Esa mañana había sido distinta. Olía distinto, y las cosquillas que me llenaban el vientre me lo canturreaban al oído. Yo estaba por levantarme, a pesar de ser sábado, a eso de las 8 de la mañana. Mi mamá dormía, y mi hermana menor no tenía que ir a danzas aquel sábado. Mi primo apareció en la pieza, antes que al fin decidiera sacar los pies de la cama. Estaba en cuero, y en calzoncillos. Él vive con nosotros desde siempre, porque, digamos que tenía muy mala relación con sus padres, y a mi madre le venía bien que sucediera de ese modo, porque, la ayudaba con nosotros, con las cosas de la casa, y con ciertas tareas de mantenimiento. Él me llevaba 14 años, y era por lejos mi favorito. Es inteligente, copado, buena onda para cubrirme si me mandaba algún moco, y súper despierto. Mi hermana también lo amaba. Sin embargo, esa mañana, mientras el sol se colaba por los trocitos de ventana de la pieza, mis ojos se encontraron con lo que tantas veces. Un bulto prominente le estiraba el calzoncillo a Diego, y eso, era algo que no podía pasar por alto. Él lo sabía, y acaso se aprovechaba de esas erecciones matutinas.
¿Qué pasa gordito? ¿Ya te despertaste? ¿Querés que prepare el desayuno? ¡La tía, o sea, tu vieja, todavía duerme!, me dijo en voz baja, ordenando mis zapatillas, recogiendo ropa sucia del suelo y corriendo la cortina para que el cuarto se ilumine por completo. Yo no podía responderle. Tal vez había llegado el tiempo, la hora señalada, el día del destino preciso. Yo también tenía el pito parado, y la sábana húmeda. Sabía que por la noche me había hecho la paja, y que seguro, mientras soñaba, mi pito se frotaba involuntariamente contra el colchón. Era normal a mis 13 años, soñar con tetas, culos, besos en la boca, olores, bombachitas a medio sacar, corpiños corridos, y con el pito de Diego. Sí, me era imposible no pensar en ese pito. y eso desde que tengo memoria. O al menos, desde que se lo vi por primera vez, cuando tenía 6 años. Esa vez, los dos viajábamos en el auto con el abuelo, y pasó que tuvimos unas ganas terribles de ir al baño. Pero estábamos lejos de estaciones de servicios, negocios o gomerías. Todo lo que nos rodeaba era campo, y más campo. De modo que, el abuelo detuvo el auto, y los dos nos bajamos para mear en un claro de un yuyaral abandonado, repleto de basura y ramas cortadas.
¿Qué pasa nene? ¿Nunca habías visto otro pito que no sea el tuyo? ¡Bueno, cuando crezcas, lo vas a tener así de grande!, me dijo, mientras yo lo miraba mear, sin la menor de las vergüenzas. Ese día, cuando nos subimos al auto, yo viajé en el asiento de atrás, a su lado, tratando de entender por qué me había movilizado tanto mirarle el pito. y, a los días, él me retó por meterme la mano adentro del pantalón mientras veíamos una peli. Yo creo que ni me había dado cuenta que lo estaba haciendo.
¡Escuchame nene, Hey, sacate la mano de ahí! ¡O tu mamá va a pensar que tenés el pito sucio! ¿Te pica? ¿O se te puso durito?, me dijo. sus palabras suaves, casi inhabituales en sus expresiones me gustaban. Me puse colorado, y supongo que estuve a punto de largarme a llorar por haber sido descubierto. Pero él me hizo upa, me dio un vaso de jugo, y me dejó ver la peli sobre sus piernas. Me acuerdo que palpó mi pene por sobre la ropa, y que yo quería salir corriendo. Pero, me sentía seguro en sus brazos. Más adelante, volvió a sorprenderme tocándome el pito, mientras hacía la tarea para la escuela.
¡Andá al baño nene, si querés hacer pis! ¿O te aprieta el calzoncillo? ¡Si es así, vas a tu pieza, y te lo cambiás!, me dijo esa vez, asustándome un poco porque no lo había escuchado entrar a la cocina. Le dije que tenía calor, y él me llevó al patio. No sé cómo pasó que, al rato nos empezamos a tirar agua. Cuando estuvimos re contra empapados, él empezó a quedarse en bóxer, y me pidió que me saque la ropa, prometiéndome que estábamos solos, porque mi hermana había salido con mi madre. le hice caso, y después de quedarnos en calzones, volvimos a perseguirnos con una manguera de agua, con una botella y un vaso para seguir mojándonos. Hasta que volví a verlo haciendo pis contra uno de los árboles del patio.
