Escrito por el Griego
Para la ocasión, Gabi tenía puesto un portaligas negro debajo de la falda larga azul oscuro, chaqueta del mismo color y camisa blanca, coronada por una gorra apropiada. Sin corpiño, las tetas al aire mientras nos hacían de chofer. Algún camionero se habrá distraído mirándola. Atrás iba Flopi conmigo, en tanga y medias, con la cabeza en mi regazo, mamando mi verga despacio, muy despacio. Lo había hecho durante muchos kilómetros ya, para mal humor de su hermana, quien cada tanto miraba por el retrovisor, con una envidia que no le cabía en el pecho.
-Llegamos -dije cuando vi el punto de referencia en la ruta. - doblá ahí, en esa salida, por el camino de tierra.
Gabriela asintió, e hizo como le dije. Nos metimos entre los árboles hasta quedar fuera de la vista, y nos bajamos. Flopi se puso las zapatillas y calzó la correa en su collar, objeto que yo tomé. Ella me siguió atrás hasta que vimos lo que fuimos a buscar: una iglesia dilapidada, sucia, olvidada.
-Entremos -les dije. Me siguieron. El interior estaba destrozado y repleto de mugre. Sólo quedaba un reclinatorio, el atril y un inmenso crucifijo en la pared. Troné mis dedos. Flopi, ya bastante entrenada, se puso de rodillas de inmediato, con la cola sobre los talones, la mirada baja y las manos tras la espalda.
-¿Qué vas a hacer en la casa de dios? -pregunté.
-Nada-dijo ella.
-¿Nada? -preguntó Gabriela, sorprendida.
-Nada-dijo Flopi-. No estoy en la casa de dios, la casa de dios es donde vive dios y mi amo -me miró por un segundo- no vive acá. Fue una gran respuesta, hay que admitirlo. Lo cierto es que Florencia se esmeraba mucho por ser una buena sumisa. Habían pasado casi dos meses desde nuestra primera vez, y ella se había copado con el rol. Cada tanto nos juntábamos a coger con Gabriela, pero en sí, éramos Flopi y yo haciendo desmadres. Pasaba por mi casa todos los días, le daba una cogidita, lo la dejaba petearme, y la mandaba a su casa con orden de no tocarse. O a veces la ignoraba y le prohibía coger con otras personas. O la mandaba a levantarse a la hermana. Y ella siempre hacía lo que le decía. Más pasaba el tiempo, más me convencía que sólo quería que le dijeran qué hacer. Y eso me encantaba.
La chica era muy chancha y muy puta. Le gustaba coger con todo el mundo, machos, minas, travas, putos, ella le daba a todo y sonreía satisfecha al dejarlos agotados en las camas (los pisos, los sillones). Pero tenía una química especial conmigo. Algo íntimo, profundo, que sólo dueño y objeto pueden comprender, la libertad última de la sumisa, la libertad de arrodillarse y pertenecer a alguien.
-Mi dios es ese. -Gabriela señaló la cruz- Y vos le estás faltando el respeto, pendeja de mierda.
Había empezado el show. Gabriela sacó un cinto de la cartera, levantó a su hermana de las mechas, provocándole mucho dolor, y la puso con las manitos sobre el atril. Le bajó un poco la bombacha y azotó su culo.
-¡Qué hacés, hija de mil puta! -gritó Flopi- ¡Vos no sos mi dueña!
Ni amagó con moverse.
-Tiene permiso -dije. La tomé por el mentón y la forcé a mirarme, con una sonrisa sádica en la boca.
-¿Entendido, puta?
Ella bajó la mirada y asintió. Atrás, Gabriela expresó sus celos a fuerza de cintazos sobre el culo perfecto de su hermana.
-¡Tomá! ¡Tomá, puta! ¡Por puta estúpida, irrespetuosa, basura! -gritaba y gritaba. No es que yo le gustase mucho a Gabriela. Es que la enfermaba no tener tanta atención como su hermana cuando compartían una pija. Y esa era la mayor gracia para mí, por supuesto.
Le di una cachetada y le escupí un ojo.
