Escrito por Gigi
Estaba sola, desnuda, y en celo. A los 17 nada te calma la calentura. En tono lo que podía pensar era en pijas, pijas y más pijas. Y cuando ya no quería pensar en chorros de leche vertiéndose en mi cara, pensaba en generosas tetas cacheteándome la chocha. Pero estaba sola en mi pieza, revoleada en la cama, deprimida por haber desaprobado cuanta materia existiera en mi secundario de mierda. Mis viejos me confinaron al encierro, a lo justo y necesario en cuanto a la alimentación, y a ponerme a estudiar para levantar todas las notas, si es que esperaba irme de vacaciones con ellos. Ni en pedo gastarían en ponerme profesores particulares. La verdad, eso ni me importaba. Solo pensaba en coger, en que me chupen, me devoren, me peguen una flor de violada, y me dejen tirada en cualquier descampado. No sabía qué hacer, ni cómo. Me masturbé, y tuve un orgasmo terrible pensando en la pija de mi profesor de educación física. Bien convencional y aburrida. Después, empecé a pajearme parada contra el ropero. Como a nadie le importaba si estaba viva, me sandungueaba la concha con todo. Me la cacheteaba, rascaba y penetraba como si no me perteneciera. Gemía, decía palabrotas, y hasta meé todo el suelo después de haber tenido un squirt con el que, casi pierdo en equilibrio y me parto la cabeza contra el respaldo de mi cama. Me pareció salvaje hacerlo, y me sentí más encelo cuando tomé consciencia de que había meado el suelo. ¿Qué diría mi vieja si me viese en ese estado? Y entonces, apoyé el culo en el marco de la ventana. Pensé en mandarle un mensaje a mi vecino. En inventarle cualquier cosa. No sé. Decirle que estaba encerrada en mi pieza, que se había trabado la llave en la cerradura. Por lo tanto, no le quedaría otra que entrar a mi cuarto por la ventana del patio. Pero, la reprimenda por mandarme semejante historia, podría valerme más que un castigo. ¿Y, si no me importaba? ¿Qué más les da a mis viejos? ¿A ellos les interesaba verdaderamente el fuego sexual que me consumía por dentro?
Entretanto, me pellizcaba y escupía las tetas, frotando una pierna contra la otra, tratando de toquetearme el clítoris. Olía mis dedos, y me excitaba. Me mordía los labios, me decía todo el tiempo que era una puta conchuda sin valor, sin padres, y que merecía embarazarme de mil tipos diferentes. Necesitaba litros de semen adentro de mi vulva. No lo entendía, y ni me esforzaba por hacerlo.
Al fin, volví a mearme de nuevo. Esta vez fue en la cama, a cuatro patas, mientras me dedeaba el culo, me cacheteaba las tetas con todas mis ganas, y frotaba mi concha en un montón de bombachas que había colocado al centro del colchón. Cuando terminé, me refregué todas las bombachas en el cuerpo, olí y lamí algunas, y hasta me metí una tanguita en la boca. Seguía en llamas, desnuda, sucia, transpirada y con el aroma de mi baba trasluciéndose en los cristales de la ventana.
Cuando Mariano, mi vecino, un tipo de 34 años estuvo al otro lado de la ventana, le abrí, así como estaba. Incluso con una bombacha húmeda en la muñeca. Ni siquiera recordaba el momento en que le había mandado el mensaje con la mentira más grande que se me pudo haber ocurrido jamás. Me miró, examinó la situación, se fijó en el suelo, mi cama, mi ropa, y mis tetas. No dejaba de mirármelas.
¡Agarrame y haceme mierda! ¡Te juro que no te voy a denunciar! ¡Lo único que quiero de vos, es tu verga! ¡Quiero una verga adentro, ya! ¡chuponeame toda, matame, violame, y dejame hecha una nenita llorona en la cama!, recuerdo que le balbuceé con la voz rota de tanto gemir, putearme y halagarme. El flaco atinó a irse a la mierda. Pero, en cuanto me acerqué y le palpé el bulto con mis dedos, me miró, y me empujó en la cama. no hizo nada al principio. Solo me miraba, olía el aire, suspiraba como teniéndome pena, y me chistaba para que no diga una palabra, cada vez que intentaba abrir la boca.
¿Te measte?, fue todo lo que dijo mientras se me acercaba. Y entonces, empezó a palmotearme la concha con una mano pesada, a manosearme las tetas, y a morderme las piernas. Me dijo que estaba enferma, y que tenía la piel caliente. Le dije que quería su leche. él insistía con que era una nena, y que le huye a las nenas que se mean encima, no se limpian la pieza, y se babean las tetas. Le dije que necesitaba que me abra la concha, que me rompa el culo, y que después se vaya. Me acercó su pija dura a la cara. No vi cuando se bajó el pantalón, pero sí cuando se pajoteó sobre su bóxer azul marino. Se la quise chupar. Pero él me dio bultazos en la cara, mientras seguía cacheteándome la concha, metiendo dedos para hacérmelos chupar, y diciéndome que era una nena roñosa. Al fin me agarró de las tetas y frotó su pija dura en ellas. Se hacía el boludo, pero olía las bombachas meadas que encontraba en la cama. también me las hacía oler. Y entonces, me llevó contra la pared. No me salían las palabras. Pero le repetía una y otra vez que necesitaba una cogida salvaje. Él, harto de mis súplicas, mi olor a pis y del celo que me quemaba la piel, metió su pija en mi culo, y no me tuvo piedad. Me bombeó, sacudió, atenazó con sus brazos, me penetró y humilló como nunca nadie antes lo había hecho. Me dolía todo, pero necesitaba más. Me decía que me dejaría rota, sin poder sentarme, y que cada vez que hiciera caca me acordaría de su verga. No la recuerdo, pero la tenía ancha y caliente. Me daba masa como si la pared fuese de agua, golpeaba mi cabeza contra ella, me dedeaba la argolla, me apretujaba las tetas diciéndome que no servía para nada, y me prometía llenarme el culo de hijos. Entonces, en un momento de plena locura, le pedí que me la saque del culo y me la meta en la concha.
¿Quiero sentir como me largás la leche en la concha, hijo de puta!, le lloriqueé al borde de perder la calma, mi esfínter anal, la noción de mi vida y mi poca fuerza de voluntad. Él, a quien mi cuerpo y mi dolor no le significaba nada, lo hizo. Fue casi en un suspiro. Apenas sintió el calor morboso de mi conchita empapada, colorada de tanta paja, ansiosa y fragante, bombeó unas 4 veces a fondo, y sus lechazos empezaron a llenarme, a pintarme de blanco por dentro, a inmortalizar el fuego sagrado que me emputecía, y a completar cada pequeña gota de sudor que había perdido con su pija en el culo.
No sé bien cómo fue que se fue, ni qué pasó una vez que mi concha sintió el abandono de ese pedazo de verga. No fue amable, ni yo le di las gracias. No hubo miradas tiernas, ni cómplices, ni sinceras. No quedamos para vernos otra vez. Solo recuerdo que, al rato, cuando mi cuerpo se enfriaba en mi cama sucia y húmeda, cuando su semen se añadía a los vellos de mi concha, y mi olor a hembra se tornaba insoportable, volvía a sentirme sola, desnuda y en celo. Fin

Bienvenida la nueva colega!
ResponderEliminarMe gustó!
ResponderEliminar