¿Qué pasó chiquitín? ¿Querés mear? ¿O ya te measte todo encima? ¡La mayoría de los nenes, se re mean cuando los mojás mucho!, me decía mientras seguía con sus disparos de orina, cada vez más incontrolables. Yo le dije que esas cosas no me pasaban, y él me hacía gestos de incredulidad.
¡Vení, acercate enano, así me fijo si te hiciste pis! ¡Dale Iván, que no muerdo! ¡Aparte, si tu mamá se entera que te measte, nos faja a los dos!, insistió, y mis pasos parecían obedecerle más que mis propias voluntades. Recuerdo que me olió el pecho, la panza, que me bajó el calzoncillo, y que posó su nariz sobre mi pito frío por los baldazos de agua que nos habíamos dado. Me sacó el calzoncillo pesado de agua y me pegó en la cola con él. También me olió las piernas y las nalgas.
¿Sabías que tenés la cola más linda que la de las nenas? ¡Es bien paradita, gordita, y suavecita! ¡Y, unos lindos ojos!, me decía mientras me secaba con un toallón remendado que encontró colgado en la soga del patio. Yo estaba confundido. Pero, me gustaba eso de ser una nena, o de tener cola de nena. Aunque, a esa edad no lo entendía. También había notado que él tenía una tupida bola de vellos enrulados en el pubis, arriba del pito, y que a medida que se aproximaban al ombligo se le iba poniendo más lacio.
Los juegos entre nosotros por momentos se detenían. Pero yo seguía descubriendo que el pito se le paraba a la hora de la siesta, o cuando se despertaba a la mañana. Eso porque yo iba a despertarlo en cualquier momento, porque me divertía molestarlo cuando intentaba dormir, después de estudiar para sus exámenes. Muchas veces lo descubría jugando con su pito haciéndolo crecer, estirándolo y apretándoselo. Lo escuchaba suspirar, o gemir, y aunque nada de todo eso tenía sentido real para mí, me gustaba. Tanto que, sentía que la punta del pito se me iba a derretir de tantas cosquillas. Era gracioso saber que podía enojarse conmigo, y que aún así no me hacía daño.
¡Andate nene, y dejá de tirarte arriba mío así, que me vas a reventar la panza! ¡Y no vengas así, medio desnudito, porque, me dan ganas de pellizcarte la cola!, me decía a veces, porque yo lo denseaba tirándome sobre él, para activar un concierto de pulseadas chinas, o una peleíta de cosquillas, o una guerra de almohadas. Siempre él terminaba tocándome el pito. pero nunca yo lograba hacerle lo mismo. Creo que en el fondo le excitaba ese jueguito.
¡Boludo, en serio te lo digo! ¡No vengas así, justo cuando yo estoy haciendo cosas de grandes! ¡Ya vas a entender por qué! ¡Pero, al menos, no vengas en calzones nene!, me dijo otro día. Creo que la misma tarde en que descubrí que también tenía vellos en los huevos. Aunque estos eran más finos, y menos rubios. esa vez se lo vi completamente duro, tan estirado y venoso que, daba la sensación que le dolía al pobre.
¿Por qué tenés pelos en el pilín Diego? ¡Encima, son una bocha!, le pregunté, muerto de curiosidad.
¡Cuchá nene, a vos también te van a salir! ¡Te va a cambiar la voz, y vas a crecer, como cualquier pendejo! ¡Y, te va a gustar tocarte el pito! ¡De hecho, te vas a sentir raro cuando te salte la leche! ¡Pero, ahora dejame dormir! ¡Tengo que levantarme a estudiar! ¡Mañana tengo examen!, me dijo con un poco de malhumor. Pero yo, que era cargoso por demás, me le tiré encima para decirle que era un sabelotodo, un pesado con sacarse diez, y que tenía que levantarse a jugar conmigo a la Play. Obviamente, lo dejé que intente sacarme, que me toque el pito por adentro del calzoncillo, y que me diga que era un burro que no estudiaba, y un meón.
