Siempre fui amante de las voces graves. Pero no cualquier voz, y mucho menos aquellas que aparentan una masculinidad inventada, o ilusoria. Por eso, la primera vez que escuché la voz de Pablo, uno de los mejores amigos de mi marido, hice lo indecible por pedirle que lo invite a casa, o por robarle el celular para escuchar un pedacito de algún audio que le hubiese mandado a su WhatsApp. El contenido, ni me interesaba. La verdad, su apariencia no me importaba en absoluto. Nunca fui de fijarme en esas cosas. Justamente, mis amigas me catalogaban como una boluda por creer que el tamaño del pito no es importante para gozar como una perra en la cama, llegar al orgasmo, o lo que puta sea. Pero yo siempre me mantuve firme en la convicción de que, cualquiera que tenga una pija y sepa usarla, es más que bienvenido para el placer de mi conchita caliente. Eso, no me lo podía explicar, desde luego. Cada vez que escuchaba la voz de Pablo, necesitaba cobijar alguna de mis manos bajo la presión de mi corpiño, y al menos sobarme una goma. O, meterla por adentro de mi bombacha y rozarme el clítoris, que parecía tan magníficamente extasiado como mis sensaciones. Me lo imaginaba susurrando cosas chanchas en mi oído, leyéndome algún cuento inocente, o un relato erótico, o contándome alguna de sus experiencias sexuales. ¿Cómo lo haría? ¿Le gustaría suave? ¿O salvaje como la violencia de un huracán primitivo? ¿Sería de esos que te muerden el cuello, te chupan las tetas, te huelen la boca y te arrancan la última gota de aliento, mientras te llenan con sus armas viriles? ¿Le gustaría que le rocen la espalda con las uñas? ¿Sería amante de las tetas? ¿O preferiría más la cola? ¡Con esa voz, más de una se debe haber meado la bombachita, como yo! ¿Pero cuántos se lo habrían dicho? ¿Serían tan valientes esas perras? ¿Acaso, yo era valiente? ¡Bueno, pero yo no podía decirle nada, ni alimentarle nada! ¡Las cosas estaban claras! ¿O no? ¡Bueno, al menos en mi mente, aquella voz me hamacaba en una tupida manta de nubes perfumadas, que solo podían convertirse en lluvia entre mis piernas, o sobre mis pechos! Nada de aquello tenía sentido verdadero. Y, sin embargo, sus palabras flotaban en mi imaginación. Me pedía que le roce los labios con mis dedos, que le desprenda la camisa y deje rodar mis besos por su pecho, que le acerque los míos a la cara para que los toque con la punta de su nariz, o que los envuelva en sus manos y al fin se encuentre con mis pezones erectos, listos para la batalla. Me solicitaba un vaso de agua, después algún sorbo de café, quizás que suba un poquito más la música tenue que amenizaba aquellos contrastes, o que le acaricie el cabello. Yo, también, a mi forma, necesitaba que me huela el pelo, que descubra mi olor a hembra desde los poros de mi cuello, que toque con los enigmas de su mente las puertas de mi sexo, y que no se anime a preguntarme si todo esto era cierto, o parte de una dulce y libertina fantasía.
Al rato, oía el timbre de su voz pidiéndome que baile, que sacuda mi cabellera y que luego la esparza sobre su torso desnudo. Imagino su aroma, sus manos, el tacto de sus infinitas pasiones, y yo misma retuerzo uno de mis pezones, haciéndome la idea que son sus dedos los que ejecutan, y luego me desabrochan el corpiño con cierta torpeza. En definitiva, amo que los hombres sean hombres, porque no necesitan ser delicados. Me encanta la rudeza, ciertos descuidos, y hasta esas innecesarias palabras o jadeos imperfectos que se les escapan cuando intentan decir algo para halagarnos. Pero él era distinto. Yo deseaba que jadee en mi oído, cerquita de mi boca, de mi mentón, que sus palabras sucias, las que solo podía imaginar, me llamen desde el laberinto más absurdo de la realidad. Imaginaba su bulto, el aroma de su bóxer, su elegancia para sugerirme guarradas, sus dientes en mis tetas, y de nuevo su voz como sirenas ancestrales deshojándome.
¡Síii, decime que soy tu putita, tu nena chancha, tu gordita cochina, la hembra más fogosa que rozaron tus dedos! ¡Jurame que te gusta mi olor, tanto como a mis oídos el cálido murmullo que emerge de cada palabra que tus labios crean para mis ratones! Imaginaba que bailaba con él, y que sus gruñidos lentos se fundían con los latidos de mi corazón. Fantaseaba con que luego, habiendo bebido una copa de vino, mi culo se frotaba en sus piernas, y que sus brazos me sostenían para que sus manos recorran el contorno de mis tetas deliberadamente, sin importar mis permisos o sensaciones. Seguro su pija estaría endureciendo sus virtudes, creciendo como un pistilo en celo, rozándose con el ropaje que nos hace personas decentes. Seguro que en mi concha se multiplicaban jugos y mas jugos, los que mi bombacha no sabría cómo contener. Entonces, me imaginaba sentada sobre la mesa, oyéndolo pedirme que abra las piernas, que me baje el pantalón, y que ni se me ocurra tocarme la bombacha, porque él mismo se ocuparía de ella. Luego, sus dedos cantan sobre mis muslos, mientras sus labios juegan a atrapar mis pezones para luego soltarlos con un tintineo de saliva.
