, me chupás la concha, mientras te cojo el culito, y te hago acabar otra vez!, me dijo, con la voz más parecida a la de una leona peligrosa que a la de mi amiga Paula. No tuve reacción, ni llegué a responderle. Solo sé que, cuando mi cara se vio atrapada en el arco perfecto que hacían sus piernas separadas, su aroma sexual me quemó las entrañas de los pulmones. Todavía conservaba la tanguita, y me dio terrible morbo que gotearan gotitas de flujo sobre mi cara de ella, como si fuese una erótica nubecita blanca. Recuerdo que le acaricié el culo, y que yo misma la forcé para que su concha haga contacto con mi boca, mientras su lengua volvía a estremecerme el clítoris con sus frotadas. Ya casi no hubo palabras racionales ni coherentes. Mi lengua se hizo paso entre su tanguita sudada y flujosa, y sus gemiditos me dieron la prueba de que también lo estaba disfrutando. Me costó encontrar su clítoris. Pero, desde que lo logré, las dos empezamos a movernos en la cama, a sentir tanta libertad de lamernos las conchitas, como si nos estuviésemos curando de las injusticias del mundo, que no queríamos otra cosa, más que seguir lamiéndonos, oliéndonos y frotándonos. Ella me pidió chirlos en el culo, y yo que me meta el dedo en la colita. Ella quería que le hable como una nena. Incluso, me dijo en una oportunidad: ¡Así guachaaa, comé concha, chupá, así, tragate mi calentura por vos! ¡Hacé de cuenta que le chupás la conchita a la gorda? ¿Nunca se la chupaste? ¿Nunca le pasaste la lengüita por la concha, o por el culo, después de cambiarle el pañal, y de limpiarla?
El calor de la siesta se había amplificado seriamente. Nuestros cuerpos estaban a punto de prenderse fuego, mientras nuestras vulvas acababan cada una en la boca de la otra. Las dos nos decíamos chanchadas, y ella me penetraba el culo con sus dedos, y al parecer se los lamía después. En un momento, hasta me pidió que le refriegue el pañal meado de la gorda en la cola. No podía entender cómo había llegado a encamarme con mi amiga, después de haberme mostrado tan implacable. Sé que sonó mi celular, el de ella, y que hubo algunos golpeas en la puerta. Alguna de las dos gritó que ya salíamos. Pero no nos podíamos despegar. Necesitábamos seguir acabando, renaciendo como flores silvestres y regresando a los gemidos del final más excitante que nos ofrendábamos. La beba comenzó a llorar, y entonces, justo en el último y más feroz de nuestro orgasmo, casi que sincronizados, me di cuenta que la pobre se había caído de la cama. Por suerte, fue sobre un colchoncito que tenía siempre colocado allí, por las dudas. Así que no se hizo ningún tipo de daño.
¡Gorda, pará, que me vas a deshidratar la concha!, me dijo de pronto Pau, que ya me había empapado hasta el pelo con la cantidad de jugos que su vulva deliciosa llovió sobre mí.
¡Sí, además se cayó la gordita! ¡Te llamaron al celu, y a mí también! ¡Alguien golpeó la puerta!, me apresuré a decirle, mientras ella se levantaba de mi cuerpo esperanzado, y yo trataba de buscar mi ropa para vestirme.
¡Esa bombacha, ni lo sueñes! ¡Boluda, te acabaste, y te measte sin querer, para mí! ¡Ponete otra! ¡Dale, que yo limpio a la gordi, y le pongo un pañal! ¿Salimos a la placita? ¡Yo diría que salgamos! ¡O vamos a ser el primer caso de mujeres que se embarazan mutuamente de tanto cogerse!, dijo Pau, con su forma tan natural de tomarse las cosas. Yo, no tuve vergüenzas ni culpas de mirarla a los ojos, ni de reírme de su ocurrencia. Al fin y al cabo, es mi amiga. ¿Cómo podríamos juzgarnos por haber hecho lo que hicimos?
¡Belu, igual, respecto a esto, todo bien! ¡Yo no me enojo si me querés mandar a la mierda, o qué sé yo, si preferís que, no nos veamos por un tiempo!, me dijo luego, ya vestida y con la gorda en pañales sobre sus brazos. Ani se mataba de risa con las monerías que Paula le hacía, y con algunas cosquillitas en los pies que mis dedos llegaban a concederle, mientras le miraba la boca a mi amiga.
¿Qué decís nena? ¡Me calentó mal lo que pasó! ¡Y, como amigas, podemos hacerlo cuando quieras! ¡Después de todo, boluda, me hiciste explotar la concha como nadie lo había hecho antes!, le confesé, con mis labios pegados a los suyos, antes de cogernos las bocas con las lenguas, incluso mojando a la bebé con nuestra saliva. Recién entonces estuvimos listas para salir a la cocina de mi casa, donde pondríamos la pava para tomar unos mates. Fin
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Ah, pero qué amigas más copadas, yo también quiero ser amigo de ellas!
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