¡Sí nene, tenés el calzoncillo mojado! ¿No sabías? ¿Te measte enano? ¿O te hiciste pis jugando conmigo? ¡A ver, ya que sos tan valiente, y yo tan sabiondo, dejame olerte! ¡Te juro que, si no es pis, te dejo en paz! ¡Pero si no, te vas a tener que aguantar las cosquillas! ¿Trato hecho?, me propuso, mientras ya me ponía de pie sobre su cama y me bajaba el calzoncillo. Creo que primero olió la tela de mi ropa, luego me agarró el pitito para apretarlo, tal vez buscando signos de humedad. Acto seguido me olfateó todo.
¡Sí bebé, tenés olor a pichí en el pito, en los huevitos, y en las piernas! ¡Para mí que vos, ya estás buscando que te salte la lechita! ¿Te tocaste el pito en la noche?, me preguntaba mientras me nalgueaba el culo, acomodándome boca arriba en la cama para empezar con nuestro show de cosquillas. El que llegaba a su fin cuando a uno de nosotros se le caía alguna lágrima, ya incapaz de poder soportarlas. Ese, generalmente era yo, que terminaba con el cuerpo electrificado, cargado de nervios y casi sin poder respirar.
¡Andá, maricona, andá a jugar solito, así duermo la siesta! ¡Y cambiate el calzoncillo! ¡Y tocate el pitito si querés, pero en tu cama! ¿OK?, me dijo, segundos antes de cerrar su puerta para que no vuelva a interrumpirlo. Esa vez, él me había mordido el pito mientras me asfixiaba de cosquillas, y al fin una de mis manos le había tocado la pija hinchada. No se le había bajado mientras jugábamos. ¿Por qué me zumbaba en la cabeza la palabra maricona? ¡En la escuela, no me gustaba que otros chicos me digan así!
Otro día, me descubrió re embobado viendo la tele. Había un desfile de modelos, y mis ojos se perdieron en las tetas de una rubia re escotada, a la que se le re veía la bombacha por entre un vestido traslúcido. Evidentemente mi mano buscaba estimular mi pijita, y Diego tuvo el detalle de recordármelo, mientras me tiraba agua fría en la espalda, diciéndome: ¿Qué pasa enano? ¿Te gusta esa rubiecita? ¡Seguro que se te paró el pilín, y te lo querés tocar! ¿O no?
Me acuerdo que me levanté del sillón para salir corriendo, con la mano todavía adentro del pantalón. Él me llamaba, pero no podía entender sus palabras. hasta que, tal vez porque mis pies se me volvieron torpes, o porque el patio se me había terminado… En definitiva, Diego me alcanzó justo entre la parrilla y un montón de sillas destartaladas, me tiró otro chorro de agua fría, me apretó fuerte contra su cuerpo y me dijo al oído: ¡Te tiro agüita para que se te calme el pilín, primo! ¡Tranquilo, que no está mal que te guste la rubia de la tele! ¡No sé por qué saliste corriendo! ¡Yo solo quería molestarte un rato, como siempre! ¡Espero que no te pongas a llorar, como una maricona! ¡Y, que no te hagas pis encima, por las gotitas de agua que te tiré! ¿Te gustaron más las tetas de la rubia? ¿O el culo primo? ¡Dale, contame nene!
Yo, esa vez, ni siquiera sé por qué, ni cómo lo pensé, si es que eso sucedió; pero le agarré la mano con la que él intentaba incorporarme del suelo, ya que me disponía a volverme invisible si pudiera, y se la metí adentro de mi calzoncillo, gritándole algo como: ¡Fijate tarado, que no estoy meado! ¿Querés que me baje el pantalón, para que me mires bien?