¡Gemí para mí morocha! ¡Decime que te chupe las tetas, y te juro que te las lleno de baba! ¡Qué suavecita tenés la bombacha! ¿te mojás por mí? ¿Te hacés cositas ahí abajo cuando te hablo al oído? ¿Querés que te muerda las orejas, y te recorra el cuello con la lengua? ¿O preferís que me agache, te corra la bombachita, y te coma esa conchita a besos?, me preguntaba aquel impertinente en la soledad de mi cuarto. Sí, en definitiva, yo estaba en mi cama, presa de una paja que me nublaba el pensamiento. ¡Y ese turro calentándome con su voz! Yo, solo podía imaginarme con él, disfrutar de esos gemidos silenciosos, y de aquellos pedidos desmesurados.
¡El otro día soñé que me chupabas las tetas, y que después, yo te las fregaba en la pija! ¡Así que, ahora yo soy la que voy a gemir para vos, mientras me toco toda, me arranco la bombacha, y te la tiro en la carita! ¿Querés? ¡Contestame chancho, que seguro podés decirme cosas, telepáticamente!, le decía ahora en voz alta, mientras mi marido dormía a mi lado, y yo no tenía razones para dejar de masturbarme como una adolescente descuidada, llena de cosquillas, jugos y temblores. Tenía las tetas desnudas, la boca comprimiendo ríos de saliva, los que bien podrían bañarle la pija a ese ser que habitaba en mi mente, o fundirse en la tersura de sus huevos calientes. Cada tanto presionaba mi clítoris, y mi bombacha se embebía más y más de mis descargas de mujer. ¿Cómo sería su pija? ¿Cuál sería su olor a macho? Y entonces, me imaginé arrodillada en una alfombra de múltiples colores, en la cocina de mi casa, con mi boca llena de sus músculos de hombre, con la cara salpicada de su presemen, oliendo a sexo, al celo de una putita cualquiera, ahogándome de vez en cuando con sus arremetidas, y con esa voz como fondo preciado pidiéndomelo todo.
¡Así nena, dale, tragate todo, abrí más esa boquita, calentate bien con mi pija, deseala, así, amame bien la verga bebé, que te voy a llenar la boquita de mariposas, y me voy a llevar tu bombachita de regalo!, imaginaba que me ronroneaba cada vez que mi boca soltaba su miembro para que me castigue las mejillas con él. Después, recreaba la dureza de aquella pija babeada entre mi vulva y mi bombacha, haciéndose paso entre esas presiones rebeldes para jugar en el orificio de mi vagina. ¡Necesitaba que me la clave de una vez, y que me monte como a una perra alzada! Al mismo tiempo, mientras mi marido seguía soñando con sus propios mundos, mi bombacha había dejado de cubrir mi sexo para frotarse sin reproches sobre mis tetas para humedecerlas con mis jugos, casi al mismo tiempo que una de mis manos golpeaba ruidosamente mi conchita, para que se desprenda de tanta asfixia sexual.
¡Agarrame las tetas y mordelas, mientras me cogés! ¡Dale, cogeme al lado de mi marido, y haceme tuya, germiname la concha con tu lechita, dejame los hijos que quieras, y gemí en mi oído! ¡Decime puta, trola, conchudita, que soy una loba, una puerca, una guacha salvaje, una gordita sucia, una pendeja sin moral, sin corpiño y sin bombachita para vos! ¡Pedime que te haga las cosas más locas del mundo, que mientras me siga haciendo pis en la bombacha cada vez que te escucho decir mi nombre, voy a ser tu perra, tu esclava, tu hembra abierta de piernas, con las tetas al aire, perfumadas con el morbo de lo prohibido!, pensaba que le decía, mordiéndole los labios, sintiendo cómo su pija se ensanchaba entre mis paredes vaginales, cómo su cuerpo se aferraba al mío para moverse, hamacarse, empujarme como a una muñequita, pegarse a mi pubis con una rítmica danza tan sensual como milenaria, y cómo sus palabras brotaban para seducirme, engatusarme, o acaso para llevarme a un sinfín de mares alados, mientras alucinaba que me decía: ¡Así chiquita, meate por mí, mojate la bombacha, el pantalón, la calza, la pollerita, o lo que quieras! ¡Yo siempre te voy a coger así, putita! ¡Y ahora, que tu marido duerme a tu lado, acabate entera, gemime en la boca, y dejame arder en las nubes de tu aliento! ¡Mojate toda, meate cada vez que quieras cuando me escuches, y no te reprimas! ¡Sos mi hembra, mi puta abierta de piernas, mi loba chancha, mi pedacito de calma en la tormenta, el lugar en el que quiero dejar toda mi leche caliente, mi conchita preferida, las tetas más ricas del universo que pude probar hasta ahora! ¡Llename con tu olor, tus jugos, tu sexo, tu saliva!
Y de repente, un vacío insoportable empezó a cubrirme poco a poco. Una oleada de jugos llovió sobre la cama, entre mis piernas, mientras me tapaba la boca con la bombacha empapada, me frotaba el clítoris con vehemencia, sacudía mis tetas babeadas por la cantidad de veces que me las había escupido, haciendo de cuenta que Pablo lo hacía, y un arsenal de palabras sucias con su voz me refrescaban la piel. Mi marido seguía durmiendo, sin inmutarse ni cuestionarse nada. Pero al otro día lo sabría. Siempre nos contamos esas cosas. ¡Espero que, no tome a mal que me pajeé como una perra pensando en la voz de su amigo! Pero la verdad, al menos en la fantasía que yo misma me regalé aquella noche, Pablo me había cogido tan rico que, tal vez no tendría otra alternativa que despertar a mi marido, para pedirle que me coja en la realidad. ¡Seguro que eso lo calentaba tanto, que hasta me embarazaba y todo! Fin
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