-¿Por qué le faltás el respeto a tu hermana, chancha? -pregunté.
-Porque mi dios es usted, señor.
-¿Entonces cómo lo arreglamos? -pregunté.
-Como usted diga. Ella puede pegarme hasta que esté satisfecha y luego, si me pregunta de nuevo, voy a decir lo mismo y que me castigue de nuevo, pero yo nunca voy a decir otra cosa. Mi dios es usted. Yo le rezo a su pija.
-Entonces rezá.
-Verga del amo, que está entre sus piernas-empezó Florencia-Santificada sea tu erección, venga a la chancha tu semen, hágase tu voluntad así en mi culo como en mis tetas, dame hoy mi castigo de cada día, perdona mi estupidez, así como yo perdono a los demás por no ser vos, no me dejes caer en un día de desobediencia y librame de tener que pensar, amén.
-¡Hija de puta! ¡Irrespetuosa! ¡Blasfema! ¡Estúpida, estúpida! -gritó Gabi. Más avanzaba la Flopi en su plegaria, más fuerte le pegaba su hermana. Más la insultaba. Más la denigraba. Pronto unas lagrimitas comenzaron a correr por sus mejillas. Y ahí ya no pude ignorar mi erección.
Corrí de un empujón a Gabriela y penetré a Flopi. Le tiré las mechas, cacheteé su culo, escupí su cara. Ella sabía lo que tenía que hacer.
-Úseme, amo-dijo ella-úseme como la puta de mierda que soy, huecos de carne, sáquese la leche y déjeme tirada, si yo no valgo nada, no soy nada, por favor, amo, use a esta mierda, ¡sáquese la leche!
Como le gustaba a la puta. Todo duró menos de un minuto, como debía ser.
-De rodillas -le ordené a Gabriela.
Saqué mi verga y acabé en las tetas de la mayor. Y acabé muchísimo.
-Limpiá, chancha- azoté las nalgas de Flopi. -limpiá las tetas de tu hermana.
Flopi se arrodilló y mamó muy lentamente las tetas de Gabriela, hasta juntar y tragar la última gota, ambas mirándome todo el tiempo, dándome un showcito. Me fumé un cigarrillo mirándolas y luego salí de la iglesia. Ambas me siguieron. Volvimos al auto, donde flopi se puso un shortcito y un buzo, y Gabriela se tapó un poco las gomas. Unos minutos después llegamos al pueblo, donde nos hospedamos en el único hotelito del lugar. Les ordené a ambas putas que se bañen, juntas, y que se enjabonen las tetas mutuamente. Gabriela refunfuñó un poco, pero obedeció.
Gabriela se puso un conjunto de lencería blanca, una pollera larga y una camisa, que dejó desabotonada al tope, para mostrar sus muy generosas tetas. Flopi tenía orden de no usar corpiño, ponerse una calza cortita que le marcase la tanga y una remera tallada, al cuerpo. Cenamos en una fonda, pretendiendo ser un grupo de amigos normal, pagamos y fuimos a ver al grupo de amigos anormal, desconocido para ellas dos. Eran tres tipos de más de cuarenta años. Uno flaco, uno gordo, el otro muy petiso. Todos muy pajeros. Un tiempo antes había estado en ese pueblo y me puse a tomar con ellos. A la quinta cerveza los tres terminaron admitiendo que eran vírgenes. Yo les prometí un pete de una mina, una mina linda, y quizá algo más. Habíamos acordado para esa noche. Los tres tenían cortes en la cara. Los boludos no sabían afeitarse... ni usar una máquina eléctrica. Estaban perfumados y vestidos lo mejor posible. Las comían con la mirada mientras hablaban tartamudeando conmigo, sólo conmigo. Yo me senté en una silla, e hice señas a ambas.
-Muestren.
Las dos sacaron las tetas. Flopi se bajó la calza, Gabi se subió la pollera, mostraron sus culos, desfilaron un poquito, y los provocaron. Hice la seña esperada, y la Flopi vino a sentarse en mis piernas.