Diego se me rio en la cara con todas sus ganas, mientras me llevaba para adentro de un galpón que, solo acumulaba chatarra, cajas de muñecas y libros de mis primos, y una bocha de botellas. no sé qué pasó primero. Si él me dejó en bolas y me olió el pilín, o si me mordió las tetillas, o si me escupió el calzoncillo, o si me nalgueó la cola, jurándome que olía a pichí de gata. Me parecía gracioso que me dijera esas cosas. Pero lo cierto es que, de pronto me había acomodado encima de una mesa, con las piernas abiertas, y mientras me pedía que me quede calladito, me lamía la panza, hasta unos centímetros del inicio de mi pito que se endurecía como el de cualquier nene, las piernas, y el ombligo. Hasta que se atrevió a lamerme la puntita del pito. Lo hizo un par de veces, y yo gemí entre risitas nerviosas, cosquillas, temblores y cosas que me urgían decirle, pero que no sabía cómo, mientras él murmuraba algo como: ¿Tenés un pilín suavecito, con olor a nene primito, y la puntita bien rica! ¡Ya vas a ver que cuando te salte la lechita, toda tu vida va a cambiar! ¿Me dejás metérmelo todo en la boca?
Yo, creo que conmocionado por no entenderlo todo, ni siquiera un poquito, le di una patada y me bajé de la mesa, justo cuando uno de sus dientes me había rozado la pielcita de la verga, mientras le gritaba: ¡Sos re cochino nene, un asqueroso! ¿Cómo te vas a meter mi pija en la boca? ¡Pensé que te daba asco mi olor a pis!
Los días iban pasando, y para mí, no había nada como sentarme a ver una peli a upa de mi primo. Solo que, con 11 años sabía que lo duro que notaba contra mis nalgas, era su pene que se endurecía. A veces, retomábamos aquellos juegos juveniles de las cosquillas, pellizcos y mordidas. En general, yo lo dejaba que me muerda el cuello. Me encantaba que me deje saliva en la nuca, o que me chupetee los dedos, o que siga apretándome el pilín cada tanto. Ahora, si mi vieja estaba lejos de nosotros me decía cosas al oído que me hacían sentir cada vez más raro. Cosas como: ¡Ahora se te para cuando te chuponeo nene! ¡Lo tenés más gordito! ¿Te diste cuenta? ¿Te lo tocás a la noche? ¿Se te calienta? ¿No te dan ganas de mearte en la cama, mientras te frotás? ¡Porque, a mí no me chamullás nene! ¡El otro día te escuché meta moverte en la cama, y balbucear! ¿Soñabas con alguna nena? ¿O con las gomas de la prima Laura? ¡Contame, o te muerdo el cuello de nuevo!
¡no te voy a contar tarado, porque son cosas mías!, le decía yo, tratando de intentar manotearle el pito, sabiendo que con mis negativas lograba que me muerda más fuerte, o que me pase la lengua por el cuello. Una de esas veces me dijo, mientras atrapaba el lóbulo de mi oreja con sus dientes: ¿Qué onda enano? ¿Te gusta que te muerda el cuello, y te lo babosee todo? ¡Te re contra apuesto a que se te para la pija con esto, más que con las pendejitas!
Pero enseguida todo se diluía. Ya sea porque aparecía alguien por la casa, o porque nosotros mismos nos empezábamos a pegar y, por ahí rompíamos algo, o porque él se hartaba de mis niñerías, o solo por el impacto de la forma en la que él se acababa encima, como mucho más adelante sabría que le ocurría cuando jugaba conmigo. Una de esas veces, creo que la que más recuerdo, nos habíamos mojado casi toda la tarde con bombitas. Y, en un momento, él me sentó sobre sus piernas. Teóricamente yo tenía que zafarme solo usando las manos de la fuerza de sus brazos recios, musculosos y llenos de fibra. Mientras tanto, yo notaba cómo su pija se endurecía cada vez más bajo mis nalgas, y él, en medio del forcejeo me apoyaba sabiamente para hacer contacto con su glande. En uno de esos instantes me dio vuelta la cara, manoteándome del pelo, y me comió la boca, sin dejar de pegar su bulto a mi cola. Sus palabras me torturaban dulcemente, mientras una de sus manos terminaba apretándome el pito, mientras sus sílabas me repetían: ¡No te vas a escapar bebé, porque estás mojado, y el pantaloncito se te resbala! ¡Es más, como te queda bien apretado, es peor! ¡Además, seguro te hiciste pis, maricón! ¿O no? ¿No te hiciste pichí cuando te re mojé? ¡Síii, así, dejá la colita quieta nene, que me encanta apoyarte asíiii!
Luego de eso, una oleada de gruñidos, saliva dispersa de su boca a mi pelo, apretujes, pellizcos, sobadas imperfectas, nubes de vapor, sudor y el fuego de su aliento lo hacían convertirse en un trastornado. Ya no le entendía palabras claras. Solo cosas como: ¡Asíiii, Uuuuf, así, bien rica esa cola nene!, y enseguida me bajaba de sus piernas, como si yo fuese una peste.
Pero aquella mañana de sábado, Diego se quedó detenido en el tiempo, como esperando que yo decida si quería desayunar o no, totalmente consciente que mis ojos le miraban el pito parado bajo su bóxer. De hecho, se lo acarició con una mano.
¿Qué pasa gordito? ¿Qué ves tanto? ¡Es lo mismo que tenés entre las piernas!, dijo, estirándose el elástico del bóxer, para que su grosor parezca más bestial.
¡Dale nene! ¿Querés café con leche? ¿O preferís un té? ¡Decidite, o me voy al carajo!, me dijo, sacudiéndome una pierna.
¡Yo no lo tengo así de grande!, balbuceé, y él pareció ablandarse.
¿Me estás mirando el pito enano? ¿En serio? ¿Te llama la atención?, dijo en voz baja, acercándose a mi cara. Y de golpe me destapó para acariciarme el culo, ya que mi cuerpo permanecía boca abajo, acaso un poco avergonzado por el pegote que había en mis sábanas.
¡Ahí lo tenés! ¡Miralo bien ahora, chancho! ¡Vos, ahora, tenés un pilín de nene! ¡Pero, lo vas a tener así, seguro!, me dijo, luego de bajarse la parte de delante del bóxer, para que su monstruo de venas hinchadas emerja como un resorte, a poca distancia de mi cara. Mi primo se quedaba allí, en el lugar, sin mover una pestaña. Me miraba atolondrado, como queriendo hacerle algo a ese pito. Su olor me excitaba. Sentía que el agujerito del culo se me llenaba de cosquillas. Tenía ganas de hacerme pis en la cama, y de pasarle la lengua a la cabecita de ese pedazo de chota.
¡Fua, dieguito, qué cacho de pito!, dije después, justo cuando mi primo lo mecía de un lado al otro, salpicando algunas gotitas de una especie de líquido distinto al pis, claramente. Y, casi sin advertirme de nada, me acomodó boca arriba. Ahí se dio cuenta que me había acabado encima, y se burló de eso.
¡Mirate nene, estás todo lleno de semen! ¡Porque, por ahí también te measte un poco! ¡Pero, seguro anduviste jugando con tu pitito! ¿No? ¿Soñaste con las tetas de tu maestra? ¿O el culo de alguna pibita?, me dijo. Yo lo mandé a la mierda. Pero él, apoyó sus manos en mi abdomen, atrajo mi cuerpo hacia el costado de la cama, y colocó su tremendo pito debajo de mi calzoncillo, que era todo lo que me cubría. Enseguida su glande se encontró con mi pito duro, pegoteado y lleno de cosquillas.
¿Cuál es más grande primito? ¿Te gusta que te deje el pito ahí? ¿Querés que te mee?, me decía, entre divertido y presa de una emoción que, yo tampoco comprendía del todo. Pero entonces, ambos empezamos a movernos, sin coordinación, pero de una forma natural. Yo sentía cómo su pija levantaba mi calzoncillo, cómo presionaba mi pene, tocaba mis bolas, rozaba un poco de mi panza, y latía bajo la presión de esa tela apestosa. Todo hasta que Diego lo sacó de allí, y volvió a acercármelo a la cara. Claro que, no se esperó que una de mis manos surja de debajo de mi almohada, directo a tocárselo.
¿Qué hacés nene? ¿Querés tocarlo, posta? ¿No me vas a decir con quién soñaste? ¿No será con las tetas de la prima Noe? ¡Te re pajeaste guacho!, decía, meciendo su pedazo de verga hacia los costados, permitiendo que mis dedos temblorosos lleguen a tocarle el tronco. Me estremecí a su contacto, y la boca me salivaba con urgencia.