-Gabriela... sacale la virginidad a los tres pajeros -dije con obvia crueldad. Ella, come hombres como era, se les acercó. Los tipos no movieron ni un músculo, aterrados. La vi putear por lo bajo, los tironeó hasta que la rodearon, se arrodilló y sacó sus vergas fláccidas. Empezó a petear una, pajear dos y rotar cada pocos minutos. Le di el celular a Flopi para que filme la putez de su hermana.
-Vamos, manga de forros-dijo Gabriela -pongan esas pijas a buen uso, agárrenme como la chancha puta de mierda que soy, rómpanme el orto, llénenme de leche, ¿para qué tengo tres pijas, si entre todas no hago una?
Estaba frustrada, pero siendo tan trola ellos empezaron a calentarse a pesar de sus nervios. Pronto tuvo las tres pijas duras y listas para el uso, pero ellos nunca tomaron la iniciativa.
Yo bajé a la Flopi al piso y la puse a petearme despacito. Ellos me miraban de reojo. Y sí, macho, esta puta es mía, ustedes compartan una sino se bancan domar a la piba.
Por un momento, observando la escena, jugué con la idea de elegir a uno y hacerlo sumiso para que Gabriela pudiera practicar sus habilidades de dominatrix, cosa de la que habíamos hablado un poco, pero la descarté de inmediato. Esos tres no nos eran útiles. Al rato empezaron a acabar, uno atrás del otro. El primero en las tetas, el segundo en la cara, y el último en el pelo. Jadeaban, miraban las paredes y el piso, colorados de vergüenza.
-Ahora méenla-dije-. Les prometí más que un pete, ¿no? Meen a la puta.
Eso hizo sonreír a Gabriela. Sólo a Gabriela. Los tres tipos, en su tartamudez, protestaron. Uno quiso hacer una torpe e involuntariamente cómica defensa feminista, cómo si darle a la gente algo que le gusta, que pide, fuese misoginia.
-No les traigo más nada a ustedes tres-dije-. Flopi, andá y meá a la puta estúpida de tu hermana.
Florencia saltó como una gata, en el trayecto de pocos pasos se sacó la calza, se corrió la tanga y meó a su hermana, sacándole la lefa del pelo, la cara, las gomas. Los últimos chorros se los tragó Gabi, quien puso su boca directo sobre los labios vaginales de su hermana, permitió que el líquido entrase y se lo tragó, mirándola fijo a los ojos.
-Paren, yo también quiero mear -dije. Me paré, puso a Flopi contra la pared, le metí la pija y meé dentro de su concha. la orina corría por sus piernas torneadas y abajo, gateando, Gabriela lamía el cuerpo de su hermana y el piso.
-Uh... yo también quiero mear-dijo Gabi cuando terminó-. Pero me parece que los tres muditos no me van a decir dónde queda el baño. ¿Ni modo, no?
Se puso en cuclillas y se meó en la bombacha, haciendo un gran charco de orina. Cuando terminó, se sacó la tanga y se la metió en la boca, mientras pasaba las tetas por el piso, jugando como una criatura que descubre las superficies mojadas. El hedor era insoportable, pero valía la pena sólo por ver las caras de los tres tipos.
-¿Puedo yo también? -preguntó Flopi. Dije que sí, y de inmediato ambas pasaban las tetas por el piso mojado de meada, mientras se pajeaban despacio. Lástima que a mí no me quedaba, o las hubiese meado ahí mismo. Estupefactos, los tipos quisieron hablar. Y yo quería escuchar, pero no llegaron a decir nada. Les dije a las chicas que se paren, que se detengan, que era hora de irnos. Hicieron caso, Gabriela a regañadientes. Se vistieron un poco y volvimos al hotelito ante la sorprendida mirada del dependiente, que claramente tenía buen olfato.
Nos bañamos los tres juntos, me las cogí unos minutos a cada una, y luego fuimos a dormir, Gabriela y yo en la cama y Flopi como buena mascota a nuestro lado, en el piso. Fin
Siempre es un placer andar por acá, de un modo u otro. Y me encanta verte de nuevo ;)
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