¡Tu mamá te va a retar! ¡Más vale que ni bien te levantes, metamos estas sábanas a lavar! ¡Y tu calzoncillo también! ¿Cuántas veces largaste la leche? ¡Y, dejemos de boludear, así te hago el desayuno! ¿Dale?, dijo luego, con la voz un poco más apagada. Pero mis instintos me guiaron hacia lo que ni yo podía interpretar. Así que, en el momento menos pensado, le lamí la cabecita. Él gimoteó algo que sonó a “sos cualquiera nene”. Aunque, ni bien se repuso me miró a los ojos, y me dijo: ¿En serio bebé? ¡Mirá que, no sé, por ahí, después te va a quedar gustando eso de, lamer pitos! ¿Querés ser una maricona?
¡No sé nene! ¡Siempre te miro el pito, y no sé por qué!, llegué a decirle. Él, supongo que algo confundido, acercó su pija erecta a mi cara, y como yo se la olí de inmediato, pareció tranquilizarse.
¡Ahí lo tenés nene! ¡Es como, un chupetín! ¡Pero, si te lo metés en la boca, no puedo asegurarte que, no me salte la leche ahí, adentro!, me dijo, tocándome la nariz con la punta de su chota, de la que ya colgaban hilos de presemen. Yo no daba más. Incluso, empecé a tocarme el pito, y a frotar el culo en la cama, mientras aquel pedazo de carne tiesa resplandecía ante mi primera posibilidad de petear a un chico. Pero mi primo, prefirió primero que se lo agarre con las manos, y que lo pajee, mientras él me sacaba el calzoncillo. Me decía cosas que no tenían sentido para mí. Aunque en mi mente, lo único que latía era el aroma de su verga, y el calor de sus huevos grandes. Al toque, luego de pajearlo un largo rato, yo mismo me serví de lo que tanto anhelaba. Primero le pasé la lengua al glande, luego al tronco, y sin más, abrí la boca para meterme casi la mitad de ese hierro humano caliente adentro. Desde ese entonces, Diego alternaba agarrarme del pelo con darme alguna cachetada, o sacarme el pito de la boca para pegarme con el mentón, o para refregármelo en la nariz, o me sobaba las tetillas como si fuesen las de una chica. O al menos, algo así había visto en las películas porno que llegué a chusmear.
¡Dale, sacá la lengua bebé, así te pego con el pito ahí! ¿Te gusta? ¿Querías tomar una mamadera bebé? ¿te sentís chiquito de nuevo? ¡Ahora entiendo por qué te gustaba que te haga upita, y que te manosee el culo!, me decía, mientras me pegaba en la lengua con la chota, y luego me la volvía a encajar sin sutilezas en la boca. Además, el guacho me pellizcaba la puntita del pito, y me decía que tenía la voz agudita como una nena piojosa. Entretanto, yo lagrimeaba un poco, me ahogaba con sus roces en mi garganta, chillaba cuando me rasguñaba o pellizcaba, tosía cada vez que la retiraba de mi boca, y se la escupía cuando me lo pedía. Sentía que mi cuerpo iba a estallar. Incluso, me hice pis cuando, en un momento, mientras aún tenía la pija de Diego en la boca, él me frotaba el agujerito del culo con la punta de mi propio calzoncillo.
¡Aaaah, bueno, la nenita se hizo pis, porque se pone re loquita cuando el primito le da la mema! ¿Querés que te la largue toda adentro, primito? ¡No! ¡Mejor, tengo una idea! ¡Te vas a poner una bombachita de tú hermana! ¿Querés, bebote?, decía Diego, dejándome en la cama meada, al tiempo que revolvía los cajones de mi hermana, de los que extrajo una vedetina amarilla con estampados. Lo dejé que me la ponga, y que me coloque en cuatro patas sobre la cama. Me nalgueó el culo con las manos, con la pija, y con mi calzoncillo mojado. Luego, una vez más sin el mínimo respeto por mis emociones florecidas me dijo: ¡Abrí la trompita nene, así te doy la lechita! ¿Querés eso? ¿La querés bebé? ¡Mové el culito, y metete la bombachita bien adentro! ¡Síii, así bebé! ¡Dale, chupá nene, comé, tragá y escupime las bolas! ¿Te gusta mearte en la cama cuando te rozo el culito? ¡Qué rico que la chupás bebote! ¡Ahora, vas a ser mi primo favorito! ¿Sabías? ¡Dale guachooooo, abrí la bocaaaa, tragáaaaá, que te acabo todooooo!, empezó a desvariar, apretándome la mandíbula con una ceguera de intensidades que me desmoronó por un momento. De repente, de su pija comenzó a brotar un líquido espeso, agrio, suave y ácido al mismo tiempo, el que se instaló en lo profundo de mi garganta, sin darme opciones a escupirlo, saborearlo, o rechazarlo de otro modo. Otro poco se me escapó por los labios, y cayó sobre mi pecho desnudo.
¡Tranquilo enano, que no está mal lo que pasó! ¡Solo que, bueno, me sorprendiste! ¡No sabía que te gustaba tirar la goma! ¡Sos un nene hermoso! ¡Sos más lindo que cualquier guacha que conozco!, me decía a los segundos, o tal vez minutos, ahora teniéndome en sus brazos, todavía con la bombacha de mi hermana, y sin otra prenda que oculte mis desesperadas ganas de tomarle la leche a mi primo. Pero su pija estaba dura una vez más, y se restregaba contra mi culito, haciendo presión entre la costura de esa bombacha húmeda y mis nalgas. Yo también tenía la pija dura, pero, comparándola con la de él, apenas era un pepinillo estirado. Aún así él me lo frotaba, me pajeaba y se echaba baba en la mano para acariciarme hasta los huevos, ¡Y para dilatarme el agujerito del orto!
¡Con el olor a pichí que tenés, te parecés a las villeritas de la otra cuadra! ¡Esas tienen más o menos tu edad! ¿De ellas aprendiste a petear nene?, me decía, buscando mi boca para besarme. Bueno, en realidad, para mordernos los labios, mientras nos pegábamos, nos arañábamos y nos apretábamos las cabecitas de las pijas. Hasta que me acomodó boca abajo sobre su cuerpo, y entonces, nuestras vergas volvieron a encontrarse para pegarse una frotada tremenda. Él volvió a acabar un tremendo chorro de semen en cualquier parte de mí, mientras mi lengua danzaba en su boca, o le escupía la cara, o le mordía las tetillas, diciéndole que soy una villerita con pito que se hace pipí por la pija de su primito. Él me pedía que le diga eso, aunque, en el fondo era exactamente lo que sentía. Pensaba que adentro de ese cuarto nada podía salir mal, ni modificarse, o hacernos algún tipo de daño. No quería que sea el mediodía, que regrese mi vieja, que la vida continúe. Pero, a Diego no le interesaban demasiado mis sentimientos. Bueno, en el fondo, a mí tampoco. En todo lo que podía pensar era en las hormiguitas que palpitaban en mi culito, mientras estaba sentado en la cama, una vez más endureciéndole la pija con la boca a mi primito. Y sin más, una vez que volvió a ponerme en cuatro patas sobre la cama, me arrancó la bombachita y acomodó su pija entre mis glúteos. No sabía cuánto podía doler una cosa así, hasta que me la ensartó en un solo golpe. Me pidió que muerda la almohada de antemano, y yo, por suerte le hice caso, porque, no podría explicarle a nadie el motivo del grito que me desgarró la garganta, en cuanto su verga taladró mi culo por primera vez. Aunque, esa no fue ni cerca la mejor culeada que me dio mi primo. Es que, de tanto jueguito previo, mordidas, escupidas, chupadas a su pija y huevos, mi primo ya tenía la lechita cargada y caliente para llenarme los intestinos, como nadie pudo hacerlo jamás. Y, en el fondo, eso era lo que ansiaba con todas mis fuerzas. No buscaba ser nena, ni travestirme, ni convertirme en alguien que duda de su sexualidad. Solo quería la pija de mi primo, esa verga que siempre veía parada, abultándole cualquier cosa que se pusiera, y estirándole los bóxers a la hora de la siesta.
Al mediodía, mi vieja me encontró meado en la cama, desnudo, todo enchastrado, y con el culito roto. Aunque, del enchastre, supuso que era por el intenso calor que ya nos agobiaba. Y acerca de mi culo, jamás podía sospechar nada. Y, si bien con Diego no volvimos a coger en lo inmediato en la casa, sí lo retomamos el día que yo cumplí los 15. Él me dijo que, si yo quería, sería un buen inicio el hecho de tener una reunión con todos sus amigos. La única condición, era que yo asista vestido como quiera, pero con una bombachita debajo de mi ropa. Fin
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